Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Poema Balada De La Alondra Persuasiva de María Elena Walsh



    En otra madrugada,
    por vientos de ceniza,
    obedecí al latido de la alondra.
    El cielo no era cielo todavía.

    La zona del hornero,
    el tiempo de la encina
    se inquietaban en lento aprendizaje
    y el cielo no era cielo todavía.

    Hubo un encantamiento
    de flor y hierba fina,
    un cauteloso antaño de rocío,
    y el cielo no era cielo todavía.

    Septiembre constelado
    de dos campanas frías
    rodaba por lugares de silencio
    y el cielo no era cielo todavía.

    En clima de obediencia
    mi pulso recorría
    todo un advenimiento de corolas
    y el cielo no era cielo todavía.

    No regresó conmigo
    la alondra persuasiva
    porque me desterró de su latido
    cuando el cielo fue luz de mediodía.
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Poema Como La Cigarra de María Elena Walsh



    Tantas veces me mataron
    tantas veces me morí
    sin embargo estoy aquí
    resucitando.
    Gracias doy a la desgracia
    y a la mano con puñal
    porque me mató tan mal
    y seguí cantando.

    Tantas veces me borraron
    tantas desaparecí
    a mi propio entierro fui
    sola y llorando.
    Hice un nudo en el pañuelo
    pero me olvidé después
    que no era la última vez
    y volví cantando.

    Tantas veces te mataron
    tantas resucitarás
    tantas noches pasarás
    desesperando.
    A la hora del naufragio
    y la de la oscuridad
    alguien te rescatará
    para ir cantando.

    Cantando al sol como la cigarra
    después de un año bajo la tierra
    igual que sobreviente
    que vuelve de la guerra.
     
  3. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    Viernes.
    Mi queridísima Judith:
    ¡Cataclismo! Despedí a la cocinera y al ama de llaves, y de-
    licadamente indiqué a la profesora de gramática que no necesi-
    ta volver el año que viene. ¡Si pudiera despedir también al
    honorable Ciro!
    Esto es lo que sucedió hoy. Nuestro consejero, que estaba
    peligrosamente enfermo, está ya peligrosamente bien y esta
    mañana me ha hecho una visita. Barrabás se encontraba en la
    biblioteca sentado en una alfombra y muy tranquilo jugando con
    una caja de arquitectura. Lo he separado de los demás y estoy
    ensayando con él un nuevo método, eliminando las distraccio-
    nes violentas. Me sentía satisfechísima pensando en que obte-
    nía buenos resultados. Su vocabulario se ha convertido casi en
    remilgado.
    Después de media hora de una visita incongruente, el hono-
    rable Ciro se levantó y se despidió. No bien se cerró la puerta
    tras él (y menos mal que el angelito esperó siquiera a que se
    hubiera cerrado), Barrabás levantó sus encantares ojos y diri-
    giéndose a mí murmuró con una sonrisa confidencial:
    -¡Qué cara de idiota tiene ese jetón!
    Si conoces una familia cristiana que quiera adoptar un en-
    canto de niño de cinco años, haz el favor de comunicárselo sin
    pérdida de tiempo a
    Sallie Mac Bride.
    Queridos Pendletons:
    No he conocido a nadie tan antipático como ustedes dos.
    Hace ya varios días que tengo mi maleta preparada para pasar
    un rejuvenecedor domingo
    chez vous
    y aún no llegan a Washington. Apresúrense, por favor. Estoy languideciendo aquí...
    Creo que me moriré si no tengo un cambio.
    A punto de sofocarme,
    Sallie.
    P. S. Escriban una tarjeta a Gordon Hallock diciéndole que es-
    tán ahí. Estará encantado y se pondrá -junto a todo el Capito-
    lio- a disposición de ustedes. Ya sé que a Jervis no le es sim-
    pático, pero Jervis deberá abandonar sus prejuicios contra los
    políticos. ¿Quién sabe? A lo mejor yo me dedico un día a la po-
    lítica.
    Mí querida Judith:
    Recibimos los más asombrosos regalos de nues tros amigos
    y bienhechores. Escucha esto. La semana pasada, al señor
    Leverett se le estropeó el automóvil ante nuestra puerta y entró
    a visitar la institución mientras el chofer lo reparaba. Betsy le
    mostró el Hogar y él se interesó en todo lo que vio, especial-
    mente en nuestros campamentos. Terminó quitándose la cha-
    queta y jugando al béisbol con los muchachos. Después de
    hora y media, miró el reloj, pidió un vaso de agua y se marchó.
    Habíamos olvidado enteramente el episodio, hasta que esta
    tarde llegó un regalo para el Hogar John Grier, de los Laborato-
    rios Químicos Leverert.
    Era un barril, bueno, un barrilillo, pero de buen tamaño, lleno
    de jabón líquido. Y otro regalo: ¿te conté que las semillas para
    nuestro jardín vinieron de Washington? Un cortés presente de
    Gordon Hallock y del Gobierno de los Estados Unidos.
    Actualmente estamos en una campaña para mejorar los
    modales. Las niñas han aprendido a hacer reverencias y a sa-
    ludar con gracia, y los muchachos se quitan el sombrero. Tam-
    bién ellos se levantan cuando hay una señora de pie y ayudan
    a sus compañeras a sentarse a la mesa, acercándoles las sillas
    (Tommy Woolsey metió ayer a Sadie Kate en el plato de sopa,
    con regocijo de todos los espectadores, excepto de Sadie Kate

    que siendo una señorita muy independiente, no se preocupa de
    estas inútiles atenciones masculinas).
    Los primeros días, los muchachos se inclinaban a la burla,
    pero después, al observar la cortesía de Percy, su héroe, se
    están convirtiendo en pequeños caballeros.
    Mientras te escribo, Barrabás ha estado sentado al lado de
    la ventana, pacíficamente ocupado con sus lápices de colores.
    Betsy, al pasar, le ha acariciado levemente en la cabeza. Ba-
    rrabás, sonrojándose, se ha limpiado la caricia con una sober-
    bia indiferencia masculina, pero observo que ha reanudado su
    trabajo más contento. Creo que a pesar de todo conquistare-
    mos a este jovencito.
    (Martes.)
    El doctor está muy gruñón. Ha llegado en el momento en
    que los niños comían. Se sentó con ellos y probó la comida...
    ¡Ay!, ¡las papas estaban quemadas! Es la primera vez que pa-
    sa y tú sabes que las papas se queman a veces hasta en las
    mejores familias, pero se creería, por la furia de Mac Rae, que
    la cocinera las quemó adrede y de acuerdo con mis órdenes.
    Como ya te he dicho antes, podría pasarme bien sin el doc-
    tor.
    (Miércoles.)
    Ayer hizo un día espléndido. Betsy y yo, dejando nuestras
    obligaciones, nos fuimos a casa de unos amigos de ella y to-
    mamos el té en un jardín italiano. Barrabás y Sadie Kate habían
    sido tan buenos todo el día, que en el último momento telefo-
    neamos preguntando si podíamos llevar dos niños. Accedieron
    con entusiasmo.
    Pero la elección de Barrabás y Sadie Kate fue un error. De-
    bíamos haber llevado a Mamie Prout, que ha demostrado su
    aptitud para estar sentada.
    Para no cansarte con detalles, te contaré lo peor: Barrabás
    decidió pescar en el fondo de un estanque y el dueño de casa

    tuvo que sacarlo de una pierna. Lo trajimos a casa, envuelto en
    una bata de aquel señor.
    ¿Qué opinas? El doctor Robin Mac Rae, arrepentido de
    haberse mostrado tan extremadamente desagradable ayer, nos
    ha invitado a Betsy y a mí a cenar en su casa verde oliva el
    próximo domingo a las siete para que veamos unos microbios.
    Creo que la diversión consistirá en unos cultivos de escarlatina,
    y la glándula de un tuberculoso. Estas atenciones sociales le
    molestan, pero sabe que para aplicar sus teorías en la institu-
    ción, tiene que ser cortés con la directora.
    He leído esta carta del principio al fin y debo admitir que sal-
    to de un tema a otro y que no te doy noticias de gran interés,
    pero te darás cuenta de que he consumido en ella todos mis
    minutos libres durante tres días.
    Tuya como siempre, completamente atareada,
    Sallie Mac Bride.
     
  4. clause

    clause Claudia

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    ANDANDO

    Andando, andando.
    Que quiero oír cada grano
    de la arena que voy pisando.

    Andando.
    Dejad atrás los caballos,
    que yo quiero llegar tardando
    (andando, andando)
    dar mi alma a cada grano
    de la tierra que voy rozando.

    Andando, andando.
    ¡Qué dulce entrada en mi campo,
    noche inmensa que vas bajando!

    Andando.
    Mi corazón ya es remanso;
    ya soy lo que me está esperando
    (andando, andando)
    y mi pie parece, cálido,
    que me va el corazón besando.

    Andando, andando.
    ¡Que quiero ver el fiel llanto
    del camino que voy dejando!


    Juan Ramón Jiménez
     
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    clause Claudia

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    Juan Ramón Jiménez
    (1881-1959)
    [​IMG]
    Poeta español y premio Nobel de Literatura. Nació en Moguer
    (Huelva), y estudió en la Universidad de Sevilla. Los poemas
    de Rubén Darío, el miembro más destacado del modernismo en
    la poesía española, le conmovieron especialmente en su juventud.
    También sería importante la lectura de los simbolistas
    franceses, que acentuaron su inclinación hacia la melancolía.
    En 1900 publicó sus dos primeros libros de textos: Ninfeas y
    Almas de violeta. Poco después se instalaría en Madrid,
    haciendo varios viajes a Francia y luego a Estados Unidos,
    donde se casó con la que ya sería su compañera ejemplar de
    toda la vida, Zenobia Camprubí. En 1936, al estallar la Guerra
    Civil española se vio obligado a abandonar España. Estados Unidos,
    Cuba y Puerto Rico, fueron sus sucesivos lugares de residencia.
    Moriría en este último país, donde recibió ya casi moribundo la
    noticia de la concesión del Premio Nobel.

    La obra poética de Juan Ramón Jiménez es muy numerosa, con libros
    que a lo largo de su vida, en un afán constante de superación,
    fue repudiando o de los que salvaba algún poema, casi siempre
    retocado en sus sucesivas selecciones. Las principales son Poesías
    escogidas (1917), Segunda antología poética (1922), Canción (1936)
    y Tercera antología (1957). La influencia del modernismo se percibe
    en sus primeros libros, aunque su mundo poético pronto apunta,
    como el de Bécquer , hacia lo inefable, con unos poemas hechos a
    partir de sensaciones refinadas por la espiritualidad, y de sutiles
    estados líricos, con un lenguaje musical.

    Pero el arte de Juan Ramón Jiménez se hace independiente de cualquier
    escuela, aunque el simbolismo, ya totalmente asumido, siga influyendo
    en su poesía casi hasta el final. Con el paso de los años su estilo
    se hace cada vez más depurado, siempre en busca de la belleza absoluta,
    de la poesía y del espíritu que él intenta fundir con su lirismo
    esencial interior, sin dejar de ser al mismo tiempo metafísico y
    abstracto, como se aprecia en Baladas de Primavera (1910) o La soledad
    sonora (1911). Diario de un poeta recién casado (1917), escrito
    básicamente durante su viaje a Estados Unidos, donde conoció y se
    casó con Zenobia, es uno de los grandes libros de la poesía española.
    Contiene ritmos inspirados por el latir del mar, verso libre, prosa,
    sugerencias humorísticas e irónicas. El libro supone un canto a la mujer,
    el mundo marino y Estados Unidos. Siguen Eternidades (191:icon_cool:, Piedra
    y cielo (1919) y uno de los puntos más altos de su poesía, Estación
    total, un libro escrito entre 1923 y 1936, aunque no se publique hasta
    1946. La identificación del poeta con la belleza, con la plenitud de lo
    real, con el mundo, es casi absoluta. La palabra aúna abstracción y
    realidad, y el poeta se convierte en -total- -concepto ya utilizado
    por Juan Ramón Jiménez-, y que significa -lo universal-. Poeta total,
    es para él, por tanto, aquel que logra la comunión con el universo,
    conservando, sin embargo, su voz personal.

    Los escritos en prosa que formarían posteriormente la vasta galería
    Españoles de tres mundos (1942) empezaron a publicarse en diarios y
    revistas en los años inmediatamente anteriores a su exilio. Otro libro
    suyo escrito en prosa poética -y al que le debe gran parte de su fama
    universal- es Platero y yo (1917), donde funde fantasía y realismo en
    las relaciones de un hombre y su asno. Es el libro español traducido
    a más lenguas del mundo, junto con Don Quijote de Miguel de Cervantes.
    Escribió ya en América los Romances de Coral Gables (194:icon_cool: y Animal
    de fondo (1949). Con ellos y el poema 'Espacio', Juan Ramón Jiménez
    alcanza lo que se ha llamado su -tercera plenitud- determinada por
    el contacto directo con el mar. En Animal de fondo el símbolo lo
    expresa con un lenguaje próximo a una religiosidad inmanente y
    panteísta. La poesía antes que palabra es conciencia; inteligencia
    que permite al poeta nombrar. El tiempo acaba fundiéndose con el
    espacio. El poeta simbolista y romántico, metafísico después y puro
    -que configuran al Juan Ramón Jiménez más hondo e intenso-, se revela
    finalmente como un visionario y metafísico que mantiene una alta tensión
    poética a partir de iluminaciones nacidas en lo profundo de su sensibilidad.
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Al soneto con mi alma

    Como en el ala el infinito vuelo,
    como en la flor está la esncia errante,
    lo mismo que en la llama el caminante
    fulgor y en el azul el solo cielo;

    como en la melodía está el consuelo,
    y el frescor en el chorro, penetrante,
    y la riqueza noble en el diamante,
    así en mi carne está el total anhelo.

    En ti, soneto, forma, esta ansia pura
    Copia, como en un agua remansada,
    todas sus inmortales maravillas.

    La claridad sin fin de su hermosura
    Es,cual cielo de fuente, ilimitada
    En la limitación de tus orillas.



    Juan Ramón Jiménez
    http://www.juanramonjimenez.com/flotantes/pag_7_2_2.htm
    (para escucharlo recitado por el)

     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Paraiso




    Como en la noche, el aire ve su fuente
    oculta. Está la tarde limpia como
    la eternidad.

    La eternidad es solo
    lo que sigue, lo igual; y comunica
    por armonía y luz con lo terreno.

    Entramos y salimos sonriendo,
    llenos los ojos de totalidad,
    de la tarde a la eternidad, alegres
    de lo un y lo otro. Y de seguir,
    de entrar i de seguir.
    Y de salir...

    (Y en la frontera de las dos verdades
    exaltando su última verdad,
    el chopo de oro contra el pino verde,
    síntesis del destino fiel, nos dice
    qué bello al ir a ser es haber sido.)



    Juan Ramón Jiménez
    http://www.juanramonjimenez.com/flotantes/pag_7_2_5.htm
     
  8. -=Lady=-

    -=Lady=- Lady Vampire♥

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS

    Desde la ventana de un casucho viejo
    abierta en verano, cerrada en invierno
    por vidrios verdosos y plomos espesos,
    una salmantina de rubio cabello
    y ojos que parecen pedazos de cielo,
    mientas la costura mezcla con el rezo,
    ve todas las tardes pasar en silencio
    los seminaristas que van de paseo.

    Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
    marchan en dos filas pausados y austeros,
    sin más nota alegre sobre el traje negro
    que la beca roja que ciñe su cuello,
    y que por la espalda casi roza el suelo.

    Un seminarista, entre todos ellos,
    marcha siempre erguido, con aire resuelto.
    La negra sotana dibuja su cuerpo
    gallardo y airoso, flexible y esbelto.
    Él, solo a hurtadillas y con el recelo
    de que sus miradas observen los clérigos,
    desde que en la calle vislumbra a lo lejos
    a la salmantina de rubio cabello
    la mira muy fijo, con mirar intenso.
    Y siempre que pasa le deja el recuerdo
    de aquella mirada de sus ojos negros.
    Monótono y tardo va pasando el tiempo
    y muere el estío y el otoño luego,
    y vienen las tardes plomizas de invierno.

    Desde la ventana del casucho viejo
    siempre sola y triste; rezando y cosiendo
    una salmantina de rubio cabello
    ve todas las tardes pasar en silencio
    los seminaristas que van de paseo.

    Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
    su seminarista de los ojos negros;
    cada vez que pasa gallardo y esbelto,
    observa la niña que pide aquel cuerpo
    marciales arreos.

    Cuando en ella fija sus ojos abiertos
    con vivas y audaces miradas de fuego,
    parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
    ¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
    ¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
    A la niña entonces se le oprime el pecho,
    la labor suspende y olvida los rezos,
    y ya vive sólo en su pensamiento
    el seminarista de los ojos negros.

    En una lluviosa mañana de inverno
    la niña que alegre saltaba del lecho,
    oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
    por la angosta calle pasaba un entierro.

    Un seminarista sin duda era el muerto;
    pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
    con la beca roja por cima cubierto,
    y sobre la beca, el bonete negro.
    Con sus voces roncas cantaban los clérigos
    los seminaristas iban en silencio
    siempre en dos filas hacia el cementerio
    como por las tardes al ir de paseo.

    La niña angustiada miraba el cortejo
    los conoce a todos a fuerza de verlos...
    tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
    el seminarista de los ojos negros.

    Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
    y allá en la ventana del casucho viejo,
    una pobre anciana de blancos cabellos,
    con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
    mientras la costura mezcla con el rezo,
    ve todas las tardes pasar en silencio
    los seminaristas que van de paseo.

    La labor suspende, los mira, y al verlos
    sus ojos azules ya tristes y muertos
    vierten silenciosas lágrimas de hielo.

    Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
    del seminarista de los ojos negros...

    Miguel Ramos Carrión​


    http://www.youtube.com/watch?v=yGBUK8uHn-U
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    P. S. Una bendita mujer ha venido esta mañana diciendo que
    se llevaría un niño durante el verano y que quería uno de los
    más enfermos y débiles. Acaba de perder a su marido y desea
    ayudar a alguien que lo necesite verdaderamente. ¿No es
    emocionante?
    Sábado por la tarde.
    Queridos Judith y Jervis:
    Mi hermano Juan (estamos en las mejores relaciones), des-
    pués de varias cartas petitorias, ha mandado por fin un regalo,
    pero elegido por él mismo: ¡Es un mono y se llama Java!
    Los niños, fascinados, ya ni oyen la campana de la escuela.
    El día que el animalito llegó, todos desfilaron para estrechar su
    mano.
    Sadie Kate se está convirtiendo en mi secretaria particular.
    La he encargado de las cartas de agradecimiento de la institu-
    ción y su estilo literario está haciendo mella entre nuestros
    bienhechores. Invariablemente solicita un nuevo presente.
    Puedes ver, por la carta que ha dirigido a Juan (adjunto la co-

    pia), que la jovencita tiene una pluma persuasiva. Confío que
    esta vez por lo menos no conseguirá lo que pretende.
    Querido señor Juan:
    Muchas gracias por el precioso mono que nos ha dado. Le
    llamamos Java porque ésta es una isla al otro lado del océano,
    en que hace mucho calor, donde nació en un nido como un pá-
    jaro, sólo que grande, según dice el doctor.
    El primer día, todos los muchachos y muchachas le dieron
    la mano y le dijeron: “Buenos días, Java”. Su mano es muy rara
    y aprieta muy fuerte. Yo tenía miedo de tocarlo, pero ahora lo
    dejo sentarse en mi hombro y abrazarme si quiere. Hace un
    ruido muy gracioso como si jurase y se enfada si le tiran el ra-
    bo. Lo queremos mucho a él, a usted y a los dos.
    Otra vez que nos haga un regalo haga el favor de mandar-
    nos un elefante. Bueno, me parece que no escribo más.
    De usted afectísima,
    Sadie Kate Kilcoyne
    .
    Percy de Forest Witherspoon es todavía fiel a sus pequeños
    indios y tengo tanto miedo de que se canse que le permito to-
    marse frecuentes vacaciones. Conoce a muchas personas de
    la vecindad y el sábado pasado trajo a dos amigos muy simpá-
    ticos que, instalados junto la hoguera del campamento, conta-
    ron a los niños maravillosas historias de caza.
    Uno de ellos acaba de dar la vuelta al mundo y contó espe-
    luznantes anécdotas de los cazadores de cabezas de Sarawak,
    una región del centro de Borneo. Ahora todos quieren ir a Sa-
    rawak para pelear contra los cazadores de cabezas. Se han
    consultado todas las enciclopedias de esta institución y no hay
    un solo muchacho que no te pueda decir la historia, costum-
    bres, clima, fauna y flora de aquel lugar. Ojalá Percy les pre-
    sentara algunos amigos que hubieran tenido aventuras fabulo-
    sas en Inglaterra, Francia y Alemania, para que los niños au-
    mentaran su cultura con la historia de países más cercanos.

    Tenemos una nueva cocinera, la cuarta desde el principio
    de mi reinado. La última es una mujer morena, grande, gorda y
    sonriente. Desde que ha llegado nos alimentamos de miel. ¿A
    que no aciertas cómo se llama? Sallie, ¿qué te parece? Le he
    indicado que se cambie el nombre y me ha contestado que lle-
    va el nombre de Sallie más tiempo que yo y que no podría
    acostumbrarse a otro, y con Sallie se ha quedado.
    (Domingo.)
    Parece que nuestra diversión favorita es buscarle sobre-
    nombres al doctor. Su seriedad es la que nos incita a ello. Para
    la señorita Snaith es "ese hombre"; para Betsy, el "Doctor
    Hígado de Bacalao". Pero Sadie Kate nos ha derrotado a to-
    dos: lo llama el "señor algún día pronto". Todos los niños del
    Hogar se saben un único poema: el que les recita el doctor pa-
    ra que traguen el aceite de bacalao, que empieza con las pala-
    bras "algún día pronto".
    Esta noche es cuando Betsy y yo cenaremos con él. Siento
    verdadera impaciencia por ver el interior de su triste casa. No
    habla nunca de sí mismo, ni de su pasado, ni de nadie relacio-
    nado con él. Es como un ser aislado marcado por un rótulo que
    dice CIENCIA, sin afectos, emociones o debilidades humanas,
    excepto el mal genio. Betsy y yo estamos enfermas de curiosi-
    dad por saber de dónde ha salido; pero espera a que entremos
    en su casa: nuestro instinto policiaco descubrirá algo.
    Continuará.
    Sallie.
    Lunes.
    Querida Judith:
    Asistimos anoche a la cena del doctor, Betsy, el señor Wit-
    herspoon y yo. Resultó más o menos bien, aunque empezó con
    malos auspicios.
    El interior de la casa es como el exterior. No he visto nada
    igual al comedor: paredes, alfombras y cortinas, verde oscuro;

    una chimenea de mármol negro con unos cuantos carbones;
    dos grabados de acero en marcos negros.
    La señora Mac Gurk se movía alrededor de la mesa con un
    paso tan firme, que los cubiertos se estremecían en los cajones
    del aparador. Con su poco amable actitud parecía hacer lo im-
    posible por desanimar a los huéspedes, para que la próxima
    vez no acepten una nueva invitación.
    Mac Rae compró docenas de las más hermosas rosas y tu-
    lipanes para animar la casa; pero la señora Mac Gurk las ató
    todas juntas tan apretadas como pudo y las encajó en un flore-
    ro que colocó en el centro de la mesa. El adorno era tan grande
    y se veía tan mal, que con Betsy tuvimos que contener la risa.
    Además, el doctor parecía tan inocentemente complacido por
    aquella nota brillante, que lo felicitamos por su feliz combina-
    ción de colores.
    En cuanto terminamos de cenar, pasamos al sector de la bi-
    blioteca y el laboratorio, donde no llega la influencia de la seño-
    ra Mac Gurk. Sólo Llewelin, un galés bajo y delgado, que oficia
    de chofer y de sirviente, cuida de la parte de la casa donde
    habita y trabaja el doctor.
    La biblioteca no está del todo mal para un hombre. Armarios
    de libros a su alrededor, desde el suelo hasta el techo, y los li-
    bros que sobran, apilados en el suelo, en la chimenea y en la
    mesa; media docena de enormes butacas de cuero, una alfom-
    bra y otra chimenea de mármol negro, pero ésta con un alegre
    fuego de leña.
    Como adornos, tiene un pelícano disecado, una grulla con
    una rana en el pico, y un mono sentado en un leño. Un cierto
    olor a yodoformo flota en el aire.
    Parece que en sus momentos de ocio, Mac Rae se dedica a
    la pesca, pues, mientras tomábamos el café -preparado por el
    propio doctor en una máquina francesa-, él y Percy empezaron
    a contar historias de salmones y truchas. Por fin sacó su caja
    de moscas de pescar y nos regaló galantemente a Betsy y a mí
    dos de las más brillantes para que nos hiciéramos alfileres para
    el sombrero. Luego nuestra conversación pasó a los páramos

    escoceses y nos contó cómo una vez se había perdido y pasa-
    do la noche entre los brezos. No hay duda, el corazón de Mac
    Rae está en Escocia.
    Creo que lo hemos juzgado mal y debemos desechar la idea
    de que haya cometido un crimen. Con Betsy nos inclinamos a
    pensar que ha sido engañado por alguna mujer. Me doy cuenta
    de que está mal que le tome el pelo al doctor pero ¡cómo es
    posible que después de un día de trabajo vuelva a su casa y
    coma solo en aquel oscuro comedor! Me dan ganas de que mis
    artistas pinten un friso de conejos en esa pared. ¿Crees que le
    gustaría?
    Te quiere como siempre,
    Sallie.
    Querida Judith:
    ¿No piensas volver a Nueva York? Necesito un sombrero y
    quiero comprarlo en la Quinta Avenida, no en la calle del Agua.
    La señora Gruby, nuestra mejor modista, no es partidaria de
    seguir sólo las modas de París; ella crea sus propios estilos,
    aunque hace tres años visitó las tiendas de Nueva York y toda-
    vía crea modelos con la inspiración de aquella visita.
    Además de mi sombrero, tengo que comprar ciento trece
    sombreros para mis niños, sin contar zapatos, pantalones, fal-
    das, camisas, cintas para el pelo y medias. Es un trabajo más
    que regular tener a una pequeña familia como la mía decente-
    mente vestida.
    ¿Recibiste mi carta de la semana pasada? Tenía diecisiete
    páginas, demoré varios días en ella y ni siquiera la mencionas.
    Tuya,
    Sallie Mac Bride.
    P. S. ¿Vieron a Gordon? ¿Les dijo algo de mí? ¿Se ha enamo-
    rado de alguna muchacha exótica de Washington? Me interesa
    saberlo. ¿Por qué son tan reservados?

     
  10. clause

    clause Claudia

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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
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    Martes, 4:27 de la tarde.
    Querida Judith:
    Tu telegrama llegó hace dos minutos. Gracias. Llegaré el
    jueves a las cinco y cuarenta y nueve de la tarde. Y no contrai-
    gan compromisos para esa noche, porque pienso hablar por lo
    menos hasta medianoche de las cosas del Hogar, contigo y con
    el presidente.
    Pienso dedicar viernes, sábado y lunes a mis compras. Sí,
    tienes razón; poseo ya muchos más vestidos de los que necesi-
    ta un pájaro enjaulado, pero quiero cambiar de plumaje cuando
    llegue la primavera. Ahora me pongo un vestido de tarde todas
    las noches para gastarlos, es decir, no; no es enteramente por
    eso sino para convencerme de que soy una muchacha como
    las demás, a pesar de esta vida en que ustedes me metieron.
    El honorable Ciro me encontró ayer con un vestido verde Ni-
    lo (creación de Jane, pero que parece de París). Se sorprendió
    muchísimo cuando supo que no iba a ningún baile. Le invité a
    quedarse a cenar conmigo y aceptó. Estuvimos muy afables. El
    hombre se expansiona después de cenar. La comida parece
    que le anima. Si en el teatro presentan algo de Bernard Shaw
    este fin de semana me parece que iré a verlo. Los diálogos de
    Shaw me proporcionarán un vivo contraste con los del honora-
    ble Ciro. Es inútil escribir más; esperaré y hablaremos.
    Adiós.
    Sallie.
    P. S. Justo cuando empezaba a encontrar algo simpático en el
    doctor ha surgido un incidente y ha estado abominable. Hay
    cinco casos de sarampión y, por la manera de este hombre, se
    creería que la señorita Snaith y yo lo hemos traído con el solo
    propósito de molestarlo. Muchos días aceptaría de buena gana
    la dimisión del doctor.
    Miércoles.
    Querido Enemigo:

    Tengo delante su breve y digna nota de ayer. No he conoci-
    do a nadie cuyo estilo literario se parezca tanto a su palabra
    hablada.
    Usted dice que me quedaría muy agradecido si dejase mi
    absurda costumbre de llamarle "Enemigo". La dejaré tan pronto
    como usted deje su no menos absurda costumbre de enfadarse
    e insultar por la más mínima cosa que no sale conforme a sus
    deseos.
    Me marcho mañana por la tarde a pasar cuatro días en Nue-
    va York.
    De usted afectísima,
    Sallie Mac Bride.
    Casa de los Pendletons. Nueva York.
    Querido Enemigo:
    Confío que esta nota lo encontrará en mejor estado de áni-
    mo que la última vez que le vi. Le repito enfáticamente que la
    aparición de dos nuevos casos de sarampión no se debe a
    descuido de la directora del Hogar, sino a la desgraciada ana-
    tomía de nuestro viejo edificio, que no permite el aislamiento
    necesario de los casos contagiosos.
    Como no se dignó usted visitarnos ayer por la mañana, no
    he podido darle instrucciones.
    Por consiguiente, le escribo pidiéndole que vea a Mamie
    Prout, que está cubierta de manchitas rojas que pueden ser sa-
    rampión, aunque espero que no lo sea. Mamie Prout se man-
    cha con facilidad.
    Vuelvo a la vida de prisión el próximo lunes a las seis de la
    tarde.
    De usted afectísima,
    Sallie Mac Bride.

    P. S. Confío que me perdonará si le digo que no es usted la
    clase de doctor que yo admiro. Me gustan los médicos regorde-
    tes y sonrientes.
     
  11. clause

    clause Claudia

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    En el fondo del hombre,
    agua removida.

    En el agua más clara,
    quiero ver la vida.

    En el fondo del hombre,
    agua removida.

    En el agua más clara,
    sombra sin salida.

    En el fondo del hombre,
    agua removida.


    Miguel Hernández
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    CANCIÓN PRIMERA

    Se ha retirado el campo
    al ver abalanzarse
    crispadamente al hombre.

    ¡Qué abismo entre el olivo
    y el hombre se descubre!

    El animal que canta:
    el animal que puede
    llorar y echar raíces,
    rememoró sus garras.

    Garras que revestía
    de suavidad y flores,
    pero que, al fin, desnuda
    en toda su crueldad.

    Crepitan en mis manos.
    Aparta de ellas, hijo.
    Estoy dispuesto a hundirlas,
    dispuesto a proyectarlas
    sobre tu carne leve.

    He regresado al tigre.
    Aparta, o te destrozo.

    Hoy el amor es muerte,
    y el hombre acecha al hombre.


    Miguel Hernández


    CANCIÓN ÚLTIMA

    Pintada, no vacía:
    pintada está mi casa
    del color de las grandes
    pasiones y desgracias.

    Regresará del llanto
    adonde fue llevada
    con su desierta mesa
    con su ruidosa cama.

    Florecerán los besos
    sobre las almohadas.
    Y en torno de los cuerpos
    elevará la sábana
    su intensa enredadera
    nocturna, perfumada.

    El odio se amortigua
    detrás de la ventana.

    Será la garra suave.

    Dejadme la esperanza.


    Miguel Hernández


     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
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    Hogar John Grier. 9 de junio.
    Querida Judith:
    Ustedes son una familia que ninguna muchacha impresio-
    nable debía visitar. ¿Cómo pueden esperar que me reintegre
    contenta a la vida del Hogar, después de haber visto el cuadro
    feliz que presenta el hogar de los Pendletons?
    En el camino de vuelta, en lugar de las dos novelas, cuatro
    revistas y la caja de bombones con que tu marido me proveyó,
    me dediqué a pasar revista a todos los jóvenes que conozco,
    para ver si descubría alguno tan bueno como Jervis. ¡Lo des-
    cubrí! (y un poco mejor creo). Desde hoy él es la víctima seña-
    lada, la presa predestinada. No me gustará dejar el Asilo des-
    pués de haber trabajado tanto en él, pero a menos que ustedes
    lo trasladen a la ciudad no hay alternativa posible.
    Nuestro tren llegó retrasadísimo. Estuvimos en una vía
    muerta mientras pasaban dos trenes de viajeros y uno de mer-
    cancías. Creo que se rompió algo y que tuvieron que reparar
    nuestra locomotora. Eran las siete y media cuando yo descen-
    dí, único pasajero, en nuestra insignificante estación, en medio
    de la oscuridad y la lluvia, sin paraguas y llevando mi precioso
    sombrero nuevo. Nadie me esperaba; ni siquiera un coche
    había en la estación. Yo no había telegrafiado la hora exacta de
    mi llegada, pero de todas maneras me sentí desamparada.
    Había esperado vagamente encontrar en el andén a los ciento
    trece niños. Le decía al jefe de estación que yo vigilaría su te-
    légrafo mientras él iba a telefonear pidiendo un vehículo, cuan-
    do aparecieron dos focos de auto que se dirigieron derechos a
    mí. Pararon nueve pulgadas antes de atropellarme y oí la voz
    del doctor, diciendo:
    -¡Bien, miss Mac Bride! Ya es hora de que vuelva usted a
    tomar el Hogar en sus manos.
    Había acudido tres veces a la estación, esperando la llega-
    da del tren. Nos metió, a mí y mi sombrero nuevo, maletas, li-
    bros y bombones bajo su toldo impermeable y nos dirigimos al
    Hogar.
    Sentía como si realmente volviese a casa y me entristecía el
    pensamiento de tener que dejarla alguna vez. Mentalmente he
    dimitido ya y vuelto a mi vida normal. La idea de que una no es-
    tá en un sitio por el resto de sus días da una impresión de ines-
    tabilidad. Por esto los matrimonios a prueba no darán resulta-
    do. Hay que sentir que se está en una cosa para siempre, para
    poner todo nuestro empeño en tener éxito en ella.
    ¡Cuántas cosas pueden pasar en cuatro días! El doctor no
    podía hablar bastante aprisa para decirme todo lo que yo que-
    ría saber. Entre otras cosas, que Sadie Kate ha pasado dos dí-
    as en la enfermería, y su enfermedad, según el doctor, consis-
    tió en medio tarro de mermelada de grosellas y Dios sabe
    cuántos buñuelos. Durante mi ausencia le encargaron un traba-
    jo en la despensa, y la vista de tantas golosinas fue demasiado
    para su frágil virtud.
    Nuestra cocinera y nuestro panadero Daniel se han decla-
    rado la guerra. El origen fue una pequeña cuestión, aumentada
    por un cubo de agua que Sallie arrojó por una ventana con una
    puntería extraña en una mujer. Observa qué carácter tan dúctil
    debe tener la directora de un asilo de huérfanos: combinar las
    cualidades de una nodriza y de un magistrado.
    El doctor no me había dicho ni la mitad de las cosas cuando
    llegamos a casa, de manera que le rogué que aceptase nuestra
    hospitalidad. Le propuse llamar a Betsy y a Witherspoon para
    celebrar una reunión. Mac Rae aceptó con halagadora pronti-
    tud, pues le gusta mucho cenar fuera de su casa. Pero Betsy
    había ido a su casa a saludar a una abuela y Percy estaba ju-
    gando al bridge en el pueblo. Son pocas las noches que sale y
    yo quiero que se divierta. De manera que sólo el doctor y yo
    cenamos en el Hogar. Después, tomamos café delante del fue-
    go en mi confortable biblioteca azul, mientras el viento silbaba
    fuera y las persianas golpeaban.
    Pasamos una cordial e íntima velada. Por primera vez des-
    de que le conozco descubrí una nueva faceta en este hombre.
    Hay algo atractivo en él cuando se llega a conocerle, pero esto
    requiere tiempo y tacto. No conozco a nadie tan inexplicable
    como él. Siempre que le hablo me parece que detrás de sus
    ojos entornados hay un fuego latente. ¿Estás segura de que no
    ha cometido un crimen? Él transmite la deliciosa sensación de
    haberlo cometido. Pero debo añadir que no es tan mal conver-
    sador cuando se entusiasma.
    Tiene en la punta de la lengua varios volúmenes de literatu-
    ra escocesa.
    Cuando empecé esta carta no tenía intención de llenarla
    con la descripción de los nuevos encantos del doctor. Pero es-
    tuvo tan simpático y amistoso esa tarde, que me atormenta la
    conciencia todo el día recordar lo que me he reído de él.
    En realidad yo no decía en serio todas aquellas cosas. Una
    vez al mes, el hombre es tratable, cariñoso y atractivo.
    Barrabás me ha hecho una visita y durante el curso de ella
    ha perdido tres ranitas de una pulgada de largo. Sadie Kate en-
    contró una de ellas debajo de un armario, pero las otras dos se
    han escapado y temo que hayan buscado refugio en mi cama.
    Es un fastidio que las ranas, las culebras, los ratones y los in-
    sectos sean tan portátiles.
    Nunca se sabe lo que contienen los bolsillos de un niño por
    muy formal que parezca.
    Me he divertido muchísimo en casa de los Pendletons. No
    olvides que me has prometido devolverme pronto la visita.
    Tuya como siempre,
    Sallie.
    P. S. Se me quedó en tu casa un par de zapatillas azules. Es-
    tán debajo de la cama. Te ruego que me las envíes.
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
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    Jueves.
    Querida Judith:
    He pasado los últimos días introduciendo las innovaciones
    que planeamos en Nueva York. Tu palabra es ley. Se ha esta-
    blecido un tarro de caramelos público. También se han manda-
    do hacer los ochenta cajones. Es una idea maravillosa que ca-
    da niño tenga un cajón particular donde almacenar sus tesoros.
    El sentido de propiedad nos ayudará a convertirlos en ciudada-
    nos responsables. Yo debía haber pensado en ello, pero por
    alguna razón la idea no se me ocurrió. Tú tienes un conoci-
    miento de sus deseos al que nunca podré llegar yo, por mucho
    interés y cariño que ponga en ello.
    Trato de dirigir el Hogar con la menor severidad posible, pe-
    ro debo ser muy firme en un punto: estará terminantemente
    prohibido guardar en los cajones ratones, ranas y gusanos.
    No sabes lo contenta que estoy con el aumento de sueldo
    de Betsy y con la idea de que se quede permanentemente con
    nosotros. Al honorable Ciro Wykoff no le gusta esta medida. Ha
    investigado y descubierto que la familia de Betsy puede soste-
    nerla sin ningún salario.
    -Usted no presta sus servicios profesionales por nada -le he
    dicho-. ¿Por qué habría ella de prestar los suyos gratis?
    -Éste es un trabajo caritativo.
    -Entonces debemos pagar el trabajo que se ejecuta en
    nuestro beneficio, pero no el que se hace en beneficio público.
    -¡Tonterías! -dice él-; es una mujer y su familia debería man-
    tenerla.
    Como no quería entrar en discusiones con el honorable Ci-
    ro, le consulté algunas cosas. A él le gusta que le consulten y
    así lo hago en toda clase de pequeñeces, siguiendo los saga-
    ces consejos del doctor Mac Rae: "Los fideicomisarios son co-
    mo cuerdas de violín, que no se pueden poner demasiado tiran-
    tes; adúlelos usted y haga lo que le dé la gana". ¡Oh!, la canti-
    dad de tacto que estoy adquiriendo en este asilo. Haría maravi-
    llosamente de esposa de un político.
    (Jueves, por la noche.)

    Te interesará saber que he colocado a Barrabás con dos
    simpáticas solteronas que hace mucho tiempo deseaban tener
    un niño. Vinieron la semana pasada y dijeron que probarían
    uno por un mes para ver cómo les iba. Desde luego querían
    una niña educada a la antigua y vestida de rosa y blanco. Les
    dije que cualquiera podía educar a una niña así, para que fuera
    un adorno de la sociedad. Lo que sí tendría mérito era criar y
    educar al niño de un organillero italiano y de una cocinera irlan-
    desa, y les ofrecí a Barrabás.
    Estoy segura de que de su herencia artística de napolitano
    puede resultar algo glorioso en un ambiente apropiado. Se lo
    propuse a ellas como un desafío que requería genio y acepta-
    ron. Han convenido en llevárselo durante un mes y dedicar todo
    su esfuerzo a educarlo para que más adelante pueda ser adop-
    tado por una familia. Las dos tienen buen humor y buen carác-
    ter; de otro modo no me hubiera atrevido a proponérselo. En
    realidad, creo que será el único medio de domesticar a nuestro
    joven leoncillo. Ellas le darán todo el cariño que siempre le ha
    faltado.
    Viven en una casa fascinante con un jardín italiano y con el
    decorado y mobiliario seleccionado en todo el mundo. Parece
    un sacrilegio soltar a esta destructora criatura en semejante co-
    lección de tesoros; pero hace más de un mes que no ha roto
    nada aquí y espero que lo que haya en él de italiano responde-
    rá a tanta belleza. Además, las previne para que no se asusten
    ante alguna extraña palabra que brote de sus labios.
    Partió anoche en un magnífico automóvil. Yo estaba muy
    alegre al decir adiós a nuestro desacreditado joven, que ha es-
    tado absorbiendo la mitad de mi energía.
    (Viernes.)
    El dije para mi pulsera llegó esta mañana.
    Muchas gracias, pero realmente no me debías haber envia-
    do otro. Una señora no puede ser responsable de todas las co-
    sas que un huésped descuidado pierde en su casa. Es dema-


    siado bonito para mi cadena y no sé si traspasarme la nariz a la
    moda inglesa y llevar mi nueva joya donde se vea bien.
    Percy está haciendo un trabajo constructivo en este asilo.
    Ha fundado el Banco de John Grier organizando todo profesio-
    nalmente, pero incomprensible para mí, que nunca he sobresa-
    lido en matemáticas. Los muchachos mayores poseen un libro
    de cheques y se les pagará cinco dólares a la semana por sus
    servicios, tales como ir a la escuela y el trabajo de la casa, y
    ellos pagarán a la institución con cheques, los mismos cinco
    dólares por su hospedaje y su ropa. Aunque es como un círculo
    vicioso, es muy educativo; comprenderán el valor de la moneda
    antes de que los lancemos a un mundo mercenario. Si sobresa-
    len en sus lecciones o trabajos recibirán una recompensa es-
    pecial. Me duele la cabeza pensando en la contabilidad que,
    según Percy, es una bagatela que llevarán nuestros aritméticos
    sobresalientes .
    Si Jervis sabe algo para empleados de banca, dímelo. El
    año que viene tendré un presidente, un cajero y un pagador
    bien preparados.
    (Sábado.)
    Al doctor no le gusta que le llame enemigo.
    Con esto hiero sus sentimientos o su dignidad, o algo así,
    pero como yo persisto a pesar de sus protestas, ha acabado
    por buscarme un mote: me llama Señorita Cohete y está orgu-
    llosísimo de su ingenio.
    Hemos inventado una nueva diversión: él me habla en es-
    cocés y yo le contesto en irlandés.
    Aunque no te parezca nada de gracioso, te aseguro que es
    un verdadero exceso para alguien de la seriedad del doctor. Ha
    estado de un humor angelical desde mi regreso; no ha soltado
    ni una sola palabra inconveniente y empiezo a confiar en que
    podré reformarlo como a Barrabás.
    He escrito esta larga carta poco a poco, durante tres días,
    cada vez que pasaba cerca de mi escritorio.

    Tuya, como siempre,
    Sallie.
    P. S. No confío gran cosa en tu receta de tónico para el cabello.
    O el boticario no preparó bien la fórmula, o Jane no me la supo
    aplicar; hoy amanecí pegada a la almohada.
     
  15. clause

    clause Claudia

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    LECTORES

    De aquel hidalgo de cetrina y seca
    tez y de heroico afán se conjetura
    que, en víspera perpetua de aventura,
    no salió nunca de su biblioteca.

    La crónica puntual que sus empeños
    narra y sus tragicómicos desplantes
    fue soñada por él, no por Cervantes,
    y no es más que una crónica de sueños.

    Tal es también mi suerte. Sé que hay algo
    inmortal y esencial que he sepultado
    en esa biblioteca del pasado

    en que leí la historia del hidalgo.
    Las lentas hojas vuelve un niño y grave
    sueña con vagas cosas que no sabe.


    Jorge Luis Borges