Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas





    Que interesante!!! ...Cómo por la literatura,vamos recorriendo la historia de nuestros paises!!:happy:
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Realmente si que estoy aprendiendo!:razz:
     
  3. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :razz: :razz: :razz:

    Estoy empezando a leer "Pájaros de la ciudad y la aldea"

    Me da muuuuuuuuuuuuuucho gusto conocer la casa del señor Hudson.
    Les cuento que la Unorch - Unión de Ornitólogos de Chile, de la cual soy sólo amiga, no socia, está tratando de saber por dónde se va el Fío fio :ojoscorazon: :ojoscorazon: :ojoscorazon: a Argentina.
    No se sabe por dónde cruza la Cordillera de Los Andes, por el Norte, Centro o la Patagonia, ya que es una avecilla muy pequeña.
    Llega acá, en primavera y se va en otoño.

    Yo también.
    Sigo leyendo lo que han transcrito ustedes.

    ;)
     
  4. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Si clau eso es lo lindo, leer nombres
    de literatos, escritores, poetas y saber que
    tuvierontanta ingerencia en la política de un
    paísque sirvieron a este desde distintos
    ámbitoste atrapa aún más... conocer la
    vida de ellos es fascinante!.
     
  5. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Veré Anveri en el Museo Natural puedo
    recavar alguna información al menos traer
    las aves de Hudson!
     
  6. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    [​IMG]
    Qué desgracia!
    Viernes, 21
    Edmundo de Amicis

    ´.

    Yendo esta mañana a la escuela refiriendo a mi padre
    lo que nos dijera ayer el maestro, vimos de pronto
    mucha gente apiñada ante la puerta del grupo escolar.

    -¡Alguna desgracia! -dijo mi padre-. ¡Mal empieza el
    curso!

    Entramos no sin dificultad. El gran zaguán se hallaba
    repleto de padres de alumnos y de chicos a los que los
    maestros no lograban hacer entrar en clase y todos
    miraban con insistencia hacia el despacho del Director,
    oyéndose decir: «¡Pobre muchacho! ¡Pobre Robetti!»

    Por encima de las cabezas, en el fondo de la habitación,
    llena de gente, sobresalían el quepis de un guardia
    municipal y la gran calva del señor Director. Entró un
    señor con sombrero de copa, y dijeron:

    -Es el médico.

    Mi padre preguntó a un maestro:

    -¿Qué ha sucedido?

    -Le ha pasado una rueda por el pie y se lo ha lastimado
    -respondió el interpelado.

    -Se ha roto el pie -dijo otro.

    Se trataba de un chico de la segunda, que, yendo a la
    escuela por la calle de Dora Grossa, al ver caer en medio
    de la calle, a pocos pasos de un ómnibus que se echaba
    encima, a un niño de párvulos, que se había soltado de la
    mano de su madre, corrió en su ayuda, lo cogió y lo puso
    a salvo, pero sin poder impedir que le pasara por encima
    de un pie la rueda del ómnibus.

    Mientras nos referían esto, entró en el zaguán como loca
    una mujer que se abría paso con decisión entre la gente.
    Era la madre de Robetti, a la que habían llamado.
    Otra señora salió a su encuentro y, sollozando, le echó los
    brazos al cuello: era la madre del niño salvado del peligro.

    Ambas entraron en el cuarto de la dirección y al punto se
    oyó un grito desgarrador:

    -¡Julio! ¡Hijo de mi alma!

    En aquel momento se detuvo un coche delante de la puerta
    y poco después apareció el señor Director con el chico herido
    en brazos, que estaba muy pálido y con los ojos cerrados,
    apoyando la cabeza sobre el hombro del Director.

    Todos guardamos silencio absoluto, tan sólo roto por los
    sollozos de la madre. El señor Director se detuvo un instante y
    levantó con los dos brazos al muchacho que llevaba para que
    lo viésemos todos. Los maestros y maestras, los padres y los
    chicos, exclamamos a una:

    -¡Bravo, Robetti! ¡Eres un gran muchacho! ¡Un verdadero
    héroe! ¡Pobre chico!

    Y le enviaban besos al aire. Las maestras y los chicos que
    se hallaban más cerca de él le besaban las manos y los brazos.
    El abrió los ojos y murmuró:

    -¡Mi cartera!

    La madre del pequeñito salvado se la enseñó gimoteando, y le
    dijo:

    -Te la llevo yo, ángel mío; te la llevo yo.

    Entretanto se mantenía en pie la madre del herido, que se cubría
    el rostro con las manos.

    Salieron, acomodaron a Julio en el coche y éste partió. Entonces
    todos entramos silenciosos en la escuela.
    FIN
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que lindo,que es este libro! Me encanta!...Ahora que lei el capìtulo nuevo...si que me voy a dormir...que estoy tan pasada de sueño, que ya no se si tengo sueño!!:11risotada: Buenas noches y Gracias Maia!:beso: :beso:
     
  8. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    En Buenos Aires el diario "El Nacional"
    repartió a sus suscriptores un retrato
    autografiado por Edmundo de Amicis,
    cuyo texto deciá:


    "Las niñas han sido la poesía de nuestra vida.
    Y tan poca poesía, hoy nos queda, que si también
    ellas pierden la suya, me parece que todos debemos
    haber sido demasiado malos.
    Más, esperamos que esto no suceda al menos en
    Italia.

    Esperemos que ellas continúen soñando un poco y
    que levantarán su pensamiento al azulado espacio,
    después de haber cerrado los libros de anatomía y
    el Código Civil.

    Lo mejor que hay en el mundo, lo que más alienta
    a vivir, a soportar los dolores, a resignarse a la
    desventura, son todavía las ilusiones, de las cuales
    se componen la esperanza, que es la respiración
    del alma.

    Haced versos, niñas; cread y amad fantasmas,
    esforzaos en conservar el mayor tiempo posible la
    fé con que se hacen tantas casas bellas y nobles
    y grandes en esta tierra".
     
  9. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Buenas noches clau!!! :razz:
    que descanses!
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Maia!!:beso: :beso:
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    TABARE
    Libro II

    CANTO QUINTO

    I

    Desleída en las tintas de la aurora,

    La luz se disolvió de las estrellas;

    La risa de los cielos

    Ha despertado el himno de la tierra.

    El ombú solitario de las lomas,

    La copa verde apenas balancea;

    El sauce besa al río,

    Y el talle esbelto cimbran las palmeras.

    Su carnoso ropaje verdinegro

    Sacude el canelón de las riberas;

    La flor del camalote,

    Morada y blanca, en la corriente juega

    Como gotas de sangre que sonríen,

    Las margaritas rojas se despiertan;

    Despiertan las azules

    Y esas hijas sin nombre de la yerba,

    De un amarillo y blanco deslumbrantes,

    Que en el campo se cuentan

    Como las claras noches de Diciembre

    Se cuentan en el cielo las estrellas.

    Todas las hojas brillan; una savia

    Joven y turbulenta

    Circula por las cañas y los juncos,

    Da ternura a los brazos de la yedra,

    Desabrocha las flores de los talas,

    Del guaviyú y la ceiba,

    Y alegra el corazón de los palmares,

    Y los estambres húmedos revienta.

    Los cardos, agrupados o dispersos,

    Levantan las cabezas

    Con sus coronas frescas y azuladas

    Sobre el tallo espinoso descubiertas;

    Y cual ropas tendidas por la noche

    A secar en la arena,

    Desparramados vense entre espadañas

    Flamencos y gaviotas y cigüeñas:

    De dos en dos dispersos y pesados,

    O en obscuras hileras,

    Se posan en la` orilla los chajaes

    Lanzando a ratos su estridente queja;

    Pasea cadenciosa entre los juncos,

    Con su rítmico andar, la garza esbelta,

    O asoma entre ellos el nevado cuello

    Mientras abre el biguá sus alas negras;

    Y corren por la arena de la playa

    Esas aves pequeñas

    De largas patas y afilados picos

    Que en su base sutil se balancean,

    Cual si intentaran emprender el vuelo

    Y de ello desistieran,

    Para correr de nuevo por la orilla

    Allí dejando sus ligeras huellas.

    Como vapor un tanto sonoroso

    Que en el espacio ondea,

    Los pájaros, como arpas que la aurora

    De las ramas descuelga,

    Dan el cantar del día

    Que en temblorosa ebullición se eleva:

    Nadan en luz las notas

    Y el alma de la luz palpita en ellas.

    El día las recoge

    Y las ajusta al ritmo de una idea,

    Y así elabora el salmo indescriptible

    Que eleva a Dios, al despertar, la tierra.

    Las islas van brotando lentamente

    Del seno de las nieblas

    Disueltas en la luz; los horizontes

    A través de los árboles se alejan.

    La claridad naciente va ganando

    Colinas y laderas;

    Tras ella el sol dispara victorioso,

    A través de los aires, sus saetas.

    II

    ¿Quién no siente en el alma

    La fresca sensación de la belleza,

    El dulce descansar de los sentidos

    El instintivo amor a la existencia?

    ¿Quién no siente en los labios

    Las sonrisas serenas

    En que la luz y la quietud del alma

    Y el escondido amor se transparentan,

    Y esas lágrimas puras

    De luz y encantos llenas,

    Que humedecen los ojos sin dejarles

    De llanto ni dolor la amarga huella?

    III

    El: Tabaré el cacique

    A quien las sombras cercan,

    Y a sus pies se retuercen en abismos

    Y en tempestades a su frente ruedan.

    Vedlo. Es el indio puro;

    Es el charrúa de la frente estrecha;

    Su sangre afluye al pómulo saliente,

    Su labio tiembla, su pupila humea.

    La lucha sostenida

    En la noche anterior ruda y suprema;

    Las armas asestadas a su pecho,

    Que aun cree astilla entre sus manos yertas.

    Todo lo encona el alma,

    Todo en ella despierta

    El instinto dormido, el ansia viva

    De libertad, de destrucción y guerra.

    Como del fondo obscuro del abismo

    Vuelan las aves negras

    Del fondo de su alma se levantan

    Las fierezas ingénitas,

    Que cruzan por sus ojos

    En el suelo clavados, y reflejan

    En ellos repentinas llamaradas

    Que en sus pupilas encendidas tiemblan.

    En vano de sus labios

    Solícito pretende el Padre Esteban

    Oír una palabra que revele

    Un eco al menos de su lucha interna;

    En vano a las memorias

    Que otras veces al indio conmovieran

    Ha llamado en su ayuda

    Para tocarle el corazón con ellas:

    La mano del recuerdo

    Esa arruga del ceño no despliega,

    Ni separa esos dedos que serpientes

    Enroscadas semejan.

    Oye gritos de muerte y de victoria,

    Silbidos de saetas,

    Aullidos de una guerra inextinguible

    Que su enconado pensamiento atruenan,

    Ya la sangre charrúa

    Sólo siente en sus venas,

    Pero asoma a sus ojos azulados

    El alma de la dulce Magdalena.

    Y la mortal congoja

    Del indio se apodera,

    y la lucha de un átomo con otro

    Se renueva potente en sus arterias,

    Y silba en sus oídos,

    Y estruja su cabeza,

    Y afluye al corazón, y en él estalla,

    Y se difunde por su ser violenta.

    IV

    Doña Luz suplicaba

    Al noble capitán que, ensimismado,

    Escuchaba a su esposa, con los ojos

    Clavados, sin mirar, en el espacio.

    Sólo he visto en ese hombre

    Un misterio infeliz, un ser extraño;

    No hallo peligro en él; mas... tú lo quieres.

    Tabaré partirá, dijo Gonzalo.

    -¡Partirá! -dijo Blanca;

    ¿Y a dónde ha de ir el indio desgraciado?

    ¿Qué será de él en el desierto bosque,

    Enfermo y solo? ¡No hagas tal, hermano!

    ¿Y qué mal nos ha hecho?

    ¿Por qué así abandonarlo?

    El pobre Tabaré no nos ofende...

    ¿Qué vais a hacer? ¿Es una fiera, acaso?

    -Blanca; tu siempre niña;

    Le dijo Doña Luz. ¡Qué! ¿Están pensando

    Que son capaces de pasiones buenas

    Esos seres, nacidos para esclavos?

    ¿Piensas, Blanca, que anoche

    No meditaba un crimen ese bárbaro,

    Cuando en las altas horas felizmente

    En vela le encontraron los soldados?

    -Un crimen! No, por cierto.

    ¡Un crimen, Tabaré! ¿Qué estás hablando?

    Tú no has oído como yo, al charrúa;

    Si lo oyes, Luz, ya no podrás odiarlo.

    Oh! No arrojéis al indio.

    Lanzarlo para siempre!... Es inhumano!

    Llamad al Padre Esteban; que él os diga

    Si Tabaré el charrúa es un malvado.

    -¡Oh! ¡El Padre, el Padre Esteban!

    De masa de indios quiere hacer cristianos!

    Inocente ilusión! El no imagina...

    No puede ser! Arrójalo, Gonzalo.

    Si aun crees que no es culpable

    Después que anoche se le halló velando,

    No le hagas mal; pero, por Dios, arrójalo,

    Dale la libertad; no lo veamos.

    Mientras él está aquí, tú bien lo sabes,

    En mi lecho sentado

    Siempre el insomnio, con la faz de ese indio,

    Introduce sus dedos en mis párpados...

    ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

    V

    Tabaré entró sombrío...

    Don Gonzalo, que solo lo esperaba,

    Busca al mirarlo entrar, mas busca en vano

    Del indio la mirada,

    Que chispea en el fondo

    De la órbita ceñuda, como llama

    Que con espesa obscuridad en lucha,

    Se extingue, reaparece y se dilata.

    ¿Por qué el indio charrúa

    Fue sorprendido anoche por la guardia?

    ¿Qué buscaba a esas horas?

    ¿Qué intento lo llevaba?

    El indio queda Inmóvil en su sitio

    Con la cabeza baja.

    Repite su pregunta Don Gonzalo,

    E igual respuesta: el prisionero cana.

    El jefe continuó: -Cuando el cacique

    Rompió ante mí su lanza

    En señal de amistad, le di la mía;

    ¿No he sido fiel a la amistad jurada?

    Diga el indio charrúa si el cristiano

    A sus promesas falta.. .

    ¡Conteste Tabaré! ¿Qué es lo que intenta?

    Todo es en vano: el prisionero calla.

    -En cambio, el indio amigo

    En la alta noche por el pueblo vaga;

    Y en la sombra revela de su frente

    Que en su espíritu hay sombras, sombras malas.

    ¿Qué plan revuelve en ellas?

    ¿Nada en su abono que decirnos halla?

    ¡Raza maldita! ¿No es capaz entonces

    De amor y gratitud? ¿Todo es venganza?

    Una terrible lucha

    De Tabaré en el alma se desata,

    Y como el eco de la lucha interna

    Suena un ronco gemido en su garganta;

    Pero calla. Temblor imperceptible

    Discurre por su carne. Onda del alma

    Llega a su cuerpo enfermo, como mueren

    Las olas en la playa.

    Compasivo, sin odio,

    El capitán al indio contemplaba;

    Mas recordando el ruego de su esposa,

    -Pues bien, -gritó, con expresión airada,

    Ya que el indio charrúa

    Nuestra amistad rechaza,

    Vuelva a sus bosques a enconar sus flechas,

    Vuelva a buscar las fieras sus hermanas.

    El español no quiere

    Violar un punto la amistad jurada;

    Pero verá en el indio a su enemigo,

    Al eterno enemigo de su raza.

    Vaya libre a su selva,

    Pues no hay amor ni gratitud en su alma;

    Pero jamás donde el cristiano aliente

    Torne a posar la sigilosa planta.

    ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

    Don Gonzalo partió. Quiso en el labio

    De Tabaré asomar una palabra;

    Alzó la frente... ¡y la inclinó de nuevo!

    Mudo y sombrío abandonó la estancia.

    Continua
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Tabaré
    LibroII
    CANTO SEXTO

    I

    Tras los bosques de acacias de las Islas

    Se esconde el sol; en las más altas ramas

    Deja un toque de luz anaranjado,

    Y polvo de oro en las dormidas aguas.

    Tiemblan en los vapores al perderse

    De los cuerpos las líneas esfumadas;

    Cruzan hacia las islas las bandurrias,

    Los cisnes, y los patos, y las garzas.

    Que ya, a lo largo del bruñido río,

    Casi rozando el agua se adelantan,

    O forman, en la altura que atraviesan,

    Simétricas y largas caravanas.

    El Uruguay se envuelve en su neblina;

    Llega al nido en silencio la calandria;

    Buscando su nocturno alojamiento,

    Aletea la tórtola en las ramas.

    Los flexibles y esbeltos sarandíes,

    En su alfombra de juncos y espadañas,

    Abrigan al dormido camalote,

    Cuyas hojas se extienden sobre el agua.

    Los zorzales se esconden; a lo lejos

    Gritando el teru-tero se agazapa

    Sale a pacer la nutria, y el carpincho

    Deja su cueva al pie de la barranca.

    Cual sobre dos abismos reflejados,

    En la orilla los sauces y los talas

    Sobre un cielo proyectan sus cabezas,

    Y en otro cielo sus raíces bañan.

    II

    Entretanto, la frente sobre el pecho,

    Y el caos en el alma

    Tabaré cruza el pueblo lentamente;

    Vuelve a su selva, a su salvaje patria.

    Ya sombrío y huraño y silencioso.

    El monje lo acompaña.

    ¿Por qué esa sombra, cuando va a ser libre,

    Libre como el venado de la pampa?

    ¿No es Tabaré charrúa?

    ¿No son la libertad, el cielo, el aura

    y la selva nativa y los combates

    La pasión del charrúa y la esperanza?

    Ay del indio imposible!

    Ya una mujer de la enemiga raza

    Es libertad para él, y cielo y nubes,

    Y hogar nativo, y selvas y batallas!

    III

    Cruza entre los corrillos de soldados

    Que hablan tendidos en la yerba, o cantan

    Al ritmo de los golpes que aderezan

    Sus coseletes y maltrechas armas.

    Al ver pasar al indio con el monje,

    Suspenden la labor y se levantan:

    El indio loco! dicen por lo bajo:

    Ya lo hallaremos! ¡Ese no me engaña!

    -¿Qué pensará, decid, de esa traílla

    Nuestro buen capitán? ¿Acaso aguarda

    A que nos mate aquí como conejos

    En la noche mejor esa canalla?

    Darles la libertad! Valiente idea!

    Cual si nada costara darles caza!

    Hierro y fuego les diera, hierro y fuego!

    -Hierro, bien dicho, exterminar la plaga!

    -¿Pues no ha dado en creer el buen hidalgo,

    Que el indio de estos bosques tiene un alma

    Como la nuestra, y es vasallo y súbdito

    Del Rey Nuestro Señor?

    -¡Oiga!

    -¡No es nada!

    -Como lo oís. El padre franciscano,

    El claro!, lo aconseja, lo acompaña,

    Y aquí estamos, ¡pardiez!, mirando siempre

    Al señor indio como a mente honrada.

    -¡Los vasallos del rey!

    -¿No es una ofensa

    Que se infiere, decir, al gran monarca?

    ¿Qué dices tú, Rodrigo? Tú eres viejo;

    -A ver qué dices tú; deja esa adarga.

    -Pues yo... ¿qué he de decir? Veinte años hace

    Que ando en estas diabólicas andanzas

    Por cierto que era yo de la partida

    Cuando encalló la nave capitana.

    Fue allí, sobre esa arena, ¡triste noche¡

    Veis esa loma? ¿Distinguís la playa

    Que se ve más allá? Tras de aquel árbol,

    Lo veis bien? Tras de aquél, va la barranca.

    Pues bien: allí. Cayeron los charrúas

    Sobre nosotros, como avispas bravas;

    Incendiaron las tiendas, y diezmaron

    Nuestra gente más firme y más bizarra.

    ¡Buena la hubimos, por San Jorge, buena!

    Por poco allí los indios nos acaban!

    Estábamos sitiados en las naves,

    Oyendo sus aullidos y amenazas:

    Mirándolos llegar hasta la orilla

    Con gritos e insolentes musarañas,

    Y citar al más bravo de nosotros

    Para retarlo a singular batalla.

    Las pieles o cabellos de los nuestros

    Que en el campo quedaron, enastaban

    En sus picas, aullando los malditos,

    Y dando saltos en siniestra danza.

    Así pasamos las eternas horas

    Aguardando la muerte, como ratas,

    Hambrientos y desnudos, dando al río

    Tributo de cadáveres; sin armas.

    Pues ni un grano de pólvora teníamos

    Que dar al arcabuz; sin esperanza.

    Pues una tempestad hacía imposible

    De recursos humanos la llegada.

    Ah, Don Juan de Garay! Sin él, os juro

    Que no llevamos este cuento a España;

    En los barcos hallamos nuestra tumba

    Sin su arribo con tropas bien armadas

    Y no era la primera, ¡voto a Sanes!

    Ni la última será... ¡Maldita raza!

    Luchan como demonios, no como hombres.

    Digo bien?

    -¡Bien, muy bien!

    -Entonces, ¡nada?

    ¡Bien los conoces! Mientras quede uno

    Capaz de alzar la endemoniada lanza,

    No hay que andar con escrúpulos; al indio

    Lanzazo firme; nada de palabras.

    -Lo propio digo yo.

    -Pues yo otro tanto,

    ¿Qué hacemos, ¡vive Dios!, en esta plaza?

    Sin un caballo, expuestos noche y día...

    -Noche y día, bien dicho, desde el alba.

    Y el capitán. en tanto, se entretiene

    En dar la libertad a esa canalla.

    Buena les diera yo!

    -Mirad al indio:

    Allá va con el Padre; a ése mañana

    Acaudillar acaso lo veremos

    Alguna turba de esos perros.

    -¡Cáspita!

    Que vengan, voto al diablo!

    -¡Que me place!

    Tiempo hace ya que no tenemos danza l

    -Yo os juro que, en las noches, a mi lado,

    Bosteza mi arcabuz de holganza tanta.

    -Bien dicho, el arcabuz!

    -¡Oiga! Qué esperan

    El indio y el anciano? ¿Qué les pasa?

    IV

    Tabaré ya se aleja;

    Ya lo despide el monje con palabras

    De consuelo y de amor; indiferente

    Lo escucha el indio que a su lado marcha,

    Terrible, duro, con el ceño torvo,

    Fiera cual nunca la actitud y huraña;

    Lleva la noche, la infinita noche,

    Sin un rayo de luz en las entrañas.

    De pronto se detiene

    En un punto clavada la mirada.

    Qué lo agita? ¿Qué ve? Temblor de muerte

    Por sus rígidos miembros se derrama.

    ¿La víbora silbando

    Casi invisible en el chircal se arrastra?

    O es el jaguar despierto en la maleza,

    Que hacia el charrúa silencioso avanza?

    No: Tabaré no teme.

    A la amarilla fiera que a sus plantas

    Ya muchas veces vio, cuando su flecha

    Hasta a morderle el corazón llegaba;

    No es fiera lo que ha visto;

    Una mujer lo mira entre las ramas;

    Mirándolo, se acerca al Padre Esteban,

    Y esa mujer que se le acerca es Blanca.

    Ya no puede dudarlo:

    No, no es ilusión, no es un fantasma:

    Han crujido a sus pies las hojas secas,

    Ha hecho mover las ramas al tocarlas.

    El viento de la tarde

    Viene a agitar con sus movibles alas

    Su cabello en desorden, y en su rostro

    A orear la huella de recientes lágrimas.

    Es ella: trae un ramo

    De margaritas en la falda blanca;

    Ella, con sus estrellas en los ojos,

    Sus alas invisibles en la espalda.

    Viene la dulce niña

    Como un rayo del alba

    Que en la profunda obscuridad penetra

    Y en el seno negro de la noche aclara.

    La trae el mismo impulso

    Que conduce los besos, de las palmas,

    Que despierta sonrisas en los labios

    Y de los ojos lágrimas arranca,

    Cuando el alma sonríe

    Y el espíritu llora sin más causa

    Que esas ansias de llanto o de ternura

    Que en ciertas horas nuestro ser asaltan.

    Besó la mano al Padre,

    Que con muda sorpresa la observaba;

    Alzó tímidamente la cabeza

    Y bañó a Tabaré con la mirada.

    Al verlo, sacudido

    Por la lucha que su alma despedaza,

    El ceño torvo, ardiente la pupila,

    Convulso y presa de mortales ansias,

    En terror y amargura

    El corazón sintió se le inundaba.

    Como si al borde de ignorado abismo

    Después de un corto sueño despertara.

    Dió un grito: las azules margaritas

    Rodaron hasta el suelo Por Su falda;

    Se acogió horrorizada al Padre Esteban,

    Y escondió en el sayal la frente helada.

    ¿Entonces es verdad ¡verdad, Dios santo l

    Que el indio nos odiaba?

    Es verdad que en su pecho no hay latidos

    Y que jamás su corazón se ablanda?

    Oh, Padre! ... ¿Por qué entonces de esos seres

    El amor me enseñabais?

    Padre, no me dejéis, volvamos pronto...

    Mirad: la noche baja.

    Huye del indio esclavo, me decían,

    Sólo hay odio en su alma;

    No tuvo hogar, ni madre; de ternura

    Su raza es incapaz, todo lo ultraja.

    Yo nunca lo creí; yo vi en sus ojos

    Dolor... ¡y tuve lástima!

    Venía a consolar su desventura,

    Y no más... Hice mal? No lo pensaba.

    No quise nada más, nada, os lo juro;

    Vine por consolarla.

    Lo sabe Dios muy bien ... Pero ¡qué tarde!

    Qué tarde es ya! Cómo la niebla se alza!

    Y el indio, Padre Esteban, me da miedo.

    ¿Qué tiene? ¿Qué le pasa?

    Vedlo... Volvamos, por piedad, volvamos.

    Por qué vine hasta aquí? ¡Quién lo pensara¡

    Indio... Adiós. Tabaré. Terror y pena

    Me inspira tu desgracia.

    Qué tarde es ya! ... ¡La Virgen te proteja!

    Anda con Dios a tu salvaje patria!

    V

    Ya huyendo temblorosa hacia la villa

    Blanca exhaló sus últimas palabras.

    La tarde la arropaba en sus vapores,

    Y ella en su seno al parecer flotaba.

    El charrúa la vio tenue, impalpable;

    La siguió con estúpida mirada;

    La vio volver de nuevo la cabeza,

    Y ocultarse, por fin, entre los talas.

    Cuando la vio perderse para siempre,

    Sintió la soledad. Toda su raza

    En él moría, muda, sin quejarse.

    Sola en la densa noche de su alma.

    En brazos del anciano misionero

    Se arroja el indio, cuya tez abraza.

    Solloza... Sus sollozos, cual rugidos

    De fieras moribundas se dilatan.

    Al sentir en sus párpados el llanto,

    Exhala un grito de dolor o rabia,

    Un grito que a lo lejos, al perderse,

    Se transforma en lamento o en plegaria:

    De pronto, con un brusco movimiento,

    Se desprende del monje; la mirada

    Clava en el punto en que a la vez postrera

    Sobre el fondo del cielo miró a Blanca.

    Y huye como la fiera perseguida

    Y se interna en la selva solitaria...

    Largo tiempo se oyeron sus quejidos

    Como si un tigre herido se alejara.

    VI

    Sobre el sayal del monje

    Del charrúa quedó la primer lágrima;

    El supremo dolor entre sus dedos

    Una raza exprimió para arrancarla.

    Las horas de la noche

    Ya vestidas de luto se adelantan;

    Y entran al bosque y sus cendales negros

    Van colgando en silencio de las ramas.

    Sobre el sayal del monje

    Del charrúa quedó la primer lágrima.

    Para llorar la moribunda estirpe

    Una pupila azul necesitaba!

    Continua

     
  13. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:
    Me quedó siempre atrasada :icon_rolleyes: :icon_rolleyes: :icon_rolleyes:

    Pongo lo que me llega al alma.

    TABARE
    de Juan Zorrilla de San Martín
    INTRODUCCIÓN

    I

    Vosotros, los que amáis los imposibles,
    Los que vivís la vida de la idea;
    Los que sabéis de ignotas muchedumbres.
    Que los espacios infinitos pueblan,
    Y de esos seres que entran en las almas
    Y mensajes oscuros les revelan,
    Desabrochan las flores en el campo


    Que narran el ombú de nuestras lomas,

    [​IMG]


    Los que escucháis quejidos y palabras
    En el triste rumor de la hoja seca


    Ramón de Campoamor
    "Doloras”

    ¿Al que lo salvó primero
    lo pudo matar después?
    ¡Si! Por un vil interés
    hacen mil gentes que callo,
    lo que hizo con su caballo
    el caballero francés....


    Wikipedia dice de Campoamor [​IMG]
    Su padre era un modesto campesino y su madre una rica hacendada del concejo. Fue criado por una tía soltera, hermana de su madre, la cual le facilitó los estudios primarios…

    Estas escuetas palabras, que desgracias y sufrimiento contienen.

    TABARE
    LIBRO PRIMERO
    CANTO PRIMERO
    I

    En el mburucuyá de las riberas,
    Anuncia el día, y por la tarde enciende

    [​IMG]



    Qué fue esa raza que Pasó sin huella?
    ¿Fue el último vestigio
    De un mundo en decadencia?


    Caracé, en cuyo cuerpo
    Las heridas se cuentan
    Como las manchas en la piel del tigre,
    Y por eso le prestan obediencia.

    Y los guerreros blancos
    Huyen despavoridos por las breñas,
    Dejando sangre en la salvaje playa
    Y una mujer en la sangrienta arena.


    Así cantaba el urutí en las ceibas.
    Y se quejaba en el sauzal el viento
    .

    ¿Qué será el urutí? Supongo que es un ave.


    Pagina 62

    Le llaman Tabaré. Nació una noche
    Bajo el obscuro techo
    En que el indio guardaba a la cautiva
    A quien el niño exprime el dulce seno.


    ¿Adónde va la madre silenciosa?
    Camina a paso lento
    Con el niño en los brazos. Llega al río.
    ¡Es la hermosa mujer del Evangelio
    ¡E invoca a Dios en su misterio augusto!
    Se conmueve el desierto.
    Y el indio niño siente en su cabeza
    De su bautismo el fecundante riego.


    Techos pajizos de bambú, con hebras
    de la raíz del ñapindá amarrados;

    [​IMG]

    Ñandipa o Uña de Gato


    Sólo España ¿quién más? sólo ella pudo,
    Con pasmo temerario.
    Luchar con lo fatal desconocido;
    Despertar el abismo y provocarlo;



    ;)
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que lindas imágenes Anveri!!! Gracias!:razz:
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas




    LOS TRES REYES MAGOS

    ––Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
    Vengo a decir: La vida es pura y bella.
    Existe Dios. El amor es inmenso.
    ¡Todo lo sé por la divina Estrella!

    ––Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
    Existe Dios. El es la luz del día.
    ¡La blanca flor tiene sus pies en lodo
    y en el placer hay la melancolía!

    ––Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
    que existe Dios. El es el grande y fuerte.
    Todo lo sé por el lucero puro
    que brilla en la diadema de la Muerte.

    ––Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
    Triunfa el amor, ya su fiesta os convida.
    ¡Cristo resurge, hace la luz del caos
    y tiene la corona de la Vida!


    Rubén Darío