Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Juvenilia-Miguel Cané



    10
    RECUERDO una revolución que pretendimos hacer contra D.
    José M. Torres, vicerrector entonces y de quien más adelante hablaré,
    porque le debo mucho. La encabezábamos un joven Adolfo Calle, de
    Mendoza, y yo. Al salir de la mesa lanzamos gritos sediciosos contra
    la mala comida y la tiranía de Torres (las escapadas hablan concluido)
    y otros motivos de queja análogos. Torres me hizo ordenar que me le
    presentara, y como el tribuno francés, a quien plagiaba
    inconscientemente, contesté que sólo la fuerza de las bayonetas. Un
    celador y dos robustos gallegos de la cocina se presentaron a
    prenderme, pero hubieron de retirarse con pérdida, porque mis compañeros,
    excitados, me cubrieron con sus cuerpos, haciendo descender
    sobre aquellos infelices una espesa nube de trompadas. El celador que,
    como Jerjes, había presenciado el combate de lo alto de un banco,
    corrió a comunicar a Torres, plagiando él a su vez a Lafayette en su
    respuesta al conde de Artois, que aquello no era ni un motín vulgar, ni
    una sedición, sino pura y simplemente una revolución. El señor
    Torres, no por falta de energía por cierto, sino por espíritu de
    jerarquía, fue inmediatamente a buscar a M. Jacques, rector entonces
    del colegio y que vivía en una casa amarilla en la esquina de
    Venezuela y Balcarce. Pero nosotros creíamos que había ido a traer la
    policía y empezamos los preparativos de defensa. Recuerdo haber
    pronunciado un discurso sobre la ignominia de ser gobernados,
    nosotros republicanos, por un español monárquico, con citas de la
    Independencia, San Martín, Belgrano, y creo que hasta la invasión
    inglesa. Otros oradores me sucedieron en la tribuna, que era la
    plataforma de un trapecio, y la resistencia se resolvió.. En esto oímos
    una detonación en el claustro, seguida de varias otras, matizadas de
    imprecaciones. Algunos conjurados habían esparcido en los
    comedores esas pequeñas bombas Orsini que estallan al ser pisadas.
    Era M. Jacques que entraba irritado como Neptuno contra las olas.
    Desgraciadamente, no creyó que convenía primero calmar el mar, sino
    que puso el quos ego... en acción. Al aparecer en la puerta del
    gimnasio, un estremecimiento corrió en las filas de los que acabábamos
    de jurar ser libres o morir. No de otra manera dejaron los
    persas penetrar el espanto en sus corazones cuando vieron a Pallas
    Athenea flotar sobre el ejército griego, armada de la espada dórica, en
    el llano de Maratón. Vino rápido hacia mí... Luego me tomó del brazo
    y me condujo consigo. No intenté resistir, y echando a mis
    compañeros una mirada que significaba claramente: "¡Ya lo veis! ¡Los
    dioses nos son contrarios!", seguí con la cabeza baja a mi vencedor.
    Llegados a la sala del vicerrector, recibí nuevas pruebas de la pujanza
    de su brazo, y un cuarto de hora después me encontraba
    ignominiosamente expulsado con todos mis petates, es decir, con un
    pequeño baúl, del lado exterior de la puerta del colegio. Eran las ocho
    y media de la noche. Medité. Mi familia y todos mis parientes en el
    campo, sin un peso en el bolsillo. ¿qué hacer? Me parecía aquélla una
    aventura enorme y encontraba que David Copperfield era un pigmeo a
    mi lado; me crea perdido para siempre en el concepto social. Vagué
    una hora, sin el baúl, se entiende, que había dejado en depósito en la
    sacristía de San Ignacio, y por fin fui a caer sobre un banco de la plaza
    Victoria. Un hombre pasó, me conoció, me interrogo y tomándome
    cariñosamente de la mano me llevó a su casa, donde dormí en el
    cuarto de sus hijos, que eran mis amigos. Era D. Marcos Paz,
    presidente entonces de la República y uno de los hombres más puros y
    bondadosos que han nacido en suelo argentino.
    Varios enemigos de Jacques quisieron explotar mi expulsión
    violenta, y vieron a mi madre para intentar una acción criminal contra
    él. Mi madre, sin más objetivo que mi porvenir, resistió con enerergía,
    vio a Jacques, que ya había devuelto desgarrada una solicitud del
    colegio entero por nuestra readmisión (Calle había seguido mi suerte),
    y después de muchas instancias consiguió la promesa de admitirme
    externo si en mis exámenes salía regular. La suerte y mi esfuerzo me
    favorecieron, y habiendo obtenido ese año, que era el primero, el
    premio de honor, volví a ingresar en los claustros del internado.
     
  2. ELENA RUBIO

    ELENA RUBIO

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mai^a,
    gracias por indicarme este link. Me ha gustado mucho, y en cuanto tenga un rato, compartiré leyendas con vosotros.
    Un abrazo
     
  3. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Hola Elena!...me alegra que estés por acá, y será muy lindo leer los que nos traigas!:razz:
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Jevenilia-Miguel Cané



    11
    NADA mortificaba más a Jacques que ver un alumno dormido
    durante las explicaciones; el desdichado tenía siempre un despertar
    violento. Los cuchicheos, la novela debajo del banco, leída a
    hurtadillas, lo ponían fuera de sí. Entraba en la clase con su paso reposado,
    y durante media hora, con un enorme pedazo de tiza en la
    mano, que solía limpiar negligentemente en la solapa de la levita,
    explicaba la materia con su voz grave y sonora. A medida que se
    animaba, sacaba un cigarrillo de papel, lo armaba y lo colocaba sobre
    la mesa. Pero mientras buscaba fósforos se olvidaba del cigarro;
    sacaba otro y así sucesivamente, hasta que, agotaba su provisión, se
    dirigía a uno de nosotros y nos pedía uno, que nos apresurábamos a
    darle, encendido el rostro, pero sin hacerle la menor indicación hacia
    los que estaban enfilados sobre la mesa.
    Luego nos dictaba nuestros cuadernos, pero con una rapidez tal
    de palabra que, siendo casi imposible seguirlo, hablamos adoptado,
    con mi vecino de primer banco y amigo, Julián Aguirre, hijo de Jujuy
    y actualmente magistrado distinguido, un sistema de signos
    abreviativos. Así las voces largas, como circunferencia, perpendicular,
    etc., eran reemplazadas por el signo del infinito 8 , las letras griegas ?,
    μ, etc. Un día, habiéndose interrumpido para reñir a alguno, me tocó
    la mala suerte de que eligiera mi cuaderno para reanudar el hilo de la
    exposición. Aquel galimatías de signos lo puso furioso, y me tiró con
    mi propio manuscrito.
     
  5. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:

    [​IMG]


    Ya voy a seguir leyendo.

    ¡¡¡Buen Día!!!


    ;)
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Buen DDía ,Anveri!
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Juvenilia-Miguel Cané

    12
    OTRA VEZ CORRALES... No puedo resistir al deseo de
    presentar a mi condiscípulo Corrales. Es uno de esos tipos eternos del
    internado, que todo aquel que haya pasado algunos años dentro de los
    muros de un colegio reconocerá a primera vista. Es el cabrión
    travieso, el mal estudiante, el reo presunto de todas las
    contravenciones, faltas y delitos. De un espíritu lleno de iniciativa,
    inventando a cada instante una treta nueva para burlarse del maestro o
    procurarse alguna satisfacción, gritando como veinte en el recreo,
    dejando grabado su nombre en todas las mesas gracioso, chispeante en
    la conversación, llena de la sal gruesa del colegio, es al mismo tiempo
    incapaz de aprender, de asimilar una noción científica cualquiera.
    Corrales inventaba trampas, aparatos para robar uvas, lazos corredizos
    admirables para tomar delicadamente del cuello, desde una altura de
    diez metros, las botellas simétricamente colocadas sobre una mesa en
    el patio del cura de San Ignacio, sobre el que daban las ventanas de
    algunos dormitorios, botellas que su dueño destinaba a festejar la
    fiesta del patrono; Corrales sabía abrirse la puerta del encierro sin
    fractura visible, pero Corrales jamás pudo comprender ni creer que el
    valor de los ángulos se midiera por el espacio comprendido entre los
    lados y no por la longitud de éstos.
    La matemáticas, como toda noción racional por lo demás, eran
    para él abismos sin fondo en los que su cráneo de chorlo se mareaba.
    Era feísimo, picado de viruelas, con un pelo lacio, duro N, abundante,
    obedeciendo sin trabas el impulso de veinte remolinos. Sus libros,
    jamás abiertos, eran los más sucios y deshechos del colegio. Algunas
    veces, cuando la cosa apuraba, venía a que le explicáramos un
    teorema, con claridad, sin prisa y dándole el derecho de preguntar, sin
    límites. Era inútil; no tenía la noción del ángulo recto. En clase
    pasaba el tiempo en tallar su banco, que se iba convirtiendo en un
    escaño digno del Berruguete; en fumar a escondidas, a favor de su
    facultad envidiable de retener el humo en el pecho durante cinco
    minutos; en hacer flechas, cuerdas de goma de botín que, fijadas en el
    índice y el pulgar, lanzaban al techo una bola de papel mascado que se
    adhería a él, sosteniendo por un hilo un retrato de perfil del profesor;
    en fabricar gallos perfectos, navíos primitivos y en mil otros
    pasatiempos igualmente conexos con el curso. No había casi día, en la
    clase de Jacques, que Corrales escapara a las vigorosas arremetidas
    del sabio. Pero Corrales, familiarizado ya con ese procedimiento,
    había resuelto emplear en su defensa una de sus artes más estudiadas:
    Corrales canchaba maravillosamente. Un pie adelante, con el cuerpo
    encorvado, durante los recreos, ni los grandes conseguían tocarle el
    rostro; tenía la agilidad, la vista del compadrito y sus mismos dichos
    especiales. Así, cierto día que Jacques nos explicaba que los tres
    ángulos de un triángulo equivalen a dos rectos, Corrales, oyendo como
    el ruido del viento la explicación, desde los últimos bancos de la clase,
    estaba profundamente preocupado en construir, en unión con su
    vecino el cojo Videla, que le ayudaba eficazmente, un garfio para
    robar uvas de noche. De pronto Jacques se detiene y con su voz
    tonante exclama: "Corrales, tú eres un imbécil y tu compadre Videla
    otro: ¿cuánto valen los dos juntos?" -" ¡Pos rectos!" -contestó Corrales,
    que tenía en el oído esas dos palabras tan repetidas durante la
    explicación y sin darse cuenta, en su sorpresa, de la pregunta de
    Jacques. Este se le fue encima y nos fue dado presenciar uno de los
    combates más reñidos del año.
    Corrales se echó para atrás, enroscó el cuerpo, hundió la cabeza
    entre los hombros y mirando a su adversario con sus ojos chiquitos,
    llenos de malicia, espero el ataque con las manos en postura. Jacques
    debutó por un revés, que fue hábilmente parado; una finta en tercia,
    seguida de un amago al pelo, no obtuvo mayor éxito. Entonces
    Jacques, despreciando los golpes artísticos, comenzó lisa y llanamente
    a hacer llover sobre Corrales una granizada de trompadas, bifes,
    reveses, de filo, de plano, de punta, todo en confuso e inexplicable
    torbellino. El calor de la lucha enardeció a Corrales; se multiplicaba,
    se retorcía y cada buena parada decía con acento jadeante: "¡Diande!"
    "¡Cuándo mi vida!", y otros gritos de guerra análogos. Jacques, más
    irritado aún, hizo avanzar la artillería, y una nube de puntapiés cayó
    sobre las extremidades del intrépido agredido. Corrales, que no sabía
    canchar con las piernas, se puso de rodillas sobre el banco; esta simple
    evolución hizo efímeros los estragos del cañón y el combate al arma
    blanca continuó. Pero Corrales era un simple montonero, un Páez, un
    Güemes, un Artigas; no había leído a César, ni al gran Federico, ni las
    memorias de Vauban, ni los apuntes de Napoleón, ni los libros de
    Jomini. Su arte era instintivo y Jacques tenía la ciencia y el genio de la
    estrategia.
    De idéntica manera los persas valerosos no supieron defender sus
    empalizadas contra los atenienses de Platea. El banco de la batalla
    había sido abandonado por los vecinos de Corrales; Jacques vio la
    ventaja de una mirada y amagando una carga violenta, mientras
    Corrales en el movimiento defensivo perdía un tanto el equilibrio, su
    adversario, de un golpe enérgico, dio en tierra con el banco y con
    Corrales. Antes de que éste pudiera levantarse, Jacques le asió del
    cuello de la camisa, no saltando el botón correspondiente por la
    costumbre inveterada en Corrales de no usarlo nunca. No brilló en
    manos del vencedor la daga de misericordia, pero sí sonó, uno solo,
    soberbio bofetón.
    Así concluyó aquel memorable combate, que habíamos
    presenciado silenciosos y absortos, a la manera de los indios de Manco
    Capac las batallas de Almagro y Pizarro, como luchas de seres
    superiores al hombre...
     
  8. ELENA RUBIO

    ELENA RUBIO

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Este romance me lo tuve que aprender de memoria de pequeña en el cole--a penas con 5 años-- y siempre se me quedó grabado.

    Romance de las tres cautivas
    (anónimo)

    A la verde, verde,
    a la verde oliva.
    donde cautivaron
    a las tres cautivas.
    El pícaro moro
    que las cautivó
    a la reina mora
    se las entregó.

    - Toma, reina mora,
    estas tres cautivas,
    para que te valgan,
    para que te sirvan.
    - ¿Cómo se llamaban?,
    ¿Cómo les decían?
    - La mayor Constanza,
    la menor Lucía,
    y la más pequeña,
    era Rosalía.

    Constanza amasaba,
    Lucía cernía,
    y la más pequeña
    agua les traía.
    Un día en la fuente,
    en la fuente fría,
    con un pobre viejo,
    se halló la más niña.

    - ¿Dónde vas, buen viejo,
    camina, camina?
    - Así voy buscando
    a mis tres hijitas.
    - ¿Cómo se llamaban?
    ¿Cómo les decían?
    - La mayor Constanza,
    la menor Lucía,
    y la más pequeña,
    era Rosalía.

    - Usted es mi padre.
    - ¡Tú eres mi hija!
    - Yo voy a contarlo
    a mis hermanitas.
    - ¿No sabes, Constanza,
    no sabes, Lucía,
    que he encontrado a padre
    en la fuente fría?

    Constanza lloraba,
    Lucía gemía
    y la más pequeña
    así les decía:
    - No llores Constanza,
    no llores Lucía
    que viniendo el moro
    nos libertaría.

    La pícara mora,
    que las escuchó,
    abrió una mazmorra
    y allí las metió.
    Cuando vino el moro
    de allí las sacó
    y a su pobre padre
    se las entregó.
     
  9. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    Que maravilla está narración!
    Gracias clausecita!
    [​IMG]
     
  10. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Anveri! buenas tardes para mí ya!!
    que lindo winny pu[​IMG]
     
  11. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Elena, contenta de leerte acá!
    Que bellos los romances Elena!,
    Gracias por traernos tus recuerdos de infancia[​IMG]
     
  12. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    De los Apeninos a los Andes


    Y poseída de gran exaltación repentina, gritó juntando las manos:
    -¡Mi Marcos! ¡Mi pobre niño! ¡Mi vida!... -pero girando los ojos
    anegados en llanto, vio que su ama no estaba ya a su lado: habían
    venido a llamarla furtivamente. Buscó al señor, también había
    desaparecido. No quedaban más que las dos enfermeras y el
    practicante. En la habitación inmediata se oía el rumor de pasos
    presurosos, murmullo de voces precipitadas y bajas, y de
    exclamaciones contenidas. La enferma fijó su vista en la puerta en
    ademán de esperar.

    Al cabo de pocos minutos volvió a presentarse el médico, con semblante
    extraño; luego su señora y el amo, también con la fisonomía visiblemente
    alterada. Los tres se quedaron mirando con singular expresión, y
    cambiaron entre sí algunas palabras en voz baja. Le pareció oír que el
    médico decía a la señora:
    -Es mejor en seguida.
    La enferma no comprendía.
    -Josefa -le dijo el ama con voz temblorosa-. Tengo que darte una noticia
    buena. Prepara tu corazón a recibir una buena noticia.
    La mujer se quedó mirándola con fijeza.
    -Una noticia -continuó la señora cada vez más agitada- que te dará
    mucha alegría.
    La enferma abrió los ojos desmesuradamente.

    -Prepárate -prosiguió su ama- a ver a una persona... a quien
    quieres mucho. La mujer levantó la cabeza con ímpetu vigoroso, y
    empezó a mirar a la señora y a la puerta con ojos que despedían
    fulgores.
    -Una persona -añadió su ama, palideciendo- que acaba de llegar...
    inesperadamente.
    -¿Quién es? -gritó, con voz sofocada y angustiosa, como llena de
    espanto.
    Un instante después lanzó un agudísimo grito, de un salto se sentó
    sobre la cama, y permaneció inmóvil, con los ojos desencajados y
    con
    las manos apretadas contra las sienes, como si se tratase de una
    aparición sobrehumana.

    Marcos, lacerado y cubierto de polvo, estaba de pie en el umbral,
    detenido por el doctor, que lo sujetaba por un brazo.
    La mujer prorrumpió por tres veces:
    -¡Dios! ¡Dios! ¡Dios mío!
    Marcos se lanzó hacia su madre, que extendía sus brazos descarnados,
    apretándole contra su seno como un tigre, rompiendo a reír violentamente
    y mezclándose a su risa profundos sollozos sin lágrimas, que la hicieron
    caer rendida y sofocada sobre las almohadas.

    Pronto se rehízo, sin embargo, gritando como una loca, llena de alegría,
    y besando a su hijo:
    -¿Cómo estás aquí? ¿Por qué? ¿Eres tú? ¡Cómo has crecido! ¿Quién te
    ha traído? ¿Estás solo? ¿No estás enfermo? ¡Eres tú, Marcos! ¡No es
    esto un sueño! ¡Dios mío! ¡Háblame!

    Luego, cambiando de tono repentinamente:
    -¡No! ¡Calla! ¡Espera! -y volviéndose hacia el médico-: Pronto, en seguida
    doctor. Quiero curarme. Estoy dispuesta. No pierda un momento. Llévense
    a Marcos para que no sufra. ¡Marcos mío, no es nada! Ya me contarás todo.
    ¡Dame otro beso! ¡Vete! Heme aquí, doctor.
    Sacaron a Marcos de la habitación. Los amos y criados salieron en seguida,
    quedando sólo con la enferma el cirujano y el ayudante, que cerraron la
    puerta.

    El señor Mequínez intentó llevarse a Marcos a una habitación lejana:
    fue imposible; parecía que lo habían clavado en el pavimento.
    -¿Qué es? -preguntó-. ¿Qué tiene mi madre? ¿Que le están haciendo?
    Entonces Mequínez, bajito e intentando siempre llevárselo de allí:
    -Mira; oye; ahora te diré; tu madre está enferma; es preciso hacerle una
    sencilla operación; te lo explicaré todo; ven conmigo.
    -No -respondió el muchacho-, quiero estar aquí. Explíquemelo aquí.
    El ingeniero amontonaba palabras y más palabras, y tiraba de él para
    sacarlo de la habitación; el muchacho comenzaba a espantarse,
    temblando de terror.
    Un grito agudísimo, como el de un herido de muerte, resonó de repente por
    toda la casa.
    El niño respondió con otro grito horrible y desesperado:

    -¡Mi madre ha muerto!
    El médico se presentó en la puerta y dijo:
    -Tu madre se ha salvado.
    El muchacho lo miró un momento, arrojándose luego a sus pies,
    sollozando:
    -Gracias, doctor.
    Pero el médico lo hizo levantar, diciéndole:
    -¡Levántate!
    ... ¡Eres tú, heroico niño, quien ha salvado a tu madre! :razz: FIN
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Maia!!!:beso: :beso: Precioso!!!!:razz:
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Juvenilia-Miguel Cané
    13
    JACQUES llegaba indefectiblemente al colegio a las nueve de la
    mañana; averiguaba si había faltado algún profesor, y en caso
    afirmativo, iba a la clase, preguntaba en qué punto del programa nos
    encontrábamos, pasaba la mano por su vasta frente como para
    refrescar la memoria, y en seguida, sin vacilación, con un método
    admirable, nos daba una explicación de química, de física, de
    matemáticas en todas sus divisiones: aritmética, álgebra, geometría
    descriptiva o analítica; retórica, historia, literatura, hasta latín. El
    único curso, de todo aquel extenso programa, que no le he visto dictar
    por accidente, era de inglés, dado por mi buen amigo David Lewis,
    que nos hacía leer a Milton y a Pope, a Addison y a todos los buenos
    prosistas del Spectator.
    Debe estar fija en la memoria de mis compañeros aquella
    admirable conferencia de M. Jacques sobre la composición del aire
    atmosférico. Hablaba hacía una hora, y, ¡fenómeno inaudito en los
    fastos del colegio!, al sonar la campana de salida, uno de los alumnos
    se dirigió, arrastrándose, hasta la puerta, la cerró para que no entrara
    el sonido y por medio de esta estratagema, ayudada por la
    preocupación de Jacques, tuvimos media hora más de clase. Había
    venido de buen humor ese día su palabra salía fácil, elegante y
    luminosa. En ciertos momentos se olvidaba nos hablaba en francés,
    que todos entendíamos entonces. ¡Qué pintura inimitable de ese
    maravilloso fenómeno de la vegetación, de aquellas plantas con
    corazón de madre, absorbiendo el letal carbono de la atmósfera y
    esparciendo a raudales el oxígeno, la esencia de la vida! ¡Cómo nos
    hablaba de la bajeza miserable del hombre que pisotea una planta o
    abate un árbol para tomar su fruto! ¡Aún suena en mis oídos su
    palabra, y al recordarla, aún se apodera de mi alma aquella emoción
    nueva e inexplicable entonces para mi!
    Cuando empezó a dictar el curso de filosofía, que debía concluir
    tan brillantemente Pedro Goyena, dio como texto el manual en
    colaboración con Simón y Saisset. En la primera conferencia dijo bien
    claro que aquélla era la filosofía ecléctica; más tarde añadió a algunos
    compañeros: "El día que yo escriba mi filosofía, comenzaré por
    quemar ese manual".
    No ha dejado nada al respecto: pero si es posible rehacer sus
    ideas personales con el estudio de su naturaleza intelectual y sus
    opiniones científicas, no es arriesgado afirmar que, discípulo directo
    de Bacon, pertenecía a la escuela positivista, que hasta entonces no
    había tenido divulgadores como Littré, pero que antes de haberla
    formulado Augusto Comte, ha sido la filosofía de los hombres de
    ciencia, realmente superiores, en todos los tiempos.
    Adorábamos a Jacques a pesar de su carácter; jamás faltábamos a
    sus clases, y nuestro orgullo mayor, que ha persistido hasta hoy, es
    llamarnos sus discípulos. A más, su historia, conocida por todos
    nosotros y pintorescamente exagerada, nos hacía ver en él no sólo un
    mártir de la libertad, como lo fue en efecto, sino un hombre que había
    luchado cuerpo a cuerpo con Napoleón, nombre simbólico de la
    tiranía.
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Juvenilia-Miguel Cané
    14
    UNA mañana vagábamos en el claustro, asombrados que hubiese
    pasado un cuarto de hora del momento infalible en que M. Jacques se
    presentaba. De pronto un grito penetrante hirió nuestros oídos; conocí
    la voz de Eduardo Fidanza, uno de los discípulos más distinguidos del
    colegio. Corrí a la portería y encontré a Fidanza pálido, desencajado,
    repitiendo como en un sueño: "¡M. Jacques ha muerto!" La impresión
    fue indescriptible; se nos hizo un nudo en la garganta y nos miramos
    unos a otros con los rostros blancos, lívidos, como en el momento de
    una desventura terrible.
    El portero había recibido orden de no dejarnos salir; lo echamos
    violentamente a un lado, y muchos, sin sombrero, desolados, corrimos
    a casa de M. Jacques.
    Estaba tendido sobre su cama, y con la soberbia cabeza
    impregnada de una majestad indecible. La muerte lo había
    sorprendido al llegar a su casa después de una noche agitada. El rayo
    de la apoplejía lo derribó vestido, sin darle tiempo para pedir ayuda.
    Pendía su mano derecha de la cama; uno por uno, por un movimiento
    espontáneo, nos fuimos arrodillando y posando en ella los labios,
    como un adiós supremo a aquel a quien nunca debíamos olvidar. Su
    espíritu liberal, abierto a todas las verdades de la ciencia, libre de
    preocupaciones raquíticas, ha ejercido su influencia poderosa sobre el
    de todos sus discípulos.
    Lo llevamos a pulso hasta su tumba y levantamos en ella un
    modesto monumento con nuestros pobres recursos de estudiantes.
    Duerme el sueño eterno al abrigo de los árboles sombríos, no lejos del
    sitio donde reposan mis muertos queridos. Jamás voy a la tumba de los
    míos sin pasar por el sepulcro del maestro y saludarlo con el respeto
    profundo de los grandes cariños.