Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El cuerpo canta
    El cuerpo canta;
    la sangre aúlla;
    la tierra charla;
    la mar murmura;
    el cielo calla
    y el hombre escucha.

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    Miguel de Unamuno
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Miguel de Unamuno
    Una pequeña biografía
    (Bilabao, España 1864 - Salamanca, España 1931)


    Miguel de unamuno y Jugo, fue doctor en filosofía y letras por la
    Universidad de Madrid. Este gran pensador y poeta, se desempeño
    como catedrático, político y creador de múltiples ensayos
    filosóficos. Son memorables también sus novelas y polémicas
    conferencias.
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    Sus principales obras son: Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911), Rimas de dentro (1923), Teresa (1924), De Fuerteventura a París (1925), Romancero del destierro (1927) y El Cristo de Velásquez (1920).
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    Vivió en Madrid, Salamanca, la isla de Fuerteventura, Hendaya, y París.
    Pertenece a la llamada Generación del 98 y tiene como contemporáneos a Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez y Ramón María del Valle Inclán
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  3. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux



    Podéis imaginaros hasta qué punto me interesó historia del Persa. Quise encontrar, si aún había tiempo, a este precioso y original testigo. Llevado por mi buena fortuna, conseguí descubrirlo en su pequeño piso de la calle de Rivoli, al que no había abando-nado desde aquella época y donde moriría cinco meses después de mi visita. Al principio desconfié; pero cuando el Persa me hubo contado, con su candor de niño, todo lo que sabía personalmente del fantasma, y explicado con toda propiedad las pruebas de su existencia, y sobre todo la extraña correspondencia de Christine Daaé, correspondencia que aclaraba con luz deslumbrante su espantoso destino, ya no me fue posible dudar. ¡No, no! El fantasma no era un mito. Sé muy bien que se me replicó que toda esta correspondencia podía no ser auténtica, y que muy posiblemente podía haber sido fabricada por un hombre cuya imaginación se había alimentado ciertamente de los cuentos más seductores. Pero, por fortuna, me fue posible encontrar muestras de la letra de Christine fuera del famoso paquete de cartas y, como consecuencia, desarrollar un estudio comparativo que esfumó todas mis dudas. Me documenté igualmente acerca del Persa y he podido apreciar de que es un hombre honrado, incapaz de inventar una maquinación que hubiera podido confundir a la justicia. Tal es la opinión de las más grandes personalidades que estuvieron mezcladas de cerca o de lejos en el caso Chagny, que fueron amigos de la familia, y a las cuales expuse todos mis documentos y desarrollé mis deducciones. Recibí de ellos los más nobles alientos, y al respecto me permitiré reproducir algunas líneas que me fueron dirigidas por el general D... Señor: No puedo sino incitarlo a publicar los resultados de su investigación. Me acuerdo perfectamente de que algunas semanas antes de la desaparición de la gran cantante Christine Daaé, y del drama que enlutó a todo el barrio de Saint-Germain, se hablaba mucho, en el foyer de la danza, del fantasma; y creo firmemente que no se dejó de hablar de él hasta después de cerrar ese caso que ocupó todos los espíritus.

    Pero si es posible, como pienso después de haberle oído a usted, explicar el drama mediante el fantasma, le ruego, señor, que volvamos a hablar del fantasma. Por misterioso que éste pueda parecer al principio, siempre será más explicable que esa historia oscura con la que gentes mal intencionadas quisieron ver destrozarse hasta la muerte a dos hermanos que se adoraron toda la vida... Con mis mayores respetos, etcétera. Por último, con mi dossier en mano, volví a recorrer el vasto dominio del fantasma, el formidable monumento del que había hecho su imperio, y todo lo que mis ojos habían visto, todo lo que mi espíritu había descubierto, corroboraba admirablemente los documentos del Persa, cuando un hallazgo maravilloso vino a coronar de forma definitiva mis trabajos. Como se recordará, últimamente, excavando en el subsuelo de la Opera para enterrar allí las voces fonografiadas de los artistas, el pico de los obreros puso al desnudo un cadáver. Pues bien, ¡pude demostrar de que era el cadáver del Fantasma de la Ópera! Hice tocar con la mano esta prueba al mismo administrador, y ahora me es indiferente que los periódicos cuenten que se ha encontrado allí una de las víctimas de la Comuna.2Los desventurados, que fueron aniquilados durante la Comuna en los sótanos de la ópera, no están enterrados por ese lado; yo diré dónde pueden encontrarse sus esqueletos, no muy lejos de la inmensa cripta en la que habían acumulado, durante el asedio, todo tipo de provisiones. Me puse sobre este rastro precisamente buscando los restos del fantasma de la ópera, al que hubiera encontrado de no ser por la inaudita casualidad del enterramiento de las voces vivas. Pero volveremos a hablar de este cadáver y de lo que conviene viene hacer con él; ahora me interesa terminar este prólogo, muy necesario, agradeciendo las comparsas excesivamente modestas que, como el comisario de policía Mifroid (en otro tiempo llamado para las primeras investigaciones después de la desaparición de Christine Daaé, como también el antiguo secretario señor Rémy, el antiguo administrador señor Mercier, el antiguo profesor de canto señor Gabriel y, más especialmente, la señora baronesa de Castelot-Barbezac, que fue en otro tiempo «la pequeña Meg» (de lo que no se avergüenza), la estrella más encantadora de nuestro admirable cuerpo de ballet, la hija mayor de la honorable señora Giry -antigua acomodadora, ya fallecida, del palco del fantasma-, me fueron de gran utilidad, y gracias a los cuales voy a poder revivir, junto con el lector, hasta en sus mínimos detalles, estas horas de puro amor y de espanto.
    continua
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Agranda la puerta...
    Agranda la puerta, Padre,
    porque no puedo pasar.
    La hiciste para los niños,
    yo he crecido, a mi pesar.

    Si no me agrandas la puerta,
    achícame, por piedad;
    vuélveme a la edad aquella
    en que vivir es soñar.


    Miguel de Unamuno
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Madre, llévame a la cama


    Madre, llévame a la cama.
    Madre, llévame a la cama,
    que no me tengo de pie.
    Ven, hijo, Dios te bendiga
    y no te dejes caer.

    No te vayas de mi lado,
    cántame el cantar aquél.
    Me lo cantaba mi madre;
    de mocita lo olvidé,
    cuando te apreté a mis pechos
    contigo lo recordé.

    ¿Qué dice el cantar, mi madre,
    qué dice el cantar aquél?
    No dice, hijo mío, reza,
    reza palabras de miel;
    reza palabras de ensueño
    que nada dicen sin él.

    ¿Estás aquí, madre mía?
    porque no te logro ver...
    Estoy aquí, con tu sueño;
    duerme, hijo mío, con fe.

    Miguel de Unamuno
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Sombra de humo
    ¡Sombra de humo cruza el prado!
    ¡Y que se va tan de prisa!
    ¡No da tiempo a la pesquisa
    de retener lo pasado!

    Terrible sombra de mito
    que de mi propio me arranca,
    ¿es acaso una palanca
    para hundirse en lo infinito?

    Espejo que me deshace
    mientras en él me estoy viendo,
    el hombre empieza muriendo
    desde el momento en que nace.

    El haz del alma te ahuma
    del humo al irse a la sombra,
    con su secreto te asombra
    y con su asombro te abruma.


    Miguel de Unamuno
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    De "Canto a mí mismo":

    1. Me celebro y me canto a mí mismo.
    Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
    porque lo que yo tengo lo tienes tú
    y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

    Vago... e invito a vagar a mi alma.
    Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
    para ver cómo crece la hierba del estío.
    Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
    de esta tierra y de estos vientos.
    Me engendraron padres que nacieron aquí,
    de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
    de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.

    Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
    Y con mi aliento puro
    comienzo a cantar hoy
    y no terminaré mi canto hasta que muera.
    Que se callen ahora las escuelas y los credos.
    Atrás. A su sitio.
    Sé cuál es su misión y no la olvidaré;
    que nadie la olvide.
    Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
    dejo hablar a todos sin restricción,
    y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza
    desenfrenada.

    WALT WHITMAN

     
  8. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    Donde la noche se enamora del misterio
    y envuelve en su capa
    a esas almas heridas de soledad
    para que no mueran de frío.
    Donde la noche se transforma en una voz
    y acuna la imaginación
    y los sueños de libertad
    donde la esperanza pasea
    de la mano del saber
    donde te espero en la rosa de los vientos
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    que bonita letra!!! :razz:
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux


    1
    ¿ES EL FANTASMA?

    Aquella noche en la que los señores Debienne y Poligny, directores dimisionarios de la ópera, daban su última sesión de gala con ocasión de su marcha, el camerino de la Sorelli, una de las primeras figuras de la danza, se vio súbitamente invadido por media docena de damiselas del cuerpo de baile que subían de escena después de haber «danzado» el Poliuto. Se precipitaron al camerino con gran confusión, las unas haciendo oír risas excesivas y poco naturales, y las otras gritos de terror. La Sorelli, que deseaba estar sola un instante para el discurso que debía pronunciar después, en el foyer, ante los señores Debienne y Poligny, había visto con malhumor lanzarse tras ella a todo este grupo alocado. Se volvió hacia sus compañeras y se inquietó al comprobar una emoción tan tumultuosa. Fue la pequeña Jammes -la nariz preferida de Grévin, con sus ojos de nomeolvides, sus mejillas de rosa, su cuello de lirio- quien explicó en tres palabras, con una voz temblorosa que la angustia ahogaba: -¡Es el fantasma! Y cerró la puerta con llave. El camerino de la Sorelli era de una elegancia oficial y banal. Una psique4, un diván, un tocador y unos armarios formaban el necesario mobiliario. Algunos grabados en las paredes, recuerdos de la madre, que había conocido los bellos días de la antigua ópera de la calle Le Peletier. Retratos de Vestris, Gardel, Dupont, Bigottini. Aquel camerino parecía un palacio a las chiquillas del cuerpo de baile, que ocupaban las habitaciones comunes donde pasaban el tiempo cantando, peleándose, pegando a los peluqueros y a las vestidoras, y bebiendo vasitos de casis ó de cerveza, ó incluso de ron, hasta el toque de campana del avisador. La Sorelli era muy supersticiosa. Al oír hablar del fantasma a la pequeña Jammes, se estremeció y dijo: -¡Qué tonta eres! Como era la primera en creer en los fantasmas en general y en el de la ópera en particular, quiso ser informada inmediatamente. -¿Lo has visto? -preguntó. -Como la veo a usted -replicó gimiendo la pequeña Jammes, quien, sin poder aguantarse sobre sus piernas, se dejó caer en una silla. De inmediato, la pequeña Giry -ojos de ciruela, cabellos de tinta, tez color bistre, su pobre piel recubriendo apenas sus huesecitos, añadió: -Sí, es él, y es muy feo. -¡Oh, sí! -exclamó el coro de bailarinas. Y se pusieron a hablar todas a la vez. El fantasma se les había aparecido bajó el aspecto de un señor de frac negro que se había alzado de repente ante ellas, en el pasillo, sin que pudiera saberse de dónde venía. Su aparición había sido tan súbita que podía creerse que salía del muro. -¡Bah! -dijo una de ellas que más ó menos había conservado la sangre fría-, vosotras veis fantasmas por todas partes. La verdad es que, desde hacía algunos meses, no había otro tema en la ópera que el del fantasma de frac negro que se paseaba como una sombra de arriba a abajo del edificio, que no dirigía la palabra a nadie, a quien nadie osaba hablar y que, además, se desvanecía nada más ser visto, sin que pudiera saberse por dónde ni cómo. No hacía ruido al andar, como corresponde a un verdadero fantasma. Habían comenzado por reírse y burlarse de aquel aparecido vestido como un hombre de mundo o como un enterrador, pero la leyenda del fantasma en seguida había tomado proporciones colosales en el cuerpo de baile. Todas pretendían haber tropezado más ó menos veces con este ser sobrenatural y haber sido víctima de sus maleficios. Y las que reían más fuerte no eran ni mucho menos las que estaban más tranquilas. Cuando no se dejaba ver, señalaba su presencia ó su pasó acontecimientos chistosos ó funestos de los que la superstición casi general le hacía responsable. ¿Había que lamentar un accidente? ¿Una compañera había gastado una broma a una de las señoritas del cuerpo de baile? ¿Una cajita de polvos faciales se había perdido? ¡Todo era culpa del fantasma, del fantasma de la ópera! En realidad, ¿quién lo había visto? La ópera está llena de fracs negros que no son de fantasmas... Pero éste tenía una particularidad que no todos los fracs tienen. Vestía a un esqueleto. Al menos, así lo decían aquellas señoritas. Y, naturalmente, tenía una calavera. ¿Era serió todo aquello? Lo cierto es que la imagen del esqueleto había nacido de la descripción que había hecho del fantasma Joseph Buquet, jefe de los tramoyistas, que decía haberlo visto. Había chocado, no podemos decir que «había dado de narices», ya que el fantasma no las tenía, con el misterioso personaje en la escalerilla que, cerca de la rampa, llevaba directamente a los «sótanos». Había tenido tiempo de contemplarlo sólo un segundo, ya que el fantasma había huido, pero conservaba un recuerdo imborrable de esa visión. Y he aquí lo que Joseph Buquet dijo del fantasma a quien quiso oírle: «Es de una delgadez extrema y sus vestiduras negras flotan sobre una armazón esquelética. Sus ojos son tan profundos que no se distinguen bien las pupilas inmóviles. En resumen, no se ven más que dos grandes huecos negros como en los cráneos de los muertos. Su piel, que está tensa sobre los huesos como una piel de tambor, no es blanca sino desagradablemente amarilla. Tiene tan poca nariz que es invisible de perfil, y la ausencia de nariz es algo terrible de ver. Tres ó cuatro largas mechas oscuras le caen sobre la frente que, por detrás de las orejas, hacen de cabellera.» En vano Joseph Buquet había perseguido a esta aparición. Se esfumó como por arte de magia y él no pudo encontrar su rastro. El jefe de los tramoyistas era un hombre serió, ordenado, de imaginación lenta, y en aquel momento se encontraba sobrio. Sus palabras fueron escuchadas con estupor e interés, y en seguida hubo gente explicando que también ellos se habían encontrado a un frac con una calavera. Las personas sensatas que no hicieron caso de esta historia afirmaron, al principio, que Joseph Buquet había sido víctima de la broma de alguno de sus subordinados. Pero después, se produjeron, uno detrás de otro, incidentes tan extraños y tan inexplicables que hasta los. más incrédulos comenzaron a preocuparse. Sabido es que un teniente de bomberos es, desde luego, valiente. No teme a nada, y menos aún al fuego.
    continua


    4Espejo grande de pie, dispuesto sobre un bastidor, con bisagras en el marco, de modo que pueda variarse a voluntad la inclinación
     
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    La Luna y la rosa
    En el silencio estrellado
    la Luna daba a la rosa
    y el aroma de la noche
    le henchía -sedienta boca-
    el paladar del espíritu,
    que durmiendo su congoja
    se abría al cielo nocturno
    de Dios y su Madre toda...

    Toda cabellos tranquilos,
    la Luna, tranquila y sola,
    acariciaba a la Tierra
    con sus cabellos de rosa
    silvestre, blanca, escondida...
    La Tierra, desde sus rocas,
    exhalaba sus entrañas
    fundidas de amor, su aroma...

    Entre las zarzas, su nido,
    era otra luna la rosa,
    toda cabellos cuajados
    en la cuna, su corola;
    las cabelleras mejidas
    de la Luna y de la rosa
    y en el crisol de la noche
    fundidas en una sola...

    En el silencio estrellado
    la Luna daba a la rosa
    mientras la rosa se daba
    a la Luna, quieta y sola.

    Miguel de Unamunu
     
  12. clause

    clause Claudia

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    La mar ciñe
    La mar ciñe a la noche en su regazo
    y la noche a la mar; la luna, ausente;
    se besan en los ojos y en la frente;
    los besos dejan misterioso trazo.

    Derrítense después en un abrazo,
    tiritan las estrellas con ardiente
    pasión de mero amor y el alma siente
    que noche y mar se enredan en su lazo.

    Y se baña en la obscura lejanía
    de su germen eterno, de su origen,
    cuando con ella Dios amanecía,

    y aunque los necios sabios leyes fijen,
    ve la piedad del alma la anarquía
    y que leyes no son las que nos rigen.

    miguel de Unamunu
     
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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux


    Pues bien, el teniente de bomberos en cuestión5, que había ido a dar una vuelta de vigilancia por los sótanos y se había aventurado, parece ser, un poco más lejos que de costumbre, había aparecido de repente en el escenario, pálido, asustado, tembloroso, con los ojos fuera de las órbitas, y casi se había desvanecido en los brazos de la noble madre de la pequeña Jammes. ¿Y por qué? Porque había visto avanzar hacia él, ¡a la altura de su mirada, pero sin cuerpo, a una cabeza de fuego! Y lo repito, un teniente de bomberos no teme al fuego. El teniente de bomberos se llamaba Papin. Los miembros del cuerpo de baile quedaron consternados. Primero, esa cabeza de fuego no respondía en lo más mínimo a la descripción del fantasma que había dado Joseph Buquet. Se interrogó a conciencia al bombero se interrogó de nuevo al jefe de los tramoyistas, después de lo cual las señoritas quedaron persuadidas de que el fantasma tenía varias cabezas que cambiaba según le convenía. Naturalmente, en seguida imaginaron que corrían el mayor de los peligros. Desde el momento en que un teniente de bomberos no vacilaba en desmayarse, corifeos y «ratas»6podían invocar infinidad de excusas para disimular el terror les hacia huir a toda velocidad con sus patitas al pasar ante algún agujero oscuro de un corredor mal iluminado. Hasta el extremo de que, para proteger en la medida de lo posible al monumento entregado a tan horribles maleficios, la Sorelli misma, rodeada de todas las bailarinas y seguida incluso por la chiquillería de las clases inferiores en maillot, había colocado, al día siguiente de la historia del teniente de bomberos, sobre la mesa que se encuentra en el vestíbulo del portero, del lado del patio de la administración, una herradura de caballo que cualquiera que entrara en la Opera, siempre que no fuera a título de espectador, debía tocar antes de poner el pie en el primer peldaño de la escalera. Y debía hacerlo bajo pena de convertirse en presa del poder oculto que se había adueñado del edificio, desde los sótanos hasta el desván. La herradura de caballo, como toda esta historia por lo demás, no la he inventado yo, y hoy en día puede verse aún sobre la mesa del vestíbulo, al lado de la portería, al entrar en la Opera por el patio de la administración. Todo esto nos da con suficiente rapidez una visión del estado de ánimo de tales señoritas, la tarde en la que entramos con ellas en el camerino de la Sorelli. -¡Es el fantasma! -había gritado pues la pequeña Jammes. La inquietud de las bailarinas no hizo más que aumentar. Ahora un silencio angustioso reinaba en el camerino. No se oía más que el ruido de las respiraciones jadeantes. Por fin, Jammes, arrojándose al rincón más apartado de la pared, con los síntomas de un verdadero temor, musitó esta sola palabra. -¡Escuchad! A todas les pareció, en efecto, oír un roce detrás de la puerta. Ningún ruido de pasos. Era como si una seda ligera se deslizara por el panel. Después, nada. La Sorelli intentó mostrarse menos pusilánime que sus compañeras. Se acercó a la puerta y preguntó con voz tenue: -¿Quién está ahí? Pero nadie le respondió. Entonces, sintiendo fijos en ella todos los ojos, que espiaban hasta sus más mínimos gestos, se obligó a parecer valiente y dijo con voz muy fuerte:

    director de la Opera.

    5Sé la anécdota, también absolutamente cierta, por medio del mismo señor Pedro Gailhard, antiguo
    6Se denominan «corifeos» a los miembros de la segunda de las cinco jerarquías del cuerpo de baile de la ópera de París, en tanto que «ratas» o «ratitas» son los alumnos/as de dicho cuerpo, que cumplen la función de figurantes/as
     
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    clause Claudia

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    RÉQUIEM POR FEDERICO


    I
    Lo mataron en Granada,
    una tarde de verano
    y todo el cielo gitano
    recibió la puñalada...

    Sangre en verso derramada,
    poesía dulce y roja
    que toda la vega moja
    en amargo desconsuelo
    "sin paño de terciopelo
    ni cáliz que la recoja".

    ¯
    (Por cielos de ceniza
    se va el poeta;
    la frente se le riza
    como veleta.
    Toda Granada
    es una plazoleta
    deshabitada)
    ¯
    II

    "Por el olivar venían,
    bronce y sueño, los gitanos".
    En la palma de sus manos
    como un niño lo traían...

    Las mujeres se rompían
    los volantes de la enagua,
    y el Darro bailaba el agua
    en un triste soniquete
    que sonaba a martinete
    y a cante grande de fragua...

    ¯
    (¡Encended los faroles;
    romped el velo;
    cantad por "caracoles",
    que viene el duelo!
    ¡Como una espada,
    llevadlo, así, entre "oles"
    por su Granada)
    ¯

    III

    No te vayas buen amigo
    quédate aquí con nosotros;
    están soltando los potros
    junto a lo verde del trigo...

    Están soñando contigo
    temblando de calentura,
    gitanas de piel oscura
    y brillante cabellera
    y hay una boca que espera
    morderte labio y cintura...

    ¯
    (Desnúdate deprisa,
    que vengo herido;
    quédate con la risa
    como vestido...
    Quiero beberte
    y que luego dormido
    venga la muerte...)
    ¯
    IV

    "Rosa de los Camborios
    gime sentada a la puerta"
    medio viva y medio muerta
    entre paños mortuorios.

    A la luz de los velorios,
    con pena de jazmín chico,
    cual dos palomas sin pico
    muestra sus pechos helados,
    heridos y acuchillados
    lo mismo que Federico.

    ¯
    (¡Que doble, bronce y plata,
    la Vela, Vela,
    que se ha muerto la nata
    de la canela!
    Mi bien amado
    de limón y ciruela
    va amortajado...)
    ¯
    V

    Ignacio Sánchez Mejías
    "con toda su muerte al hombro"
    sale pálido de asombro
    a las barandas sombrías...

    Todas las ganaderías
    mugen a la misma hora
    y en el filo de la aurora,
    junto a los bravos erales,
    sobre el mar de los trigales,
    la brisa también lo llora...

    ¯
    (¡Ignacio, dame el vaso
    con el ungüento;
    no puedo dar un paso,
    ya no me siento!
    Quiero abrazarte,
    pero me ciega un viento
    de parte a parte...)
    ¯
    VI

    Dentro de su traje oscuro
    te nombra Bernarda Alba...
    la tarde pinta de malva
    la rosa blanca del muro.

    En la calle pisa duro
    un caballo sin jinete;
    dan en la torre las siete
    y Angustias, con voz sombría,
    solloza un Ave María
    derrumbada en el poyete.

    ¯
    (Por la tapia del huerto
    te llamé en vano...
    -¡Dime que no está muerto
    Pepe, el Romano!-
    Ciego de zambra,
    con un Ángel gitano
    va por la Alhambra...)
    ¯
    VII

    -¿De quién es ese lamento
    que sobre la noche rueda?...
    -De Marianita Pineda,
    que está bordando en el viento...

    Con hilos de sentimiento,
    a la vez que borda y canta
    y con mano fina planta
    entre sangrientos jardines
    una rosa de carmines
    que enjoyará su garganta...

    ¯
    (¿Qué bordas, Marianita,
    sobre esa tela?
    La flor para una cita
    que me desvela...
    ¡En seda cuaja
    lo que Granada grita
    que es su mortaja...)
    ¯
    VIII

    "¡Hijo con un cuchillito
    que apenas cabe en la mano",
    de tu romance gitano
    cortaron la flor del grito!

    ¡Ay, qué dolor infinito
    de pedernal y de rosa;
    voy y vengo como loca
    sin que consolarme pueda
    porque ni un hijo me queda
    para llevarme a la boca!

    ¯
    (Aquel traje de pana
    que se ponía...
    Aquella faja grana
    que se ceñía...
    ¡Tanto cuidarlo,
    y una flor de canana
    para matarlo!).
    ¯
    IX

    Desde su balcón volado,
    pálida, triste y mocita,
    te llama Doña Rosita,
    con el aliento apagado...

    Un heliotropo morado
    le acuchilla las ojeras
    y corta con sus tijeras
    adormecidas de herrumbre
    su corazón hecho lumbre
    por cincuenta primaveras...

    ¯
    (¿Quién cambió los papeles
    en el piano?
    ¿Quién secó los claveles
    de mi verano...?
    ¡Ay, qué tormento!
    ¿Dónde estás, primo hermano,
    que no te siento?)
    ¯
    X

    Sobre el hoyo de la cama
    donde su flor se le mustia
    igual que un río de angustia
    una mujer se derrama...

    Llama en vano, llama y llama
    al hijo que se le esconde...
    -¿En qué jardines, en dónde,
    hallar mi nardo de esperma...?

    Grito preñado de Yerma
    al que el hijo no responde...

    ¯
    (¡A la nana, mi niño,
    que es madrugada...!
    ¡A la nana, cariño,
    flor de Granada!
    ¡Si yo pudiera
    quedarme embarazada
    yo te pariera!)
    -

    XI

    "Antonio Torres Heredia
    Camborio de dura crin",
    llora al filo de la media
    noche por el Albaicín...

    Suena la voz de un muecín
    como una fuente delgada,
    y desde Sierra Nevada,
    una paloma doliente,
    baja a besarle la frente
    al poeta de Granada...

    (¿A dónde vas, amigo,
    con tu secreto?
    Te llevarás conmigo
    voz y soneto...
    ¡Cómo gemía
    dentro de tu esqueleto
    la poesía!)


    Rafael de León
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    QUÉ ES TU VIDA...?

    ¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?,
    ¡lluvia en el lago!
    ¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
    ¡viento en la cumbre!

    ¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?,
    ¡sombra en la cueva!,
    ¡lluvia en el lago!,
    ¡viento en la cumbre!,
    ¡sombra en la cueva!

    Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
    y es el viento sollozo sin partida,
    pesar, la sombra sin ningún consuelo,
    y lluvia y viento y sombra hacen la vida.

    Miguel de Unamuno