Querida Magni Me has dejado verdaderaménte así Solo tiénes 15 abriles ,y escribes así ??? änimo niña que llegarás muy lejos Encima los cuéntos son animados ?? En que formato de película los has hecho??? tal vez puéda ayudarte en éso. Y sigue así ciélo
En cierta ocasión, un grupo de mujeres reunidas una tarde tomando café, presumían un poco de sus logros profesionales. Una hablaba de la maestría que estaba sacando; otra, del puesto en una compañía importante; otra, de su propio negocio y así todas fueron hablando de sus ascensos y logros. Entre el grupo había una señora muy callada a la que le preguntaron a qué se dedicaba; ella, con un tono de vergüenza, respondió que se dedicaba al hogar, era Ama de Casa. Una psicóloga que estaba presente salió inmediatamente en su defensa y le dijo: "¿Qué sería de este mundo si se hubieran extinguido esas valientes Madres de Familia?" y le recordó que la empresa de la que ella era presidenta, gerente y operaria jamás se podría igualar. Una madre en el único lugar que es insustituible es en su propio hogar. Profesión de una Madre: Es la constructora de la base de la sociedad. Cualquier mujer puede ser sustituida en cualquier cargo laboral, menos en su propio hogar. La sociedad consumista ha hecho que se menosprecie su labor porque aparentemente no produce ingresos a la familia. No hay nada más equivocado, pues una madre es la cabeza de la institución que representa la base de la sociedad. La Empresa que dirige se llama FAMILIA y su producción es nada menos que todos los hombres y mujeres profesionales del futuro... de esta FAMILIA salen los futuros profesionales. Cuando una madre cura las raspaduras de su hijo en las rodillas o es chofer de ellos en las tardes o va al supermercado para que todos tengan algo que comer, es, en ese momento, cuando ocupa el cargo de "GERENTE DE SERVICIOS GENERALES". Cuando la vemos explicando difíciles divisiones con decimales a sus hijos o enseñándoles educación y respeto, ocupa el cargo de "GERENTE DE RECURSOS HUMANOS". Cuando se le oye hablar de todas las cualidades de sus hijos, es una "GERENTE DE MERCADEO", pues nadie cree tanto en su producto, como una madre de sus hijos. Su horario: ILIMITADO. Su turno laboral puede empezar en la madrugada con el llanto del bebé con hambre, puede seguir el resto del día encargándose de que todo en la casa funcione bien. Por la tarde es chofer y la profesora de sus hijos. Por la noche, la esposa amorosa que escucha y atiende a su esposo y ella puede seguir levantada esperando a que su hijo adolescente llegue de la fiesta. Cuando tiene un rato de descanso, no deja de pensar en sus funciones. No puede delegar su trabajo porque, al imprimirle tanto cariño, es casi imposible encontrar personal capacitado para igualarla. Ella no puede encargarle a la secretaria la transmisión de valores, de moral, de principios, ni mandar por fax el beso de las buenas noches. Su salario: INALCANZABLE. De hecho, ella misma no concibe la idea de recibir nada a cambio porque lo hace por amor. Algún día de las madres recibe una flor, un dibujo con brillantes crayolas o la estrellita en la frente de su hijo. Con esto siente que le han dado el mejor de los ascensos. Pensión de Jubilación: Nada de esto recibirá, más bien después de 14 o 18 años de inalcanzable trabajo será aparentemente despachada, sin prestaciones, cuando le dicen: por favor, mamá, no te metas; es mi vida". Queda supuestamente despedida porque sólo la presencia de una madre es importante, aunque en esos momentos no se den cuenta. Monumento o Diploma: ¿Dónde está el monumento o diploma a estas EMPRESARIAS que no se cansan de ejercer su profesión? El médico, empresario, artista, sacerdote, ingeniero, abogado, doctora, licenciada, arquitecto, etc., que entregan sus vidas a otros han salido de esas empresas llamadas "FAMILIAS". Esos grandes profesionales son sus logros, honores, trofeos y diplomas. ¡QUE DIOS BENDIGA A LAS EJECUTIVAS DEL HOGAR!
¡Hola, Chagall! Trabajo con el programa Macromedia Flash, ahora llamado Adobe Flash y exporto las películas en el formato del programa, también como HTML y antes me permitía hacerlo también para QuickTime pero ahora me salta error, que faltan algunos controladores me dice el ordenador, tendré que bajarlos de Internet. He subido otros escritos míos en el Post "De Poetas, cuentos y leyendas" y en el de "Anécdotas curiosas". Vengo de familia de escritores, mi madre es poeta y secretaria de la Casa de la Cultura del pueblo donde vivimos; mi hermano de veinticinco años tiene ya diez premios literarios en prosa. A mi la poesía se me da horrible, pero con la narración me defiendo bastante; me encanta crear mis propios personajes dibujándolos y es por ello que los traslado a la animación luego; estoy estudiando el Bachillerato en "Arte, Diseño y Comunicación", voy por el 4º año Perdóname tanto palabrerío, es que si me dejan hablar no me detengo... ¡Gracias por tus comentarios elogiosos!
Uffff cúanto tiémpo sin pasar por aquí ¿Sólo un árbol? Todas las mañanas se le podía ver caminando entre los árboles, sentado a su lado meditando y hasta abrazándolos, obviamente todos pensaban que estaba loquito ¿quién en su sano juicio se la vivía abrazando árboles? ¡y sobre todo tan temprano! Pero éso no era todo, los fines de semana aquel hombre los pasaba plantando más árboles, podando ramitas secas, abonándolos y regándolos, sobre todo cuando hacía mucho calor. Nadie sabía su nombre, pero siempre tenía un saludo cordial y una sonrisa para todos, y los niños comenzaron a llamarlo Don árbol; cosa que no le molestaba … y, de hecho sí tenía cierto parecido con un árbol, su encrespada melena semejaba el tupido follaje de un ficcus en primavera, sus brazos eran tan largos y fuertes como las ramas de un roble, sus pies enormes y firmes eran igual a las raíces de un fresno y era tan alto como un eucalipto … bueno, quizá no tanto, pero definitivamente era alto, y como siempre usaba una túnica verde con capucha encima de sus desgastados jeans y camiseta verdaderamente parcecía un árbol más del bosque. - ¡Qué tipo tan más chiflado!-decía burlonamente Pecorino, uno de los tantos pequeños que observaba a Don árbol mientras se dirigía a la escuela- - ¡Pecorino!-le reprendía su madre- ¿en dónde es que has aprendido a ser tan grosero? Ése señor hace algo muy bueno por todos nosotros y debemos estar muy agradecidos con él . - Pero mami ¿de qué hablas? ¿hay que estar agradecidos con ése orate sólo porque se la pasa abrazando árboles? A mí me parece una pérdida de tiempo … - ¡Basta ya! Quizá aprendas algo pasando un tiempo con él. - ¡Éso si que no! ¡no me vas a obligar a ayudar a ése tipo! - Pecorino, no juzgues a las personas sin conocerlas, tú no sabes lo que podrías aprender. Cuando Pecorino llegó a la escuela lo primero que hizo fué quejarse amargamente con Lily, su mejor amiga. - ¡Ay Lily!-decía el pequeño- no vas a creer lo que mi mamá me va a obligar a hacer! - ¿Por fín te vas a bañar todos los días? - ¡Lily esto es serio! ¡voy a tener que pasar el fin de semana ayudando al desquisiado de Don árbol! - ¿Y éso que tiene de malo? - ¿¡Lily tú también!? - Mira mi querido Pecorino, puede que Don árbol sea algo … peculiar, pero no creo que sea malo … la gente dice que en realidad es un mago. - ¿Qué mago va a ser? Si acaso será un payaso. - Para que veas lo buena amiga que soy ¡yo te acompaño! - ¿De verdad? - ¡Claro! Si yo no soy una gallina como tú. El sábado muy temprano la mamá de Pecorino los llevó al bosque y los chicos caminaron un par de minutos hasta que porfín se toparon con él, quien como de costumbre, estaba bien abrazado a un enorme roble. - ¿Disculpe …?-decía tímido Pecorino- - ¿Si?-respondió curioso Don árbol- - Buenos … días … hmmm …hmmmm … - ¡Buenos días Don árbol!-interrumpió la pequeña- yo me llamo Lily y éste es mi mejor amigo Pecorino y nos ha mandado su mamá a ver en que podíamos ayudarle, - ¡Ah! ¡qué espléndido dos ayudantes! Bien, muy bien hoy hay mucho que hacer. Mientras Don árbol y Lily se disponían a sujetar los pequeños arbolitos a largas varas para que no se quebraran Pecorino se sentó comodamente en la suave hierba a jugar con su video juego portátil … pasó una hora y luego otra y él seguía absorto avanzando nivel tras nivel venciendo a sus enemigos con el ultra hipermegacombo de súper energía púrpura recargada; y cuando finalmente se cansó sacó su teléfono móvil y se puso a escuchar música y madar mensajitos a sus amigos … pasó una hora y luego otra … y cuando finalmente se cansó tomó su mochila y sacó su reluciente computadora portátil con conexión megasónica integrada a la red con banda súper ancha para navegar abajito de la velocidad de la luz … pasó una hora y luego otra, el sol ya comenzaba a ponerse y todo iba quedando en penumbras; así que Don árbol y Lily hicieron una fogata, montaron sus tiendas de campaña y comenzaron a preparar la cena, el aromático vapor de una sopa de hongos silvestres sacó a Pecorino de lo que parecía ser un profundo trance hipnótico, sus dedos porfín dejaron de teclear y dando un bostezo digno de un oso grizly después de invernar dijo : ¡yom! ¡por fín la cena! ¡me muero de hambre! - ¡Pecorino eres un cínico!-reprendió Lily-¡no nos ayudaste en todo el día y encima quieres devorar lo que preparamos con tanto esfuerzo! - No exageres Lily-decía el pequeño-yo sólo los vi jugando en el lodo - ¡Claro que no! sembramos docenas de árboles salvamos unos nidos que estaban apunto de caer, Don árbol me enseñó a detectar los árboles que están enfermos y también a contar su edad y … - Lily-interrumpió Don árbol- creo que a tu amigo no le importa lo que hacemos … ¿verdad Pecorino? - No se ofenda Don … oiga ¿usted no tiene un nombre normal? - ¿Normal? … ¿como Pecorino? Prefiero llamarme árbol, pero sí tengo uno, mi nombre es Tito, mago Tito a tu servicio. - ¡Entonces es cierto que usted es mago!-gritó entusiasmada Lily- - Si,pero yo no saco conejitos de sombreros ni nada de éso, mi magia consiste en escuchar a la Tierra y ayudarla … - Yo no entiendo Don mago-decía el niño mientras devoraba un plato de sopa- los árboles no sienten, sólo son cosas que están ahí inmóviles, son inútiles yo no perdería el tiempo con este montón de palos … Con un dejo de tristeza el mago se incorporó, recogió los trastos, hechó más varitas a la fogata y sirviéndose una taza de humeante café dijo: ya es tarde Pecorino ve a dormir, mañana temprano te llevaré a tu casa … y dulces sueños Lily, mi dulce asistente … eres tan encantadora como un hermoso elfo. Entonces la niña corrió a darle un abrazo al mago y se fué a dormir soñando con las historias que le había dicho sobre los guardianes que vigilaban los bosques y las hadas que habitaban en los capullos de flores . Unos minutos después de la media noche el mago entró a la tienda de Pecorino, puso sus manos sobre su frente y pecho y susurró lo siguiente : “¡por agua tierra aire y fuego que entre en este pequeño el aliento del bosque, de cabeza a pies y de pies a cabeza que sienta y viva como una corteza!” y habiendo dicho éso se fué a dormir tranquilamente. Algunas horas después Pecorino comenzó a sentir mucho frío y e intentó incorporarse para buscar su abrigo, pero por más que quizo no pudo, entonces, asustado, abrió los ojos y se dió cuenta de que ya no estaba dentro de la casa de campaña sino afuera, podía ver a Lily dormir como un lirón y al mago roncando cerca de la fogata, y quizo hablar, pero el único sonido que pudo emitir fué un crujir grave, igual al que hacían las ramas del bosque, entonces con mucho cuidado se miró y aterrado notó que su cuerpecito de niño había cambiado, ahora era un enorme tronco de roble con las raíces tan profundas que podía sentir como las rozaban las aguas de un antiguo río oculto y sintió un cosquilleo que lo hacía estremecerse un poquito, era una familia de pajaritos, cuyos polluelos aleteaban con todas sus fuerzas para aprender a volar, y por primera vez en mucho tiempo Pecorino contempló un amanecer, vió el cielo teñirse de rosa, naranja y amarillo y pudo sentir como los rayos del sol rozaban sus hojas más altas, se sentía bien aquel calor que era como el abrazo de un viejo amigo, era un saludo que le daba la bienvenida a otro día. Y Pecorino escuchó entonces la voz del viento que les contaba historias de sus viajes a las flores que al escucharlo abrían sus pétalos para sonreírle; el pequeño estaba sorprendido, nada en aquel bosque estaba inanimado, todo tenía vida y voz, todo era hermoso y tranquilo … pero de repente se escuchó un sonido aturdidor eran grandes camiones de carga y hombres con gigantescas herramientas, y uno de ellos se le acercó a Pecorino y con una lata de pintura le marcó un horrible tache encima y dijo que aquella tarde lo derribarían … derribarían todo para convertir aquel lugar en un moderno estacionamiento. Entonces Pecorino quizo gritar, decir que estaba vivo, que le dolía lo que aquellos hombres hacían, que sentía miedo y odiaba que le arrancaran las ramas, quería defenderse .. quizo llorar y gritar, pero nadie lo escuchaba. - ¡No me corten!-gritaba Pecorino- ¡estoy vivo! ¡soy un árbol pero siento! ¡no me corten! ¡no hago ningún daño! ¡no me corten! ¡yo no quiero! … - ¡Pecorino despierta!-gritó Lily-tienes una pesadilla. - ¡No me corten! … ¿era un sueño? ¡estaba soñando!- entonces el niño salió corriendo a abrazar al primer árbol que se encontró, lo abrazó con todas sus fuerzas prometiendo que los iba a cuidar- - Pecorino-dijo el mago-¿qué se siente ser sólo un árbol? - ¿Fué usted quién me hizo soñar éso? ¡de verdad es un mago! - Tenías que entender mi pequeño amigo que los árboles también son seres vivos, que sienten y que nos dan mucho a cambio de muy poco, nos ofrecen sus frutos, limpian nuestro aire, nos comparten de su agua nos dan sombra y siempre están dispuestos a escucharnos, tenías que entender que tenemos que cuidar a aquellos que no se pueden defender y hablar por aquellos que no tienen voz. - Siento mucho haber sido tan grosero con usted Don mago, digo Don árbol, digo mago Tito. - Don árbol está bien Pecorino. - Le prometo que vendré a yudarle cada vez que pueda. - ¡Y yo!-decía Lily- - ¡pues esto hay que celebrarlo! Desde ése día se puede ver a mucha más gente en los parques y bosques abrazando los árboles … porque ¿a quién no le gusta recibir el abrazo de un buen amigo? Fin Elizabeth Segoviano
¡Bellísimo Chagall! ¡Gracias por traerlo para que pudiéramos leerlo! Te cuento un secreto: A mí me enseñaron desde muy chiquita a abrazar árboles, a acariciar sus hojas y a hablarles, por suerte mi familia es muy especial
Muchas grácias Magni,por contarme ese secreto tan especial,cómo bello Felicidadades por esa familia tan especial que tienes A ver si te animas y subes el resto de tu linda triología LOS TRES PRÍNCIPES Y LA PLUMA DE LA PAZ Había una vez un Rey que tenía tres hijos. Era un Rey muy malo porque tenía planes malvados. Un día un hijo suyo lo descubrió e intentó detenerlo y entonces el Rey mandó que lo introdujeran en un pudridero. Otro hijo fue a rescatar a su hermano pero lo descubrieron, entonces él también fue atrapado. El Rey se sentía angustiado por lo que había hecho con sus hijos y ordenó a sus caballeros que los sacaran. Los meses pasaron, el Rey enfermó y al poco tiempo falleció. Antes de que esto sucediera, dejó una nota informando a sus hijos, que rey sería aquel que ganara una competencia de valentía. La competencia consistía en luchar contra el Dragón de la Montaña Roja. Los tres hermanos aceptaron el desafío y partieron hacia allá. El camino era largo y espantoso porque siempre era de noche y nunca se veía el sol. El Dragón de la Montaña Roja era un enorme animal con cuerpo de serpiente, cola de león, patas de caballo y alas de águila. Su cola era un arma terrible. Podía volar y echar fuego por la boca. Al llegar al pie de la montaña los tres hermanos decidieron llevar a cabo el desafío haciéndolo cada uno por su lado. Entonces llegaron a un acuerdo y por sorteo le tocó al hermano menor ir primero a intentarlo. Cuando el hermano pequeño llegó al pie de la montaña, descubrió que había una entrada secreta, en forma de cueva, que estaba tapada por el boscaje, decidió entrar y lo que vio fue un monstruo fuerte y feo que le atacó sin piedad, pero el apuesto Príncipe se defendió y lo mató con su espada. Pero cuando el Príncipe se dio la vuelta victorioso y dispuesto a salir de la cueva para contarle a sus hermanos su triunfo un terrible sonido le dejó inmovilizado de terror, un viento helado surgió de su espalda y aunque le dieron ganas de salir corriendo, la curiosidad le venció y volvió su rostro hacia atrás y cual fue su sorpresa, que al girarse, se encontró con un niño. El Príncipe le preguntó cómo había llegado hasta la cueva, y el niño respondió que había sido hechizado por una bruja malvada, encerrándolo en el corazón del monstruo y que al derrotarle había quedado liberado del hechizo y así los dos juntos salieron de la cueva dando saltos de alegría. Fueron corriendo a contárselo a los otros dos Príncipes, y los cuatro se alegraron mucho de verse. El Príncipe más pequeño le contó a sus hermanos lo que había pasado. Los otros dos hermanos se quedaron muy sorprendidos y le preguntaron al niño: «¡es verdad eso! y ¿por qué te hechizaron?» y el niño contestó: «porque yo era el Príncipe de Francia y quería casarme con la Princesa de Italia». Esas palabras extrañaron a todos y pronto se dieron cuenta de que el niño hablaba con acertijos, por lo que su felicidad no podía ser completa, por eso decidieron enviarlo a su castillo para que descansara y pudiera recuperarse de la terrible experiencia que había vivido. Cuando los tres Príncipes se quedaron solos se abrazaron y cada uno se marchó por un camino diferente hacia la cima de la Montaña Roja donde vivía el Dragón contra el que tenían que luchar, pero de pronto sopló un viento muy fuerte, el cuál hizo que los tres Príncipes se encontraran con el Dragón, que era más grande que un castillo de un millón de pisos. Los tres se aterrorizaron y se marcharon corriendo. Pero a mitad de camino, los tres Príncipes se dieron la vuelta y demostrando su valentía se dispusieron a luchar contra el Dragón y tras una intensa pelea consiguieron vencerle. Al cabo de unos instantes el Dragón se fue transformando lentamente en un anciano que les dijo que había sido hechizado por un malvado Rey, que a su vez era un temible brujo, y este brujo era el padre de los tres Príncipes. Entonces los Príncipes al conocer la noticia quedaron decepcionados. La maldad de su padre había quedado sembrada por todo el reino y ellos no querían heredar nada que estuviese relacionado con el Rey (su padre). Renunciaron al reino y disfrazándose de simples campesinos emprendieron camino hacia un lejano lugar. Viajaron hasta llegar a una tierra desconocida lejos de la maldad de su padre. Los tres hermanos sufrieron mucho pues estaban acostumbrados a la vida lujosa del palacio y el campo era algo muy diferente. Por días enteros, sufrieron hambres y miserias hasta que un día su suerte cambió, encontraron un Ave Fénix que les dijo que si rozaban a cada niño que naciera con una de sus plumas, lograrían encontrar la paz que tanto ansiaban. Entusiasmados con la idea los tres hermanos celebraron su dicha dándose abrazos y emitiendo pequeños gritos. El menor de los Príncipes tomó la pluma que el Fénix le ofrecía. Al tocarla una sensación cálida nació en la punta de sus dedos, la cual le protegió del frío. Sus hermanos le imitaron y juntos partieron rumbo a la aventura. Pero al cabo de un rato, un cuervo les robó la pluma y se la llevó a la montaña donde habitaba, un alejado lugar donde moraban pájaros gigantescos, animales tan antiguos como el principio de la Tierra. El cuervo escondió la pluma en su nido, donde sus crías esperaban desde hacía tiempo el calor suficiente para salir de su cáscara y la pluma se lo proporcionó. Cuando nacieron fue inevitable que rozaran la pluma del Ave Fénix, lo que provocó en los Príncipes un gran desasosiego, ya que las crías del cuervo eran tan malas como él, pero sucedió que cuando las crías del cuervo rozaron la pluma murieron todas porque la pluma del Ave Fénix podía vencer la maldad. Pero todas no eran crías de cuervo; también había en el nido un huevo de paloma y con el calor que le proporcionó la pluma nació una preciosa y blanca paloma, símbolo de la paz, que ayudaría a los Príncipes a llevar en el pico la pluma del Ave Fénix por todas partes del mundo, rozando con ella a todos los niños recién nacidos. Así se fue extendiendo la paz por la tierra que, poco a poco, se fue transformando en un lugar lleno de paz, armonía y felicidad. Y así los tres príncipes volvieron a su reino dónde vivieron los tres, juntos, felices y contentos. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Autores en ésta pag. http://www.elhuevodechocolate.com/cuentos/cuentos15.htm Grácias niñ@s por tan bella história
La maravillosa cámara de Lai-Lai Había una vez un fotógrafo chino llamado Lai-Lai que un día se aburrió de comer arroz con palitos, agarró su cámara de cajón, se subió en un velero hecho de juncos y salió a darle la vuelta al mundo. En África retrató las pirámides de Egipto y las cataratas del lago Victoria; en Europa, la catedral de Notre Dame y los jardines de Catalina la Grande; y en América, la estatua de la Libertad y las ruinas de Machu-Pichu. Pero resultó que, cuando navegaban por en vuelta del mar Caribe, un terrible huracán hizo zozobrar la embarcación y todos los tripulantes perecieron, menos el fótógrafo chino, que tuvo la afortunada idea de encaramarse encima de su cámara. Así, flotando y flotando al compás de las mareas, alimentándose de algas y camaroncitos y bebiendo el agua de lluvia que conseguía recoger en su sombrero, el náufrago navegó durante varias semanas. Hasta que por fin, un amanecer, distinguió a lo lejos un manchón pardusco. Al principio creyó que se trataba de un tiburón gigante y se despidió de la vida; pero luego se percató de que era una isla y empezó a gritar en pequinés: "¡Tierra, tierra!" y a patalear de alegría. De esa manera llegó Lai-Lai, hace muchos, nadie recuerda cuántos años, a la playa de Varadero. Desde entonces, todas las mañanas, no importa que llueva o haga frío, se echa al hombro su anticuada cámara de cajón y sale con ella rumbo a la orilla del mar, a retratar a los vacacionistas. Dondequiera que encuentra a alguien bañándose, Lai-Lai se detiene, coloca su cámara sobre el trípode, mete la cabeza debajo del paño oscuro, cierra un ojo y con el que deja abierto mira por un agujerito, y enseguida está lista la fotografía. Sólo que, desde el chapuzón del naufragio, la cámara de Lai-Lai lo retrata todo distinto. Cuando él aprieta la perilla de disparar, de no se sabe dónde sale una música china muy rara, y en las fotos las cosas aparecen trastocadas, no como son, sino como pudieran ser. Las muchachas bonitas se transforman en corales; los jóvenes, en apuestos hipocampos; las tías gruñonas, en erizos; los gordos, en esponjas; los chiquillos, en caracoles y conchas; y los envidiosos, en medusas. Y lo más extraño es que la gente queda encantada con sus retratos. Parece que les gusta verse convertidos en almejas, pulpos o sargazos. Todos quieren a Lai-Lai, lo llaman cuando viene por la arena dorada, caminando en zig-zag con sus pies que parecen muelas de cangrejo. Lo invitan a tomar cerveza y a comer mamoncillos y le hacen bromas: "¿Quién eres tú, Lai-Lai? ¿Una estrella de mar? ¿Acaso un delfín?" Él sonríe y suspira, a todo dice que sí, pero callado siempre, como si estuviera pensando en otra cosa, en algo que nadie ha logrado adivinar. Una tarde, cuando ya los bañistas se habían retirado y la playa estaba solitaria y tibia, unos niños que correteaban sin rumbo encontraron al fotógrafo chino sentado sobre una roca. Estaba tirándole pescaditos secos a un viejo pelícano y contemplaba, ensimismado, el horizonte, quién sabe si acordándose de cuando comía el arroz con palitos. Los muchachos se acercaron a él sin hacer ruido y se metieron debajo del manto negro de la cámara; apretaron la perilla de disparar, junto a las olas se escuchó por un instante la música rara y, cuando Lai-Lai vino a darse cuenta de la travesura, ya lo habían retratado. Entonces apareció la foto y los niños, que esperaban ver un delfín o una estrella de mar, un coral o un hipocampo, descubrieron, asombrados, que Lai-Lai era apenas un montoncito de espuma, sólo eso. Un puñado de casi nada, una pizca de magia que anda suelta por ahí, embelleciéndole la vida a la gente. Antonio Orlando Rodríguez
PATAS LARGAS Y PATAS CORTAS Érase una vez, en el corazón de África, en la Sabana, vivía un avestruz que se llamaba Ostrich; tenía dos hijitos, uno tenía las patas muy largas y el otro muy cortas y se llamaban Patas Largas y Patas Cortas. Además, para cuidar de la casa, tenía una avestruz que se llamaba Uuz. El papá Os...ch les decía todos los días a los avestrucillos que tenían que recoger todos los juguetes porque si no, un día iba a venir el elefantito Fant y se los iba a llevar a su casita. Patas Lar... y Patas Cor... no se lo creían y eran muy perezosos y no hacían caso a su papá. Hasta que un día, cuando todos estaban durmiendo, El elefantito...t, que era muy golfo, se acercó para ver si había algún juguete para llevarse y, como era muy juguetón, se los llevó todos. Por la mañana, cuando se despertaron Patas Lar... y Patas Cor... , buscaron los juguetes y, al no encontrarlos, Fueron corriendo a despertar a su papá, Os...ch, que tenía la cabeza escondida en la arena (porque así es como duermen los avestruces). Cuando consiguieron despertarle, le dijeron que no podían encontrar los juguetes. Ostrich les contestó: Ya os lo había avisado, pero no os preocupéis‚ que iré a hablar‚ con el elefantito...t para preguntarle si los tiene y entonces, como es orgulloso, le voy a decir que le echo una carrera y que si le gano, os los tiene que devolver. Efectivamente, echaron una carrera, a ver quien iba a un árbol que se veía a lo lejos, daba la vuelta y volvía primero. Y sabéis‚ ¿quién ganó? Os... . ¨ Y sabéis‚ ¿por qué? Porque aunque Fant corría mucho, el papá Ostrich era el avestruz Con las patas más largas de todos los avestruces y era muy fuerte y potente. Entonces, el elefantito...t les devolvió todos los juguetes y además, les dio dos elefantitos chiquititos de madera, uno con las patas muy largas y otro con las patas muy cortas. Y los avestrucillos, a partir de ese día, Recogían siempre los juguetes antes de irse a dormir. Y todos fueron felices, comieron lombrices y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Al borde del mar A veces, en el trancurso de nuestra vida nos suceden algunas cosas maravillosas, no sabemos precisar bien porqué suceden, tal vez no haya ningún motivo que nosotros debemos conocer, simplemente pasan. He aquí una historia: - Buenas tardes. - Buenas tardes. - ¿Le importa si me siento aquí? - No, para nada… - Gracias. Unos segundos de silencio… -¿Está bonito el mar hoy, verdad? - Sí, muy bonito, la verdad es que es una bahía preciosa la que tenemos. -Yo vengo muchas tardes a sentarme en este banco, se está tan bien aquí… -Yo… es la primera vez que me siento aquí… necesitaba… ver el mar, está tan bonito… donde vivo no lo puedo ver y siempre lo echo en falta. - Si uno no ve el mar… algo le falta, ¿verdad? - Pues sí, es cierto, algo falta… - Mire, ¿ve esa niña tan guapa que juega allí? -¿Quién? ¿aquella?… está muy cerca del borde, ¿no? se puede caer, habría que avisar a su madre, decirle algo… - Eso mismo me digo yo, y parece que cada vez se acerca más, podría caerse y su madre no se enteraría, mírela, su madre es aquella, hablando con otras personas y dándole la espalda, como siempre… -Es que con los niños hay que tener mucho cuidado… no paran quietos… son muy traviesos… En ese momento la niña se sentó en el suelo, más separada del borde, a jugar. - ¿Sabe? Yo tengo tres nietos!… son muy guapos. - Seguro que lo son… - Sí, lo son, muy guapos. Pausa de un tranquilo silencio… dos personas mirando el mar… - Es usted una mujer bella… - Ah, pues muchas gracias. -Si tuviera menos años… ¡la conquistaba!. La mujer miró al hombre con simpatía; sentado en su banco mostraba unas sienes plateadas, ojos color miel, una infinita experiencia arrugada generosamente en su rostro, bien peinado, con un elegante traje color azul oscuro, corbata, camisa impecablemente marcada en cuello y puños, chaqueta a medida, atada en su botón central, zapatos lustrosos y una mirada suave que se parecía a esa bahía en calma… olía bien… - Parece usted un buen hombre… - Y lo soy… - Lo dice muy convencido… - Es que soy un buen hombre, eso cuando se sabe, hay que decirlo muy alto y sin dudarlo, hay que decirlo con claridad. -Pues… la verdad es que tiene razón, si ya se sabe hay que decirlo en alto… claro que sí. - Hay mucha gente que no puede decirlo… - Sí, hay gente que no puede decirlo tan claro… - Se ve que es usted una mujer con suerte… - ¿Con suerte? - Sí con suerte, tiene unas manos bonitas, no ha trabajado duro, tiene una sonrisa bonita, es feliz, tiene un pelo precioso, me recuerda usted a mi mujer, que en paz descanse. ¿tiene novio? - (La mujer sonríe). Es usted todo un conquistador… - No, solo me gustan las mujeres guapas ¿tiene novio? - Algo así se podría decir, pero no tengo prisa… - Claro, es lógico, es usted tan joven… diga que sí, no tenga prisa, solo disfrute de la vida… si yo tuviera menos años… - Se conserva usted muy bien, las personas buenas siempre son bellas da igual la edad que tengan. Los ojos del anciano miraron fijamente a la mujer y luego sin más el viejo hombre de aspecto trajeado sonrió y continuó mirando el mar. - ¿Sabe? usted tiene en su vida alguien que le ama… -Sí, muchas personas me quieren (dijo la mujer enfrentando su pensamiento y sus ojos al horizonte…) -¡No!, ¡no!, me he expresado mal… no me mal interprete… yo no me refiero a su pareja, yo me refiero a quien realmente le quiere… La mujer le miró con sorpresa… apenas podía pronunciar palabra, solo le miraba, trataba de distinguir quién era, qué hacía allí, no entendía porqué hablaba así, no lo conocía. Comenzó a sentir un escalofrío, algo le incomodaba, quería marcharse y… no sabía cómo despedirse sin molestarle, sin que notara que ya no quería hablar más… había empezado a tener ganas de llorar. -Si mucha gente me quiere… yo también soy buena persona, bueno, se hace tarde, creo que voy a marcharme ya… -Lo entiendo, soy un pobre y loco viejo con el que nadie quiere hablar… -No, no es eso, no piense eso, es solo… que se me hace tarde, de veras y… pero… oiga, perdone… dígame, ¿porqué ha dicho eso? ¿de quién hablaba? ¿a quién se refería?? -Ah, no era nada… yo solo lo decía por ese que está lejos de usted, que no le habla… -Ah, sí ya claro, bueno - dijo la mujer un poco indecisa, sin saber bien ni lo que estaba diciendo- ya le entiendo, - y tratando de no escuchar más añadió-: bueno, pues encantada de conocerle, he de irme ya… -Ah, perdone, soy un viejo torpe, siento haberle molestado, a veces digo las cosas sin pensar, todo el mundo me lo dice… he sido insensible ¿se ha molestado?, preguntó el hombre en tono calmado. -No, no se preocupe, no es nada, es solo que… bueno nada, que ya he de marcharme… es tarde. -Por favor, antes de irse ¿me hace un favor? -Claro, sí, dígame, ¿qué necesita?. -Dígale a esa mujer que vigile a su niña, yo soy un viejo y mis piernas están torpes…. a mi no me haría ni caso, me pone nervioso verla… mírela otra vez en el borde, dígale que su niña se puede caer… La mujer le miró entonces más detenidamente, en su rostro avejentado no se percibía ningún signo que no fuera de simple y serena sensatez… -Sí, sí, claro, no se preocupe ahora mismo se lo digo… respondió la mujer. Dicho esto, se acercó a aquella señora y señalando a la niña le indicó que tuviera cuidado con ella porque podía resbalarse y caer al mar. La señora miró a la mujer, luego echó una leve mirada hacia el banco y después girándose le dio un pequeño grito a la pequeña para que acudiera a su lado, la niña, obediente, se alejó del borde y se acercó a su madre. La madre le dio entonces las gracias a la mujer y continuó hablando. Aquella mujer se volvió entonces hacia el banco que ocupaba el anciano y al verle sentado con su traje impecable mirando complacido sintió pena y se acercó para despedirse correctamente de él. - Ya se lo dije, no se preocupe, ¿vale? esté tranquilo… la niña ya está con su madre, bueno, pues encantada de… - ¿Me deja decirle una cosa?, solo una… por favor… le interrumpió el hombre en tono de súplica. - Eh, sí, dígame, ¿qué es? - El le ama, él le ama, aunque usted no pueda verle, nunca ha dejado de quererla, no lo olvide nunca. Ah, y… -añadió el viejo como si se olvidara de algo importante-, otra cosa más: muchas gracias por ese favor y por darme estos minutos de charla… hoy me sentía muy solo… ya se sabe, con los viejos tontos como yo nadie habla. La mujer le miró sorprendida y dedicándole una sentida sonrisa, emocionándose pero sin poder decirle nada se alejó del banco camino de su coche. Al abandonar el paseo su corazón estaba en un puño, caminaba nerviosa, no podía pensar nada, estaba aturdida, solo tenía en su mente, en sus ojos, la mirada de ese hombre diciendo esas palabras. Minutos después ya de camino a su casa al pasar de nuevo, dentro de su coche, por delante del paseo allí vió a ese viejo hombre de aspecto trajeado al que una niña pequeña, la misma que había estado jugando al borde del mar… le llevaba de la mano, junto a ellos aquella señora algo le iba diciendo al viejo hombre trajeado de azul… Aquella mujer, entendiendo, sonrió y sin saber porqué, creyó en sus palabras. Al llegar a su casa, contó a su madre lo que había vivido. La madre escuchó atentamente su historia y mientras iba finalizando la mujer notó que sonreía y asentía. Al terminar simplemente le dijo: - Ah, qué gracia, ¿ti también te ha pasado?, es un hombre muy mayor que está un poco loco… no sabía eso de que tuviera una nieta… La hija se quedó sorprendida, y añadió: - ¿A ti también te ha dicho que alguien te ama? - Sí, al parecer lo dice siempre, dijo la madre muy tranquila. - Pero… dime… ¿de quién habla? - Habla de Dios.
El Arbol del Ruiseñor Hubo una vez un lindo ruiseñor que hacía su nido en la copa de un gran roble. Todos los días el bosque despertaba con sus maravillosos trinos. La vida volvía a nacer entre sus ramas. Las hojas crecían y crecían. También lo hacían los polluelos del pequeño pajarito. Su nido estaba hecho de ramitas y hojas secas. Algunas ardillas curiosas se acercaban para ver como los polluelos picoteaban el cascarón hasta dejar un hueco en el que poder estirar su cuello. Empujaban con fuerza y lograban salir hacia fuera. Sus plumitas estaban húmedas. En unas cuantas horas se habrían secado y los nuevos polluelos se sorprenderían de lo que les rodeaba. El árbol estaba orgulloso de ellos. Él también era envidiado por los demás árboles no sólo por tener al ruiseñor sino por la belleza de su tronco y sus hojas. Era grandioso verlo en primavera. Al llegar el otoño, las hojitas de los árboles volaban hacia el suelo. Con gran tristeza caían, pero el viento las mimaba y las dejaba caer con suavidad. Al pasar el tiempo éstas serían el abono para las nuevas plantas. Al ruiseñor le gustaba jugar entre sombra y sombra. Revoloteaba haciendo piruetas, buscando la luz y cuando un rayo de sol iluminaba sus plumas, unas lindas notas musicales acompañaban su alegría y la de sus polluelos. Un día un hongo fue a vivir con él. Ya lo conocía de antes se llamaba Dedi, bueno, tenía un nombre muy raro, pero ellos le llamaban así. El roble comenzó a sentirse enfermito, tenía muchos picores y su piel se arrugaba. De vez en cuando le corría un cosquilleo por el tronco. Estaba un poco descolorido, ni siquiera tenía ganas de que los ciempiés jugaran alrededor de sus raíces. Él hongo estaba celoso del árbol y de su amistad con el ruiseñor. Pensó que si le enfermaba, el ruiseñor le haría mas caso a él, envidioso de su amor no le importó hacerle sufrir. Los demás animales convencieron al hongo para que abandonara al árbol. Así conseguiría, ser su amigo pero nunca por la fuerza. A partir de aquel día siempre se juntaban para ver amanecer. El hongo aprendió una gran lección, su poder y su fuerza debía utilizarlas, para algo bueno, para crear, no para destruir.
SABIDURÍA INDÍGENA Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida. Él les dijo: "¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos! "Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo,egolatría, competencia, superioridad. "El otro es Bondad, Alegría, Paz, Amor, Esperanza, Serenidad, Humildad, Dulzura, Generosidad, Benevolencia, Amistad, Empatía, Verdad, Compasión y Fe. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra. Lo pensaron por un minuto y uno de los niños le preguntó a su abuelo: "¿Y cuál de los lobos crees que ganará?" El viejo cacique respondió, simplemente... "El que alimentes."
El roble y la hiedra Un hombre edificó su casa. Y la embelleció con un jardín interno. En el centro plantó un roble. Y el roble creció lentamente. Día a día echaba raíces y fortalecía su tallo, para convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las tormentas. Junto a la pared de su casa plantó una hiedra y la hiedra comenzó a levantarse velozmente. Todos los días extendía sus tentáculos llenos de ventosas, y se iba alzando adherida a la pared. Al cabo de un tiempo la hiedra caminaba sobre los tejados. El roble crecía silenciosa y lentamente. - "¿Cómo estás, amigo roble?", preguntó una mañana la hiedra. -" Bien, mi amiga" contestó el roble. -" Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura ", agregó la hiedra con mucha ironía. "Desde aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena verte siempre allá en el fondo del patio". -" No te burles, amiga", respondió muy humilde el roble. " Recuerda que lo importante no es crecer deprisa, sino con firmeza ". Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona. Y el tiempo siguió su marcha. El roble creció con su ritmo firme y lento. Las paredes de la casa envejecieron. Una fuerte tormenta sacudió con un ciclón la casa y su jardín. Fue una noche terrible. El roble se aferró con sus raíces para mantenerse erguido. La hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y prolongada. Al amanecer, el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había sido desprendida de la pared, y estaba enredada sobre sí misma, en el suelo, al pie del roble. Y el hombre arrancó la hiedra, y la quemó. Mientras tanto el roble reflexionaba: " Es mejor crecer sobre raíces propias y crear un tronco fuerte, que ganar altura con rapidez, colgados de la seguridad de otros. "
-------------------------------------------------------------------------------- Ushanan-jampi La plaza de Chupán hervía de gente. El pueblo entero, ávido de curiosidad, se había congregado en ella desde las primeras horas de la mañana, en espera del gran acto de justicia a que se le había convocado la víspera, solemnemente. Se habían suspendido todos los quehaceres particulares y todos los servicios públicos. Allí estaba el jornalero, poncho al hombro, sonriendo, con sonrisa idiota, ante las frases intencionadas de los corros; el pastor greñudo, de pantorrillas bronceadas y musculosas, serpenteadas de venas, como lianas en tomo de un tronco; el viejo silencioso y taimado, mascador de coca sempiterno; la mozuela tímida y pulcra, de pies limpios y bruñidos como acero pavonado, y uñas desconchadas y roídas y faldas negras y esponjosas como repollo; la vieja regañona, haciendo perinolear al aire el huso mientras barbotea un rosario interminable de conjuros, y el chiquillo, con su clásico sombrero de falda gacha y copa cónica -sombrero de payaso- tiritando al abrigo de un ilusorio ponchito, que apenas le llega al vértice de los codos. Y por entre esa multitud, los perros, unos perros color de ámbar sucio, hoscos, héticos, de cabezas angulosas y largas como cajas de violín, costillas transparentes, pelos hirsutos, miradas de lobo, cola de zorro y patas largas, nervudas y nudosas –verdaderas patas de arácnido- yendo y viniendo incesante mente, olfateando a las gentes con descaro, interrogándoles con miradas de ferocidad contenida, lanzando ladridos impacientes, de bestias que reclaman su pitanza. Se trataba de hacerle justicia a un agraviado de la comunidad, a quien uno de sus miembros, Cunce Maille, ladrón incorregible, le había robado días antes una vaca. Un delito que había alarmado a todos profundamente, no tanto por el hecho en sí cuanto por la circunstancia de ser la tercera vez que un mismo individuo cometía igual crimen. Algo inaudito en la comunidad. Aquello significaba un reto, una burla a la justicia severa e inflexible de los yayas, merecedores de un castigo pronto y ejemplar. Al pleno sol, frente a la casa comunal y en tomo de una mesa rústica y maciza, con macicez de mueble incaico, el gran consejo de los yayas, constituido en tribunal, presidía el acto, solemne, impasible, impenetrable, sin más señales de vida que el movimiento acompasado y leve de las bocas chacchadoras, que parecían tascar un freno invisible. De pronto los yayas dejaron de chacchar, arrojaron de un escupitajo la papilla verdusca de la masticación, limpiáronse en un pase de manos las bocas espumosas y el viejo Marcos Huacachino, que presidía el consejo exclamó: -Ya hemos chacchado bastante. La coca nos aconsejará en el momento de la justicia. Ahora bebamos para hacerlo mejor. Y todos, servidos por un decurión, fueron vaciando a grandes tragos un enorme vaso de chacta. -Que traigan a Cunce Maille -ordenó Huacachino una vez que todos terminaron de beber. Y, repentinamente, maniatado y conducido por cuatro mozos corpulentos, apareció ante el tribunal un indio de edad incalculable, alto, fornido, ceñudo y que parecía desdeñar las injurias y amenazas de la muchedumbre,era un conocido en el pueblo, veterano soldado cacerista, peleo en muchas batallas durante la guerra con Chile. En esa actitud, con la ropa ensangrentada y desgarrada por las manos de sus perseguidores y las dentelladas de los perros ganaderos, el indio más parecía la estatua de la rebeldía que la del abatimiento. Era talla regularidad de sus facciones de indio puro, la gallardía de su, cuerpo, la altivez de su mirada, su porte señorial, que, a pesar de sus ojos .sanguinolentos, fluía de su persona una gran simpatía, la simpatía que despiertan los hombres que poseen la hermosura y la fuerza. -¡Suéltenlo!- exclamó la misma voz que había ordenado traerlo. Una vez libre Maille, se cruzó de brazos, irguió la desnuda y revuelta cabeza, desparramó sobre el consejo una mirada sutilmente desdeñosa y esperó. -José Ponciano te acusa de que el miércoles pasado le robaste su vaca mulinera y que has ido a vendérsela a los de Obas. ¿Tú qué dices? -¡Verdad! Pero Ponciano me robó el año pasado un toro. Estamos pagados. -¿Por qué entonces no te quejaste? -Porque yo no necesito de que nadie me haga justicia. Yo mismo sé hacérmela. - Los yayas no consentimos que aquí nadie se haga justicia. El que se la hace pierde su derecho. Ponciano al verse aludido, intervino: -Maille está mintiendo, taita. El toro que dice que yo le robé se lo compré a Natividad Huaylas. Que lo diga, está presente. -Verdad, taita contestó un indio adelantándose hasta la mesa del consejo. -¡Perro! -gritó Maille, encarándose ferozmente a Huaylas-. Tan ladrón tú como Ponciano. Todo lo que tú vendes es robado. Aquí todos se roban. Ante tal imputación, los yayas, que al parecer dormitaban, hicieron un movimiento de impaciencia al mismo tiempo que muchos individuos del pueblo levantaban sus garrotes en son de protesta y los blandían gruñendo rabiosamente. Pero el Jefe del tribunal, más inalterable que nunca, después de imponer silencio con gesto imperioso dijo: - Cunce Maille, has dicho una brutalidad que ha ofendido a todos. Podríamos castigarte entregándote a la justicia del pueblo, pero sería abusar de nuestro poder y dirigiéndose al agraviado José Ponciano, que, desde uno de los extremos de la mesa, miraba torvamente a Maille, añadió: -¿En cuánto estimas tu vaca, Ponciano? -Treinta soles, taita. Estaba para parir, taita. En vista de esta respuesta el presidente se dirigió al público en esta forma: -¿Quién conoce la vaca de Ponciano? ¿Cuánto podrá costar la vaca de Ponciano? Muchas voces contestaron a un tiempo que la conocían y que podría costar realmente los treinta soles que le había fijado su dueño. -¿Has oído, Maille? dijo el presidente aludido. -He oído, pero no tengo dinero para pagar. -Tienes ganados, tienes tierras, tienes casa. Se te embargará uno de tus ganados, y como tú no puedes seguir aquí porque es la tercera vez que compareces ante nosotros por ladrón, saldrás de Chupan inmediatamente y para siempre. La primera vez te aconsejamos lo que debías hacer para que te enmendaras y volvieras a ser hombre de bien. No has querido. Te burlaste del yaachishum. La segunda vez tratamos de ponerte bien con Felipe Tacuche, a quien le robaste diez carneros. Tampoco hiciste caso del alliachishum, pues no has querido reconciliarte con tu agraviado y vives amenazándole constantemente. Hoy le ha tocado a Ponciano ser el perjudicado y mañana quién sabe a quién le tocará. Eres un peligro para todos. Ha llegado el momento de botarte y aplicarte el jitarishum. Vas a irte para no volver más. Si vuelves ya sabes lo que te espera: te cogemos y te aplicamos ushanan-jampi. ¿Has oído bien, Cunce Maille? Maille se encogió de hombros, miró al tribunal con indiferencia, echó mano al huallqui, que, por milagro, había conservado en la persecución, y sacando un poco de coca se puso a chacchar lentamente. El presidente de los yayas, que tampoco se inmutó por esta especie de desafío del acusado, dirigiéndose a sus colegas, volvió a decir: -Compañeros; este hombre que está delante de nosotros es Cunce Maille, acusado por tercera vez de robo en nuestra comunidad. El robo es notorio; no lo ha desmentido, no ha probado su inocencia. ¿Qué debemos hacer con él? -Botarlo de aquí; aplicarle jitarishum, -contestaron a una voz las yayas, volviendo a quedar mudos e impasibles. -¿Has oído, Maille? Hemos procurado hacerte un hombre de bien, pero no lo has querido. Caiga sobre ti jitarishum. Después, levantándose y dirigiéndose al pueblo, añadió con voz solemne y más alta que la empleada hasta entonces. -Este hombre que ven aquí es Cunce Maille, a quien vamos a botar de la comunidad por ladrón, Si alguna vez se atreve a volver a nuestra tierra cualquiera de los presentes podrá matarle. No lo olviden. Decuriones, cojan a ese hombre y sígannos. Y los yayas, seguidos del acusado y de la muchedumbre, abandonaron la plaza, atravesaron el pueblo y comenzaron a descender por una escarpada senda, en medio de un imponente silencio, turbado sólo por el tableteo de los shucuyes. Aquello era una procesión de mudos bajo un nimbo de recogimiento. Hasta los perros, momentos antes inquietos, bulliciosos, marchaban en silencio, gachas las orejas y las colas, como percatados de la solemnidad del acto. Después de un cuarto de hora de marcha por senderos abruptos sembrados de piedras y cactus tentaculares y amenazadores como pulpos rabiosos senderos de pastores y cabras, el jefe de los yayas levantó su vara de alcalde, adornada de cintajos multicolores y de flores de plata de manufactura infantil, y la extraña procesión se detuvo al borde del riachuelo que separa las tierras de Chupan de las de Obas. -¡Suelten a ese hombre! -exclamó el yaya de la vara, y dirigiéndose al reo: - Cunce Maille: desde este momento tus pies no pueden seguir pisando nuestras tierras porque nuestros jircas se enojarían, y su enojo causaría la pérdida de las cosechas, y se secarían las quebradas y vendría la peste. Pasa el río y aléjate para siempre de aquí. Maille volvió la cara hacia la multitud, que con gesto de asco e indignación, más fingido que real, acababa de acompañar las palabras sentenciosas del yaya, y, después de lanzar al suelo un escupitajo enormemente despreciativo, con ese desprecio que sólo el rostro de un indio es capaz de expresar exclamó: - Ysmayta-micuy! Y de cuatro saltos salvó las aguas del Chillan y desapareció entre los matorrales de la banda opuesta, mientras los perros alarmados de ver a un hombre que huía y excitados por el largo silencio, se desquitaban ladrando furiosamente, sin atreverse a penetrar en las cristalinas y bulliciosas aguas del riachuelo. Si para cualquier hombre la expulsión es una afrenta, para un indio, y un indio como Cunce Maille, la expulsión de la comunidad significa todas las afrentas posibles, el resumen de todos los dolores frente a la pérdida de todos los bienes: la choza, la tierra, el ganado, el jirca y la familia. Sobre todo, la choza. El jitarishum es la muerte civil del condenado, una muerte de la que jamás se vuelve a la rehabilitación; que condena al indio al ostracismo perpetuo y parece marcarle con un signo que le cierra para siempre las puertas de la comunidad. Se le deja solamente la vida para que vague con ella a cuestas por quebradas, cerros, punas y bosques, o para que baje a vivir en las ciudades bajo la férula del misti, lo que para un indio altivo y amante de las alturas es un suplicio y una vergüenza. Y Cunce Maille, dada su naturaleza rebelde y combativa, jamás podría resignarse a la expulsión que acababa de sufrir. Sobre todo, habían dos fuerzas que le atraían constantemente a la tierra perdida: su madre y su choza. ¿Qué iba a ser de su madre sin él? Este pensamiento le irritaba y le hacía concebir los más inauditos proyectos. Y exaltado por los recuerdos, nostálgico y cargado su corazón de odio, como una nube, de electricidad, harto en pocos días de la vida de azar y merodeo que se le obligaba a llevar, volvió a repasar, en las postrimerías de una noche, el mismo riachuelo que un mes antes cruzara a pleno sol, bajo el silencio de una poblada hostil y los ladridos de una jauría famélica y feroz. A pesar de su valentía, comprobada cien veces, Maille, al pisar la tierra prohibida, sintió como una mano que le apretara el corazón, y tuvo miedo. ¿Miedo de qué? ¿De la muerte? Pero qué podría importarle la muerte a él, acostumbrado a jugarse la vida por nada? ¿Y no tenía para eso su carabina y sus cien tiros? Lo suficiente para batirse con Chupán entero y escapar cuando se le antojara. Y el indio, con el arma preparada, avanzó cauteloso, auscultando todos los ruidos, oteando los matorrales, por la misma senda de los despeñaderos y de los cactus tentaculares y amenazadores como pulpos, especie de vía crucis, por donde solamente se atrevían a bajar pero nunca a subir, los chupanes, por estar reservada para los grandes momentos de su feroz justicia. Aquello era como la roca Tarpeya del pueblo. Maille salvó todas las dificultades de la ascensión y, una vez en el pueblo, se detuvo frente a una casucha y lanzó un grito breve y gutural, lúgubre, como el gruñido de un cerdo dentro de un cántaro. La puerta se abrió y dos brazos se enroscaron al cuello del proscrito, al mismo tiempo que una voz decía: -Entra, guagua-yau, entra. Hace muchas noches que tu madre no duerme esperándote. ¿Te habrán visto? Maille, por toda respuesta, se encogió de hombros y entró. Pero el gran consejo de los yayas, sabedor por experiencia propia de lo que el indio ama su hogar, del gran dolor que siente cuando se ve obligado a vivir fuera de él, de la rabia con que se adhiere a todo lo suyo, hasta el punto de morirse de tristeza cuando le falta poder para recuperarlo, pensaba: "Maille volverá cualquier noche de éstas; Maille es audaz, no nos teme, nos desprecia, y cuando él sienta el deseo de chacchar bajo su techo y al lado de la vieja Nastasia, no habrá nada que lo detenga". Y los yayas pensaban bien. La choza sería la trampa en que habría de caer alguna vez el condenado. Y resolvieron vigilarla día y noche, por turno, con disimulo y tenacidad verdaderamente indios. Por eso aquella noche, apenas Cunce Maille penetró a su casa, un espía corrió a comunicar la noticia al jefe de los yayas. - Cunce Maille ha entrado a su casa, taita, Nastasia le ha abierto la puerta –exclamó palpitante, emocionado, estremecido aún por el temor, con la cara de un perro que viera a un león de repente. -¿Estás seguro, Santos? -Sí, taita. Nastasia lo abrazó. ¿A quién podrá abrazar la vieja Nastasia, taita? Es Cunce. -¿Está armado? -Con carabina, taita. Si vamos a sacarlo, iremos todos armados. Cunce es malo y tira bien. Y la noticiase esparció por el pueblo eléctricamente..."¡Ha llegado Cunce Maille! ¡Ha llegado Cunce Maille!" era la frase que repetían todos estremeciéndose. Inmediatamente se formaron grupos. Los hombres sacaron a relucir sus grandes garrotes -los garrotes de los momentos trágicos-; las mujeres, en cuclillas, comenzaron a formar ruedas frente a la puerta de sus casas, y los perros, inquietos, sacudidos por el instinto, a llamarse y a dialogar a la distancia. -¿Oyes, Cunce? -murmuró la vieja Nastasia, que, recelosa y con el oído pegado a la puerta, no perdía el menor ruido, mientras aquél, sentado sobre un banco, chacchaba impasible, como olvidado de las cosas del mundo-. Siento pasos que se acercan, y los perros se están preguntando quién ha venido de fuera. ¿No oyes? Te habrán visto. ¡Para qué habrás venido, guagua-yau! Cunce hizo un gesto desdeñoso y se limitó a decir: -Ya te he visto, mi vieja, y me he dado el gusto de saborear una chaccha en mi casa. Voime ya. Volveré otro día. Y el indio, levantándose y fingiendo una brusquedad que no sentía, esquivó el abrazo de su madre y, sin volverse, abrió la puerta, asomó la cabeza al ras del suelo y atisbo. Ni ruidos, ni bultos sospechosos; sólo una leve y rosada claridad comenzaba a teñir la cumbre de los cerros. Pero Maille era demasiado receloso y astuto, como buen indio, para fiarse de este silencio. Ordenóle a su madre pasar a la otra habitación y tenderse boca abajo, dio enseguida un paso atrás, para tomar impulso, y de un gran salto al sesgo salvó la puerta y echó a correr como una exhalación. Sonó una descarga y una lluvia de plomo acribilló la puerta de la choza, al mismo tiempo que innumerables grupos de indios armados de todas armas, aparecían por todas partes gritando: ¡Muera Cunce Maille! ¡Ushananjampi! ¡Ushanan-jampi! Maille apenas logró correr unos cien pasos, pues otra descarga, que recibió, de frente, le obligó a retroceder y escalar de cuatro saltos felinos el aislado campanario de la iglesia, desde donde, resuelto y feroz, empezó a disparar certeramente sobre los primeros que intentaron alcanzarle. Entonces comenzó algo jamás visto por esos hombres rudos y acostumbrados a todos los horrores y ferocidades; algo que, iniciado con un reto, llevaba trazas de acabar en una heroicidad monstruosa, épica, digna de la grandeza de un canto. A cada diez tiros de los sitiadores, tiros inútiles, de rifles anticuados, de escopetas inválidas, hechos por manos temblorosas, el sitiado respondía con uno invariablemente certero, que arrancaba un lamento y cien alaridos. A las dos horas había puesto fuera de combate a una docena de asaltantes, entre ellos a un yaya, lo que había enfurecido al pueblo entero. -¡Tomen, perros! -gritaba Maille a cada indio que derribaba-. Antes que me cojan mataré cincuenta. Cunce Maille vale cincuenta perros chupanes. ¿Dónde está Marcos Huacachino? ¿Quiere un poquito de cal para su boca con esta shipina? Y la shipina era el cañón del arma, que amenazadora y mortífera, apuntaba en todo sentido. Ante tanto horror, que parecía no tener término, los yayas, después de larga deliberación, resolvieron tratar con el rebelde. El comisionado debería comenzar por ofrecerle todo, hasta la vida, que, una vez abajo y entre ellos, ya se vería cómo eludir la palabra empeñada. Para esto era necesario un hombre animoso y astuto como Maille y de palabra capaz de convencer al más desconfiado. Alguien señaló a José Facundo. "Verdad exclamaron los demás-. Facundo engaña al zorro cuando quiere y hace bailar al jirca más furioso". Y Facundo, después de aceptar tranquilamente la honrosa comisión, recostó su escopeta en la. tapia en que estaba parapetado, sentóse, sacó un puñado de coca y se puso a catipar religiosamente por espacio de diez minutos largos. Hecha la catipa y satisfecho del sabor de la coca, saltó la tapia y emprendió una vertiginosa carrera, llena de saltos y zigzags, en dirección al campanario gritando: -¡Amigo Cunce!, ¡amigo Cunce!, Facundo quiere hablarte. Cunce Maille le dejó llegar y una vez que lo vio sentarse en el primer escalón de la gradería le preguntó: -¿Qué quieres, Facundo? -Pedirte que bajes y te vayas. -¿Quién te manda? -¡Yayas! -Yayas son unos supaypa-huachasgan que cuando huelen sangre quieren bebería. ¿No querrán beber la mía? -No; yayas me encargan decirte que si quieres te abrazarán Y beberán contigo un trago de chacta en el mismo jarro y te dejarán salir con la condición de que no vuelvas más. -Han querido matarme. -Ellos no; ushanan-jampi, nuestra ley. Ushanan-jampi igual para todos; pero se olvidará esta vez para ti. Están asombrados de tu valentía. Han preguntado a nuestro gran jircayayag y él ha dicho que no te toquen. También han catipado y la coca les ha dicho lo mismo. Están pesarosos. Cunce Maille vaciló, pero comprendiendo que la situación en que se encontraba no podía continuar indefinidamente, que, al fin, llegaría el instante en que habría de agotársele la munición y vendría el hambre, acabó por decir, al mismo tiempo que bajaba: -No quiero abrazos ni chacta. Que vengan aquí todos los yayas desarmados y, a veinte pasos de distancia, juren por nuestro jirca que me dejarán partir sin molestarme. Lo que pedía Maille era una enormidad, una enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo porque no estaba autorizado para ello sino porque ante el poder del ushanan jampi no había juramento posible. Facundo vaciló también, pero su vacilación fue cosa de un instante. Y, después de reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la cola, replicó: -He venido a ofrecerte lo que pidas. Eres como mi hermano y yo le ofrezco lo que quiera a mi hermano. Y, abriendo los brazos, añadió: -Cunce, ¿no habrá para tu hermano Facundo un abrazo? Yo no soy yaya. Quiero tener el orgullo de decirle mañana a todo Chupan que me he abrazado con un valiente como tú No te acuerdas ya que juntos fuimos a la guerra? Te acuerdas cuando matábamos chilenos por montones con nuestros garrotes? La gente aun pregunta por ti en Arica. Maille desarrugó el ceño, sonrió ante la frase aduladora y, dejando su carabina a un lado, se precipitó en los brazos de Facundo. El choque fue terrible. En vez de un estrechón efusivo y breve, lo que sintió Maille fue el enroscamiento de dos brazos musculosos, que amenazaban ahogarle. Maille comprendió instantáneamente el lazo que se le había tendido y, rápido como el tigre, estrechó más fuerte a su adversario, levantóle en peso e intentó escalar con él el campanario. Pero al poner el pie en el primer escalón, Facundo que no había perdido la serenidad, con un brusco movimiento de riñones hizo perder a Maille el equilibrio, y ambos rodaron por el suelo, escupiéndose injurias y amenazas. Después de un violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos jadeaban, Maille logró quedar encima de su contendor. -¡Perro!, más perro que los yayas -exclamó Maille, trémulo de irá-; te voy a retacear allá arriba, después de comerte la lengua. Facundo cerró los ojos y se limitó a gritar rabiosamente: -¡Ya está!, ¡ya está!, ¡ya está! ¡Ushanan-jampi! -¡Calla, traidor! -volvió a rugir Maule, dándole un puñetazo feroz en la boca, y cogiendo a Facundo por la garganta se la apretó tan rudamente que le hizo saltar la lengua, una lengua lívida, viscosa, enorme, vibrante como la cola de un pez cogido por la cabeza, a la vez que entornaba los ojos y una gran conmoción se deslizaba por su cuerpo como una onda. Maille sonrió satánicamente; desenvainó el cuchillo, cortó de. un tajo la lengua de su víctima y se levantó con intención de volver al campanario. Pero los sitiadores, que, aprovechando el tiempo que había durado la lucha, lo habían estrechamente rodeado, se lo impidieron. Un garrotazo en la cabeza lo aturdió; una puñalada en la espalda lo hizo tambalear; una pedrada en el pecho obligóle a soltar el cuchillo y llevarse las manos a la herida. Sin embargo, aún pudo reaccionar y abrirse paso a puñadas y puntapiés y llegar, batiéndose en retirada, hasta su casa. Pero la turba, que lo seguía de cerca, penetró tras él en el momento en que el infeliz caía en los brazos de su madre. Diez puñales se le hundieron en el cuerpo. -¡No le hagan así, taitas, que el corazón me duele! -gritó la vieja Nastasia, mientras, salpicado el rostro de sangre, caía de bruces, arrastrada por el desmadejado cuerpo de su hijo y por el choque de la feroz acometida. Entonces desarrollóse una escena horripilante, canibalesca. Los cuchillos, cansados de punzar, comenzaron a tajar, a partir, a descuartizar. Mientras una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, ésta cortaba la lengua y aquélla vaciaba el vientre de la víctima. Y todo esto acompañado de gritos, risotadas, insultos e imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los perros, que, a través de las piernas de los asesinos, daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco sangriento. -¡A arrastrarlo! -gritó una voz. -¡A arrastrarlo -respondieron cien más. -¡Ala quebrada con él! -¡Ala quebrada! Inmediatamente se le anudó una soga al cuello y comenzó el arrastre. Primero por el pueblo, para que, según los yayas todos vieran cómo se cumplía el ushanan-jampi, después por la senda de los cactus. Cuando los arrastradores, llegaron al fondo de la quebrada, a las orillas del Chillan, sólo quedaba de Cunce Maille la cabeza y un resto de espina dorsal. Lo demás quedóse entre los cactus; las puntas de las rocas y las quijadas insaciables de los perros. Seis meses después, todavía podía verse sobre el dintel de la puerta de la abandonada y siniestra casa de los Maille, unos colgajos secos, retorcidos, amarillentos, grasosos, a manera de guirnaldas: eran los intestinos de Cunce Maille, puestos allí por mandato de la justicia implacable de los yayas. Enrique López Albújar (Cuentos Andinos)
La visita de Yarará El siseo fue muy suave, como un chorro de agua allá lejos. Un instinto ancestral nos puso alertas, la cabeza alzada, el oído atento, tensión en el cuello y en la nuca... La víbora venía deslizándose por el suelo, contra la parecita exterior de la galería. Estaba fuera de nuestra vista. No había peligro para nosotros, podría haber seguido su camino hacia la calle, y allí cruzar al descampado sin regresar jamás. El viento norte y la sequía la habían traído, paseado por nuestro jardín y se la llevarían detrás de alguna presa esquiva. Ha sucedido antes, volverá a suceder. Como los infinitos espejos que se enfrentan pueden tener un elemento diferente a otro, también las situaciones iguales no lo son tanto. En esta ocasión fue nuestra gata, compañera, juguetona y gris. Sus ojos amarillos se enfrentaron a pupilas ovaladas con brillos negros. Un saltito, agacharse, una patita adelantada con uñas cubiertas, sólo para tentar a ese animal colorido, fino y largo, una invitación a jugar... Yarará no sabe jugar, en su pequeño cerebro no hay lugar para el reconocimiento del amigo ni espacio para el recreo. Nace, vive y muere matando. Muy grande para ser comida, muy insistente para ser esquivada, la decisión era picarla e irse. Sentencia de muerte para la mimosa, unas gotas de terror, un estremecimiento... y después silencio. Se irguió siseando, la boca bien abierta, mostrando los colmillos enormes y brillantes. La gata seguía saltando y tirándole manotazos, ya más alerta. Los gritos, los pedidos de cuidado, las órdenes para que escapara se nos quedaron anudados en la garganta: no debíamos distraerla, un pestañeo podría ocasionar una desgracia. De pronto, así como llegó se fue, velozmente se perdió entre las plantas, con movimiento y sonido de hojarasca. Estupor, silencio. Corrimos a ver la gata, parecía estar bien. Cariños, fiestas, elogios. Un poco más de comida. Buscamos la enemiga entre las plantas, palo en mano. Nada. Como si nunca hubiera existido. Esa tarde salimos, siempre hay obligaciones. Regresamos ya noche, en el otoño de días cortos. La gatita no salió a recibirnos como hacía siempre. La llamamos, le ofrecimos comida, hicimos ruido con su plato. ¿La habría picado? ¿Estaría enferma o muerta en algún lugar en la oscuridad? ¿Vendría a dormir sobre el auto como otras noches? La picadura de yarará es muy dolorosa ¿cómo no darnos cuenta? La habría seguido molestando la gata... la habrá picado después que nos fuimos... Dormimos poco y mal. Nos levantamos varias veces en la noche a mirar por las ventanas. Pesimismo y tristeza. Temor ante lo que podríamos encontrar en la mañana. Una plegaria musitada. Una esperanza. Con la salida del sol, entre cantos de pájaros, un maullido exigente: desayuno! La gata acurrucada en los brazos de mi marido, algunas canas más... Esa es la vida. Nota: La narración refleja un hecho real. Lo que no pudimos comprobar es si la víbora era efectivamente venenosa o una falsa yarará, una culebra inofensiva. El susto lo sufrimos igual.