El Cuenta Cuentos

Tema en 'Comunidad de Infojardín' comenzado por EvaPatry, 31/8/07.

  1. mamaAnna80

    mamaAnna80 Hoy puede ser un gran dia

    Hola a tod@s:beso: :beso: :beso:

    El domingo empezaron a venir visitas y no puede estar por vosotros, pero hoy me he tomado la mañana libre para mi y aquí esta lo prometido.

    Precisamente pongo este cuento pq vino un niño al qué le van muy mal las mates y, además, dice qué los decimales no sirven para nada. Si viene mañana, se lo haré leer.

    [​IMG]
    El mundo de los decimales
    En la mesa de estudio de Miguel, había una gran agitación. De sus deberes de matemáticas habían salido los números y se paseaban discutiéndose por encima de los papeles. La coma de la operación con decimales estaba confundida:

    -¿Dónde tengo que estar yo?-decía moviendo los brazos de un lado para otro. Si me pongo un número a la derecha, el 3 se enfada. Y si me muevo hacia la izquierda el que se enfada es el 8. A mí me da igual. Yo lo que quiero es hacer las cosas bien y que todos estemos contentos.

    -¡Yo tengo más derecho que el 8!-decía el 3, que era muy orgulloso.

    -¡Mentira, yo soy mayor y tengo preferencia!-replicaba el 8.

    -Eres mayor, pero menos importante.

    -No sirvo para nada, mejor que me vaya-decía triste la coma en vista de todo lo que sucedía.

    -¡Nooooooo!-se oyó por toda la mesa. Todos los números estuvieron de acuerdo en eso y se pusieron alrededor de la coma para que no se fuera.

    -Está bien, chicos, quiero decir, números; me quedaré aquí, pero... ¿cómo resolveremos el problema?

    Nadie sabía qué hacer. El 3 y el 8 no se hablaban y ya se empezaban a formar conjuntos a favor del 3 y conjuntos que daban la razón al 8.

    El 1 vió que las cosas no podían seguir por ese camino y dijo:

    -Pongámonos en fila para hablar de esta envidia que nos tenemos los unos a los otros.

    Todos los números se pusieron en orden y empezaron a discutir. Al cabo de un rato de hablar sin decisión, aparecieron sobre la mesa las hermanas más famosas en el mundo de las matemáticas. Sí, eran la suma, la resta, la multiplicación y la división. También conocidas como “las operaciones”. Venían hablando y cuchicheando sobre sus últimos trabajos y al oir gritar al 1 se callaron de golpe.

    -¿Qué os pasa, chicos?-dijo la división.

    Todos guardaron silencio, ya que la división, a pesar de su aspecto amable e incluso atractivo, era la operación más temida por su fuerte carácter.

    Finalmente, el 4, que casi no había hablado, fue el que se atrevió a explicar la situación.

    -Pués que nadie tiene trabajo y se pelean por ser más importantes.

    Las operaciones se miraron con una expresión entre divertida y de cierto desdén, sin poder entender como habían llegado los números a ese punto. Hablaron en corrillo un minuto y acto seguido encontraron la solución. Por algo eran las más listas y admiradas.

    -Pués nosotras os daremos trabajo-dijo la suma, la más extrovertida y coqueta de las cuatro.

    Los números y la coma no lo podían creer. ¿De verdad las cuatro hermanas habían solucionado su gran problema? Todos se juntaron para oir mejor lo que les iban a proponer. Empezó a hablar la división:

    -Un grupo que venga conmigo que haremos una división. No tengais miedo. Es difícil, pero cuando se consigue es muy satisfactorio.

    -¡A mí me dais otro grupo y multiplicaremos!-dijo la multiplicación, la más divertida y risueña de todas.

    -Y a mi otro grupo que restaremos-dijo la resta un poco más bajito. Era un poco tímida y pesimista, pero era tan trabajadora como sus otras hermanas.

    -Pués para mí los que sobren, incluida la coma, que haremos una suma con coma. ¡Veréis que divertido!

    Y así es como todos los números del mundo tienen su trabajo. Y, además, todos son suficientemente importantes. ¿No os parece?

    (Laia Bahima Borràs)"



    Siento no poder estar más con vosotr@s, pero así es la vida :(

    Hasta la próxima semana y un abrazote a tod@s
     
  2. benemi

    benemi ...mar adentro

    Mensajes:
    890
    Ubicación:
    zona centro
    MamaAnna:beso: :beso: Chagall:beso: :beso: EvaPatry:beso: :beso: Gusarapa, bienvenid@:beso: :beso:

    El Lobo (Hermann Hesse 1903)
    Un relato que hace pensar si realmente somos conscientes de lo que nos rodea y si queremos respetarlo.:( :(

    Nunca en las montañas francesas había habido un invierno tan terriblemente
    largo y frío. Desde hacía semanas, el aire era claro y helado. De día, los grandes
    glaciares inclinados se extendían infinitos y de un blanco mate bajo
    el cielo de un color azul muy vivo; de noche, la luna, clara y pequeña,
    pasaba por encima de ellos; una luna gélida, de un brillo amarillento,
    cuya luz intensa adquiría tonos azules y broncos en la nieva, y parecía
    la personificación misma de la helada. Los hombres evitaban todos los caminos,
    y especialmente las cumbres; ateridos y maldicientes, permanecían en las cabañas
    de sus aldeas, cuyas ventanas, enrojecidos, brillaban y se extinguían
    pronto, por la noche, de un modo turbio y humoso, junto a la luz azulada
    de la luna.
    Eran tiempos difíciles para los animales de la región. Los más pequeños
    perecían helados en gran cantidad; también los pájaros sucumbían a la helada,
    y los flacos cadáveres servían de botín a los azores y a los lobos.
    Pero también éstos pasaban tremendas penalidades a causa del frío y el hambre.
    Sólo unas pocas familias de lobos habitaban el lugar, y la necesidad los empujó a
    estrechar los vínculos. Se pasaron días andando solos. Aquí y allá, uno de
    ellos avanzaba por la nieve, flaco, hambriento y al acecho, silencioso y esquivo
    como un fantasma. Su delgada sombra se deslizaba junto a él por la nevada
    superficie. Tendía al viento, husmeando, su hocico puntiagudo, y dejaba oír
    de vez en cuando un aullido seco y atormentado. Pero por la noche se juntaban
    todos y rodeaban las aldeas con roncos aullidos. En ellas, el ganado y las
    aves de corral estaban a buen recaudo, y, tras los sólidos postigos, había
    carabinas apoyadas en la pared. Pocas veces obtenían un pequeño botín,
    por ejemplo, un perro, y habían sido ya abatidos dos miembros de la manada.

    El frío persistía. A menudo, los lobos yacían juntos, silenciosos y ensimismados,
    dándose calor unos a otros, y acechaban ansiosos el yermo sin vida, hasta
    que uno, atormentado por los crueles martirios del hambre, saltaba de pronto
    con tremendos aullidos. Los demás volvían entonces sus hocicos hacia él
    y estallaban todos juntos en un alarido terrible, amenazador y plañidero.

    Finalmente, la parte más pequeña de la manada se decidió a emigrar.
    De madugrada, abandonaron sus guaridas, se reunieron y, llenos de miedo
    y excitación, husmearon el aire helado. Luego partieron con un trote
    rápido y regular. Los que se quedaban los siguieron con unos ojos muy
    abiertos y vidriosos, trotaron tras ellos algunas decenas de pasos,
    se detuvieron indecisos y desconcertados, y regresaron lentamente a
    las guaridas vacías.

    Los emigrantes se separaron al llegar el mediodía. Tres de ellos se
    dirigieron al Este, hacia el Jura suizo, y los demás continuaron hacia
    el Sur. Los tres primeros eran unos animales hermosos y fuertes, pero
    terriblemente enflaquecidos. El vientre estrecho y de color claro era
    delgado como una correa; las costillas sobresalían de un modo lamentable;
    las fauces estaban secas, y los ojos, abiertos y desesperados.
    Los tres penetraron juntos en el Jura, y al segundo día cobraron un carnero;
    al tercer día, un perro y un potro; pero se vieron acosados furiosamente por todas
    partes por la población campesina. En la comarca, abundante en pueblecitos
    y pequeñas ciudades, cundió el pánico ante aquellos intrusos inesperados.
    Los trineos del correo fueron armados, y nadie podía ir de un pueblo a otro
    sin fusil. En la región desconocida, después de un botín tan bueno, los tres
    animales se sentían a la vez cómodos y amedrentados; se volvieron más temerarios
    que nunca y penetraron en pleno día en el establo de una hacienda. Bramidos
    de vacas, de caballos y jadeos anhelantes llenaron el espacio cálido y
    angosto. Pero esta vez hubo gente que intervino. Se puso precio a los lobos
    y esto redobló el valor de los campesinos. Dos de ellos sucumbieron; uno
    con el cuello atravesado por una bala de un fúsil; el otro, abatido a hachazos.
    El tercero escapó y corrió hasta caer medio muerto en la nieve. Era el más
    joven y hermoso de los lobos, una bestia orgullosa, de enorme fuerza y formas
    esbeltas. Permaneció largo tiempo jadeante en el suelo. Círculos de un rojo sangriento
    flotaban en remolino ante sus ojos, y de vez en cuando lanzaba un doloroso
    gemido sibilante. Un hachazo le había alcanzado el lomo. Pero se recuperó
    y pudo volver a levantarse. Sólo entonces se dió cuenta de lo mucho que
    se había alejado. No se veían seres humanos ni edificios por parte alguna.
    Muy cerca se alzaba una gran montaña cubierta de nieve. Era el Chasseral.
    Decidió rodearla. Como le atormentaba la sed arrancó pequeños bocados de
    la dura costra helada de la nevada superficie.

    Al otro lado de la montaña se encontró en seguida con una aldea. Caía la
    noche Esperó en un espeso bosque de abetos. Después se deslizó con precaución
    alrededor de los vallados, siguiendo el olor a establos calientes.

    No había nadie en la calle. Con temor y codicia, anduvo parpadeando por entre las casas.
    Sonó un disparo. Levantaba la cabeza y tomaba impulso para echar a correr,
    cuando estalló un segundo disparo. Le había alcanzado. Su vientre blanquecino
    aparecía manchado de sangre en uno de los flancos, y la sangre caía en gruesas
    gotas persistentes. No obstante, consiguió escapar a grandes saltos y alcanzar
    el bosque del otro lado de la montaña. Allí esperó unos instantes al acecho
    y oyó voces levantó los ojos hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y de
    difícil ascenso. Pero no había otra alternativa. Jadeante, abajo, una
    confusión de blasfemias, órdenes y luces de linternas se extendía a lo
    largo de la montaña. El lobo herido se enfilaba tembloros a través del bosque
    de abetos en la penumbra, mientras la sangre parduzca iba goteando lentamente
    de su flanco.

    El frío había disminuido. Al Oeste, el cielo aparecía vaporoso y
    parecía anunciar una nevada.

    Al fin, el agotado animal llegó a la cumbre. Estaba sobre una gran extensión nevada,
    ligeramente inclinada, cerca del Mont Crosin, muy por encima de la aldea
    de la que había escapado. No tenía hambre, pero sentía un dolor persistente
    y apagado que le venía de la herida. Un ladrido ronco y enfermizo salía
    de su hocico colgante; el corazón le palpitaba de un modo pesado y doloroso,
    y sentía la mano de la muerte oprimiéndole como una carga indeciblemente díficil
    de soportar. Le atraía un abeto de ancho ramaje, separado de los demás.
    Allí se sentó y dirigió una mirada turbia a la terrible noche nevada.
    Pasó media hora. Entonces cayó sobre la nieve una luz de un rojo tenue, suave, extraña.
    El lobo se incorporó con un gemido y volvió la hermosa cabeza hacia la luz.
    Era la luna que, gigantesca y roja como la sangre, salía por el Sureste
    y se alzaba lentamente en el cielo turbio. Hacía muchas semanas que no
    había sido tan grande y roja. Los ojos del animal agonizante se clavaban
    tristemente en el opaco disco lunar, y nuevamente un débil aullido resonó
    con un estertor, sordo y doloroso, en la noche.

    Se aproximaron pasos y luces. Campesinos embutidos en gruesos capotes, cazadores
    y jóvenes con gorros de piel y pesadas polainas, venían pisando la nieve.
    Sonaron gritos de júbilo. Habían descubierto el lobo moribundo; dispararon
    contra él dos tiros, que no dieron en el blanco. Luego vieron que se estaba muriendo,
    y cayeron sobre él con palos y estacas. Pero él ya no sentía nada.

    Con los miembros destrozados, lo bajaron arrastrándole hasta St. Immer.
    Reían, se ufanaban, se prometían unos buenos vasos de aguardiente y café,
    cantaban, renegaban. Ninguno de ellos veía la belleza del bosque nevado,
    ni el brillo de las cumbres, ni la luna roja que flotaba sobre el Chasseral
    y cuya luz tenue se reflejaba en los cañones de sus fusiles, en los cristales
    de la nieve y en los ojos vidriosos del lobo abatido.
     
  3. mamaAnna :beso: :beso: Eva Patry :beso: :beso: Gusarapa :beso: :beso: Benemi :beso: :beso:

    LA GOMITA FELIZ

    Me sentía realmente mal y, como comprobó mi mami con el termómetro, mi temperatura era casi de 39 grados. Con razón me dolía la cabeza y sentía mi cuerpo cortado. Así es que rápidamente me hizo tomar un baño tibio, que no me gusta para nada, pero que me baja la temperatura y me metí a la cama, donde el sueño se apoderó de mí.

    No recuerdo lo que soñé, pero me despertaron unos ruidos sobre mi escritorio. Pensé que era mi gato, descubriendo cosas entre mis útiles, así es que me enderecé un poco, para llamarlo y hacer que se bajara.

    Pero no era mi gato, sino que todo el ruido lo hacían mis útiles que salían poco a poco de mi estuche. Me quedé casi moverme y vi con gran asombro, como los lápices de colores, grandes y chicos, mi sacapuntas con su enorme boca abierta y lista para dejar los lápices con buena punta, mi regla de color verde, todo iba saliendo; hasta los cuadernos y los libros de trabajo se sumaron al desfile.

    Cada cosa caminando sobre sus pequeños pies y ayudándose de sus manitas, tan chiquitas pero tan diestras.

    Jamás había visto algo parecido. Hice un ruido como si me estuviera moviendo dormida y entre ojos, vi como todas las cosas volvían a ser como siempre, simplemente, los útiles de la escuela. Me acomodé mejor y me puse a espiar; me preguntaba qué podría seguir.

    Cada una de las cosas, bajaron deslizándose por una de las patas del escritorio y muy despacio, empezaron a subirse a mi cama. Todos y cada uno, se instalaron sobre mi colcha de colores y allí se quedaron, comentando entre ellos, todo lo mal que me veía.

    - No podrá ir a la escuela por varios días - dijo el bicolor.

    - Con esa fiebre tan alta, debe descansar lo más posible - agregó el sacapuntas.

    - ¡Pobre! ¿Pero se va a mejorar pronto? - preguntó el lápiz rosa, que se agarró de la mano del lápiz celeste, que a su vez tomo la mano del verde.

    - ¡Claro que sí! - respondió el cuaderno de matemáticas - si su mamá ya le dio las medicinas.

    Me dio tanto gusto saber que hasta mis útiles estaban preocupados, pero deseando que me recuperara luego. Abrí los ojos, como si recién viniera despertando y, como los útiles se colocaron en su estado real, comenté, para que ellos me escucharan:

    - ¡Qué bueno que tengo todas mis cosas a la mano! Debe haber sido mi mami quien los trajo. Ahora que me siento un poquito mejor, voy a dibujar un rato.

    Empecé a revisar que todo estuviera a la mano y muy pronto me percaté que la goma no estaba allí. La verdad es que no me gusta usar la goma, porque pierdo mucho tiempo en borrar y volver a escribir, así es que muchas veces, tacho lo malo y sigo con mi tarea.

    Pero de todos modos, dije:

    - ¡Qué raro que mi goma no esté aquí! Ni tampoco mi estuche para guardar todo.

    Escuché una carraspera muy suave, tomé el sacapuntas porque me di cuenta que había sido él, y le pregunté:

    - Oye sacapuntas, ¿tú sabes por qué no está mi goma junto con ustedes? - y agregué - yo sé que tú sabes. Dímelo por favor. ¡Ah! Si pudieras hablar para decirme por qué la gomita no está por acá con todos ustedes. Quizás cree que no la quiero mucho porque casi no la uso.

    Y entonces, con una voz muy suave, el sacapuntas dijo:

    - Tienes razón, la goma no quiso venir porque dice que tú nunca la usas.

    - Es que me da flojera tener que borrar y volver a escribir encima, no queda bonito y hasta se me ha roto el cuaderno muchas veces - le dije, como si no me asombrara hablar con él.

    - Debes borrar con más cuidado y siempre en una misma dirección. Cuando lo hagas así, tu cuaderno quedará limpio, sin borrones que lo afeen y podrás tener una mejor presentación en tus trabajos - agregó el sacapuntas y volviendo su cabeza, preguntó - ¿tú qué dices bicolor?

    Cuando los demás útiles se dieron cuenta de mi conversación con el sacapuntas, se acercaron más, todos como personitas, todos en mi cama, acompañándome y listos para estar a mi disposición para dibujar.

    - Creo que es mejor preguntarle a la goma - dijo el bicolor y acto seguido, lanzó un grito que alertó a la goma, que rápidamente empezó a bajar por la pata del escritorio y corriendo llegó al borde de la cama, desde donde subió agarrándose de la colcha.

    - Es cierto que no querías venir a verme - le dije - pero es que tenía miedo de romper mis cuadernos si los borraba mucho. Pero ahora el sacapuntas me dijo cómo debo usarte para que todos mis trabajos se vean mejor ¿Me ayudas, por favor?

    - Encantada de poder servirte - dijo la gomita, con una amplia sonrisa - verás cómo tus trabajos mejoran mucho.

    Un cuaderno se acercó y abriendo sus hojas, dijo:

    - Pueden empezar conmigo, estoy seguro que me veré mucho mejor.

    Y en un cuadro bastante poco usual, me enderecé un poco y comencé a borrar siempre en una sola dirección, con el aplauso de los demás útiles, todos los tachones que había en la página abierta. Los lápices se acercaban, la regla acostada sobre las páginas, me ayudaba a dibujar las líneas derechas y los colores se apretujaban para ver mejor.

    Poco a poco el cuaderno fue luciendo de una forma totalmente distinta. Al terminar, todos aplaudimos, nos reímos y yo estaba realmente feliz. Con el ruido, mi mami abrió la puerta del cuarto y me preguntó si me encontraba bien, a lo que respondí:

    - Estoy trabajando con todos mis útiles. No vas a creer al ver mi cuaderno, ¡mira qué lindo quedó! - y se le entregué para que ella misma lo comprobara.

    - ¡Realmente qué bonito! Me alegra mucho que por fin te decidieras a usar tu goma. Y las líneas todas derechas y los colores que usaste. Ahora cuéntame ¿cómo le hiciste para dejarlo tan bonito? ¿Qué fue lo que te decidió a usar bien tus útiles?

    Y yo guiñando un ojo a los útiles desparramados encima de la colcha, le respondí:

    - Debe haber sido la fiebre que tuve porque soñé que la gomita estaba muy triste y todos mis útiles pensaban que no los quería. Pero sí los quiero y mucho. Ahora voy a dibujar mucho más.

    - Y más pronto te vas a mejorar porque estoy segura que te vas a divertir mucho - dijo mi mami - acomodándome las cobijas. Y agregó antes de salir del cuarto - si necesitas algo, me avisas, por favor.

    - Tiene mucha razón tu mami - dijo mi lápiz de dibujo - si estás bien, si te sientes bien, te vas a mejorar muy pronto, así es que entre todos vamos a ponernos a trabajar en arreglar los demás cuadernos para que queden todos muy bonitos.

    - ¡¡ Sí!! - les dije - vamos todos a trabajar en equipo. Realmente no sé cómo pude dejarlos tan de lado, pero ahora todos ustedes serán mis mejores amigos y mis trabajos serán los más bonitos de todo el salón.

    Y estuvimos mucho tiempo trabajando y dibujando. Cuando me cansé un poco, ya el estuche estaba a mi lado y allí acomodé todos mis útiles, dándole a cada uno las gracias por permitirme aprender más.

    En la tarde cuando llegó mi papi, le mostré todo lo que habíamos hecho, y le comenté cómo me habían ayudado todos mis amigos, lo que el sacapuntas me había enseñado, cómo aprendí a sostener la regla, cómo los colores estaban listos para iluminar y cómo, por fin, nos habíamos hecho muy amigos, la gomita y yo.

    Mi papi me enredó los cabellos con su mano derecha, me felicitó por todo lo hecho y agregó:

    - Luego felicitas también a tus amigos por haberte ayudado. Pero lo más importante es que ahora sabes usar tus útiles de manera que puedas realizar mejor tus trabajos. Y cuídalos, por favor, ya ves todas las cosas lindas que puedes hacer, si tienes tus útiles a la mano, siempre ordenados y en buenas condiciones.

    - Ahora son mis amigos - comenté con orgullo - y a los amigos hay que cuidarlos, como tú siempre dices. ¿Puedo ir a la escuela mañana temprano?}

    Mis papás se miraron entre sí y se rieron. Yo también me reí porque era la primera vez, que quería ir a la escuela más temprano.


    Cecilia Poblete Ibaceta – Chilena
     
  4. Antonino

    Antonino Deleted

    Mensajes:
    724
    me quede dormido....!!! uummmhh.
     
  5. mamaAnna :beso: :beso: Eva Patry :beso: :beso: Gusarapa :beso: :beso: Benemi :beso: :beso: antonino biénvenido al cuénta cuéntos :beso: :beso:

    MANCHAS, UN LEÓN ESPECIAL​


    Cada mañana iba detrás de la cerca que servía de linde a los grandes terrenos del zoológico y me paseaba a lo largo de las gruesas alambradas, para ver si distinguía alguno de los cachorros que habían nacido hacía poco tiempo y que aún estaban en la sección maternal.

    Me encanta ver a los pequeños animalitos tan seguros de sí mismos a pesar de su corta edad; me asombra comprobar que son tan independientes, disfruto el ver todo lo que aprenden de sus padres y de los otros hermanos de la misma camada. Así había visto al pequeño reno blanco, a la cebra y a los lobeznos. A cada uno le ponía un nombre y les platicaba a la distancia, aunque los animales ni se enteraran de que yo existía.

    Días antes me había percatado que los veterinarios vigilaban mucho a la leona que pronto daría a luz a los nuevos leoncitos. Por eso, ese día me había levantado más temprano y había marchado deprisa hacia las rejas.

    Quería ver si ya habían nacido, me preguntaba cuántos serían y sentía mucha emoción; los animales son muy hermosos y en el gran zoológico, estaban muy bien cuidados.

    Cuando crezca, me dedicaré a cuidar animales, así como los veterinarios que atienden a todos los bellos ejemplares que viven felices en ese inmenso espacio especialmente acondicionado para ellos.

    Con tantas comodidades, creo que no echarán de menos a las familias que han quedado en otras partes lejanas, tal vez en otros países, porque aquí tienen otra familia más numerosa y reciben excelentes cuidados.

    Por fin me quedé en el lugar más cercano que encontré al área de maternidad y desde allí, escuché el bramar de la leona, que seguramente ya estaba lista para dar a luz a su nueva camada.

    Corrieron varios de los jóvenes que atendían a los animales y hasta mucho después los vi salir, algunos un poco cabizbajos y tristes.

    - Oye Juan - llamé desde la cerca cuando vi a uno de los hijos del encargado - ¿cuántos cachorritos fueron? ¿están bien? y la leona, ¿cómo está?

    Juan siempre me veía atisbando tras las cercas, así que ya éramos amigos. Hasta le había pedido que me dejara entrar un día a ver a los cachorritos, pero siempre se había negado.

    Algunas veces me dejaba ayudar a limpiar las jaulas de las aves tropicales e incluso, un día me permitió acarrear las zanahorias para los conejos y los plátanos para los changos, pero todo lo demás era peligroso dada mi corta edad.

    Juan me miró un poco tristón y me dijo - Sólo pudimos salvar a uno, porque los otros dos venían enfermos y se murieron - y agregó - pero la leona está bien aunque muy débil.

    - Juan, déjame verlo por favor - le supliqué.

    Precisamente dos días antes, Juan había estado conversando con su padre al respecto, tratando de convencerle de que podría ayudarlo en las tareas menores, ahora que estaba de vacaciones. Se notaba que me gustaban mucho los animales y siempre demostraba muy buena voluntad.

    El padre, renuente al principio, por fin había aceptado, pero Juan debía cuidarme y hacerme comprender que los animales no son juguetes, que se les debe respetar aunque sean pequeños y que sólo se les puede alimentar con la comida especificada por los veterinarios.

    - Date la vuelta, yo te espero en la puerta - contestó Juan y, antes de que se arrepintiera, eché a correr hasta la reja de acceso. Estaba feliz, siempre había esperado que la respuesta fuera como las anteriormente recibidas, pero en un rinconcito de mi corazón, siempre esperaba que un día, cualquier día, Juan me permitiera entrar. Por eso cada vez que podía, le preguntaba y cada vez que recibía un No como respuesta, de todos modos le agradecía y pensaba que para la próxima podría ser. Y ahora, había llegado ese día.

    Nos acercamos al área de maternidad, mientras Juan me daba toda clase de indicaciones a las que ponía especial atención.

    - No te preocupes Juan - le dije cuando llegamos ante la puerta cerrada - no te voy a defraudar. Gracias por tu confianza, yo me ocuparé de que estés orgulloso por mi comportamiento.

    La leona estaba realmente muy débil y el cachorrito estaba un poco alejado, mientras le daban leche en un biberón. La madre parecía comprender que todos los que la rodeaban eran amigos, que estaban ocupados en atender al pequeño para poder darle todos los cuidados que necesitaba. Así es que los ruidos que emitía eran muy suaves, porque todavía estaba bajo los efectos del sedante que le habían puesto para que no sufriera.

    Me puse cerca de la leona y le estuve platicando en voz baja; que no se preocupara, que los doctores sabían lo que hacían, que su hijo estaba hermoso, que iba a ser un gran león, que estaba tomando la leche, que cuando se despertara lo iba a ver muy bien, que por ahora descansara, que todo iba a resultar perfecto.

    Me acerqué a Juan, sin meter las manos, sin preguntar nada, sólo observando todo el trajín que había.

    El cachorro era precioso, parecía una bola de suaves pelos, color amarillo, con una mancha negra en la punta de cada oreja.

    Pensé que Manchas sería un bonito nombre y me puse a mirar al cachorro que chupaba enérgicamente del biberón mientras algunas gotas de leche se le escurrían por los lados del hocico.

    Juan me pidió que le alcanzara una cubeta con agua y un trapo limpio de los que había en la mesa. Yo, al tiempo que escuchaba, movía mis ojos para descubrir lo que me pedían y rápidamente, agarré las cosas y se las pasé.

    Ahora me pude acercar más y vi cómo el veterinario revisaba las patas, la cabeza y el hocico del cachorro. Todo estaba bien, sólo había que estar atentos para cuando la leona se despertara para acercarle a su hijito.

    Había muchos trapos manchados y papeles sucios y le pregunté a Juan, si podía limpiar un poco. Juan consintió al tiempo que se encontraba con mi profunda mirada de agradecimiento. Recogí todo rápidamente y lo fui echando en otra cubeta cuyo contenido finalmente, vacié en el tambo de la basura. Otros trapos limpios, los doblé cuidadosamente y ordené las cosas que quedaban sobre la mesa.

    Los demás no le dieron mayor importancia, porque yo venía con Juan y muy pronto me llamó uno de los veterinarios. Pregunté con la vista a Juan y éste asintió sonriendo. Eran más de las cinco de la tarde cuando finalmente la leona se despertó para encontrar a Manchas que estaba ya con ella, buscando las mamas para succionarle la leche materna.

    Nos fuimos para que la nueva mamá no se sintiera amenazada y sólo se quedó uno de los doctores, el que había atendido el parto tan difícil.

    - Se ve que estás muy bien - me comentó Juan, al tiempo que me desparramaba el pelo de un cariñoso manotazo.

    - Bien es poco, estoy muy feliz - respondí acomodándome el cabello revuelto - y tengo la seguridad de que tanto Manchas como su mamá estarán muy bien.

    - ¿Manchas? - preguntó Juan y sin darme tiempo a responder, agregó - por las manchas de las orejas, ¿cierto? Es bonito nombre. Tú deberías llamarte Pelos. Si vienes mañana, puedes ayudar a limpiar de nuevo.

    Nos despedimos y me fui brincando y corriendo hasta que llegué a casa, donde me esperaban mi mamá y mi hermana menor. Les conté lo sucedido y pedí permiso para ir a ayudarle a Juan al día siguiente.

    Mi mamá me aconsejó no meterme en ninguna complicación, pero debíamos esperar la opinión del papá que estaba por llegar. Mi papá siempre está repitiendo las cosas que ya sé, que sea servicial con cualquier persona, sin importar su edad ni vestimenta, que escuche más de lo que hable, que respete la opinión de los demás, que nunca permita que me falten el respeto. Y siempre termina diciendo:

    - Ya sé lo que lo sabes, pero lo que por sabido no se dice, por no-dicho se olvida.

    A partir de ese día, ayudé en los trabajos menores, y en la hora del descanso, hasta me invitaban a compartir las bebidas refrescantes y unas manzanas. Mi madre ahora me esperaba con la comida lista, para partir nuevamente a mis labores y nunca me había visto con tanto entusiasmo.

    Cada tarde al regreso, les contaba las cosas que había hecho, de cómo se limpiaban las jaulas, de qué comían los animales, de cómo se bañaban a los elefantes y de lo que había jugado con Manchas.

    De alguna manera y sin que nadie se lo pudiera explicar, la leona me permitía jugar con el cachorro que iba creciendo muy fuerte y hasta lograba mantenerlo quieto, silbando una repetida tonadilla que al parecer, era del agrado de Manchas. Y cada noche, yo rezaba dando las gracias, gracias por mi familia, gracias por mis nuevos amigos y gracias por los animales.

    Un mes después, Juan mismo llegó a la casa, ya era bastante tarde y habíamos terminado de cenar. Escuché hablar a mis padres, quejándose de la hora, pero Juan insistió hasta que me llamaron. Manchas se había escapado y como yo lo conocía tan bien, necesitaban que los acompañara en la búsqueda del cachorro. Habían descubierto un hoyo en la reja y pensaban que por allí podía haberse ido. Mi padre finalmente accedió y salimos cuando la noche ya había extendido su manto de estrellas.

    Vi el hueco y desde allí empecé a caminar, como si desde siempre hubiera sido un experto seguidor de huellas; en silencio, los demás me seguían. Lo cierto es que yo iba rezando, pidiendo por mi amigo, que estuviera bien, que no se encontrara ni con perros ni con gatos que pudieran hacerle daño, y también en silencio, lo llamaba. Unas cuadras más allá, empecé a silbar y lo demás me secundaron.

    Al poco rato, todos se habían aprendido la tonadilla y decidimos que nos separaríamos. Suponíamos que el leoncito, al escuchar la canción ya conocida, se acercaría sin miedo. Cada uno llevaba un silbato y el primero que lo hallara, lo tocaría para avisar a los demás y encontrarse en el zoológico. De cualquier forma, todos llevaban una red para echarle encima, excepto yo, que ahora caminaba más rápido.

    Pensaba que Manchas estaría asustado, nunca había salido de un área muy chica, no conocía todo el zoológico y mucho menos, conocía las calles aledañas. Así es que seguía silbando y pidiendo por mi amiguito.

    Mientras tanto Manchas, se había encontrado con un perro que afortunadamente, era chico de tamaño, así es que a los primeros ladridos, Manchas, había ensayado un zarpazo y el canino había salido huyendo. Se entretuvo en un basurero, descubriendo restos de comida y enredándose en los papeles de periódico. Esto del mundo exterior, sí que era nuevo. Había muchas cosas que descubrir y nadie que se lo impidiera.

    Había encontrado una escalera de piedras y a pesar de que los escalones estaban altos, los pudo subir sin mayores trabajos; a la bajada, fue un rodar de arriba abajo, así es que decidió partir hacia otro lado.

    Le pareció escuchar la melodía que yo le silbaba cada tarde. Pero tenía un tono distinto, así es que después de cavilar un poco, siguió su camino para encontrarse con una zanja con agua, donde de un brinco, metió sus mullidas patas y bebió un poco; el agua estaba fría, así es que se sacudió y se acordó de la leche caliente que le brindaba su madre.

    De repente se sintió solo y empezó a chillar. La aventura se había acabado, estaba oscuro, tenía sus patas frías y le faltaban su mamá, la paja seca y su comida.

    Volvió a escuchar la suave tonadilla y sus orejas se levantaron en alerta. Si era o no el tono, no importaba. Esa melodía lo podía llevar hasta su madre así es que decidió dejar de llorar y aguzar el oído.

    Yo sentía el cansancio de caminar rápido y silbando, así es que decidí aminorar el paso. De esta manera, la tonadilla, era más suave. Manchas reconoció mejor el silbido, así es que echó a correr en la dirección de donde salía la música y al doblar una esquina, casi se estrella conmigo; así es que lo agarré de la base del cráneo, hasta alzarlo en vilo.

    Lo sacudí, le regañé y hasta le propiné unas nalgadas, pero Manchas lamió mi cara, dándome a entender que estaba muy contento de haberme encontrado y pidiéndome que lo llevara de vuelta con su mamá.

    Saqué el silbato y emití un largo silbido para que los demás compañeros, se enteraran que el cachorro había sido encontrado. Casi a la entrada del zoológico, me encontré a Juan y a los otros, quienes también le regañaron. El cachorro supo que hay aventuras que están prohibidas para los menores.

    Cuando lo dejamos cerca de su madre, ésta también le agarró de una oreja y le dio una fuerte sacudida, pero Manchas se acomodó entre las poderosas patas maternas y se acurrucó en el vientre caliente.

    Juan se dio rápidamente cuenta que la amistad entre Manchas y yo, era bastante especial; sin embargo, había que considerar que el león crecía y crecía, que pronto pasaría a los espacios con los demás felinos y que yo no podría entrar hasta allá.

    De hecho cuando se alimentaba a toda la manada, se hacía desde un vehículo en marcha y con un vigía con el rifle con dardos tranquilizantes, listo para disparar en cualquier contingencia. Jamás había que olvidar que se trataba de fieras salvajes.

    Así es que me habló, y escuché las mismas razones dadas por mi padre. Comprendí por segunda vez, que tanto papá como Juan, querían prevenir cualquier problema, así es que empecé a alejarme de Manchas, para que ambos nos fuéramos acostumbrando a que si bien seguíamos siendo amigos, debíamos estar separados.

    Con la entrada a clases y el paso de la leona y de Manchas, al área de felinos, esta separación se hizo más fácil. No obstante, cada fin de semana, corría hasta las cercas interiores y desde allí silbaba la tonadilla que me unía a mi amigo que poco a poco, iba llegando a su tamaño normal. Se veía mucho más grande que otros leones de su edad y desde ahora, tenía un caminar que imponía respeto.

    En la escuela, me enseñaron a usar la flauta dulce y mientras los demás miembros de la familia, se molestaban un poco de escuchar tantas y tantas veces al día los mismos ensayos, yo continuaba practicando.

    Así que muchas veces se nos ve, a mí, tocando la flauta en las cercas del terreno de los felinos, y a un león con sus orejas manchadas, tendido en los lindes, escuchando las bellas melodías, y esto forma parte del recorrido de los turistas que llegan al lugar.

    Todavía cuando hay un grupo, llamo a Manchas que se levanta majestuoso, da un corto paseo como si entendiera la música de la flauta, y lanza un potente rugido para deleite de los visitantes.

    Cecilia Poblete Ibacete – Chilena
     
  6. benemi

    benemi ...mar adentro

    Mensajes:
    890
    Ubicación:
    zona centro
    MamaAnna, esta no la tienes seguro!!!:beso: Chagall :beso: EvaPatry:beso: y a tod@s l@s dem@s:beso:

    Es un regalo que os hago... quién sabe si habrá más...:icon_rolleyes: :icon_rolleyes: espero que os guste.:happy:

    LA HUIDA.

    El camino se había hecho angosto y difícil. Los matojos eran tan altos como ella. Sus manos sangraban por tener que abrirse paso entre esa bruma verde tan áspera y punzante. Más…nada la detendría.

    Sus ojos miraban en derredor con cansancio infinito y un ansia desesperada. Todo era verde, de diferentes tonalidades, pero…verde.

    Había perdido la noción del tiempo. En realidad no importaba. Sólo sabía que sus ropas iban quedándose entre el verdor ingrato de ese camino que fabricaba a diario con su propio cuerpo. Su cabello era un amasijo de enredos sin el brillo de antaño ¿ de cuándo?.

    Sentía frío de forma constante, sin embargo no podía acostumbrarse a el. Su boca se movía convulsivamente por instinto, a veces por los tiritones, otras por las palabras que salían de su garganta. Necesitaba con urgencia escuchar una voz que no fuera la suya y no sólo el sonido indefinido de aquella espesura en la que penetró para salvarse y que se estaba convirtiendo en una jaula sin salida.

    El sol se quedó atrás, en la orilla de la playa inmensa a la que arribó tras el desastre. Despertó entre arena blanca, hermosa y fina. Desperdigados aquí y allá fue encontrándose objetos naufragados como ella. Algunos le fueron útiles, otros para nada.

    Fueron pasando los días hasta hacerse insoportablemente iguales. El hambre, la sed y sobre todo la soledad fueron los motivos de peso que la hicieron intentarlo. La espesura la llamaba, le absorbía la mirada, la atraía irremediablemente. Marchó hacia ella aún a sabiendas de que podría no volver. Pero la realidad era que no se encontraba en ningún sitio. O lo que era lo mismo estaba en medio de la nada, una nada de la que no quería formar parte.

    Era morir abrasada por dentro y por fuera gracias al astro rey o intentar buscar una salida, aunque esa salida fuese otra muerte distinta…

    Despertó dolorida y asustada. Sus pupilas fueron dilatándose para acostumbrarse a esa luz extraña. Una cara desconocida la observaba detenidamente. En sus oídos sonaba una voz que no era la suya, dándole ánimos… quizá lo estuviese soñando. Quizá había muerto ya…

    Una sonrisa le inundó el corazón haciéndole notar sus latidos. Una caricia suave en su torturada mano la hizo sentir…

    Si era la muerte…bienvenida fuera. Si no, al menos ya no estaba sola…
     
  7. benemi

    benemi ...mar adentro

    Mensajes:
    890
    Ubicación:
    zona centro
    Chagall, este te lo dedico a tí :beso: tú sabes porque :beso: y por supuesto con el permiso de los demás :smile: :smile:


    MamaAnna este tampoco lo tienes fijo...:11risotada: ;)

    Retrato Primaveral



    Los ojos alzados hacia el océano azul, semicerrados por culpa de los dedos alargados y calientes del altivo y fogoso sol, que relucía hermoso como nunca y era sabedor de su infinita belleza.

    La espalda en contacto con la superficie arbórea del sauce que de tanto llorar tenía las tiernas ramas a ras de la hierba. Parecía querer el consuelo de esa multitud de hojitas finas y elegantes, acariciadoras…

    Un libro reposando en su regazo. Cerrado momentáneamente, quizá por poco tiempo, pues las letras llenas de imágenes mentales iban introduciéndose lentamente en el interior de su corazón, tanto que ansiaba continuar con tan hermosa lectura.

    El cabello largo y revuelto, de vez en cuando era acariciado por una suave brisa cálida, ligera, vaporosa…

    Sus manos blancas descansaban sobre ese instrumento mediador entre la realidad y la ficción de manera que parecían dos pequeñas palomas aposentadas en su nido.

    El cuerpo relajado disfrutando del entorno paisajístico, donde las flores se mostraban sin ningún pudor con sus mejores galas, coloridas y ufanas. Los árboles poblados de pajarillos que canturreaban sin cesar entre el verde de sus ramas. Las gentes refrescaban su piel sedienta en las fuentes del parque y ella observaba las diminutas gotas resbalar hasta desaparecer entre las ligeras ropas primaverales.

    Era la estación de la dicha, del deseo, del dulzor arrebolado del enamoramiento, de la luz comenzando a alargarse para mayor disfrute.

    Cruzó sus piernas bajo la falda de algodón. Las palomas de sus manos comenzaron a revolotear y casi sin darse cuenta, las redondas formas chiquitas de las palabras escritas emergieron del libro para meterse de lleno en su mirada, pasar a su cabeza y hacer el recorrido placentero hasta arribar al corazón, como barco que por fin llega a puerto tras navegar por la inmensidad marina.



    :beso: Hasta la próxima :beso:
     
  8. benemi

    benemi ...mar adentro

    Mensajes:
    890
    Ubicación:
    zona centro
    Hola cuentacuenteras!!! :11risotada:

    Esto se lo dedico a una forera especial... Principiante para tí :beso:

    Que tengas un bonito día!!!

    Sonrie!!!


    Déjame que te cuente el cuento de la sonrisa:

    Había una vez un lugar gélido, inmenso y gris, donde habitaban montones de personas. Éstas, cultivaban a diario: la prisa, la inquietud, el materialismo, la competitividad o la hipocresía. Iban ataviados muchas veces de mentira. Vestimenta esta que variaba según el entorno o los sucesos ocurridos.

    Dentro de ese lugar, existían otros, donde la piel era el único abrigo corporal para luchar contra las inclemencias del tiempo. Hasta éste último se había hecho imprevisible, despistando con sus cambios de humor.

    La vida transcurría velozmente. Nadie se preocupaba en indagar, en buscar y encontrar una solución a ese oscurantismo. Ceños fruncidos, pasos rápidos, saludos fugaces y bocas que sonreían sin sonreír…

    Más sucedió que un día igual a otro, un niño pequeño, observador y sabio, se detuvo. Miró en derredor suyo y como por arte de magia las comisuras de su boquita comenzaron a ensancharse…Mostró todos sus dientes, sonrió como hacía tiempo nadie lo hacía. Era una sonrisa franca, abierta, natural y sincera. Venía directa del corazón. La mejor sonrisa hizo aparición.

    Como un reguero de pólvora se extendió esa sensación de júbilo, esas ganas de sonreír de manera infantil. Y ocurrió lo inesperado:

    La prisa se paró, la quietud se instaló definitivamente, las personas se miraron sonrientes y descubrieron…

    Dejaron de cultivar la hipocresía, el materialismo o la competitividad. Plantaron solidaridad y buen humor. Posaron en la tierra semillas de comprensión y estima. Las regaron con líquido amoroso mezclado con risas espontáneas. Se envolvieron en cariño, sensibilidad y autoestima. Cargaron con todo esto y lo llevaron a aquellos lugares donde la piel era el único vestido.

    Ante tal revolución, la bola de fuego salió tímidamente primero y luego en todo su esplendor. Dio calor y luz hasta emocionarse dejando caer lágrimas de las esponjosas nubes. Entonces el arco iris se posó en la tierra como un manto y los colores relucieron como nunca. Para siempre…

    Todo, todo, todo por una auténtica sonrisa, nada más y nada menos que eso: Una sonrisa…
     
  9. principiante

    principiante Thanks for the memories

    Mensajes:
    706
    Ubicación:
    alicante
    benemi

    ostras, benemi ....... gracias

    [​IMG]

    ya sabes, con una sonrisa la vida parece menos dura, asi que .....tod@s a sonreir
    :beso:
     
  10. benemi

    benemi ...mar adentro

    Mensajes:
    890
    Ubicación:
    zona centro
    De nada Principiante!!:beso:


    Miedos!!!:( :(

    Miedos...

    Los miedos que corroen las entrañas. Los miedos que escarban el ser. Miedos que acechan cual buitres. Miedos que abrazan oprimiendo. Miedos que acorralan. Miedos…

    Planean por encima de nuestras cabezas, sonriendo siniestramente en espera de adentrarse en nuestro interior y apoderarse de nuestros sueños, nuestra risa, nuestro futuro. Miedos…

    Miedos que nos conducen por caminos helados, fríos, desolados. Miedos que nos hacen dudar, temer.

    Miedos…

    Hechos que producen miedos. Miedos que se instalan en nuestra existencia de manera descarada, con la osadía del que no tiene…miedo.

    Nuestros gestos los delatan. Nuestra convivencia se vuelve gris, pesada, impersonal.

    Luchamos por alejarlos, por no sentir su presencia devastadora, real, pusilánime.

    Sencillamente, no los queremos.

    Nos enfundamos en ropajes primorosos, nos acicalamos el rostro, perfumamos nuestra piel. Nos decoramos para espantarlos.

    Sencillamente, no los queremos.

    Pero planean sobre nosotros cual ave siniestra y oscura, esperando…

    Es una batalla constante, eterna, cuyas armas son invisibles, pero latentes.

    Miedos…

    No hay que dejarse vencer. A pesar de hostilidades diarias, a pesar de momentos infrahumanos, de dolores y llantos. No hay que dejarse vencer.

    Hemos de seguir el sendero que la vida nos traza, así, luchando con valentía, con un descaro insolente. Mostrémosle nuestras mejores galas, nuestro lado bueno, nuestra mejor sonrisa. Reguemos el camino de perfumes exquisitos, de flores abiertas, de manos enlazadas en unión infinita.

    Miedos…
     

  11. Querida Benemi grácias,és precióso https://img523.***/img523/4042/15ljmolijiguyfpt9.gif :beso: :beso: :beso: :beso:

    Principiánte :beso: :beso: biénvenida


    LA PRINCESITA ISABEL


    Madrigal de las Altas Torres es una aldea de Castilla a medio camino entre Salamanca y Segovia. Flota en un mar de trigo que embadurna de verde la primavera, dora el estío, el otoño, tiñe de ocre y en el invierno está cubierto de nieve. Es domingo y la plaza está llena de labriegos y cortesanos. Estos vinieron a caballo o en carreta, en compañía de sus damas, y aquellos a pie, al frente de sus rebaños de ovejas. Finalmente, con su dueña tiesa y bigotuda llega la princesita de ojos azules y cabellos rubios, que vive en el castillo que corona el pueblo. Mientras ora ante el altar y cortesanos labriegos la miran orar, tañen las campanas en la torre, en el presbiterio repica la campanilla para la elevación y tintinean las esquilas de las ovejas en la plaza.

    De vuelta al castillo la reina madre le pregunta a la dueña:

    – ¿En qué sueña mi hija, la princesa Isabel?

    – Antes que reina en Castilla la señora fue princesa de Portugal. Yo no sabría decir qué sueñan las princesas cuando todavía no son reinas.

    Un Domingo de Resurrección a la salida de misa abordó a Isabel un buhonero judío que se encaminaba a Compostela. En su caja colgada al hombro cargaba telas, encajes, lienzos, dijes y baratijas. Era un anciano tuertero cuya barba grisácea le llegaba al pecho. Y cuando le preguntó la princesa – "¿Qué me queréis, buen hombre?"–, éste se inclinó hasta el suelo y le ofreció una cinta para adornarse el cabello. Era una cinta suave y brillante, de seda carmesí, más hermosa que la banda que llevaba al cinto al arzobispo de Segovia que confiesa a su madre. Pero he aquí que el buhonero le dice a la princesa que la cinta es suya, y esto para que su alteza se acuerde de los pobres judíos cuando sea reina de Castilla. Y como ella le preguntara si acaso los judíos no son ricos, él le replicó que eso sería mientras ella fuera princesa. Cuando se coronara reina los arrojaría de sus tierras a pesar de que entonces les debería mucho dinero y no podría pagarlo.

    – ¿Y para qué habré de pedir dinero prestado a los judíos?

    – Los reyes son ingratos, princesa.

    Los mendigos que toman el sol en el atrio a las puertas de la iglesia y piden limosna por el amor de Dios, suelen cantar bellos romances. El de don Rodrigo que perdió a Toledo, el de la infanta doña Alba, el del Mío Cid camino de Valencia. Aunque le gusta todavía más el que le improvisó aquella mañana, recostado al muro de la iglesia, un moro ciego, casi negro, que tenía una voz grave y melancólica.

    – Un día, y no habrán de verlo mis ojos cerrados a la luz del sol desde hace tantos años, un día la reina Isabel y su marido don Fernando...

    – ¿Don Fernando, dices? ¿Don Fernando de Aragón?

    – Reinará el rey Boadill, llamado el Chico, desde las cumbres de la Sierra Morena hasta las playas del Mediterráneo. En su palacio de la Alhambra, sentado a la morisca en el estrado y sobre un tapiz más vistoso que el arco iris, contemplará las danzas de sus odaliscas y escuchará los cantos de sus cantaoras. Su madre le acariciará los ensortijados cabellos, negros como el carbón, que se le escaparán del turbante. Este tendrá engastada, por el lado del frente, una medialuna de plata cuajada de diamantes.

    – ¡Díos mío! ¿Qué son los broncos reyes castellanos vestidos de hierro, ante ese rey moro que dices?

    – Ahora oigo el estruendo de los arcabuces. Una nube de caballeros y de infantes cristianos cerca las murallas y soldados levantan tiendas de campaña en la vega de Granada, a las orillas del Genil. Sobre el real listado de rojo y gualda, ondean los pendones de los Reyes Católicos.

    – ¿Y cómo lo sabes? –preguntó la princesa. Él respondió que más sabía el diablo por viejo que por diablo y mejor leía un ciego el destino en la escritura luminosa de las estrellas que un vidente en la palma de su propia mano.

    – ¿Pero qué dice este hombre? –preguntó Isabel y la dueña le contestó que acaso estaría componiendo un nuevo romance, pero mejor sería volver a casa. Una princesa de Castilla no debe hablar en la calle con mendigos y nigromantes, mayormente si ellos son moros.

    Tres eran los pretendientes de Isabel. Primero, el duque de Guyana, hermano del rey de Francia, pero era de miembros tan flacos que parecían deformes y ojos tan débiles y llorosos que lo hacían inepto para toda empresa caballeresca. Eso rezaba un informe secreto de la Cancillería. El segundo era don Alfonso V de Portugal, pariente suyo, pero tan gordo que no había caballo ni mula que lo soportara. Con sus cincuenta y cinco años bien contados podría ser el abuelo, más que el novio de Isabel, que no llegaba a los quince. El tercer pretendiente era don Pedro Girón, favorito del rey, hombre ambicioso y avaro, descendiente de judíos conversos. El primero se la llevaría a Francia, el segundo la retendría en Portugal, y el tercero la encerraría en una torre. Pero Isabel sólo amaba, desde niña, al príncipe don Fernando de Aragón. Al unir sus vidas se confundirían los dos reinos y en el pendón real algún día se estamparía la leyenda "Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando".

    Acosada por su medio hermano el rey don Enrique, Isabel huyó una noche del palacio. A caballo y a campo traviesa por las soledades de Castilla, llegó a refugiarse en Madrigal de las Altas Torres y el pueblo en masa salió a recibirla con gallardetes y pendones.

    A las puertas del castillo de Valladolid, tiempo después golpeó un fraile descalzo y harapiento que venía de lejos. Al preguntarle la dueña quién era y para qué venía, respondió que eso no importaba. Necesitaba hablar con la princesa.

    Conviene recordar que mientras ella andaba en la Corte, antes de huir a Madrigal de las Altas Torres y luego a Valladolid, había muerto su hermano. Poco después llegó al castillo un correo de la Corona, reventando cinchas y desjarretando caballos. Cubierto de polvo y de sudor desde el morrión hasta los espolines, el correo se postró en el patio de armas ante la princesa.

    – ¡Don Enrique ha muerto! –le dijo con la voz quebrada–. ¡Viva la reina Isabel!

    Más con los ojos de iluminado que con los labios quemados por la fiebre, el fraile descalzo le decía a la sazón a la princesa:

    – Desde hace un tiempo vaga por los caminos de Europa, golpeando a las puertas de los poderosos, un hombre alto de cuerpo, rubicundo, pecoso, de ojos encandilados por una extraña quimera. Este hombre que digo es dueño de un secreto que desempolvó en pergaminos italianos y conoció de labios de marinos portugueses. Cuando pasó una noche en el convento de La Rábida a donde llegó a pedir posada por el amor de Dios, le dijo al prior: Puesto que la tierra es redonda, si contorneamos el mar Tenebroso en dirección al poniente, por fuerza hemos de llegar al fabuloso reino de las especies.

    La princesa le escuchaba embobada. Pero lo más extraordinario del caso era que aquella misma noche Cristóbal Colón, que así se llamaba el hombre, soñó que una reina de Castilla apretaría en el puño todas las villas y reinos de la península, desterraría a los judíos, arrojaría a los moros de Granada y lo escucharía cuando llegara a verla.

    – ¿Es cierto lo que dices?

    – No es sino un sueño –respondió el fraile– pero Dios habló a Jacob en un sueño y le prometió la tierra donde nacería el Cristo.

    No se sorprendió, pues, cuando en medio de una polvareda llegó a Valladolid una embajada de nobles caballeros para conducirla a Segovia.

    – Cuando queráis. Estoy presta –les dijo al poner el pie en el estribo.

    Y más tarde, al sentir en la catedral de Segovia que la corona de Castilla le ceñía las sienes y ante ella se prosternaban duques y arzobispos, no pudo menos de recordar la cinta del buhonero judío, el romance del mendigo ciego y el misterioso sueño de Colón que le había relatado el fraile. Ella ya no soñaba. Así como unos vienen a este mundo para morir sin haber vivido, ella había nacido para reinar y para plantar en las remotas playas del Nuevo Mundo el pendón rojo y gualda de Castilla: "Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando".

    Eduardo Caballero Calderón - Colombia
     
  12. principiante

    principiante Thanks for the memories

    Mensajes:
    706
    Ubicación:
    alicante
    y hablando de princesas, va por ti benemi

    Origen del nombre de Alicante

    Esta leyenda, que explica el nombre de Alicante (o sea, de por qué Alicante se llama "Alicante" y no de otra forma) nos viene dado en forma de historia de amor..si, esa clase de amores imposibles en los que normalmente los dos suelen morir por no poder reflejar su amor...y en este caso Cántara y Aly, amantes desgraciados donde los haya, tuvieron el tardío consuelo de ver fundidos sus nombres para dar denominación al lugar que fue testigo de su amor imposible.

    Cántara era una musulmana hija del Califa de la ciudad (la actual Alicante), y además de su posición social, tenía a su favor su belleza sobrehumana, por lo que no fue extraño que dos jóvenes musulmanes se enamoraran locamente de ella. El Califa decidió que uno de ellos será un buen marido para su hija, pero...¿cual de ellos?
    El Califa, ante el gran dilema que tenía, tomó una decisión salomónica; los pretendientes deberían llevar a cabo una tarea concreta, y Alá decidiría. Por tanto, Almanzor (el otro pretendiente) y Aly se pusieron manos a la obra. Almanzor decidió ir a las Indias a traer raras especias a su amada, mientras Aly se comprometió ante el Califa a cavar una acequia y poder traer agua a Alicante desde Tibi.
    Dicen las crónicas que mientras Almanzor iba rápidamente con sus barcos a las Indias a traer especias, Cántara no se tomó tan en serio su trabajo..se dedicó más a escribir poesías a su amada e ir hablando excelencias y diciendo que la amaba por todo el mundo...Cántara se enamoró de él locamente, sin esperar siquiera ver finalizada su tarea y la de Almanzor...la elección ya estaba hecha...
    Pero un dia llegó Almanzor con sus barcos cargados de especias, y el Califa, que era hombre de palabra, le concedió la mano de su hija. Cántara, desesperado, se tiró al vacío por un barranco (se dice que sobre ese lugar se construyó algunos siglos después el Pantano de Tibi). Cántara, desesperada tambíen, decidió seguir los pasos de su amor, y se tiró al mar desde el risco de San Julián, que desde estonces vino a llamarse "el salt de la reina mora" (el salto de la reina mora)
    Dicen que el Califa murió de tristeza, y que, sorprendentemente, su efigie apareció grabada en el monte Benacantil.
    Cuenta la leyenda que la corte, impresionada por los hechos, decidió llamar a la ciudad "Alicántara", de donde viene el nombre actual "Alicante

    [​IMG]
     
  13. Hola a todas :beso: :beso: :beso: :beso:

    Marta Rómpelo-Todo

    Marta vivía, como han vivido muchos de los niños de los cuentos, con su madrastra. Esta madrastra se llamaba doña Policarpa del Pésimo-Carácter y con esto está dicho que era mujer de un genio avinagrado y lleno de malas intenciones. Naturalmente con la sola compañía de doña Policarpa, la vida de la pobre Marta estaba muy lejos de ser amable o cómoda. Servía de criada única a la señora y hacía para ella cuanto el trajín doméstico exigía; desde por la mañana con el canto del gallo en el corral, hasta la noche con el barrer de las cenizas de la hornilla de la cocina, la pobre Marta no tenía descanso.

    Marta, como su madre muerta, tenía los ojos de inocencia, la tez de durazno recién madurado y el cabello negro recogido en dos trenzas. Esta semejanza con la anterior esposa de su marido era lo que más odiosa la hacía a los ojos de su madrastra. No es cierto que Marta rompiera demasiadas cosas. Alguna vez, a la hora de fregar los platos, uno de ellos se hacía añicos en el suelo, pero es que la pobre niña tenía los dedos resbalosos de grasa o de jabón y las manos cansadas de hacer oficio. Otras veces las ropas de tan traídas y llevadas se le caían a pedazos. Cierto que un día dejó quebrar una de las fuentes de porcelana y que por treparse al duraznero de la huerta desgajó dos de sus ramas mejores, pero esto sucede a todos los niños, mucho más si tienen tanto qué hacer y no tienen ni un solo juguete propio para entretenerse.

    El carácter endiablado de doña Policarpa hacía crisis cuando recibía el anuncio de alguna visita. Tales días la voz áspera no cesaba un momento de reñir y los pellizcos mordían la piel de Marta, y los bofetones sonaban sobre sus mejillas de durazno maduro. Una mañana que doña Policarpa del Pésimo-Carácter esperaba la visita de los parientes ricos, sucedió entre ella y Marta Rómpelo-Todo lo que va contarse.

    Quería la señora lucirse ante los suyos y sacó del fondo del cofre, para adorno de la mesa, el botellón de cristal labrado con tapa de plata que era herencia de su abuela y orgullo de toda su vida. Traía Marta la preciosa vasija entre las dos manos, con la misma reverencia que se lleva una reliquia, andando paso entre paso y sin quitar los ojos de él ni un solo momento; de pronto, dio doña Policarpa una de esas órdenes suyas a pleno pulmón, Marta tuvo un sobresalto, el jarrón vacilón entre sus manecitas y se hizo añicos sobre las baldosas del pasadizo. Marta quedó muda de espanto e inmóvil del terror.

    – ¡Maldita! ¡El diablo haga que no puedas volver a romper nada en tu vida! –hipó casi ahogada de furia doña Policarpa.

    – Permítalo Dios –respondió desde el cielo la voz de la madre angelical y buena de Marta.

    La niña sollozaba sin intentar siquiera detener el golpe que con el rodillo de amasar las pastas y con toda la fuerza de su ira le propinó su madrastra. Todo esto es un poco triste, pero es necesario para comprender la maravilla de este cuento.

    Pegaba doña Policarpa, y Marta no lloraba ni respondía palabra. Y no lloraba porque no podía romper en lágrimas, y no gritaba, porque no podía quebrar el silencio. Desde ese día en adelante, por mal deseo de la señora y por intercesión de su buena mamá, Marta no podía romper nada.

    Admiróse doña Policarpa de la tranquilidad con que Marta recibía el castigo y paró de golpearla. A todas estas ya iban a llegar los familiares y era necesario apresurar los preparativos para el agasajo.

    – Anda, descocada, y prepara la tortilla.

    Fue la niña a la cocina, tomó los huevos y fue a romperlos, como siempre, contra el borde de la sartén. El primer golpe, falló, el segundo tampoco dio resultado. Sin duda –pensó Marta– estas gallinas están comiendo mucha tierra con cal, porque la cáscara está muy dura. Tomó un cuchillo por la hoja y con el cabo golpeó con fuerza. Inútil. Marta no podía romper siquiera la cáscara de un huevo. Quiso ir a informar a doña Policarpa, pero no podía –ya lo hemos dicho– romper el silencio. Fue a la despensa, trajo el martillo de partir la panela y golpeó los huevos con toda su energía, sin ningún efecto. En esto vino doña Pola, vio a Marta con el martillo y pensó que estaba jugando en vez de hacer el oficio.

    – ¿Dónde está la tortilla?

    – No he podido quebrar los huevos.

    – Perezosa, malmandada. –Y tras sacudirle, de paso un bofetón, la señora tuvo que partir los huevos y batir la tortilla.

    – Anda a la huerta y tráeme una ramita de perejil.

    Fue Marta a la huerta, se arrodilló cerca al perejil para no ir a dañar la matica, trató de desprender una de sus ramas, pero fue inútil.

    Hizo un esfuerzo mayor, sin que la ramita cediera. Se levantó y con las dos manos agarró un manojo de tierno perejil y haciendo toda la fuerza sobre sus talones trató de arrancarlo. Nada, como si el perejil estuviera agarrado a una roca con raíces de acero. Fue doña Pola a la huerta y con el solo esfuerzo de la punta de sus dedos arrancó la ramita y se volvió para la casa echando tufos y ya intrigada con lo que venía sucediendo. Nunca la niña había sido tan desobediente.

    – Marta, parte un poco de leña.

    Marta fue por el hacha, apoyó con cuidado un trozo de madera en el cabezal, midió el golpe, levantó el hacha y la dejó caer con todo su vigor. Era un leño seco y quebradizo, fácil de romper, pero el hacha salió rebotando por encima de las tapias y cayó en el predio vecino. Marta fue por ella e intentó un nuevo golpe, con los mismos efectos. Vino doña Policarpa, tuvo que rajar por sí misma la leña y así terminó aquel día, sin otras novedades, fuera de que Marta no podía hablar mientras su madrastra no le dirigiera la palabra y que ésta estaba ya molesta con la manera como se estaban presentando las cosas en su hogar, antes tan bien organizado.

    A la mañana siguiente Marta Rómpelo-Todo fue a la cocina, todavía a oscuras, para encender el fugo. Frotó la cerilla contra la caja, sin resultado; probó a rasparla contra una piedra áspera, pero tampoco dio lumbre, y así acabó con cuantas había en la caja sin provecho alguno. Marta no podía romper la oscuridad y hasta cuando salió el sol no pudo hacer fuego. Fue a sacar agua del pozuelo; pero, como no podía quebrar la superficie límpida y pareja del agua quieta, el cuenco rebotaba contra el agua como si ésta fuera una lámina de metal transparente. Subió el desayuno a doña Policarpa en una fuente, penetró en la alcoba y como no podía llamar a la señora con palabras porque la alcoba estaba en silencio, trató de despertarla moviendo las mantas y tomando la mano de doña Pola. Pero, ya lo comprenderán mis lectores, Marta no podía romper el sueño de su madrastra. El desayuno quedó ahí sobre la mesita de noche, hasta cuando doña Policarpa se despertó, bien entrada la mañana. Azotó a Marta con una cuerda mojada, pero la niña no lloraba ni decía una palabra de queja.

    El asunto exigía resoluciones radicales. Doña Policarpa del Pésimo-Carácter no quería mantener en su casa una muchacha inútil y que sólo era una boca para comer, que no acertaba a hacer sus oficios y ni siquiera a decir una palabra. Fue al miserable cuartucho en donde dormía Marta, reunió las ropas del camastro y las de la pobre chica en un hatillo y, con un último pellizco, colocó a la huérfana de patitas en la calle, creyendo que una mujer tan inútil pronto moriría de hambre.

    La madre angelical y buena de Marta estaba mirando todo esto desde el cielo. Apenas su hija hubo salido de la dura y cruel tutela de su madrastra, dejó de pesar sobre ella la maldición de la vieja, y la niña pudo romper en cantos de alegría, que acompañaban con sus voces los pajaritos de la enramada y las ranas de los charcos que bordeaban el camino. De un arbusto oloroso quebró sin ningún trabajo una rama, hizo con ella un bastón de caminante y de él colgó el hatillo de sus ropas. Y así, cantando y riendo, se lanzó a la ancha y abierta vida a buscar el sustento que bien sabía ganar siendo hacendosa y buena. Desde entonces doña Policarpa hace por sí misma todos los oficios de su mezquina casa, no tiene con quién hablar y debe volverse contra ella misma cuando se le rompe algún cachivache.

    Osvaldo Díaz Díaz
     
  14. Buénos días a tod@s l@s cuentét@s :beso: :beso: :beso: :beso:

    LA NEGRA Y LA RUBIA


    Había una vez un hombre rico que se ocupaba en el comercio. Quedó viudo con una hija y esta hija era una niña muy linda: parecía una machita por lo rubia y lo blanca que la había hecho Nuestro Señor. Además, tenía unos ojos que eran como ver dos rodajitas que se le hubieran sacado al cielo. Y sobre todo, sangriíta ligera y buena que daba gusto.

    El hombre era ambicioso y no contento con lo que tenía, se casó de nuevo con una vieja birringa, una mujer viuda también, a quien él creía muy rica. Después de casado se convenció de que lo de los bienes de la mujer eran más hojas que almuerzo, de que tenía un genio que sólo su madre la podía aguantar y para aliviar los males, se tenía una hija fea como toditica la trampa, negra, ñata, trompuda, con el pelo pasuso y de ribete mala y malcriada como ella sola y la muy tonta se creía una imagen.

    Por supuesto que para la rubia, entrar en esta casa fue como entrar al infierno. Ella era el tropezón de la madre y de la hija. Las dos eran muy ruines; por la menor cosa allá te va el pescozón de la vieja y el moquete o el pellizco de la negra. Y como el padre andaba siempre viajando por sus negocios, la tenían soterrada en la cocina, mientras ellas estaban en la sala meciéndose en las poltronas. La pobrecita era sufrida y nunca decía ni esta boca es mía.

    Un domingo en la tarde se fueron la madre y la hija a pasear y dejaron a la rubia arreglando la cocina. Así que lo tuvo todo limpio y en su lugar, se lavó, se peinó, se puso su vestido de coger misa y se fue a dar vueltas por el jardín de la casa. De pronto vio entre la hierba una muñequita de porcelana.

    -¡Qué muñequita más linda! dijo, y la levantó, le arrancó los terroncillos que tenía entre el pelo y se fue adentro muy contenta a hacerle un vestidito. Desde ese día, apenas la dejaban sola, sacaba de su cofre la muñequita y se ponía a jugar.

    Al domingo siguiente se fueron la madre y la hija para misa y dejaron a la rubia moliendo.

    Estaba ella en esto, cuando al volver a la piedra de poner una tortilla a asar en el rescoldo, vio sentada sobre la pelota de masa a su muñequita.

    Muy admirada la cogió, la limpió y la fue a guardar a su cofre y siguió moliendo, pero mientras fue a volver la tortilla al comal, vino de nuevo la muñeca a acomodarse sobre la pelota de masa.

    -Mira, muñequita, no seas tan guindada- dijo la niña, y la quiso coger para llevarla a su lugar, pero la muñeca se transformó en una señora muy linda, vestida de celeste, con una corona de luz sobre la cabeza y parada en una nube.

    -Yo no soy una muñeca- dijo la señora- sino la Virgen.

    La niña se arrodilló, pero Nuestra Señora la levantó y sin hacer melindres, se fue a sentar en el taburete de cuero desfondado, que era el único asiento que permitían a la rubia. Luego la cogió en los regazos y se puso a hacerle cariño.

    -Mirá, mi hijita- dijo la Virgen- tu padre va a hacer un viaje por ahí abajo y te va a preguntar que querés que te traiga. Vos le vas a contestar que una arquita como para los pañuelos y otras menudencias. Cuando te la traiga, guardarás en ella la muñequita. Luego la Virgen besó a la niña, desapareció, y en su lugar quedó la muñeca.

    Otro día llegó el papá y le preguntó qué deseaba que le trajese de un viaje que iba a hacer, y su hija le respondió lo que la Virgen le aconsejara.

    La negra pidió a su padrastro un traje nunca visto, un sombrero nunca visto y unas zapatillas nunca vistas.

    Volvió éste de su viaje y cada una tuvo lo que deseaba.

    La negra no hacía otra cosa en todo el santo día que ponerse el traje, el sombrero y las zapatillas y dar paseos frente al espejo.

    A veces llamaba a la rubia como para hacerle la boca agua con sus sedas, encajes y plumas.

    Por fin llegó el domingo, día del estreno del vestido y desde buena mañana despertó a todo el mundo para que la ayudaran.

    La pobre niña rubia hasta que veía el chispero: corre de aquí, corre de allá con los polvos, el colorete, las cintas de apretar el corsé, que esto, que lo otro, que aquí, que allá...

    Por fin salió para misa de tropa, chiqueándose que era un contento, y la seda del vestido hacía tal ruido, que las gallinas que picoteaban en la calle y los perros, salían corriendo. Cuando entró en la Catedral, todo mundo, hasta los soldados y los músicos de banda, volvieron a ver qué significaba aquel ruido que parecía una creciente. Además, la iglesia se llenó de olor a agua Florida, en la que se había bañado.

    Entre tanto, la niña se quedó en su cocina en pleitos con la leña que estaba verde y humeaba tanto, que la pobre tenía los ojos como dos tomates. De pronto, ve sobre la piedra su muñequita.

    -¿Qué querés, muñequita? - le preguntó.

    -La muñeca respondió: -Quiero que vayas a misa de tropa, pero eso sí, no levantés los ojos del suelo.

    Pero muñequita, ¿cómo querés que vaya en esta figura? Yo no me presento así en la Casa de Dios. Ya sabés que mi vestido de los domingos me lo hizo pedazos la negra un día que estaba de luna.

    -Andá a tu arquita y verás- contestó la muñequita-. Y no pensés en la molida ni en el almuerzo, que yo me encargo de eso.

    La niña fue a su arca, y cuál no fue su admiración al ver salir de ella un traje como las espumas de una catarata cuando hace luna, todo sembrado de maripositas de oro, unos zapatitos de raso, también blancos, y un sombrero maravilloso. En un abrir y cerrar de ojos estuvo vestida y salió corriendo para misa porque ya dejaban. En la puerta la estaba esperando un coche muy bueno. Al entrar en la Catedral lo hizo de puntillas para no llamar la atención pero la iglesia se llenó de un perfume de rosas y todo el mundo volvió los ojos y quedaba encantado al ver aquella blanca figurita.

    Acertó la niña a arrodillarse frente a la negra y su madre, quienes se quedaron como viendo visiones al contemplar aquella linda criatura que se les daba un aire a su víctima. Y la del vestido, las maripositas de oro; le preguntó quién se lo había hecho y también, a cada rato, como era medio arrevesada y tataretas para hablar, le decía: -"ni... niña, ni... niña, hagámonos cómales"-. Con lo que le quería decir: -"Niña, hagámonos comadres"-. Pero la niña no levantó siquiera los ojos del suelo.

    Apenas echó el padre la bendición, salió la niña corriendo. El hijo del rey que la había visto entrar y que no le quitó los ojos de encima en toda la misa porque lo tenía encantado, salió corriendo tras ella y quiso hablarle, pero ella dejó caer su pañuelito, y el hijo del rey casi se desnariga por juntarlo; pero mientras él estaba en esa diligencia, la niña se escabulló, se metió, en su coche, que desapareció en un decir amén. Y cuando él fue a buscar, ¡sí otra ponés!

    Cuando la madrastra y la negra volvieron de misa, ya la rubia estaba con su traje tiznado, sopla y sopla el fuego.

    Al siguiente domingo, la negra no fue a misa de tropa, por lucir su vestido en misa de doce. Y otra vez puso a su hermana corre de aquí y corre de allá. Que alcanzame esto, que llévate aquello, que así no, que yo lo quiero asá. Y casi no dejaba a la pobre tentar tierra. Y va entrando a misa, picándola de gran pelota y dejando detrás de ella una hedentina a Agua Florida.

    A la niña volvió a aparecérsele la muñequita, quien la mandó a misa. Entre el arca había un vestido que era como ver un celaje dorado, todito lleno de perlas. A la puerta la esperaba el mismo coche y llegó cuando salía el padre al altar. Como el domingo anterior, toda la iglesia se llenó de un olor a rosas y la gente ni oyó la misa con devoción por estarla mirando. Y la negra no fue cuento, sino que se levantó de donde estaba y se le fue a acomodar a la par. Y otra vez con su necedad de: -"Ni... niña, ni... niña, hagámonos cómales"- y toca aquí y tienta allá bueno, que ya la niña no hallaba qué hacer.

    El hijo del rey, que había recorrido ese día todas las iglesias desde buena mañana, para ver dónde daba con ella, se le puso al frente y no le quitó la vista de encima. Pero la niña no levantó sus ojos del suelo y si no hubiera sido porque de cuando en cuando daba su pestañada, se la hubiera tomado por una imagen.

    Apenas el padre echó la bendición, salió la rubia corriendo y el hijo del rey se le puso atrás.

    Al llegar al coche ya la alcanzaba. Entonces ella dejó caer un ramito de flores que llevaba en la mano. El otro por sácalas, se puso a juntarlas, y mientras tanto el coche se las chifló.

    La madre y la negra llegaron y encontraron a la muchacha atizando el fuego. La negra se puso a meterle mil virutas: -Que desde el domingo anterior se había hecho íntima amiga de una machita preciosa que usaba unos vestidos junto a los cuales el suyo era una cochinadilla cualquiera; y que la tenía requete convidada para ir a pasear; y si Dios quería, cuando ella se casara iban a ser comadres, porque estaba en sus cinco en que ella le llevaría los chiquitos a la pila y que se los llevaría porque se los llevaría.

    Madre e hija no se apearon a la machita de la boca en todo el santo día. -La machita arriba, la machita abajo-. Y la niña hacía como que se las compraba y la muy zorrita oía sin chistar.

    Al domingo siguiente, vuelta otra vez la negra a encajarse su vestido nunca visto y a poner a su hermana al volador. Por fin salió con su madre para misa de doce.

    En el arca hubo esta vez para la rubia un vestido de un color como el del cielo cuando está amaneciendo, todo lleno de brillantes, que parecía que tatita Dios se lo había espejeado de agua.

    Y todo pasó como en los otros domingos. Pero esta vez el hijo del rey no fue tonto, y por más que ella dejó caer su pañuelito de seda, una sortija y una flor, él no quiso perder tiempo en levantar estas cosas y dejó que otro fuera el bueno con ellas. Sin acordarse de que era hijo del rey, se acomodó en la trasera del coche y así dio con la casa en que vivía la niña.

    Desde ese momento no hizo más que estar para arriba y para abajo en la acera y cuando pasaba frente a la casa, parecía que se quería meter.

    La negra, donde lo pilló en esas, creyó que era con ella la cosa, y sacó una poltrona a la puerta y se sentó a mecerse. Y por temor de que su hermana fuera a asomarse, la escondió en la cocina debajo de una gran olla. Cada vez que pasaba el joven, ella pegaba un suspiro o le hacía ojitos.

    En una estaca clavada en el marco de la puerta, tenían madre e hija una lora muy habladora. Seguramente la Virgen la aconsejó, porque en una de las pasadas que dio el príncipe, la lora se puso a gritar:

    "La niña linda debajo de una olla, la negra feroz se quiere casar".

    Y cada vez que el otro pasaba hacía la misma. En una de tantas, se detuvo. La negra se puso como una chira y con el corazón que se le salía. Ella juraba que ya el príncipe le iba a declarar su amor. Pero el príncipe se acercó en son de preguntar lo que decía la lora, para ver si podía fisgonear dentro de la casa. La negra entonces agarró la lora por el pescuezo y casi la ahorca.

    Se la llevó para adentro y le dijo al joven que no le hiciera caso. Pero la lora iba para adentro grita y grita:

    "La niña linda debajo de una olla,

    la negra feroz se quiere casar".

    Al hijo del rey le llamó la atención lo que decía el animal y se fue detrás de la negra y no se anduvo por las ramas sino que llegó hasta la cocina. Allí vio una gran olla y al acercarse le pareció oír como unos sollozos. Levantó la olla y se va encontrando con la pobre niña, todita tiznada y haciendo cucharas.

    Le propuso allí mismo matrimonio, pero ella quiso antes ir a consultar con su muñequita.

    Se fue para su cuarto, sacó la arquita y preguntó a su consejera. Esta le dijo que aceptara, pero que eso sí, no debía alzar a ver al príncipe sino hasta que el padre les echara la bendición, y que si no hacía así, contara con que moriría soltera.

    Volvió ella con sus ojos bajos y contestó al joven que sí sería su esposa.

    Sin hacer caso de los gritos de la madre y de la hija, la cogió y la llevó al palacio. En el camino le decía: -¡Niña, levante sus ojos y míreme!

    ¡Pero ella por sapa los iba a levantar!

    Llegaron al palacio y el joven contó a sus padres lo que pasaba, y que si no lo dejaban casarse, se dejaría morir de hambre.

    Como era único hijo, lo tenían muy consentido y nunca le negaban nada, y aunque a la reina no le acomodaba mucho aquella nuera tan tiznada y remendada, dijeron que bueno, que se casara.

    En esto llegó un joven ( que aquí para nos era un ángel) con la arquita y se la entregó a la niña.

    Esta se encerró y se plantó bien con un vestido mejor que los otros y por supuesto, los reyes al verla, quedaron encantados.

    El casamiento se hizo a los pocos días. La Virgen bajó a servir de madrina. Apenas el padre les echó la bendición, la niña levantó sus ojos para mirar a su marido, para quien aquello fue como si le hubieran metido dos cielos entre el alma.

    Como la niña era muy buen corazón, mandó por la negra y la trató con tanto cariño, que se puso un poquito más amable. Uno de los señores que servían al rey, por quedar bien se casó con ella. Dicen que no le fue muy bien y que muy a menudo andaba con las penas derramadas.

    Pero el príncipe y la niña fueron muy felices, tuvieron una catizumba de hijos y llegaron a viejiticos.

    Primero murió ella y la Virgen se la llevó. Cuando iba para el cielo, su marido oyó una voz que decía:

    Adiós, esposo mío, que en el cielo nos veremos.

    Y de veras, cuando él murió se fue para el cielo y se sentó a cantarle a la Virgen en una silla que le tenían lista al lado de la de su esposa.


    Carmen Lyra – Costa Rica
     
  15. benemi

    benemi ...mar adentro

    Mensajes:
    890
    Ubicación:
    zona centro
    Gracias Principiante:beso: Un relato precioso, aunque trágico...




    Gracias por recordarme...

    - Dime ¿Qué haces?
    - Escribo una carta, déjame no me interrumpas,
    - Ya estamos con más bobadas, otra nueva carta ¿para qué? qué es lo que quieres expresar ahora?
    - Nada, no es nada importante, solo quiero dar las gracias.
    - ¿Las gracias? pero ¿a quien?
    - A quién no te importa, déjame que me desconcentras.
    - Bueno, bueno, no te pongas así, ya te dejo ¿me la leerás luego?
    - Humm, no sé, ya veremos...

    Una hora después.

    - Terminé, ya está, ya he terminado de escribir mi carta.
    - ¿Me la lees?, dí, ¿si?, ¡venga! ¿me la lees?,
    - ¿Porqué quieres que te la lea?
    - No lo sé, has tardado tanto tiempo que... no sé, tengo curiosidad.
    - Bueno, si es tan solo eso, te la leo, pero no pienso decirte para quién es ¿estamos?.
    - Estamos.

    Tomando el papel en sus manos dijo de esta manera:
    - Gracias por recordarme...

    - Ya está, eso es todo, eso es lo que he escrito.
    - ¿Eh?, ¿qué??? ¿¿cómo??? no entiendo,¿¿eso es todo???, solo eso, ¿una hora y solo eso?
    - Sí.
    - ¡Increible!!!.¿¿Tanto tiempo te ha costado escribirle a alguien para darle las gracias por acordarse de ti???.
    -¡¡ Arggg!!, ¿qué?, ¿cómo dices? ¿¿eso pone????, jo, no!!!, yo no quería que pusiera eso!!!, qué fastidio, ahora voy a tener que volver a empezar a escribir mi carta.

    Se hizo un silencio muy grande. Tras unos segundos.

    - Yo, yo, no te entiendo, es que me desconciertas, eso es lo único que has escrito, es simple, ¡está bastante claro!, si no querías decir eso, ¿qué es lo que querías decir???

    - Pues verás, no he debido de explicarme bien, yo lo que realmente quería decir es: Gracias por recordarme...

    ...que existen bellos sentimientos, bellas personas, bellos momentos que se quedan atrapados en los ojos, arropados en el corazón y nos hacen seguir adelante.
    Gracias por recordarme que el amor hacia las personas no se sustenta de oportunidades huecas, de casualidades, de desafíos constantes, sino que el amor es como la savia de los árboles, circula lentamente por las propias venas de las ramas, alimentando, haciendo crecer, poniendo bellos los tallos del caracter, tan solo porque esa savia genera paz, genera luz.
    Gracias por recordarme que existen cielos abiertos, porque este mundo siempre estará abierto a los intentos de ser capaces, a los intentos de ser mejores.
    Gracias por recordarme que mañana si veo algún detalle que me recuerde a ti, no será por desafío, ni tan siquiera por costumbre, tan solo será por una nueva oportunidad que me da la vida de añorarte en mis ojos.
    Gracias por recordarme que existe valor de afecto y calidad de sentimiento en un simple silencio.
    Gracias por recordarme que mis palabras pueden convertirse en broches de lusión que anuden dos corazones distanciados. Hace tiempo que necesitaba decirlo y no sabía cómo escribirlo: Gracias, gracias por todo ello.

    En definitiva, yo quería decir todo eso, todo eso he estado una hora pensando pero al ponerlo en un papel, no sé que me ha pasado, solo me ha salido escribir esta frase: gracias por recordarme...

    Pensaba que con ello todo lo demás ya se entendía.

    -----------------------------------
    Elbert Hubbard dijo una vez algo parecido a esto: un error solo hemos de verlo como un fracaso, si no somos capaces de convertirlo en experiencia.
    Gracias por experimentar conmigo.