Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Ay Dios, es como si no hubiese pasado el tiempo! Ay que os he echado de menos. Mucho mucho...
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas y que te paso pili ?? pero venite para la cocina ,que aca o te vas a tener que poner a escribir en verso y o sino en tradiciones tenes que poner alguna costumbre o contarte una historia! http://www.infojardin.com/foro/showthread.php?t=171923&page=151
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas INCOHERENCIAS Para JOSÉ I. BANDERA Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla? Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido? Fui templario, ¿do está mi recia malla? ¿En qué campo sangriento de batalla me dejaron así, triste y vencido? ¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena su fulgor mi conciencia? Tengo miedo a la duda terrible que envenena, y me miras rodar sobre la arena ¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo! ¡Oh!, siglo decadente, que te jactas de poseer la verdad, tú que haces gala de que con Dios, y con la muerte pactas, devuélveme mi fe, yo soy un Chactas que acaricia el cadáver de su Atala... Amaba y me decías: «analiza», y murió mi pasión; luchaba fiero con Jesús por coraza, triza a triza, el filo penetrante de tu acero. ¡Tengo sed de saber y no me enseñas; tengo sed de avanzar y no me ayudas; tengo sed de creer y me despeñas en el mar de teorías en que sueñas hallar las soluciones de tus dudas! Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo batallar sin amor, sin fe serena que ilumine mi ruta, y tengo miedo... ¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo, vestal, ¡que no me maten en la arena! Amado Nervo, 1898
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas INVITACIÓN AL PAISAJE A Ignacio Medina Invitar al paisaje a que venga a mi mano, invitarlo a dudar de sí mismo, darle a beber el sueño del abismo en la mano espiral del cielo humano. Que al soltar los amarres de los ríos la montaña a sus mármoles apele y en la cumbre el suspiro que se hiele tenga el valor frutal de dos estíos. Convencer a la nube del riesgo de la altura y de la aurora, que no es el agua baja la que sube sino la plenitud de cada hora. Atraer a la sombra al seno de rosales jardineros. (Suma el amor la resta de lo que amor se nombra y da a comer la sobra a un palomar de ceros). ¡Si el mar quisiera abandonar sus perlas y salir de la concha...! Si por no derramarlas o beberlas —copa y copo de espumas— las olvida. Quién sabe si la piedra que en cualquier recodo es maravilla quiera participar de exacta exedra, taza-fuente-jardín-amor-orilla. Y si aquel buen camino que va, viene y está, se inutiliza por el inexplicable desatino de una cascada que lo magnetiza. ¿Podrán venir los árboles con toda su escuela abecedaria de gorjeos? (Siento que se aglomeran mis deseos como el pueblo a las puertas de una boda). El río allá es un niño y aquí un hombre que negras hojas junta en un remanso. Todo el mundo le llama por su nombre y le pasa la mano como a un perro manso. ¿En qué estación han de querer mis huéspedes descender? ¿En otoño o primavera? ¿O esperarán que el tono de los céspedes sea el ángel que anuncie la manzana primera? De todas las ventanas, que una sola sea fiel y se abra sin que nadie la abra. Que se deje cortar como amapola entre tantas espigas, la palabra. Y cuando los invitados ya estén aquí —en mí—, la cortesía única y sola por los cuatro lados, será dejarlos solos, y en signo de alegría enseñar los diez dedos que no fueron tocados sino por la sola poesía. Carlos Pellicer
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Tengo yo un primo que es todo un maestro de lo mio, de lo tuyo, de lo nuestro; un lujo para el alma y el oido, un modo de vengarse del olvido. Boca que mira, vacino de Estambul, rey de Algeciras. Viene del Poble Sec ese atorrante universal, charnego y trashumante, que saca, cuando menos te lo esperas, palomas de la paz de su chistera. Y, cuando canta, le tiembla el corazón en la garganta. Harto ya de estar harto de las fronteras va pidiendo escaleras para subir de tu falda a tu blusa, toca madera: tendría que estar prohibido un fulano así. Detrás esta la gente que necesita su música bendita más que comer y el siglo que deshoja su margarita. Yo, de joven, quisiera ser como él. Tengo yo un primo que es primo de todos cada cual a su forma y a su modo; loco hidalgo con yelmo de Mambrino que no teme a gigantes ni a molinos y cuando gana el Barça cree que hay Dios y es azulgrana. Qué poca seriedad, qué mal ejemplo para los mercaderes de los templos ese alquimista de las emociones que cura las heridas con canciones. Mi primo el Nano, que no me toca nada y es mi hermano. Harto ya de estar harto de las fronteras va pidiendo escaleras para subir de tu falda a tu blusa, toca madera: tendría que esta prohibido un fulano así. Detrás esta la gente que necesita su música bendita más que comer y el siglo que deshoja su margarita. Yo, de joven, quisiera ser como es mi primo Joan Manuel. Joaquin Sabina (pinchar para ver mas grande) " La poesia es siempre un acto de paz.El poeta nace de la paz ,como el pan nace de la harina." Pablo Neruda.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux Esqueletos y calaveras se amontonaban a centenares contra el muro de la iglesia, retenidos únicamente por una fina alambrada que dejaba al descubierto todo el macabro edificio. Las calaveras, apiladas, alineadas como ladrillos, sujetas en los intervalos por huesos fuertes y limpiamente blanqueados, parecían formar el primer asentamiento sobre el que se habían levantado las paredes de la sacristía. La puerta de la sacristía se abría en medio de aquel osario, al igual que en muchas viejas iglesias bretonas. Raoul rezó por el alma de Daaé, luego, tristemente impresionado por esas sonrisas eternas que tienen las bocas de las calaveras, salió del cementerio, subió la colina y se sentó al borde de la landa que domina el mar. El viento se agitaba malignamente por los arenales, aullando bajo la pobre y tímida luz del día. Ésta fue cediendo, desapareció y se convirtió tan sólo en una raya lívida en el horizonte. Entonces, el viento calló. Había llegado la noche. Raoul se encontraba cercado por sombras heladas, pero no sentía el frío. Todo su pensamiento vagaba por la colina desierta y deso- lada, toda recuerdos. Allí, en aquel lugar, había venido a menudo a la caída de la tarde con la pequeña Christine para ver danzar a las korrigans en el momento preciso en que salía la luna. Por lo que a él se refiere, jamás las había visto, sin embargo tenía buena vista. Pero Christine, aún siendo un poco miope, pretendía haber visto a muchas. Sonrió a este recuerdo y, luego, de repente, se estremeció. Una silueta, una silueta muy concreta, pero que había llegado hasta allí sin que ningún ruido la anunciara, una silueta de pie, a su lado, decía: -¿Cree que las korrigans vendrán esta noche? Era Christine. Él quiso hablar. Ella le tapó la boca con su mano enguantada. -¡Escúcheme, Raoul, estoy decidida a decirle algo grave, muy grave! Su voz temblaba. Él esperó. Ella volvió a hablar, con algo de ahogo. -¿Se acuerda, Raoul, de la leyenda del Ángel de la música? -¡Claro que me acuerdo! -dijo él-; me parece incluso que fue aquí donde su padre nos la contó por primera vez. -Fue también aquí donde me dijo: «Cuando esté en el cielo, te lo enviaré». Pues bien, Raoul, mi padre está en el cielo y yo he recibido la visita del Ángel de la música. -No lo dudo -contestó el joven con gravedad. Creía que su amiga, en un arrebato piadoso, mezclaba el recuerdo de su padre con el resplandor de su último triunfo. Christine pareció ligeramente extrañada de la sangre fría con la que el vizconde de Chagny se enteraba de que había recibido la visita del Ángel de la música. -¿Cómo se lo explica, Raoul? -dijo, inclinando su pálido rostro tan cerca del joven que éste pudo pensar que Christine iba a darle un beso, aunque ella sólo quería leer, a pesar de la oscuridad, en sus ojos. -Creo -le respondió él- que una criatura humana no canta como cantó usted la otra noche sin que se dé un milagro, sin que el Cielo no haya intervenido. No existe en la tierra maestro alguno que pueda enseñar semejantes tonalidades. Usted ha oído al Ángel de la música, Christine. -Sí -dijo ella solamente-, en mi camerino. Es allí donde me da sus lecciones diarias. El tono con el que dijo esto era tan penetrante y tan particular, que Raoul la miró inquieto, como se mira a una persona que dice una monstruosidad o que se aferra a alguna loca visión en la que cree con todas las fuerzas de su pobre cerebro enfermo. Ahora se había echado hacia atrás e, inmóvil, o era más que un poco de sombra en la noche. -¿En su camerino? -repitió é¡ como un estúpido eco. -Sí, es allí donde lo oigo, y no he sido la única en oírlo
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Buscando siempre lo que nunca hallo, no me puedo sufrir a mí conmigo y encubierta la culpa y no el castigo me tiene Amor, de quien nací vasallo. Yo sufro y no me atrevo a declarallo con ver tan imposible el bien que sigo, que cuando me condena lo que digo no me puedo valer con lo que callo. Sigo como dichoso, no lo siendo; quisiera dar razones y estoy mudo y de puro rendido me defiendo. Del tiempo fío lo que en todo dudo, y en fin he de mostrar claro muriendo que en mí el amor más que el agravio pudo. Juan de Tassis y Peralta Conde de Villamediana
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas VERDAD SIEMPRE A Manuel Altolaguirre Sí, sí, es verdad, es la única verdad; ojos entreabiertos, luz nacida, pensamiento o sollozo, clave o alma, este velar, este aprender la dicha, este saber que el día no es espina, sino verdad, oh suavidad. Te quiero. Escúchame. Cuando el silencio no existía, cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte, entonces, cuando el día. Noche, bondad, oh lucha, noche, noche. Bajo clamor o senos, bajo azúcar, entre dolor o sólo la saliva, allí entre la mentira sí esperada, noche, noche, lo ardiente o el desierto. Vicente Aleixandre
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas EXPECTATIVAS VIAJO Viajo como los nómadas pero con una diferencia carezco totalmente de vocación viajera sé que el mundo es espléndido y brutal viajo como las naves migratorias pero con una diferencia nunca puedo arrancarme del invierno sé que el mundo es benévolo y feroz viajo como las dóciles cometas pero con una diferencia nunca llego a encontrarme con el cielo sé que el mundo es eterno y agoniza Mario Benedetti
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas PROVERBIOS Y CANTARES - XXI Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba. Antonio Machado
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux Librodot -¿Quién más lo ha oído entonces, Christine? -Usted, amigo mío. -¿Yo? ¿Yo he oído al Ángel de la música? -Sí, la otra noche. Era él el que hablaba cuando usted escuchó detrás la puerta de mi camerino. Fue él quien me dijo: «Es preciso que me ames». Pero yo creía ser la única en escuchar su voz. Imagine pues, mi sorpresa, cuando esta mañana me he enterado de que usted también podía oírlo... Raoul se echó a reír a carcajadas. Y, en seguida, la noche se disipó en la colina desierta y los primeros rayos de luna envolvieron a los jóvenes. Christine se había vuelto hacia Raoul con aire hostil. Sus ojos, por lo general tan dulces, relampagueaban. -¿De qué se ríe tanto? ¿Cree acaso haber oído una voz de hombre? -¡Exacto! -exclamó el joven, cuyas ideas comenzaban a confundirse ante la actitud agresiva de Christine. -¡Usted, Raoul! ¡Usted es quien me dice esto! ¡Un amigo de la infancia! ¡Un amigo de mi padre! No lo reconozco. Pero, ¿qué se ha creído usted? Soy una joven honesta, señor vizconde de Chagny, y no me encierro con voces de hombre en mi camerino. ¡Si hubiera abierto la puerta, habría visto que allí no había nadie! -¡Es cierto! Cuando usted salió, abrí la puerta y no encontré a nadie en el camerino... -Ya lo ve... ¿Entonces? El conde hizo acopio de todo su valor. -¡Entonces, Christine, creo que alguien se burla de usted! Ella lanzó un grito y huyó. Él corrió tras ella, pero la muchacha, llena de una irritación feroz, lo detuvo con un enérgico: - ¡Déjeme! ¡Déjeme! Y desapareció. Raoul volvió al albergue muy abatido, muy descorazonado y muy triste. Se enteró de que Christine acababa de subir a su habitación y que había anunciado que no bajaría a cenar. El joven preguntó si se encontraba enferma. La buena posadera le contestó de forma ambigua que, de encontrarse mal, no era nada grave y, como creía en los enfados de los enamorados, se alejó encogiéndose de hombros y diciendo en voz baja que era una lástima ver a dos jóvenes desperdiciando en vanas discusiones las pocas horas de felicidad que el buen Dios les ha permitido pasar en la tierra. Raoul cenó solo en un rincón del atrio y, como podéis imaginar, de una forma bien triste. Más tarde, en su habitación, intentó leer y, luego, en la cama, intentó dormir. En la habitación de al lado no salía ningún ruido. `Qué hacía Christine? ¿Dormía? Y si no dormía, ¿en qué pensaba? Y él, ¿en qué pensaba? ¿Acaso era capaz de decirlo? La extraña conversación que había tenido con Christine lo habrá turbado por completo... Pensaba menos en Christine que alrededor de Christi- ne, y ese «alrededor» era tan difuso, tan nebuloso, tan incomprensible, que sentía un singular y angustioso malestar. De este modo las horas pasaban muy lentas. Serían más o menos las once y media de la noche cuando oyó, con claridad, pasos en la habitación de al lado. Eran pasos ligeros, furtivos. ¿Entonces Christine no se había acostado? Sin pensar en lo que hacía, el joven se vistió a tientas, cuidando de no hacer el menor ruido. Y esperó, dispuesto a todo. ¿Dispuesto a qué? ¿Lo sabía acaso? El corazón le saltó en el pecho cuando oyó que la puerta de Christine giraba lentamente sobre sus goznes.