El Cuenta Cuentos

Tema en 'Comunidad de Infojardín' comenzado por EvaPatry, 31/8/07.

  1. chipi-chipi

    chipi-chipi Donax denticulatus

    hola :happy:

    solo pase a saludar a los cuenta cuentos :happy: y deseales a todos :happy:

    :52aleluya: :52aleluya: felis navidad :52aleluya: :52aleluya:
    y
    :52aleluya: :52aleluya: prospero año nuevo :52aleluya: :52aleluya:
    canbio :happy:
     

  2. Ramiro, una noche de verano...


    1ª parte

    La figura del gato subiendo y bajando las escaleras se hizo repetitiva hasta el hartazgo. Durante tres o cuatro oportunidades observé, en la confusión propia de una noche como esa, que el felino había ejercitado ese curioso pasatiempo en varias oportunidades. Llegaba desde la terraza hasta la base de la escalera del comedor y se estiraba contra la pared maullando rabiosamente. Luego volvía a subir.

    Podría haber sido cualquier noche de Navidad, pero esta era de fin de año. Una calurosa noche de diciembre a punto de convertirse en enero. El sonido de los corchos del champagne se mezclaba con los fuegos artificiales y rompeportones que la gente decente suele explotar en esas fechas festivas y entre brindis y saludos, mezclados por qué no, con alguna lágrima, vi que el gato se restregaba contra la pared de la escalera aullando inquieto.

    Ninguna otra noche hubiera prestado atención a su práctica, salvo por el detalle de sus ojos que se clavaban en mí, y el tono grave de su maullar que denotaba una demanda de atención inequívoca.

    Sus actitudes, casi de perro, eran bajar a toda velocidad desde la terraza, gemir y luego girar sobre sí para retomar viaje hasta arriba. Llegué a pensar que era su intención que lo siguiesen y así lo hice, desafectándome de la efusividad reinante en la mesa del comedor.

    La terraza brillaba en la oscuridad por los destellos de luz que provocaban los fuegos artificiales y proyectaban sombras curiosas que se movían a ritmo fantasmal de uno a otro extremo a través de las paredes.

    La vieja casa en donde vivía tenía un pequeño ambiente, una antesala que usábamos para depositar herramientas y muebles en desuso, que estaba al final de la escalera y era un paso obligado antes de salir a la terraza. Afuera, sólo había un largo tendedero y el viejo taller del abuelo, un cuartucho que permaneció cerrado por años. Hacia allí miraba el gato desde la antesala de arriba, sentado nerviosamente sobre sus cuartos traseros, sin pasar el límite de la puerta abierta. Desde allí miraba también yo, en complicidad con el animal, hacia todos los flancos del cielo y particularmente hacia el viejo cuartito, que también recibía los destellos de luz.

    Pero ocurrió que desde adentro de la pieza también salía un fugaz y atrevida iluminación que se escapaba por la hendidura de debajo de la puerta de chapa. A través de allí se veían corretear unas extrañas sombras, y se escuchaban raros alaridos de alegría o euforia. Cosas que no lograron sorprenderme, sonidos e imágenes que de alguna forma me fueron familiares en ese momento, aunque no podía encontrar la razón de aquella cercanía.

    Quedamos unos minutos, el gato y yo, contemplando los hechos que se figuraban por detrás de la puerta del viejo taller, hasta que el silencio nocturno inundó todo, y la puerta se abrió.

    Lentamente, una luz cegadora se abrió paso y la sombra se dibujó profunda desde el fondo del cuarto. Luego empezó a caminar hacia nosotros, muy despacio, ya no correteando ni chillando como antes, acompañado por otras dos pequeñas sombras que le hacían de escolta. Cuando los ojos se acostumbraron a la luz, cuando lo tuve ya cerca, cuando pasó por al lado de nosotros y se incorporó contra la pared de la antesala junto con sus dos acompañantes, lo pude ver con detenimiento. Era él, no podía ser, pero era él. Más grande, podría decir más viejo, pero en realidad tenía la apariencia de un adolescente. Estaba aterradoramente enorme, tenía la estatura de un chico de diez o doce años, sus manos eran gigantes y su cara, rodeada de pelos, era la de un hombre. Había en su mirada un cierto aire de resentimiento sosegado, una especie de lástima de sí mismo que intentaba borrar con una mueca optimista.

    Me invadieron una serie de sensaciones, emociones incontrolables que escapan a toda descripción. Quise reír, llorar, abrazarlo en un grito imponente, pedirle perdón. Quise preguntarle miles de cosas, pero mi garganta estaba adolorida, ahogada por la emoción, y mi mente, confusa por los recuerdos.

    Realmente era él, después de tanto tiempo, brillando por los destellos de luz de los fuegos artificiales, ciertamente estaba allí, de pie frente a nosotros, con esa impunidad que tienen los que llegan sin ser invitados.

    No pude decir nada. No pude hacer nada, a pesar del incómodo silencio. En cambio él sí pudo, y habló.

    -Volví –dijo mirando a los ojos, con una sonrisa triste. Oír su voz fue una experiencia abrumadora. Era mucho más grave de lo que hubiera imaginado, una voz cultivada, madurada. Era una voz adormecida que por fin se desplazaba en el espacio, llegando a los oídos de aquellos que la habían olvidado.

    Un escalofrío de emociones recorrió mi cuerpo y escuché mi respiración brotar agitadamente. Mis piernas se torcieron, me dejé caer contra la pared exhalando toda mi vida por la boca.

    Mientras lo contemplaba, mientras trataba de comprender que lo que tenía enfrente no era producto de mi imaginación, tuve paralelamente una catarata de recuerdos que me hacían más extraña su presencia, pero más comprensible su imagen, más clara. La lejanía me trajo una cantidad de visiones que me hicieron dar crédito a esa sola palabra que le escuchara pronunciar. Había vuelto, tal como lo planteaba, había vuelto finalmente.

    Siempre tuve un vago recuerdo de una historia, de la que nunca estuve seguro si se había tratado de un cuento que alguien me había leído, o de un sueño fantástico de la infancia. Pero, cierto es que la historia se me presentaba a veces como el claro recuerdo de una experiencia vivida, aunque nunca podía completarla. A medida que fui creciendo acabé por comprender que jamás había ocurrido, y que esa hermosa anécdota formaba parte de un bagaje de remembranzas generadas por la imaginación, seguramente estimulada por alguna de aquellas dos razones artificiosas.

    Mi abuelo trabajaba en ese pequeño cuartito de la terraza en el armado de piezas de iluminación. El viejo estaba jubilado, pero tenía necesidades y un amigo industrial le daba todas las semanas una cantidad de fichas que ensamblaba con una máquina durante todo el día, todos los días.

    Me entretenía verlo trabajar, observar esa curiosa máquina con la que el abuelo trabajaba colocando una parte de la pieza debajo y luego encastrando la parte superior al hacer bajar una especie de yunque con una palanca verde. Él también disfrutaba de mi compañía, entonces nos pasábamos horas charlando. Yo lo ayudaba a contar las fichas y a veces hasta me dejaba ensamblar alguna, pero me daba cuenta de que lo hacía mal y él, tratando de que no lo advirtiese, colocaba la pieza encastrada por mí en la bolsa de las defectuosas.

    -Quedó bien –me conformaba de todas maneras.

    Yo tendría unos ocho años y me juntaba con unos chicos que vivían en la misma cuadra. Eran todos muy vagos y se la pasaban jugando a la pelota, en la calle, práctica de la cual me veía imposibilitado por carecer de destreza suficiente y por esa razón me mandaban siempre al arco. Entonces prefería pasarme la tarde en compañía de mi abuelo. Pero a veces los chicos venían a mi casa y nos quedábamos todos adentro del cuartito, dialogando amistosamente con el viejo que nos entretenía con sus historias fantásticas.

    No sé exactamente cuando fue, ni de qué forma. No sé tampoco si fue precisamente así, pero tengo el recuerdo de que una tarde subí a la terraza para acompañar al abuelo en su trabajo y estaba con él un monito marrón claro, de larga cola y pelaje suave. Tenía el monito una cara muy alegre y sus ojos eran de oro vivo.

    El animal estaba sentado en el banco de trabajo de mi abuelo y ambos dialogaban con ánimo.

    Ramiro era el nombre del mono, así me lo presentó el viejo, pero por alguna razón que supongo tuvo que ver con la similitud con la palabra mico, lo llamé Miro.

    Miro se convirtió con el tiempo en un amigo entrañable, una compañía fantástica que nos tenía a todos encantados con sus charlas. Era en suma inteligente y tenía una sagacidad a la hora de explicarnos la grandilocuencia de su arte que nos dejaba atónitos, nos envolvía con su fantasía en una especie de vapor demencial del que no queríamos escapar nunca y que duraba todo el tiempo que permanecíamos en el pequeño taller de la terraza.

    Miro pasó a ocupar nuestro centro de atención y cada vez que subíamos al viejo cuarto era para regocijarnos con su simpatía y sus palabras.

    Yo le contaba al abuelo de todas las experiencias que el monito nos hacía vivir, de sus fabulosas piruetas y la capacidad de diálogo, algo que nos sorprendía un poco pero que no dejaba de ser parte de una lógica infantil absolutamente previsible en el animal.

    El abuelo no subía a la terraza desde hacía una semana, porque había enfermado, según supe después, irremediablemente. Pero igual quería saber todo lo que ocurría en el mágico cuartito de arriba y me llamaba con voz débil para que le narrase cada tarde lo que había acontecido.

    -¿Qué hizo Miro hoy? –me preguntaba.

    -Nos dijo que quiere ser una estrella de circo, abuelo –me emocionaba yo.

    -¿En serio?

    -Sí, dice que sabe hacer muchas piruetas, que es un atleta, que puede correr tan rápido como un tren y saltar tan alto como un hombre bala. Nosotros queremos que sea famoso, abuelo –le explicaba y el viejo se reía muy fuerte, hasta que la tos le borraba la mueca de felicidad.

    -Andá, andá a jugar con Miro y tus amigos, que yo tengo que descansar –me pedía después de aclararse la garganta.

    -Abuelo, ¿Miro es especial porque habla, no?

    -Sí, sí, es muy especial –decía el viejo y yo corría contento por la escalera para llegar al cuartito de la terraza.

    conrtinuará...........
     
  3. Ramiro, una noche de verano.

    2ª y última parte

    Pero el monito no quería ser famoso por su condición parlante, sabía que sus virtudes eran otras, mucho más valiosas. Quería ser reconocido como el único mono capaz de realizar un sinnúmero de peripecias nunca vistas, quería ser considerado por lo que sabía hacer y no por ese detalle vago. No quería ser una atracción por causa de un simple atributo físico, sino que esperaba que se captara el valor de su talento. Así nos lo hizo saber cada tarde y consiguió que el mundo también lo supiese.

    Miro se convirtió en una verdadera estrella que llenaba estadios y convocaba multitudes. El monito simpático de suave pelaje y ojos dorados se había consagrado por lo que valía.

    Nosotros nos extasiábamos todas las tardes oyendo sus relatos, de cómo había alcanzado una vara en el aire, a veinte metros de altura y sin red, y cómo se ganaba los aplausos efusivos de la audiencia al soportar una carga de tres veces su peso haciendo equilibrio en la trompa de un elefante. Estábamos alucinados con nuestro amigo, que poco a poco fue decorando las paredes del cuartito de la terraza con afiches y pancartas que lo anunciaban en diversos espectáculos, el gran Miro nos llenaba de orgullo y de alegría. Creo que fue el mejor compañero que un chico de ocho años y sus amigos pueden tener alguna vez en la historia de la humanidad.

    Una tarde llegué a casa desde la calle, tal vez del colegio o de la casa de algún vecino. Distraído y ajeno a todo, noté sin embargo raros movimientos en el amoblado. Comprobé además, con cierto nerviosismo, que la casa estaba teñida de una iluminación grisácea, ingrávida, generada por los reflejos apagados de un sol esquivo que penetraba por las ventanas. Mientras ingresaba con lentitud al extenso comedor escuché pasos lejanos, que sonaban con una seriedad incólume, voces secas que retumbaban en ambientes vacíos y adiviné miradas serias en las sombras que vi pasar de un lado a otro.

    Inquieto gané la escalera y corrí hasta la entrada de la terraza, que encontré cerrada para mi sorpresa. Al franquear la puerta abrí con fuerza la del cuartito del abuelo. Lo encontré tan tristemente vacío y falto de aire que me volví hacia la entrada para contemplarlo desde afuera.

    Ya no había más afiches del monito alegre, no había más luz ni algarabía en los estantes y el banco de trabajo. La máquina del abuelo estaba tapada con una bolsa de polietileno gris y la única ventana tenía un tabique en la parte inferior que la dejaba trabada definitivamente.

    Observé con agitación el cuadro, tratando de encontrar en los rincones oscuros alguna huella de la felicidad que había sido reina en ese sitio tan querido por nosotros, pero los resultados fueron nulos. Nada quedaba de aquellos momentos. Miro tampoco.

    Sentí una mano cálida que se apoyó sobre mi cabeza y luego de hacer una dulce caricia, una voz lánguida dijo:

    -El abuelo se fue.

    Nunca bajé las escaleras tan desesperado ni salí a la calle con tanta virulencia, buscando en las entradas de las casas de mis amigos, en los timbres, en ellos mismos alguna respuesta, pero nadie quiso dármela y me refugié en mi habitación sin hablar con nadie, y no volví a hacerlo sino mucho tiempo después.

    -Volví –su voz implacable me estremeció. Allí estaba, parado contra la pared de la antesala, el mismo monito alegre que correteaba por el taller del abuelo, su pelaje marrón claro que terminaba en la cola más oscurecida. Sus ojos de oro vivo brillando en el rostro, peludo, grande, redondo.

    -No... no es posible –balbuceé a punto de derrumbarme –Miro, yo... yo creí que era un sueño –dije temblando de emoción.

    Estaba más grande que antes, era un hombre, había crecido en estatura y su voz sonaba con madurez, con una carga de rencor y nostalgia, propia de la madurez.

    -¿Cómo... cómo fue que desapareciste? –inquirí.

    -Nunca quise desaparecer, siempre estuve ahí adentro. Fueron ustedes los que se olvidaron de mí.

    -Pero, Miro, los afiches, el circo, todo desapareció de repente. Creí que jamás había pasado.

    -Eso es lo que quisieron que creas. Por eso ocultaron todo rastro, toda referencia, pero yo estaba, allí estuve siempre –dijo el mono con su mirada tierna.

    Su imagen me destrozaba el alma. Su crecimiento, su madurez, verlo convertido en un adulto me demostraba el tiempo que había pasado desde entonces. Un tiempo absolutamente perdido para mí y para él, encerrado en un baúl de recuerdos por tantos años y vuelto a la luz después de un largo período, por alguna mágica cuestión que sólo interpreté décadas después de ese maravilloso acontecimiento.

    Pude sin embargo comprender lo que buscaba, sabía que no venía a reclamarme nada, sino al contrario, a pacificarse conmigo.

    –Miro... yo –alcancé a murmurar. Sus ojos de oro se encendieron dejando escapar una luz blanca y cálida que alcanzó lo más profundo de mí, recorriéndome desde los pies hasta el cuero cabelludo y reventando finalmente en mi pecho.

    En sus cavidades de vidrio vi la imagen de toda mi niñez flotando entre risas algodonadas, correteando por el cuarto en compañía de mis amigos, todos los amigos que tuve en esa etapa; todos incluido él mismo, tomándome de la mano y recitando al oído las increíbles aventuras que el tiempo devastador había casi logrado borrar por completo.

    No pude más que callar, ahogado, como si sus manos crecidas me aferraran con violencia la garganta y extendiendo los brazos, me acerqué al mono para recibir de él un emotivo abrazo, tan largo y reparador, tan lleno de comprensión y entendimiento como no creo que haya vuelto a experimentar en vida. Porque su respiración húmeda, su aliento dulzón, su ancha y madurada espalda, castigada por los años de claustro, sus manos callosas que apretaban mi cuerpo con firmeza, su gemido entrecortado por la impotencia, y su voz apenas en un sollozo constituyeron quizá la imagen más clara que pude obtener de mí mismo. Seguí sumergido en el abrazo, sumido en el llanto aliviador, desterrador de penas inconclusas, durante varias horas, desentendiéndome del entorno y del resto de la fiesta, abrazado al calor de ese pasado milagroso. O quizá fueron días enteros los que estuve parado contra el tabique de la pequeña antesala, hasta dejar caer la última lágrima llevándose consigo todo resquicio de culpa y pude al fin comprender que había concluido la ceremonia, y que por una extraña razón me encontraba junto a la pared gastada en silencio, casi en la penumbra, iluminado sólo por un burlón haz de luz que encendía pequeñas partículas de polvo suspendidas en el aire.

    No traté de analizar lo que ocurrió esa noche, tampoco tuve los medios suficientes para hacerlo dado que cada pequeño instante se diluía en la memoria como fragmentos de distintos episodios aislados en tiempo y espacio.

    Sin embargo guardé celosamente la evocación de ese encuentro, que no pude determinar si se había tratado de un cuento o de un sueño, pero logré condensar esas pocas imágenes llegando a la construcción de una hermosa y frecuente historia que llegaba a mí por un ardid de la imaginación, y aunque aprendí a disfrutar de su recuerdo, tuve siempre la desdicha de que siempre se desvanecía antes de finalizar y nunca, jamás la pude completar.

    Polca

    FIN​
     
  4. https://img337.***/img337/9781/257sn1.gifBUENOS DÍAS A TOD@S :beso: :beso: :beso:


    LOS CINCO REGALOS DE LA AURORA BOREAL ​


    Mientras te acurrucas, voy a contarte una pequeña historia mi amor: Érase una vez un pequeñito muy hermoso que se llamaba Edgar Andreas, y que esa fría noche de invierno, cansado estaba de tanto jugar, reír, brincar y bailar, estabas adormilado y las estrellas y la luna como siempre, vinieron a darte un beso de buenas noches, pero en esta ocasión trajeron a una invitada muy especial, a la Aurora Boreal.

    Y ella de ver tu carita tan hermosa y tu sonrisa tan preciosa, de alegría se puso a bailar entre el frío y la oscuridad de la noche, pero con el resplandor de la nieve sus difusos colores brillaban aún más y con un suspiro te dijo: " Las estrellas y la luna, me han contado cosas muy lindas sobre ti, y es por eso que decidí traerte cinco regalos, pero has de guardarlos muy bien y no dejarlos escapar: " Del Blanco tendrás la pureza, del Amarillo la alegría, del Azul la tranquilidad, del Rojo el amor, y del Verde la salud ". De repente tus ojitos cansados se abrieron y una sonrisa apareció en tus labios y de ellos y entre sueños tu primer palabra brotó: " ¿¿usshh??", y con una mirada de amor te respondí: "¡¡Sí mi amor, también es luz!!. Tus ojitos de nuevo cerraste y dormidito descansaste. Pero la mamá del pequeñito al terminar el cuento pensó: "Yo creo que le dejó 6 regalos, porque el último, fue su primer palabra". Y a partir de entonces, cada vez que ve a la Aurora Boreal, la feliz mamá del niño, recuerda esa fría noche de invierno y la primer palabra de su pequeño. Y esa historia le ha de volver a contar.

    Olga Fladby
     
  5. benemi

    benemi ...mar adentro

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    zona centro
    Buenos días y Feliz Año!!!

    Chagall tu historia de la aurora boreal es preciosa. ;)


    El caracol y el rosal

    Hans Christian Andersen

    Alrededor del jardín había un seto de avellanos, y al otro lado del seto se extendían los campos y praderas donde pastaban las ovejas y las vacas. Pero en el centro del jardín crecía un rosal todo lleno de flores, y a su abrigo vivía un caracol que llevaba todo un mundo dentro de su caparazón, pues se llevaba a sí mismo.

    -¡Paciencia! -decía el caracol-. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas, muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.

    -Esperamos mucho de ti -dijo el rosal-. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?

    -Me tomo mi tiempo -dijo el caracol-; ustedes siempre están de prisa. No, así no se preparan las sorpresas.

    Un año más tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sacó medio cuerpo afuera, estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.

    -Nada ha cambiado -dijo-. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.

    Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió bajo el suelo.

    Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.

    -Ahora ya eres un rosal viejo -dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?

    -Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.

    -Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?

    -No -contestó el caracol-. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa.

    -Tu vida fue demasiado fácil -dijo el caracol.

    -Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día.

    -No, no, de ningún modo -dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.

    -¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?

    -¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los castaños produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.

    Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.

    -¡Qué pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.

    Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.

    Y pasaron los años.

    El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos.

    ¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena; siempre sería la misma.

    FIN
     
  6. mamaAnna80

    mamaAnna80 Hoy puede ser un gran dia

    FELIZ 2008 A TOD@SSSS
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    Buenos días BENEMI y CHAGALL :beso: ya estoy por aquí otra vez :eyey: pero no se si voy a tener tiempo para leer todos los cuentos atrasados :-? de momento he leído el de la Aurora Boreal y el del Caracol y el Rosal. Los dos preciosos :5-okey:

    Os dejo uno para empezar el año con reflexión ;)

    Zanahoria, Huevo o Café?
    El oro para ser purificado debe pasar por el fuego y el ser humano necesita pruebas para pulir su carácter. Pero lo más importante es; Cómo reaccionamos frente a las pruebas.

    Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

    Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

    La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.
    A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un bowl. Sacó los huevos y los colocó en otro bowl. Coló el café y lo puso en un tercer bowl. Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?" "Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta.

    La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

    Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, Padre?" El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

    "¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?. ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"

    ¿Y cómo eres tú, amigo?
    ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan , te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?

    Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?

    ¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor, tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

    ¿Cómo manejas la adversidad? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?



    Hasta luego :beso:
     

  7. Benemi :beso: :beso: :beso: :beso: me ha gustado,el caracol y el rosal.Bién ciérto que el mundo és así.

    MamaAnna :beso: :beso: :beso: Creo que a veces soy zanahória,las más café,pero huevo seguro que no :happy:

    Preparando un bizcocho -Anónimohttps://img169.***/img169/4987/04yb5.gif


    Un niño le contaba a su abuelita que todo iba mal: la escuela, problemas con la familia y enfermedades. Entretanto, su abuela confeccionaba un bizcocho.

    Después de escucharlo, la abuelita le dice: "¿Quieres una merienda".
    A lo cual el niño le contesta: "¡Claro que sí!".

    -"Toma, aquí tienes un poco de aceite de cocinar."
    -"Yuck", dice el niño.
    -"¿Que te parecen un par de huevos crudos?".
    -"ARRR, ¡abuela!".
    -"Entonces, ¿prefieres un poco de harina de trigo, o tal vez un poco de levadura?
    -"Abuela, ¿te has vuelto loca?, ¡todo eso sabe horrible!"

    A lo que la abuela responde: "Sí, todas esas cosas saben horrible, cada una aparte de las otras. Pero si las pones juntas en la forma adecuada, haces un delicioso bizcocho. Dios trabaja de la misma forma. Muchas veces nos preguntamos por qué nos permite andar caminos y afrontar situaciones tan difíciles. ¡Pero cuando Dios pone esas cosas en su orden divino, todo obra para bien! Solamente tenemos que confiar en Él y a la larga veremos que Dios hace algo maravilloso.

    ¡Dios te ama con locura!. Si Dios tuviera una nevera, pondría tu retrato en la puerta! Si tuviera una billetera, tu foto estaría allí.



    Te envía flores cada primavera y el sol sale para ti cada mañana. Cuando quieres hablar, Él te está escuchando. Puede vivir en cualquier parte del universo y ha escogido vivir en tu corazón. ¿Y qué te parece el regalo de Navidad que te envió a Belén?.


    Su locura de amor se demostró plenamente aquel viernes en el Calvario y el domingo de Resurrección. La locura de Su amor por tí no tiene límites.


    Llora todo lo que necesites llorar... Él secará tus lágrimas. Él te dará otro día para reír de lo que un día te hizo llorar, solo espera y sobre todo TEN FE .
     
  8. mamaAnna80

    mamaAnna80 Hoy puede ser un gran dia

    Buenos días :beso:

    CHAGALL ;) , creo que yo tampoco soy "huevo" :11risotada:

    Un regalo de Dios

    ""Macarena era una niña tan buena como bonita, estudiosa, obediente y siempre dispuesta a ayudar a todos; si su madre requería de su cooperación para realizar las labores del hogar, llámese asear la casa o preparar los alimentos, allí estaba Macarena siempre dispuesta a colaborar. Todos sus compañeros sabían que podían contar con ella para que les explicara alguna lección no comprendida; y su maestra la ponía siempre como ejemplo de buen comportamiento.

    Un día, al pasear por una calle, vio una niña muy pequeña y esmirriada con el sufrimiento pintado en su pequeño rostro y sus ojos negros brillando como carbunclos, delatando la fiebre que en ese momento la atenazaba.

    Se acercó presurosa a la niña y se interesó por saber que le pasaba, al enterarse que el padre de la niña estaba en la cárcel, su madre muy enferma y ella misma con mucha hambre y fiebre; la llevó con su maestra, persona ilustrada, quien se interesó por la familia y los ayudó; pero antes de despedirse de la niña le obsequió su más preciado tesoro el osito panda de ojos verdes que le regalaron en su último cumpleaños, pues hacía poco había cumplido diez años, y que nunca se separaba de ella.

    Es necesario aclarar que los padres de Macarena eran muy pobres
    y no podían comprarle juguetes, habiendo ella regalado el único que poseía.
    Al ir un día al mercado con su madre, pasó por una juguetería, en cuyo escaparate vio la muñeca más linda que ella había visto nunca: pelo rubio, ojos azul añil y boca color fresa de nombre Nenuco. Llevaba un precioso vestido de organza celeste y zapatitos azules a tono con su coqueto sombrerito que realzaba su elegancia.
    Ver a la muñeca y quedarse prendada fue uno solo, más ella no dijo nada para no apenar a su madre.

    Es Nochebuena, llegó la Navidad... dormida apaciblemente en su camita, Macarena sueña que el Niño Jesús viene a verla y le habla dulcemente diciéndole que por ser una niña tan buena pronto iba a recibir un premio, dejándole en la mano una pequeña flor para que ella siempre recuerde que EL ha venido a verla.

    Al despertar al día siguiente, la niña siente que tiene algo en la mano; al abrirla ve la pequeña florcita que Jesús depositó en ella y sonríe muy feliz; más, al mirar a los pies de la cama, descubrió allí, en una gran caja, la muñeca de sus amores y loca de contenta corrió buscando a sus padres a quienes les mostró su muñeca y les contó la visita de JESÚS por lo cual todos oraron para agradecer al Señor.

    ¿Qué había sucedido? El padre había recibido un dinerito extra por un trabajo realizado y la madre al recordar el fulgor ansioso en los ojos glaucos de
    su hija al mirar a la muñeca; lo decidió, con su comentario, a comprarla.
    Macarena fue muy feliz esa Navidad, siempre recordaba la visita de Jesús y tenía presente que una buena acción tiene su premio."

    Alondra (yolanda Arriola)
     
  9. BUENOS DÍAS A TOD@S

    Que cuénto más tierno y lleno de bondad Mama :beso: :beso: :beso: me ha gustado mucho


    UN JARDINERO POCO COMÚN


    Había una vez.... un señor, era un poco gruñón, la verdad.
    Sin embargo, quien lo conocía sabía de su buen corazón.

    Alguna vez lo veía con una gran escoba de acero, de las que se usan para barrer las hojas de los jardines, a la hora de hacer su trabajo... porque he de decirles que era un jardinero, de los que mantienen los jardines de las ciudades limpios y arreglados para que los demás los disfrutemos.

    Decía que a veces lo veía con su gran escoba barriendo las hojas, lo veía agacharse con cariño para recoger algún papel tirado por un niño después de comer una paleta o de recoger alguna bolsa de papel que tiró un señor que pasó apresuradamente al trabajo, el cual después de comerse una torta simplemente arrojó la bolsa al piso.

    Me sorprendía que hiciera su labor calladamente, yo en su lugar cada que sorprendiera a alguien tirando basura, sin darse cuenta del trabajo que da el levantarla le soltaría un sermón o un buen regaño.
    El no. El simplemente hacía su trabajo, el cual no era levantar basura, sino recoger las hojas de los árboles y arreglar los jardines, limpiando las plantas, sembrando flores, regando.

    Un día, paseando por ahí llevando a mi bebé en la carreola, me acerqué a platicar con él, cuando lo ví agacharse a levantar otro papel más:
    "Qué gente, ¿no?" "Deberían tener consideración de las personas como usted que trabajan y no arrojar basura a la calle y a los jardines"

    Me miró sonriendo, se acercó a mi bebé y le acarició la barbilla:
    -"¡Qué hermoso bebé! Seguramente le gusta mucho salir de paseo con su mami"
    -"Sí; creo que le gusta mucho cuando voy caminando y le platico de los árboles, de los pájaros, cuando pasa alguna persona y le dirige una sonrisa: le digo "Saluda, bebé. Diles Hola"
    -"Si; los bebés son muy listos. Cuando les platicamos parece que no entienden y tal vez no entiendan todo lo que les decimos, pero seguramente les gusta el oir que se les habla con cariño, que los saluden los demás"

    Y así seguimos por un rato platicando de sus plantas, porque para él eran sus plantas, de su trabajo, de bebés....

    Cuando me despedí, me dí cuenta que mi coraje había disminuido.
    Regresé a comentarle que me había dado mucho gusto el platicar con él, que le agradecía su trabajo y que mantuviera el parque tan bonito.

    Me miró agradecido y me dijo que por momentos como ése, en que veía a mamás paseando con sus hijos, a padres jugando con sus hijos, a chicos corriendo y brincando, valía la pena hacer su trabajo. Y que no le importaba el tener que levantar de vez en cuando un papel tirado por alguien inconsciente, si éso le permitía seguir viendo caras sonrientes como la de mi bebé.

    Desde ése día, cuando lo veo a lo lejos, lo saludo. Algunas veces me acerco a platicar con él. Otras lo veo platicando con otras personas, muy contento con su trabajo. Algunas veces detiene su labor y voltea a ver a los niños subidos en los columpios riendo felices. Adivino un suspiro de su parte y lo veo volver a barrer las hojas de los árboles.

    Dulces sueños.
     
  10. benemi

    benemi ...mar adentro

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    Hola gente!!!

    Chagall :beso: ,MamaAnna :beso:
    Chipi gracias por tus felicitaciones navideñas, para cuando un cuento tuyo???:smile:

    Aquí os dejo esta joya visual narrada ;)





     
  11. mamaAnna80

    mamaAnna80 Hoy puede ser un gran dia

    Hola Benemi :beso: me alegra verte ;)

    Hola Chagall :beso:

    Encuentro a faltar a Grendel y a Chipi y a los demás que de cuando en cuando también ponen su cuento :(

    Hoy tengo un día pensativo y un poco tristón ....... (debe ser pq está nublado) ..... y ......... buscando un cuento ...... he encontrado esto que me ha hecho reflexionar un poco.

    Envejecer es Obligatorio; Madurar es Opcional

    "El primer día en la universidad nuestro profesor se presentó y nos pidió que procuráramos llegar a conocer a alguien a quien no conociéramos todavía. Me puse de pie y miré a mí alrededor, cuando una mano me tocó suavemente el hombro. Me di la vuelta y me encontré con una viejita arrugada cuya sonrisa le alumbraba todo su ser. 'Hola, buen mozo. Me llamo Rose. Tengo ochenta y siete años. ¿Te puedo dar un abrazo?
    Me reí y le contesté con entusiasmo: '¡Claro que puede!' Ella me dio un abrazo muy fuerte.
    'Por qué está usted en la universidad a una edad tan temprana, tan inocente?', le pregunté. Riéndose contestó: 'Estoy aquí para encontrar un marido rico, casarme, tener unos dos hijos, y luego jubilarme y
    viajar.'
    'Se lo digo en serio', le dije. Quería saber qué le había motivado a ella a afrontar ese desafío a su edad.
    '¡Siempre soñé con tener una educación universitaria y ahora la voy a tener!', me dijo. Después de clases caminamos al edificio de la asociación de estudiantes y compartimos un batido de chocolate. Nos hicimos amigos enseguida. Todos los días durante los tres meses siguientes salíamos juntos de la clase y hablábamos sin parar. Me fascinaba escuchar a esta "máquina del tiempo".
    Ella compartía su sabiduría y experiencia conmigo. Durante ese año, Rose se hizo muy popular en la universidad; hacía amistades a donde iba. Le encantaba vestirse bien y se deleitaba con la atención que recibía de los demás estudiantes. Se lo estaba pasando de maravilla. Al terminar el semestre le invitamos a Rose a hablar en nuestro banquete de fútbol.
    No olvidaré nunca lo que ella nos enseñó en esa oportunidad. Luego de ser presentada, subió al podio. Cuando comenzó a pronunciar el discurso que había preparado de antemano, se le cayeron al suelo las tarjetas donde tenía los apuntes.
    Frustrada y un poco avergonzada se inclinó sobre el micrófono y dijo simplemente, 'disculpen que esté tan nerviosa. Dejé de tomar cerveza por cuaresma y ¡este whisky me está matando!'
    'No voy a poder volver a poner mi discurso en orden, así que permítanme simplemente decirles lo que sé.' Mientras nos reíamos, ella se aclaró la garganta y comenzó: 'No dejamos de jugar porque estamos viejos; nos ponemos viejos porque dejamos de jugar. Hay sólo cuatro secretos para mantenerse joven, ser feliz y triunfar.'
    'Tenemos que reír y encontrar el buen humor todos los días.'
    'Tenemos que tener un ideal. Cuando perdemos de vista nuestro ideal, comenzamos a morir. ¡Hay tantas personas caminando por ahí que están muertas y ni siquiera lo saben!'
    'Hay una gran diferencia entre ponerse viejo y madurar. Si ustedes tienen diecinueve años y se quedan en la cama un año entero sin hacer nada productivo se convertirán en personas de veinte años. Si yo
    tengo ochenta y siete años y me quedo en la cama por un año sin hacer nada tendré ochenta y ocho años.
    Todos podemos envejecer. No se requiere talento ni habilidad para ello. Lo importante es que maduremos encontrando siempre la oportunidad en el cambio.'
    'No me arrepiento de nada. Los viejos generalmente no nos arrepentimos de lo que hicimos sino de lo que no hicimos. Los únicos que temen la muerte son los que tienen remordimientos.'
    Terminó su discurso cantando 'La Rosa'. Nos pidió que estudiáramos la letra de la canción y la pusiéramos en práctica en nuestra vida diaria.
    Rose terminó sus estudios. Una semana después de la graduación, Rose murió tranquilamente mientras dormía. Más de dos mil estudiantes universitarios asistieron a las honras fúnebres para rendir tributo a la maravillosa mujer que les enseñó con su ejemplo que nunca es demasiado tarde para llegar a ser todo lo que se puede ser.

    "No olviden que ENVEJECER ES OBLIGATORIO; MADURAR ES OPCIONAL."
     
  12. benemi

    benemi ...mar adentro

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    A mí también, mamaAnna, a mí también :beso: :beso:


    Precioso cuento, ciertamente encierra entre sus lineas una gran verdad. Gracias MamaAnna:beso:
     

  13. Benemi me ha dado penita al final del gigante :11risotada: :11risotada:

    MamaAnna arriba ése ánimo :5-okey:


    ROMPE LO TODO


    Marta vivía, como han vivido muchos de los niños de los cuentos, con su madrastra. Esta madrastra se llamaba doña Policarpa del Pésimo-Carácter y con esto está dicho que era mujer de un genio avinagrado y lleno de malas intenciones. Naturalmente con la sola compañía de doña Policarpa, la vida de la pobre Marta estaba muy lejos de ser amable o cómoda. Servía de criada única a la señora y hacía para ella cuanto el trajín doméstico exigía; desde por la mañana con el canto del gallo en el corral, hasta la noche con el barrer de las cenizas de la hornilla de la cocina, la pobre Marta no tenía descanso.

    Marta, como su madre muerta, tenía los ojos de inocencia, la tez de durazno recién madurado y el cabello negro recogido en dos trenzas. Esta semejanza con la anterior esposa de su marido era lo que más odiosa la hacía a los ojos de su madrastra. No es cierto que Marta rompiera demasiadas cosas. Alguna vez, a la hora de fregar los platos, uno de ellos se hacía añicos en el suelo, pero es que la pobre niña tenía los dedos resbalosos de grasa o de jabón y las manos cansadas de hacer oficio. Otras veces las ropas de tan traídas y llevadas se le caían a pedazos. Cierto que un día dejó quebrar una de las fuentes de porcelana y que por treparse al duraznero de la huerta desgajó dos de sus ramas mejores, pero esto sucede a todos los niños, mucho más si tienen tanto qué hacer y no tienen ni un solo juguete propio para entretenerse.

    El carácter endiablado de doña Policarpa hacía crisis cuando recibía el anuncio de alguna visita. Tales días la voz áspera no cesaba un momento de reñir y los pellizcos mordían la piel de Marta, y los bofetones sonaban sobre sus mejillas de durazno maduro. Una mañana que doña Policarpa del Pésimo-Carácter esperaba la visita de los parientes ricos, sucedió entre ella y Marta Rómpelo-Todo lo que va contarse.

    Quería la señora lucirse ante los suyos y sacó del fondo del cofre, para adorno de la mesa, el botellón de cristal labrado con tapa de plata que era herencia de su abuela y orgullo de toda su vida. Traía Marta la preciosa vasija entre las dos manos, con la misma reverencia que se lleva una reliquia, andando paso entre paso y sin quitar los ojos de él ni un solo momento; de pronto, dio doña Policarpa una de esas órdenes suyas a pleno pulmón, Marta tuvo un sobresalto, el jarrón vacilón entre sus manecitas y se hizo añicos sobre las baldosas del pasadizo. Marta quedó muda de espanto e inmóvil del terror.

    – ¡Maldita! ¡El diablo haga que no puedas volver a romper nada en tu vida! –hipó casi ahogada de furia doña Policarpa.

    – Permítalo Dios –respondió desde el cielo la voz de la madre angelical y buena de Marta.

    La niña sollozaba sin intentar siquiera detener el golpe que con el rodillo de amasar las pastas y con toda la fuerza de su ira le propinó su madrastra. Todo esto es un poco triste, pero es necesario para comprender la maravilla de este cuento.

    Pegaba doña Policarpa, y Marta no lloraba ni respondía palabra. Y no lloraba porque no podía romper en lágrimas, y no gritaba, porque no podía quebrar el silencio. Desde ese día en adelante, por mal deseo de la señora y por intercesión de su buena mamá, Marta no podía romper nada.

    Admiróse doña Policarpa de la tranquilidad con que Marta recibía el castigo y paró de golpearla. A todas estas ya iban a llegar los familiares y era necesario apresurar los preparativos para el agasajo.

    – Anda, descocada, y prepara la tortilla.

    Fue la niña a la cocina, tomó los huevos y fue a romperlos, como siempre, contra el borde de la sartén. El primer golpe, falló, el segundo tampoco dio resultado. Sin duda –pensó Marta– estas gallinas están comiendo mucha tierra con cal, porque la cáscara está muy dura. Tomó un cuchillo por la hoja y con el cabo golpeó con fuerza. Inútil. Marta no podía romper siquiera la cáscara de un huevo. Quiso ir a informar a doña Policarpa, pero no podía –ya lo hemos dicho– romper el silencio. Fue a la despensa, trajo el martillo de partir la panela y golpeó los huevos con toda su energía, sin ningún efecto. En esto vino doña Pola, vio a Marta con el martillo y pensó que estaba jugando en vez de hacer el oficio.

    – ¿Dónde está la tortilla?

    – No he podido quebrar los huevos.

    – Perezosa, malmandada. –Y tras sacudirle, de paso un bofetón, la señora tuvo que partir los huevos y batir la tortilla.

    – Anda a la huerta y tráeme una ramita de perejil.

    Fue Marta a la huerta, se arrodilló cerca al perejil para no ir a dañar la matica, trató de desprender una de sus ramas, pero fue inútil.

    Hizo un esfuerzo mayor, sin que la ramita cediera. Se levantó y con las dos manos agarró un manojo de tierno perejil y haciendo toda la fuerza sobre sus talones trató de arrancarlo. Nada, como si el perejil estuviera agarrado a una roca con raíces de acero. Fue doña Pola a la huerta y con el solo esfuerzo de la punta de sus dedos arrancó la ramita y se volvió para la casa echando tufos y ya intrigada con lo que venía sucediendo. Nunca la niña había sido tan desobediente.

    – Marta, parte un poco de leña.

    Marta fue por el hacha, apoyó con cuidado un trozo de madera en el cabezal, midió el golpe, levantó el hacha y la dejó caer con todo su vigor. Era un leño seco y quebradizo, fácil de romper, pero el hacha salió rebotando por encima de las tapias y cayó en el predio vecino. Marta fue por ella e intentó un nuevo golpe, con los mismos efectos. Vino doña Policarpa, tuvo que rajar por sí misma la leña y así terminó aquel día, sin otras novedades, fuera de que Marta no podía hablar mientras su madrastra no le dirigiera la palabra y que ésta estaba ya molesta con la manera como se estaban presentando las cosas en su hogar, antes tan bien organizado.

    A la mañana siguiente Marta Rómpelo-Todo fue a la cocina, todavía a oscuras, para encender el fugo. Frotó la cerilla contra la caja, sin resultado; probó a rasparla contra una piedra áspera, pero tampoco dio lumbre, y así acabó con cuantas había en la caja sin provecho alguno. Marta no podía romper la oscuridad y hasta cuando salió el sol no pudo hacer fuego. Fue a sacar agua del pozuelo; pero, como no podía quebrar la superficie límpida y pareja del agua quieta, el cuenco rebotaba contra el agua como si ésta fuera una lámina de metal transparente. Subió el desayuno a doña Policarpa en una fuente, penetró en la alcoba y como no podía llamar a la señora con palabras porque la alcoba estaba en silencio, trató de despertarla moviendo las mantas y tomando la mano de doña Pola. Pero, ya lo comprenderán mis lectores, Marta no podía romper el sueño de su madrastra. El desayuno quedó ahí sobre la mesita de noche, hasta cuando doña Policarpa se despertó, bien entrada la mañana. Azotó a Marta con una cuerda mojada, pero la niña no lloraba ni decía una palabra de queja.

    El asunto exigía resoluciones radicales. Doña Policarpa del Pésimo-Carácter no quería mantener en su casa una muchacha inútil y que sólo era una boca para comer, que no acertaba a hacer sus oficios y ni siquiera a decir una palabra. Fue al miserable cuartucho en donde dormía Marta, reunió las ropas del camastro y las de la pobre chica en un hatillo y, con un último pellizco, colocó a la huérfana de patitas en la calle, creyendo que una mujer tan inútil pronto moriría de hambre.

    La madre angelical y buena de Marta estaba mirando todo esto desde el cielo. Apenas su hija hubo salido de la dura y cruel tutela de su madrastra, dejó de pesar sobre ella la maldición de la vieja, y la niña pudo romper en cantos de alegría, que acompañaban con sus voces los pajaritos de la enramada y las ranas de los charcos que bordeaban el camino. De un arbusto oloroso quebró sin ningún trabajo una rama, hizo con ella un bastón de caminante y de él colgó el hatillo de sus ropas. Y así, cantando y riendo, se lanzó a la ancha y abierta vida a buscar el sustento que bien sabía ganar siendo hacendosa y buena. Desde entonces doña Policarpa hace por sí misma todos los oficios de su mezquina casa, no tiene con quién hablar y debe volverse contra ella misma cuando se le rompe algún cachivache.

    Osvaldo Díaz Díaz
     
  14. chipi-chipi

    chipi-chipi Donax denticulatus

    hola :happy:

    hola chagal :beso: hola benemi :beso:

    mamaana :beso: no piense que tu trabajo se pierde :happy: todos te leemo :happy: y sabemo que muchos cuento los traduce :happy: de tus libro de cuento que le leia a anita ;) por eso yo te quiero :beso: y tanbien chagal que es mi mama :ojoscorazon: y benemi que es mi amiga panita :beso: vamo a espera a grendel :happy: seguro viene en estos dia :happy:

    canbio :happy:
     
  15. Benemi :besogrande: :besogrande: MamaAnna80 :besogrande: :besogrande:Chipi-Chhipi :besogrande: :besogrande:


    LOS AMIGOS



    Que fácil es sonreír, cuando nos miramos al espejo y nos damos cuenta que nuestra sonrisa traerá otra sonrisa. Al perdonar y olvidar unos a otros, las faltas, nos permite estar en armonía con el Universo, si fuéramos perfectos no estaríamos en la Tierra puliendo nuestro Diamante Interior. Preparemos cada día nuestros corazones para la armonía.

    Había una vez un país donde había muchas flores, quizás tantas que cuando las mariposas golosas ya no sabían en cual flor se posarían cada día, y los picaflores se paseaban aquí, acá y allá.

    Esto era obra del amor que brotaba de todos los corazones, y era expresado en la disposición a sonreír, no habían peleas, ni malos entendidos y los corazones estaban plenos de sí mismos, las fragancias de las flores llenaban sus sentidos, de emociones, de pensamientos y sentimientos puros.

    Hasta que un día un par de amigos no se hablaron más, y las flores de sus jardines se marchitaron, cuando se veían en la calle se ignoraban como si nunca se hubieran conocido, y cuando esto ocurría los jardines aledaños también se marchitaron.

    Este par de amigos empezó a enfermar a su familia, amigos, teñían todo a su alrededor con la falta de amor.

    Y un picaflor que venía de un lugar muy lejano se sorprendió de los cambios que se habían producido allí, ya no era el país lindo que era.

    Entonces se propuso que visitaría todas las casas que estaban un poco feas, y que con su cantar alegraría las flores y estas volverían a ser partícipes de jardines muy bellos.

    Así que con su alegre cantar, lleno de música los jardines y estos empezaron a mejorar poco a poco.

    Y los corazones nuevamente estuvieron felices, pero hubo algunos jardines que no tuvieron remedio, era del par de amigos que no se hablaban.

    Un día el pajarito cantó una canción muy triste en casa de uno de ellos, y éste lloró amargamente y se dio cuenta que si no volvía a conversar con su amigo, él ya no podría ser feliz, el rencor le roía el alma.

    En otro día cantó la misma canción al otro amigo, pero este tenía duro el corazón, el picaflor lo intentó tres días la misma canción al no obtener resultados, cantó la canción de cuna que cantaba a sus hijitos y éste se sintió triste y se dio cuenta que le faltaba algo y que no podía ser feliz.

    Esa misma tarde al pasear por allí, se encontró con su amigo, le miró a los ojos y le dijo: ¿cómo estas, querido amigo? y él sólo le abrazó y le dijo que lo amaba y que su amistad era un tesoro que había perdido.

    Ambos amigos se quedaron abrazados largamente y se prometieron mutuamente nunca dejar pasar demasiado tiempo para estar en paz.

    Y cuando el pajarito vio esto se puso muy contento y emprendió nuevamente su vuelo.

    Todo en ese país, fue nuevamente la tierra de las flores y del color y porque no decirlo también de la armonía.


    Blanca Luz – Chilena