Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Poema Balada De La Alondra Persuasiva de María Elena Walsh En otra madrugada, por vientos de ceniza, obedecí al latido de la alondra. El cielo no era cielo todavía. La zona del hornero, el tiempo de la encina se inquietaban en lento aprendizaje y el cielo no era cielo todavía. Hubo un encantamiento de flor y hierba fina, un cauteloso antaño de rocío, y el cielo no era cielo todavía. Septiembre constelado de dos campanas frías rodaba por lugares de silencio y el cielo no era cielo todavía. En clima de obediencia mi pulso recorría todo un advenimiento de corolas y el cielo no era cielo todavía. No regresó conmigo la alondra persuasiva porque me desterró de su latido cuando el cielo fue luz de mediodía.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Poema Como La Cigarra de María Elena Walsh Tantas veces me mataron tantas veces me morí sin embargo estoy aquí resucitando. Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal y seguí cantando. Tantas veces me borraron tantas desaparecí a mi propio entierro fui sola y llorando. Hice un nudo en el pañuelo pero me olvidé después que no era la última vez y volví cantando. Tantas veces te mataron tantas resucitarás tantas noches pasarás desesperando. A la hora del naufragio y la de la oscuridad alguien te rescatará para ir cantando. Cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra igual que sobreviente que vuelve de la guerra.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi querido enemigo Jean Weabster Viernes. Mi queridísima Judith: ¡Cataclismo! Despedí a la cocinera y al ama de llaves, y de- licadamente indiqué a la profesora de gramática que no necesi- ta volver el año que viene. ¡Si pudiera despedir también al honorable Ciro! Esto es lo que sucedió hoy. Nuestro consejero, que estaba peligrosamente enfermo, está ya peligrosamente bien y esta mañana me ha hecho una visita. Barrabás se encontraba en la biblioteca sentado en una alfombra y muy tranquilo jugando con una caja de arquitectura. Lo he separado de los demás y estoy ensayando con él un nuevo método, eliminando las distraccio- nes violentas. Me sentía satisfechísima pensando en que obte- nía buenos resultados. Su vocabulario se ha convertido casi en remilgado. Después de media hora de una visita incongruente, el hono- rable Ciro se levantó y se despidió. No bien se cerró la puerta tras él (y menos mal que el angelito esperó siquiera a que se hubiera cerrado), Barrabás levantó sus encantares ojos y diri- giéndose a mí murmuró con una sonrisa confidencial: -¡Qué cara de idiota tiene ese jetón! Si conoces una familia cristiana que quiera adoptar un en- canto de niño de cinco años, haz el favor de comunicárselo sin pérdida de tiempo a Sallie Mac Bride. Queridos Pendletons: No he conocido a nadie tan antipático como ustedes dos. Hace ya varios días que tengo mi maleta preparada para pasar un rejuvenecedor domingo chez vous y aún no llegan a Washington. Apresúrense, por favor. Estoy languideciendo aquí... Creo que me moriré si no tengo un cambio. A punto de sofocarme, Sallie. P. S. Escriban una tarjeta a Gordon Hallock diciéndole que es- tán ahí. Estará encantado y se pondrá -junto a todo el Capito- lio- a disposición de ustedes. Ya sé que a Jervis no le es sim- pático, pero Jervis deberá abandonar sus prejuicios contra los políticos. ¿Quién sabe? A lo mejor yo me dedico un día a la po- lítica. Mí querida Judith: Recibimos los más asombrosos regalos de nues tros amigos y bienhechores. Escucha esto. La semana pasada, al señor Leverett se le estropeó el automóvil ante nuestra puerta y entró a visitar la institución mientras el chofer lo reparaba. Betsy le mostró el Hogar y él se interesó en todo lo que vio, especial- mente en nuestros campamentos. Terminó quitándose la cha- queta y jugando al béisbol con los muchachos. Después de hora y media, miró el reloj, pidió un vaso de agua y se marchó. Habíamos olvidado enteramente el episodio, hasta que esta tarde llegó un regalo para el Hogar John Grier, de los Laborato- rios Químicos Leverert. Era un barril, bueno, un barrilillo, pero de buen tamaño, lleno de jabón líquido. Y otro regalo: ¿te conté que las semillas para nuestro jardín vinieron de Washington? Un cortés presente de Gordon Hallock y del Gobierno de los Estados Unidos. Actualmente estamos en una campaña para mejorar los modales. Las niñas han aprendido a hacer reverencias y a sa- ludar con gracia, y los muchachos se quitan el sombrero. Tam- bién ellos se levantan cuando hay una señora de pie y ayudan a sus compañeras a sentarse a la mesa, acercándoles las sillas (Tommy Woolsey metió ayer a Sadie Kate en el plato de sopa, con regocijo de todos los espectadores, excepto de Sadie Kate que siendo una señorita muy independiente, no se preocupa de estas inútiles atenciones masculinas). Los primeros días, los muchachos se inclinaban a la burla, pero después, al observar la cortesía de Percy, su héroe, se están convirtiendo en pequeños caballeros. Mientras te escribo, Barrabás ha estado sentado al lado de la ventana, pacíficamente ocupado con sus lápices de colores. Betsy, al pasar, le ha acariciado levemente en la cabeza. Ba- rrabás, sonrojándose, se ha limpiado la caricia con una sober- bia indiferencia masculina, pero observo que ha reanudado su trabajo más contento. Creo que a pesar de todo conquistare- mos a este jovencito. (Martes.) El doctor está muy gruñón. Ha llegado en el momento en que los niños comían. Se sentó con ellos y probó la comida... ¡Ay!, ¡las papas estaban quemadas! Es la primera vez que pa- sa y tú sabes que las papas se queman a veces hasta en las mejores familias, pero se creería, por la furia de Mac Rae, que la cocinera las quemó adrede y de acuerdo con mis órdenes. Como ya te he dicho antes, podría pasarme bien sin el doc- tor. (Miércoles.) Ayer hizo un día espléndido. Betsy y yo, dejando nuestras obligaciones, nos fuimos a casa de unos amigos de ella y to- mamos el té en un jardín italiano. Barrabás y Sadie Kate habían sido tan buenos todo el día, que en el último momento telefo- neamos preguntando si podíamos llevar dos niños. Accedieron con entusiasmo. Pero la elección de Barrabás y Sadie Kate fue un error. De- bíamos haber llevado a Mamie Prout, que ha demostrado su aptitud para estar sentada. Para no cansarte con detalles, te contaré lo peor: Barrabás decidió pescar en el fondo de un estanque y el dueño de casa tuvo que sacarlo de una pierna. Lo trajimos a casa, envuelto en una bata de aquel señor. ¿Qué opinas? El doctor Robin Mac Rae, arrepentido de haberse mostrado tan extremadamente desagradable ayer, nos ha invitado a Betsy y a mí a cenar en su casa verde oliva el próximo domingo a las siete para que veamos unos microbios. Creo que la diversión consistirá en unos cultivos de escarlatina, y la glándula de un tuberculoso. Estas atenciones sociales le molestan, pero sabe que para aplicar sus teorías en la institu- ción, tiene que ser cortés con la directora. He leído esta carta del principio al fin y debo admitir que sal- to de un tema a otro y que no te doy noticias de gran interés, pero te darás cuenta de que he consumido en ella todos mis minutos libres durante tres días. Tuya como siempre, completamente atareada, Sallie Mac Bride.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ANDANDO Andando, andando. Que quiero oír cada grano de la arena que voy pisando. Andando. Dejad atrás los caballos, que yo quiero llegar tardando (andando, andando) dar mi alma a cada grano de la tierra que voy rozando. Andando, andando. ¡Qué dulce entrada en mi campo, noche inmensa que vas bajando! Andando. Mi corazón ya es remanso; ya soy lo que me está esperando (andando, andando) y mi pie parece, cálido, que me va el corazón besando. Andando, andando. ¡Que quiero ver el fiel llanto del camino que voy dejando! Juan Ramón Jiménez
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juan Ramón Jiménez (1881-1959) Poeta español y premio Nobel de Literatura. Nació en Moguer (Huelva), y estudió en la Universidad de Sevilla. Los poemas de Rubén Darío, el miembro más destacado del modernismo en la poesía española, le conmovieron especialmente en su juventud. También sería importante la lectura de los simbolistas franceses, que acentuaron su inclinación hacia la melancolía. En 1900 publicó sus dos primeros libros de textos: Ninfeas y Almas de violeta. Poco después se instalaría en Madrid, haciendo varios viajes a Francia y luego a Estados Unidos, donde se casó con la que ya sería su compañera ejemplar de toda la vida, Zenobia Camprubí. En 1936, al estallar la Guerra Civil española se vio obligado a abandonar España. Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico, fueron sus sucesivos lugares de residencia. Moriría en este último país, donde recibió ya casi moribundo la noticia de la concesión del Premio Nobel. La obra poética de Juan Ramón Jiménez es muy numerosa, con libros que a lo largo de su vida, en un afán constante de superación, fue repudiando o de los que salvaba algún poema, casi siempre retocado en sus sucesivas selecciones. Las principales son Poesías escogidas (1917), Segunda antología poética (1922), Canción (1936) y Tercera antología (1957). La influencia del modernismo se percibe en sus primeros libros, aunque su mundo poético pronto apunta, como el de Bécquer , hacia lo inefable, con unos poemas hechos a partir de sensaciones refinadas por la espiritualidad, y de sutiles estados líricos, con un lenguaje musical. Pero el arte de Juan Ramón Jiménez se hace independiente de cualquier escuela, aunque el simbolismo, ya totalmente asumido, siga influyendo en su poesía casi hasta el final. Con el paso de los años su estilo se hace cada vez más depurado, siempre en busca de la belleza absoluta, de la poesía y del espíritu que él intenta fundir con su lirismo esencial interior, sin dejar de ser al mismo tiempo metafísico y abstracto, como se aprecia en Baladas de Primavera (1910) o La soledad sonora (1911). Diario de un poeta recién casado (1917), escrito básicamente durante su viaje a Estados Unidos, donde conoció y se casó con Zenobia, es uno de los grandes libros de la poesía española. Contiene ritmos inspirados por el latir del mar, verso libre, prosa, sugerencias humorísticas e irónicas. El libro supone un canto a la mujer, el mundo marino y Estados Unidos. Siguen Eternidades (191, Piedra y cielo (1919) y uno de los puntos más altos de su poesía, Estación total, un libro escrito entre 1923 y 1936, aunque no se publique hasta 1946. La identificación del poeta con la belleza, con la plenitud de lo real, con el mundo, es casi absoluta. La palabra aúna abstracción y realidad, y el poeta se convierte en -total- -concepto ya utilizado por Juan Ramón Jiménez-, y que significa -lo universal-. Poeta total, es para él, por tanto, aquel que logra la comunión con el universo, conservando, sin embargo, su voz personal. Los escritos en prosa que formarían posteriormente la vasta galería Españoles de tres mundos (1942) empezaron a publicarse en diarios y revistas en los años inmediatamente anteriores a su exilio. Otro libro suyo escrito en prosa poética -y al que le debe gran parte de su fama universal- es Platero y yo (1917), donde funde fantasía y realismo en las relaciones de un hombre y su asno. Es el libro español traducido a más lenguas del mundo, junto con Don Quijote de Miguel de Cervantes. Escribió ya en América los Romances de Coral Gables (194 y Animal de fondo (1949). Con ellos y el poema 'Espacio', Juan Ramón Jiménez alcanza lo que se ha llamado su -tercera plenitud- determinada por el contacto directo con el mar. En Animal de fondo el símbolo lo expresa con un lenguaje próximo a una religiosidad inmanente y panteísta. La poesía antes que palabra es conciencia; inteligencia que permite al poeta nombrar. El tiempo acaba fundiéndose con el espacio. El poeta simbolista y romántico, metafísico después y puro -que configuran al Juan Ramón Jiménez más hondo e intenso-, se revela finalmente como un visionario y metafísico que mantiene una alta tensión poética a partir de iluminaciones nacidas en lo profundo de su sensibilidad.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Al soneto con mi alma Como en el ala el infinito vuelo, como en la flor está la esncia errante, lo mismo que en la llama el caminante fulgor y en el azul el solo cielo; como en la melodía está el consuelo, y el frescor en el chorro, penetrante, y la riqueza noble en el diamante, así en mi carne está el total anhelo. En ti, soneto, forma, esta ansia pura Copia, como en un agua remansada, todas sus inmortales maravillas. La claridad sin fin de su hermosura Es,cual cielo de fuente, ilimitada En la limitación de tus orillas. Juan Ramón Jiménez http://www.juanramonjimenez.com/flotantes/pag_7_2_2.htm (para escucharlo recitado por el)
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Paraiso Como en la noche, el aire ve su fuente oculta. Está la tarde limpia como la eternidad. La eternidad es solo lo que sigue, lo igual; y comunica por armonía y luz con lo terreno. Entramos y salimos sonriendo, llenos los ojos de totalidad, de la tarde a la eternidad, alegres de lo un y lo otro. Y de seguir, de entrar i de seguir. Y de salir... (Y en la frontera de las dos verdades exaltando su última verdad, el chopo de oro contra el pino verde, síntesis del destino fiel, nos dice qué bello al ir a ser es haber sido.) Juan Ramón Jiménez http://www.juanramonjimenez.com/flotantes/pag_7_2_5.htm
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS Desde la ventana de un casucho viejo abierta en verano, cerrada en invierno por vidrios verdosos y plomos espesos, una salmantina de rubio cabello y ojos que parecen pedazos de cielo, mientas la costura mezcla con el rezo, ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo, marchan en dos filas pausados y austeros, sin más nota alegre sobre el traje negro que la beca roja que ciñe su cuello, y que por la espalda casi roza el suelo. Un seminarista, entre todos ellos, marcha siempre erguido, con aire resuelto. La negra sotana dibuja su cuerpo gallardo y airoso, flexible y esbelto. Él, solo a hurtadillas y con el recelo de que sus miradas observen los clérigos, desde que en la calle vislumbra a lo lejos a la salmantina de rubio cabello la mira muy fijo, con mirar intenso. Y siempre que pasa le deja el recuerdo de aquella mirada de sus ojos negros. Monótono y tardo va pasando el tiempo y muere el estío y el otoño luego, y vienen las tardes plomizas de invierno. Desde la ventana del casucho viejo siempre sola y triste; rezando y cosiendo una salmantina de rubio cabello ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos, su seminarista de los ojos negros; cada vez que pasa gallardo y esbelto, observa la niña que pide aquel cuerpo marciales arreos. Cuando en ella fija sus ojos abiertos con vivas y audaces miradas de fuego, parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!, ¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo! ¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero! A la niña entonces se le oprime el pecho, la labor suspende y olvida los rezos, y ya vive sólo en su pensamiento el seminarista de los ojos negros. En una lluviosa mañana de inverno la niña que alegre saltaba del lecho, oyó tristes cánticos y fúnebres rezos; por la angosta calle pasaba un entierro. Un seminarista sin duda era el muerto; pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro, con la beca roja por cima cubierto, y sobre la beca, el bonete negro. Con sus voces roncas cantaban los clérigos los seminaristas iban en silencio siempre en dos filas hacia el cementerio como por las tardes al ir de paseo. La niña angustiada miraba el cortejo los conoce a todos a fuerza de verlos... tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos... el seminarista de los ojos negros. Corriendo los años, pasó mucho tiempo... y allá en la ventana del casucho viejo, una pobre anciana de blancos cabellos, con la tez rugosa y encorvado el cuerpo, mientras la costura mezcla con el rezo, ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. La labor suspende, los mira, y al verlos sus ojos azules ya tristes y muertos vierten silenciosas lágrimas de hielo. Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo del seminarista de los ojos negros... Miguel Ramos Carrión http://www.youtube.com/watch?v=yGBUK8uHn-U
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi querido enemigo Jean Weabster P. S. Una bendita mujer ha venido esta mañana diciendo que se llevaría un niño durante el verano y que quería uno de los más enfermos y débiles. Acaba de perder a su marido y desea ayudar a alguien que lo necesite verdaderamente. ¿No es emocionante? Sábado por la tarde. Queridos Judith y Jervis: Mi hermano Juan (estamos en las mejores relaciones), des- pués de varias cartas petitorias, ha mandado por fin un regalo, pero elegido por él mismo: ¡Es un mono y se llama Java! Los niños, fascinados, ya ni oyen la campana de la escuela. El día que el animalito llegó, todos desfilaron para estrechar su mano. Sadie Kate se está convirtiendo en mi secretaria particular. La he encargado de las cartas de agradecimiento de la institu- ción y su estilo literario está haciendo mella entre nuestros bienhechores. Invariablemente solicita un nuevo presente. Puedes ver, por la carta que ha dirigido a Juan (adjunto la co- pia), que la jovencita tiene una pluma persuasiva. Confío que esta vez por lo menos no conseguirá lo que pretende. Querido señor Juan: Muchas gracias por el precioso mono que nos ha dado. Le llamamos Java porque ésta es una isla al otro lado del océano, en que hace mucho calor, donde nació en un nido como un pá- jaro, sólo que grande, según dice el doctor. El primer día, todos los muchachos y muchachas le dieron la mano y le dijeron: “Buenos días, Java”. Su mano es muy rara y aprieta muy fuerte. Yo tenía miedo de tocarlo, pero ahora lo dejo sentarse en mi hombro y abrazarme si quiere. Hace un ruido muy gracioso como si jurase y se enfada si le tiran el ra- bo. Lo queremos mucho a él, a usted y a los dos. Otra vez que nos haga un regalo haga el favor de mandar- nos un elefante. Bueno, me parece que no escribo más. De usted afectísima, Sadie Kate Kilcoyne . Percy de Forest Witherspoon es todavía fiel a sus pequeños indios y tengo tanto miedo de que se canse que le permito to- marse frecuentes vacaciones. Conoce a muchas personas de la vecindad y el sábado pasado trajo a dos amigos muy simpá- ticos que, instalados junto la hoguera del campamento, conta- ron a los niños maravillosas historias de caza. Uno de ellos acaba de dar la vuelta al mundo y contó espe- luznantes anécdotas de los cazadores de cabezas de Sarawak, una región del centro de Borneo. Ahora todos quieren ir a Sa- rawak para pelear contra los cazadores de cabezas. Se han consultado todas las enciclopedias de esta institución y no hay un solo muchacho que no te pueda decir la historia, costum- bres, clima, fauna y flora de aquel lugar. Ojalá Percy les pre- sentara algunos amigos que hubieran tenido aventuras fabulo- sas en Inglaterra, Francia y Alemania, para que los niños au- mentaran su cultura con la historia de países más cercanos. Tenemos una nueva cocinera, la cuarta desde el principio de mi reinado. La última es una mujer morena, grande, gorda y sonriente. Desde que ha llegado nos alimentamos de miel. ¿A que no aciertas cómo se llama? Sallie, ¿qué te parece? Le he indicado que se cambie el nombre y me ha contestado que lle- va el nombre de Sallie más tiempo que yo y que no podría acostumbrarse a otro, y con Sallie se ha quedado. (Domingo.) Parece que nuestra diversión favorita es buscarle sobre- nombres al doctor. Su seriedad es la que nos incita a ello. Para la señorita Snaith es "ese hombre"; para Betsy, el "Doctor Hígado de Bacalao". Pero Sadie Kate nos ha derrotado a to- dos: lo llama el "señor algún día pronto". Todos los niños del Hogar se saben un único poema: el que les recita el doctor pa- ra que traguen el aceite de bacalao, que empieza con las pala- bras "algún día pronto". Esta noche es cuando Betsy y yo cenaremos con él. Siento verdadera impaciencia por ver el interior de su triste casa. No habla nunca de sí mismo, ni de su pasado, ni de nadie relacio- nado con él. Es como un ser aislado marcado por un rótulo que dice CIENCIA, sin afectos, emociones o debilidades humanas, excepto el mal genio. Betsy y yo estamos enfermas de curiosi- dad por saber de dónde ha salido; pero espera a que entremos en su casa: nuestro instinto policiaco descubrirá algo. Continuará. Sallie. Lunes. Querida Judith: Asistimos anoche a la cena del doctor, Betsy, el señor Wit- herspoon y yo. Resultó más o menos bien, aunque empezó con malos auspicios. El interior de la casa es como el exterior. No he visto nada igual al comedor: paredes, alfombras y cortinas, verde oscuro; una chimenea de mármol negro con unos cuantos carbones; dos grabados de acero en marcos negros. La señora Mac Gurk se movía alrededor de la mesa con un paso tan firme, que los cubiertos se estremecían en los cajones del aparador. Con su poco amable actitud parecía hacer lo im- posible por desanimar a los huéspedes, para que la próxima vez no acepten una nueva invitación. Mac Rae compró docenas de las más hermosas rosas y tu- lipanes para animar la casa; pero la señora Mac Gurk las ató todas juntas tan apretadas como pudo y las encajó en un flore- ro que colocó en el centro de la mesa. El adorno era tan grande y se veía tan mal, que con Betsy tuvimos que contener la risa. Además, el doctor parecía tan inocentemente complacido por aquella nota brillante, que lo felicitamos por su feliz combina- ción de colores. En cuanto terminamos de cenar, pasamos al sector de la bi- blioteca y el laboratorio, donde no llega la influencia de la seño- ra Mac Gurk. Sólo Llewelin, un galés bajo y delgado, que oficia de chofer y de sirviente, cuida de la parte de la casa donde habita y trabaja el doctor. La biblioteca no está del todo mal para un hombre. Armarios de libros a su alrededor, desde el suelo hasta el techo, y los li- bros que sobran, apilados en el suelo, en la chimenea y en la mesa; media docena de enormes butacas de cuero, una alfom- bra y otra chimenea de mármol negro, pero ésta con un alegre fuego de leña. Como adornos, tiene un pelícano disecado, una grulla con una rana en el pico, y un mono sentado en un leño. Un cierto olor a yodoformo flota en el aire. Parece que en sus momentos de ocio, Mac Rae se dedica a la pesca, pues, mientras tomábamos el café -preparado por el propio doctor en una máquina francesa-, él y Percy empezaron a contar historias de salmones y truchas. Por fin sacó su caja de moscas de pescar y nos regaló galantemente a Betsy y a mí dos de las más brillantes para que nos hiciéramos alfileres para el sombrero. Luego nuestra conversación pasó a los páramos escoceses y nos contó cómo una vez se había perdido y pasa- do la noche entre los brezos. No hay duda, el corazón de Mac Rae está en Escocia. Creo que lo hemos juzgado mal y debemos desechar la idea de que haya cometido un crimen. Con Betsy nos inclinamos a pensar que ha sido engañado por alguna mujer. Me doy cuenta de que está mal que le tome el pelo al doctor pero ¡cómo es posible que después de un día de trabajo vuelva a su casa y coma solo en aquel oscuro comedor! Me dan ganas de que mis artistas pinten un friso de conejos en esa pared. ¿Crees que le gustaría? Te quiere como siempre, Sallie. Querida Judith: ¿No piensas volver a Nueva York? Necesito un sombrero y quiero comprarlo en la Quinta Avenida, no en la calle del Agua. La señora Gruby, nuestra mejor modista, no es partidaria de seguir sólo las modas de París; ella crea sus propios estilos, aunque hace tres años visitó las tiendas de Nueva York y toda- vía crea modelos con la inspiración de aquella visita. Además de mi sombrero, tengo que comprar ciento trece sombreros para mis niños, sin contar zapatos, pantalones, fal- das, camisas, cintas para el pelo y medias. Es un trabajo más que regular tener a una pequeña familia como la mía decente- mente vestida. ¿Recibiste mi carta de la semana pasada? Tenía diecisiete páginas, demoré varios días en ella y ni siquiera la mencionas. Tuya, Sallie Mac Bride. P. S. ¿Vieron a Gordon? ¿Les dijo algo de mí? ¿Se ha enamo- rado de alguna muchacha exótica de Washington? Me interesa saberlo. ¿Por qué son tan reservados?
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi querido enemigo Jean Weabster Martes, 4:27 de la tarde. Querida Judith: Tu telegrama llegó hace dos minutos. Gracias. Llegaré el jueves a las cinco y cuarenta y nueve de la tarde. Y no contrai- gan compromisos para esa noche, porque pienso hablar por lo menos hasta medianoche de las cosas del Hogar, contigo y con el presidente. Pienso dedicar viernes, sábado y lunes a mis compras. Sí, tienes razón; poseo ya muchos más vestidos de los que necesi- ta un pájaro enjaulado, pero quiero cambiar de plumaje cuando llegue la primavera. Ahora me pongo un vestido de tarde todas las noches para gastarlos, es decir, no; no es enteramente por eso sino para convencerme de que soy una muchacha como las demás, a pesar de esta vida en que ustedes me metieron. El honorable Ciro me encontró ayer con un vestido verde Ni- lo (creación de Jane, pero que parece de París). Se sorprendió muchísimo cuando supo que no iba a ningún baile. Le invité a quedarse a cenar conmigo y aceptó. Estuvimos muy afables. El hombre se expansiona después de cenar. La comida parece que le anima. Si en el teatro presentan algo de Bernard Shaw este fin de semana me parece que iré a verlo. Los diálogos de Shaw me proporcionarán un vivo contraste con los del honora- ble Ciro. Es inútil escribir más; esperaré y hablaremos. Adiós. Sallie. P. S. Justo cuando empezaba a encontrar algo simpático en el doctor ha surgido un incidente y ha estado abominable. Hay cinco casos de sarampión y, por la manera de este hombre, se creería que la señorita Snaith y yo lo hemos traído con el solo propósito de molestarlo. Muchos días aceptaría de buena gana la dimisión del doctor. Miércoles. Querido Enemigo: Tengo delante su breve y digna nota de ayer. No he conoci- do a nadie cuyo estilo literario se parezca tanto a su palabra hablada. Usted dice que me quedaría muy agradecido si dejase mi absurda costumbre de llamarle "Enemigo". La dejaré tan pronto como usted deje su no menos absurda costumbre de enfadarse e insultar por la más mínima cosa que no sale conforme a sus deseos. Me marcho mañana por la tarde a pasar cuatro días en Nue- va York. De usted afectísima, Sallie Mac Bride. Casa de los Pendletons. Nueva York. Querido Enemigo: Confío que esta nota lo encontrará en mejor estado de áni- mo que la última vez que le vi. Le repito enfáticamente que la aparición de dos nuevos casos de sarampión no se debe a descuido de la directora del Hogar, sino a la desgraciada ana- tomía de nuestro viejo edificio, que no permite el aislamiento necesario de los casos contagiosos. Como no se dignó usted visitarnos ayer por la mañana, no he podido darle instrucciones. Por consiguiente, le escribo pidiéndole que vea a Mamie Prout, que está cubierta de manchitas rojas que pueden ser sa- rampión, aunque espero que no lo sea. Mamie Prout se man- cha con facilidad. Vuelvo a la vida de prisión el próximo lunes a las seis de la tarde. De usted afectísima, Sallie Mac Bride. P. S. Confío que me perdonará si le digo que no es usted la clase de doctor que yo admiro. Me gustan los médicos regorde- tes y sonrientes.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas En el fondo del hombre, agua removida. En el agua más clara, quiero ver la vida. En el fondo del hombre, agua removida. En el agua más clara, sombra sin salida. En el fondo del hombre, agua removida. Miguel Hernández
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas CANCIÓN PRIMERA Se ha retirado el campo al ver abalanzarse crispadamente al hombre. ¡Qué abismo entre el olivo y el hombre se descubre! El animal que canta: el animal que puede llorar y echar raíces, rememoró sus garras. Garras que revestía de suavidad y flores, pero que, al fin, desnuda en toda su crueldad. Crepitan en mis manos. Aparta de ellas, hijo. Estoy dispuesto a hundirlas, dispuesto a proyectarlas sobre tu carne leve. He regresado al tigre. Aparta, o te destrozo. Hoy el amor es muerte, y el hombre acecha al hombre. Miguel Hernández CANCIÓN ÚLTIMA Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa con su ruidosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza. Miguel Hernández
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi querido enemigo Jean Weabster Hogar John Grier. 9 de junio. Querida Judith: Ustedes son una familia que ninguna muchacha impresio- nable debía visitar. ¿Cómo pueden esperar que me reintegre contenta a la vida del Hogar, después de haber visto el cuadro feliz que presenta el hogar de los Pendletons? En el camino de vuelta, en lugar de las dos novelas, cuatro revistas y la caja de bombones con que tu marido me proveyó, me dediqué a pasar revista a todos los jóvenes que conozco, para ver si descubría alguno tan bueno como Jervis. ¡Lo des- cubrí! (y un poco mejor creo). Desde hoy él es la víctima seña- lada, la presa predestinada. No me gustará dejar el Asilo des- pués de haber trabajado tanto en él, pero a menos que ustedes lo trasladen a la ciudad no hay alternativa posible. Nuestro tren llegó retrasadísimo. Estuvimos en una vía muerta mientras pasaban dos trenes de viajeros y uno de mer- cancías. Creo que se rompió algo y que tuvieron que reparar nuestra locomotora. Eran las siete y media cuando yo descen- dí, único pasajero, en nuestra insignificante estación, en medio de la oscuridad y la lluvia, sin paraguas y llevando mi precioso sombrero nuevo. Nadie me esperaba; ni siquiera un coche había en la estación. Yo no había telegrafiado la hora exacta de mi llegada, pero de todas maneras me sentí desamparada. Había esperado vagamente encontrar en el andén a los ciento trece niños. Le decía al jefe de estación que yo vigilaría su te- légrafo mientras él iba a telefonear pidiendo un vehículo, cuan- do aparecieron dos focos de auto que se dirigieron derechos a mí. Pararon nueve pulgadas antes de atropellarme y oí la voz del doctor, diciendo: -¡Bien, miss Mac Bride! Ya es hora de que vuelva usted a tomar el Hogar en sus manos. Había acudido tres veces a la estación, esperando la llega- da del tren. Nos metió, a mí y mi sombrero nuevo, maletas, li- bros y bombones bajo su toldo impermeable y nos dirigimos al Hogar. Sentía como si realmente volviese a casa y me entristecía el pensamiento de tener que dejarla alguna vez. Mentalmente he dimitido ya y vuelto a mi vida normal. La idea de que una no es- tá en un sitio por el resto de sus días da una impresión de ines- tabilidad. Por esto los matrimonios a prueba no darán resulta- do. Hay que sentir que se está en una cosa para siempre, para poner todo nuestro empeño en tener éxito en ella. ¡Cuántas cosas pueden pasar en cuatro días! El doctor no podía hablar bastante aprisa para decirme todo lo que yo que- ría saber. Entre otras cosas, que Sadie Kate ha pasado dos dí- as en la enfermería, y su enfermedad, según el doctor, consis- tió en medio tarro de mermelada de grosellas y Dios sabe cuántos buñuelos. Durante mi ausencia le encargaron un traba- jo en la despensa, y la vista de tantas golosinas fue demasiado para su frágil virtud. Nuestra cocinera y nuestro panadero Daniel se han decla- rado la guerra. El origen fue una pequeña cuestión, aumentada por un cubo de agua que Sallie arrojó por una ventana con una puntería extraña en una mujer. Observa qué carácter tan dúctil debe tener la directora de un asilo de huérfanos: combinar las cualidades de una nodriza y de un magistrado. El doctor no me había dicho ni la mitad de las cosas cuando llegamos a casa, de manera que le rogué que aceptase nuestra hospitalidad. Le propuse llamar a Betsy y a Witherspoon para celebrar una reunión. Mac Rae aceptó con halagadora pronti- tud, pues le gusta mucho cenar fuera de su casa. Pero Betsy había ido a su casa a saludar a una abuela y Percy estaba ju- gando al bridge en el pueblo. Son pocas las noches que sale y yo quiero que se divierta. De manera que sólo el doctor y yo cenamos en el Hogar. Después, tomamos café delante del fue- go en mi confortable biblioteca azul, mientras el viento silbaba fuera y las persianas golpeaban. Pasamos una cordial e íntima velada. Por primera vez des- de que le conozco descubrí una nueva faceta en este hombre. Hay algo atractivo en él cuando se llega a conocerle, pero esto requiere tiempo y tacto. No conozco a nadie tan inexplicable como él. Siempre que le hablo me parece que detrás de sus ojos entornados hay un fuego latente. ¿Estás segura de que no ha cometido un crimen? Él transmite la deliciosa sensación de haberlo cometido. Pero debo añadir que no es tan mal conver- sador cuando se entusiasma. Tiene en la punta de la lengua varios volúmenes de literatu- ra escocesa. Cuando empecé esta carta no tenía intención de llenarla con la descripción de los nuevos encantos del doctor. Pero es- tuvo tan simpático y amistoso esa tarde, que me atormenta la conciencia todo el día recordar lo que me he reído de él. En realidad yo no decía en serio todas aquellas cosas. Una vez al mes, el hombre es tratable, cariñoso y atractivo. Barrabás me ha hecho una visita y durante el curso de ella ha perdido tres ranitas de una pulgada de largo. Sadie Kate en- contró una de ellas debajo de un armario, pero las otras dos se han escapado y temo que hayan buscado refugio en mi cama. Es un fastidio que las ranas, las culebras, los ratones y los in- sectos sean tan portátiles. Nunca se sabe lo que contienen los bolsillos de un niño por muy formal que parezca. Me he divertido muchísimo en casa de los Pendletons. No olvides que me has prometido devolverme pronto la visita. Tuya como siempre, Sallie. P. S. Se me quedó en tu casa un par de zapatillas azules. Es- tán debajo de la cama. Te ruego que me las envíes.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi querido enemigo Jean Weabster Jueves. Querida Judith: He pasado los últimos días introduciendo las innovaciones que planeamos en Nueva York. Tu palabra es ley. Se ha esta- blecido un tarro de caramelos público. También se han manda- do hacer los ochenta cajones. Es una idea maravillosa que ca- da niño tenga un cajón particular donde almacenar sus tesoros. El sentido de propiedad nos ayudará a convertirlos en ciudada- nos responsables. Yo debía haber pensado en ello, pero por alguna razón la idea no se me ocurrió. Tú tienes un conoci- miento de sus deseos al que nunca podré llegar yo, por mucho interés y cariño que ponga en ello. Trato de dirigir el Hogar con la menor severidad posible, pe- ro debo ser muy firme en un punto: estará terminantemente prohibido guardar en los cajones ratones, ranas y gusanos. No sabes lo contenta que estoy con el aumento de sueldo de Betsy y con la idea de que se quede permanentemente con nosotros. Al honorable Ciro Wykoff no le gusta esta medida. Ha investigado y descubierto que la familia de Betsy puede soste- nerla sin ningún salario. -Usted no presta sus servicios profesionales por nada -le he dicho-. ¿Por qué habría ella de prestar los suyos gratis? -Éste es un trabajo caritativo. -Entonces debemos pagar el trabajo que se ejecuta en nuestro beneficio, pero no el que se hace en beneficio público. -¡Tonterías! -dice él-; es una mujer y su familia debería man- tenerla. Como no quería entrar en discusiones con el honorable Ci- ro, le consulté algunas cosas. A él le gusta que le consulten y así lo hago en toda clase de pequeñeces, siguiendo los saga- ces consejos del doctor Mac Rae: "Los fideicomisarios son co- mo cuerdas de violín, que no se pueden poner demasiado tiran- tes; adúlelos usted y haga lo que le dé la gana". ¡Oh!, la canti- dad de tacto que estoy adquiriendo en este asilo. Haría maravi- llosamente de esposa de un político. (Jueves, por la noche.) Te interesará saber que he colocado a Barrabás con dos simpáticas solteronas que hace mucho tiempo deseaban tener un niño. Vinieron la semana pasada y dijeron que probarían uno por un mes para ver cómo les iba. Desde luego querían una niña educada a la antigua y vestida de rosa y blanco. Les dije que cualquiera podía educar a una niña así, para que fuera un adorno de la sociedad. Lo que sí tendría mérito era criar y educar al niño de un organillero italiano y de una cocinera irlan- desa, y les ofrecí a Barrabás. Estoy segura de que de su herencia artística de napolitano puede resultar algo glorioso en un ambiente apropiado. Se lo propuse a ellas como un desafío que requería genio y acepta- ron. Han convenido en llevárselo durante un mes y dedicar todo su esfuerzo a educarlo para que más adelante pueda ser adop- tado por una familia. Las dos tienen buen humor y buen carác- ter; de otro modo no me hubiera atrevido a proponérselo. En realidad, creo que será el único medio de domesticar a nuestro joven leoncillo. Ellas le darán todo el cariño que siempre le ha faltado. Viven en una casa fascinante con un jardín italiano y con el decorado y mobiliario seleccionado en todo el mundo. Parece un sacrilegio soltar a esta destructora criatura en semejante co- lección de tesoros; pero hace más de un mes que no ha roto nada aquí y espero que lo que haya en él de italiano responde- rá a tanta belleza. Además, las previne para que no se asusten ante alguna extraña palabra que brote de sus labios. Partió anoche en un magnífico automóvil. Yo estaba muy alegre al decir adiós a nuestro desacreditado joven, que ha es- tado absorbiendo la mitad de mi energía. (Viernes.) El dije para mi pulsera llegó esta mañana. Muchas gracias, pero realmente no me debías haber envia- do otro. Una señora no puede ser responsable de todas las co- sas que un huésped descuidado pierde en su casa. Es dema- siado bonito para mi cadena y no sé si traspasarme la nariz a la moda inglesa y llevar mi nueva joya donde se vea bien. Percy está haciendo un trabajo constructivo en este asilo. Ha fundado el Banco de John Grier organizando todo profesio- nalmente, pero incomprensible para mí, que nunca he sobresa- lido en matemáticas. Los muchachos mayores poseen un libro de cheques y se les pagará cinco dólares a la semana por sus servicios, tales como ir a la escuela y el trabajo de la casa, y ellos pagarán a la institución con cheques, los mismos cinco dólares por su hospedaje y su ropa. Aunque es como un círculo vicioso, es muy educativo; comprenderán el valor de la moneda antes de que los lancemos a un mundo mercenario. Si sobresa- len en sus lecciones o trabajos recibirán una recompensa es- pecial. Me duele la cabeza pensando en la contabilidad que, según Percy, es una bagatela que llevarán nuestros aritméticos sobresalientes . Si Jervis sabe algo para empleados de banca, dímelo. El año que viene tendré un presidente, un cajero y un pagador bien preparados. (Sábado.) Al doctor no le gusta que le llame enemigo. Con esto hiero sus sentimientos o su dignidad, o algo así, pero como yo persisto a pesar de sus protestas, ha acabado por buscarme un mote: me llama Señorita Cohete y está orgu- llosísimo de su ingenio. Hemos inventado una nueva diversión: él me habla en es- cocés y yo le contesto en irlandés. Aunque no te parezca nada de gracioso, te aseguro que es un verdadero exceso para alguien de la seriedad del doctor. Ha estado de un humor angelical desde mi regreso; no ha soltado ni una sola palabra inconveniente y empiezo a confiar en que podré reformarlo como a Barrabás. He escrito esta larga carta poco a poco, durante tres días, cada vez que pasaba cerca de mi escritorio. Tuya, como siempre, Sallie. P. S. No confío gran cosa en tu receta de tónico para el cabello. O el boticario no preparó bien la fórmula, o Jane no me la supo aplicar; hoy amanecí pegada a la almohada.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas LECTORES De aquel hidalgo de cetrina y seca tez y de heroico afán se conjetura que, en víspera perpetua de aventura, no salió nunca de su biblioteca. La crónica puntual que sus empeños narra y sus tragicómicos desplantes fue soñada por él, no por Cervantes, y no es más que una crónica de sueños. Tal es también mi suerte. Sé que hay algo inmortal y esencial que he sepultado en esa biblioteca del pasado en que leí la historia del hidalgo. Las lentas hojas vuelve un niño y grave sueña con vagas cosas que no sabe. Jorge Luis Borges