Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Hola Anveri!:beso:
     
  2. clause

    clause Claudia

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    MARGARITAS

    Alejandro Dolina

    Las margaritas tienen - como se sabe - la prodigiosa facultad de responder a consultas amorosas.
    El enamorado curioso debe apoderarse de una margarita cualquiera. Acto seguido, pensará en aquella persona cuya disposición deseare conocer. Luego, arrancará los pétalos de una flor uno a uno. A cada pétalo corresponderá un dictamen recitado en voz alta.
    Me quiere mucho, para el primero; poquito, para el segundo; nada en el tercero.
    Allí termina la exigua serie de resultados posibles, que deberá reiniciarse una y otra vez hasta llegar al último pétalo: la elocución que a éste correspondiere, será la respuesta oracular de la flor.
    Tal respuesta es infalible y señala una inapelable verdad, salvo que - como sucede con frecuencia - se haya cometido el más mínimo error en los procedimientos.
    Aplicando a este trío de revelaciones las leyes de la divisibilidad, el enamorado metódico podría calcular sus probabilidades.
    Cuando el número de los pétalos es múltiplo de tres, la respuesta es nada.
    Si al número de pétalos le falta uno para llegar a ser múltiplo de tres, la respuesta es poquito.
    Si le sobra uno, la respuesta es mucho.
    Algunos pretenden que las respuestas posibles son en realidad cuatro. Convierten el informe me quiere mucho, en dos respuestas diferentes:
    A) me quiere.
    B) mucho.
    Esta astucia reduce la posibilidad de nada de un treinta y tres a un veinticinco por ciento.
    Es imposible negar que entre el amor que sienten las personas y la morfología de estas flores existe un nexo inconmovible.
    Pero admitido el vínculo, no hay acuerdo para explicar si naturaleza. Examinemos algunas teorías.
    1) La flor influye sobre la persona en quien piensa el consultante: el número de pétalos impulsa a quien es pensado a amar mucho, poquito o nada al que deshoja.
    2) La persona pensada influye sobre la flor: la margarita adecua el número de sus pétalos a la intensidad de los sentimientos indagados.
    3) Todo está escrito y el suplicante elegirá sólo aquellas margaritas cuyo número de pétalos asegure una respuesta exacta.
    Las margaritas mucho son imposibles para un hombre al que quieren poquito.
    4) Todo es mentira. No hay relación alguna entre las aparentes repuestas y la realidad. Esta es la opinión de los Refutadores de Leyendas, quienes sustentan su parecer con innumerables ejemplos de personas que alentadas por la flor son rechazadas luego, incluso de mal modo.
    Los espíritus leguleyos señalan con insistencia algunos preceptos jurídicos.
    * El arrancar o añadir pétalos, saltear respuestas o alterar su orden invalida la consulta.
    * Está prohibida la indagación sucesiva y vana de diferentes margaritas.
    Los ciencistas sueñan con que la genética vendrá a resolver sus problemas sentimentales, creando margaritas que siempre responderán mucho.
    También se ha pensado en la posibilidad de obtener respuestas más variadas mediante la creación de nuevos dictámenes: hasta decir basta, bastante, relativamente poco, vaya y pase, casi nada, menos que nada, ni loco que estuviera.
    La fe en las margaritas va empalideciendo en estos días. Los últimos fieles son tal vez los amantes rechazados, esas personas que insisten en preguntar lo que ya se les contestó y que se contentan con las respuestas favorables de flores, brujas y horóscopos, mientras las mujeres que aman bailan con otros señores en La Enramada.
    Margarita es perla en griego y en latín. Es ojo del día en inglés y es vegetal indagatorio en todo el mundo. Pasar de largo ante sus confidencias es un pecado imperdonable.
    Las flores, las estrellas, los pájaros: el Universo quiere hablarnos.
    Cada fenómeno de la naturaleza es una señal. Ante esos guiños cósmicos tenemos la obligación de considerarlos. Es cierto que nos acompañará la perpetua sensación de que nunca comprenderemos o de que comprenderemos erróneamente. Pero el error es preferible a la indiferencia.
    Cualquiera sea el mensaje que el cosmos prometa, por terrible y amenazador que nos pareciere, será mejor que la ausencia de mensaje.
    Será más consolador que una ominosa y absurda indiferencia de los astros.
    De “El libro del Fantasma”





     
  3. clause

    clause Claudia

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    Alejandro Dumas (Padre)
    El Conde de Montecristo
    Primera Parte


    Capítulo diecisiete

    El calabozo del abate Faria

    Después de haber pasado encorvado, pero con bastante facilidad, por el camino subterráneo, llegó Dantés al extremo opuesto, que lindaba con el calabozo del abate. Allí el paso era más difícil, y tan estrecho, que apenas bastaba a un hombre.

    El calabozo del abate estaba embaldosado, y levantando una de estas baldosas del rincón más oscuro fue como empezó la maravillosa empresa cuyo término vio Dantés, y de pie todavía, púsose a examinar el cuarto con suma atención. A primera vista no presentaba nada de particular.

    -Bueno -dijo el abate-, no son más que las doce y cuarto, podemos disponer aún de algunas horas.

    Dantés miró en torno suyo buscando el reloj, en que el abate había podido ver la hora con tanta seguridad.

    -Observad -le dijo Faria- ese rayo de luz que entra por mi ventana, y reparad en la pared las líneas que yo he trazado. Gracias a esas líneas, combinadas con el doble movimiento de la Tierra, y la elipse que ella describe en derredor del Sol, sé con más exactitud la hora que si tuviese reloj, porque el reloj se descompone, y el Sol y la Tierra no se descomponen jamás.

    Dantés no había comprendido nada de esta explicación. Al ver salir el Sol detrás de las montañas y ponerse en el Mediterráneo, siempre había creído que era el Sol quien giraba, no la Tierra. Este doble movimiento del globo que habitamos, y que él, sin embargo, no echaba de ver, se le antojaba casi imposible, conque en cada una de las palabras de su interlocutor entreveía misterios profundos de ciencia tan admirables, como las minas de oro y de diamantes que visitó años atrás en un viaje que hizo a Guzarate y Golconda.

    -Veamos -dijo al abate-. Estoy impaciente por examinar vuestros tesoros.

    Dirigióse Faria a la chimenea, y levantó, con ayuda del cincel que tenía siempre en la mano, la piedra que en otro tiempo sirvió de hogar, que ocultaba un hoyo bastante profundo. En este hoyo estaban guardados todos los objetos de que habló a Dantés.

    El abate le preguntó:

    -¿Qué queréis ver primero?

    -Enseñadme vuestra obra sobre Italia.

    Faria sacó de su precioso armario tres o cuatro rollos de lienzo, semejantes a hojas de papiro. Eran retazos de tela, de cuatro pulgadas sobre poco más o menos de ancho, por dieciocho de largo. Estaban todos numerados y llenos de un texto que Dantés pudo leer porque era italiano, lengua materna del abate, y que Dantés, como provenzal, conocía perfectamente.

    -Ved, todo está aquí. Hace ocho días que he escrito la palabra fin en el lienzo sexagesimoctavo. Me he quedado sin dos camisas y sin todos mis pañuelos, pero si algún día salgo de aquí, y si logro encontrar en Italia un impresor que se atreva a imprimirla, tengo asegurada mi reputación.

    -Sí -respondió Dantés-, bien lo veo. Enseñadme ahora, yo os lo suplico, las plumas con que habéis escrito esta obra.

    -Vedlas -dijo Faria.

    Y enseñó al joven una varita como de seis pulgadas de largo, y coma el mango de un pincel de grueso, a cuyo extremo había puesto y atado con un hilo uno de los tales cartílagos, aún manchado con la tinta de que habló a Dantés. Era picudo y tenía puntos como una pluma ordinaria. Dantés lo examinó buscando con la mirada por el cuarto el instrumento con que había sido cortado.

    -¡Ah! Buscáis el cortaplumas, ¿no es cierto? -le preguntó Faria-. Esa es mi obra maestra. Lo he hecho, así como este cuchillo, del hierro de un candelero viejo.

    El cortaplumas cortaba como una navaja de afeitar, y en cuanto al cuchillo, reunía la ventaja de poder servir de cuchillo y de puñal.

    Dantés contempló estos diferentes objetos con la misma curiosidad con que en las tiendas de quincalla de Marsella había examinado otras veces las chucherías construidas por los salvajes, y traídas de los mares del Sur por marinos aventureros.

    -En cuanto a la tinta -dijo Faria-, ya sabéis cómo me la proporciono; sabed además que la voy haciendo a medida que la necesito.

    -Pero lo que más me admira -dijo Dantés- es que los días os hayan bastado para trabajos tan grandes.

    -Disponía también de las noches -respondió el abate.

    -¿Sois como los gatos? ¿Veis a oscuras?

    -No, pero Dios ha dado al hombre la inteligencia para remediar la pobreza de sus sentidos; la luz me la procuré.

    -¿De qué modo?

    -De la comida que me traen, extraigo la grasa, la derrito y hago una especie de aceite muy espeso; mirad mi luz.

    Y el abate enseñó a Edmundo una especie de lamparilla, semejante a las que suelen emplear en los festejos públicos.

    -Pero ¿y el fuego?

    -He aquí dos pedernales con su correspondiente yesca. Con pretexto de una enfermedad cutánea pedí un poco de azufre, que me concedieron.

    Dantés puso sobre la mesa los objetos que tenía en la mano, e inclinó la cabeza sintiéndose humillado por tanta perseverancia y fortaleza de espíritu.

    -Y esto no es todo -prosiguió Faria-, porque nadie debe ocultar sus tesoros en un mismo sitio; vamos a otra cosa.

    En seguida colocaron la baldosa en su sitio. Echó un poco de tierra por encima el abate, la pisoteó para que desapareciese todo rastro de solución de continuidad, y en seguida separó su cama del sitio en que se hallaba.

    Detrás de la cabecera, oculto con una piedra que lo cerraba casi herméticamente, había un agujero que contenía una escala de cuerda de veinticinco a treinta pies de largo.

    Dantés la examinó y la encontró de una solidez a toda prueba.

    -¿Quién os dio la cuerda que habréis necesitado para esta obra maravillosa?

    -Al principio algunas camisas que yo tenía, y después la ropa de mi cama que he deshilachado en tres años de mi prisión en Fenestrelle. Cuando me transportaron al castillo de If hallé medio para traerme las hilas, y aquí continué mi trabajo.

    -Pero ¿no advirtieron que las sábanas de vuestra cama se iban quedando sin dobladillos?

    -No, que yo las cosía.

    -¿Con qué?

    -Con esta aguja.

    Y de uno de los jirones de su vestido sacó Faria una espina larga y afilada que llevaba consigo.

    -Sí -prosiguió Faria-, tuve primeramente intenciones de limar los hierros y huir por esa ventana, que como veis, es más grande que la vuestra, y aún la hubiese agrandado para escaparme, pero descubrí que caía a un patio interior y renuncié a mi proyecto por aventurado. Conservo, sin embargo, la escala para cualquier caso imprevisto, para una de esas fugas que proporciona la casualidad, como antes os decía.

    Aunque, al parecer, Dantés examinaba la escala, pensaba en realidad en otra cosa. Se le había ocurrido de repente que aquel hombre tan ingenioso, tan sabio, tan profundo, quizás acertaría a ver claro en las tinieblas de su propia desgracia, que él nunca había podido penetrar.

    -¿En qué pensáis? -le preguntó el abate con una sonrisa, creyendo que el ensimismamiento de Dantés procedía de su admiración.

    -Pienso, en primer lugar, en la inmensa inteligencia que habéis empleado para llegar a esta situación. ¿Qué no habríais hecho gozando de libertad?

    -Quizá nada; acaso mi cerebro exuberante se hubiera evaporado en cosas pequeñas. Así como es necesaria la presión para hacer estallar la pólvora, así el infortunio es necesario también para descubrir ciertas minas misteriosas ocultas en la inteligencia humana. La prisión ha concentrado todas mis facultades intelectuales en un solo punto, que por ser estrecho ha ocasionado que ellas choquen unas con otras. Como ya sabéis, del choque de las nubes resulta la electricidad, de la electricidad el relámpago y del relámpago la luz.

    -Yo no sé nada -contestó Dantés humillado por su ignorancia-, casi todas las palabras que pronunciáis carecen para mí de sentido. ¡Qué dichoso sois sabiendo tanto!

    El abate se sonrió.

    -¿No decíais ahora que pensabais en dos cosas?

    -Sí.

    -Sólo me habéis dicho la primera. ¿Cuál es la segunda?

    -La segunda es que vos me habéis contado vuestra historia y yo no os he referido la mía.

    -Vuestra historia, joven, es demasiado corta para encerrar sucesos de importancia.

    -Sin embargo -repuso Dantés-, contiene una desgracia inmensa, una desgracia inmerecida, y quisiera, para no blasfemar de Dios, como lo he hecho hartas veces, poder quejarme de los hombres.

    -¿Os creéis inocente del crimen de que os acusan?

    -Completamente. Lo juro por las únicas personas caras a mi corazón, por mi padre y por Mercedes.

    -Veamos, contadme vuestra historia -dijo Faria, cerrando su escondrijo y volviendo a poner la cama en su lugar.

    Dantés hizo la relación de todo lo que él llamaba su historia, que se limitaba a un viaje a la India, y dos o tres a Levante, llegando al fin a su último viaje, a la muerte del capitán Leclerc, al encargo que le dio para el gran mariscal, a su plática con éste, a la misiva que le confió para un tal señor Noirtier, a su llegada a Marsella, a su entrevista con su padre, a sus amores, a su desposorio con Mercedes, a la comida de aquel día, y por último, a su detención, a su interrogatorio, a su prisión provisional en el palacio de justicia, y a su traslación definitiva al castillo de If. Desde este punto no sabía nada más, ni aun el tiempo que llevaba encerrado. Acabada la relación, el abate se puso a reflexionar profundamente. Después de un corto espacio, dijo:

    -Hay en legislación un axioma profundísimo, que prueba lo que hace poco yo os decía, esto es, que a no nacer los malos pensamientos de una organización mala también, el crimen repugna a la naturaleza humana. Sin embargo, la civilización nos ha creado necesidades, vicios y falsos apetitos, cuya influencia llega tal vez a ahogar en nosotros los buenos instintos, arrastrándonos al mal. De aquí esta máxima: Para descubrir al culpable, averiguad quién se aprovecha del crimen. ¿A quién podía ser provechosa vuestra desaparición?

    -A nadie, ¡Dios mío! ¡Yo era tan poca cosa!

    -No respondáis así, que falta a vuestra respuesta lógica y filosofía. Todo es relativo, querido amigo, desde el rey, que estorba a su futuro sucesor, hasta el empleado, que estorba a su supernumerario. Si el rey muere, el sucesor hereda una corona; si el empleado muere, el supernumerario hereda su sueldo y sus gajes. Este sueldo es su lista civil, su presupuesto, necesita de él para vivir, como el rey precisa de sus millones.

    »En torno a cada individuo, así en lo más alto como en lo más bajo de la escala social, se agrupa constantemente un mundo entero de intereses, con sus torbellinos y sus átomos, como los mundos de Descartes.

    »Volvamos, pues, a vuestro mundo. ¿Decís que ibais a ser nombrado capitán del Faraón?

    -Sí.

    -¿Podía interesar a alguno que no fueseis capitán del Faraón? Podía interesar a alguno que no os casaseis con Mercedes? Contestad ante todo a mi primera pregunta, porque el orden es la clave de los problemas. ¿Podía interesar a alguno que no fueseis capitán del Faraón?

    -No, porque yo era muy querido a bordo. Si los marineros hubiesen podido elegir su jefe, estoy seguro de que lo habría sido yo. Un solo hombre estaba algo picado conmigo, porque cierto día tuvimos una disputa, le desafié, y él no aceptó.

    -Veamos, veamos. ¿Cómo se llamaba ese hombre?

    -Danglars.

    -¿Cuál era su empleo a bordo?

    -Sobrecargo.

    -Si hubieseis llegado a ser capitán, ¿le conservaríais en su empleo?

    -No; a depender de mí, porque creí encontrar en sus cuentas alguna inexactitud.

    -Bien. Decidme ahora ¿presenció alguien vuestra última entrevista con el capitán Leclerc?

    -No, porque estábamos solos.

    -¿Pudo oír alguien la conversación?

    -Sí, porque la puerta estaba abierta y aún... esperad... sí... sí... Danglars pasó precisamente en el instante en que el capitán Lederc me entregaba el paquete para el gran mariscal.

    -Bien -murmuró el abate-, ya dimos con la pista. Cuando desembarcasteis en la isla de Elba ¿os acompañó alguien?

    -Nadie.

    -¿Y os entregaron una misiva?

    -Sí, el gran mariscal.

    -¿Qué hicisteis con ella?

    -La guardé en mi cartera.

    -¿Llevabais vuestra cartera? ¿Y cómo una cartera capaz de contener una carta oficial podía caber en un bolsillo?

    -Tenéis razón. Mi cartera estaba a bordo.

    -Luego fue a bordo donde colocasteis la carta en la cartera.

    -Sí.

    -Desde Porto-Ferrajo a bordo, ¿qué hicisteis de la carta?

    -La tuve en la mano.

    -Cuando abordasteis de nuevo al Faraón, ¿pudieron ver todos que

    llevabais una carta?

    .-Sí.

    -¿Y Danglars también lo vio?

    -También.

    -Poco a poco. Escuchad bien: refrescad vuestra memoria. ¿Os acordáis de los términos en que estaba concebida la denuncia?

    -¡Oh!, sí, sí: la he leído y releído muchas veces, y tengo sus palabras muy presentes.

    -Repetídmelas.

    Dantés reflexionó un instante y repuso:

    -Así decía textualmente:

    «Un amigo del trono y de la religión previene al señor procurador del rey que un tal Edmundo Dantés, segundo del Faraón, que llegó esta mañana de Esmirna, después de haber tocado en Nápoles y en Porto-Ferrajo, ha recibido de Murat una carta para el usurpador, y de éste otra carta para la junta bonapartista de París.

    »Fácilmente se tendrá la prueba de su crimen prendiéndole, porque la carta se hallará en su poder, o en casa de su padre, o en su camarote, a bordo del Faraón.»

    El abate se encogió de hombros.

    -Eso está claro como la luz del día -dijo-, y es necesario tener un alma muy buena, y muy inocente, para no comprenderlo todo desde el principio.

    -¿Lo creéis así? -exclamó Edmundo-. ¡Oh! ¡Sería una acción muy infame!

    -¿Cuál era la letra ordinaria de Danglars?

    -Cursiva, y muy hermosa.

    -¿Y la del anónimo?

    -Inclinada a la izquierda.

    El abate se sonrió:

    -Una letra desfigurada, ¿no es verdad?

    -Muy correcta era para desfigurada.

    -Esperad -dijo.

    Y diciendo esto, cogió el abate su pluma, o lo que él llamaba pluma, la mojó en tinta, y escribió con la mano izquierda en un lienzo de los que tenía preparados, los dos o tres primeros renglones de la denuncia.

    Edmundo retrocedió, mirando al abate con terror:

    -¡Oh! ¡Es asombroso! -exclamó-. ¡Cómo se parece esa letra a la otra!

    -Es que sin duda se escribió la denuncia con la mano izquierda. He observado siempre una cosa -prosiguió el abate.

    -¿Cuál?

    -Todas las letras escritas con la mano derecha son varias, y semejantes todas las escritas con la mano izquierda.

    -¡Cuánto habéis visto! ¡Cuánto habéis observado!

    -Continuemos.

    -¡Oh!, sí, sí.

    -Pasemos a mi segunda pregunta.

    -Os escucho.

    -¿Podía interesar a alguien que no os casaseis con Mercedes?

    -Sí, a un joven que la amaba.

    -¿Su nombre?

    -Fernando.

    -Ese es un nombre español.

    -Era catalán.

    -¿Y creéis que ése haya sido capaz de escribir la carta?

    -No, lo que él hubiera hecho era darme una puñalada.

    -Eso es muy español. Una puñalada sí, una bajeza, no.

    -Además, ignoraba todos los pormenores que contiene la delación -indicó Edmundo. -¿No se los habíais contado a nadie?

    -A nadie.

    -¿Ni a vuestra novia?

    -Ni a mi novia.

    -Pues ya no me cabe duda alguna: fue Danglars.

    -¡Oh!, ahora estoy seguro.

    -Esperad un poco... ¿Conocía Danglars a Fernando?

    -No... sí... ahora me acuerdo...

    -¿Qué?

    -La víspera de mi boda los vi sentados juntos a la puerta de la taberna de Pánfilo. Danglars estaba afectuoso y al mismo tiempo burlón, y Fernando pálido y como turbado. -¿Estaban solos?

    -No; se hallaba con ellos otro compañero, muy conocido mío, y que fue sin duda el que los relacionó..., un sastre llamado Caderousse; éste estaba ya borracho... Esperad, esperad... ¿cómo no he recordado esto antes de ahora? Junto a su mesa había un tintero..., papel y pluma... -murmuró Edmundo llevándose la mano a la frente-. ¡Oh! ¡Infames! ¡Infames!

    -¿Queréis aún saber más? -le dijo el abate, sonriendo.

    -Sí, sí; puesto que veis claro en todo, y todo lo adivináis, quiero saber por qué no he sido interrogado más que una sola vez y por qué he sido condenado sin formación de causa.

    -¡Oh!, eso es más difícil -dijo el abate-. La policía tiene misterios casi imposibles de penetrar. Lo averiguado hasta ahora en eso de vuestros dos enemigos es una bagatela. En esto de la justicia tendréis que darme informes más exactos.

    -Preguntadme, pues, porque a decir verdad, más claro veis vos en mis asuntos que yo mismo.

    -¿Quién os tomó declaración? ¿El sustituto, el procurador del rey o el juez de instrucción?

    -El sustituto.

    -¿Era joven o viejo?

    -Joven, como de veintisiete a veintiocho años.

    -No estaría corrompido aún; pero ya podía tener ambición -dijo el abate-. ¿Que tal se portó con vos?

    -Más bien amable que severo.

    -¿Se lo contasteis todo?

    -Todo.

    -¿Y cambió de maneras durante el interrogatorio?

    -Cuando leyó la denuncia, parecióme que sentía mi desgracia.

    -¿Vuestra desgracia?

    -Sí.


    continua
     
  4. mai^a

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    Gracias Mónica por tu aporte con tanto contenido!.
     
  5. mai^a

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    El Gaucho Martin Fierro


    Capitulo 8

    Otra vez en un boliche
    estaba haciendo la tarde;
    cayó un gaucho que hacia alarde
    de guapo y peliador;
    a la llegada metió
    el pingo hasta la ramada,
    y yó sin decirle nada
    me quedé en el mostrador.

    Era un terne de aquel pago
    que naides lo reprendía,
    que sus enriedos tenía
    con el señor comendante;
    y como era protegido,
    andaba muy entonao,
    y a cualquier desgraciao
    lo llevaba por delante.

    !Ah pobre! si el mismo creiba
    que la vida le sobraba;
    ninguno diría que andaba
    aguaitandolo la muerte.
    pero ansí pasa en el mundo,
    es ansí la triste vida:
    pa todos esta escondida
    la güena o la mala suerte.

    Se tiró al suelo; al dentrar
    e dio un empellon a un vasco,
    y me alargó un medio frasco
    diciendo: -Beba cuñao.-
    -Por su hermana-, contesté.
    -Que por la mia no hay cuidao.-

    -!Ah, gaucho!, me respondió;
    -De que pago será crioyo?
    lo andará buscando el hoyo?
    deberá tener gutilde;en cuero?
    pero ande bala este toro
    no bala ningún ternero.

    Y ya salimos trenzaos
    porque el hombre no era lerdo,
    mas como el tino no pierdo,
    y soy medio ligerón,
    le dejé mostrando el sebo
    de un revez con el facón.

    Y como con la justicia
    no andaba bien por allí,
    cuanto pataliar lo ví,
    y el pulpero pegó el grito,
    ya pa el palenque salí
    como haciendome chiquito.

    Monté y me encomendé a Dios,
    rumbiando para otro pago,
    que el gaucho que llaman vago
    no puede tener querencia,
    y ansí de estrago en estrago
    vive llorando la ausencia.

    El andaba siempre juyendo,
    siempre pobre y perseguido,
    no tiene cueva ni nido
    como si juera maldito;
    porque el ser gaucho... !barajo!,
    el ser gaucho es un delito.

    Es como el patrio de posta;
    lo larga este, aquel lo toma,
    nunca se acaba la broma;
    dende chico se parece
    al arbolito que crece
    desamparao en la loma.

    Le echan la agua del bautismo
    aquel que nació en la selva;
    -busca madre que te envuelva-,
    le dice el flaire y lo larga.
    y dentra a cruzar el mundo
    como burro con la carga.

    Y se cria viviendo al viento
    como oveja sin trasquila;
    mientras su padre en las filas
    anda sirviendo al gobierno,
    aunque tirite en invierno,
    naides lo ampara ni asila.

    Le llaman -gaucho mamao-
    si lo pillan divertido,
    y que es mal entretenido
    si en un baile lo sorprienden;
    hace mal si se defiende
    y si nó, se ve... fundido.

    No tiene hijos ni mujer,
    ni amigos ni protetores,
    pues todos son sus señores
    sin que ninguno lo ampare:
    tiene la suerte del güey,
    y donde irá el güey que no are?

    Su casa es el pajonal,
    su guarida es el desierto;
    y si de hambre medio muerto
    le echa el lazo a algun mamóm,
    lo persiguen como a plaito,
    porque es un gaucho ladrón.

    Y si de un golpe por ahi
    lo dan güelta panza arriba,
    no hay un alma compasiva
    que le rece una oración;
    tal vez como cimarrón
    en una cueva lo tiran.

    El nada gana en la paz
    y es el primero en la guerra;
    no le perdonan si yerra,
    que no saben perdonar,
    porque el gaucho en esta tierra
    solo sirve pa votar.

    Para el son los calabozos,
    para el las duras prisiones,
    en su boca no hay razones
    aunque la razon le sobre;
    que son campanas de palo
    las razones de los pobres.

    Si uno aguanta, es gaucho bruto;
    si no aguanta es gaucho malo.
    !dele azote, dele palo,
    porque es lo que el necesita!
    de todo el que nació gaucho
    esta es la suerte maldita.

    Vamos suerte, vamos juntos
    dende que juntos nacimos;
    y ya que juntos vivimos
    sin podernos dividir...
    yo abriré con mi cuchillo
    el camino pa seguir.
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Que hermoso que es ,Maia!:razz: :razz:

    Voy a dejar esta carta de José Hernández a su editor, que encontré !!:happy:
    Carta de José Hernández a su Editor

    Señor, D. José Zoilo Miguens
    Querido amigo:
    Al fin me he decidido a que mi pobre Martín Fierro, que me ha ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida de hotel, salga a conocer el mundo, y allá va acogido al amparo de su nombre.
    No le niegue su protección, Vd. que conoce bien todos los abusos y desgracias de que es víctima esa clase desheredada de nuestro país. Es un pobre gaucho, con todas las imperfecciones de forma que el arte tiene todavía con ellos, y con toda la falta de enlace en sus ideas, en las que no existe siempre una sucesión lógica, descubriéndose frecuentemente entre ellas, apenas una relación oculta y remota.
    Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que les es peculiar; dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y los arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado. Cuantos conozcan con propiedad el original, podrán juzgar si hay o no semejanza con la copia.
    Quizá la empresa habría sido para mi más feliz y de mejor éxito, si sólo me hubiera propuesto hacer reír a costa de su ignorancia, como se halla autorizado por el uso, en este género de composiciones; pero mi objeto ha sido dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente, sus costumbres, sus trabajos, sus hábitos de vida, su índole, sus vicios y sus virtudes; ese conjunto que constituye el cuadro de su fisonomía moral, y los accidentes de su existencia llena de peligros, de inquietudes, de inseguridad, de aventuras y de agitaciones constantes.
    Y he deseado todo esto, empeñándome en imitar ese estilo abundante en metáforas, que el gaucho usa sin conocer y sin valorar, y su empleo constante de comparaciones tan extrañas como frecuentes; en copiar sus reflexiones con el sello de la originalidad que las distingue y el tinte sombrío de que jamás carecen, revelándose en ellas esa especie de filosofía propia que, sin estudiar, aprende en la misma naturaleza; en respetar la superstición y sus preocupaciones, nacidas y fomentadas por su misma ignorancia; en dibujar el orden de sus impresiones y de sus afectos, que él encubre y disimula estudiosamente; sus desencantos, producidos por su misma condición social, y esa indolencia que le es habitual hasta llegar a constituir una de Ias condiciones de su espíritu; en retratar, en fin, lo más fielmente que me fuera posible, con todas sus especialidades propias, ese tipo original de nuestras Pampas, tan poco conocido por lo mismo que es difícil estudiarlo, tan erróneamente juzgado muchas veces, y que, al paso que avanzan las conquistas de la civilización, va perdiéndose casi por completo.
    Sin duda que todo esto ha sido demasiado desear para tan pocas páginas, pero no se me puede hacer un cargo por el deseo, sino por no haberlo conseguido.
    Una palabra más, destinada a disculpar sus defectos. Páselos Vd. por alto, porque quizá no lo sean todos los que, a primera vista, puedan parecerlo, pues no pocos se encuentran allí como copia o imitación de los que lo son realmente.
    Por lo demás, espero, mi amigo, que Vd. lo juzgará con benignidad, siquiera sea porque Martín Fierro no va de la ciudad a referir a sus compañeros lo que ha visto y admirado en un 25 de Mayo u otra función semejante, referencias algunas de las cuales, como el Fausto y varias otras, son de mucho mérito ciertamente, sino que cuenta sus trabajos, sus desgracias, los azares de su vida de gaucho, y Vd. no desconoce que el asunto es más difícil de lo que muchos se lo imaginarán.
    Y con lo dicho basta para preámbulo, pues ni Martín Fierro exige más, ni Vd. gusta mucho de ellos, ni son de la predilección del público, ni se avienen con el carácter de Su verdadero amigo,
    José Hernández


     
  7. clause

    clause Claudia

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    CURSO DE LOS RECUERDOS
    Jorge Luis Borges
    [​IMG]


    Recuerdo mío del jardín de casa:
    vida benigna de las plantas,
    vida cortés de misteriosa
    y lisonjeada por los hombres.

    Palmera la más alta de aquel cielo
    y conventillo de gorriones;
    parra firmamental de uva negra,
    los días del verano dormían a tu sombra.

    Molino colorado:
    remota rueda laboriosa en el viento,
    honor de nuestra casa, porque a las otras
    iba el río bajo la campanita del aguatero.

    Sótano circular de la base
    que hacías vertiginoso el jardín,
    daba miedo entrever por una hendija
    tu calabozo de agua sutil.

    Jardín frente a la verja cumplieron sus caminos
    los sufridos carreros
    y el charro carnaval aturdió
    con insolentes murgas.

    El almacén, padrino del malevo,
    dominaba la esquina;
    pero tenía cañaverales para hacer lanzas
    y gorriones para la oración.

    El sueño de tus árboles y el mío
    todavía en la noche se confunden
    y la devastación de la urraca
    dejó un antiguo miedo en mi sangre.

    Tus contadas varas de fondo
    se nos volvieron geografía;
    un alto era "la montaña de tierra"
    y una temeridad su declive.

    Jardín, yo cortaré mi oración
    para seguir siempre acordándome:
    voluntad o azar de dar sombra
    fueron tus árboles.
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Alejandro Dumas (Padre)
    El Conde de Montecristo



    Primera Parte
    Capítulo diecisiete

    El calabozo del abate Faria
    Continuación

    -¿Estabais seguro de que era vuestra desgracia lo que le apenaba?

    -Por lo menos me dio una prueba muy grande de su simpatía hacia mí.

    -¿Cuál?

    -Quemó el único documento que podía comprometerme.

    -¿Qué documento? ¿La denuncia?

    -No, la carta.

    -¿Estáis seguro?

    -Lo vi con mis propios ojos.

    -La cuestión varía. Este hombre puede ser más perverso de lo que vos creéis.

    -¡Me hacéis estremecer! -dijo Dantés-. ¿No estará poblado el mundo sino de tigres y cocodrilos?

    -Sí, con la diferencia de que los tigres y cocodrilos de dos pies son más temibles que los otros. ¿Conque decís que quemó la carta?

    -Sí, diciéndome por añadidura: «Ya lo veis, ésta es la única prueba que existe contra vos, y la destruyo.»

    -Muy sublime es esa conducta para ser natural.

    -¿De veras?

    -Estoy seguro. ¿A quién iba dirigida esa carta?

    -Ál señor Noirtier, calle de Coq-Heron, número 13, en París.

    -¿Y no sospecháis que el sustituto pudiera tener interés en que desapareciese esa carta?

    -Quizá, porque diciéndome que por mi interés lo hacía, me obligó a jurarle dos o tres veces que a nadie hablaría de la carta, ni menos de la persona a quien iba dirigida.

    -¡Noirtier! ¡Noirtier! -murmuró el abate-. Yo he conocido un Noirtier en la corte de la antigua reina de Etruria, un Noirtier que había sido girondino en tiempo de la revolución. ¿Cómo se llama el sustituto de que habéis hablado?

    -Villefort es su apellido.

    El abate se echó a reír a carcajadas. Dantés lo miraba estupefacto.

    -¿De qué os reís?

    -¿Veis ese rayo de luz? -le preguntó Faria.

    -Sí.

    -Pues todo está tan claro como ese rayo transparente. ¡Pobre muchacho! ¡Pobre joven! ¿Conque era muy bondadoso el magistrado?

    -Sí.

    -¿De modo que el digno sustituto quemó la carta?

    -Sí.

    -¿De modo que el honrado abastecedor del verdugo os hizo jurar que a nadie hablaríais de Noirtier?

    -Sí.

    -Pues ese Noirtier, ¡qué pobre ciego sois! Ese Noirtier, ¿no sabéis quién era? Ese Noirtier era su padre.

    Un rayo caído a sus pies, que abriera la boca del infierno, para tragárselo, habría causado a Edmundo menos impresión que aquellas palabras inesperadas. Como un loco recorría la habitación, sujetando se la cabeza con las manos por temor de que estallara.

    -¡Su padre! ¡Su padre! -exclamaba.

    -Sí, su padre, que se llama Noirtier de Villefort -repuso el abate. Entonces un resplandor vivísimo iluminó la inteligencia del preso. Todo lo que hasta entonces le había parecido oscuro, se le apareció con la mayor claridad. Las bruscas alteraciones de Villefort durante el interrogatorio, la carta quemada, el juramento que le exigió, el tono casi de súplica el magistrado, que en vez de amenazar parecía que suplicase, todo le vino a la memoria. Profirió un grito, vaciló un instante como si estuviera borracho y lanzándose al agujero que conducía a su calabozo, exclamó:

    -¡Oh!, necesito estar a solas para pensar en todo esto.

    Y al llegar a su calabozo se arrojó sobre la cama, donde le halló por la noche el carcelero, sentado, con los ojos fijos, las facciones contraídas, a inmóvil y mudo como una estatua. Durante aquellas horas de meditación que habían corrido para él unos segundos, tomó una resolución terrible a hizo un juramento atroz.

    Una voz sacó a Edmundo de sus reflexiones, era la del abate Faria, que habiendo recibido también la visita del carcelero, venía a convidar a Edmundo a comer. Su calidad de loco, y en particular de loco divertido, le proporcionaba algunos privilegios, como eran un pan más blando y una copa de vino los domingos. Precisamente aquel día era domingo, y el abate brindaba a su joven compañero la mitad de su pan y su vino.

    Dantés le siguió. Se había serenado su rostro; pero al recobrar su ordinario aspecto le quedaba un no sé qué de sequedad y firmeza, que demostraba una resolución invariable. El abate le miró fijamente.

    -Siento -le dijo el abate- el haberos ayudado en vuestras averiguaciones de ayer y haberos dicho lo que os díje.

    -¿Por qué?

    -Porque he engendrado en vuestro corazón un sentimiento que antes no abrigaba: la venganza.

    Dantés se sonrió y dijo:

    -Hablemos de otra cosa.

    Contemplóle el abate un momento todavía, y bajó tristemente la cabeza. Después, como Dantés le había exigido, se puso a hablar de otra cosa. El anciano era uno de esos hombres cuya conversación, como la de todos aquellos que han sufrido mucho, a la par que sirve de enseñanza, interesa y conmueve, empero no era egoísta, pues nunca hablaba de desgracias. Dantés escuchaba todas sus palabras con admiración, unas le revelaban ciertas ideas, de que él ya tenía noción por rozarse con la marina, que profesaba, y otras, referente a cosas desconocidas, le abrían horizontes nuevos, como esas auroras polares que alumbran a los navegantes en las regiones australes. Dantés comprendió entonces cuánta felicidad sería para una inteligencia bien organizada, seguir a la del abate en su vuelo por las esferas morales, filosóficas y sociales, en que ordinariamente se cernía.

    -Debíais de enseñarme algo de lo que sabéis, aunque no fuese sino para no cansaros de mí -le dijo una vez-. Paréceme que la soledad os sería preferible a un compañero sin educación ni modales, como yo. Si accedéis a lo que os pido, empeño mi palabra en no hablaros más de la fuga.

    El abate se sonrió.

    -¡Ay, hijo mío! -le contestó-. El saber humano es tan limitado que cuando os enseñe las matemáticas, la física, la historia y las tres o cuatro lenguas que poseo, sabréis tanto como yo; ahora, pues, siempre necesitaré dos años para enseñaros toda mi ciencia.

    -¡Dos años! -exclamó Dantés-. ¿Creéis que podré aprender tantas cosas en dos años?

    -En su aplicación, no; en sus principios, sí. Aprender no es saber, de aquí nacen los eruditos y los sabios, la memoria forma a los unos, y la filosofía a los otros.

    -Pero ¿no se puede aprender la filosofía?

    -La filosofía no se aprende. La filosofía es el matrimonio entre las ciencias y el genio que las aplica. La filosofía es la nube resplandeciente en que puso Dios el pie para subir a la gloria.

    -Veamos -dijo Dantés-. ¿Qué me enseñaréis primero? Tengo deseos de empezar, tengo sed de aprender.

    -Todo -contestó el abate.

    En efecto, aquella noche imaginaron los dos presos un sistema de educación, que desde el día siguiente se puso en práctica. Tenía Dantés una memoria prodigiosa y una extremada facilidad en concebir las ideas. La inclinación matemática de su inteligencia le predisponía a comprenderlo todo con ayuda del cálculo, al paso que el instinto poético del marino corregía lo que hubiese de aridez sobrada y materialismo en la demostración reducida a números o a líneas. Sabía ya, como se ha dicho, el italiano y un poco del romanico o griego moderno, aprendido en sus viajes a Oriente. Estas dos lenguas le hicieron comprender fácilmente el mecanismo de las demás, por lo que a los seis meses empezaba a hablar el español, el inglés y el alemán.

    Tal como le había prometido al abate Faria, bien que la distracción del estudio le sirviese como de libertad, o que él fuese rígido cumplidor de su palabra, como hemos visto, Edmundo no hablaba ya de escaparse, y los días pasaban para él tan rápidos como instructivos. Al año estaba convertido en otro hombre.

    En cuanto al abate Faria, reparaba Dantés que, a pesar de la distracción que en su cautividad le había proporcionado su compañía, cada día se iba poniendo más taciturno. Como si le dominase un pensamiento persistente a incesante, caía en profundas abstracciones, suspiraba involuntariamente, se incorporaba de súbito, y cruzando los brazos se ponía muy meditabundo a dar vueltas por su calabozo. Cierto día se paró de repente en medio de uno de esos círculos que sin tregua trazaba en derredor de la estancia, y exclamó:

    -¡Ah! ¡Si no hubiera centinela!

    -Si vos queréis, no lo habrá -dijo Dantés, que había seguido el curso de su pensamiento a través de las arrugas de su frente, como a través de un cristal.

    -Ya os dije que el crimen me repugna -repuso el abate.

    -Y, sin embargo, si cometiéramos ese crimen, sería por instinto de conservación, por un sentimiento de defensa personal.

    -No importa, yo sería incapaz de...

    -Pero ¿pensáis en ello?

    -A todas horas, a todas horas -murmuró el abate.

    -Y habéis encontrado algún medio, ¿no es así? -dijo Edmundo.

    -Sí, como pusieran en la galería un centinela ciego y sordo.

    -Será ciego y sordo -respondió Dantés con una resolución que asustaba al abate.

    -¡No!, ¡no!, ¡imposible! -exclamó éste.

    Dantés quiso seguir hablando de aquello, pero Faria movió la cabeza y se negó a decir nada más. Pasaron tres meses.

    -¿Tenéis fuerza? -le preguntó el abate un día.

    Dantés, sin responderle, cogió el escoplo, lo dobló como un cayado, y lo volvió a su forma primitiva.

    -¿Me prometéis no matar al centinela, sino en el último extremo?

    -Bajo palabra de honor.

    -Entonces podemos ejecutar nuestro plan -dijo el abate.

    -¿Cuánto tiempo necesitaremos?

    -Un año, por lo menos.

    -Pero ¿cuándo podemos empezar nuestros trabajos?

    -Al instante.

    -Ya lo veis, hemos perdido un año -exclamó Dantés.

    -¿Creéis que lo hayamos perdido? -le replicó el abate.

    -¡Oh! ¡Perdonadme! -dijo Edmundo sonrojándose.

    -¡Callad! El hombre siempre es hombre, y vos uno de los mejores que yo haya conocido. Oíd mi plan.

    El abate mostró entonces a Dantés un plano que había trazado, conteniendo su calabozo, el de Dantés y la excavación que juntaba uno con otro. En medio de este corredor estableció un ramal semejante a los que se abren en las minas; por él llegaban a la galería del centinela, y una vez allí desprendían del suelo una baldosa, que en un momento dado se hundiría bajo el peso del centinela, que desaparecería en la excavación. Edmundo se abalanzaba entonces a él, cuando aturdido por el golpe de la caída no pudiera defenderse, le sujetaba, le ataba, y luego, saliendo por una de las ventanas de aquella galería, se descolgaban ambos por la muralla exterior, para lo cual les serviría la escala del abate.

    Este plan era tan sencillo, que no podía menos de salir bien, y Dantés lo aplaudió con entusiasmo. Desde aquel instante se pusieron a trabajar los mineros con tanto más ardor cuanto que habían descansado mucho tiempo, y aquel trabajo, según todas las probabilidades, no era sino continuación del pensamiento íntimo y secreto de cada uno de ellos.

    Sólo lo interrumpían en la hora en que se veían obligados a estar en su calabozo para recibir cada uno la visita de su carcelero. Se habían además acostumbrado tanto a distinguir el rumor imperceptible de los pasos de aquel hombre cuando bajaba la escalera, que nunca los sorprendió de improviso. La tierra que sacaban de la nueva mina, que habría llenado sin duda la cavidad antigua, la arrojaban puñado a puñado con precauciones inauditas por una a otra ventana, así del calabozo de Dantés como del abate, pulverizándola con mucho esmero, y el viento de la noche se la llevaba sin dejar la menor huella.

    Más de un año se pasó en este trabajo, ejecutado con un escoplo, un cuchillo y una palanca de madera. En este período, y al mismo tiempo que trabajaban, el abate seguía instruyendo a Dantés, hablándole ora en una lengua, ora en otra, enseñándole la historia de los pueblos y la de los grandes hombres que dejan en pos de sí de siglo en siglo una de esas estelas brillantes que llaman la gloria. Hombre de mundo, Faria, y del gran mundo, tenía además en sus maneras una como grandeza melancólica que Dantés, gracias al espíritu de asimilación de que le había dotado la naturaleza, supo convertir en la finura elegante que le faltaba, y en esas maneras aristocráticas que no se adquieren sino con las costumbres y el continuo trato de las clases elevadas o de los hombres distinguidos.

    Al cabo de quince meses, la excavación estaba terminada debajo de la galería. Oíanse los pasos del centinela, y los dos obreros, precisados a esperar una noche sin luna para que su evasión tuviese más probabilidades aún de buen éxito, tenían sólo un temor, y era que el suelo, falto de su base, se hundiera por sí mismo bajo los pies del soldado. Este inconveniente se remedió un tanto, colocando una especie de puntal que habían encontrado en sus excavaciones. Ocupado en asegurarlo estaba Dantés, cuando de pronto oyó al abate Faria, que se había quedado en el calabozo del joven aguzando una clavija para asegurar la escala, oyó, repetimos, que lo llamaba con acento de dolorosa angustia. Acudió Dantés al punto y encontró al abate de pie en medio de la estancia, pálido, con las manos crispadas, e inundada la frente de sudor.

    -¡Oh, Dios mío! -exclamó Dantés-, ¿qué sucede? ¿Qué tenéis?

    -¡Pronto! ¡Pronto! -respondió el abate-, escuchadme.

    Fijóse Dantés en su rostro lívido, sus ojos rodeados de una aureola negruzca, sus labios blancos, sus cabellos erizados, y lleno de terror dejó caer al suelo el escoplo que tenía en la mano.

    -Pero ¿qué sucede?

    -¡Estoy perdido! -dijo el abate-, escuchadme. Una enfermedad horrible y acaso mortal, va a acometerme, ya la siento llegar, ya la siento. El año antes de mi prisión me acometió también. Sólo tiene un remedio y os lo voy a decir: corred a mi calabozo, levantad el pie de mi cama, que está hueco, y allí encontraréis un frasquito de cristal medio lleno de un líquido rojo, traédmelo... O si no... antes... es verdad, podrían sorprenderme fuera de mi calabozo... ayudadme a volver, ahora que tengo algunas fuerzas todavía. ¿Quién sabe lo que va a suceder y el tiempo que durará el acceso?

    Sin aturdirse Dantés, aunque aquella desdicha fue inmensa, bajó a la excavación remolcando, por decirlo así, a su desventurado compañero, y con muchísimo trabajo pudo llegar al calabozo del abate, al cual depositó en su lecho.

    -Gracias -dijo el anciano, estremeciéndose-. Siento que la enfermedad se acerca, voy a caer en un estado de catalepsia, acaso no haré ni un movimiento siquiera, acaso no podré tampoco quejarme, pero acaso también echaré espuma por la boca, y gritaré y batallaré en extremo. Procurad que no oigan mis gritos, que es lo más importante, porque tal vez me trasladarían a otro calabozo, separándonos para siempre. Cuando me veáis inmóvil, frío y como muerto, sólo entonces, tenedlo bien entendido, me separaréis los dientes con el cuchillo, me echaréis en la boca ocho o diez gotas de ese licor, y acaso volveré a la vida.

    -¿Acaso? -exclamó Dantés, suspirando.

    -¡Acudid...! ya... ahora -exclamó el abate-, yo... me... mue...

    El acceso fue tan súbito y violento, que ni aun pudo el desgraciado preso terminar la frase, una nube envolvió su frente, rápida y sombría como las tempestades del mar, la crisis hízole abrir desmesuradamente los ojos, torció su boca y coloreó sus mejillas, rugió, forcejeó, vomitó espuma, pero Dantés ahogó sus gritos con la ropa de la cama, tal como se lo había pedido. El ataque duró dos horas. Después, inerte, más pálido y más frío que el mármol, y más destrozado que una caña que se pisotea, se agitó violentamente en una postrera convulsión, y se puso lívido.

    Esto era lo único que esperaba Edmundo, a que aquella muerte aparente se hubiese apoderado de todo el cuerpo y helado el corazón. Cogió entonces el cuchillo, introdujo la punta entre los dientes, separó con muchísimo trabajo las mandíbulas contraídas, le echó, contándolas con exactitud, diez gotas de aquel licor rojo y esperó.

    Dos horas pasaron sin que el viejo hiciera movimiento alguno. Temió Dantés haber acudido demasiado tarde, y le contemplaba fijamente con las manos puestas en la cabeza. Al fin sus mejillas se colorearon un poco, sus ojos constantemente abiertos a inmóviles volvieron a mirar, un débil suspiro salió de su boca, y por último hizo un movimiento.

    -¡Se ha salvado! ¡Se ha salvado! -exclamó Dantés.

    El enfermo, que no podía hablar aún, extendió con ansiedad visible la mano hacia la puerta. Púsose Dantés a escuchar, y oyó en efecto los pasos del carcelero. Iban a dar las siete; Dantés no había podido ocuparse en calcular el tiempo.

    A1 punto se precipitó por el agujero, volvió a colocar la baldosa sobre su cabeza y pasó a su calabozo.

    Un instante después se abrió la puerta, y el carcelero, como siempre, encontró al joven sentado en su cama.

    No bien había vuelto la espalda, apenas se perdió en el corredor el ruido de sus pasos, cuando Dantés, lleno de inquietud, sin pensar en la comida, tomó otra vez el camino que siguiera antes, y levantando la baldosa con su cabeza, entró en el calabozo del abate.

    Este había recobrado ya el conocimiento, pero seguía tendido inerte sobre su lecho.

    -Ya creía no volveros a ver -dijo a Edmundo.

    -¿Por qué? -le preguntó el joven-. ¿Pensabais morir?

    -No, pero como todo está dispuesto para la fuga, creí que os escaparíais.

    La indignación se pintó en el rostro de Dantés.

    -¡Sin vos! ¡Me habéis creído capaz de escaparme solo! ¿De veras? -exclamó.

    -Ya veo que estaba equivocado -dijo el enfermo-. ¡Qué débil y qué rendido estoy!

    -¡Valor! Pronto recobraréis las fuerzas -le dijo Edmundo sentándose junto a la cama y cogiendo una de sus manos.

    El abate Faria movió la cabeza:

    -La otra vez -le dijo- el ataque me duró una hora, y luego tuve hambre y pude andar solo. Hoy no puedo levantar mi pierna ni mi brazo derecho, y mi cabeza está aturdida, lo que prueba un derrame cerebral. A la tercera vez quedaré enteramente paralítico o tal vez moriré de repente.

    -No, no, tranquilizaos; no moriréis. Cuando os dé, si os da, ese tercer ataque, ya estaremos libres, entonces os salvaremos como ahora y mejor que ahora, porque tendremos todos los recursos necesarios.

    -Amigo mío -le contestó el anciano-, no os engañéis a vos mismo. La crisis que acabo de pasar me ha condenado a prisión eterna. Para huir es preciso poder nadar.

    -Pues bien, esperaremos ocho días, un mes, dos meses si es necesario. En ese intervalo recobraréis vuestras fuerzas. Todo está preparado para nuestra fuga, y hasta podremos elegir la hora y la ocasión que más nos convenga. El día que os sintáis capaz de nadar, aquel mismo día pondremos nuestro proyecto en ejecución.

    -Yo jamás podré nadar -dijo Faria-, este brazo está paralítico, y no para un día, sino para siempre. Levantadlo vos mismo y veréis cuánto pesa.

    El joven levantó aquel brazo, y volvió a caer inerte por su propio peso.

    Edmundo suspiró.

    -Ya estáis convencido, ¿no es cierto? -le preguntó Faria-. Creedme, sé bien lo que me digo. Desde que sufrí el primer ataque de este mal, no he dejado un punto de pensar en él. Ya me lo esperaba, porque es hereditario en mi familia. Mi padre murió al tercer ataque, y mi abuelo también. El médico que preparó ese licor, que no es otro que el famoso Cabanis, me predijo la misma suerte.

    -¡El médico se engaña! -exclamó Dantés-. Y tocante a la parálisis, no me importa. Cargaré con vos y nadaré llevándoos a la espalda.

    -Joven -repuso el abate-, sois marino y nadador, y debéis saber por consiguiente que con tal peso ningún hombre es capaz de nadar cincuenta brazas. Dejad de alucinaros con quimeras, que no puede creer ni vuestro mismo corazón, tan generoso. Yo permaneceré aquí hasta que suene la hora de mi libertad, que será la de la muerte. Vos huid, huid. Sois joven, diestro y fuerte, no os cuidéis de mí, os devuelvo vuestra palabra.

    -¡Oh! Entonces -dijo Edmundo-, también yo permaneceré aquí.

    Luego, levantándose y extendiendo su mano sobre Faria, añadió solemnemente:

    -Por la sangre de Cristo, juro no abandonaros hasta la muerte.

    El abate contempló a aquel joven tan noble y sencillo, tan grande, leyendo en sus facciones, animadas con el fuego del entusiasmo más puro, la sinceridad de su afecto y la lealtad de su juramento.

    -Lo acepto -contestó-. Gracias.

    Y tendiéndole la mano añadió:

    -Quizá seréis recompensado por ese afecto tan desinteresado, empero como yo no puedo escaparme y vos no queréis, lo que importa es cegar el subterráneo que hemos hecho debajo de la galería. El soldado puede advertir que el suelo repite el eco de sus pasos, y avisar al gobernador, con lo cual nos descubrirían. Id, pues, a cegarlo vos, ya que desgraciadamente yo no puedo ayudaros. Emplead toda la noche si es preciso, y no volváis a verme hasta mañana después de la visita del carcelero. Entonces acaso tendré que deciros alguna cosa importante.

    Dantés estrechó la mano del abate, que el pagó con una sonrisa, y salió de la prisión, obediente y respetuoso, como era en todas ocasiones con su anciano amigo.
     
  9. mai^a

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    El Gaucho Martin Fierro

    Capitulo 9

    Matreriando lo pasaba
    ya a las casas no venía;
    solía arrimarme de día,
    mas, lo mesmos que el carancho,
    siempre estaba sobre el rancho
    espiando a la polecía.

    Viva el gaucho que ande mal,
    como zorro perseguido,
    hasta que al menor descuido
    se lo atarasquen los perros,
    pues nunca le falta un yerro
    al hombre mas alvertido.

    Y en esa hora de la tarde
    en que tuito se adormece,
    que el mundo dentrar parece
    a vivir en pura calma,
    con las tristezas del alma
    al pajonal enderiece.

    Bala el tierno corderito
    al lao de la blanca oveja,
    y a la vaca que se aleja
    llama el ternero amarrao;
    pero el gaucho desgraciao
    no tiene a quien dar su oveja.

    Ansí es que al venir la noche
    iba a buscar mi guarida,
    pues ande el tigre se anida
    tmbién el hombre lo pasa,
    y no quería que en las casas
    me rodiara la partida.

    Pues aun cuando vengan ellos
    cumpliendo con su deberes,
    yo tengo otros pareceres,
    y en esa conduta vivo:
    que no debe un gaucho altivo
    peliar entre las mujeres.

    Y al campo me iba solito,
    más matrero que el venao,
    como perro abandonao
    a buscar una tapera,
    o en alguna vizcachera
    pasar la noche tirao.

    Sin punto ni rumbo fijo
    en aquella inmensidá,
    entre tanta escuridá
    anda el gaucho como duende;
    alli jamás lo sorpriende
    dormido, la autoridá.

    Su esperanza es el coraje,
    su guardia es la precaución,
    su pingo es la salvación,
    y pasa uno en su desvelo,
    sin más amparo que el cielo
    ni otro amigo que el facón.
    ..............................

    Ansí me hallaba una noche
    contemplando las estrellas,
    que le parecen más bellas
    cuanto uno es más desgraciao,
    y que Dios las haiga criao
    para consolarse en ellas.

    Les tiene el hombre cariño
    y siempre con alegría
    ve salir las Tres Marías;
    que si llueve, cuanto escampa,
    las estrellas son la guía
    que el gaucho tiene en la pampa.

    Aqui no valen dotores,
    sólo vale la esperiencia;
    aquí verían su inocencia
    esos que todo lo saben,
    porque esto tiene otra llave
    y el gaucho tiene su cencia.

    Es triste en medio del campo
    pasarse noches enteras
    contemplando en sus carreras
    las estrellas que Dios cría,
    sin tener mas compañía
    que su delito y las fieras.

    Me encontraba como digo,
    en aquella soledá,
    entre tanta escuridá,
    echando al viento mis quejas,
    cuando el grito del chajá
    me hizo parar las orejas.

    Como lunbriz me pegué
    al suelo para escuchar;
    pronto sentí retumbar
    las pisadas de los fletes,
    y que eran muchos jinetes
    conocí sin vacilar.

    Cuando el hombre está en peligro
    no debe tener confianza;
    ansí tendido de panza
    puse toda mi atención
    y ya escuche sin tardanza
    como el ruido de un latón.

    Se venían tan calladitos
    que yo me puse en cuidao;
    tal vez me hubieran bombiao
    y ya me venían a buscar;
    mas no quise disparar,
    que eso es de gaucho morao.

    Al punto me santigüé
    y eché de giñebra un taco;
    lo mesmito que el mataco
    le arroyé con el porrón;
    -si han de darme pa tabaco-,
    dije,-ésta es güena ocasión-.

    Me refalé las espuelas,
    para no peliar con grillos;
    me arremangué el calzoncillo,
    y me ajusté bien la faja,
    y en una mata de paja
    probé el filo del cuchillo.

    Para tenerlo a la mano
    el flete en el pasto até,
    la cincha le acomodé,
    y, en un trance como aquél,
    haciendo espaldas en él
    quietito los aguardé.

    Cuando cerca los sentí,
    y que ahi no más se pararon,
    los pelos se me erizaron
    y,aunque nada vían mis ojos,
    -no se han de morir de antojo-,
    les dije, cuando llegaron.

    Yo quise hacerles saber
    que alli se hallaba un varón;
    les conocí la intención
    y solamente por eso
    es que les gané el tirón,
    sin aguardar voz de preso.

    -Vos sos un gaucho matrero-
    dijo uno, haciéndose el güeno.
    -Vos mataste un moreno
    y otro en una pulpería,
    y aquí está la polecía
    que viene a ajustar tus cuentas;
    te va alzar por las cuarenta
    si te resistís hoy día.

    -No me vengan-, contesté,
    -con relación de dijuntos;
    esos son otros asuntos;
    vean si me pueden llevar,
    que yo no me he de entregar,
    aunque vengan todos juntos-.

    Pero no aguardaron más
    y se apiaron en montón;
    como a perro cimarrón
    me rodiaron entre tantos;
    ya me encomendé a los Santos,
    y eche mano a mi facón.

    Y ya vide el fogonazo
    de un tiro de garabina,
    mas quiso la suerte indina
    de aquel maula, que me errase,
    y ahi no más lo levantase
    lo mesmo que una sardina.

    A otro que estaba apurao
    acomodando una bola,
    le hice una dentrada sola
    y le hice sentir el fierro,
    y ya salió como el perro
    cuando le pisan la cola.

    Era tanta la aflición
    y la angurria que venían,
    que tuitos se me venían,
    donde yo los esperaba;
    uno al otro se estorbaba
    y con las ganas no vían.

    Dos de ellos que traiban sables
    mas garifos y resueltos,
    en las hilachas envueltos
    enfrente se me pararon,
    y a un tiempo me atropellaron
    lo mesmo que perros sueltos.

    Me fuí reculando en falso
    y el poncho adelante eché,
    y en cuanto le puso el pie
    uno medio chapetón,
    de pronto le di un tirón
    y de espaldas lo largué

    Al verse sin compañero
    el otro se sofrenó;
    entonces le dentré yo,
    sin dejarlo resollar,
    pero ya empezó a aflojar
    y a la pu...n...ta disparó.

    Uno que en una tacuara
    hbía atao una tijera,
    se vino como si juera
    palenque de atar terneros,
    pero en dos tiros certeros
    salió aullando campo ajuera.
    Por suerte en aquel momento
    venía coloriando el alba
    y yo dije: -Si me salva
    la Virgen en este apuro,
    en adelante le juro
    ser más güeno que una malva-.

    Pegué un brinco y entre todos
    sin miedo me entreveré;
    hecho ovillo me quedé
    y ya me cargo una yunta,
    y por el suelo la punta
    de mi facón les jugué.

    El más engolosinao
    se me apió con un hachazo;
    se lo quité con el brazo;
    de no, me mata los piojos;
    y antes de uqe diera un paso
    le eché tierra en los dos ojos.

    Y mientras se sacudiá
    refregándose la vista,
    yo me le fuí como lista
    y ahi no más me le afirmé,
    diciéndole: -Dios te asista-,
    y de un revés lo voltié.

    Pero en ese punto mesmo
    sentí que por las costillas
    un sable me hacía cosquillas
    y la sangre me heló;
    dende ese momento yo
    me salí de mis casillas.

    Di para atrás unos pasos
    hasta que pude hacer pie;
    por delante me lo eché
    de punta y tajos a un criollo;
    metió la pata en un hoyo,
    y yo al hoyo lo mandé.

    Tal vez en el corazón
    le tocó un Santo bendito
    a un gaucho, que pegó el grito
    y dijo:-!Cruz no consiente
    que se cometa el delito
    de matar a un valiente!-

    Y ahi no más se me aparió,
    dentrándole a la partida;
    yo les hice otra embestida
    pues entre dos era robo;
    y el Cruz era como lobo
    que defiende su guarida.

    Uno despachó al infierno
    de dos que lo atropellaron;
    los demás remoliniaron,
    pues íbamos a la fija,
    y a poco andar dispararon
    lo mesmo que sabandija.

    Ahí quedaron largo a largo
    los que estiaron la jeta;
    otro iba como maleta,
    y Cruz de atrás les decia:
    -Que venga otra polecia
    a llevarlos en carreta-.

    Yo junté las osamentas,
    me hinqué y les recé un Bendito,
    hice una cruz de un palito
    y pedí a mi Dios clemente
    me perdonara el delito
    de haber muerto tanta gente.

    Dejamos amotonaos
    a los pobres que murieron;
    no sé si los recogieron,
    porque nos fuimos a un rancho,
    o si tal vez los caranchos
    ahi no más se los comieron.

    Lo agarramos mano a mano
    entre los dos al porrón:
    en semejante ocasión
    un trago a cualquiera encanta;
    y Cruz no era remolón
    ni pijotiaba garganta.

    Calentamos los gargueros
    y nos largamos muy tiesos,
    siguiendo siempre los besos
    al pichel, y por mas señas,
    ibamos como cigüeñas
    estirando los pescuezos.

    -Yo me voy-, le dije,-amigo,
    donde la suerte me lleve,
    y si es que alguno se atreve,
    a ponerse en mi camino,
    yo seguiré mi destino,
    que el hombre hace lo que debe.

    -Soy un gaucho desgraciao,
    no tengo donde ampararme,
    ni un palo donde rascarme,
    ni un árbol que me cubije:
    pero ni aun esto me aflige
    porque yo sé manejarme.

    -Antes de cair al servicio,
    tenia familia y hacienda;
    cuando volví, ni la prenda
    me la habian dejao ya.
    Dios sabe en lo que vendrá
    a parar esta contienda.
     
  10. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que bello clau! :razz:
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    [​IMG]
    BUENO Y MALO

    Sois buenos cuando tratáis
    de dar de vosotros mismos.
    Sin embargo, no sois malos
    cuando buscáis la ganancia
    que os enriquecerá.
    Pero cuando lucháis por obtener,
    no sois más que una raíz
    que se prende a la tierra
    y succiona su seno.
    Sois buenos cuando camináis
    hacia vuestra meta
    firmemente y con pasos audaces.
    No sois, empero, malos cuando camináis
    cojeando hacia ella.

    (KHALIL GIBRAN)









     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    BIEN PUDIERA SER
    Alfonsina Storni

    [​IMG]

    Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
    no fuera más que aquello que no pudo ser,
    no fuera más que algo vedado y reprimido
    de familia en familia, de mujer en mujer.

    *

    Dicen que en los solares de mi gente, medido
    estaba todo aquello que se debía hacer...
    Dicen que silenciosas las mujeres han sido
    de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

    *

    A veces en mi madre apuntaron antojos
    de liberarse, pero se le subió a los ojos
    una honda amargura, y en la sombra lloró.
    *

    Y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
    todo eso que se hayaba encerrado,
    pienso que sin quererlo lo he levantado yo.
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Cuentan de un sabio, ...

    Pedro Calderón de la Barca
    (1600-1681)


    Cuentan de un sabio, que un día
    tan pobre y mísero estaba,
    que sólo se sustentaba
    de unas yerbas que cogía.

    «Habrá otro», entre sí decía,
    «más pobre y triste que yo?»
    Y cuando el rostro volvió,
    halló la respuesta, viendo
    que iba otro sabio cogiendo
    las hojas que él arrojó.



     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    DE LA AMISTAD
    CARLOS REYNA


    Ondula más allá de la existencia
    en un crujir de muros derribados,
    y desafiando olvidos renegados,
    le pone al tiempo su inmortal esencia.

    No tiene voz ni aroma su presencia
    -no se adivinan gestos señalados-,
    y sin embargo surgen entregados
    infinidad de rostros sin ausencia.


    Qué inocultable ciencia incomprendida:
    hallar la pena ajena y combatirla
    con el sólo poder de recibirla.

    Buscar la mano quieta y extendida
    y ahogar la sed de días esperados
    entre los cuatro brazos entregados.


    Del libro "Poemas del Segundo Tiempo"
     
  15. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy: :happy: :happy:
    ¡Qué extraordinaria doña Alfonsina! Años atrás leí que ella se pintó el pelo de color violeta ¿O Azul? Pensar que eso fue en las primeras décadas del siglo XX.

    Dejo una canción que tiene que ver con el corcoveo que ha hecho la mujer para tener una cuota mayor de libertad y de respeto.



    Recientemente desaparecida del mundo de los vivos.
    Eso sí, no soy feminista, el hombre y la mujer se deben respeto mutuo en el vivir cotidiano y crecer en el amor juntos, que no implique anulación.

    Nos ha tocado una buena época para vivir, me imagino cómo debe haber sido la vida de mi abuela y bisabuela y sólo debe haber sido un cúmulo de dolor.


    Aquí hay rostros-palabras que combaten la ausencia. Para mí la caridad tiene gran valor, hace vivible la existencia, que belleza afirmar "hallar la pena ajena y combatirla con el sólo poder de recibirla"

    Me gustaría tener más tiempo y leer todo lo que transcriben pero eso que llaman tiempo es un poco tirano, no nos deja dedicarnos a lo que más nos gusta.

    Muchas gracias.

    ;) ;) ;)