Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. tigresa33

    tigresa33

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

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    La descarnada


    Muchos dicen que es leyenda, otros afirman que es cierto, pues la verdad, yo no me atrevería a averiguarlo. Pero según muchos esto es lo que pasó.
    Se dice que a altas horas de la noche, en las carreteras oscuras y solitarias aparece una mujer muy bella pidiendo un aventón (autostop), a las personas que conducen.

    En cierta ocasión el motorista de un autobús, se conducía a altas horas de la noche, y dicen que a la orilla de la carretera se le apareció una hermosa joven, pidiendo un aventón, el motorista se le hizo muy extraño encontrarse con alguien en esa carretera a altas horas de la noche y en especial con una mujer, pero la curiosidad y la morbosidad pudieron más que la cautela, y permitió que abordara el autobús, el hombre comenzó a insinuarle cosas a la joven, sin tener la mínima idea de quién o qué era lo que tenía junto a él. A pesar de que la mujer se comportaba de forma extraña ya que no pronunció palabra desde su ingreso al autobús.

    El motorista estacionó el autobús, y comenzó a acercarse más y más a ella, pero esta vez la joven ocultaba su rostro y daba la espalda. El hombre insistía en verla, pero ella se negaba y al fin habló y sus palabras fueron las siguientes: NO TE VA A GUSTAR LO QUE VAS A VER. Y de repente se dio vuelta y AHHHHHH!!!!!!!! Su cara se había desfigurado, la carne se le estaba cayendo a tal punto que solo le quedó el esqueleto.

    Se dice que encontraron al hombre inconsciente el día siguiente tirado fuera del autobús, pasó 2 semanas en coma, dicen que él contó esto a un amigo suyo antes de volverse loco, ya que después que salió del hospital quedó desquiciado.

    Y así son muchas las historias sobre la descarnada, pero ésta es la más verídica pues yo conozco al protagonista de esta historia.



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  2. tigresa33

    tigresa33

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

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    La tristeza permanece…

    No tengo idea de la hora que es, ni de cuanto camino llevo recorrido. Ni la hora en que salí de casa. Supongo que bastante. No reconozco ninguno de los lugares por los que he pasado, no se en donde estoy ni hacia donde me dirijo, en el camino no hay nadie mas que mi soledad y yo.
    Aquel fulgor espectral de la luna es mi única guía, el continuo silbido del viento y esa espesa niebla que reposa sobre los alrededores parece nunca terminar, todo es tan tétrico y deprimente, así como me encontraba yo, tal parecía que alguien hubiese plasmado mis sentimientos en aquel panorama.
    Trato de poner en orden mis pensamientos, tratando de encontrar una razón por la que he llegado hasta aquí. Me remonto a días anteriores y solo puedo recordar dolor y tristeza, aquella infinita depresión que parecía acecharme como un fantasma, y aun permanece conmigo.
    Me ha seguido casi desde que tengo uso de razón, ha vivido conmigo tanto tiempo que me ha hecho cometer incontables y fallidos intentos de suicidio, me ha traído lagrimas, fracasos en todos los aspectos, y sobre todo mucha soledad, y ahora, a mis 18 años me ha apartado del mundo, porque el me desprecia tanto como yo a el, y me he quedado solamente con mis pensamientos destructivos y mi eterno odio.
    Pero aun no he hallado respuesta a mi pregunta ¿Qué hago sola caminando aquí? La falta de compañía no es nada nuevo para mí, pero el hecho de deambular en un paraje como este es todo un enigma para mí.
    Por alguna razón no me puedo detener, simplemente continuo caminando, aunque no me siento cansada, Observo a mi alrededor y solo escucho aullidos de perros, y el pululo de un búho, supongo que debe de ser una noche fría por el vaho que exhalo, pero no parece afectarme.
    Vuelvo a enfrascarme en mis pensamientos, pienso un poco en lo que será de mi, en lo que haré a futuro, en metas y logros y todas estas estupideces que jamás me han interesado, tal vez no todo este perdido, es decir, tal vez aun haya oportunidad de redimirme un poco, mejorar algunas cosas, y quien sabe tal vez hasta rehacer de nuevo mi vida. Expreso una ligera sonrisa, ¿en que estoy pensando? 18 años de vida desperdiciada no se pueden arreglar asi simplemente, todo lo malo y negativo estaba demasiado arraigado como para desaparecerlo simplemente. ¿O tal vez no? Quien sabe, podría funcionar, podría intentarlo en cuanto regrese a casa, ¡a casa! súbitamente recuerdo que sigo deambulando en un lugar desconocido, y probablemente muy lejos de mi hogar al darme cuenta noto que estoy entrando a una especie jardín enorme o algo por el estilo. Noto unas especies de rocas enormes o monumentos alrededor pero no alcanzo a distinguirlos por la niebla, después de atravesar el lugar casi por completo veo que me aproximo a una de esas rocas grises, me intriga saber que es y tal vez eso me de una explicación, al llegar, por una fuerza mayor que yo me obliga a arrodillarme y noto con sorpresa que aquello no es una roca; es una tumba como todas las que se encuentran alrededor, estoy en un cementerio! Pero todo es peor al leer las inscripciones y descubrir con horror que la persona en aquella tumba soy yo, ahí se encuentran mi nombre y fechas de nacimiento y muerte.
    NO, NO ES JUSTO!!! ¿POR QUE? POR QUE A MI?!!!! AUN TENGO UNA VIDA POR DELANTE SOLAMENTE TENGO 18 AÑOS!! ¿QUE HICE POR QUE PASO ESTO?!!!
    Y entonces lo recordé: tiempo atrás en uno de esos momentos de intensa depresión finalmente lo había logrado: al fin logre cortar mis venas hasta desangrarme, mi deseo se había cumplido al fin; estaba muerta. Yo ya no pertenecía al mundo de los vivos. Las lagrimas inundaron mis ojos cuando me di cuenta que aun cuando ya no hay vida en mi cuerpo, eso no fue un escape, en mi espíritu la tristeza aun permanece, nunca me podré librar de ella, me sigue y vivirá conmigo eternamente


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  3. clause

    clause Claudia

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    Que bonito que es este libro Maia!!:razz: Sigo leyendo!!:beso:
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    SONETO I

    HUMILDAD

    Ten un poco de amor para las cosas:
    para el musgo que calma tu fatiga,
    para Ia fuente que tu sed mitiga,
    para las piedras y para las rosas.

    En todo encontrarás una belleza
    virginal y un placer desconocido...
    Rima tu corazón con el latido
    del corazón de la Naturaleza.

    Recibe como un santo sacramento
    el perfume y la luz que te da el viento...
    ¡Quién sabe si su amor en él te envía

    aquella que la vida ha transformado!
    ¡Y sé humilde, y recuerda que algún día
    te ha de cubrir la tierra que has pisado!


    Francisco Villaespesa



     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    RECUERDO INFANTIL

    Una tarde parda y fría
    de invierno. Los colegiales
    estudian. Monotonía
    de lluvia tras los cristales.

    Es la clase. En un cartel
    se representa a Caín
    fugitivo, y muerto Abel,
    junto a una mancha carmín.

    Con timbre sonoro y hueco
    truena el maestro, un anciano
    mal vestido, enjuto y seco,
    que lleva un libro en la mano.

    Y todo un coro infantil
    va cantando la lección:
    «mil veces ciento, cien mil;
    mil veces mil, un millón».

    Una tarde parda y fría
    de invierno. Los colegiales
    estudian. Monotonía
    de la lluvia en los cristales.


    Antonio Machado




     
  6. Hachiko

    Hachiko Takumi en mi mente

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ERES IMPORTANTE PARA MI...

    Una profesora universitaria inició un nuevo proyecto entre sus alumnos.
    A cada uno les dio cuatro moños de color azul, todos con la leyenda: "Eres importante para mi" y les pidió que se pusieran uno.
    Cuando todos lo hicieron, les dijo que eso era lo que ella pensaba de ellos.

    Luego les explicó de qué se trataba el experimento: tenían que darle un moño a alguna persona que fuera importante para ellos, explicándoles el motivo y dándole los otros moños para que ellos hicieran lo mismo.
    El resultado esperado era ver cuanto podía influir en las personas ese pequeño detalle.

    Todos salieron de esa clase platicando a quién darían sus moños; algunos mencionaban a sus padres, otros a sus hermanos o a sus novios.

    Pero entre aquellos estudiantes, había uno que estaba lejos de casa. Este muchacho había conseguido una beca para esa universidad y al estar lejos de su hogar, no podía darle ese moño a sus padres o sus hermanos.

    Pasó toda la noche pensando a quién daría ese moño, pero al otro día muy temprano tuvo la respuesta. Tenía un amigo, un joven profesional que lo había orientado para elegir su carrera y muchas veces lo asesoraba cuando las cosas no iban tan bien como él esperaba.

    ¡Esa era la solución!. Saliendo de clases se dirigió al edificio donde su amigo trabajaba y en la recepción pidió verlo. A su amigo le extrañó, ya que el muchacho lo iba a ver después de que él salía de trabajar, por lo que pensó que algo malo estaba sucediendo.

    Cuando lo vio en la entrada, sintió alivio de que todo estuviera bien, pero a la vez le extrañaba el motivo de su visita. El estudiante le explicó el propósito de su visita y le entrego tres moños, le pidió que se pusiera uno y le dijo que "al estar lejos de casa, él era el más indicado para portarlo"; el joven ejecutivo se sintió halagado, no recibía ese tipo de reconocimientos muy a menudo y prometió a su amigo que seguiría con el experimento y le informaría de los resultados.

    El joven ejecutivo regresó a sus labores y ya casi a la hora de la salida se le ocurrió una arriesgada idea: Le quería entregar los dos moños restantes su jefe. El jefe era una persona huraña y siempre muy atareada, por lo que tuvo que esperar que estuviera "desocupado".

    Cuando consiguió verlo, su jefe estaba inmerso en la lectura de los nuevos proyectos de su departamento, la oficina estaba repleta de reconocimientos y papeles.
    El jefe sólo gruñó -"¿Qué desea?"-
    El joven ejecutivo le explicó tímidamente el propósito de su visita y le mostró los dos moños. El jefe, asombrado, le preguntó -"¿Porqué cree usted que soy el más indicado para tener ese moño?"-.

    El joven ejecutivo le respondió que él lo admiraba por su capacidad y entusiasmo en los negocios, además que de él había aprendido bastante y estaba orgulloso de estar bajo su mando. El jefe titubeó, pero recibió con agrado los dos moños, no muy a menudo se escuchan esas palabras con sinceridad estando en el puesto en el que él se encontraba.

    El joven ejecutivo se despidió cortésmente del jefe y, como ya era la hora de salida, se fue a su casa.

    El jefe, acostumbrado a estar en la oficina hasta altas horas, esta vez se fue temprano a su casa. En la solapa llevaba uno de los moños y el otro lo guardó en el bolsillo de su camisa.

    Se fue reflexionando mientras manejaba rumbo a su casa. Su esposa se extrañó de verlo tan temprano y pensó que algo le había pasado; cuando le preguntó si pasaba algo anormal, él respondió que no pasaba nada, que ese día quería estar con su familia. Ella se extrañó, ya que su esposo acostumbraba llegar de mal humor.

    El jefe preguntó -"¿Dónde está nuestro hijo?"- ; la esposa sólo lo llamó, ya que estaba en el piso superior de la casa.
    El hijo bajó y el padre sólo le dijo -"¡Acompáñame!"-.
    Ante la mirada extrañada de la esposa, y del hijo, ambos salieron de la casa... (el jefe era un hombre que no acostumbraba gastar su "valioso tiempo" en su familia muy a menudo).

    Tanto el padre como el hijo se sentaron en el porche de la casa. El padre miró a su hijo, quien a su vez lo miraba extrañado. Le empezó a decir que sabía que no era un buen padre, que muchas veces se perdió de aquellos momentos que sabía eran importantes.
    Y luego le expresó que había decidido cambiar, que quería pasar más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía.
    También le mencionó lo de los moños y su joven ejecutivo. Le dijo que lo había pensado mucho, pero quería darle el último moño a él, ya que era lo más importante, lo más sagrado, para él, que el día que nació, fue el más feliz de su vida y que estaba orgulloso de el. Todo esto mientras le prendía el moño que decía: "Eres importante para mí".

    El hijo, con lágrimas en los ojos le dijo: -"Papá, no se qué decir... mañana pensaba suicidarme porque pensé que no te importaba. Te quiero papá, perdóname...."-

    Ambos lloraron y se abrazaron, el experimento de la profesora dio resultado, había logrado cambiar no una, sino varias vidas, con solo expresar lo que sentía....

    Ese es el poder de uno.... Expresar lo que sientes y darle valor a los detalles de la gente que te ama.
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
    Capitulo 22

    EL AMIGO DEL REY

    Fouquet aguardaba con ansiedad, y ya había despedido a algunos servidores y amigos suyos que, anticipándose a la hora de sus acostumbradas recepciones, acudieron a su puerta.

    Cuando Fouquet vio volver a D'Artagnan, y tras éste al obispo de Vannes, su alegría fue tan grande como grande había sido su zozobra. Para el superintendente, la presencia de Aramis era una compensación a la desgracia de ser arrestado.

    El obispo estaba taciturno y grave, y D'Artagnan, trastornado por todo aquel cúmulo de acontecimientos increíbles.

    ––¿Y bien, capitán, me traéis al señor de Herblay?

    ––Y algo mejor todavía, monseñor.

    ––¿Qué?

    ––La libertad.

    ––¿Estoy libre?

    ––Sí, monseñor; por orden del rey.

    Fouquet recobró toda su serenidad para interrogar a Aramis con la mirada.

    ––Dad las gracias al señor obispo de Vannes ––prosiguió D'Artagnan; ––pues a él y a nadie más que a él debéis el cambio del rey.

    Aramis se volvió hacia Fouquet, que no estaba menos pasmado que el mosquetero y le dijo:

    ––Monseñor, el rey me ha encargado que os diga que su amistad para con vos es hoy más firme que nunca, y que la hermosa fiesta que le habéis dado y con tanta generosidad ofrecido, le ha dejado hondamente satisfecho.

    Y Aramis saludó a Fouquet tan ceremoniosamente, que éste, incapaz de comprender una diplomacia tan sutil, quedó sin voz, sin idea, sin movimiento.

    Herblay se volvió hacia el mosquetero, y le dijo con voz meliflua:

    ––Amigo mío, ¿verdad que no olvidaréis la orden del rey concerniente a las prohibiciones que tiene hechas para cuando se levante?

    Estas palabras eran tan claras que D'Artagnan se dio por entendido. Así, pues, saludó a Fouquet y luego a Aramis con respeto algo irónico, y salió.

    Entonces el superintendente se abalanzó a la puerta para cerrarla, y salió.

    ––Mi querido Herblay, creo que ha llegado la hora de que me expliquéis lo que pasa, porque en verdad no entiendo nada.

    ––Todo vais a saberlo ––repuso Aramis sentándose y haciendo sentar a Fouquet.

    ––¿Por dónde hay que principiar?

    ––Por esto. ¿Por qué ha mandado el rey que me pongan en libertad?

    ––Mejor hubierais hecho preguntándome por qué os hizo arrestar.

    ––Desde que lo efectuaron he tenido tiempo de reflexionarlo, y casi juraría que los celos han influido algo. Mi fiesta ha contrariado a Colbert, y Colbert ha hallado contra mí algún plan, el de Belle-Isle, pongamos por caso.

    ––No, todavía no hemos llegado a eso.

    ––¿Por qué?

    ––¿Os acordáis de aquellos resguardos de trece millones que os hizo robar Mazarino?

    ––Sí, ¿y qué?

    ––Que por este lado ya os declaran ladrón.

    ––¡Válgame Dios!

    ––No todo para aquí. ¿Recordáis la carta que escribisteis a La Valiére?

    ––¡Ay! es verdad.

    ––Pues sois traidor y sobornador.

    ––¿Por qué me ha perdonado pues, el rey?

    ––Todavía no hemos llegado a ese punto de nuestra argumentación. Lo que yo quiero es que ante todo quedéis bien impuesto de vuestra situación. El rey sabe que sois malversador de caudales del Estado... ¡Qué diantre!, ya sé yo que no habéis malversado un ardite; pero sea lo que fuere, Su Majestad no ha visto los resguardos, y, por lo tanto, no puede menos de teneros por criminal.

    ––Con todo eso, no veo...

    ––Ya veréis. Además, como el rey ha leído la carta que dirigisteis a La Valiére, no puede caberle duda alguna respecto de vuestros propósitos para con aquélla, ¿no es así?

    ––Sí; pero acabad de una vez.

    ––A eso voy. El rey es, pues, para vos un enemigo capital, implacable, eterno.

    ––De acuerdo. Pero ¿soy por ventura tan poderoso para que, pese al odio que me profesa y a los pretextos que mi debilidad o mi desgracia le proporcionan contra mí, no se haya atrevido a consumar mi perdición?

    ––Queda demostrado, ––prosiguió Aramis con indiferencia, –– que no hay reconciliación posible entre vos y el monarca.

    ––Pero me perdona.

    ––¿Lo creéis así? ––preguntó el obispo fijando una mirada escrutadora en su interlocutor.

    ––Puedo no creer en la sinceridad del corazón, pero sí en la verdad del caso, ––replicó Fouquet. Y al ver que Aramis encogía ligeramente los hombros, añadió: ––Entonces ¿por qué os ha encargado Luis XIV que me dijerais lo que me habéis dicho?

    ––El rey no me ha encargado de nada para vos.

    ––¡De nada! ––exclamó el superintendente en el colmo de la estupefacción. ––Pues ¿y la orden?...

    ––¡Ah! es verdad, ––repuso Aramis con acento tan singular, que Fouquet no pudo menos de estremecerse.

    ––Vos me ocultáis algo, Herblay. ¿Acaso el rey me destierra?

    ––Adivinado.

    ––Me asustáis.

    ––Señal que no habéis adivinado.

    ––¿Qué os ha dicho el rey? En nombre de nuestra amistad no me lo ocultéis.

    ––Nada.

    ––Vais a hacer que me muera de impaciencia, Herblay. ¿Continúo siendo superintendente?

    ––Mientras queráis.

    ––Pero ¿qué singular imperio habéis adquirido de repente en el ánimo de Su Majestad?

    ––Ya lo veis.

    ––Le hacéis obrar a vuestro antojo.

    ––Tal creo.

    ––Es inverosímil.

    ––Así dirán.

    ––Herblay, en nombre de nuestra alianza, de nuestra amistad y de cuanto más querido os sea en el mundo, decidme sin rodeos lo que hay. ¿A qué debéis el haberos impuesto de tal manera en el ánimo del rey? Me consta que no os veía con buenos ojos. Ahora me querrá.

    ––¿Habéis tenido algún negocio particular con él?

    ––Sí.

    ––¿Un secreto, tal vez?

    ––Sí.

    ––¿Tal que pueda haber impreso un nuevo rumbo a las miras de Su Majestad?

    ––Realmente sois un hombre superior. Habéis adivinado. En efecto, he descubierto un secreto capaz de modificar las miras del rey de Francia.

    ––¡Ah! ––repuso Fouquet con la reserva del hombre cortés que no quiere interrogar.

    ––Vais a juzgarlo, ––continuó Aramis, ––y a decirme si me engaño respecto de la importancia de tal secreto.

    ––Pues me hacéis la gran merced de abrirme vuestro corazón, os escucho; pero conste que no he cometido la indiscreción de interrogaros.

    Aramis se recogió un momento. Después miró profundamente a Fouquet que estaba mudo, admirado, confundido y con grave acento le contó la historia del desgraciado Felipe.

    ––¡Oh! ¡Dios mío! ¡qué extraña aventura! ––dijo al fin Fouquet.

    ––Todavía no hemos llegado al fin. Paciencia, amigo mío.

    ––La tendré.

    ––Dios envió al oprimido un vengador, o, si lo preferís, un apoyo. Sucedió, pues, que el soberano reinante... Opináis como yo, ¿no es verdad? Prosigo, pues Dios permitió que el usurpador tuviese por primer ministro un hombre de talento y de gran corazón y sobre esto, animoso.

    ––Está bien, está bien ––dijo Fouquet. ––Comprendo, habéis contado conmigo para que os ayude a reparar la injusticia de que ha sido víctima el pobre hermano de Luis XIV. Habéis hecho bien; os ayudaré. Gracias, Herblay, gracias.

    ––Nada de eso, pero... si no me dejáis concluir, ––exclamó Aramis con impasibilidad.

    ––Me callo.

    ––Decía, pues, que el soberano reinante cobró aversión a su ministro, el señor Fouquet, el cual se veía amenazado en su fortuna, en su libertad y quizá también en su vida, por la intriga y el odio, a los que prestó oído el rey. Pero Dios permitió, asimismo, para la salvación del príncipe sacrificado, que el señor Fouquet tuviese a su vez un amigo devoto, conocedor del secreto de Estado, y con aliento bastante para publicar aquel secreto después de haberlo tenido para aguardarle por espacio de veinte años en su corazón.

    ––No digáis más, ––repuso Fouquet ardiendo en ideas generosas; ––os comprendo y lo adivino todo. Al saber que yo estaba arrestado, os habéis abocado con el rey, al ver que vuestras súplicas no le ablandaban. le habéis amenazado con revelar el secreto, y Luis XIV, asustado, ha concedido al terror lo que había negado a vuestra generosa intercesión. Comprendo, comprendo, vos tenéis en el puño al rey; comprendo.

    ––Ni pizca, ––replicó Aramis. A fe, no valía la pena de que me interrumpierais otra vez. Además, y con perdón sea dicho, descuidáis demasiado la lógica y no hacéis el uso debido de vuestra memoria.

    ––¿Por qué?

    ––¿En qué he basado yo el principio de nuestra conversación?

    ––En el odio que me profesa Su Majestad, odio invencible, pero ¿qué odio es capaz de resistir a la amenaza de tal revelación?

    ––Aquí es donde falsea vuestra lógica. ¡Cómo! ¿vos creéis que de haber hecho yo tal revelación, estaría vivo en esta hora?

    ––Apenas hace diez minutos que os habéis separado del rey.

    ––¿Y qué? no hubiera tenido tiempo de hacerme matar; pero sí el suficiente para hacerme amordazar y sepultar en una mazmorra. Vaya, más firme en el raciocinio, ¡voto a mil bombas!

    Por tal exclamación del mosquetero, resbalón de un hombre que siempre caminaba con pies de plomo, Fouquet pudo comprender a qué grado de exaltación había llegado el sereno y reservado obispo de Vannes.

    ––Además, ––continuó éste último después de haberse calmado, ––¿sería yo quien soy, un amigo verdadero, si a vos a quien ya el rey os odia, os expusiera a ser juguete de una pasión todavía terrible de aquél? Que le hubierais robado la hacienda y galanteado a su concubina, ¡pase! Pero tener en vuestras manos su corona y su honra, primero os arrancaría el corazón con sus propias uñas.

    ––¿Luego no le habéis dejado entrever el secreto?

    ––Antes me hubiera tragado todos los venenos que Mitrídates se bebió en el espacio de veinte años para ver si de esta suerte conseguía no morirse.

    ––¿Qué habéis hecho pues?

    ––Ahí está el quid, monseñor. Paréceme que voy a despertar vuestra curiosidad. ¿Continuáis prestándome oído atento?

    ––¡Pues no he de escucharos! Decid.

    Aramis dio una vuelta alrededor del aposento para cerciorarse de que nadie podía escuchar, y luego se volvió a sentar junto al sillón en el cual Fouquet aguardaba con profunda ansiedad sus revelaciones.

    ––Había olvidado haceros sabedor de una particularidad notable referente a los mellizos de que estamos hablando, ––repuso Aramis, ––y es que Dios los ha criado tan semejantes entre sí, que únicamente él, si les citara ante el tribunal, los podría distinguir uno de otro. Ana de Austria, con ser madre de ellos, no lo conseguiría.

    ––¡Es imposible! ––exclamó Fouquet.

    ––Nobleza de facciones, andar, estatura, voz, todo en ellos es igual.

    ––Pero ¿y el pensamiento, la inteligencia, la ciencia de la vida?

    ––En esto hay desigualdad, monseñor. El preso de la Bastilla es incontestablemente superior a su hermano, y si la pobre víctima pasase de la prisión al trono, tal vez desde su origen Francia no habría tenido un soberano más grande en cuanto a la inteligencia y a la nobleza de carácter.

    Fouquet bajó la frente bajo el peso de aquel secreto terrible.

    ––También hay desigualdad para vos entre los dos gemelos hijos de Luis XIII, ––repuso Aramis acercándose al superintendente y prosiguiendo su obra de tentación; ––y la desigualdad, en este punto, está en que el último nacido no conoce a Colbert.

    Fouquet se levantó con las facciones pálidas y alteradas. La saeta había dado en el blanco, pero no en el corazón, sino en el alma.

    ––Ya, ––dijo el superintendente, ––me proponéis una conspiración.

    ––Casi, casi.

    ––Una tentativa de esas que cambian la faz de los imperios, como me habéis dicho al principio de esta conversación.

    ––Pero, ––replicó Fouquet después de penoso silencio, ––vos no habéis reflexionado que esta revolución política es para trastornar a todo el reino, y que para arrancar de cuajo el árbol de infinitas raíces a que llaman un rey y sustituirlo por otro, nunca estará la tierra lo suficientemente apelmazada para que el nuevo soberano quede al abrigo del viento de la borrasca pasada y de las oscilaciones de su propio cuerpo.

    Aramis volvió a sonreírse.

    ––Tened en cuenta ––continuó Fouquet enardeciéndose con la eficacia del talento que concibe un proyecto y lo madura en pocos segundos, y con la amplitud de miras del que prevé todas las consecuencias y abarca todos los resultados; ––tened en cuenta que debemos convocar a la nobleza, al clero y al estado llano; destruir al príncipe reinante, turbar con un escándalo inaudito la tumba de Luis XIII, perder la vida y la honra de Ana de Austria, y la vida y la paz de María Teresa, y que hecho esto, si lo conseguimos...

    ––Por mí fe que no os comprendo, ––replicó Aramis con indiferencia. ––De cuantas palabras acabáis de verter no aprovecha ni una.

    ––¡Cómo! ––exclamó con admiración el superintendente, ––¿un hombre como vos no discute en el terreno de la práctica? ¿Os limitáis a la alegría pueril de una ilusión política? ¿Prescindís de las alternativas de la ejecución, es decir, de la realidad?

    ––Amigo mío, ––replicó Aramis dando un acento de familiaridad desdeñosa al calificativo, ––¿qué hace Dios para sustituir a un rey por otro?

    ––¡Dios! ––prorrumpió Fouquet, ––Dios delega a su agente, que toma al condenado, se lo lleva y hace sentar al triunfador en el trono vacío.
    Continua


     
  8. clause

    clause Claudia

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    Del libro de "DON QUIJOTE DE LA MANCHA"
    SONETOS
    Del burlador, académico argamasillesco, a Sancho Panza

    Sancho Panza es aquéste, en cuerpo chico,
    pero grande en valor, ¡milagro extraño!
    Escudero el más simple y sin engaño
    que tuvo el mundo, os juro y certifico.

    De ser conde no estuvo en un tantico,
    si no se conjuraran en su daño
    insolencias y agravios del tacaño
    siglo, que aun no perdonan a un borrico.

    Sobre él anduvo -con perdón se miente-
    este manso escudero, tras el manso
    caballo Rocinante y tras su dueño.

    ¡Oh vanas esperanzas de la gente;
    cómo pasáis con prometer descanso,
    y al fin paráis en sombra, en humo, en sueño!

    Miguel de Cervantes Saavedra


     
  9. clause

    clause Claudia

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    LA LLUVIA

    Bruscamente la tarde se ha aclarado
    Porque ya cae la lluvia minuciosa.
    Cae o cayó. La lluvia es una cosa
    Que sin duda sucede en el pasado.

    Quien la oye caer ha recobrado
    El tiempo en que la suerte venturosa
    Le reveló una flor llamada rosa
    Y el curioso color del colorado.

    Esta lluvia que ciega los cristales
    Alegrará en perdidos arrabales
    Las negras uvas de una parra en cierto

    Patio que ya no existe. La mojada
    Tarde me trae la voz, la voz deseada,
    De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

    Jorge Luis Borges
     
  10. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ...esta me la enseñaron en el cole!
    que recuerdos
    :razz:
     
  11. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    (viene de la página 79)

    -Hoy es día de mucho trabajo, te lo aseguro -añadió Coretti-;
    por eso tengo que hacer los deberes de clase a ratos y como
    pueda. Estaba escribiendo las oraciones gramaticales que nos
    ha mandado cuando tuve que parar para despachar lo que me
    pedía la gente. Al reanudar el trabajo, se ha presentado el carro.
    Esta mañana ya he ido dos veces al mercado de leña, que está
    en la plaza de Venecia. Tengo las piernas que no me las siento,
    y las manos hinchadas. Menos mal que no he de hacer ningún
    dibujo. ¡Para eso estoy yo ahora! -y mientras hablaba iba
    barriendo las hojas secas y las pajillas que rodeaban el montón.
    -¿Y dónde haces los deberes, Coretti? -le pregunté.

    -Aquí no, desde luego -respondió-; ven a verlo.
    En seguida me llevó a una habitación en el interior del almacén,
    'que servía de cocina y de comedor, con una mesa a un lado,
    donde había libros y cuadernos y estaba el trabajo empezado.
    -Precisamente aquí -dijo- he dejado en el aire la segunda respuesta:
    con el cuero se hacen zapatos, cinturones...; ahora añadiré maletas.
    -Y, tomando la pluma, se puso a escribir con su buena caligrafía.
    -¿No hay nadie? -se oyó gritar en aquel instante a la entrada del
    almacén.

    -Allá voy -respondió Coretti. Y saltó de allí. Pesó la leña, la cobró
    y corrió a un lado para apuntar la venta en un cuaderno. Después
    volvió a su trabajo escolar, diciendo:
    -A ver si me dejan acabar el período. -Y escribió: bolsas de viaje
    y mochilas para los soldados.
    -¡Ay! ¡Se me está saliendo el café! -gritó de pronto y corrió al fogón
    para apartar la cafetera del fuego. Luego añadió:- Es el café para
    mamá; he tenido que aprender a hacerlo. Espera un poco y se lo
    llevaremos; así te verá y se alegrará. Hace siete días que está en
    cama. ¡Accidentes del verbo! Siempre me quemo los dedos con esta
    dichosa cafetera. ¿Qué he de poner después de las mochilas para los
    soldados? Hace falta más, pero no se me ocurre de momento.
    Ven a ver a mamá.
    Abrió una puerta y entramos en otro aposento pequeño, donde estaba
    la madre de Coretti en una cama grande, con un pañuelo blanco en la
    cabeza.

    -Aquí tienes tu café, mamá -dijo Coretti, ofreciéndole la taza-. Este
    chico es un compañero mío de la escuela.
    -¡Cuánto me alegro! -me dijo la mujer-; acostumbras a visitar a los
    enfermos, ¿no es verdad?
    Entretanto Coretti arreglaba las almohadas que tenía su madre por
    detrás, componía la ropa de la cama, atizaba el fuego y echaba al
    gato de la cómoda. (continúa)
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    Si ,es hermosa , a mi también me recordó el cole!!!:razz: :razz:
     
  13. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Seguro!, es así hachiko ese poder está en nosotros...
    no en los demás, así funciona el sistema de los afectos! :razz:
    gracias por traernos esta esta enseñanza!
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


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    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO

    Capítulo 22 Continuación

    ––Pero olvidáis que aquel agente es la muerte...

    ––¡Oh Dios! ¿acaso alentaríais la intención?...

    ––Nada de eso, monseñor. Vais más allá del fin. ¿Quién os habla de matar a Luis XIV? ¿quién de seguir el ejemplo de Dios en la estricta práctica de sus obras? No. Lo que yo quise deciros es que Dios hace las cosas sin trastorno, sin escándalo, sin esfuerzos, y que los hombres inspirados por Dios triunfan como él en cuanto emprenden, intentan y hacen.

    ––¿Qué queréis decir?

    ––Quiero decir, amigo mío, ––prosiguió Aramis, ––que si ha habido trastorno, escándalo, y aún esfuerzo en la sustitución del rey por el preso, os reto á que me lo probéis.

    ––¿Cómo? ––exclamó Fouquet, más blanco que el pañuelo con que se enjugaba las sienes. ––¿Qué decís?...

    ––Entrad en el dormitorio del rey, ––continuó Aramis con pasmosa tranquilidad, ––y no obstante estar vos en autos, os reto a que advirtáis que el preso de la Bastilla está acostado en la cama de su hermano.

    ––Pero ¿y el rey? ––preguntó Fouquet sobrecogido de horror al oír tal nueva.

    ––¿Qué rey? ––dijo Aramis con voz suave, ––¿el que os odia o el que os quiere?

    ––El rey... de ayer.

    ––Tranquilizaos; ha ido a tomar en la Bastilla el puesto que por espacio de demasiado tiempo ha ocupado su víctima. ––¡Dios de Dios! ¿Y quién le ha llevado a la Bastilla?

    ––Yo.

    ––¡Vos!

    ––Sí, y del modo más sencillo. Esta noche le he secuestrado, y mientras él bajaba a la obscuridad, el otro subía a la luz. Paréceme que eso no ha levantado el más leve ruido. Un relámpago sin trueno no despierta a nadie.

    Fouquet lanzó un grito sordo, como si un ser invisible hubiese descargado sobre él un golpe terrible, y, tomándose la cabeza con las crispadas manos, murmuró:

    ––¿Vos habéis hecho eso?

    ––Con bastante destreza. ¿Qué? ¿no lo creéis?

    ––¿Vos habéis destronado al rey y reducido a prisión?

    ––Sí.

    ––¿Y la acción se ha consumado aquí, en Vaux?

    ––Sí, en la cámara de Morfeo. No parece sino que la construyeron en previsión de semejante acto.

    ––¿Y cuándo ha pasado eso?

    ––Esta noche.

    ––¡Esta noche!

    ––Entre doce y una.

    ––¡En Vaux! ¡en mi casa! ––prorrumpió Fouquet con voz atragantada.

    ––Sí, en vuestra casa, que bien vuestra es desde que Colbert no puede hacer que os la roben.

    ––¡Conque ha sido en mi casa donde se ha cometido tamaño crimen!

    ––¡Crimen! ––repuso Aramis con estupefacción.

    ––¡Crimen abominable! ––prosiguió Fouquet exaltándose por momentos, ––¡crimen más execrable que un asesinato! ¡crimen que para siempre deshonra mi nombre y me libra al horror de la posteridad!

    ––Estáis delirando, caballero, ––replicó el obispo con voz no muy firme. ––Cuidado con levantar tanto la voz.

    ––La levantaré de tal suerte, que me oirá el universo entero.

    ––Señor Fouquet, ved lo que hacéis.

    ––Sí, ––exclamó el superintendente volviéndose hacia el prelado y mirándole cara a cara, ––al cometer esa traición, ese crimen contra mi huésped, contra aquel que descansaba tranquilamente bajo mi techo, me habéis deshonrado. ¡Ay de mí!

    ––¡Ay de aquel que bajo vuestro techo meditaba la ruina de vuestra fortuna y de vuestra vida! ¿Olvidáis eso?

    ––¡Era mi huésped, era mi rey!

    ––¿Estoy con un insensato? ––repuso Aramis levantándose, con los ojos sanguinolentos y la boca convulsiva.

    ––No, sino con un hombre honrado.

    ––¡Loco!

    ––Con un hombre que os impedirá que consuméis vuestro crimen.

    ––¡Loco!

    ––Con un hombre que prefiere mataros y morir a que consuméis su deshonor.

    Y Fouquet se abalanzó a su espada puesta por D'Artagnan a la cabecera de la cama, y la blandió con resolución.

    Aramis arrugó el ceño, y se metió la diestra en la pechera como buscando un arma. Aquel ademán no pasó inadvertido a Fouquet, que noble y soberbio en su magnanimidad, arrojó lejos de sí su espada, que fue a parar al pasillo de la cama, y se acercó a Herblay hasta tocarle el hombro con su desarmada mano.

    ––Caballero, ––dijo el superintendente, ––me sería grato morirme en este instante para no sobrevivir a mi oprobio; si todavía sentís por mí alguna amistad, por favor, quitadme la vida. Aramis permaneció silencioso e inmóvil.

    ––¿No me respondéis?

    Herblay levantó pausadamente la cabeza, y por sus pupilas cruzó un nuevo rayo de esperanza.

    ––Reflexionad en lo que nos espera, monseñor, ––dijo el prelado. ––Queda satisfecha la justicia, el rey vive aún, y su prisión os salva la vida.

    ––Podéis haber obrado en mi provecho ––repuso Fouquet, –– pero no acepto vuestro servicio. Sin embargo, no quiero causar vuestra perdición. Salid inmediatamente de esta casa.

    Aramis apagó el rayo que emanaba de su quebrantado corazón.

    ––Soy hospitalario para todos, ––continuó Fouquet con inefable majestad; ––tan seguro estáis vos de no veros sacrificado, como aquel de quien habíais consumado la perdición.

    ––Lo seréis vos, ––replicó Herblay con voz sorda y profética; ––lo seréis vos, lo seréis vos.

    ––Acepto el augurio, señor de Herblay; pero nada me detendrá. Vais a salir de Vaux, de Francia; os concedo cuatro horas para que os pongáis a cubierto de la persecución del rey.

    ––¿Cuatro horas? ––dijo Aramis con voz de zumba y de incredulidad.

    ––Sí; dentro del plazo que os fijo nadie os perseguirá. Luego llevaréis cuatro horas de delantera a cuantos el rey envíe a vuestro alcance.

    ––¡Cuatro horas! ––repitió Aramis sonrojándose.

    ––Son más que las que se necesitan para embarcaros y llegar a Belle-Isle, que os doy por refugio.

    ––¡Ah! ––murmuró el prelado.

    ––Belle-Isle es mía para vos, como Vaux es mío para el rey. Marchaos, Herblay, y tened por seguro que mientras yo aliente, no tocarán en uno de vuestros cabellos.

    ––Gracias, ––dijo Aramis con terrible ironía.

    ––Marchaos, pues, y dadme la mano para que ambos corramos, vos, a la salvación de vuestra vida, yo, a la salvación del rey. Aramis sacó de su seno la mano que en él escondió. Estaba teñida en su sangre, arrancada de su pecho con sus uñas, como para castigar a la carne por haber dado vida a tantos proyectos, más vanos, más insensatos, más perecederos que la vida del hombre.

    Fouquet sintió horror y compasión, y tendió los brazos a Herblay.

    ––No traía armas, ––dijo éste, huraño y terrible como el espectro de Dido.

    Y sin tocar la mano de Fouquet, desvió la mirada y retrocedió dos pasos.

    Las últimas palabras del prelado fueron una imprecación; su último ademán un anatema escrito por su enrojecida mano, con la que salpicó con algunas gotas de sangre el rostro del superintendente.

    Después, ambos se abalanzaron fuera del aposento por la escalera secreta que conducía a los patios interiores.

    Fouquet ordenó que engancharan sus mejores caballos; Aramis se detuvo al pie de la escalera que conducía al cuarto de Porthos.

    Mientras la carroza de Fouquet salía del patio principal a galope tendido, Herblay decía entre sí:

    ––¿Partiré solo? ¿avisaré al príncipe?... ¡Oh rabia!... Si aviso al príncipe, ¿qué hago?... Partir con él ... arrastrar conmigo y a todas partes ese testimonio acusador... La guerra... la guerra civil, implacable... Sin recursos ¡ay!... ¡Imposible!... ¿Qué va a hacer sin mí?... ¡Ah! sin mí va a derrumbarse como yo... ¿Quién sabe?... ¡Cúmplase su destino!... ¿No estaba condenado? pues continúe siéndolo... ¡Dios!... ¡Demonio!... sombrío y mofador poder a que llaman ingenio del hombre, no eres más que un soplo incierto, más inútil que el viento en la montaña, te nombras acaso, y no eres nada, lo abrasas todo con tu aliento, levantas las peñas, y aún la montaña, y de improviso te desmenuzas ante la cruz de madera tras la cual vive otro poder invisible... que tal vez tú negabas, y que se venga de ti, y te reduce a polvo sin designarse siquiera decirte cómo se llama... ¡Perdido!... ¡Estoy perdido!... ¿Qué hacer?... ¿Iré a Belle-Isle? ... Sí... ¡Y Porthos, que va a quedarse aquí, y a hablar, y a contárselo todo a todos! ¡Porthos, que tal vez va a padecer!... No, yo no quiero que Porthos padezca. Es uno de mis miembros; su dolor es mi dolor... Porthos partirá conmigo, seguirá mi destino, fuerza es que lo siga.

    Y temeroso de encontrar a alguien a quien su precipitación pudiera parecer sospechosa, Aramis subió la escalera sin ser visto.

    Porthos apenas regresado de París, dormía ya el sueño del justo. Su gigantesco cuerpo olvidaba la fatiga, así como su cerebro el pensamiento.

    Aramis entró ligero como un espectro, apoyó su nerviosa mano en el hombro del gigante, y dijo en voz alta:

    ––Porthos, levantaos.

    Porthos se levantó y abrió los ojos antes de haber abierto su inteligencia.

    ––¡Partimos, ––dijo Aramis.

    ––¡Ah! ––exclamó el gigante.

    ––A caballo y más veloces que nunca.

    ––¡Ah! ––replicó Porthos.

    ––Vestíos.

    Aramis ayudó a su amigo a vestirse, y le metió en el bolsillo su dinero y sus diamantes.

    En esto un ligero ruido llamó la atención de Herblay, y al volverse y al ver a D'Artagnan en el vano de la puerta, se estremeció.

    ––¿Qué diablos estáis haciendo ahí tan conmovido? ––preguntó el mosquetero.

    ––¡Chitón! ––dijo el gigante.

    ––Partimos en comisión, ––añadió el obispo.

    ––¡Qué dichosos sois! ––repuso D'Artagnan.

    ––¡Valiente dicha! ––dijo Porthos. ––Me estoy cayendo de fatiga, y en verdad preferiría dormir; pero el servicio del rey...

    ––¿Habéis visto al señor Fouquet? ––preguntó Aramis al gascón.

    ––Sí, hace poco, en su carroza.

    ––¿Qué os ha dicho? Adiós.

    ––¿Nada más?

    ––¿Qué más queríais que me dijese?

    ––Escuchad, ––dijo Aramis abrazando al mosquetero, ––vuelve a brillar el sol para vos: en adelante no tendréis que envidiar a nadie.

    ––¡Bah!

    ––Os predigo para hoy un acontecimiento que mejorará en tercio y quinto vuestro estado.

    ––¿De veras?

    ––Ya sabéis que yo estoy al corriente de noticias.

    ––Sí, sé.

    ––Porthos, ¿estáis?

    ––Partamos, ––exclamó el gigante.

    ––Y abracemos a D'Artagnan, ––añadió Aramis.

    ––Con toda el alma ¿Y los caballos?

    ––No faltan aquí, ––repuso el gascón. ––¿Queréis el mío?

    ––Gracias, Porthos tiene su caballeriza. Adiós D'Artagnan.

    Los dos fugitivos subieron sobre sendos caballos y en presencia del capitán de mosqueteros, que tuvo el estribo a Prothos y acompañó a sus amigos con la mirada hasta que los hubo perdido de vista.

    ––En otro tiempo, ––murmuró D'Artagnan, ––hubiera dicho que esos hombres huían; pero en la actualidad está tan cambiada la política, que a eso le llaman ir en comisión. En buena hora sea. Vamos a nuestros quehaceres.

    Y el gascón entró filosóficamente en su alojamiento.



     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    MI CORAZON

    Mi corazón, temblando, con latidos me dice:
    -¿Por qué, por qué, me entregas al primero que pasa
    y dejas que una mano ciega me martirice,
    o me suelte lo mismo que si fuera una brasa?

    ¿Cómo no ves que nadie quiere llevar mi peso,
    que nadie retribuye mi impávido cariño?
    Me destrozan mis alas amorosas, y en eso
    soy semejante a un pájaro que está en manos de un niño…

    ¡Si supieras!... Hay seres que me dan contra el suelo,
    hay otros que me hielan, y otros se divierten…
    Como soy tan confiado, causo mucho recelo;
    Quienes mejor me tratan son los que no me advierten.

    ¿No sabes que padezco? ¿no sufres mi tristeza
    desesperante y larga? ¡Si ya no puedo más!...
    Aumenta mi infortunio, con mi delicadeza.
    ¿Por qué me das a todos, por qué, por qué me das?-

    Siento en mí, cual gotera, su honda palpitación;
    sus latidos son lágrimas que casi no contengo;
    y le digo muy bajo: - Corazón, corazón,
    yo te doy porque tú eres lo más bello que tengo

    Pedro Miguel Obligado