Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ´ si si! .. los sábíamos de memoria! por lo que veo la adolescencia similar! ... en aquel momento me emocionaba, muy romántico ... Hoy lo leo tan triste!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Si es cierto ,en aquella época me gustaba mucho ,pero si ahora los leo tristes también!!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Alejandro Dumas (Padre) El Conde de Montecristo Segunda Parte Capítulo cuarto Declaraciones -Ante todo -dijo Caderousse-, debo rogaros, caballero, que me prometáis una cosa. -¿Cuál? -preguntó el abate. -Que si llegáis a hacer uso de los detalles que voy a daros, nadie debe saber jamás que los habéis adquirido de mí, porque aquellos de quienes voy a hablaros son ricos y poderosos, y conque me tocaran solamente con la punta de un dedo, me harían pedazos como si fuera de cristal. -Tranquilizaos, amigo mío -dijo el abate- soy sacerdote y las confesiones mueren en mi seno. Acordaos de que no tenemos otro fin más que cumplir dignamente la última voluntad de nuestro amigo. Hablad, pues, sin temor y sin odio; decid la pura verdad. Yo no conozco, y probablemente no conoceré jamás, a las personas de que vais a hablarme; por otra parte, soy italiano, y no francés, pertenezco a Dios, y no a los hombres, y pronto volveré a entrar en mi convento, del que no he salido más que para cumplir con la última voluntad de un moribundo. Esta promesa positiva pareció tranquilizar algún tanto a Caderousse. -¡Pues bien! En ese caso -dijo Caderousse-, quiero, o más bien debo desengañaros acerca de esas amistades que el pobre Edmundo creía sinceras y desinteresadas. -Empecemos hablando de su padre, si os parece -dijo el abate-. Edmundo me ha hablado mucho de ese anciano, a quien profesaba un amor profundo. -La historia es triste, señor -dijo Caderousse inclinando la cabeza-. ¿Probablemente sabréis el principio? -Sí -respondió el abate- Edmundo me lo contó todo, hasta el momento en que fue preso en una taberna cerca de Marsella. -En la Reserva. ¡Oh, Dios mío! Sí, me acuerdo como si lo estuviera viendo. -¿No fue en la comida de sus bodas? -Sí, y la comida que tan bien empezó, tuvo un fin bastante triste. Un comisario de policía, seguido de cuatro soldados armados, entró, y Dantés fue preso. -Hasta ese suceso es lo que yo sé -dijo el sacerdote-. Dantés mismo no sabía más que lo que le era absolutamente personal, porque no volvió a ver ninguna de las personas que os he nombrado, ni oído hablar de ellas. -¡Pues bien! Cuando hubieron detenido a Dantés, el señor Morrel corrió a tomar informes, que fueron bien tristes. El anciano volvió solo a su casa, dobló su vestido de bodas llorando, pasó todo el día dando paseos por su cuarto, y no se acostó; porque yo vivía debajo de él, y escuché sus pasos toda la noche. Yo mismo he de confesar que tampoco dormí, el dolor de aquel pobre padre me causaba mucho mal, y cada uno de sus pasos me estrujaba el corazón como si hubiese puesto el pie sobre mi pecho. Al día siguiente, Mercedes fue a Marsella para implorar la protección de M. Villefort, pero nada obtuvo; en seguida fue a hacer una visita al anciano. Cuando le vio tan sombrío y tan abatido, cuando supo que había pasado la noche sin acostarse, y que no había comido desde el día anterior, quiso llevárselo a su casa para prodigarle los cuidados de una hija a un padre, pero el anciano no quiso consentir en ello: «No -decía-, no saldré de esta casa, porque a mí es a quien más ama mi desgraciado hijo, y si sale de la prisión a quien primero correrá a ver será a mí. Y entonces, ¿qué diría si no me viese aquí esperándole? » Yo escuchaba todo esto desde mi cuarto, y hubiera querido que Mercedes determinase al anciano a seguirla, porque aquellos pasos día y noche sobre mi cabeza no me dejaban descansar. -Pero ¿no subíais vos a consolar al anciano? -¡Ah!, caballero -respondió Caderousse-, no se puede consolar al que no quiere ser consolado, y él era de esta especie; además, no sé por qué, pero me parecía que tenía repugnancia en verme. Pero una noche que oía sus sollozos, no pude resistir por más tiempo, y subí; pero cuando llegué a la puerta, ya no sollozaba, oraba. La elocuencia y ternura de sus palabras, yo no sabré describirla, caballero; aquello era más que piedad, era más que dolor; así, pues, yo, que no soy muy santurrón y que no gusto mucho de los jesuitas, dije para mí ese día: «Ahora me alegro de ser solo y de que Dios no me haya enviado ningún hijo, porque si fuera padre y sintiese un dolor semejante al de ese anciano, no pudiendo hallar en mi memoria ni en mi corazón todo cuanto él dice al Señor, me precipitaría al mar por no sufrir tanto tiempo.», -¡Pobre padre! -murmuró el sacerdote. -Cada vez vivía más solo y aislado. El señor Morrel y Mercedes venían a verle a menudo, pero su puerta seguía cerrada y aunque yo tenía completa seguridad de que estaba en su habitación, él no respondía. Un día que, contra su costumbre recibió a Mercedes, y la pobre joven igualmente desesperada, procuraba socorrerle: «Créeme, hija mía -le dijo-, ha muerto... y, en lugar de esperarle nosotros, él es quien nos espera... de este modo yo soy muy feliz; porque soy el más viejo y, de consiguiente, le veré primero que nadie... » Por bueno que uno sea, pronto cesa de visitar a las personas que le entristecen; el viejo Dantés acabó por quedarse completamente solo. Yo no veía subir a su casa más que a personas desconocidas, que bajaban con algún paquete mal encubierto; comprendí después lo que eran aquellos paquetes. Iba vendiendo poco a poco, para vivir, lo que tenía. Finalmente se agotaron los recursos del pobre anciano..., debía tres plazos, le amenazaron con echarle de la casa; entonces pidió ocho días de término y le fueron concedidos. Supe estos pormenores, porque el casero entró en mi casa después de haber salido de la suya. Durante los tres primeros días oía sus pasos como de costumbre, pero al cuarto ya no oía nada. Me atreví a subir, la puerta estaba cerrada y a través del agujero de la llave, le vi tan pálido y tan demudado que, juzgándole muy enfermo, hice avisar al señor Morrel y corrí a casa de Mercedes. Los dos se apresuraron a ir a socorrerle. El señor Morrel llevaba consigo un médico, el cual reconoció que aquella enfermedad era una gastroenteritis, y le mandó que guardase dieta. Yo estaba allí, caballero, y nunca olvidaré la sonrisa del anciano al oír aquella orden. Desde entonces abrió su puerta, ya tenía una excusa para no comer, puesto que el médico le había mandado guardar rigurosa dieta. El abate lanzó un gemido. -Esta historia os interesa, ¿no es verdad, caballero? -dijo Caderousse. -Sí -respondió el abate-, me enternece mucho. -Mercedes volvió y le halló tan demudado, que como la primera vez quiso llevarle a su casa. Tal era la opinión del señor Morrel, pero el anciano gritó y se desesperó tanto, que tuvieron que dejarle. Mercedes se quedó a la cabecera de su cama. El señor Morrel se alejó, haciendo señal a la catalana de que dejaba una bolsa sobre la chimenea. Pero, escudado en el mandato del médico, el anciano no quiso tomar nada. En fin, después de nueve días de desesperación y de abstinencia, expiró maldiciendo a los que habían causado su desgracia, y diciendo a Mercedes: -Si volvéis a ver a Edmundo, decidle que muero bendiciéndole. El abate se levantó, dio unos cuantos pasos por el cuarto, llevándose ambas manos a la cabeza. -¿Y vos creéis que ha muerto...? -De hambre, caballero, de hambre -dijo Caderousse-, os lo aseguro, tan cierto como que los dos somos cristianos. El abate cogió el vaso de agua medio lleno con una mano convulsiva, lo bebió de un solo sorbo, y se volvió a sentar con los ojos inflamados y las mejillas pálidas. -Confesad que es una desgracia -dijo con voz ronca. -Tanto mayor cuanto que Dios no se ha mezclado en nada; los hombres únicamente tienen la culpa de todo. -Pasemos, pues, a hablar de esos hombres -dijo el abate- pero pensad que os habéis comprometido a decírmelo todo; veamos, ¿qué hombres son esos que han hecho morir al hijo de desesperación y al padre de hambre? -Dos hombres celosos de él, caballero. El uno por amor, el otro por ambición: Fernando y Danglars. -Y, decidme, ¿cómo se manifestaron esos celos? -Denunciaron a Edmundo como agente bonapartista. -Pero ¿quién de los dos le denunció? ¿Quién de los dos fue el verdadero culpable? -Ambos, caballero; el uno escribió la carta, el otro la echó al correo. -¿Y dónde se escribió la carta? -En la misma Reserva, la víspera del casamiento. -Eso es, eso es -murmuró el abate-. ¡Oh! ¡Faria! ¡Faria! ¡Qué bien conocíais los hombres y las cosas! -¿Qué decís, caballero? -preguntó Caderousse. -Nada -replicó el sacerdote-. Proseguid. -Danglars fue quien escribió la denuncia con la mano izquierda, para que su letra no fuese conocida, y Fernando quien la envió. -Pero-exclamó de repente el abate-, vos estabais allí... -¿Yo? -dijo Caderousse asombrado-. ¿Quién os ha dicho que yo estaba? El abate comprendió que se había adelantado demasiado. -Nadie -dijo-, pero para estar tan al corriente de todos esos detalles, es preciso que hayáis sido testigo de ellos. -Es verdad -dijo Caderousse con voz ahogada-, allí estaba. -¿Y no os opusisteis a esa infamia? -dijo el abate-. Entonces sois su cómplice. -Caballero -dijo Caderousse-, me habían hecho beber los dos hasta el punto que perdí la razón. Todo lo veía como a través de una nube. Dije cuanto puede decir un hombre en ese estado, pero me dijeron que sólo era una chanza lo que habían intentado hacer y que esta chanza no tendría consecuencias. -Al día siguiente... al día siguiente... ya visteis que tuvo consecuencias; sin embargo, no dijisteis nada, y estabais allí cuando le prendieron. -Sí; estaba allí, y quise hablar, quise decirlo todo, pero Danglars me contuvo: «Y si es culpable, por casualidad, si verdaderamente ha arribado a la isla de Elba, si está encargado de una carta para la Junta bonapartista de París, si le encuentran esa carta, los que le hayan sostenido pasarán por cómplices suyos.» Tuve miedo de la policía tan rigurosa que había en aquel tiempo. Me callé, lo confieso; fue una cobardía, convengo en ello, pero no fue un crimen. -Comprendo, dejasteis obrar. -Sí, caballero -respondió Caderousse- y eso me causa día y noche espantosos remordimientos. Muchas veces pido perdón a Dios, os lo juro, tanto más, cuanto que esta acción, la única que tengo que echarme en cara en mi vida, es sin duda alguna la causa de mis adversidades. Estoy expiando un instante de egoísmo; así, pues, eso es lo que yo digo siempre a la Carconte cuando me viene con quejas: “Cállate, mujer, Dios lo quiere así.” Y Caderousse bajó la cabeza, dando todas las muestras de un verdadero arrepentimiento. -Bien, bien -dijo el abate-. Habéis hablado con franqueza, acusarse de ese modo es merecer el perdón. -Por desgracia -dijo Caderousse-, Edmundo ha muerto y no me ha perdonado. -Sin duda lo ignoraba -dijo el abate. -Pero ahora lo sabrá tal vez -replicó Caderousse-, dicen que los muertos todo lo saben. Hubo una pausa. El abate se había levantado y se paseaba pensativo. Después se dirigió al sitio que ocupaba antes y se volvió a sentar con abatimiento. -Me habéis nombrado ya por dos o tres veces a un tal Morrel -le dijo- ¿Quién es ese hombre? -Era armador del Faraón, y principal de Dantés. -¿Y qué especie de papel ha hecho ese hombre en todo este triste suceso? -preguntó el abate. -¡Ah!, el papel de un hombre de bien, de un hombre honrado, caballero. Veinte veces intercedió por Edmundo, y cuando el emperador volvió a ocupar el trono, escribió, suplicó, amenazó, en fin, hizo tanto para salvar a aquel desgraciado, que en la segunda restauración fue perseguido como bonapartista. Veinte veces, como ya os he dicho, fue a casa del padre de Dantés para llevarle a la suya, y la víspera o antevíspera de su muerte, como ya os he dicho, también, dejó sobre la chimenea un bolsillo, con el cual pudieran pagarse las deudas de aquel buen hombre y atender a los gastos de su entierro, de suerte que aquel desgraciado anciano llegó a morir como había vivido, sin causar ningún perjuicio a nadie; yo mismo conservo aún aquel bolsillo, un bolsillo de seda encarnada. -¿Y vive aún ese señor Morrel... ? -preguntó el abate. -Sí, señor-dijo Caderousse. -En ese caso -continuó el abate- a ese hombre le habrá bendecido el cielo... y será rico... feliz... Caderousse se sonrió con amargura. -Sí, feliz, tan feliz como yo-dijo. -¡Pues qué! ¡El señor Morrel es tan desgraciado! -exclamó el abate. -Se halla ya a las puertas de la miseria, caballero, y lo que es peor aún, a las del deshonor. -¿Pues cómo es eso? -¿Qué queréis...? -continuó Caderousse- de esas cosas que suceden; después de veinticinco años de un continuo trabajo, después de haber adquirido un honroso lugar entre los comerciantes de Marsella, el desgraciado señor Morrel se ha arruinado completamente. Ha perdido cinco buques en dos años, ha sufrido tres quiebras espantosas, y todas sus esperanzas están cifradas ahora en ese mismo Faraón que mandaba el pobre Dantés, que, según dicen, debe volver de las Indias con un cargamento de cochinilla y de añil. Si El Faraón naufraga también como los otros, el señor Morrel estará perdido. -¿Y tiene mujer..., tiene hijos ese desgraciado? -Sí, señor; tiene una mujer que ha sobrellevado las desgracias de su esposo como una santa, tiene una hija que estaba para casarse con un hombre a quien amaba, y cuya familia no quiso consentir en que se casase con la hija de un comerciante en quiebra; y tiene, además, un hijo teniente de no sé qué cuerpo, pero comprenderéis muy bien, todo esto aumenta el dolor en vez de dulcificarlo, a ese infeliz y honrado señor Morrel. Si fuese solo, es decir, si no tuviese familia, se levantaría la tapa de los sesos y asunto concluido. -Pero eso es espantoso -interrumpió el abate. -He aquí cómo recompensa Dios la virtud, caballero -dijo Caderousse-. Mirad, yo, que nunca he hecho ninguna mala acción, excepto la que ya os he contado, me encuentro en la miseria más deplorable. Después de ver morir a mi pobre mujer de una fiebre, sin poder hacer nada por ella, moriré de hambre, como el padre de Dantés, mientras que Fernando y Danglars nadan en oro. -¿Cómo es eso? -Porque todo les sale bien, al paso que a mí, que soy un hombre honrado, todo me sale mal. -¿Qué ha sido de Danglars, el más culpable; no es así? -¿Qué ha sido de él? Abandonó Marsella, entró por recomendación de M. Morrel, que ignoraba su crimen, de primer dependiente en casa de un banquero español. Durante la guerra de España se encargó de una parte de las provisiones del ejército francés, a hizo fortuna con ese primer dinero, jugó sobre los fondos públicos, y triplicó, cuadruplicó sus capitales, y viudo después de la hija de su principal, se casó con otra viuda llamada madame Nargonne, hija de M. Servieux, canciller del rey actual, y que goza de la mayor influencia. Había llegado a ser millonario, le hicieron barón, de modo que ahora es barón Danglars, y posee un magnífico palacio en la calle de Mont-Blanc, diez soberbios caballos, seis lacayos en la antesala, y no sé cuántos millones en sus cajas. -¡Ah! -exclamó el abate con un acento singular-, ¿y es feliz? -¡Ah!, feliz, ¿quién puede decir eso? La desgracia o la felicidad es secreto de las paredes, las paredes oyen, pero no hablan, de manera que si para ser feliz sólo se necesita tener una gran fortuna, Danglars goza de la más completa felicidad. -¿Y Fernando? -Fernando es también un gran personaje, aunque por otro estilo. -Pero ¿cómo ha podido hacer fortuna un pobre pescador catalán, sin educación y sin recursos? Estoy asombrado, lo confieso. -A todo el mundo le sucede lo mismo. Preciso es que en su vida haya algún extraño misterio de todos ignorado. -Pero, en fin, decidme por qué escalones visibles ha subido a esa fortuna o a esa alta posición social. -¡A ambas!, tiene fortuna y posición. -Se diría que me estáis contando un cuento. -Y lo parece, en verdad. Pero escuchadme y lo comprenderéis. -Pocos días antes de la vuelta del emperador, Fernando había entrado en quintas. Los Borbones le dejaron tranquilo en los Catalanes, pero Napoleón decretó a su vuelta una leva extraordinaria, y se vio obligado a marchar. También yo marché, pero como tenía más edad que Fernando, y acababa de casarme, me destinaron a las costas. »Agregado Fernando al ejército expedicionario, pasó la frontera con su regimiento y asistió a la batalla de Ligny. »La noche que siguió a la batalla, hallábase Fernando de centinela a la puerta de un general que mantenía con el enemigo relaciones secretas, y debía de juntarse con los ingleses aquella misma noche. Propuso a Fernando que le acompañase, y Fernando aceptó abandonando su puesto. »Lo que hubiera hecho que se le formara consejo de guerra si Bonaparte hubiera permanecido en el trono, fue para los Borbones recomendación, de manera que entró en Francia con la charretera de subteniente, y como no perdió la protección del general, que gozaba de mucha influencia, era ya capitán cuando la guerra de España en 1823, es decir, cuando Danglars hacía sus primeras especulaciones. »Fernando era español; fue enviado a Madrid a explorar la opinión pública; allí encontró a Danglars, renovaron las amistades, ofreció a su general el apoyo de los realistas de la corte y de las provincias, le comprometió, comprometiéndose a su vez, guió a su regimiento por sendas de él sólo conocidas en las montañas atestadas de realistas, e hizo, en fin, tales servicios en esta corta campaña, que después de la acción del Trocadero fue ascendido a coronel, con la cruz de oficial de la Legión de Honor y el título de conde. -¡Lo que es el destino! -murmuró el abate. -¡Sí!, pero escuchad, que no es esto todo. Concluida la guerra de España, la carrera de Fernando se hallaba interrumpida por la larga paz que prometía reinar en Europa. Solamente Grecia, sacudiendo el yugo de Turquía, principiaba entonces la guerra de la independencia. Los ojos del mundo entero se fijaban en Atenas. Estuvo de moda compadecer a los griegos y ayudarlos, y el mismo gobierno francés, sin protegerlos abiertamente, como ya sabréis, toleraba las emigraciones parciales. Fernando pidió y obtuvo el permiso de it a servir a Grecia, sin dejar por eso de pertenecer al ejército francés. »Algún tiempo después se supo que el conde de Morcef, que éste era el título de Fernando, había entrado como general instructor al servicio de Alí-Bajá. »Como ya sabréis, Alí-Bajá fue asesinado, pero antes de morir recompensó los servicios de Fernando con una suma considerable, con la cual volvió a Francia, donde se le revalidó su empleo de teniente general. -¿De manera que hoy...? -preguntó el abate. -Hoy -respondió Caderousse- posee una casa magnífica en París, calle de Helder, número 27. El abate permaneció un instante pensativo y como vacilando, y dijo, haciendo un esfuerzo: -¿Y Mercedes? Me han asegurado que desapareció. -Desapareció, sí -repuso Caderousse-, como desaparece el sol para volver a salir más esplendoroso al otro día. -¿También ella ha hecho fortuna? -preguntó el abate con una sonrisa irónica. -Mercedes es en la actualidad una de las más aristocráticas damas de París. -Seguid, que me parece un sueño todo lo que oigo --dijo el abate-. Pero he visto yo también cosas tan extraordinarias, que ya no me asombran tanto las que me referís. -Mercedes se desesperó por la pérdida de Edmundo. Ya os he contado sus instancias a Villefort, y su afecto al padre de Dantés. En esto vino a herirla un nuevo dolor, la ausencia de Fernando, de Fernando, cuyo crimen ignoraba, y a quien miraba como a su hermano. »Con esta ausencia quedó Mercedes completamente sola. -Sí -respondió Caderousse-, del niño Alberto. -Pero, ¿tenía ella educación para dársela a su hijo? -prosiguió el abate-. Creo que le oí decir a Edmundo que era hija de un simple pescador, hermosa, pero ignorante. -¡Oh! ¡Tan mal conocía a su propia novia! -dijo Caderousse-. Si la corona hubiera de adornar sólo las cabezas más lindas a inteligentes, Mercedes habría podido ser reina. A medida que su fortuna crecía, iba creciendo ella moralmente. El dibujo, la música, todo lo aprendía. Creo además (aquí para entre nosotros) que esto lo hacía por distraerse, para olvidar, y que solamente llenaba su cabeza con tantas cosas por combatir el vacío de su corazón. Sin embargo, ahora -continuó Caderousse-, será sin duda otra mujer. La fortuna y los honores la habrán consolado. Ahora es rica, es condesa, y sin embargo... El posadero se contuvo. -Sin embargo, ¿qué? -le preguntó el abate. -Estoy seguro de que no es feliz -dijo Caderousse. -¿Y por qué lo creéis así? -Escuchad: cuando más hostigado me vi por la miseria, ocurrióseme que no dejarían de ayudarme un tanto mis antiguos amigos, y me presenté a Danglars, que no quiso recibirme, y a Fernando que me entregó cien francos por mediación de su ayuda de cámara. -¿Luego no visteis ni a uno ni a otro? -No, pero la señora de Morrel sí que me vio. -¿Cómo? -Al salir de su casa cayó a mis pies una bolsa que contenía veinticinco luises. Levanté en seguida la cabeza, y pude ver a Mercedes, que cerraba la ventana. -¿Y el señor de Villefort? -inquirió el abate. -Ni había sido mi amigo, ni yo le conocía tan siquiera, por lo cual nada tenía que pedirle. -Pero ¿no sabéis qué ha sido de él, ni sabéis la parte que tomó en la desgracia de Edmundo? -No. Sólo sé que algún tiempo después de la prisión del pobre chico se casó con la señorita de Saint-Meran, y luego se marcharon de Marsella. Sin duda, la fortuna les habrá sonreído como a los otros; sin duda Villefort es rico como Danglars y considerado como Fernando. Yo sólo permanezco pobre y olvidado de Dios, como veis. -Os equivocáis, amigo -dijo el abate-. Dios tal vez mientras prepara los rayos de su justicia, aparente olvidar, pero llega un día en que recuerda y así os lo prueba. Esto diciendo el abate sacó de su bolsillo la sortija. -Tomad, amigo mío -dijo a Caderousse. Tomad este diamante, que es vuestro. -¡Cómo! ¡Mío! ¡Mío solo! -exclamó Caderousse-. ¡Ah, señor!, ¿no os burláis? -El precio de este diamante había de repartirse entre sus amigos; de manera que teniendo Edmundo uno solo, es imposible la repartición. Tomad este diamante y vendedlo. Os repito que vale cincuenta mil francos. Con semejante cantidad saldréis de la miseria. -¡Oh, señor! -dijo Caderousse alargando la mano tímidamente y enjugándose con la otra el sudor que le bañaba el rostro-. ¡Oh, señor, no toméis a chanza la felicidad o la desesperación de un hombre! -Bien sé lo que es felicidad y lo que es desesperación, para que en esto nunca me chancee. Tomad, pues, el diamante, pero en cambio... Caderousse retiró su mano, que tocaba ya la sortija. El abate se sonrió. -En cambio -repuso-, podéis darme ese bolsillo de seda encarnada que dejó el señor Morrel sobre la chimenea del anciano Dantés, y que vos poseéis, según me habéis dicho. Cada vez más sorprendido Caderousse, se dirigió a un armario de encina, lo abrió y entregó al abate un bolsillo largo de torzal encarnado, que adornaban dos anillos de cobre, dorados en otro tiempo. Cogiólo el abate, y en su lugar entregó al posadero el diamante. -¡Oh, señor! Sois un hombre bajado del cielo -exclamó Caderousse-. Nadie sabía que Edmundo os dio este diamante, y hubierais podido quedaros con él. -¡Vaya! -dijo para sí el abate-. Según eso tú lo hubieras hecho. Y cogió su sombrero y sus guantes y se levantó. -¡Ah! -dijo de repente-, ¿eso que me habéis contado es la pura verdad? ¿Puedo creerlo al pie de la letra? -Esperad, señor abate -respondió Caderousse-, en este rincón hay un Santo Cristo de madera, bendito, y sobre aquel baúl el devocionario de mi mujer. Abridlo y colocando una mano sobre él y la otra extendida hacia el crucifijo, os juraré por la salvación de mi alma y por mi fe de cristiano, que os he contado todo tal como pasó, y como el ángel de los hombres lo repetirá al oído de Dios el día del juicio final. -Bien -repuso el abate, convencido por su acento de que decía Caderousse verdad-. Está bien. Adiós. Me voy lejos de los hombres, que tanto mal se hacen unos a otros. Y librándose a duras penas de los transportes de entusiasmo de Caderousse, quitó el abate por sí mismo la tranca a la puerta, volvió a montar a caballo, saludó por última vez al posadero, que le despedía con ruidosas señales de agradecimiento, y partió en la misma dirección que había seguido a la ida. Cuando Caderousse se volvió vio detrás de él a la Carconte, más pálida y más temblorosa que nunca. -¿Es cierto lo que he oído? -le dijo. -¿Qué? ¿Que nos daba el diamante para nosotros solos? -respondió Caderousse loco de júbilo. -Sí. -Ciertísimo, y si no, míralo. La mujer lo contempló un instante y luego dijo, con voz sorda: -¡Si fuera falso...! Caderousse palideció y estuvo a punto de caerse. -¡Falso... ! -murmuró-. ¡Falso! ¿Y por qué ese hombre me había de dar un diamante falso? -Por hacerte hablar sin pagarte, imbécil. Al peso de esta suposición, Caderousse se quedó como aturdido. -¡Oh! -dijo después de un instante, cogiendo su sombrero, que se puso sobre el pañuelo encarnado que tenía a la cabeza-, pronto lo sabremos. -¿Cómo? -Hoy es la feria de Beaucaire, habrá plateros de París, voy a mostrárselo. Guarda tú la casa, mujer, que dentro de dos horas estoy de vuelta. Y salió Caderousse precipitadamente de la posada, tomando el camino opuesto al que seguía el desconocido. -¡Cincuenta mil francos! -murmuró la Carconte al verse sola-, es dinero..., pero no es ningún tesoro.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Es terrible, terrible. La caridad es un misterio, otras veces lo he escrito. Les dejo un poema. Sentados Frente Al Fuego Jorge Teillier Sentados frente al fuego que envejece miro su rostro sin decir palabra. Miro el jarro de greda donde aún queda vino, miro nuestras sombras movidas por las llamas. Esta es la misma estación que descubrimos juntos, a pesar de su rostro frente al fuego, y de nuestras sombras movidas por las llamas. Quizás si yo pudiera encontrar una palabra. Esta es la misma estación que descubrimos juntos: aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia. Pero nuestras sombras movidas por las llamas viven más que nosotros. Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos. ¿Yo llenaba esas manos de cerezas, esas manos llenaban mi vaso de vino? Ella mira el fuego que envejece. A mi me gusta mucho este poeta.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas mi granito de arena LIBRO SAGRADO DE LOS MAYAS "POPOL VUH" se divide en 3 partes. -La primera es una descripción de la creación del mundo y del origen del hombre, que después de varios fracasos fue hecho de maíz, el alimento que constituía la base de su alimentación. -La segunda parte trata de las aventuras de los jóvenes semidioses Hunahpú e Ixbalanqué que termina con el castigo de los malvados, y de sus padres sacrificados por los genios del mal en su reino sombrío de Xibalba el inframundo. -La tercera parte es una historia detallada referida al origen de los pueblos indígenas de Guatemala, sus emigraciones, su distribución en el territorio, sus guerras y el predominio de la raza quiché sobre las otras hasta poco antes de la conquista española. Primera Parte Capítulo Primero Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo. Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía. No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión. No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia. Solamente había inmovilidad y silencio en la obscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban. Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la obscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento. Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida y la creación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán. El primero se llama Caculhá-Huracán. El segundo es Chipi-Caculhá. El tercero es Raxá-Caculhá. Y estos tres son el Corazón del Cielo. Entonces vinieron juntos Tepeu y Gucumatz; entonces conferenciaron sobre la vida y la claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el sustento. -- ¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe [el espacio], que surja la tierra y que se afirme! Así dijeron. ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado. Así dijeron. Luego la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra: -- ¡Tierra! -- dijeron, y al instante fue hecha. Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montanas; y al instante crecieron las montañas. Solamente por un prodigio, sólo por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los valles; y al instante brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie. Y así se llenó de alegría Gucumatz, diciendo : -- ¡Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo; tú, Huracán, y tú, Chipi-Caculhá, Raxá-Caculhá! -- Nuestra obra, nuestra creación será terminada -- contestaron. Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas. Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua. De esta manera se perfeccionó la obra, cuando la ejecutaron después de pensar y meditar sobre su feliz terminación. NOTA: los recientes descrubrimientos arqueologicos dan fe que este texto es 100% cosmologia maya pues se ha encontrado murales con frescos que representan fragmentos del popol wu, siglos antes que los Españoles trajeran la biblia de donde algunos pensaban se habia inspirado este libro por algunas de sus semejanzas. saludos y muchos abrazos
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Popol Vuh Capítulo II Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras, cantiles [víboras], guardianes de los bejucos. Y dijeron los Progenitores: -- ¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que en lo sucesivo haya quien los guarde. Asi dijeron cuando meditaron y hablaron en seguida. Al punto fueron creados los venados y las aves. En seguida les repartieron sus moradas a los venados y a las aves. -- Tú, venado, dormirás en la vega de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza, entre las hierbas; en el bosque os multiplicaréis, en cuatro pies andaréis y os sostendréis-- . Y así como se dijo, se hizo. Luego designaron también su morada a los pájaros pequeños y a las aves mayores: -- Vosotros, pájaros, habitaréis sobre los árboles y los bejucos, allí haréis vuestros nidos, allí os multiplicaréis, allí os sacudiréis en las ramas de los árboles y de los bejucos --. Así les fue dicho a los venados y a los pájaros para que hicieran lo que debían hacer, y todos tomaron sus habitaciones y sus nidos. De esta manera los Progenitores les dieron sus habitaciones a los animales de la tierra. Y estando terminada la creación de todos los cuadrúpedos y las aves, les fue dicho a los cuadrúpedos y pájaros por el Creador y el Formador y los Progenitores: -- Hablad, gritad, gorjead, llamad, hablad cada uno según vuestra especie, según la variedad de cada uno -- . Así les fue dicho a los venados, los pájaros, leones, tigres y serpientes. -- Decid, pues, vuestros nombres, alabadnos a nosotros, vuestra madre, vuestro padre. ¡Invocad, pues, a Huracán, Chipi-Calculhá, Raxa-Calculhá, el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, el Creador, el Formador, los Progenitores; hablad, invocadnos, adoradnos! -- les dijeron. Pero no se pudo conseguir que hablaran como los hombres; sólo chillaban, cacareaban y gramaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente. Cuando el Creador y el Formador vieron que no era posible que hablaran, se dijeron entre sí : -- No ha sido posible que ellos digan nuestro nombre, el de nosotros, sus creadores y formadores. Esto no está bien --, dijeron entre sí los Progenitores. Entonces se les dijo : -- Seréis cambiados porque no se ha conseguido que habléis. Hemos cambiado de parecer : vuestro alimento, vuestra pastura, vuestra habitación y vuestros nidos los tendréis, serán los barrancos y los bosques, porque no se ha podido lograr que nos adoréis ni nos invoquéis. Todavía hay quienes nos adoren, haremos otros [seres] que sean obedientes. Vosotros aceptad vuestro destino: vuestras carnes serán trituradas. Así será. Esta será vuestra suerte--. Así dijeron cuando hicieron saber su voluntad a los animales pequenos y grandes que hay sobre la faz de la tierra. Luego quisieron probar suerte nuevamente; quisieron hacer otra tentativa y quisieron probar de nuevo a que los adoraran. Pero no pudieron entender su lenguaje entre ellos mismos, nada pudieron conseguir y nada pudieron hacer. Por esta razón fueron inmoladas sus carnes y fueron condenados a ser comidos y matados los animales que existen sobre la faz de la tierra. Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por el Creador, el Formador y los Progenitores. -- ¡A probar otra vez! Ya se acercan el amanecer y la aurora; hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer unos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten -- . Así dijeron. Entonces fue la creación y la formación. De tierra, de lodo hicieron la carne [del hombre]. Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenía entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener. Y dijeron el Creador y el Formador: -- Bien se ve que no podía andar ni multiplicarse. Que se haga una consulta acerca de esto, dijeron. Entonces desbarataron y deshicieron su obra y su creación. Y en seguida dijeron: -- ¿Cómo haremos para perfeccionar, para que salgan bien nuestros adoradores, nuestros invocadores?-- Así dijeron cuando de nuevo consultaron entre sí. -- Digámosles a Ixpiyacoc, Ixmucané, Hunahpú-Vuch, Hunahpú-Utiú : ¡Probad suerte otra vez! ¡Probad a hacer la creación! -- Así dijeron entre sí el Creador y el Formador cuando hablaron a Ixpiyacoc e Ixmucané. En seguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba, que así eran llamados por el Creador y el Formador, y cuyos nombres eran Ixpiyacoc e Ixmucané. Y dijeron Huracán, Tepeu y Gucumatz cuando le hablaron al agorero, al formador, que son los adivinos: -- Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros. -- Entrad, pues, en consulta, abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Ixpiyacoc, Ixmucané, haced que aclare, que amanezca, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados por el hombre creado, por el hombre formado, por el hombre mortal, haced que así se haga. -- Dad a conocer vuestra naturaleza, Hunaphú-Vuch, Hunahpú-Utiú, dos veces madre, dos veces padre, Nim-Ac, Nimá-Tziís, el Señor de la esmeralda, el joyero, el escultor, el tallador, el Señor de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el maestro de la resina, el maestro Toltecat, la abuela del sol, la abuela del alba, que así seréis llamados por nuestras obras y nuestras criaturas. -- Echad la suerte con vuestros granos de maíz y de tzité. Hágase así y se sabrá y resultará si labraremos o tallaremos su boca y sus ojos en madera--. Así les fue dicho a los adivinos. A continuación vino la adivinación, la echada de la suerte con el maíz y el tzité. ¡Suerte! ¡Criatura!, les dijeron entonces una vieja y un viejo. Y este viejo era el de las suertes del tzité, el llamado Ixpiyacoc. Y la vieja era la adivina, la formadora, que se llamaba Chiracán Ixmucané. Y comenzando la adivinación, dijeron así: -- ¡Juntaos, acoplaos! ¡Hablad, que os oigamos, decid, declarad si conviene que se junte la madera y que sea labrada por el Creador y el Formador, y si éste [el hombre de madera] es el que nos ha de sustentar y alimentar cuando aclare, cuando amanezca! Tú, maíz; tú, tzité; tú, suerte; tú, criatura; ¡uníos, ayuntaos! les dijeron al maíz, al tzité, a la suerte, a la criatura. ¡Ven a sacrificar aquí, Corazón del Cielo; no castiguéis a Tepeu y Gucumatz! Entonces hablaron y dijeron la verdad : -- Buenos saldrán vuestros muñecos hechos de madera; hablarán y conversarán vuestros muñecos hechos de madera, hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra. -- ¡Así sea! -- contestaron, cuando hablaron. Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra. Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y andaban a gatas. Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por eso cayeron en desgracia. Fue solamente un ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni substancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes. Por esta razón ya no pensaban en el Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y cuidaban de ellos. Estos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la tierra.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Alejandro Dumas (Padre) El Conde de Montecristo Segunda Parte Capítulo quinto Los registros de cárceles Al día siguiente de aquel en que se desarrolló en la posada del camino de Bellegarde a Beaucaire la escena que acabamos de narrar, un hombre de treinta y dos años con frac azul, pantalón de Nankin, chaleco blanco y aire y acento muy inglés, se presentó en casa del alcalde de Marsella. -Caballero -le dijo-, yo soy el comisionista principal de la casa Thomson y French, de Roma. Diez años ha que estamos en relaciones con la de Morrel a hijos, de Marsella, y hasta le tenemos confiados unos cien mil francos sobre poco más o menos. Lo que se dice de que amenaza ruina tal casa, nos pone actualmente en suma inquietud, por lo cual vengo de Roma a pediros noticias sobre este asunto. -Caballero -respondió el alcalde-, sé efectivamente que de cuatro o cinco años acá parece que persigue la desgracia al señor Morrel. Ha perdido cuatro o cinco barcos, y ha sufrido tres o cuatro quiebras, pero no me corresponde a mí, aunque soy su acreedor por unos diez mil francos, referiros la situación de su casa. He aquí todo lo que puedo deciros, caballero. Si queréis saber más, id al señor de Boville, inspector de cárceles, que vive en la calle de Noailles, número 15. Según creo, tiene colocados doscientos mil francos en la casa de Morrel, y si realmente hay ocasión de que temamos, como su cantidad es mayor que la mía, serán también más exactas sus noticias probablemente. Al parecer apreció mucho el inglés esta delicadeza del alcalde y saludándole se encaminó a la calle indicada, con ese paso peculiar de los hijos de la Gran Bretaña. E1 señor de Boville se encontraba en su despacho. Al verle, hizo el inglés un movimiento de sorpresa, como si no fuera la primera vez que viese a la persona que venía a visitarle. En cuanto al señor de Boville, estaba tan desesperado, que evidentemente el pensamiento que ahora le absorbía todas sus facultades no dejaba a su memoria ni a su imaginación ocasión para retroceder a tiempos pasados. Con la flema de los de su raza, abordó el inglés la cuestión casi en los mismos términos en que acababa de hablar al alcalde. -¡Oh, caballero! -exclamó el señor de Boville-, no pueden ser más fundados vuestros temores, por desdicha. Aquí me tenéis sumido en la desesperación. Yo tenía colocados doscientos mil francos en la casa de Morrel; doscientos mil francos que eran la dote de mi hija, y pensaba casarla dentro de quince días, puesto que de esa cantidad, cien mil francos eran reembolsados el 15 de este mes, y los otros cien el 15 del próximo. Ya tenía avisado al señor Morrel que deseaba que fuera exacto en el reembolso, y he aquí que viene él mismo a decirme hace una media hora, que si su barco, El Faraón, no ha vuelto para el 15, no le será posible pagarme. -Pero eso parece tan sólo un aplazamiento -observó el inglés. -¡Decid mejor que parece una quiebra! -exclamó desesperado el señor de Boville. El inglés reflexionó un instante y luego dijo: -¿Tantos temores os inspira ese crédito? -Lo considero perdido. -Pues yo os lo compro. -¡Vos! -Sí, yo. -Pero ¿con un descuento enorme, sin duda? -No, a la par; por doscientos mil francos. Nuestra casa -añadió el inglés sonriendo-, no hace negocios de esa clase. -¿Y pagáis...? -Al contado. Y sacó el inglés de su bolsillo un fajo de billetes de banco, que podrían importar el doble de la suma que temía perder el señor de Boville. Un destello de alegría iluminó el semblante de éste, pero haciendo un esfuerzo añadió: -Es mi deber advertiros, caballero que es muy probable que no recobréis ni el seis por ciento de esa suma. -Eso no es cuenta mía, sino de la casa de Thomson y French, en cuyo nombre estoy actuando -respondió el inglés-. Acaso tenga ella empeño en apresurar la ruina de otra casa rival; lo que sé, caballero, es que estoy pronto a pagaros el endoso que vais a hacerme, y que sólo os exigiré un mínimo corretaje. -¡Cómo, caballero!, nada más justo -exclamó el señor de Bovine-. El derecho de comisión suele ser un uno y medio por ciento, ¿queréis el dos? ¿Queréis el tres? ¿Queréis el cinco? ¿Queréis más? Decidme si queréis más. -Caballero -repuso sonriendo el inglés-, yo, como mis principales, no hago negocios de esa clase; mi corretaje es de otra epsecie. -Hablad, pues. -¿Sois inspector de cárceles? -Hace más de catorce años. -¿Tenéis libros de entradas y salidas? -Sin duda alguna. -¿En esos libros deben constar las notas relativas a los presos? -Cada preso tiene las suyas. -Pues oíd, caballero: me eduqué en Roma por un abate, un pobre diablo, que desapareció de la noche a la mañana. Después supe que estuvo preso en el castillo de If, y quisiera enterarme de los detalles de su muerte. -¿Cómo se llamaba? -El abate Faria. -¡Ah! le recuerdo muy bien -exclamó el señor de Boville-, Estaba loco. -Eso decían. -¡Oh!, sí que lo estaba. -Es posible. ¿Y cuál era su manía? -Se imaginaba tener noticia de un tesoro inmenso, y ofrecía al gobierno sumas incalculables si accedían a ponerle en libertad. -¡Pobre diablo! ¿De modo que ha muerto? -Hace cinco o seis meses; en febrero último. -Buena memoria tenéis, caballero, pues así recordáis las fechas. -Recuerdo ésta, porque la muerte del abate fue seguida de un extraño suceso. -¿Se puede saber qué suceso fue ése? -preguntó el inglés con tal expresión de curiosidad que hubiera sorprendido a un observador el hallarla en su rostro flemático. -¡Oh!, sí, caballero. Figuraos que el calabozo del abate distaba cuarenta y cinco o cincuenta pasos del de un antiguo agente bonapartista, uno de aquellos que más habían contribuido a la vuelta del usurpador en 1815, hombre muy audaz y muy peligroso. .. -¿De veras? -inquirió el inglés. -Sí -respondió el señor de Boville-. Yo mismo tuve ocasión de verle en 1816 ó 1817; por cierto que sólo con un piquete de soldados me atreví a bajar a su calabozo. ¡Qué impresión tan profunda me causó aquel hombre! Jamás olvidaré su rostro. El inglés se sonrió imperceptiblemente. Luego preguntó: -¿Decíais, caballero, que los dos calabozos...? -Sólo distaban cincuenta pies uno del otro; pero, según parece, el tal Edmundo Dantés... -¿De modo que aquel hombre peligroso se llamaba...? -Edmundo Dantés. Pues parece que el tal Edmundo Dantés se había procurado herramientas, o las había construido él mismo, pues se descubrió una galería subterránea, por donde los dos presos se comunicaban. -Ese subterráneo tendría un objeto, sin duda, ¿el de escaparse? -Justamente; pero, por desdicha de los presos, el abate Faria fue acometido de una catalepsia y murió. -Comprendo. Eso debió frustrar los proyectos de fuga. -Para el muerto, sí, mas no para el vivo -repuso el señor de Boville-. En esta desgracia halló, por el contrario, Dantés un medio de apresurar su fuga. Se imaginó, sin duda, que los presos que mueren en el castillo de If se entierran en un cementerio como los comunes, y trasladó al difunto a su calabozo, ocupó su lugar en el saco en que se le había metido, esperando la hora del entierro. -Era un medio que indicaba valor -repuso el inglés. -¡Oh!, ya os dije, caballero, que era un hombre muy peligroso. Por fortuna, él mismo libró al gobierno de los temores que le inspiraba. -¿Cómo? -¿No lo comprendéis? -No. -El castillo de If no tiene cementerio, sino que sencillamente arrojan los muertos al mar, atándoles a los pies una bala de a treinta y seis. -¿Y qué..? -añadió el inglés, como si no acabara de entender. -Que le arrojaron al mar con una bala de a treinta y seis. -¿De veras? -exclamó el inglés. -Sí, caballero. Ya os podéis figurar cuánta debió de ser la sorpresa del fugitivo al sentirse precipitado desde aquella altura. Cualquier cosa daría por haber visto su cara en aquel momento. -No habría sido fácil. -No importa -contestó el señor de Boville, a quien la idea de recobrar sus doscientos mil francos ponía de buen humor-. No importa; me la estoy imaginando. Y se echó a reír. -Yo también -añadió el inglés. Y también se echó a reír, pero como ríen los ingleses, de dientes a fuera. -Según eso -añadió el inglés, que fue el primero en recobrar su sangre fría-, según eso, ¿el fugitivo se ahogó? -¡Toma! -De suerte que el gobernador del castillo de If se libró al mismo tiempo del preso furioso y del preso loco. -Exacto. -¿Ese suceso debe constar por algún documento? -Sí, sí, por un acta de defunción. Ya comprenderéis que a la familia de Dantés, caso de que la tenga, podría interesarle averiguar si estaba muerto o vivo. -De modo que si le heredan, pueden gozarlo tranquilamente. Está muerto y bien muerto. -¡Vaya! Hasta se les expedirá certificación el día que la quieran. -Desde luego -respondió el inglés-. Pero volvamos a los registros. -Es verdad. Esta historia nos ha hecho divagar un tanto. Dispensadme. -¿Por qué? ¿Por la historia? Al contrario, me ha parecido curiosísima. -Y lo es, en efecto. ¿De modo que deseáis, caballero, examinar todo lo relativo a vuestro pobre abate, que era la dulzura personificada? -Tendré mucho gusto. -Pasemos a mi despacho y os complaceré. Ambos pasaron al despacho del señor de Boville. En él todo respiraba orden y arreglo. Cada libro tenía su número, cada nota ocupaba su lugar. El inspector hizo que el inglés se sentase en su propio sillón, poniéndole delante el libro y las notas referentes al castillo de If, y dejándole en completa libertad de examinarlas, y él se sentó en un rincón a leer un periódico. El inglés encontró en seguida lo que buscaba, pero sin duda le habría interesado mucho la historia que le contó el señor de Boville, pues habiendo recorrido muy por encima el registro de Faria, prosiguió hojeando hasta dar con el de Edmundo Dantés. Allí también cada documento lo halló en su sitio. La denuncia, el interrogatorio, la solicitud de Morrel y el informe de Villefort. Dobló con cuidado la denuncia, la guardó en el bolsillo, llegó al interrogatorio, y viendo que no se nombraba siquiera al señor Noirtier, examinó la solicitud de 10 de abril de 1815, en que por consejos del sustituto, Morrel exageraba, con la mejor intención, pues reinaba entonces Napoleón, los servicios de Dantés a la causa imperial, corroborados por la certificación de Villefort. Ahora lo comprendió todo claramente. Guardando Villefort la solicitud de Morrel había hecho de ella un arma poderosa bajo la segunda Restauración. Ya no tuvo, pues, ninguna sorpresa al hallar esta nota en el registro, al margen de su nombre: Edmundo Dantés: Bonapartista acérrimo. Ha tomado una parte muy activa en la vuelta de Napoleón. Téngasele muy vigilado y bajo la más rigurosa incomunicación. Debajo de estas líneas había escrito, con diferente clase de letra: «Vista la nota anterior, nada se puede hacer por él.» Sólo comparando la letra del margen con la de la recomendación puesta a la solicitud de Morrel, pudo convencerse de que las dos eran iguales, es decir, ambas de Villefort. Respecto a la última nota, comprendió el inglés que habría sido escrita por algún inspector, a quien Edmundo inspirara un interés pasajero, interés que se desvaneció ante lo terminante y expresivo de la nota marginal. Ya hemos dicho que, por discreción, el inspector se había puesto a leer aparte La Bandera Blanca, por no molestar al discípulo del abate Faria, y por esto no pudo verle doblar y guardarse la denuncia, escrita por Danglars bajo el emparrado de la Reserva, con un sello del correo de Marsella del 27 de febrero, a las seis de la tarde. Sin embargo, hemos de añadir que aunque lo hubiera visto, daba tan poca importancia a aquel papel, y tanta a sus doscientos mil francos, que no se hubiera opuesto a que se lo llevara. -Gracias -dijo el inglés, cerrando el libro de repente-. Ya he terminado y ahora debo cumplir mi promesa. Hacedme un simple endoso de vuestro crédito, declarando haber recibido el importe, y voy a contaros el dinero. Y cediendo su sillón al señor de Boville, que se apresuró a hacer el endoso y el recibo, el inglés empezó a contar billetes de banco en el otro extremo de la mesa.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Jiraya que hermoso cuento nos trae... Los mayas cultivaron la calabaza, el fríjol y el chile y “el maíz” base alimentaria de su pueblo. Tenían al Dios de maíz a quien le ofrecían sacrificios para tener buenas cosechas. ................ Para el pueblo maya el maíz es una planta sagrada y está relacionado con la mujer, en la época de siembras, ellas recorrían los sembradíos para que el maíz crezca abundante, sano y fuerte… Gracias por compartirla…
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Qué interesante que es adentrarse en las creencias que encierran cada cultura!!!! !! Les dejo una leyenda Maya cortita que encontré! LOS ALUXES Nos encontrabamos en el campo yermo donde iba a hacerse una siembra. Era un terreno que abarcaba unos montículos de ruinas tal vez ignoradas. Caía la noche y con ella el canto de la soledad. Nos guarecimos en una cueva de piedra y sahcab; para bajar utilizamos una soga y un palo grueso que estaba hincado en el piso de la cueva. La comida que llevamos no la repartimos. ¿Qué hacía allá?, puede pensar el lector. Trataba de cerciorarme de lo que veían miles de ojos hechizados por la fantasía. Trataba de ver a esos seres fantásticos que según la leyenda habitaban en los cuyos (montículos de ruinas) y sementeras: Los ALUXES. Me acompañaba un ancianito agricultor de apellido May. La noche avanzaba. . .De pronto May tomó la Palabra y me dijo: -Puede que logre esta milpa que voy a sembrar. ¿Por qué no ha de lograrla?, pregunté. -Porque estos terrenos son de los aluxes. Siempre se les ve por aquí. ¿Está seguro que esta noche vendrán? Seguro, me respondió. -¡Cuántos deseos tengo de ver a esos seres maravillosos que tanta influencia ejercen sobre ustedes! Y dígame, señor may, ¿usted les ha visto? -Explíquemes, cómo son, qué hacen. El ancianito, asumiendo un aire de importancia, me dijo: -Por las noches, cuanto todos duermen, ellos dejan sus escondites y recorren los campos; son seres de estatura baja, muy niños, pequeños, pequeñitos, que suben, bajan, tiran piedras,hacen maldades, se roban el fuego y molestan con sus pisadas y juegos. Cuando el humano despierta y trata de salir, ellos se alejan, unas veces por pares, otras en tropoel. Per cuando el fuego es vivo y chispea, ellos le forman rueda y bailan en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y esconderese, para salir luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les trata bien, corresponden. -¿Qué beneficio hacen? -Alejan los malos vientos y persiguen las plagas. Si se les trata mal, tratan mal, y la milpa no da nada, pues por las noches roban la semilla que se esparce de día, o bailan sobre las matitas que comienzan a salir. Nosotros les queremos bien y les regalamos con comida y cigarrillos. Peor hagamos silencio para ver si usted logra verlos. El anciano salió, asiéndose a la soga, y yo tras él, entonces vi que avivaba el fuego y colocaba una jicarita de miel, pozole, cigarrilos, etc., y volvió a la cueva. Yo me acurruqué en el fondo cómodamente. La noche era espléndida, noche plenilunar. Transcurridas unas horas, cuando empezaba a llegarme el sueño, oí un ruido que me sobresaltó. Era el rumor de unos pasitos sobre la tierra de la cueva: Luego, ruido de pedradas, carreras, saltos, que en el silencio de la noche se hacían más claros. Tomado del libro: "Leyendas, ceremonias tradicionales y relatos de la zona maya".
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Los pobres Martes, 29 Dar la vida por la patria, como el chico lombardo, es una gran virtud; pero tú, hijo mío, no descuides otras más modestas. Esta mañana, yendo delante de mí cuando volvíamos de la escuela, pasaste junto a una pobre que tenía en sus rodillas a un niño extenuado y pálido, que te pidió una limosna. La miraste y no le diste nada, aunque llevabas dinero en el bolsillo. Mira, hijo mío, no te acostumbres a pasar con indiferencia ante la miseria que tiende la mano, y mucho menos por delante de una madre que implora algo para su hijo. Piensa en que quizá aquel niño tuviese hambre; piensa en la desesperación de aquella mujer. Imagínate la inconsolable tristeza que sufriría tu madre si un día se viese obligada a decirte: «Enrique, hoy no puedo darte ni un pedazo de pan.» Cuando doy una moneda a un mendigo y él me dice: «Que Dios se lo pague y les dé mucha salud a usted y a los suyos», no puedes comprender la dulzura que experimenta mi corazón ante tales palabras y lo agradecida que le quedo al menesteroso. Me parece que con semejante augurio voy a poder conservaros con buena salud durante mucho tiempo; vuelvo a casa contenta y pienso: «¡ Oh, aquel pobre me ha dado bastante más de lo que yo le he entregado!» Pues bien, haz que pueda oír alguna vez ese augurio provocado y merecido por ti; prívate de algo o saca de vez en cuando unas monedas de tu bolsillo para ponerlo en la mano de un anciano sin protección, de una madre sin pan, de un niño sin madre. A los pobres les gusta la limosna de los chicos porque no los humilla y porque se parecen a ellos al tener necesidad de otros. Por eso suele haber pobres cerca de las escuelas. La limosna de un hombre es acto de caridad; pero la de un niño, además de caridad, es también como una caricia, ¿comprendes? Es como si de su mano se desprendiesen al mismo tiempo una moneda y una flor. Piensa que a ti nada te falta, y que a ellos les falta todo; que mientras tú anhelas ser feliz, ellos se contentan con poder seguir viviendo. Piensa que es una injusticia social que en medio de tantos palacios, por las mismas calles que pasan lujosos coches y niños elegantemente vestidos, haya mujeres y niños que no tienen qué comer. ¡Qué horror, Dios mío, que chicos como tú, tan buenos e inteligentes como tú, viviendo en populosas ciudades, no tengan qué llevarse a la boca y arrastren una existencia infrahumana, parecida a las fieras perdidas en un desierto! ¡Ay, Enrique! No pases nunca por delante de una madre que pide limosna sin dejar en su mano una moneda!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas CALLE DESCONOCIDA JORGE LUIS BORGES Penumbra de la paloma llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde cuando la sombra no entorpece los pasos y la venida de la noche se advierte como una música esperada y antigua, como un grato declive. En esa hora en que la luz tiene una finura de arena, di con una calle ignorada, abierta en noble anchura de terraza, cuyas cornisas y paredes mostraban colores tenues como el mismo cielo que conmovía el fondo. Todo -la medianía de las casas, las modestas balaustradas y llamadores, tal vez una esperanza de niña en los bacones- entró en mi vano corazón con limpidez de lágrima. Quizá esa hora de la tarde de plata diera su ternura a la calle, haciéndola tan real como un verso olvidado y recuperado. Sólo después reflexioné que aquella calle de la tarde era ajena, que toda casa es un candelabro donde las vidas de los hombres arden como velas aisladas, que todo inmediato paso nuestro camina sobre Gólgotas.