Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    FRUTO DEL TRABAJO


    Del suelo brota el tallo
    que riega el labrador,
    y crece cada día
    pidiendo luz al sol.

    El tallo ya es espiga
    ya el grano se formó,
    esta dorado el trigo
    al fin de la estación.

    No habrá en la pobre choza
    más hambre ni dolor;
    el pan de cada día
    le manda ya el buen Dios..

    José Arnaldo Marquez

    FELIZ DIA DEL TRABAJO
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Maia!!!:beso: :beso: Lo mismo para vos!!!:razz:
     
  3. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy: :happy: :happy:

    Sentido del oficio
    Gabriela Mistral


    El trabajador puede decir lo que dijo Cristo de sí: "Que mis actos hablen por mí".

    El objeto labrado es esquema de los sentidos, del cuerpo y el alma del obrero. La manufactura superior denuncia la justeza del ojo, la barbarie o la docilidad de la palma, la vieja intrepidez de los dedos; cuenta, por la insistencia de tal o cual color, el temperamento de su amo; en la sequedad o la dicha del dibujo, dice sus humores. Hasta el copista se expresa copiando, y hace confesión de sí mismo.
    Muy torpe, el uso corriente de juzgar a hombre o mujer fuera de su oficio. "Fulano es mal abogado, pero excelente persona". 0, si se trata de un herrero: "No sabe lo suyo, pero es un santo". No, no hay probidad que pueda quedarse afuera del oficio. Quien cojee en su profesión, cámbiela sencillamente, pero hínquese en otra donde pueda alcanzar el último tramo y ser probo, partiendo de su oficio como de un centro.
    Eje de la vida, el oficio. Que las demás cosas, consideración social, dinero, etc., sean radios que de ahí partan.
    Yo conozco en Chile innumerables sociedades de artesanos sin más objetivo que la ayuda económica o la recreación colectiva. Sociedades cuyo fin primero sea la elevación de la capacidad artesana, no me las he encontrado; locales obreros en cuyas salas estén unas cuantas muestras felices de lo que el gremio ha logrado, cosas que creen el ambiente del gremio y que muestren que ésa es verdaderamente la casa de los forjadores o de los tejedores, tampoco las he visto.
    El obrero quiere ser significado por la elevación del salario o por la representación laborista numerosa en un Congreso; pero son sólo un costado de su reivindicación.
    Se significará totalmente por medio de su oficio mismo. Artesano con salario alto y que nunca supera el último tipo y no crea un modelo nuevo entre las criaturas industriales, que no conoce la historia de su oficio, con los clásicos del cobre, de la porcelana o el papel; que se queda en albañil pudiendo pasar a constructor; obrero al cual para nada ha servido la herencia enorme de los artesanos españoles de Toledo y de los italianos de Florencia, es peón voluntario y lleva hurtado el nombre de artesano.
    Yo también estoy con los que quieren edificar nuevas jerarquías. Que el dinero y la herencia cuenten cada vez menos para dar sitio a los individuos en el mundo y que la cifra 1, la 2, la 3, pasen a ocuparlas los bravamente capaces. Pero cuidado con los nuevos valores de chacota o de mentirijilla. No el maestro por ser campesino, sino el campesino que ha hecho el mejor huerto en el valle de Elqui o de Aconcagua.
    Vamos caminando hacia la formación de una aristocracia de técnica que ascenderá sin más presión que la capacidad. Cuidamos que no resulte sólo a medias legítima como las anteriores, y que se vuelva otro cheque girado en falso.
    Para la llamada "revisión de valores" tomemos como documento principal el oficio. ¿Cuánto tiempo se le buscó? Porque el oficio debe aprenderse toda la vida; cesa el aprendizaje al acabar el trabajo, a los 50 ó 55 años. ¿Hasta dónde se le conoció? Porque el oficio es cosa fateada como el ojo del insecto o, mejor dicho, tiene diez o veinte estratos, como las gredas, y quedarse arañando el primero es fijarse por sí mismo en la plebeyez. ¿Se le regaló a su raza, dentro de la artesanía elegida, una forma nueva? También se prueba el patriotismo a través del oficio y se le vuelve una honra colectiva. ¿Se puso precio con probidad a la artesanía o se aprovechó cualquier ocasión de lucro fácil, tan fácil como el del bolsista? ¿Se ensamblaron las piececitas del reloj o las del armario con escrupulosidad preciosa, como si cada pieza fuese a cantar el nombre del dueño? Porque la moralidad se comprueba también en la obra artesana.
    Yo deseo unas repúblicas futuras en que los motes tontos de "rey del aceite" o "rey del azúcar", se dejen de mano para resucitar, en cambio, estos bellos nombres medievales: el "Maestro del cuero", el "Maestro del cáñamo" o, si se quiere volver a las caballerías, el "Caballero de la forja".
    Suelo leer con más interés que las promociones de Bellas Artes a la Legión de Honor, en la prensa francesa, las de Industria: X "horticultor", Z "decorador", por servicios al suelo y a la manufactura francesa. Me pongo a pensar en el artesano chileno que apenas ha nacido, si ha nacido. Ni los patrones se ocupan de cultivar sus habilidades, porque no se engría y cobre más; ni a él mismo le importa mucho mejorarse, porque ignora qué pascua permanente son sus artesanías en Europa; ni el Estado ha hecho gran cosa por su ennoblecimiento, aunque sea el protector natural de las labores manuales, una tras otra.
    No es verdad que el maquinismo haya acabado con el artesano y que sea ya imposible que éste ponga sello suyo sobre su criatura. La máquina ha substituido el pulmón del hombre, no su mente, ni siquiera su dedo, a veces. El hombre dicta a la máquina los modelos; la máquina le ha reemplazado los tendones y el sudor sin arrebatarle ni una de sus prerrogativas para dar gusto a su pasión de forma o de color. Sería infame un trabajo en el que la voluntad de crear no pudiera ejercerse nunca y sería estúpida la delegación del hombre completo en la usina.
    Bueno será reemplazar algunas de tantas fiestas cívicas nuestras por "festividades artesanas", la del hierro o la de los paños, la del choapino o el sarape. Ir significando en cada ocasión al artesano, hombre esencial de las democracias de cualquier tiempo. Hacer más: abrirles en cada ciudad grande el museo de las artes industriales a fin de que ellos que no viajan, conozcan la nobleza que en otras partes alcanza su propio oficio, de qué millón de motivos es susceptible, cuánto material ha incorporado a la, historia, lo mismo que las llamadas con tonta exclusividad "bellas artes".
    Cuando el artesano se vuelva por su capacidad de creación tanto sesos como puños, y corresponda a tal vigor de sus riñones tal fineza de pupila, se caerá solo el muro que ha dividido el trabajo en jerarquías, y broncero superior igualará a compositor de sinfonía y esmaltador de Copenhague a -cirujano de Nueva York.
    Mayo de 1927.

    En: Grandeza de los oficios. Gabriela Mistral. Roque Esteban Scarpa, comp. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1979


    [​IMG]
    Artesanía de Rari, región del Maule, hecha con crin de caballo.

    Heidegger y Van Gogh, según Derrida


    “…
    En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena. En la ruda y robusta pesadez de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde. En el zapato tiembla la callada llamada de la tierra, su silencioso regalo del trigo maduro, su enigmática renuncia de sí misma en el yermo barbecho del campo invernal. A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener seguro el pan, toda la silenciosa alegría por haber vuelto a vencer la miseria, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte. Este utensilio pertenece a la tierra y su refugio es el mundo de la labradora. El utensilio puede llegar a reposar en sí mismo gracias a este modo de pertenencia salvaguardada en su refugio."


    [​IMG]


    ¡¡¡Que viva!!!
    La mujer campesina que hornea todos los días el pan en su horno de barro.
    El hombre que con su tozudez hace el surco para poner la semilla sagrada.
    Los científicos - sean hombres o mujeres - que están trabajando en el laboratorio para mitigar los dolores del mundo.
    Y todos los que laboran, sean importantes o pequeños... pequeños, por pocos reconocidos.

    Me gusta como llama Gabriela Mistral a Dios: EL QUE SIRVE

    FELIZ DÍA DEL TRABAJO.


    ;) ;) ;)
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Anveri!! Tambien para vos!:razz:
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    La tierra se llama Juan
    Pablo Neruda, Chile 1904-1973

    Detrás de los libertadores estaba Juan trabajando, pescando y combatiendo, en su trabajo de carpintería o en su mina mojada.

    Sus manos han arado la tierra y han medido

    los caminos.

    Sus huesos están en todas partes.

    Pero vive. Regresó de la tierra. Ha nacido.

    Ha nacido de nuevo como una planta eterna.

    Toda la noche impura trató de sumergirlo

    y hoy afirma en la aurora sus labios indomables.

    Lo ataron, y es ahora decidido soldado.

    Lo hirieron, y mantiene su salud de manzana.

    Le cortaron las manos, y hoy golpea con ellas.

    Lo enterraron, y viene cantando con nosotros.

    Juan, es tuya la puerta y el camino.

    La tierra

    es tuya, pueblo, la verdad ha nacido

    contigo, de tu sangre.

    No pudieron exterminarte. Tus raíces

    árbol de humanidad

    árbol de eternidad,

    hoy están defendidas con acero,

    hoy están defendidas con tu propia grandeza

    en la patria soviética, blindada

    contra las mordeduras del lobo agonizante.



    Pueblo, del sufrimiento nació el orden.



    Del orden tu bandera de victoria ha nacido.



    Levántala con todas las manos que cayeron,

    defiéndela con todas las manos que se juntan:

    y que avance a la lucha final, hacia la estrella

    la unidad de tus rostros invencibles
     
  6. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy: :happy: :happy:

    ¡¡¡QUE VIVA MÉXICO!!!

    En el día miro, ahora me voy a trabajar :11risotada: :11risotada: :11risotada:
    aunque sea día de festejo, igual hay que hacer la comidita.

    :beso:
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ayy Anveri , que viva!!!!...pero me equivoque de post donde voy a poner las fotitos!!! jaaaaa ,asi que lo cambio por una poesia!!:11risotada:
     
  8. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy: :happy: :happy:
    Me gusta mucho Alejandro Dolina, es exquisito en la amargura y hace mucho reir.

    A propósito de cuentos de doncellas y gigantes o brujas, me recordé del cuento de Rapunzel.
    Lo extraje de Internet.

    "Había una vez una pareja que desde hacía mucho tiempo deseaba tener hijos. Aunque la espera fue larga, por fin, sus sueños se hicieron realidad.
    La futura madre miraba por la ventana las lechugas del huerto vecino. Se le hacía agua la boca nada más de pensar lo maravilloso que sería poder comerse una de esas lechugas.
    Sin embargo, el huerto le pertenecía a una bruja y por eso nadie se atrevía a entrar en él. Pronto, la mujer ya no pensaba más que en esas lechugas, y por no querer comer otra cosa empezó a enfermarse. Su esposo, preocupado, resolvió entrar a escondidas en el huerto cuando cayera la noche, para coger algunas lechugas.
    La mujer se las comió todas, pero en vez de calmar su antojo, lo empeoró. Entonces, el esposo regresó a la huerta. Esa noche, la bruja lo descubrió.
    -¿Cómo te atreves a robar mis lechugas? -chilló.
    Aterrorizado, el hombre le explicó a la bruja que todo se debía a los antojos de su mujer.
    -Puedes llevarte las lechugas que quieras -dijo la bruja -, pero a cambio tendrás que darme al bebé cuando nazca.
    El pobre hombre no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto nació, la bruja se llevó a la hermosa niña. La llamó Rapunzel. La belleza de Rapunzel aumentaba día a día. La bruja resolvió entonces esconderla para que nadie más pudiera admirarla. Cuando Rapunzel llegó a la edad de los doce años, la bruja se la llevó a lo más profundo del bosque y la encerró en una torre sin puertas ni escaleras, para que no se pudiera escapar. Cuando la bruja iba a visitarla, le decía desde abajo:
    -Rapunzel, tu trenza deja caer.
    La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza rubia y la bruja subía. Al cabo de unos años, el destino quiso que un príncipe pasara por el bosque y escuchara la voz melodiosa de Rapunzel, que cantaba para pasar las horas. El príncipe se sintió atraído por la hermosa voz y quiso saber de dónde provenía. Finalmente halló la torre, pero no logró encontrar ninguna puerta para entrar. El príncipe quedó prendado de aquella voz. Iba al bosque tantas veces como le era posible. Por las noches, regresaba a su castillo con el corazón destrozado, sin haber encontrado la manera de entrar. Un buen día, vio que una bruja se acercaba a la torre y llamaba a la muchacha.
    -Rapunzel, tu trenza deja caer.
    El príncipe observó sorprendido. Entonces comprendió que aquella era la manera de llegar hasta la muchacha de la hermosa voz. Tan pronto se fue la bruja, el príncipe se acercó a la torre y repitió las mismas palabras:
    -Rapunzel, tu trenza deja caer.
    La muchacha dejó caer la trenza y el príncipe subió. Rapunzel tuvo miedo al principio, pues jamás había visto a un hombre. Sin embargo, el príncipe le explicó con toda dulzura cómo se había sentido atraído por su hermosa voz. Luego le pidió que se casara con él. Sin dudarlo un instante, Rapunzel aceptó. En vista de que Rapunzel no tenía forma de salir de la torre, el príncipe le prometió llevarle un ovillo de seda cada vez que fuera a visitarla. Así, podría tejer una escalera y escapar. Para que la bruja no sospechara nada, el príncipe iba a visitar a su amada por las noches. Sin embargo, un día Rapunzel le dijo a la bruja sin pensar:
    -Tú eres mucho más pesada que el príncipe.
    -¡Me has estado engañando! -chilló la bruja enfurecida y cortó la trenza de la muchacha.
    Con un hechizo la bruja envió a Rapunzel a una tierra apartada e inhóspita. Luego, ató la trenza a un garfio junto a la ventana y esperó la llegada del príncipe. Cuando éste llegó, comprendió que había caído en una trampa.
    -Tu preciosa ave cantora ya no está -dijo la bruja con voz chillona -, ¡y no volverás a verla nunca más!
    Transido de dolor, el príncipe saltó por la ventana de la torre. Por fortuna, sobrevivió pues cayó en una enredadera de espinas. Por desgracia, las espinas le hirieron los ojos y el desventurado príncipe quedó ciego.
    ¿Cómo buscaría ahora a Rapunzel?
    Durante muchos meses, el príncipe vagó por los bosques, sin parar de llorar. A todo aquel que se cruzaba por su camino le preguntaba si había visto a una muchacha muy hermosa llamada Rapunzel. Nadie le daba razón.
    Cierto día, ya casi a punto de perder las esperanzas, el príncipe escuchó a lo lejos una canción triste pero muy hermosa. Reconoció la voz de inmediato y se dirigió hacia el lugar de donde provenía, llamando a Rapunzel.
    Al verlo, Rapunzel corrió a abrazar a su amado. Lágrimas de felicidad cayeron en los ojos del príncipe. De repente, algo extraordinario sucedió:
    ¡El príncipe recuperó la vista!
    El príncipe y Rapunzel lograron encontrar el camino de regreso hacia el reino. Se casaron poco tiempo después y fueron una pareja muy feliz."

    Es muy similar al que escuchaba cuando era niña. Me lo contaba mi madre y me generaba mucha angustia, también se lo conté muchísimas veces a mi hija.

    La diferencia es ésta:

    Rapunzeeeeeeeeel, Rapunzeeeeeeeeel, tira tu cabellera para subirme por ella sin escalera.

    Ustedes citan a Pablo Neruda y yo a Dolina.

    ;)
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Anveri ...!:happy: Ese cuento yo no lo conocia!!...te dejo otro de Dolina!:razz:
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    TUNEL
    Alejandro Dolina
    La isla de San Martín es una más en el modesto archipiélago frente a las Cosatas Bajas. No está lejos de tierra firme y es fácil identificarla: el alto muro de piedra de la cárcel es inevitable mojón de referencia para los escasos pescadores de la región.
    El exiguo litoral de la isla fue vigilado perpetuamente durante siglos. Los guardias celosos de la prisión se apresuraban a balear cualquier objeto flotante. Peces voladores, ballenatos, náufragos, han sido a través de los años víctimás del plomo de los carceleros. Una vez por mes, un barquito del gobierno atracaba en el viejo muelle. Llevaba provisiones baratas, algún empleado, algún preso.
    Siendo legendaria la seguridad del penal, las autoridades enviaban allí a los convictos más temibles, especialmente a los que habían intentado fugarse de otras cárceles.
    Nadie escapó jamás de San Martín. Es verdad que un buen nadador podría alcanzar la costa vecina sin demásiado esfuerzo. Lo difícil era arrojarse al agua. Los muros eran impenetrables. No había ventanas ni respiraderos. Los presos de la isla nunca veían el mar.
    La administración central casi no se ocupaba de esta cárcel. Los directores no eran removidos casi nunca, salvo por muerte o jubilación. Un cierto descuido burocrático provocaba dificultades en el abastecimiento y en algunas oficinas de la capital ni siquiera sabían si la prisión seguía funcionando.
    Se dice que el régimen interno era severísimo. Todos hemos oído alguna historia acerca del extravagante sadismo de los carceleros de San Martín. Se trataba de personas solitarias que carecían de cualquier solaz. Durante un tiempo, el barquito arrimó algunas prostitutas para el recreo de la guarnición. Pero con los años vino a observarse un creciente desinterés de los hombres. Al parecer, mejor los complacía la crueldad que la lujuria.
    La isla estaba completamente ocupada por la cárcel. Fuera de ella no había nada. Apenas unos metros de arena entre las paredes y el mar. A pesar de no medir más de un kilómetro en su punto más ancho, los intrincados pasillos y las tortuosas galerías de los absurdos edificios producían en sus habitantes una penosa sensación de infinitud. Los sectores al aire libre eran también deprimentes: una laguna pantanosa donde los penados pescaban renacuajos, una loma pelada que ocupaba el centro de la isla, un patio empedrado. Los pocos árboles que existían ocupaban el distrito a las autoridades.
    No se sabe cuándo, alguien pensó en hacer un túnel. Un túnel bajo los muros y bajo el mar, que condujera directamente a tierra firme. Describiré la magnitud de los trabajos necesarios.
    La distancia entre la isla san martín y la costa es de unos 6500 metros. La profundidad del mar es escasa: unos 30 pies com máximo. Los sedimentos cuya acumulación ha dado origen a las islas son relativamente fáciles de remover. Ingenieros comedidos han calculado que una cuadrilla de convictos trabajando con herramientas elementales, en horarios reducidos por la prudencia y mermado su rendimiento por el sigilo, podrían avanzar un metro cada tres días en un corredor de un metro de diámetro.
    Los mismo ingenieros, o quizá otros, podrian continuar el cálculo: diez metros en un mes. Poco más de una cuadra en un año. 1200 metros en una década. Y el recorrido completo en unos 65 años.
    Tal vez ignorando estas cifras incorruptibles, cautivos ingenuos empezaron el túnel.
    Los datos que siguen son inevitablemente dudosos. Esta clase de obras progresa en la clandestinidad. hemos consultado a funcionarios policiales, antiguos presos, pobladores de la zona y proveedores de la prisión y las noticias resultantes están desfiguradas por el olvido, el temor, la suspicacia o el mero desconocimiento.
    Algunos dicen que el túnel tenía tres bocas. Dos de ellas eran falsas y se procuraba que las autoridades descubrieran los fingidos trabajos que allí se realizaban. La verdadera entrada pudo haber estado en la quinta letrina del más antiguo de los baños.
    El célebre delincuente Tony Musante estuvo recluido cinco años en San Mar´tin. Allí escribió unos textos bajo la forma de memorias, cuyo propósito se vinculaba menos con el ejercicio de la literatura que con el de la venganza. En esas páginas se menciona el túnel varias veces.
    "La Hermandad del Túnel me pidió ayuda en la excavación. Les hice saber que no estaba dispuesto a ningún trabajo manual. Los mensajeros prometieron que jamás habían pensado en ello. Más bien me necesitaban para amenazar a los renuentes y, llegado el caso, para eliminar a los traidores. Quise saber quiénes eran los jefes de la Hermandad, pero los mensajeros no lo sabían.
    Al parecer, el túnel mide ya cerca de dos kilómetros. Me convidaron a recorrerlo. No acepté. Según pude saber, se trata de un agujero muy estrecho por el que se circula en cuatro patas. Cada cien metros hay tramos más anchos y más altos para el descanso y para que puedan cruzarse personas que marchan en dirección opuesta."
    Musante escribía esto en 1930. Todo hace suponer que jamás vio el túnel. Tampoco llegó a saber quiénes dirigían la Hermandad. Es casi seguro que no prestó su servicio. En 1934 lo trasladaron a otra cárcel menos rigurosa, en atención a su buena conducta.
    Sin duda el testimonio escrito de mayor importancia fue el que surgió de la confesión del arquitecto Bompiani.
    Marcos Bompiani fue un asesino serial, que acostumbraba a emparedar a sus víctimás en los muros de los edificios que construía su empresa. Condenado a prisión perpetua, estuvo en San Martin más de diez años. Allí también cometió algunos crímenes. Obligado a confesarlos, admitió - de paso - haber dirigido personalmente las obras del túnel y haber sido jefe de la Hermandad. Sin embargo, Bompiani jamás reveló la ubicación de los accesos verdaderos.
    El arquitecto señaló unos gravísimos problemás. El desconocimiento de la profundidad exacta del mar obligaba a excavar muy profundo, por precaución. El aire era escaso y era imposible construir respiraderos. Además, cuanto más progresaba el emprendimiento, más se tardaba en llegar gateando hasta el punto de excavación. Bompiani estimó que el tiempo empleado en el trayecto (unos 3000 metros en 1946) era de casi tres horas. Esto hacen seis horas entre la ida y la vuelta. Ante la dificultad de justificar las prolongadas ausencias de los presos, hubo que reducir al mínimo la duración de los turnos. Tal vez nadie cavara más de quince minutos por jornada.
    En los primeros años, el clásico problema de deshacerse de la tierra removida parecía más o menos resuelto. La loma pelada fue creciendo de a poco. Los presos llenaban sus bolsillos en el túnel y los vaciaban allí. Pero Bompiani comprendió que tarde o temprano las autoridades iban a extrañarse de aquel fenómeno. El arquitecto calculó que la obra completa implicaría el desalojo de site mil toneladas de tierra, cuyo volumen sería aproximadamente el de un edificio de catorce pisos. Resolvió entonces designar a un grupo de especialistas para que procediera a capturar toda clase de pájaros, con preferencia de buen tamaño. Esta tarea se realizaba con el permiso y hasta con el beneplácito de las autoridades. A cada ave capturada se le ataba a la pata una pequeña bolsa de papel llena de tierra y agujereada. En esas condiciones los pájaros abandonaban la isla con vuelo esforzado, desparramando la tierra del túnel por todo el océano. Bompiani se extendía en explicaciones tediosas acerca de las dificultades para conseguir bolsas de papel o para evitar que los guardianes se dieran cuenta de estas maniobras.
    En medio de nuestro trabajo de investigación, encontramos numerosas menciones del túnel, en fechas remotísimás. La más antigua data del año 1790.
    ¿Cuándo comenzó realmente la excavación del túnel? ¿Hace doscientos años? ¿Hace trescientos? ¿Por qué nunca fue terminado?
    Puede conjeturarse que no estamos hablando de uno, sino de varios túneles, que fueron comenzados en distintas épocas. Es probable que los carceleros hayan descubierto y clausurado la mayoría de ellos. De hecho, todos los directores han conocido los rumores sobre un misterioso plan de fuga.
    Se sabe que la policía solía infiltrar a algunos de sus agentes entre los prisioneros. Eran maniobras muy discretas: ni siquiera los carceleros podían diferenciar a los falsos criminales de los verdaderos. Sin embargo las negligencias administrativas, que ya hemos señalado, generaban errores inconcebibles. Muchos policías han terminado su vida en la cárcel de San Martín, ante el olvido de sus superiores, gritando a los impasibles carceleros nombres, direcciones e inútiles referencias.
    En 1940, el periodista inglés Andrew Harrison obtuvo permiso del director de la cárcel para fingirse presidiario e investigar por su cuenta. Los resultados de más de una año de sacrificio fueron pobrísimos. Nadie sabía nada del túnel, ni de la Hermandad. A Bompiani, ni siquiera lo conoció. Muchas veces fue víctima de las bromás de los convictos, que se complacían en señalar supuestas entradas del túnel en los lugares más indignos. Años después, se reveló que todo el mundo sabía que Harrison era un periodista un encubierto y que se consederaba de buen tono el contarle mentiras para su posterior publicación. En 1942, apareció el libro Mejor que no hable, en el que se divulgaban las confidencias íntimás de los penados. Allí se sostuvo que el túnel no existía. Esta cómoda opinión fue ovacionada por los Refutadores de Leyendas de todo el mundo. Durante décadas el asunto fue olvidado.
    En 1974, la cárcel de San Martín fue clausurada y en 1977, se demolieron los siniestros edificios. Al parecer, no se hallaron rastros de túnel alguno.
    Pero en 1980, en su libro Túneles del mundo, el viajero francés Jean Luc Toinette razonó que los rastros de una obra tan elemental desaparecían fácilmente y que la ausencia de vestigios no garantizaba la inexistencia del famoso túnel.
    Dejo para el final el testimonio del último director de la prisióin, el odontólogo Antón Garat:
    "El túnel existió y fue la obra más noble de la que yo haya tenido noticia. Los presos preparaban una vía de escape que ellos mismo no iban a ver terminada. Estaban trabajando para la fuga de hombres que ni siquiera habían cometido aún el delito que los iba a condenar.
    "El túnel era la esperanza. Era necesario para unos hombres embrutecidos por el sufrimiento. Por eso nunca me esforcé demásiado en encontrarlo. La excavación ocupaba sus energías y los mantenía alejados de motines y reclamos."
    Me atrevo a postular que la existencia real del túnel es asunto secundario. La ilusión de la fuga no fue jamás una promesa concreta. Las ilusiones grandes nunca lo son. Quizá la verdadera función de la Hermandad haya sido esa: mantener vivo un sueño imposible. Tal vez las autoridades no hayan estado lejos de la cofradía. El informe termina aquí, apresuradamente, cuando se oye el ya cercano trote de las alegorías.
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Alejandro Dumas (Padre)
    El Conde de Montecristo
    Primera parte
    Capítulo veintitrés

    La isla de Montecristo

    Por uno de esos azares inesperados, que tal vez suceden a aquellos que la fortuna se ha cansado de perseguir, iba Dantés al fin a realizar sus ilusiones de una manera sencilla y natural, arribando a la isla sin inspirar sospechas a nadie. Una noche le separa solamente del viaje tan esperado.

    Esta fue una de las noches más agitadas que Dantés pasó en su vida. Todas las probabilidades buenas y malas, todas las dudas y todas las certidumbres, se disputaban el dominio de su fantasía. Si cerraba los ojos, veía en la pared, escrita con letras de fuego, la carta del cardenal Spada; si un instante se rendía al sueño, las más insensatas visiones trastornaban su imaginación.

    Ora se creía andando por grutas cuyo suelo eran esmeraldas, las paredes rubíes y las estalactitas diamantes. Como se filtra por lo común el agua subterránea, caían las perlas gota a gota. Absorto y maravillado, se llenaba los bolsillos de piedras preciosas, que al salir fuera se convertían en pedernales. Intentaba volver entonces a las maravillosas grutas, que apenas había registrado, pero perdía el camino en un dédalo de espirales infinitas. La entrada se había hecho invisible. En vano revolvía su fatigada memoria para recordar aquella palabra mágica y misteriosa que abría al pescador árabe las espléndidas cavernas de Alí Babá. Todo en vano. El tesoro desaparecía, el tesoro había vuelto a ser propiedad de los seres de la tierra, a quienes tuvo esperanzas de quitárselo.

    El amanecer le sorprendió tan febril como había estado la noche entera, pero le hizo pensar con lógica y arreglar su proyecto, que hasta entonces vagaba en su cerebro.

    Con la llegada de la noche comenzaron los preparativos del viaje, proporcionando a Dantés un medio de ocultar su turbación.

    Poco a poco había ido adquiriendo sobre sus compañeros el derecho de mandar como jefe, y como sus órdenes eran siempre claras y facilísimas de ejecutar, le obedecían, no sólo con prontitud, sino hasta con alegría.

    El patrón le dejaba obrar a su antojo, porque también había reconocido la superioridad de Dantés sobre los marineros, y aun sobre él mismo. Miraba a aquel joven como a su natural sucesor, y sentía no tener una hija para casarla con él.

    Los preparativos terminaron a las siete de la noche; a las siete y media doblaba la tartana el faro, en el momento en que se encendía.



    El mar estaba tranquilo. Navegaban con un vientecillo fresco de Sudeste, bajo un cielo azul, tachonado de estrellas. Dantés declaró que todos los marineros podían acostarse, puesto que él se encargaba del timón. Semejante declaración del Maltés (así le llamaban a Edmundo Dantés los marineros) era suficiente para que todos se acostaran tranquilos.

    Había ya sucedido esto algunas veces. Lanzado el joven desde la soledad al mundo, sentía de cuando en cuando deseos de estar solo. Ahora bien, ¿qué soledad más inmensa y más poética que la de un buque que boga aislado en alta mar, entre las tinieblas de la noche, en el silencio de lo infinito, bajo la mano de Dios?

    Y entonces la soledad se poblaba con sus pensamientos, las tinieblas se desvanecían ante sus ilusiones, y el silencio se turbaba con sus votos y sus proyectos.

    Cuando despertó el patrón, el navío navegaba a toda vela, parecía que tuviese alas; más de dos leguas y media avanzaba por hora. La isla de Montecristo se dibujaba en el horizonte.

    Dantés entregó al patrón el mando de su barco, y fue a su vez a reclinarse en la hamaca, pero a pesar del insomnio de la noche anterior no pudo cerrar los ojos ni un instante.

    Dos horas después volvió a subir al puente. El barco iba a doblar la isla de Elba, y hallábase a la altura de la Mareciana, por encima de la verde y llana Pianosa. En el azul del cielo se recortaban los contornos del pico brillante de Montecristo.

    Con el objeto de dejar la Pianosa a la derecha, mandó Dantés al timonero que pusiese el mástil a babor, porque calculaba que con esta maniobra se abreviaría un tanto el camino.

    A las cinco de la tarde se veía ya la isla clara y distintamente. Hasta sus menores detalles saltaban a la vista, gracias a esa limpidez atmosférica que produce la luz poco antes del crepúsculo de la noche.

    Edmundo devoraba con sus miradas aquella mole de rocas áridas y secas que iba tiñéndose con todos los colores crepusculares, desde el rosa más vivo hasta el azul más oscuro. Tal vez un fuego incomprensible le subía en llamaradas a su semblante y se enrojecía su frente, y una nube purpúrea pasaba por sus ojos.

    Nunca jugador que arriesga a un golpe todo su caudal, ha sentido las angustias que Edmundo experimentaba en aquel momento.

    Llegó la noche. A las diez abordó a la isla la tartana, siendo la primera en acudir a la cita. A pesar del dominio que tenía sobre sí mismo, Dantés no pudo contenerse. Saltó el primero a tierra, y a no faltarle valor la hubiera besado cual otro Bruto.

    La noche estaba bastante oscura, pero hacia las once la luna surgió de en medio del mar, plateando sus olas, y a medida que subía por el cielo sus rayos caían en cascadas de luz sobre los informes peñascos de aquella segunda Pelión.

    La tripulación de La Joven Amelia conocía muy bien la isla de Montecristo, que era una de sus estaciones ordinarias, pero Dantés, aunque la había visto en cada uno de sus viajes a Levante, nunca había desembarcado en ella.

    Esto le decidió a sonsacar a Jacobo.

    -¿Dónde pasaremos la noche? -le preguntó.

    -¡Toma! , a bordo -respondió el marinero.

    -¿No estaríamos mejor en las grutas?

    -¿En qué grutas?

    -En las de la isla.

    -No sé yo que tenga gruta alguna -dijo Jacobo.

    Un sudor frío inundó la frente de Dantés.

    -¿Pues no hay en Montecristo unas grutas? -le volvió a preguntar.

    -No

    Dantés quedó por un momento aturdido, mas después se le ocurrió la idea de que cualquier accidente podía haberlas cegado, o el mismo cardenal Spada para mayor precaución.

    Todo cuanto tendría que hacer en este caso era encontrar la abertura tapada, y pareciéndole vano el buscarla por la noche, lo dejó para el día siguiente.

    Además, una señal hecha como media legua mar adentro, señal a la que La Joven Amelia respondió con otra semejante, indicaba que había llegado el momento de poner manos a la obra.

    El barco, que se había retardado, convencido por la señal de que no había temor ni peligro alguno, se deslizó silencioso como un fantasma, viniendo a echar el ancla a unas ciento veinte brazas de la ribera.

    En seguida empezó el transporte.

    En medio de su trabajo, pensaba Dantés en el hurra de júbilo que podría levantar entre aquellas gentes, sólo con manifestar en alta voz el pensamiento que sin cesar bullía en su cabeza y resonaba en sus oídos. Pero en lugar de revelar el grandioso secreto, temía haber dicho ya demasiado y haber despertado sospechas con sus idas y venidas, sus numerosas preguntas y sus observaciones minuciosas. Por fortuna (que en esta ocasión era fortuna), su doloroso pasado reflejaba en su fisonomía una tristeza indeleble, y los arranques de su alegría, envueltos en esta nube de tristeza, no eran en verdad sino relámpagos.

    Por consiguiente, nadie sospechó nada, y cuando a la mañana siguiente Dantés, tomando su fusil, pólvora y balas, manifestó que quería matar una de las numerosas cabras salvajes que se veían saltar de roca en roca, no se atribuyó su deseo sino a afición a la caza o amor a la soledad. Sólo Jacobo se empeñó en acompañarle, y Dantés no quiso oponerse, temiendo inspirar sospechas con esta repugnancia en ir acompañado, pero apenas recorrieron como un cuarto de legua, cuando disparó y mató una cabra, y ocurriósele enviarla con Jacobo a sus compañeros, invitándoles a cocerla y rogándoles que cuando estuviese cocida le avisaran con un tiro de fusil para ir a comerla. Algunas frutas secas y una botella de vino de Monte-Pulciano debían completar el festín.

    Dantés prosiguió su camino, volviendo de vez en cuando la cabeza. En el pico de una peña se paró a contemplar a mil pies debajo de él a sus compañeros, ocupados en preparar el desayuno, aumentado, gracias a su destreza, con la cabra que acababa de llevarles Jacobo. Edmundo los contempló un instante con esa sonrisa dulce y melancólica del hombre superior.

    -Dentro de dos horas -dijo-, esas gentes se volverán a hacer a la vela, ricas con cincuenta piastras, para ir a ganar otras cincuenta exponiendo su vida. Luego, con seiscientas libras por toda riqueza, irán a derrocharlas en cualquier población, con el orgullo de los sultanes y la arrogancia de los nababs. La esperanza me obliga hoy a despreciar su riqueza y a tenerla por miseria, pero quizá mañana el desengaño me obligue a tener esa misma miseria por la suprema felicidad. ¡Oh, no! -exclamó para sí-. No puede ser. El sabio, el infalible Faria, no se habrá engañado. No, sería preferible para mí la muerte a esta vida miserable y humillada.

    Así aquel hombre, que tres meses antes sólo aspiraba a la libertad, no tenía ya bastante con la libertad, y ambicionaba las riquezas. La culpa no era de Dantés, sino de la naturaleza, que haciendo tan limitado el poder del hombre, le ha puesto deseos infinitos.

    Entretanto se acercaba al sitio donde suponía que debían de estar las grutas, siguiendo una vereda perdida entre rocas y cortada por un torrente. Según todas las probabilidades, nunca planta humana había hollado aquellos parajes. Siguiendo la orilla del mar, y examinando minuciosamente todos los objetos, creyó advertir en algunas rocas señales hechas por la mano del hombre.

    El tiempo, que cubre con su pátina todas las cosas físicas, así como las cosas morales con su manto de olvido, parecía que hubiese respetado estas señales, trazadas con cierta regularidad y con el objeto evidente de indicar una especie de camino. Sin embargo, desaparecían a intervalos bajo el follaje de los mirtos, que extendían sobre las rocas sus ramas cargadas de flores, o bajo parásitas matas de líquenes. A cada paso, Edmundo tenía que apartar las ramas o levantar el musgo, para encontrar las señales indicadoras que le guiaban en aquel nuevo laberinto. Pero estas señales le habían llenado de esperanza. ¿Por qué no había de ser el cardenal Spada quien las hubiese trazado, para que sirviesen de guía a su sobrino, en caso de una catástrofe que no pudo prever tan completa? Aquel lugar solitario era sin duda el conveniente a un hombre que iba a ocultar su tesoro. Sólo tenía una duda: ¿Aquellas señales no habrían llamado la atención de otros ojos que de aquellos para quien se grabaron? La isla maravillosa ¿habría guardado fielmente su magnífico secreto?

    A sesenta pasos del puerto, más o menos, figurósele a Dantés, siempre oculto a sus amigos por las vueltas y revueltas de las rocas, parecióle que las señales terminaban sin que guiasen a gruta alguna. Un gran peñasco redondo, asentado en una base sólida, era el único objeto a que al parecer conducían. Con esto se imaginó que en vez de haber llegado al término, estaba quizás al principio de sus pesquisas, lo que le obligó a volverse por el mismo camino por el que había venido.

    Y durante este intervalo, los marineros preparaban la merienda llevando agua, pan y fruta del barco, y cocían la cabra. En el momento en que la sacaban de su improvisado asador, vieron a Dantés saltando de roca en roca, ligero como un gamo y dispararon un tiro para indicarle que viniera a comer. En el mismo momento cambió el cazador de dirección, viniendo corriendo hacia ellos, pero cuando todos contemplaban asombrados la especie de vuelo que tendía sobre sus cabezas, tachándole de temerario, se le fue a Edmundo un pie, viósele vacilar en la punta de una peña y desaparecer exhalando un grito de espanto. Todos corrieron en su auxilio como un solo hombre, porque todos le apreciaban. Jacobo fue, sin embargo, el primero que llegó.

    Hallábase Edmundo tendido en el suelo, ensangrentado y casi sin conocimiento; debió haber rodado una altura de doce a quince pies. Hiciéronle tragar algunas gotas de ron, y este remedio, tan eficaz en él anteriormente, ahora le produjo el mismo efecto.

    Abrió los ojos, quejándose de un dolor muy vivo en la rodilla, de pesadez muy grande en la cabeza, y punzadas horribles en los riñones. Intentaron llevarlo a la orilla, pero aunque fue Jacobo el director de la operación, declaró Edmundo con dolorosos gemidos que no se sentía con fuerzas para soportar el traqueteo del transporte.

    Ya se comprenderá con esto que Dantés no pudo almorzar, pero exigió que sus camaradas, que no estaban en el mismo caso, volviesen a su puesto. En cuanto a él, dijo que sólo necesitaba reposo, y que a su vuelta le encontrarían mejorado. No se hicieron mucho de rogar los marineros; tenían hambre, y llegaba hasta allí el olor de la cabra; la gente de mar no suele gastar cumplidos.

    Una hora después volvieron. Todo lo que, había podido hacer Edmundo era arrastrarse como cosa de diez pasos para buscar apoyo en una roca cubierta de musgo.

    Pero lejos de calmarse sus dolores, eran al parecer más violentos. El viejo patrón, que tenía que salir aquella mañana a desembarcar su contrabando en las fronteras del Piamonte y de Francia, entre Niza y Frejus, insistió en que Dantés probara de levantarse, pero los esfuerzos del joven para conseguirlo fueron infructuosos. A cada esfuerzo caía más pálido, profiriendo gemidos.

    -¡Se ha roto el espinazo! -dijo el patrón en voz baja-. No importa, es un buen compañero, y no debemos abandonarle. Procuremos llevarle a la tartana.

    Pero Edmundo declaró que prefería exponerse a la muerte que a los atroces dolores que le ocasionaría cualquier movimiento, por pequeño que fuese.

    -Pues bien, suceda lo que suceda -repuso el patrón-, no se dirá que hemos dejado de socorrer a un compañero tan valeroso como tú. Hasta la noche no partiremos.

    Esta decisión sorprendió mucho a los marineros, aunque ninguno la combatiese, sino todo lo contrario, pero el patrón era un hombre tan rígido, que era aquélla la primera vez que se le veía renunciar a una empresa o retardar su ejecución. Por lo mismo, Dantés se opuso a que por su causa se faltara a la disciplina establecida a bordo.

    -No, no -le dijo al patrón-. He sido torpe, y es justo que sufra el resultado de mi torpeza. Dejadme provisión de galleta, un fusil, pólvora y balas, para matar cabras o para defenderme en caso de apuro, y una azada para construirme una choza, si tardáis mucho en volver por mí.

    -Pero vas a morirte de hambre -le dijo el patrón.

    -Lo prefiero al horrible dolor que me produce cualquier movimiento -respondió Edmundo.

    El patrón a cada instante se volvía a contemplar su tartana ya medio aparejada, que se mecía graciosamente en el puerto, pronta a lanzarse al mar cuando su toilette estuviese concluida.

    -¿Qué quieres que hagamos, Maltés? -le dijo-. No podemos abandonarte así, y no podemos tampoco permanecer en la isla.

    -Que os vayáis -respondió Dantés.

    -Mira que vamos a tardar ocho días por lo menos, y que luego tendremos que apartarnos de nuestro camino para venir a buscarte.

    -Escuchad -repuso Dantés-, si dentro de dos o tres días os topáis con algún barquichuelo pescador que se dirigiese hacia aquí, recomendadme a él. Le daré veinticinco piastras para que me lleve a Liorna. Si no le encontráis, volved vos mismo.

    El patrón movió la cabeza.

    -Existe un medio que todo lo concilia, patrón Baldi -dijo Jacobo-. Marchaos, y yo me quedaré a cuidar el herido.

    -¿Renunciarás por mí a lo parte en las ganancias, Jacobo? -le dijo Edmundo.

    -Sin duda alguna.

    -Eres un excelente muchacho, Jacobo, y Dios lo tendrá en cuenta, pero gracias..:, gracias..., no necesito a nadie. Con un día o dos de reposo me aliviaré, y espero además hallar entre estas rocas ciertas hierbas excelentes para contusiones.

    Una sonrisa extraña asomó a los labios de Dantés, mientras apretaba con efusión la mano de Jacobo, pero seguía tenaz en su intento de quedarse solo.

    Dejáronle sus compañeros lo que les había pedido, y se separaron de él, no sin volver la cara muchas veces, haciéndole signos de cordial despedida, que contestaba Edmundo con la mano solamente como si no pudiera mover el resto del cuerpo. Así que hubieron desaparecido, murmuró sonriéndose:

    -Es extraño que sólo se encuentre la amistad y el desinterés entre hombres semejantes.

    Arrastrándose con precaución hasta el pico de una peña que le ocultaba el mar, vio a la tartana acabarse de disponer, levar anclas, balancearse graciosamente como una gaviota que tiende su vuelo y partir.

    A la hora ya había desaparecido completamente, o por lo menos resultaba imposible verla desde el sitio en que yacía el herido.

    Entonces se levantó más ágil que las cabras que moraban en aquellos bosques agrestes, cogió con una mano su fusil, su azada con la otra, y corrió a la peña en que remataban las señales o hendiduras que con tanta alegría había advertido.

    -Ahora -exclamó, recordando la historia del pescador árabe que Faria le había contado--, ahora... ¡Sésamo, ábrete!
     
  12. mai^a

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    El Gaucho Martin Fierro

    Capítulo 13


    -Ya veo que somos los dos
    astillas del mesmo palo:
    yo paso por gaucho malo
    y usté anda del mesmo modo;
    y yo, pa acabarlo todo,
    a los indios me refalo.

    Pido perdón a mi Dios
    que tantos bienes me hizo,
    pero dende que es preciso
    que viva entre los infeles,
    yo seré cruel con los crueles:
    ansi mi suerte lo quiso.

    Dios formó lindas las flores,
    delicadas como son;
    le dió toda perfeción
    y cuanto él era capaz,
    pero al hombre le dió más
    cuando le dio el corazón.

    Le dió claridá a la luz,
    juerza en su carrera al viento,
    le dió vida y moviumiento
    dende la águila al gusano;
    pero más le dio al cristiano
    al darle el entendimiento.

    Y aunque a las aves les dió,
    con otras cosas que inoro,
    esos piquitos como oro
    y un plumaje como tabla
    le dió al hombre mas tesoro
    al darle una lengua que habla.

    Y dende que dio a las fieras
    esa juria tan inmensa,
    que no hay poder que las venza
    ni nada que las asombre,
    ?que menos le daría al hombre
    que el valor pa su defensa?.

    Pero tantos bienes juntos
    al darle, malicio yo
    que en sus adentros pensó
    que el hombre los precisaba
    que los bienes igualaba
    con las penas que le dió.

    Y yo empujao por las mías
    quiero salir de este infierno:
    ya no soy pichón muy tierno
    y sé manejar la lanza,
    y hasta los indios no alcanza
    la facultá de Gobierno

    Yo sé que allá los caciques
    amparan a los cristianos,
    y que los tratan de
    cuando se van por su gusto.
    !A qué andar pasando sustos...!
    alcemos el poncho y vamos.

    En la cruzada hay peligros,
    pero ni aun esto me aterra:
    yo ruedo sobre la tierra
    arrastrao por mi destino;
    y si erramos el camino...
    no es el primero que lo erra.

    Si hemos de salvar o no,
    de esto naides nos responde;
    derecho ande el sol se esconde
    tierra adentro hay que tirar;
    algun día hemos de llegar...
    despues sabremos a dónde.

    No hemos de perder el rumbo:
    los dos somos güena yunta.
    el que es gaucho ve ande apunta
    aunque inora ande se encuentra;
    pa el lao en que el sol se dentra
    pueblan los pastos la punta.

    De hambre no pereceremos,
    pues, sigún otros me han dicho,
    en los campos se hallan bichos
    de los que uno necesita...
    gamas, matacos, mulitas
    avestruces y quirquinchos.

    Cuando se anda en el desierto
    se come uno hasta las colas;
    lo han cruzao mujeres solas
    llegando al fin con salú,
    y ha de ser gaucho el ñandú
    que se escape de mis bolas.

    Tampoco a la sé le temo;
    yo la aguanto muy contento;
    busco agua olfatiando el viento
    y, dende que no soy manco,
    ande hay duraznillo blanco
    cavo, y la saco al momento.

    Allá habrá siguridá
    ya que aquí no la tenemos;
    menos males pasaremos
    y ha de haber grande alegría
    el día que nos descolguemos
    en alguna toldería.

    Fabricaremos un toldo,
    como lo hacen tantos otros,
    con unos cueros de potro,
    que sea sala y sea cocina.
    !Tal vez no falte una china
    que se apiade de nosotros!

    Allá no hay que trabajar,
    vive uno como un señor;
    de cuando en cuando un malón,
    y si de él sale con vida,
    lo pasa echao panza arriba
    mirando dar güelta el sol.

    Y ya que a juerza de golpes
    la suerte nos dejó a flus
    puede que allá veamos luz
    y se acaben nuestras penas:
    todas las tierras son güenas;
    vamosnós, amigo Cruz.

    El que maneja las bolas,
    el que sabe echar un pial
    y sentarsele a un bagual
    sin miedo de que lo baje,
    entre los mesmos salvajes
    no puede pasarlo mal.

    El amor como la guerra
    lo hace el criollo con canciones;
    a mas de eso en los malones
    podemos aviarnos de algo;
    en fin amigo, yo salgo
    de estas pelegrinaciones.

    En este punto el cantor
    buscó un porrón pa consuelo,
    echó un trago como un cielo,
    dando fin a su argumento;
    y de un golpe el instrumento
    lo hizo astillas contra el suelo.

    -Ruempo -dijo-, la guitarra,
    pa no volverme a tentar;
    ninguno la ha de tocar,
    por siguro tengaló;
    pues naides ha de cantar
    cuando este gaucho cantó.

    Y daré fin a mis coplas
    con aire de relación;
    nunca falta un preguntón
    más curioso que mujer,
    y tal vez quiera saber
    como jué la conclusión.

    Cruz y Fierro de una estancia
    una tropilla se arriaron;
    por delante se la echaron
    como criollos entendidos,
    y pronto sin ser sentidos
    por la frontera cruzaron.

    Y cuando la habían pasao,
    una madrugada clara
    le dijo Cruz que mirara
    las últimas poblaciones,
    y a Fierro dos lagrimones
    le rodaron por la cara.

    Y siguendo el fiel del rumbo
    se entraron en el desierto,
    no sé si los habrán muerto
    en alguna correría,
    pero espero que algun día
    sabré de ellos algo cierto.

    Y ya con estas noticias
    mi relacion acabé;
    por ser ciertas las conté,
    todas la desgracias dichas:
    es un telar de desdichas
    cada gaucho que usté ve.

    Pero ponga su esperanza
    en el dios que lo formó;
    y aquí me despido yo
    que he relatao a mi modo
    males que conocen todos,
    pero que naides contó.

    José Hernández

    FIN
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    que hermosos versos, que reflejan tan intensamente el sentir del gaucho! Gracias Maia!:beso: :beso:
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ENSEÑARAS

    [​IMG]

    Enseñarás a volar...pero no volarán tu vuelo.

    Enseñarás a soñar...pero no soñarán tus sueños.

    Enseñarás a vivir...pero no vivirán tu vida.

    Enseñarás a cantar...pero no cantarán tu canción.

    Enseñarás a pensar...pero no pensarán como tú.

    Pero sabrás que cada vez que ellos vuelen, sueñen,vivan, canten y piensen...

    ¡Estará en ellos la semilla del camino enseñado y aprendido!
    (Madre Teresa de Calcuta)
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Alejandro Dumas (Padre)
    El Conde de Montecristo


    SEGUNDA PARTE

    SIMBAD EL MARINO

    Capítulo primero

    Fascinación

    El sol había recorrido ya la tercera parte de su carrera y sus ardientes rayos quebrábanse en las rocas, que parecían sentir su calor. Miles de cigarras ocultas entre el ramaje producían su monótono chirrido; las hojas de los mirtos y de los acebuches se mecían temblorosas, produciendo un sonido casi metálico. Cada paso que daba Edmundo en la roca calcinada ahuyentaba una turba de lagartos, verdes como la esmeralda; las cabras salvajes, que atraen tal vez cazadores a Montecristo, se veían a lo lejos saltar por los despeñaderos; la isla, en resumen, estaba habitada y viva, y Dantés sin embargo se sentía solo bajo la mano de Dios.

    Sentía una extraña emoción, muy parecida al miedo: era esa desconfianza que inspira la luz del día, haciéndonos creer, aun en medio del desierto, que nos miran atentamente unos ojos escrutadores.

    Era tan fuerte esta emoción, que al ir a emprender Edmundo su tarea, soltó la azada, cogió su fusil y subió por última vez a la roca más elevada de la isla, para examinar con nuevo cuidado sus contornos.

    Pero lo que más le llamó su atención no fue ni la poética Córcega, ni esa Cerdeña, casi desconocida, que a continuación la sigue, ni la isla de Elba, con sus grandes recuerdos, ni aquella línea imperceptible, en fin, que se distribuía en el horizonte, y que al ojo experto de un marinero hubiera revelado la soberbia Génova y la comercial Liorna. No, lo que llamó la atención de Dantés fue el bergantín que había salido de Montecristo al amanecer, y la tartana que acababa de hacerse a la mar:

    El bergantín estaba a punto de perderse de vista en el estrecho de Bonifacio; la tartana, con opuesto rumbo, costeaba la isa de Córcega, que se disponía a doblar.

    Edmundo se tranquilizó, volviéndose para contemplar los objetos que más de cerca le rodeaban, vióse en el punto más elevado de la isla cónica, estatua puntiaguda de aquel inmenso zócalo, ni un hombre, ni una barca en torno suyo, nada más que el mar azulado que batía la base de la isla, adornándola con un cinturón de plata.

    Entonces bajó con paso rápido, aunque precavido. En tal ocasión temía que le sucediera un accidente como el que con tanta habilidad había fingido.

    Como hemos dicho, Dantés había retrocedido en el camino indicado por las señales hechas en las rocas, y había visto que este camino guiaba a una especie de ancón oculto como el baño de una ninfa de la antigüedad. La entrada era bastante ancha, y por el centro tenía bastante profundidad para que pudiese anclar en él un pequeño buque de guerra y permanecer oculto. De este modo, siguiendo el hilo de las inducciones, ese hilo, que en manos del abate Faria era un guía tan seguro y tan ingenioso en el dédalo de las probabilidades, se le ocurrió que el cardenal Spada, conviniéndole no ser visto, había abordado a este ancón, y ocultando allí su barco había tomado luego el camino que las señales indicaban, para esconder su tesoro en el extremo de esa línea. Esta suposición era la que llevaba a Dantés junto a la roca circular. Solamente una cosa le inquietaba, por ser opuesta a sus conocimientos sobre dinámica. ¿Cómo habían podido, sin emplear fuerzas considerables, levantar aquella enorme roca? De repente se le ocurrió una idea.

    -En vez de subirla-dijo-, la habrán hecho bajar.

    Y acto seguido trepó por encima del peñasco, en busca del sitio que antes ocupara.

    En efecto, pronto reparó en una leve pendiente, hecha sin duda alguna intencionadamente. La roca había caído de su base al sitio que ahora ocupaba; otra piedra, del tamaño común a las que suelen emplearse en las paredes, le había servido de cala, y pedruscos y pedernales aquí y allí sembrados cuidadosamente ocultaban toda solución de continuidad, habiendo sembrado en las inmediaciones hierbas y musgo, de manera que entrelazándose con los mirtos y los lentiscos, parecía la nueva roca nacida en aquel mismo lugar. Dantés arrancó con precaución algunos terrones y creyó descubrir, o descubrió efectivamente, todo este magnífico artificio. Y se puso inmediatamente a destruir con su azada esta pared intermediaria, endurecida por el tiempo.

    Al cabo de diez minutos de estar trabajando, la pared se desmoronó, abriéndose un agujero en que cabía el brazo. Corrió en seguida Edmundo a cortar el olivo más grueso de los alrededores, y despojándole de las ramas, lo introdujo a guisa de palanca por el agujero. Pero la peña era bastante grande y estaba lo suficientemente adherida a su cimiento artificial, para que la pudiesen arrancar fuerzas humanas, ni aun las del mismo Hércules. Entonces reflexionó Dantés que lo que había que hacer era destruir este cimiento, pero ¿cómo? Tendió los ojos en torno suyo, con aire perplejo, y reparó en el cuerno de oveja griega que, lleno de pólvora, le había dejado su amigo Jacobo. Una sonrisa vagó por sus labios. La invención infernal iba a producir su efecto.

    Con ayuda de la azada abrió Dantés entre el peñasco y su base un conducto, como suelen hacer los mineros cuando quieren ahorrarse un trabajo demasiado grande, lo llenó de pólvora hasta arriba, y luego, deshilachando su pañuelo y mojándolo en salitre, hizo una mecha de él. Luego lo encendió y en seguida se apartó de allí. La explosión no se hizo esperar, la roca vaciló, conmovida por aquel impulso incalculable, y la base voló hecha añicos. Por el agujero que antes hizo Dantés salió atropellándose una multitud de amedrentados insectos, y una serpiente enorme, guardián de aquel misterioso sendero se deslizó entre el musgo y desapareció.

    Acercóse Dantés; la roca, ya sin cimiento, se inclinaba sobre el abismo. Dio la vuelta el intrépido joven, eligió el punto menos firme e introduciendo su palanca de madera entre el suelo y la roca se apoyó con todas sus fuerzas, semejante a Sísifo.

    Vaciló la roca con el empuje, y redobló Dantés su impulso. Cualquiera le habría tomado en aquellos momentos por uno de los Titanes que arrancaban las montañas de cuajo para hacer la guerra a Júpiter. Al fin cedió la roca, y ora rodando, ora rebotando, fue a sepultarse en el mar.

    Dejaba descubierta una hondonada circular, en que brillaba una argolla de hierro en medio de una baldosa cuadrada.

    Edmundo profirió un grito de admiración y alegría. Ninguna primera tentativa se vio jamás coronada de resultado tan grande a inmediato.

    Quiso proseguir su obra, pero le temblaban las piernas de tal modo, y le latía el corazón tan fuertemente, y pasó tal nube por sus ojos, que se vio obligado a contenerse.

    Esta vacilación duró, sin embargo, poquísimo. Pasó Edmundo su palanca por la argolla y abrióse con poco trabajo la baldosa, descubriendo una especie de escalera, que se perdía en una gruta, a cada escalón más oscura.

    Otro que no fuera él, hubiese bajado en seguida, lanzando gritos de alegría, pero Dantés se detuvo, palideció y dudó.

    -Ea, hay que ser hombre -dijo- Acostumbrado a la adversidad, no nos dejemos abatir por un desengaño. Si no para eso, ¿para qué he sufrido tanto? Si el corazón padece es porque, dilatado en demasía al fuego de la esperanza, entra a ver cara a cara el hielo de la realidad. Faria soñó. Nada ha guardado en esta gruta el cardenal Spada. Tal vez jamás vino a ella, o si vino, César Borgia, el aventurero intrépido, el ladrón infatigable y sombrío, vino también tras él, descubrió su huella y las mismas señales que he descubierto yo, levantó la roca como yo la he levantado, y no dejó nada, absolutamente nada al que venía detrás de él.

    Inmóvil, pensativo, con la mirada fija en el lúgubre agujero, permaneció un instante.

    -Ahora que ya no cuento con nada, ahora que ya me he dicho a mí mismo que toda esperanza sería vana, el proseguir esta aventura excita solamente mi curiosidad...

    Y volvió a quedar inmóvil y meditabundo.

    -Sí, sí; es una aventura digna de figurar en la vida de aquel regio ladrón, mezcla heterogénea de sombra y de luz en el caos de sucesos extraños que componen el tejido de su existencia. Este suceso fabuloso ha debido encadenarse insensiblemente a los demás. Sí, Borgia ha venido aquí una noche, con una antorcha en una mano y la espada en la otra, mientras a veinte pasos de él, quizá junto a esta roca, dos esbirros amenazadores espiaban la tierra, el aire y el mar, mientras su dueño entraba, como voy a entrar yo, ahuyentando las tinieblas con agitar la antorcha en su temible brazo.

    -Sí, pero ¿qué habría hecho César Borgia con los esbirros que conociesen su secreto? -se preguntó Dantés a sí mismo.

    -Lo que hicieron con los enterradores de Alarico -se respondió-, que los enterraron con el enterrado.

    -Sin embargo -prosiguió Dantés-, en caso de haber venido se habría contentado con apoderarse del tesoro. Borgia, el hombre que comparaba la Italia a una alcachofa que se iba comiendo hoja por hoja, sabía muy bien cuánto vale el tiempo, para haber perdido el suyo volviendo a colocar la roca sobre su base. Bajemos.

    Y bajó con la sonrisa de la duda en los labios, murmurando estas últimas palabras de la humana sabiduría:

    -¿Quién sabe?

    Pero en vez de las tinieblas que creía encontrar, en vez de una atmósfera opaca y enrarecida, halló Dantés una luz suave, azulada. Ella y el aire penetraban no solamente por el agujero que él acababa de abrir, sino también por hendiduras imperceptibles de las rocas, a través de las cuales se veía el cielo y las ramas juguetonas de las verdes encinas.

    A los pocos momentos de su permanencia en esta gruta, cuyo ambiente, más bien templado que húmedo, antes aromático que nauseabundo, era a la temperatura de la isla lo que el resplandor al sol A los pocos instantes, Dantés, que estaba acostumbrado a la oscuridad, como ya hemos dicho, pudo reconocer hasta los más ocultos rincones. La gruta era de granito, cuyas facetas relucían como diamantes.

    -.¡Ay! -dijo sonriéndose al verlas-. Estos son seguramente los tesoros que ha dejado el cardenal; y el buen abate, que veía en sueños las paredes resplandecientes, se alimentó de quimeras.

    Mas no por esto dejaba de recordar el testamento, que sabía de memoria: «En el ángulo más lejano de la segunda gruta», decía. Dantés sólo había penetrado en la primera; era pues necesario buscar la entrada de la segunda.

    Empezó a orientarse. La segunda gruta debía internarse en la isla. Examinando la capa de las piedras, púsose a dar golpes en una de las paredes, donde le pareció que debía de estar la abertura, cubierta para mayor precaución. La azada resonó un instante, y este sonido hizo que la frente de Edmundo se bañara en sudor. Al fin parecióle que una parte de la granítica pared producía un eco más sordo y más profundo. Aproximó sus ojos febriles y con ese tacto del preso, pudo adivinar lo que nadie quizás hubiera conocido: que allí debía de haber una abertura.

    No obstante, para no trabajar en balde, Dantés, que como César Borgia, conocía el valor del tiempo, golpeó con su azada las otras paredes, y el suelo con la culata de su fusil, púsose a cavar en los sitios que le infundían sospechas y viendo en fin que nada sacaba en limpio, volvió a la pared que sonaba un tanto hueca. De nuevo, y más fuertemente, volvió a golpear. Entonces vio una cosa extraña, y es que a los golpes de la azada se despegaba y caía en menudos pedazos una especie de barniz, semejante al que se pone en las paredes para pintar al fresco, dejando al descubierto las piedras blanquecinas, que no eran de mayor tamaño que el común. La entrada, pues, estaba tapiada con piedras de otra clase, que luego se habían cubierto con una capa de este barniz, imitando el color de las demás paredes.

    Con esto volvió Dantés a dar golpes, pero con el pico de la azada, que se introdujo bastante en la pared. Allí estaba, indudablemente, la entrada. Por un extraño misterio de la organización humana, cuando más pruebas tenía Dantés de que Faria le había dicho la verdad, más y más su corazón desfallecía, y más y más le dominaban el desaliento y la duda. Este éxito, que debió de conferirle nuevas energías, le quitó las que le quedaban. Se escapó la herramienta de sus manos, dejóla en el suelo, se limpió la frente y salió de la gruta dándose a sí mismo el pretexto de ver si le espiaba alguien, pero en realidad porque necesitaba aire, porque conocía que se iba a desmayar.

    La isla estaba desierta. El sol, en su cenit, la abarcaba toda con sus miradas de fuego. Las olas juguetonas parecían barquillas de zafiro

    No había comido nada en todo el día, pero en aquel momento no pensaba en comer. Tomó algunos tragos de ron y volvió a la gruta más tranquilo.

    La azada, que le parecía tan pesada, antojósele entonces una pluma y prosiguió su tarea.

    A los primeros golpes advirtió que las piedras no estaban encaladas, sino sobrepuestas, y luego enjalbegadas con el barniz consabido. Introdujo la punta de la azada entre dos piedras, se apoyó en el mango y vio lleno de júbilo rodar la piedra, como si tuviera goznes a sus pies. A partir de aquel momento ya no tuvo que hacer otra cosa sino ir sacando con la azada piedra a piedra. Por el espacio que dejó la primera hubiera podido Edmundo introducir su cuerpo, pero dando tregua a la realidad por algunos instantes, conservaba la esperanza. Finalmente, tras una momentánea perplejidad, atrevióse a pasar a la segunda gruta. Era ésta más baja, más oscura y de peor aspecto que la primera. No recibiendo aire sino por el agujero que acababa de practicar Edmundo, estaba su atmósfera impregnada de los gases mefíticos que extrañó no hallar en la primera. Para entrar en ella tuvo que dar tiempo a que el aire del exterior renovase aquel ambiente malsano. A la derecha del portillo había un ángulo oscurísimo y profundo.

    Ya hemos dicho, empero, que para los ojos de Dantés no había tinieblas. Al primer golpe de vista conoció que la segunda gruta estaba vacía como la primera. El tesoro, si es que lo contenía, estaba enterrado en aquel rincón oscuro. Había llegado la hora de zozobra; dos pies de tierra, algunos golpes de azada, era lo que separaba a Dantés de su mayor alegría o de su mayor desesperación. Acercóse al ángulo, y como si tomara una determinación repentina, se puso a cavar desaforadamente. Al quinto o sexto golpe, el hierro de la azada resonó como si diera contra un objeto también de hierro.

    Nunca el toque de rebato, ni el lúgubre doblar de las campanas causaron mayor impresión en el que los oye. Aunque Dantés hubiera encontrado vacío el lugar de su tesoro, no habría palidecido más intensamente. Púsose a cavar a un lado de su primera excavación, y halló la misma resistencia, aunque no el mismo sonido.

    -Es un arca forrada de hierro -exclamó.

    En este momento, una rápida sombra cruzó interceptando la luz que entraba por la abertura. Tiró Edmundo su azada, cogió su fusil, y lanzóse afuera. Una cabra salvaje había saltado por la primera entrada de las grutas y triscaba a pocos pasos de allí.

    Buena ocasión era aquélla de procurarse alimento, pero Edmundo temió que el disparo llamase la atención de alguien. Reflexionó un momento, y cortando la rama de un árbol resinoso, fue a encenderla en el fuego humeante aún donde los contrabandistas habían guisado su almuerzo, y volvió con aquella antorcha encendida. No quería dejar de ver ninguna cosa de las que le esperaban.

    Con acercar la luz al hoyo, pudo convencerse de que no se había equivocado. Sus golpes dieron alternativamente en hierro y en madera. Ahondó en seguida por los lados unos tres pies de ancho y dos de largo, y al fin logró distinguir claramente un arca de madera de encina, guarnecida de hierro cincelado. En medio de la tapa, en una lámina de plata que la tierra no había podido oxidar, brillaban las armas de la familia Spada, es decir, una espada en posición vertical en un escudo redondo como todos los de Italia, coronado por un capelo.

    Dantés lo reconoció muy fácilmente. ¡Tanta era la minuciosidad con que se lo haba descrito el abate Faria! No cabía la menor duda, el tesoro estaba allí seguramente. No se hubieran tomado tantas precauciones para nada.

    En un momento arrancó la tierra de uno y otro lado, lo que le permitió ver aparecer primero la cerradura de en medio, situada entre dos candados y las asas de los lados, todo primorosamente cincelado. Cogió Dantés el arcón por las asas, y trató de levantarlo, mas era imposible. Luego pensó abrirlo, pero la cerradura y los candados estaban cerrados de tal manera que no parecía sino que guardianes fidelísimos se negaran a entregar su tesoro.

    Introdujo la punta de la azada en las rendijas de la tapa, y apoyándose en el mango la hizo saltar con grande chirrido. Rompióse también la madera de los lados, con lo que fueron inútiles las cerraduras, que también saltaron a su vez, aunque no sin que los goznes se resistieran a desclavarse.

    El arca se abrió. Estaba dividida en tres compartimientos.

    En el primero brillaban escudos de dorados reflejos. En el segundo, barras casi en bruto, colocadas simétricamente, que no tenían de oro sino el peso y el valor. El tercer compartimiento, por último, sólo estaba medio lleno de diamantes, perlas y rubíes, que al cogerlos Edmundo febrilmente a puñados, caían como una cascada deslumbradora, y chocaban unos con otros con un ruido como el de granizo al chocar en los cristales.

    Harto de palpar y enterrar sus manos en el oro y en las joyas, levantóse y echó a correr por las grutas, exaltado, como un hombre que está a punto de volverse loco. Saltó una roca, desde donde podía distinguir el mar, pero a nadie vio. Encontrábase solo, enteramente solo con aquellas riquezas incalculables, inverosímiles, fabulosas, que ya le pertenecían. Solamente de quien no estaba seguro era de sí mismo. ¿Era víctima de un sueño, o luchaba cuerpo a cuerpo con la realidad? Necesitaba volver a deleitarse con su tesoro, y, sin embargo, comprendía que le iban a faltar las fuerzas. Apretóse un instante la cabeza con las manos, como para impedir a la razón que se le escapara, y luego se puso a correr por toda la isla, sin seguir, no diré camino, que no lo hay en Montecristo, sino línea recta, espantando a las cabras salvajes y a las aves marinas, con sus gestos y sus exclamaciones. Al fin, dando un rodeo, volvió al mismo sitio, y aunque todavía vacilante, se lanzó de la primera a la segunda gruta, hallándose frente a frente con aquella mina de oro y de diamantes.

    Cayó de rodillas, apretando con sus manos convulsivas su corazón, que saltaba, y murmurando una oración, inteligible sólo para el cielo. Esto hizo que se sintiese más tranquilo y más feliz, porque empezó a creer en su felicidad.

    Acto seguido, se puso a contar su fortuna. Había mil barras de oro, y su peso como de dos a tres libras cada una. Hizo luego un montón de veinticinco mil escudos de oro, con el busto del Papa Alejandro VI y sus predecesores; cada uno podía valer ochenta francos de la actual moneda francesa. Y el departamento en que estaban no quedó, sin embargo, sino medio vacío. Finalmente, contó diez puñados de sus dos manos juntas de pedrería y diamantes, que montados por los mejores plateros de aquella época poseían un valor artístico casi igual a su valor intrínseco.

    Entretanto, el sol iba acercándose a su ocaso, por lo que temiendo Dantés ser sorprendido en las grutas durante la noche, cogió su fusil y salió al aire libre. Un pedazo de galleta y algunos tragos de vino fueron su cena. Después colocó la baldosa en su sitio, se acostó encima de ella y durmió, aunque pocas horas, cubriendo con su cuerpo la entrada de la gruta. Esta noche fue deliciosa y terrible al mismo tiempo, como las que había pasado ya dos o tres en su vida.