Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ALL OUR YESTERDAYS Quiero saber de quién es mi pasado. ¿De cuál de los que fui? ¿Del ginebrino que trazó algún hexámetro latino que los lustrales años han borrado? ¿Es de aquel niño que buscó en la entera biblioteca del padre las puntuales curvaturas del mapa y las ferales formas que son el tigre y la pantera? ¿O de aquel otro que empujó una puerta detrás de la que un hombre se moría para siempre, y besó en el blanco día la cara que se va y la cara muerta? Soy los que ya no son. Inútilmente soy en la tarde esa perdida gente. Jorge Luis Borges
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas DE QUE NADA SE SABE La luna ignora que es tranquila y clara y ni siquiera sabe que es la luna; la arena, que es la arena. No habrá una cosa que sepa que su forma es rara. Las piezas de marfil son tan ajenas al abstracto ajedrez como la mano que las rige. Quizá el destino humano de breves dichas y de largas penas es instrumento de otro. Lo ignoramos; darle nombre de Dios no nos ayuda. Vanos también son el temor, la duda y la trunca plegaria que iniciamos. ¿Qué arco habrá arrojado esta saeta que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta? Jorge Luis Borges
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Alejandro Dumas EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO Capitulo 41 LAS EXPLICACIONES DE ARAMIS ––Lo que voy a deciros, amigo Porthos, ––dijo Herblay, ––va a sorprenderos, pero también a instruiros. ––Prefiero quedar sorprendido, ––repuso con benevolencia Porthos; ––no os andéis con miramientos. Soy duro para las emociones; nada temáis, pues. ––Es difícil, Porthos... porque en verdad, os repito que tengo que deciros cosas muy singulares, muy extraordinarias. ––Os expresáis tan bien, mi querido amigo, que me pasaría días enteros escuchando. Hacedme, pues, la merced de explicaros, y... se me ocurre una idea: para facilitaros el trabajo, para ayudaros a decirme esas cosas, voy a interrogaros. ––Muy bien. ––¿Por qué vamos a pelear, mi querido Aramis? ––Como me hagáis pregunta como esa, no me ayudaréis en nada; todo lo contrario; pues precisamente es ese el nudo gordiano. Mirad, amigo mío, con un hombre generoso y abnegado como vos, lo mejor es hablar. Os he engañado, mi buen amigo. ––¿Vos me habéis engañado? ––Sí. ––¿Lo hicisteis por mi bien? ––Así lo creí con toda sinceridad. ––Entonces, ––repuso el probo señor de Bracieux, ––me habéis hecho una merced y os lo agradezco, porque si vos no me hubieseis engañado, pudiera yo haberme engañado a mí mismo. ¿Y en qué me habéis engañado, Aramis? ––En que yo servía al usurpador, contra quien Luis XIV dirige en este momento todos sus esfuerzos. ––Y el usurpador, ––repuso Porthos rascándose la frente, –– es... No comprendo bastante bien. ––Uno de los dos reyes que se disputan la corona de Francia. ––Ya. Eso quiere decir que servíais al que no es Luis XIV. ––Esto es. ––De lo cual se sigue... ––Que somos rebeldes, mi buen amigo. ––¡Diantre! ¡diantre!... ––exclamó Porthos contrariado en sus esperanzas. ––Calmaos, ––repuso Herblay, ––hallaremos manera de ponernos en salvo. ––No es eso lo que me inquieta, ––replicó Porthos; ––lo que se me atraganta es el maldito calificativo de rebelde, y así el ducado que me prometieron... ––Tenía que dároslo el usurpador. ––No es lo mismo, Aramis, ––repuso majestuosamente el gigante. ––Como solamente habría dependido de mí, habríais sido príncipe. ––He ahí en lo que habéis hecho mal en engañarme, ––replicó el señor de Bracieux royéndose las uñas con melancolía; ––porque yo contaba con el ducado que se me ofreció, y en serio, pues sabía que erais hombre de palabra. ––¡Pobre Porthos! Perdonadme por caridad. ––¿Así, pues, estoy del todo enemistado con Luis XIV? ––insinuó Porthos sin responder al ruego del obispo de Vannes. ––Dejad en mis manos este asunto; os prometo arreglarlo. Yo cargaré con todo. ––¡Aramis!. .. ––Dejadme hacer, repito, Porthos. Nada de falsa generosidad ni de abnegación importuna. Vos ignorabais en todo mis proyectos, y si algo habéis hecho, no ha sido por vos mismo. En cuanto a mí, es muy distinto: soy el único autor de la conjuración; y como tenía necesidad de mi compañero inseparable, os envié a buscar y vinisteis, fiel a vuestra antigua divisa: “Todos para uno, cada uno para todos”. Mi crimen está en haber sido egoísta. ––Aprueba lo que acabáis de decirme, ––repuso Porthos. –– Puesto que habéis obrado únicamente por vos, nada puedo echaros en cara. ¡Es tan natural el egoísmo! Dicha esta frase sublime, Porthos estrechó cordialmente la mano a Aramis, que en presencia de aquella candorosa grandeza de alma se sintió pequeño. Era la segunda vez que se veía forzado a doblegarse ante la superioridad real del corazón, mucho más poderosa que el esplendor de la inteligencia, y respondió a la generosa caricia de su amigo con una muda y enérgica presión. ––Ahora que nos hemos explicado claramente, ––repuso Porthos, ––y sé cuál es mi situación ante Luis XIV, creo que ha llegado el momento de que me hagáis comprender la intriga política de que somos víctimas, porque yo veo que bajo todo eso existe una intriga política. ––Como va a venir D'Artagnan, ––contestó Aramis, ––él os la contará en detalle, mi buen Porthos. Yo estoy transido de dolor, muerto de pesadumbre y necesito de toda mi presencia de ánimo y de toda mi reflexión para salvaros del mal paso en que con tanta imprudencia os he metido; pero ya conocemos nuestra situación; ahora al rey Luis XIV no le queda más que un enemigo, y ese enemigo soy yo, sólo yo. Os traje a mí, me seguisteis, y hoy os devuelvo la libertad para que volváis a vuestro príncipe. Ya veis que el camino es fácil. ––Entonces, ––replicó Porthos con admirable buen sentido, –– ¿por qué si nuestra situación es tan buena, preparamos cañones, mosquetes y toda clase de aparatos de guerra? más sencillo sería decir al capitán D'Artagnan: “Amigo mío, nos hemos equivocado, y hay que dejar las cosas como estaban; abridnos la puerta, dejadnos pasar, y buenos días”. ––Veo una dificultad. ––¿Cuál? ––Dudo que D'Artagnan venga con tales órdenes, y nos veremos obligados a defendernos. ––¡Bah! ¿Defendernos contra D'Artagnan? ¡Qué locura! ¿Contra el buen D'Artagnan?... ––No raciocinemos como niños, ––dijo Herblay sonriéndose con cierta tristeza; ––en el consejo y en la ejecución, seamos hombres. ¡Hola! desde el puerto llaman con la bocina a una embarcación. Atención, Porthos, mucha atención. ––Será D'Artagnan ––dijo Porthos con voz atronadora y acercándose al parapeto. ––Yo soy, ––respondió el capitán de mosqueteros saltando con ligereza a los escalones del muelle y subiendo con presteza hasta la pequeña explanada donde le aguardaban sus dos amigos. Al saltar en tierra D'Artagnan, Porthos y Aramis vieron a un oficial que seguía al gascón como la sombra sigue al cuerpo. El capitán se detuvo en las gradas del muelle, en medio de su camino, y el compañero le imitó: ––Haced retirar la gente, ––dijo D'Artagnan a Porthos y a Aramis; ––fuera del alcance de la voz. Porthos dio la orden, que fue ejecutada inmediatamente. Entonces el gascón se volvió hacia su seguidor y le dijo: ––Caballero, ya no estamos en la flota del rey, donde y en virtud de ciertas órdenes, me habéis hablado con tal arrogancia hace poco. ––Señor de D'Artagnan, ––replicó el oficial, ––no he hecho más que obedecer sencilla, aunque rigurosamente, lo que me han mandado. Me han dicho que os siguiera, y os sigo; que no os dejara comunicar con persona alguna sin que yo me entere de lo que hacéis, y me entero. D'Artagnan se estremeció de cólera, y Porthos y Aramis, que oían aquel diálogo, se estremecieron también, pero de inquietud y de temor. El mosquetero se mordió el bigote con la rapidez que en él era significativa de una exasperación terrible, y en voz más baja y tanto más acentuada, cuanto simulaba una calma profunda y se henchía de rayos, dijo: ––Caballero, al enviar yo un bote aquí, os habéis empeñado en saber lo que escribía yo a los defensores de Belle-Isle, y en cuanto me habéis exhibido una orden, os he mostrado el billete; luego, al regresar a bordo el patrón portador de la respuesta de estos caballeros, ––añadió D'Artagnan designando con la mano a Herblay y a Porthos, ––habéis oído todo cuanto ha dicho el mensajero. Esto entra en las órdenes que habéis recibido y seguido puntualmente, ¿no es verdad? ––Sí, señor, ––respondió el oficial, ––pero... ––Cuando he manifestado la intención de venir a Belle-Isle, –– prosiguió D'Artagnan amostazándose cada vez más, ––habéis exigido acompañarme y he accedido sin oposición. Ya estáis en Belle-Isle, ¿no es así? ––Sí, señor, pero... ––Pero... no se trata ya del señor Colbert o de quien os haya dado la orden de la que seguís las instrucciones, sino de un hombre que estorba al señor de D'Artagnan, y con él se encuentra solo en las gradas de una escalera bañada por treinta pies de agua salada; lo cual es una mala posición para el hombre ese, os lo advierto. ––Si os estorbo, señor de D'Artagnan, ––dijo con timidez el oficial, ––mi servicio es el que... ––Vos o quienes os envían habéis tenido la desgracia de hacerme un insulto; y como no puedo volverme contra los que os apoyan, porque no los conozco o están demasiado lejos, os juro que si dais un paso más tras mí al levantar yo el pie para subir al encuentro de aquellos señores... os juro, repito, que de un tajo os parto el cráneo y os arrojo al agua, y sea lo que sea. Sólo he montado en cólera seis veces en mi vida, y cada una ha costado la vida a un hombre. ––Vuestra merced hace mal en obrar contra mi consigna, –– repuso con sencillez el oficial, inmóvil y palideciendo ante la que se persignó y echó tras el mosquetero. ––¡Cuidado, D'Artagnan, cuidado! ––dijeron desde lo alto del parapeto Porthos y Aramis, hasta entonces mudos y conmovidos. D'Artagnan les hizo callar con un ademán, levantó un pie con espantosa calma para subir un escalón, y, con la espada en la mano, se volvió para ver si le seguía el oficial, que se signó y echó tras el mosquetero. Porthos y Aramis, que conocían a D'Artagnan, dieron un grito y se lanzaron para detener el golpe que ya creían seguro; pero el gascón pasó su espada a la mano izquierda, y con voz conmovida dijo al oficial: ––Sois un valiente, y como tal vais a comprender mejor lo que ahora os diré, que lo que os dije antes. ––Os escucho, señor de D'Artagnan, ––dijo el bravo oficial. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas CANCIÓN ÚLTIMA Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa con su ruidosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza. Miguel Hernández
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ¡Hola amigas Maia y Clause! Como la mayoría de los días aún a estas horas estoy trabajando y termino de encontrar en Internet una historia muy sencilla, que tal vez no pueda compararse a las que se pueden leer siempre en este Post, pero me trajo a la mente la controversia suscitada hace unos días con cierto nuevo forero desubicado y en extremo maleducado que pasó por el hilo de Historias de Navidad: "El Caracol y el Rosal" Nada ha cambiado. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas y eso es todo lo que hace. Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra, el caracol se escondió bajo el suelo. Luego comenzó una nueva estación y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo. -Ahora ya eres un rosal viejo -dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco… ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte? -Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello. -Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra? -No -contestó el rosal-. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante! Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa. -Tu vida fue demasiado fácil -dijo el caracol. -Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día. -No, no, de ningún modo -dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo. -¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle? -¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los castaños produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa. Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló. -¡Qué pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida. Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él. Y pasaron los años. El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido… Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos. ¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena, siempre sería la misma... Autor: Hans Christian Andersen Creo que no hay que explicar la moraleja ¿no? ¡Gracias Maia y Clause por los gratificantes Post a los que tanto de su valioso tiempo le dedican! Con todo mi cariño:
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Anoche miré por mi ventana, me encontré con una hermosa luna llena. Y como el que eleva una oración,recité un poema de hace muchos años, porque de joven me fascinó la luna. Luna que hermosa eres distinta de todas las cosas. Vives de noche vives tu vida entre luceros tu escondida. Eres hermosa eres muy bella entre la luz de las estrellas manuel
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Alejandro Dumas EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO Capitulo 41 Continuación ––Esos caballeros, a quienes venimos a ver, y contra los cuales habéis recibido órdenes, son amigos míos. ––Lo sé, señor de D'Artagnan. ––Ya comprenderéis, pues, que no puedo tratarles como os lo prescriben vuestras instrucciones. ––Comprendo vuestra reserva. ––Pues bien, dejadme que hable con ellos sin testigos. ––Si accedo a vuestra petición, señor de D'Artagnan, falto a mi palabra, y si no accedo os disgusto; pero como prefiero lo primero a lo segundo, hablad con vuestros amigos y no me tengáis en menos por haber hecho, por amor a vos, a quien honro y estimo, por vos sólo, una acción villana. D'Artagnan, conmovido, abrazó al joven y subió al encuentro de sus amigos; el oficial se embozó en su capa y se sentó en los escalones, cubiertos de húmedas algas. Los tres amigos se abrazaron como en los buenos años de su juventud; luego dijo D'Artagnan: ––Esta es la situación; juzgad. ––¿Qué significan tantos rigores? ––preguntó Porthos. ––Ya debéis sospechar algo, ––replicó D'Artagnan. ––¿Yo? no, mi querido capitán: porque al fin nada he hecho, ni Aramis tampoco. D'Artagnan lanzó una mirada de reproche al obispo, que la sintió penetras en su encallecido corazón. ––¡Ah! ¡querido Porthos! ––exclamó Aramis. ––Ya veis las disposiciones que he tomado, ––repuso el mosquetero. ––Belle-Isle tiene interceptada toda comunicación: todas vuestras barcas han sido apresadas, y si hubierais huido, caíais en poder de los cruceros que surcan el mar y os acechan. El rey quiere tomaros y os tomará. Y D'Artagnan se arrancó algunos pelos de su entrecano bigote. Aramis se puso sombrío, y Porthos colérico. ––Mi idea era llevaros a bordo, teneros junto a mí, y luego daros la libertad, ––continuó D'Artagnan. ––Pero ahora, ¿quién me dice a mí que al volver a mi buque no voy a hallar un superior, órdenes secretas que me quiten el mando para darlo a otro que disponga de mí y de vosotros sin esperanza de socorro? ––Nosotros nos quedamos en Belle-Isle, ––dijo resueltamente Aramis, ––y yo––os respondo de que no me rindo sino en buenas condiciones. Porthos nada dijo. ––Dejad que tantee al bravo oficial que me acompaña, ––repuso D'Artagnan, que había notado el silencio de Porthos. ––Su valerosa resistencia me place, pues acusa a un hombre digno, que, aunque nuestro enemigo, vale mil veces más que no un cobarde complaciente. Probemos, y sepamos por su boca lo que tiene derecho a hacer, lo que le permite o le veda su consigna. D'Artagnan fue al parapeto, se inclinó hacia los escalones del muelle, y llamó al oficial que subió inmediatamente. ––Caballero, ––le dijo D'Artagnan, después de haber cruzado con él las más cordiales cortesías, ––¿qué haríais si quisiere llevarme conmigo a estos señores? ––No me opondría a ello; pero como he recibido orden directa y formal de custodiarles personalmente, les custodiaría. ––¡Ah! ––exclamó D'Artagnan. ––Basta, esto se ha acabado, ––repuso con voz sorda Herblay. Porthos continuó callado. ––De todos modos, ––dijo el prelado, ––llevaos a Porthos, que con mi ayuda y la vuestra probará al rey que en este asunto nada tiene que ver. ––¡Hum! ––repuso el gascón ––¿Queréis veniros conmigo, Porthos? el rey es clemente. ––Déjenme que lo medite, ––respondió con nobleza Porthos. ––¿Luego os quedáis? ––Hasta nueva orden, ––exclamó Herblay con viveza. ––Hasta que se nos haya ocurrido una idea, ––replicó el mosquetero, ––y creo que no hay para mucho tiempo, pues se me ha ocurrido una. ––Creo haberla adivinado, ––dijo Aramis. ––Vamos a ver, ––dijo el mosquetero acercando el oído a la boca de Aramis. Este dijo apresuradamente algunas palabras al capitán, que respondió: ––Eso es. ––Entonces es infalible, ––exclamó con satisfacción el prelado. ––Pues preparaos mientras dura la primera emoción que causará ese proyecto. ––¡Oh! no temáis. ––Caballero, ––dijo D'Artagnan al oficial, ––os doy las gracias. Acabáis de ganaros tres amigos verdaderos. ––Es verdad, ––repuso Aramis. Porthos sólo hizo una señal de aquiescencia con la cabeza. Después de abrazar con ternura a sus dos antiguos amigos, D'Artagnan dejó a Belle-Isle con el inseparable compañero que le diera Colbert, sin haber modificado la suerte de unos y otros, aparte de la especie de explicación con que se contentó el buen Porthos. El oficial dejó respetuosamente reflexionar a sus anchas al capitán, que al llegar a su buque, acoderado a tiro de cañón de Belle-Isle, había elegido ya todos sus recursos ofensivos y defensivos. D'Artagnan reunió inmediatamente su consejo de guerra, compuesto de ocho oficiales que servían a sus órdenes, esto es, un jefe de las fuerzas marítimas, un mayor jefe de la artillería, un ingeniero, el oficial a quien ya conocemos, y cuatro jinetes. Reunidos todos en la cámara de popa, D'Artagnan se levantó, descubriéndose y les habló en los siguientes términos: ––Señores, he ido a reconocer a Belle-Isle, y sé deciros que está bien guarnecida y preparada para una defensa que puede ponernos en grave apuro. He resuelto, pues, mandar llamar a dos de los principales jefes de la plaza para hablar con ellos, que lejos de sus tropas y de sus cañones y, sobre todo, movidos por nuestras razones, cederán. ¿Sois de mi parecer, señores? ––Señor de D'Artagnan, ––replicó el mayor de artillería levantándose, y con voz respetuosa pero firme, ––habéis dicho que la plaza está preparada para una defensa que puede poneros en grave apuro. ¿Luego que vos sepáis, la plaza está resuelta a la rebelión? La réplica del mayor irritó visiblemente al mosquetero; y como no era hombre que se abatiera por tan poco, tomó nuevamente la palabra y dijo: ––Justa es vuestra observación, caballero; pero no ignoráis que Belle-Isle es un feudo del señor Fouquet y que los antiguos reyes dieron a los señores de Belle-Isle el derecho de armarse en su casa. Y al ver que el mayor hacía un ademán, prosiguió: ––No me interrumpáis. Ya sé que vais a decirme que tal derecho se les dio contra los ingleses, no para pelear contra su rey. Pero no es el señor Fouquet quien defiende a Belle-Isle, pues lo arresté anteayer; arresto del cual ni saben nada los habitantes y defensores de la isla, y al cual éstos no darían crédito por más que se lo anunciarais, por lo inaudito, por lo extraordinario, por lo inesperado. Un bretón sirve a su señor, no a sus señores, y le sirve hasta que lo ve muerto. Ahora bien, nada tiene de sorprendente que se resistan contra quien no sea el señor Fouquet o no se presente con una orden firmada por éste. Por esto me propongo mandar llamar a dos de los principales jefes de la guarnición; los cuales, al ver las fuerzas de que disponemos, comprenderán la suerte que les espera en caso de rebelión. Les haremos saber bajo la fe de nuestra palabra, que el señor Fouquet está preso, que toda resistencia no puede menos de perjudicarle, y que una vez disparado el primer cañonazo no pueden esperar misericordia alguna del rey. Entonces, yo creo que no resistirán más, que se rendirán sin luchar, y que amigablemente nos apoderaremos de una plaza que pudiera costarnos mucho el conquistarla... Supongo lo que vais a decirme, ––continuó D'Artagnan, dirigiéndose al oficial que le acompañó a Belle-Isle y se disponía a hablar; ––sé que Su Majestad ha prohibido toda comunicación secreta con los defensores de Belle-Isle, por eso precisamente ofrezco comunicar con ellos únicamente en presencia de todo mi estado mayor. Los oficiales se miraron como para asentir de común acuerdo a los deseos de D'Artagnan; y ya veía éste con gozo que el resultado del sentimiento de aquéllos sería el envío de un bote a Porthos y a Aramis, cuando el oficial del rey sacó de su faltriquera un pliego cerrado y señalado con un número 2, y lo entregó al mosquetero, que preguntó con sorpresa qué era aquel pliego. ––Leedlo, señor de D'Artagnan, ––respondió el oficial con cortesía. D'Artagnan desdobló con desconfianza el papel y leyó lo siguiente: “Se prohibe al señor de D'Artagnan toda reunión de consejo y toda deliberación antes de haberse rendido Belle-Isle y de haber pasado por las armas a los prisioneros. –– Luis.” El capitán contuvo la impaciencia y contestó sonriéndose con amabilidad: ––Está bien, quedarán cumplidas las órdenes del rey. El golpe era directo, duro, mortal. D'Artagnan, enfurecido de que el rey se hubiese anticipado, no por eso desesperó al contrario, dando vueltas a la idea que trajera de Bellle-Isle, creyó que de ella iba a surgir otro camino de salvación para sus amigos. Así pues, dijo súbitamente: ––Señores, puesto que Su Majestad ha encargado el cumplimiento de sus órdenes secretas a otro que a mí, he dejado de merecer su confianza, y de ella sería verdaderamente indigno si tuviese el valor de conservar un mando sujeto a tantas sospechas injuriosas. Parto enseguida para presentar mi dimisión al rey, y la doy ante vosotros, instándoos a que os repleguéis conmigo sobre las costas de Francia sin comprometer fuerza alguna de las que Su Majestad me ha confiado. Vuélvase, pues, cada cual a su puesto y ordenad el regreso; dentro de una hora empezará el flujo. Y el ver que todos se disponían a obedecer, menos el oficial celador, añadió: ––Supongo que esta vez no tendréis que oponeros orden alguna. D'Artagnan dijo esto casi en son de triunfo; aquel plan era la salvación de sus amigos; levantado el bloqueo, podían embarcarse inmediatamente y darse a la vela para Inglaterra o para España, sin temor; mientras él se presentaba al rey, justificaba su regreso con la indignación que levantaran contra él las desconfianzas de Colbert, le enviaban otra vez con amplios poderes, y se apoderaba de Belle-Isle, es decir, de la jaula sin los pájaros. Pero a estos planes se opuso el oficial, entregando otra orden del rey así concebida: “En el momento que el señor de D'Artagnan manifieste el deseo de presentar su dimisión, queda destituido de su cargo de generalísimo, y ninguno de los oficiales que estén a sus órdenes debe obedecerle. Además, tan pronto el señor de D'Artagnan deje de ser generalísimo del ejército enviado contra Belle-Isle, deberá volver a Francia en compañía del oficial que ponga en sus manos el presente mensaje, y que lo custodiará bajo su responsabilidad.” El bravo e inteligente D'Artagnan palideció. Todo había sido calculado con profundidad que, por primera vez, después de treinta años, le recordó la admirable previsión y la lógica inflexible del gran cardenal. ––Señor de D Artagnan, ––dijo el oficial, ––cuando os plazca; estoy a vuestras órdenes. ––Partamos, ––contestó el mosquetero rechinando los dientes. El oficial hizo arriar inmediatamente un bote en que debía embarcarse D'Artagnan que, fuera de sí al ver la embarcación dijo: ––¿Cómo van a arreglarse ahora para dirigir los diferentes cuerpos del ejército? ––Partiendo vos, ––respondió el jefe de la escuadra, ––el rey me ha confiado a mí el mando. ––Entonces es para vos este pliego, ––repuso el agente de Colbert dirigiéndose al nuevo jefe. ––Vemos nuestros poderes. ––Aquí están ––contestó el marino exhibiendo un despacho del rey. ––He ahí vuestras instrucciones, ––dijo el oficial entregándole el pliego. Y volviéndose hacia D'Artagnan y viendo la desesperación de aquel hombre de bronce, añadió con voz conmovida: ––Partamos, caballero. ––Al instante, ––profirió con voz débil el gascón, vencido, doblegado por la implacable imposibilidad. Y bajó al bote, que singló hacia Francia con viento favorable y conducido por la marea ascendiente. Con D'Artagnan se embarcaron también los guardias del rey. Con todo, el gascón alentaba todavía la esperanza de llegar a Nantes con bastante presteza y de abogar con suficiente elocuencia en pro de sus amigos para inclinar al rey a la clemencia. El bote volaba como una golondrina, y D'Artagnan veía claramente resaltar la negra línea de las costas de Francia sobre las blanquecinas nubes de la noche. ––¡Qué no diera yo para conocer las instrucciones del nuevo jefe! ––dijo el mosquetero en voz baja al oficial, a quien hacía una hora que no dirigía la palabra. ––Son pacíficas, ¿no es verdad? y... No acabó; un cañonazo lejano resonó por la superficie del mar; luego resonó otro, y otros dos o tres más fuertes. ––Ya está abierto el fuego contra Belle-Isle, ––respondió el oficial. El bote atracó en tierra de Francia.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ...Vaya si nos deja moraleja Vielco,.! Realmente este cuento es para pensar, para mirarnos a nosotros mismos y para tratar de encontrar el porque de algunas actitudes. Gracias por traerlo Gracias manuel perez es muy bella
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Clau ya estoy perdida con la máscara, no se donde quedé... pero leo todas esas poesías y me pregunto _ tanta poesía escrita hay? y tantos autores que no conozco! ... gracias por dejarlas, por ahora estoy leyendo los nombre y conociendo a muchos autores!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Si Maia!! Tanta y más!!! Yo elijo los que me gustan o me llegan mas ,pero como haber es increible la cantidad de autores y poesias que hay !!!!! ....y bueno, como de poetas y de locos todos tenemos un poco ,se entiende!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas De árbol a árbol Seguro que los diarios no lo preguntarán ¿los árboles serán acaso solidarios? ¿Digamos el olivo de Jaén con el terco quebracho de Entre Ríos? ¿O el triste sauce de Tacuarembó con el castaño de Campos Elíseos? ¿Qué se revelarán de árbol a árbol? ¿Desde Westfalia avisará la encina al demacrado alerce del Tirol que administre mejor su trementina? Seguro que los diarios no lo preguntarán ¿los árboles serán acaso solidarios? ¿Se sentirá el ombú en su pampa húmeda un hermano de la ceiba antillana? ¿Los de ese bosque y los de aquel jardín permutarán insectos y hojarasca? ¿Se dirán copa a copa que aquel muérdago otrora tan sagrado entre los galos usaba chupadores de corteza como el menos cordial de los parásitos? ¿Sabrán por fin los cedros libaneses que su voraz y sádico enemigo no es el ébano gris de Camerún ni el arrayán bastardo ni el morisco ni la palma lineal de Camagüey sino las hachas de los leñadores la sierra de las grandes madereras el rayo como látigo en la noche? Mario Benedetti
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas LA ORACION DE LAS ROSAS ¡Ave rosas, estrellas solemnes! Rosas, rosas, joyas vivas de infinito; bocas, senos y almas vagas perfumadas; llantos, ¡besos!, granos, polen de la luna; dulces lotos de las almas estancadas; ¡ave rosas, estrellas solemnes! Amigas de poetas y de mi corazón, ¡ave rosas, estrellas de luminosa Sión! Panidas, sí, Panidas; el trágico Rubén así llamó en sus versos al lánguido Verlaine, que era rosa sangrienta y amarilla a la vez. Dejad que así os llame, Panidas, sí, Panidas, esencias de un Edén, de labios danzarines, de senos de mujer. Vosotras junto al mármol la sangre sois de él, pero si fueseis olores del vergel en que los faunos moran, tenéis en vuestro ser una esencia divina: María de Nazaret, que esconde en vuestros pechos blancura de su miel; flor única y divina, flor de Dios y Luzbel. Flor eterna. Conjuro al suspiro. Flor grandiosa, divina, enervante, flor de fauno y de virgen cristiana, flor de Venus furiosa y tonante, flor mariana celeste y sedante, flor que es vida y azul fontana del amor juvenil y arrogante que en su cáliz sus ansias aclara. ¡Qué sería la vida sin rosas! Una senda sin ritmo ni sangre, un abismo sin noche ni día. Ellas prestan al alma sus alas, que sin ellas el alma moría, sin estrellas, sin fe, sin las claras ilusiones que el alma quería. Ellas son refugio de muchos corazones ellas son estrellas que sienten el amor, ellas son silencios que lentos escaparon del eterno poeta nocturno y soñador, y con aire y con cielo y con luz se formaron, por eso todas ellas al nacer imitaron el color y la forma de nuestro corazón. Ellas son las mujeres entre todas las flores, tibios sancta sanctorum de la eterna poesía, neáporis grandiosas de todo pensamiento, copones de perfume que azul se bebe el viento, cromáticos enjambres, perlas del sentimiento, adornos de las liras, poetas sin acento. Amantes olorosas de dulces ruiseñores. Madres de todo lo bello, sois eternas, magníficas, tristes como tardes calladas de octubre, que al morir, melancólicas, vagas, una noche de otoño las cubre, porque al ser como sois la poesía estáis llenas de otoño, de tardes, de pesares, de melancolía, de tristezas, de amores fatales, de crepúsculo gris de agonía, que sois tristes, al ser la poesía que es un agua de vuestros rosales. Santas rosas divinas y varias, esperanzas, anhelos, pasión, deposito en vosotras, amigas; dadme un cáliz vacío, ya muerto, que en su fondo, mustiado y desierto, volcaré mi fatal corazón. ¡Ave rosas, estrellas solemnes! Llenas rosas de gracia y amor, todo el cielo y la tierra son vuestros y benditos serán los maestros que proclamen la voz de tu flor. Y bendito será el bello fruto de tu bello evangelio solemne, y bendito tu aroma perenne, y bendito tu pálido albor. Solitarias, divinas y graves, sollozad, pues sois flores de amor, sollozad por los niños que os cortan, sollozad por ser alma y ser flor, sollozad por los malos poetas que no os pueden cantar con dolor, sollozad por la luna que os ama, sollozad por tanto corazón como en sombra os escucha callado, y también sollozad por mi amor. ¡Ay!, incensarios carnales del alma, chopinescas romanzas de olor, sollozad por mis besos ocultos que mi boca a vosotras os dio. Sollozad por la niebla de tumba donde sangra mi gran corazón, y en mi hora de estrella apagada, que mis ojos se cierren al sol, sed mi blanco y severo sudario, chopinescas romanzas de olor. Ocultadme en un valle tranquilo, y esperando mi resurrección, id sorbiendo con vuestras raíces la amargura de mi corazón. Rosas, rosas divinas y bellas, sollozad, pues sois flores de amor. Permitidme poner esta poesía ,de García Lorca, ya que tengo un pequeño fragmento en mi firma , hoy la he leido ,!que gran poeta Lorca ,que sensibilidad , y como va llegando la primavera, que deje olor a rosas.......