Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

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    LA VENGANZA DE LOS CONDORES.

    Nunca he sabido despertar a un indio a puntapiés. Quiso enseñarme este arte triste, en un puerto del Perú, el capitán González, que tenía tan lindo látigo con puño de oro y un jeme de plomo por contera.

    —Pedazo de animal —vociferaba el capitán atusándose los bigotes donjuanescos—. Así son todos estos bellacos. Le ordené que ensillara a las cinco de la mañana y ya lo ve usted, durmiendo como un cochino a las siete. Yo, que tengo que llegar a Huaraz en dos días…

    El indio dormía vestido a la intemperie con la cabeza sobre una vieja silla de montar. Al primer contacto del pie, se irguió en vilo, desperezándose. Nunca he sabido si nos miran bajo el castigo, con ira o con acatamiento. Mas como él tardara un tanto en despertar a este mundo de su dolor cotidiano, el militar le rasgó la frente de un latigazo. El indio y yo nos estremecimos; él, por la sangre que goteaba en su rostro como lágrimas; yo, porque llevaba todavía en el espíritu prejuicios sentimentales de bachiller. Detuve del brazo a este hombre enérgico y evité una segunda hemorragia.

    —¡Badajo! —repetía el verdugo, mirándome con ojos severos—. Así hay que tratar a estos bárbaros. Usted no sabe, doctor.

    El capitán González me había conferido el grado universitario al ver mis botas relucientes, mi poncho nuevo, que no curtieron los vientos, y estas piedades cándidas de limeño. Anoche mismo, después de ganarme, en la pobre fonda del puerto, cinco libras peruanas al chaquete, me adoptaba ya con una sonrisa paternal, diciendo: “Pues hacemos juntos el viaje hasta Huaraz, mi doctorcito. Ya verá usted cómo se divierte con mi palurdo, un indio bellaco que en todas las chozas tiene comadres. Estuvo el año pasado a mi servicio, y ahora el prefecto, amigo mío, acaba de mandármelo para que sea mi ordenanza. ¡Le tiene un miedo a este chicotillo!”

    Tuve que admirar por largo rato el tejido habilísimo de aquel “chicotillo” de junco que iba estrechándose al terminar en un cono de bala. En los flancos de las bestias y de los indios aquello era sin duda irresistible.

    Resonaba otra vez en el patio de la fonda la voz marcial:

    —¿Y el pellón negro, so canalla? Si no te apuras, vas a probar cosa rica.

    —Ya trayendo, taita.

    El indio se hundió en el pesebre en busca del pellón que no vino jamás. Diez, veinte, treinta minutos, que provocaron, en un crescendo de orquesta, la más variada explosión de invectivas: Dios y la Virgen se mezclaban en los labios del capitán a interjecciones criollas como en los ritos de las brujas serranas. Pero el ordenanza y guía insuperable no pudo ser hallado en todo el puerto. Por lo cual el capitán González se marchó solo, anunciando futuros castigos y desastres.

    “No se vaya con el capitán. Es un bárbaro”, me había aconsejado el posadero; y dilaté mi partida pretextando algunas compras. Dos horas después, al ensillar mi soberbia mula andariega, un pellejo de carnero vino a mi encuentro y de su pelambre polvorienta salió una cabeza despeinada que murmuró:

    —Si queres contigo, taita.

    ¡Vaya si quería! Era el indio perdido y castigado. Por una hora yo también había buscado guía que me indicara los malos pasos de la Sierra y se apeara para restaurar el brevísimo camino entre el abismo y las rocas que una galga de piedras o las lluvias podían deshacer en segundos.

    Asentí sin fijar precio. El indio me explicó en su media lengua que lo hallaría a las puertas del poblacho. Me detenía en una choza a pedir un mate de aquella horaciana chicha de jora que tanto alivia el ánimo, cuando le vi llegar, caballero en una jaca derrengada, pero más animosa que mi mula de lujo. Y sin hablar, sin más tratos, aquel guía providencial comenzó a precederme por atajos y montes, trayéndome, cuando el sol quemaba las entrañas, el cuenco de chicha refrigerante o el maíz reventado al fuego, aquella tierna cancha algodonada. Confieso que no hubiera sabido nunca disponer en un tambo del camino con los ponchos, el pellón y la silla de montar tan blando lecho como el que disfruté aquella noche.

    Pero al siguiente día el viaje fue más singular. Servicial y humilde, como siempre, mi compañero se detenía con demasiada frecuencia en la puerta de cada choza del camino, como pidiendo noticias en su dulce lengua quechua. Las indias, al alcanzarme el porongo de chicha, me miraban atentamente y parecióme advertir en sus ojos una simpatía inesperada. ¡Pero quién puede adivinar lo que ocurre en el alma de estas siervas adoloridas! Dos o tres veces el guía salió de su mutismo para contarme, en lenguaje aniñado, esas historias que espeluznan al caminante. Cuentos ingenuos de viajeros que ruedan al abismo porque una piedra se desgaja súbitamente de la montaña andina. “Allí viendo, taita”, en la quebrada agudísima, las osamentas lavadas por la espuma del río.

    Sin querer confesarlo, yo comenzaba a estar impresionado. Los Andes son en la tarde vastos túmulos grises y la bruma que asciende de las punas violetas a los picachos nevados me estremecía como una melancolía visible. En el flanco de las gigantescas vértebras aquel camino rebañado en la piedra y tan vecino a la hondonada mortal parecía llevarnos, como en las antiguas alegorías sagradas, a un paraje siniestro. Pero el mismo indio, que temblaba bajo el rebenque, tenía agilidades de acróbata para apearse suavemente por las orejas y llevar del cabestro a mi mula espantadiza que avizoraba el abismo y resbalaba en las piedras, temblorosa. Una hora de marcha así pone los nervios al desnudo, y el viento afilado en las rocas parece aconsejar el vértigo. Ya los cóndores familiares de los altos picachos pasaban tan cerca de mí, que el aire desplazado por las alas me quemaba el rostro y vi sus ojos iracundos.

    Llegábamos a un estrecho desfiladero, de donde pude vislumbrar en la parda monotonía de la cadena de montañas la altiplanicie amarillenta con sus erguidos cactus fúnebres.

    —Tú esperando, taita —murmuró de pronto el guía, y se alejó en un santiamén.

    Le aguardé en vano, con la carne erizada. Palpé el revólver en el cinto, estimulando con la voz a la mula indecisa, que, las orejas al viento, oscilantes como veletas, medía el peligro y escuchaba la muerte. Un ruido profundo retembló en la montaña: algo rodaba de la altura. De pronto, a quince metros de mí, pasó un vuelo oblicuo de cóndores, y entonces, distintamente, porque había llegado a un recodo del camino, vi rebotar con estruendo y polvo en la altura inmediata una masa obscura, un hombre, un caballo tal vez, que fue sangrando en las aristas de las peñas hasta teñir el río espumante, allá abajo. Estremecido de horror, esperé mientras las montañas se enviaron cuatro o cinco veces el eco de aquella catarata mortal. Un cono invertido de alas pardas giraba como una tromba sobre los cadáveres.

    Más agachado que nunca, deslizándose con el paso furtivo de las vizcachas, hete aquí al bellaco de mi guía que coge a mi mula del cabestro y murmura con voz doliente, como si suspirara:

    —Tú viendo, taita, al capitán.

    ¿El capitán? Abrí los ojos entontecidos. El indio me espiaba con su mirada indescifrable; y como yo quisiera saber muchas cosas a la vez, me explicó en su media lengua que a veces, taita, los insolentes cóndores rozan con el ala el hombro del viajero en un precipicio. Se pierde el equilibrio y se rueda al abismo. Así había ocurrido con el capitán González, “¡pobricitu, ayayay!” Se santiguó quitándose el ancho sombrero de fieltro, para probarme que sólo decía la verdad. Con ademanes de brujo me designaba las grandes aves concéntricas que estaban ya devorando presa.

    Yo no inquirí más, porque éstos son secretos de mi tierra que los hombres de su raza no saben explicar al hombre blanco. Tal vez entre ellos y los cóndores existe un pacto obscuro para vengarse de los intrusos que somos nosotros. Pero de este guía incomparable que me dejó en la puerta de Huaraz, rehusando todo salario, después de haberme besado las manos, aprendí que es imprudente algunas veces afrentar con un lindo látigo la resignación de los vencidos.

    Ventura García Calderón.
     
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    Ventura García Calderón.

    Ventura Garcia Calderón Rey (*París, 23 de febrero de 1886 - † 27 de octubre de 1959). Fue un escritor, diplomático y estudioso peruano, nacido en París, y fue hijo de Francisco García Calderón, presidente provisional del Perú durante la guerra del Pacífico.

    Siguió estudios en Lima, para dedicarse más tarde a la carrera diplomática. Residió la mayor parte de su vida en París y buena parte de su obra está en francés. Llegó a ser embajador del Perú en Bélgica, Portugal, Francia y Suiza, además de ser delegado del Perú ante la Sociedad de Naciones y, finalmente, desde 1949, representante del Perú en la Unesco.

    Su obra, que se enmarca estilísticamente en el Modernismo, consistió mayormente en cuentos. Algunos (sobre todo los iniciales) son de ambiente cosmopolita y carácter decadente. La mayoría, sin embargo fueron ambientados en el Perú y sobre todo en la región andina, inspirados en sus viajes a las regiones de su país. Sus obras poseen un cuidado estilo y penetración psicológica y gustan de tratar temas violentos, de intriga y fantásticos.

    Si bien sus cuentos poseen abundante imaginación y una muy buena técnica, se le ha criticado su desconocimiento de la realidad del interior del Perú y su visión prejuiciosa sobre los indígenas, que describe prácticamente como inferiores. Se considera, por tanto que cultivó el exotismo, bastante en la línea modernista.

    Por sus trabajos obtuvo un gran reconocimiento en su tiempo y fue probablemente el escritor peruano más famoso en el extranjero en su tiempo. Se lo llegó a nominar al Premio Nobel de Literatura.

    Sus libros de cuentos fueron "Dolorosa y desnuda realidad" (1914), "La venganza del cóndor" (1924), "Danger de mort" (1926), "Couleur de sang" (1931), "Virages" (1933), "Le sang plus vite" (1946) y "Cuentos peruanos" (1952), "kamasutra" (1959)

    Además de cuentos, escribió teatro, poesía, novelas, crónicas, crítica literaria y antologías. De sus trabajos académicos sobresalen La literatura peruana 1535-1914 (1914), Esquema de la literatura uruguaya (1917) y de sus antologías Los mejores cuentos americanos (1924) y Biblioteca de cultura peruana, que consta de 13 tomos.

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    clause Claudia

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    Gracias Roberto, tampoco conocia a este autor!
     
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    CANTO CORAL A TUPAC AMARU

    Lo harán volar con dinamita.

    En masa, lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes le llenarán de pólvora la boca. Lo volarán: ¡y no podrán matarlo!

    Lo pondrán de cabeza. Arrancarán sus deseos, sus dientes y sus gritos. Lo patearán a toda furia. Luego lo sangrarán: ¡y no podrán matarlo!

    Coronarán con sangre su cabeza: Sus pómulos, con golpes. Y con clavos sus costillas. Le harán morder el polvo. Lo golpearán: ¡y no podrán matarlo!

    Le sacarán los sueños y los ojos. Querrán descuartizarlo grito a grito. Lo escupirán. Y a golpe de matanza, lo clavarán: ¡y no podrán matarlo!


    Lo pondran en el centro de la plaza boca arriba mirando al infinito y amarraran sus miembros a la mala tiraran ¡y no podrán matarlo!

    Querrán volarlo y no podrán volarlo. Querrán romperlo y no podrán romperlo. Querrán matarlo y no podrán matarlo. Querrán descuartizarlo, triturarlo, mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.

    Querrán volarlo y no podrán volarlo. Querrán romperlo y no podrán romperlo. Querrán matarlo y no podrán matarlo. Al tercer día de los sufrimientos, cuando se crea todo consumado, gritando: ¡libertad! Sobre la tierra, ha de volver.
    Y no podrán matarlo.

    Alejandro Romualdo Valle Palomino
     
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    Alejandro Romualdo

    Alejandro Romualdo Valle Palomino (Trujillo,19 de diciembre de 1926 - Lima, 27 de mayo de 200:icon_cool: fue un poeta y periodista peruano. Perteneció a la Generación del 50. Ganador del Premio Nacional de Poesía en 1949. La noche del 27 de mayo de 2008, el poeta fue hallado sin vida en su vivienda del distrito limeño de San Isidro.

    Obras

    * La torre de los alucinados (1949)
    * Cámara lenta (Lima, 1950)
    * El cuerpo que tu iluminas (Lima, 1950)
    * Mar de fondo (Lima, 1951)
    * España elemental (Lima, 1952)
    * Poesía concreta (Lima, 1952)
    * Poesía (Antología)(Lima, 1954)
    * Edición extraordinaria (Lima, 195:icon_cool:
    * Desde abajo (1961)
    * Como Dios manda (México, 1967)
    * Cuarto mundo (Buenos Aires, 1970)
    * Poesía de Alejandro Romualdo (Antología) (La Habana, 1971)
    * El movimiento y el sueño (Lima, 1971)
    * En la extensión de la palabra (Lima, 1974)
    * Poesía íntegra (Lima, 1986)
    * Mapa del paraíso (Salamanca, 199:icon_cool:
    * Ni pan ni circo / Ne pane Ne circo (Siena, 2002)
    * Poesía (1954)
    * Antología general de la poesía peruana (1957) en colaboración con Sebastián Salazar Bondy
     
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    clause Claudia

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    TARDES DE LLUVIA

    Bate la lluvia la vidriera
    Y las rejas de los balcones,
    Donde tupida enredadera
    Cuelga sus floridos festones.

    Bajo las hojas de los álamos
    Que estremecen los vientos frescos,
    Piar se escucha entre sus tálamos
    A los gorriones picarescos.

    Abrillántase los laureles,
    Y en la arena de los jardines
    Sangran corolas de claveles,
    Nievan pétalos de jazmines.

    Al último fulgor del día
    Que aún el espacio gris clarea,
    Abre su botón la peonía,
    Cierra su cáliz la ninfea.

    Cual los esquifes en la rada
    Y reprimiendo sus arranques,
    Duermen los cisnes en bandada
    A la margen de los estanques.

    Parpadean las rojas llamas
    De los faroles encendidos,
    Y se difunden por las ramas
    Acres olores de los nidos.

    Lejos convoca la campana,
    Dando sus toques funerales,
    A que levante el alma humana
    Las oraciones vesperales.

    Todo parece que agoniza
    Y que se envuelve lo creado
    En un sudario de ceniza
    Por la llovizna adiamantado.

    Yo creo oír lejanas voces
    Que, surgiendo de lo infinito,
    Inícianme en extraños goces
    Fuera del mundo en que me agito.

    Veo pupilas que en las brumas
    Dirígenme tiernas miradas,
    Como si de mis ansias sumas
    Ya se encontrasen apiadadas.

    Y, a la muerte de estos crepúsculos,
    Siento, sumido en mortal calma,
    Vagos dolores en los músculos,
    Hondas tristezas en el alma.


    Julián del Casal


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    DOLCE MARIA LOYNAZ

    Poeta cubana nacida en La Habana en 1902 y fallecida en 1997.
    Después de Doctorarse en Leyes, colaboró con las más prestigiosas publicaciones de su país y viajó muchas veces
    por Europa, Asia y América.
    Su poesía expresa la feminidad con ciertas pinceladas impresionistas y un toque íntimo como el de pocas
    poetisas caribeñas. En 1986 recibió el premio Nacional de Literatura de su país, en 1991 el Premio de la Crítica
    y en 1992 el premio Cervantes, convirtiéndose desde entonces en directora de la Academia Cubana de la Lengua. ©

    La balada del amor tardío

    Amor que llegas tarde,
    tráeme al menos la paz:
    Amor de atardecer, ¿por qué extraviado
    camino llegas a mi soledad?

    Amor que me has buscado sin buscarte,
    no sé qué vale más:
    la palabra que vas a decirme
    o la que yo no digo ya...

    Amor... ¿No sientes frío? Soy la luna:
    Tengo la muerte blanca y la verdad
    lejana... -No me des tus rosas frescas;
    soy grave para rosas. Dame el mar...

    Amor que llegas tarde, no me viste
    ayer cuando cantaba en el trigal...
    Amor de mi silencio y mi cansancio,
    hoy no me hagas llorar.


    Poema sin nombre

    He de amoldarme a ti como el río a su cauce,
    como el mar a su playa, como la espada a su vaina.
    He de correr en ti,
    he de cantar en ti,
    he de guardarme en ti ya para siempre.
    Fuera de ti ha de sobrarme el mundo
    como le sobra al río el aire, al mar la tierra,
    a la espada la mesa del convite.
    Dentro de ti no ha de faltarme
    blandura de limo para mi corriente,
    perfil de viento para mis olas,
    ceñidura y reposo para mi acero.
    Dentro de ti está todo; fuera de ti no hay nada.
    Todo lo que eres tú está en su puesto;
    todo lo que no seas tú me ha de ser vano.
    En ti quepo, estoy hecha a tu medida;
    pero si fuera en mí donde algo falta, me crezco...
    Si fuera en mí donde algo sobra, lo corto.


    Poema LXI

    En el valle profundo de mis tristezas, tú te alzas
    inconmovible y silencioso como una columna de oro.
    Eres de la raza del sol: moreno, ardiente y oloroso
    a resinas silvestres.
    Eres de la raza del sol, y a sol me huele tu carne quemada,
    tu cabello tibio, tu boca oscura y caliente aún
    como brasa recién apagada por el viento.
    Hombre del sol, sujétame con tus brazos fuertes,
    muérdeme con tus dientes de fiera joven,
    arranca mis tristezas y mis orgullos,
    arrástralos entre el polvo de tus pies despóticos.
    ¡Y enséñame de una vez -ya que no lo sé todavía-
    a vivir o a morir entre tus garras!

    Tiempo

    1
    El beso que no te di
    se me ha vuelto estrella dentro...
    ¡Quién lo pudiera tornar
    -y en tu boca...- otra vez beso!

    2
    Quién pudiera como el río,
    ser fugitivo y eterno:
    Partir, llegar, pasar siempre
    y ser siempre el río fresco ...

    3
    Es tarde para la rosa.
    Es pronto para el invierno.
    Mi hora no está en el reloj...
    ¡Me quedé fuera del tiempo!

    4
    Tarde, pronto, ayer perdido...
    mañana inlogrado, incierto
    hoy... ¡Medidas que no puede
    fijar, sujetar un beso!...

    5
    Un kilómetro de luz,
    un gramo de pensamiento...
    ( De noche el reloj que late
    es el corazón del tiempo...)

    6
    Voy a medirme el amor
    con una cinta de acero.
    Una punta en la montaña:
    La otra... ¡Clávala en el viento!...
     
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    AL PIE DE LA LETRA.


    El capitán Paiva era un indio cuzqueño, de casi gigantesca estatura. Distinguíase por lo hercúleo de su fuerza, por su bravura en el campo de batalla por su disciplina cuartelera y sobre todo por la pobreza de su meollo. Para con él las metáforas estuvieron siempre de más, y todo lo entendía ad pedem litteræ.

    Era gran amigote de mi padre, y éste me contó que, cuando yo estaba en la edad del destete, el capitán Paiva, desempeñó conmigo en ocasiones el cargo de niñera. El robusto militar tenía pasión por acariciar mamones. Era hombre muy bueno. Tener fama de tal, suele ser una desdicha. Cuando se dice de un hombre: Fulano es muy bueno, todos traducen que ese Fulano es un posma, que no sirve para maldita de Dios la cosa, y que no inventó la pólvora, ni el gatillo para sacar muelas, ni el cri-cri.

    Mi abuela decía: «la oración del Padre nuestro es muy buena, no puede ser mejor; pero no sirve para la consagración en la misa».

    A varios de sus compañeros de armas he oído referir que el capitán Paiva, lanza en ristre, era un verdadero centauro. Valía él solo por un escuadrón.

    En Junín ascendió a capitán; pero aunque concurrió después a otras muchas acciones de guerra, realizando en ellas proezas, el ascenso a la inmediata clase no llegaba. Sin embargo de quererlo y estimarlo en mucho, sus generales se resistían a elevarlo a la categoría de jefe.

    Cadetes de su regimiento llegaron a coroneles. Paiva era el capitán eterno. Para él no había más allá de los tres galoncitos.

    ¡Y tan resignado y contento y cumplidor de su deber, y lanceados y pródigo de su sangre!

    ¿Por qué no ascendía Paiva? Por bruto, y porque de serlo se había conquistado reputación piramidal. Vamos a comprobarlo refiriendo, entre muchas historietas que de él se cuentan, lo poco que en la memoria conservamos.

    Era en 1835 el general Salaverry jefe supremo de la nación peruana y entusiasta admirador de la bizarría de Paiva.

    Cuando Salaverry ascendió a teniente, era ya Paiva capitán. Hablábanse tú por tú, y elevado aquel al mando de la República no consintió en que el lancero le diese ceremonioso tratamiento.

    Paiva era su hombre de confianza para toda comisión de peligro. Salaverry estaba convencido de que su camarada se dejaría matar mil veces, antes que hacerse reo de una deslealtad o de una cobardía.

    Una tarde llamó Salaverry a Paiva y le dijo:

    -Mira, en tal parte es casi seguro que encontrarás a don Fulano y me lo traes preso; pero si por casualidad no lo encuentras allí, allana su casa. Tres horas más tarde regresó el capitán y dijo al jefe supremo:

    -La orden queda cumplida en toda regla. No encontré a ese sujeto donde me dijiste; pero su casa la dejo tan llana como la palma de mi mano y se puede sembrar sal sobre el terreno. No hay pared en pie.

    Al lancero se le había ordenado allanar la casa, y como él no entendía de dibujos ni de floreos lingüísticos, cumplió al pie de la letra.

    Salaverry, para esconder la risa que le retozaba, volvió la espalda, murmurando:

    -¡Pedazo de bruto!

    Tenía Salaverry por asistente un soldado conocido por el apodo de Cuculí, regular rapista a cuya navaja fiaba su barba el general.

    Cuculí era un mozo limeño, nacido en el mismo barrio y en el mismo año que don Felipe Santiago. Juntos habían mataperreado en la infancia y el presidente abrigaba por él fraternal cariño.

    Cuculí era un tuno completo. No sabía leer, pero sabía hacer hablar a las cuerdas de una guitarra, bailar zamacueca, empinar el codo, acarretar los dados y darse de puñaladas con cualquierita que le disputase los favores de una pelandusca. Abusando del afecto de Salaverry, cometía barrabasada y media. Llegaban las quejas al presidente, y éste unas veces enviaba a su barberillo arrestado a un cuartel, o lo plantaba en cepo de ballesteros, o le arrimaba un pie de paliza.

    -Mira, canalla -le dijo un día don Felipe,- de repente se me acaba la paciencia, se me calienta la chicha y te fusilo sin misericordia.

    El asistente levantaba los hombros, como quien dice: «¿Y a mí qué me cuenta usted?», sufría el castigo, y rebelde a toda enmienda volvía a las andadas.

    Gorda, muy gorda debió ser la queja que contra Cuculí le dieron una noche a Salaverry; porque dirigiéndose a Paiva, dijo:

    -Llévate ahora mismo a este bribón al cuartel de Granaderos y fusílalo entre dos luces.

    Media hora después regresaba el capitán, y decía a su general:

    -Ya está cumplida la orden.

    -¡Bien! -contestó lacónicamente el jefe supremo.

    -¡Pobre muchacho! -continuó Paiva.- Lo fusilé en medio de dos faroles.

    Para Salaverry, como para mis lectores, entre dos luces significaba al rayar el alba. Metáfora usual y corriente. Pero... ¿venirle con metaforitas a Paiva?

    Salaverry, que no se había propuesto sino aterrorizar a su asistente y enviar la orden de indulto una hora antes de que rayase la aurora, volteó la espalda para disimular una lágrima, murmurando otra vez:

    -¡Pedazo de bruto!

    Desde este día quedó escarmentado Salaverry para no dar a Paiva encargo o comisión alguna. El hombre no entendía de acepción figurada en la frase. Había que ponerle los puntos sobre las íes.

    Pocos días antes de la batalla de Socabaya, hallábase un batallón del ejército de Salaverry acantonado en Chacllapampa. Una compañía boliviana, desplegada en guerrilla, se presentó sobre una pequeña eminencia; y aunque sin ocasionar daño con sus disparos de fusil, provocaba a los salaverrinos. El general llegó con su escolta a Chacllapampa, descubrió con auxilio del anteojo una división enemiga a diez cuadras de los guerrilleros; y como las balas de éstos no alcanzaban ni con mucho al campamento, resolvió dejar que siguiesen gastando pólvora, dictando medidas para el caso en que el enemigo, acortando distancia, se resolviera a formalizar combate.

    -Dame unos cuantos lanceros -dijo el capitán Paiva- y te ofrezco traerte un boliviano a la grupa de mi caballo.

    -No es preciso -le contestó don Felipe.

    -Pues, hombre, van a creer esos cangrejos que nos han metido el resuello y que les tenemos miedo.

    Y sobre este tema siguió Paiva majadeando, y majadereó tanto que, fastidiado Salaverry, le dijo:

    -Déjame en paz. Haz lo que quieras. Anda y hazte matar.

    Paiva escogió diez lanceros de la escolta; cargó reciamente sobre la guerrilla, que contestó con nutrido fuego de fusilería; la desconcertó y dispersó por completo, e inclinándose el capitán sobre su costado derecho, cogió del cuello a un oficial enemigo, lo desarmó y lo puso a la grupa de su caballo.

    Entonces emprendió el regreso al campamento: tres lanceros habían muerto en esa heroica embestida y los restantes volvieron heridos.

    Al avistarse con Salaverry gritó Paiva:

    -Manda tocar diana. ¡Viva el Perú!

    Y cayó del caballo para no levantarse jamás. Tenía dos balazos en el pecho y uno en el vientre.

    Salaverry le había dicho: «Anda, hazte matar»; y decir esto a quien todo lo entendía al pie de la letra, era condenarlo al muerte.

    Yo no lo afirmo; pero sospecho que Salaverry, al separarse del cadáver, murmuró conmovido:

    -¡Valiente bruto!


    Ricardo Palma
     
  9. MonicaMDZ

    MonicaMDZ La esencia es la misma

    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    hola,
    quería compartir este poema

    Tal vez tu no me viste caminando entre la gente
    pero yo si te vi sin advertirlo, indiferente.
    Pasaste a mi lado, cosa que no es tan frecuente
    y sentí como un fuego que me devoraba lentamente.

    Es otoño: tu y yo, ciudadanos de cuerpo presente
    el destino nos enfrentó, en medio de tanta gente.
    Aunque el cielo estaba gris, se hizo luz de repente
    pues estabas ahí, esperando desde siempre …

    Todos iban y venían, sin ninguna calma aparente
    pero tu mirada en mi fijaste, sin dejar de sorprenderme.
    Me quedé petrificada, y ya dejé de ser fuerte
    este encuentro inesperado me quebró, amor, ¡al verte!

    Todos iban y venían, pero solo tu estabas en mi mente

    ENCUENTRO CASUAL CON EL AMOR
    autor desconocido
    saludos a tod@s
     
  10. .......

    ....... MMMM

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

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    ANTONIO GALA

    Poeta, dramaturgo y novelista español nacido en Brazatortas, Ciudad Real en 1930.
    Cordobés por adopción, es licenciado en Derecho, Filosofía y Letras y Ciencias Políticas y Económicas. Ha cultivado todos los
    géneros literarios, incluidos el periodismo, el relato, el ensayo y el guión televisivo.
    Ha obtenido numerosos premios no sólo por la poesía, sino por su valiosa contribución al Teatro y la Ópera: Calderón de la Barca, Nacional de Literatura, Adonais, Ciudad de Barcelona, Quijote de Oro y Planeta, han sido sus galardones más significativos.
    De su obra poética se destacan las siguientes publicaciones: «Enemigo íntimo», «Sonetos de La Zubia», «Poemas de amor»
    y «Testamento Andaluz».


    Alargaba la mano y te tocaba...

    Alargaba la mano y te tocaba.
    Te tocaba: rozaba tu frontera,
    el suave sitio donde tú terminas,
    sólo míos el aire y mi ternura.
    Tú moras en lugares indecibles,
    indescifrable mar, lejana luz
    que no puede apresarse.
    Te me escapabas, de cristal y aroma,
    por el aire, que entraba y que salía,
    dueño de ti por dentro. Y yo quedaba fuera,
    en el dintel de siempre, prisionero
    de la celda exterior.

    La libertad
    hubiera sido herir tu pensamiento,
    trasponer el umbral de tu mirada,
    ser tú, ser tú de otra manera. Abrirte,
    como una flor, la infancia , y aspirar
    su esencia y devorarla. Hacer
    comunes humo y piedra. Revocar
    el mandato de ser. Entrar. Entrarnos
    uno en el otro. Trasponer los últimos
    límites. Reunirnos.....

    Alargaba la mano y te tocaba.
    Tú mirabas la luz y la gavilla.
    Eras luz y gavilla, plenitud
    en ti misma, rotunda como el mundo.
    Caricias no valían, ni cuchillos,
    ni cálidas mareas. Tú, allí, a solas,
    sonriente, apartada, eterna tú.
    Y yo, eterno, apartado, sonriente,
    remitiéndote pactos inservibles,
    alianzas de cera.

    Todo estuvo de nuestra parte, pero
    cuál era nuestra parte, el punto
    de coincidencia, el tacto
    que pudo ser llamado sólo nuestro.

    Una voz, en la calle, llama y otra
    le responde. Dos manos se entrelazan.
    Uno en otro, los labios se acomodan;
    los cuerpos se acomodan. Abril, clásico,
    se abate, emperador de los encuentros.
    ¿Esto era amor? La soledad no sabe
    qué responder: persiste, tiembla, anhela
    destruirse. Impaciente
    se derrama en las manos ofrecidas.
    Una voz en la calle....Cuánto olor,
    cuánto escenario para nada. Miro
    tus ojos. Yo miro los ojos tuyos;
    tú, los míos: ¿esto se llama amor?

    Permanecemos. Sí, permanecemos
    no indiferentes, pero diferentes. Somos
    tú y yo: los dos, desde la orilla
    de la corriente, solos, desvalidos,
    la piel alzada como un muro, solos
    tú y yo, sin fuerza ya, sin esperanza.
    Idénticos en todo,
    sólo en amor distintos.
    La tristeza, sedosa, nos envuelve
    como una niebla: ése es el lazo único;
    ésa la patria en que nos encontramos.
    Por fin te identifico con mis huesos
    en el candor de la desesperanza.
    Aquí estamos nosotros: desvaídos
    los dos, borrados, más difíciles,
    a punto de no ser....¿Amor es esto?
    ¿Acaso amor es esta no existencia
    de tanto ser? ¿Es este desvivirse
    por vivir? Ya desangrado
    de mí, ya inmóvil en ti, ya
    alterado, el recuerdo se reanuda.
    Se reanuda la inútil existencia....
    Y alargaba la mano y te tocaba.



    Almuñécar


    Durante un anochecer en esta playa te amé tanto
    que una respiración
    para los dos bastaba.
    Suspendieron el mar, para mirarnos,
    su armonioso escalofrío,
    y su unánime vuelo de gaviotas.
    Se divertía el agua, sonrosada,
    como si fuera a amanecer,
    y se posó el silencio sobre el aire
    lo mismo que un jilguero en una rama.
    No existía para el amor
    futuro ni pretérito:
    todo era eterno instante....
    Y de repente, sobre tus hombros
    observé, mientras te besaba,
    que nos veían ojos codiciosos.
    No supe si eran de los viejos fenicios
    o quizá de la noche...
    No tardó en quedar claro
    dónde va el ruiseñor cuando mayo termina.
    La muerte que los devoró a ellos,
    sigilosa nos acechaba.
    Nuestro amor, como el de ellos, fue vencido.
    Pero yo te amo todavía.


    Arrebátame, amor, águila esquiva...

    Arrebátame, amor, águila esquiva,
    mátame a desgarrón y a dentellada,
    que tengo ya la queja amordazada
    y entre tus garras la intención cautiva.

    No finjas más, no ocultes la excesiva
    hambre de mí que te arde en la mirada.
    No gires más la faz desmemoriada
    y muerde de una vez la carne viva.

    Batir tu vuelo siento impenetrable,
    en retirada siempre y al acecho.
    Tu sed eterna y ágil desafío.

    Pues que eres al olvido invulnerable,
    vulnérame ya, amor, deshazme el pecho
    y anida en él, demonio y ángel mío.


    Atardeció sin ti

    Atardeció sin ti. De los cipreses...
    a las torres, sin ti me estremecía.
    Qué desgana esperar un nuevo día
    sin que me abraces y sin que me beses.

    A fuerza de tropiezos y reveses
    la piel de la esperanza se me enfría.
    Qué agonía ocultarte mi agonía,
    y qué resurrección si me entendieses.

    Atardeció sin ti. Seguro y lento,
    el sol se derrumbó, limón maduro,
    y a solas recibí su último aliento.

    Quién me viera caer, lento y seguro,
    sin más calor ni más resurgimiento,
    gris el alma y frustrada entre lo oscuro.


    Aún eres mío, porque no te tuve...

    Aún eres mío, porque no te tuve.
    Cuánto tardan, sin ti,
    las olas en pasar...

    Cuando el amor comienza, hay un momento
    en que Dios se sorprende
    de haber urdido algo tan hermoso.
    Entonces, se inaugura
    -entre el fulgor y el júbilo-
    el mundo nuevamente,
    y pedir lo imposible
    no es pedir demasiado.

    Fue a la vera del mar, a medianoche.
    Supe que estaba Dios,
    y que la arena y tú
    y el mar y yo y la luna
    éramos Dios. Y lo adoré.
     
  11. poetisa

    poetisa http://wwwlatidospoeticos

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    San Jorge ( Santa fe) Rep Argentina
    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

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    Se funden mis poemas en el sol que extiende su luz.
    Las letras vuelan como ave llevando su trino , a cada rincón de esta tierra.


    Aquí va un trinar poético que escapó de mí....


    Llorar


    Yo creía
    que la risa
    era riego para el alma
    y caricia en el cuerpo.

    Hoy aprendí
    que llorar
    es besar el alma
    en su mayor profundidad,
    abordarla,

    hasta verla sonreir...
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    Con una pata colgando, despojo de una pedrada.
    pasó el perro por mi lado, un perro de pobre casta.
    Uno de esos callejeros, pobres de sangre y estampa.
    Nacen en cualquier rincón, de perras tristes y flacas.
    destinados a comer basuras de plaza en plaza.
    Cuando pequeños, qué finos y ágiles son en la infancia.
    baloncitos de peluche, tibios borlones de lana.
    los miman, los acurrucan, los sacan al sol, les cantan.
    Cuando mayores, al tiempo que ven que se fue la gracia.
    los dejan a su ventura, mendigos de casa en casa.
    sus hambres por los rincones y su sed sobre las charcas.
    Qué tristes ojos que tienen, que recóndita mirada.
    como si en ella pusieran su dolor a media asta.
    Y se mueren de tristeza a la sombra de una tapia.
    si es que un lazo no les da una muerte anticipada.
    Yo le llamo: psss, psss, psss. Todo orejas asustadas.
    todo hociquito curioso, todo sed, hambre y nostalgia.
    el perro escucha mi voz, olfatea mis palabras.
    como esperando o temiendo pan, caricias... o pedradas.
    no en vano lleva marcado un mal recuerdo en su pata.
    Lo vuelvo a llamar: psss, psss. Dócil a medias avanza.
    moviendo el rabo con miedo y las orejitas gachas.
    Chasco los dedos; le digo: "Ven aquí, no te hago nada.
    vamos, vamos, ven aquí". Y adiós la desconfianza.
    Que ya se tiende a mis pies, a tiernos aullidos habla.
    ladra para hablar más fuerte, salta, gira; gira, salta.
    llora, ríe; ríe, llora; lengua, orejas, ojos, patas.
    y el rabo es un incansable abanico de palabras.
    Es su alegría tan grande que más que hablarme, me canta.
    "¿Qué piedra te dejó cojo? Sí, sí, sí, malhaya".
    El perro me entiende; sabe que maldigo la pedrada.
    aquella pedrada dura que le destrozó la pata.
    y él, con el rabo, me dice que me agradece la lástima.
    Pero tú no te preocupes, ya no ha de faltarte nada.
    Yo también soy callejero, aunque de distintas plazas.
    y a patita coja y triste voy de jornada en jornada.
    Las piedras que me tiraron me dejaron coja el alma.
    Entre basuras de tierra tengo mi pan y mi almohada.
    Vamos, pues, perrito mío, vamos, anda que te anda.
    con nuestra cojera a cuestas, con nuestra tristeza en andas.
    yo por mis calles oscuras, tú por tus calles calladas.
    tú la pedrada en el cuerpo, yo la pedrada en el alma.
    y cuando mueras, amigo, yo te enterraré en mi casa.
    bajo un letrero: "Aquí yace un amigo de mi infancia".
    Y en el cielo de los perros, pan tierno y carne mechada.
    te regalará San Roque una muleta de plata.
    Compañeros, si los hay, amigos donde los haya.
    mi perro y yo por la vida: pan pobre, rica compaña.
    Era joven y era viejo; por más que yo lo cuidaba.
    el tiempo malo pasado lo dejó medio sin alma.
    Y fueron muchas las hambres, mucho peso en sus tres patas.
    y una mañana, en el huerto, debajo de mi ventana.
    lo encontré tendido, frío, como una piedra mojada.
    un duro musgo de pelo, con el rocío brillaba.
    Ya estaba mi pobre perro muerto de las cuatro patas.
    Hacia el cielo de los perros se fue, anda que te anda.
    las orejas de relente y el hociquillo de escarcha.
    Portero y dueño del cielo San Roque en la puerta estaba:
    ortopédico de mimos, cirujano de palabras.
    bien surtido de intercambios con que curar viejas taras.
    "Para ti... un rabo de oro; para ti... un ojo de ámbar.
    tú... tus orejas de nieve; tú... tus colmillos de escarcha.
    Y tú, (mi perro reía), tú... tu muleta de plata".
    Ahora ya sé por qué está la noche agujereada:
    ¿Estrellas... luceros...? No, es mi perro cuando anda...
    con la muleta va haciendo agujeritos de plata.
    Manuel Benítez Carrasco 1922-1999

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  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    SI

    Si guardas en tu puesto, la cabeza tranquila,
    cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
    Si tienes en ti mismo una fe que te niegan
    y no desprecias nunca, las dudas que ellos tengan.

    Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera.
    Si engañado, no engañas,
    Si no buscas más odio, que el odio que te tengan...

    Si eres bueno y no finges ser mej ...or de lo que eres,
    Si al hablar no exageras lo que sabes y quieres.
    Si sueñas, y los sueños no te hacen su esclavo.
    Si piensas y rechazas lo que piensas en vano.

    Si tropiezas el triunfo, si llega tu derrota,
    y a los dos impostores les tratas de igual forma.
    Si logras que se sepa la verdad que has hablado,
    a pesar del sofismo del orbe encanallado.

    Si vuelves al comienzo de la obra perdida,
    aunque esta obra sea la de toda tu vida.
    Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría,
    tus ganancias de siempre, a la suerte de un día,
    y pierdes, y te lanzas de nuevo a la pelea,
    sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era.

    Si logras que tus nervios y el corazón te asistan,
    aun después de su fuga, de tu cuerpo en fatiga,
    y se agarren contigo cuando no quede nada,
    porque tú lo deseas y lo quieres, y mandas.

    Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud.
    Si marchas junto a reyes con tu paso y tu luz.
    Si nadie que te hiera, llegue a hacerte la herida,
    Si todos te reclaman y ninguno te precisa.

    Si llenas un minuto envidiable y cierto,
    de sesenta segundos que te lleven al cielo....
    Todo lo de esta tierra, será de tu dominio,
    y mucho más aún,
    serás hombre, hijo mío.

    Rudyard Kipling (poeta británico-1865-1936)
    1907- Premio Nobel de Literatura
     
  14. -----......

    -----...... Hogar Nuestro.

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    LA BELLA DURMIENTE.

    Símbolo natural de Tingo María y que la leyenda la identifica como la princesa NUNASH, transmitida de generación en generación; la leyenda se refiere también a un joven llamado CUYNAC que atravesando la selva de los Huánucos, se enamoró de la princesa Nunash, los dos llegaron a amarse y Cuynac levantó un palacete en un lugar cercano a Pachas que le puso el nombre de Cuynash en honor de su amada. Vivieron un tiempo felices, rodeados de vasallos, pero su felicidad quedó truncada cuando fueron atacados por el padre de la princesa: Amaru, convertido en un monstruo en forma de culebra. Cuynac se valió de su hechicería y convirtió en mariposa a Cuynash y él se transformó en piedra. Ella en su nuevo estado, voló hacia la selva y retornó con ayuda para combatir al mounstro Amaru. Los enemigos fueron vencidos, Cuynac, entonces trató de recuperar su forma humana sin conseguirlo, pero ella si pudo retornar a su forma humana y buscó inútilmente a Cuynac. Cansada se sentó cerca de la piedra en que Cuynac quedó convertido y ella se quedó dormida. Mientras dormía, escuchó en sus sueños la voz de su amado que decía: "Amada no me busques, mi voluntad fue pedir a los dioses que me convirtiera en piedra y mi pedido fue complacido y ahora soy sólo una piedra, destinada a permanecer en este estado para toda la vida. Si tú en realidad me has querido y me sigues queriendo todavía; deseo que permanezcas a mi lado toda la vida sobre este cerro y que en las noches de luna aparezca ante la mirada de la gente como la mujer en actitud de estar durmiendo". Nunash siempre en sueños, aceptó la propuesta de su amado y quedó convertida en piedra, lo que hoy es la figura de la "Bella Durmiente".


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  15. .......

    ....... MMMM

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    REGALAR FELICIDAD

    Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba.

    Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus mujeres y sus familias, sus hogares, sus trabajos, su estancia en el servicio militar, dónde habían estado de vacaciones.... Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas podía ver desde la ventana.

    El hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes arboles adornaban el paisaje y se podía ver en la distancia una bella vista de la línea de la ciudad.

    El hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito, el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena. Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió un desfile que estaba pasando. Aunque el otro hombre no podía oír a la banda, podía verlo, con los ojos de su mente, exactamente como lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas palabras. Pasaron días y semanas.

    Una mañana la enfermera de día entró con el agua para bañarles, encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. Se llenó de pesar y llamó a los ayudantes del hospital para llevarse el cuerpo.

    Tan pronto como lo consideró apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado a la cama al lado de la ventana. La enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la habitación. Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior; por fin tendría la alegría de verlo él mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama... y se encontró con una pared blanca.

    El hombre preguntó a la enfermera que podría haber motivado a su compañero muerto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared, y le indicó: "Quizás sólo quería animarle a usted".

    Epílogo: Es una tremenda felicidad el hacer felices a los demás, sea cual sea la propia situación. El dolor compartido es la mitad de pena, pero la felicidad, cuando se comparte, es doble. Si quieres sentirte rico, sólo cuenta todas las cosas que tienes y que el dinero no puede comprar. "Hoy" es un regalo, por eso se le llama "el presente"