Re: ... de poetas, cuentos y leyendas cuerpo canta; la sangre aúlla; la tierra charla; la mar murmura; el cielo calla y el hombre escucha. Miguel de Unamuno
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas DOLOR COMÚN Cállate, corazón, son tus pesares de los que no deben decirse, deja se pudran en tu seno; si te aqueja un dolor de ti solo no acíbares a los demás la paz de sus hogares con importuno grito. Esa tu queja, siendo egoísta como es, refleja tu vanidad no más. Nunca separes tu dolor del común dolor humano, busca el íntimo aquel en que radica la hermandad que te liga con tu hermano, el que agranda la mente y no la achica; solitario y carnal es siempre vano; sólo el dolor común nos santifica. Miguel de Unamuno
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas DON MIGUEL DE UNAMUNO Por su libro Vida de Don Quijote y Sancho. Este donquijotesco don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, lleva el arnés grotesco y el irrisorio casco del buen manchego. Don Miguel camina, jinete de quimérica montura, metiendo espuela de oro a su locura, sin miedo de la lengua que malsina. A un pueblo de arrieros, lechuzos y tahúres y logreros dicta lecciones de Caballería. Y el alma desalmada de su raza, que bajo el golpe de su férrea maza aún duerme, puede que despierte un día. Quiere enseñar el ceño de la duda, antes de que cabalgue, el caballero; cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda cerca del corazón la hoja de acero. Tiene el aliento de una estirpe fuerte que soñó más allá de sus hogares, y que el oro buscó tras de los mares. Él señala la gloria tras la muerte. Quiere ser fundador, y dice: Creo; Dios y adelante el ánima española... Y es tan bueno y mejor que fue Loyola: sabe a Jesús y escupe al fariseo. Antonio Machado
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Travesia Camino escarpado y abrupto el que transito, a los bordes se precipitan las laderas empinadas. El vértigo se respira, la emoción se palpa, y al mismo tiempo el silencio me acompaña. Sostenida en el peregrinar por el oropel de una quimera, ficción espejada, de una ensoñación ajena. Desgranando un laberinto de emociones que gravitan, mutando la pesadumbre en gozo, serpenteo este sendero azaroso. cms Los senderos del alma. Extraños los caminos del corazón que conmueven el alma caprichosa y enzalsan la perfección y la virtud acomodando cada pètalo a la rosa. Que hacen que de entre lo vanal aparezca el don inapreciable, y de que ,en que medio de la multitud se eleve lo ùnico e inigualable. Que cambian el curso de las aguas y la noción del espacio y el tiempo el color de los días y las noches y el fluir de los pensamientos. Inexplicables senderos, por recorrer y ya recorridos mágicos hallazgos del querer que sorprenden al sensato y al distraido. cms
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ACASO... Como atento no más a mi quimera no reparaba en torno mío, un día me sorprendió la fértil primavera que en todo el ancho campo sonreía. Brotaban verdes hojas de las hinchadas yemas del ramaje, y flores amarillas, blancas, rojas, alegraban la mancha del paisaje. Y era una lluvia de saetas de oro, el sol sobre las frondas juveniles; del amplio río en el caudal sonoro se miraban los álamos gentiles. Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente: —¡Cuán tarde ya para la dicha mía!— Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión: —Y todavía ¡yo alcanzaré mi juventud un día! Antonio Machado, 1907
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Alejandro Dumas (Padre) El Conde de Montecristo Cuarta Parte Capítulo tercero El telégrafo y el jardín Continuacion El buen hombre, al levantarse, estuvo a pique de dejar caer las fresas, las hojas y un plato que también llevaba consigo. -¡Hola!, estáis recogiendo fresas, ¿eh? -dijo Montecristo sonriendo. -Perdonad, caballero -respondió el buen hombre quitándose su gorra-, no estoy allá arriba, es verdad; pero ahora mismo acabo de bajar. -Que no os incomode yo en nada, amigo mío -dijo el conde-, coged vuestras fresas, si aún os queda alguna por coger. -Todavía quedan diez -dijo el hombre-, porque aquí hay once, y yo conté ayer veintiuna, cinco más que el año pasado. Pero no es extraño; la primavera ha sido este año muy calurosa, y ya sabéis, que lo que las fresas necesitan es el calor. Ahí tenéis por qué en lugar de dieciséis que cogí el año pasado tengo este año, mirad, once cogidas, trece..., catorce..., quince..., dieciséis..., diecisiete..., dieciocho... ¡Oh! ¡Dios mío!, me faltan tres, pues ayer estaban, caballero, ayer estaban, no me cabe duda, las conté muy bien. Nadie sino el hijo de la tía Simona puede habérmelas quitado; ¡esta mañana me pareció haberlo visto andar por aquí! ¡Robar en un jardín, no sabe él bien a lo que esto puede conducirle. .. ! -En efecto -dijo Montecristo-, eso es muy grave, pero vos os vengaréis del niño ese, no ofreciéndole ninguna fresa ni a él ni a su madre. -Desde luego -dijo el jardinero-; sin embargo, no es por eso menos desagradable... Pero os pido perdón, de nuevo, caballero: ¿es tal vez a algún jefe a quien hago esperar? E interrogaba con una mirada respetuosa y tímida al conde y a su frac azul. -Tranquilizaos, amigo mío -dijo el conde con aquella sonrisa que tan terrible y tan bondadosa podía ser, según su voluntad, y que esta vez no expresaba más que bondad-, no soy un jefe que vengo a inspeccionar vuestras acciones, sino un simple viajero conducido por la curiosidad, y que empieza a echarse en cara su visita al ver que os hace perder vuestro tiempo. -¡Oh!, tengo tiempo de sobra -repuso el buen hombre con una sonrisa melancólica-. Sin embargo, es el tiempo del gobierno, y yo no debiera perderlo; pero había recibido la señal que me anunciaba que podía descansar una hora -y miró hacia un cuadrante solar, porque de todo había en la torre de Monthery-, y ya veis, aún tenía diez minutos de qué disponer; además, mis fresas estaban maduras y un día más... Por otra parte, ¿creeríais, caballero, que los lirones me las comen? -¡Toma.. . ! , pues no lo hubiera creído -respondió gravemente Montecristo-, es una vecindad muy mala la de los lirones, particularmente para nosotros que no los comemos empapados en miel como hacían los romanos. -¡Ah!, ¿los romanos los comían...? -preguntó asombrado el jardinero-, ¿se comían los lirones? -Yo lo he leído en Petronio -dijo el conde. -¿De veras...?, pues no deben estar buenos, aunque se diga: gordo como un lirón. Y no es extraño, caballero, que los lirones estén gordos, puesto que no hacen más que dormir todo el santo día, y no se despiertan sino para roer y hacer daño durante la noche. Mirad, el año pasado tenía yo cuatro albaricoques, me comieron uno. Yo tenía también un abridero, uno solo, es verdad que ésta es fruta rara; pues me lo devoraron..., es decir, la mitad; un abridero soberbio y que estaba excelente. ¡Nunca he comido otro igual! -¿Pues cómo lo comisteis...? -preguntó Montecristo. -Es decir, la mitad que quedaba, ya comprenderéis. Estaba exquisito, caballero. ¡Ah!, ¡diantre!, esos señores no escogen los peores bocados. Lo mismo que el hijo de la tía Simona, no ha escogido las peores fresas. Pero este año -continuó el jardinero- no sucederá eso, aunque tenga que pasar la noche de centinela cuando yo vea que estén prontas a madurar. El conde había visto ya bastante para poder juzgar. Cada hombre tiene su pasión, lo mismo que cada fruta su gusano; la del hombre del telégrafo era, como se ha visto, una extremada afición al cultivo de las flores y de las frutas. Entonces Montecristo empezó a quitar las hojas que ocultaban a las uvas los rayos del sol, conquistando así la voluntad del jardinero, que dijo: -¿El señor habrá venido tal vez para ver el telégrafo? -Sí, señor, si no está prohibido por los reglamentos. -¡Oh!, no, señor -dijo el jardinero-, puesto que no hay nada de peligroso, ya que nadie sabe ni puede saber lo que decimos. -Me han dicho, en efecto -repuso el conde-, que repetís señales que vos mismo no comprendéis. -Así es, caballero, y yo estoy así más tranquilo -dijo riendo el hombre del telégrafo. -¿Por qué? -Porque de este modo no tengo responsabilidad. Yo soy una máquina, y con tal que funcione, no me piden más. -¡Diablo! -se dijo Montecristo-, ¿pero habré dado por casualidad con un hombre que no tuviese ambición...?, sería jugar con desgracia. -Caballero -dijo el jardinero echando una ojeada hacia su cuadrante solar-, los diez minutos van a expirar, yo vuelvo a mi puesto. ¿Queréis subir conmigo? -Ya os sigo. Montecristo entró en la torre, que estaba dividida en tres pisos: el bajo contenía algunos instrumentos de labranza, como azadones, picos, regaderas, apoyados contra la pared; esto era todo. El segundo piso era la habitación ordinaria, o más bien nocturna del empleado; contenía algunos utensilios sencillos, como una cama, una mesa, dos sillas, una fuente de barro, además algunas hierbas secas colgadas del techo, y que el conde identificó como manzanas de olor y albaricoques de España, cuyas semillas conservaba el buen hombre; todo esto lo tenía tan bien guardado como hubiera podido hacerlo un maestro botánico del jardín de plantas. -¿Hace falta mucho tiempo para aprender la telegrafía, amigo mío...? -preguntó Montecristo. -No es tan largo el estudio como el de los supernumerarios. -¿Y qué sueldo tenéis...? -Mil francos, caballero. -No es mucho. -No; dan la vivienda gratis, como veis. Montecristo miró el cuarto. Pasaron después al tercer piso; éste era la pieza destinada al telégrafo. Montecristo miró a su vez las dos máquinas de hierro, con ayuda de las cuales hacía mover la máquina el empleado. -Esto es muy interesante -dijo-, pero es una existencia que deberá pareceros un poco insípida. -Sí, al principio duelen un poco los ojos a fuerza de tanto mirar, pero al cabo de uno o dos años se acostumbra uno a ello; luego, también tenemos nuestras horas de recreo y nuestros días de vacaciones. -¿Días de vacaciones? -Sí, señor. -¿Cuáles? -Los nublados. -¡Ah!, es natural. -Esos son mis días de fiesta; bajo al jardín estos días, planto, cavo, siembro..., y en fin..., se pasa el rato... -¿Cuánto tiempo hace que estáis aquí? -Diez años, y cinco de supernumerario..., son quince... -Vos tenéis... -Cincuenta y cinco años... -¿Cuánto tiempo de servicio os hace falta para obtener la pensión... ? -¡Oh!, caballero, veinticinco años. -¿Y a cuánto asciende esa pensión...? -A cien escudos. -¡Pobre humanidad! -murmuró Montecristo. -¿Qué decís...? -inquirió el empleado. -Que eso es muy interesante... -¿El qué... ? -Todo lo que decís..., ¿y vos no comprendéis nada de vuestras señales? -Nada absolutamente. -¿Ni lo habéis intentado? -Jamás: ¿de qué me serviría? -Sin embargo, hay señales que se dirigen a vos. -Sin duda. -Y ésas sí las comprendéis. -Siempre son las mismas. -¿Y dicen? -Nada de nuevo..., tenéis una hora..., o hasta mañana... -Eso es muy inocente -dijo el conde-; pero, mirad, ¿no veis a vuestro telégrafo opuesto que empieza a moverse? -Ah, es verdad; gracias, caballero. -¿Y qué os dice?, ¿comprendéis algo? -Sí, me pregunta si estoy preparado. -¿Y le respondéis? -Por la misma señal, que revela a mi correspondiente de la derecha que le atiendo, mientras que invita al de la izquierda que se prepare a su vez. -Eso es muy ingenioso -dijo Montecristo. -Vais a ver -repuso con orgullo el buen hombre-, dentro de cinco minutos va a hablar. -Todavía dispongo de cinco minutos -dijo el conde-, esto es más de lo que necesito-. Amigo mío, permitid que os haga una pregunta. -¿Sois aficionado a los jardines? -En extremo. -¿Y seríais feliz si en lugar de tener un jardincillo de veinte pies, tuvieseis una huerta y jardín de dos fanegas de tierra? -Señor, eso sería un paraíso. -¿Vivís mal con vuestros mil francos? -Bastante mal; pero vivo, después de todo. -Sí, pero no tenéis más que un miserable jardín. -¡Ah!, es verdad, el jardín no es grande... -Y..., pequeño como es, devorado por los lirones. -Eso es una plaga... -Decidme, ¿y si tuvierais la desgracia de volver la cabeza cuando vuestro correspondiente hablase...? -No lo vería. -Entonces, ¿qué ocurriría? -Que no podría repetir sus señales... -¿Y qué? -Y no repitiéndolas, por descuido o por lo que fuese..., me exigirían el pago de la multa. -¿A cuánto asciende esa multa? -A cien francos. -La décima parte de vuestro sueldo; ¡qué bonito! -¡Ah! -exclamó el empleado. -¿Os ha ocurrido eso alguna vez? -dijo Montecristo. -Una vez, caballero, una vez que estaba regando un rosal. -Bien. ¿Y si ahora cambiaseis alguna señal o transmitieseis otra? -Entonces, eso es diferente, sería despedido y perdería mi pensión. -¿Trescientos francos? -Cien escudos, sí señor; de modo que ya podéis suponer que nunca haré tal cosa. -¿Ni por quince años de vuestro sueldo? Mirad que vale la pena que lo penséis. -¿Por quince mil francos? -Sí. -Caballero, me asustáis. -¡Bah! -Caballero, vos queréis tentarme. -¡Justamente! Quince mil francos. -Caballero, dejadme mirar a mi correspondiente de la derecha. -Al contrario, no le miréis y mirad esto, en cambio. -¿Qué es eso? -¡Cómo! ¿No conocéis estos papelitos? -¿Billetes de banco? -Exacto; quince hay., -¿Y a quién pertenecen? -A vos, si queréis. -¡A mí! -exclamó el empleado, sofocado. -¡Oh, Dios mío!, a vos, sí, a vos. -Caballero, ya empieza a moverse mi correspondiente de la derecha. -Dejadle que se mueva... -Caballero, me habéis distraído y me van a exigir la multa. -Eso os costará cien francos; bien veis que tenéis interés en tomar mis quince billetes de banco. -Caballero, mi correspondiente de la derecha se impacienta, redobla sus señales. -Dejadle hacer; y vos tomad. El conde puso el fajo de billetes en las manos del empleado. -Ahora ---dijo-, esto no basta; con vuestros quince mil francos no podréis vivir. -Conservaré mi puesto. -No; ¡lo perderéis!, porque vais a hacer otra señal que la de vuestro correspondiente. -¡Oh!, caballero, ¿qué es lo que me proponéis? -Una travesura sin importancia. -Caballero, a menos de obligarme.. . -Pienso obligaros, efectivamente... Y Montecristo sacó de su bolsillo otro paquete. -Tomad, otros diez mil francos ---dijo-, con los quince que están en vuestro bolsillo, son veinticinco mil. Con cinco mil francos compraréis una bonita casa y dos fanegas de tierra; con los veinte mil podréis procuraros mil francos de renta. -¿Un jardín de dos fanegas? -Y mil francos de renta. -¡Santo cielo! -¡Tomad, pues... ! Y Montecristo puso a la fuerza en la mano del empleado el otro paquete de diez mil francos. -¿Qué debo hacer...? -Nada que os cueste trabajo, algo muy sencillo. -Bien, ¿pero qué...? -Repetir las señales que os voy a dar. Montecristo sacó de su bolsillo un papel en el que había trazadas tres señales y otras tantas cifras indicaban el orden con que debían ejecutarse. -No será muy largo, como veis. -Sí, pero... -¡Por este poco trabajo tendréis albaricoques buenos... ! El empleado empezó a maniobrar; con el rostro colorado y sudando a mares, el buen hombre ejecutó una tras otra las tres señales que le dio el conde, y a pesar de las espantosas dislocaciones del correspondiente de la derecha, que no comprendiendo nada de este cambio, comenzaba a pensar que el hombre de los albaricoques se había vuelto loco. En cuanto al correspondiente de la izquierda, repitió concienzudamente las mismas señales, que fueron aceptadas en el ministerio del Interior. -Ahora sois ya rico -dijo Montecristo. -Sí -respondió el empleado-, ¿pero a qué precio? -Escuchad, amigo mío -dijo Montecristo-, no quiero que tengáis remordimientos; creedme, porque, os lo juro, no habéis causado ningún perjuicio a nadie, y en cambio habéis hecho una buena acci6n. El empleado veía los billetes de banco, los palpaba, los contaba, se ponía pálido, se ponía sofocado; al fin corrió hacia su cuarto para beber un vaso de agua; pero no tuvo tiempo para llegar hasta la fuente, y se desmayó en medio de sus albaricoques secos. .. Cinco minutos después de haber llegado al ministerio la noticia telegráfica, Debray hizo enganchar los caballos a su cupé, y corrió a casa de Danglars. -¿Tiene vuestro marido papel del empréstito español? -dijo a la baronesa. -¡Ya lo creo!, por lo menos, seis millones. -Que los venda a cualquier precio. -¿Por qué? -Porque don Carlos ha huido de Bourges y ha entrado en España. -¿Cómo lo sabéis? -¡Diantre! ¡Como sé yo todas las noticias! La baronesa no se lo hizo repetir, corrió a ver a su marido, el cual corrió a su vez a la casa de su agente de cambio, y le mandó que lo vendiese todo a cualquier precio. Cuando todos vieron que Danglars vendía los fondos españoles, bajaron inmediatamente. Danglars perdió quinientos mil francos, pero se deshizo de todo el papel de interés... Aquella noche se leía en El Messager: Despacho telegráfico: El rey don Carlos ha huido de Bourges, y ha entrado en España por la frontera de Cataluña. Barcelona se ha sublevado en favor suyo. Toda la noche no se habló más que de la previsión de Danglars que había vendido sus créditos, y de la suerte que tuvo al no perder más que quinientos mil francos en semejante jugada. Los que habían conservado sus vales, o los que habían comprado los de Danglars, se consideraron arruinados, y pasaron una mala noche. Al día siguiente se leía en El Moniteur: Carecía de todo fundamento la noticia del Messager de anoche que anunciaba la fuga de don Carlos y la sublevación de Barcelona. El rey don Carlos no ha salido de Bourges, y la Península goza de la más completa tranquilidad. Una señal telegráfica, mal interpretada a causa de la niebla, ha dado lugar a este error. Los fondos subieron al doble de lo que habían bajado. Esto ocasionó a Danglars la pérdida de un millón. -¡Bueno! -dijo Montecristo a Morrel, que estaba en su casa en el momento en que le anunciaba la extraña jugada de que había sido víctima Danglars-; acabo de efectuar por veinte mil francos un descubrimiento por el que hubiera dado cien mil. -¿Qué habéis descubierto? -preguntó Maximiliano. -Acabo de descubrir el medio de librar a un jardinero de los lirones que le comían sus albaricoques...
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas La madre de Franti Sábado, 28 Votini es incorregible. Ayer, en la clase de religión, en presencia del Director, el maestro preguntó a Derossi si se sabía de memoria las dos estrofas del libro de lectura que empiezan con las palabras: «Doquiera la mente mía, sus alas rápidas lleva...» Derossi dijo que no las sabía y Votini se apresuró a decir que él sí las sabía. Lo dijo sonriéndose, para mortificar a Derossi, pero el mortificado fue él, pues no pudo recitar la poesía, por entrar en el aula, mientras tanto, la madre de Franti, angustiada, despeinados sus grises cabellos, toda llena de nieve, llevando como a la fuerza a su hijo, que ocho días antes había sido expulsado de la escuela. ¡Qué escena más triste tuvimos que presenciar! La pobre señora se hincó casi de rodillas delante del Director, con las manos cruzadas y diciéndole en tono suplicante: -¡Tenga la bondad, señor Director, de admitir de nuevo a mi hijo en la escuela! Hace tres días que está en casa, pero lo he tenido escondido. ¡No permita Dios que su padre lo descubra, porque es capaz de matarlo! ¡Tenga compasión de esta madre infeliz, que no sabe qué hacer! ¡Se lo pido con toda el alma! El Director procuró llevarla fuera, pero ella se resistía sin dejar de suplicarle y de llorar. -¡Si usted supiese lo que este hijo me hace sufrir, tendría compasión de mí! ¡Por favor, admítalo! Yo creo que llegará a enmendarse. No espero vivir mucho tiempo, pues llevo la muerte dentro de mí. Pero antes de expirar desearía verle cambiar, porque... El llanto ahogó sus palabras y no pudo terminar la frase; luego añadió: -Es mi hijo, lo quiero y moriría de pena; admítalo de nuevo, señor Director, para que no sobrevenga una desgracia en la familia. ¡Hágalo por caridad hacia una pobre madre! -y se cubrió el rostro con ambas manos, sin parar de sollozar. Franti permanecía impasible, con la cabeza baja. El Director le miró, estuvo un rato pensativo y, al fin, le dijo: -Vete a tu sitio. La madre se quitó entonces las manos de la cara, muy consolada, y empezó a darle las gracias, sin dejar de hablar al Director, y se marchó hacia la puerta, enjugándose los ojos y diciendo atropelladamente: -Hijo mío, sé bueno. Tengan paciencia con él. Muchas gracias, señor Director; ha hecho usted una gran obra de caridad. Adiós, hijo. Pórtate bien. Buenos días, niños. Gracias, señor maestro; hasta la vista. Perdonen tanta molestia. ¡Soy una madre...! Y dirigiendo desde el umbral una mirada más de súplica a su hijo, se fue, recogiendo el chal que le iba arrastrando, pálida, encorvada, temblorosa, y aún la oímos toser cuando bajaba por la escalera. El señor Director miró fijamente a Franti en medio del silencio de la clase, y le dijo con voz que hacía temblar: -¡Franti, estás matando a tu madre! Todos miramos a Franti, y el sinvergüenza se sonrió.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas De miguel Unamuno un vasco querido me regaló me regaló sus poesías hace tiempo... realmente escritas con el corazón Que poeta sos clau, que lindas poesías
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas No ,Maia...es entusiasmo , no perfeccion!...que son bien de entrecasa!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El hilo que lo conecta todo Eres el hilo que lo conecta todo, me hilvana a la música, al color, a las palabras, a los sentimientos, a la naturaleza, al pensamiento, al deseo, al espíritu. Antes de encontrarte, yo era un ramo de cosas entremezcladas, ahora soy una luz única en la que todo está fundido, aglutinado, amasado sin grumos, procesado, unificado en el sentido literal del término. Distevuelta el cielo para volcarme las estrellas. Ovillaste el canto para atármelo al alma. Aunque me quede quieta pongo en movimiento todo lo que construye al mundo: ternura, alegría, amor. Y lo que lo transforma: mareas, huracanes, hielos, fuegos, sequías... Me voy abriendo. Y al abrirme, me expando, crezco, llego a los confines, vuelvo y entro en mí. En todas partes estás, precediéndome o esperándome. Eso es lo que más amo en ti: tu puntualidad para vencer mi soledad. Tu perseverancia para pulverizar mi pena y echarla al aire. Tu fuerza para ocupar los espacios ambiguos que existen en un ser: el espacio de la duda, el de la indecisión el de la inquietud, el del desgano ... Los transformaste en depósitos de vida, latidos de reserva, semillas de tumbergias rosadas (que ya no sé si existen estas flores cuyo nombre me enseñó Silvina Ocampo). No te voy a decir que es la primera vez que me enamoro, porque no es verdad. Pero sí es la primera vez que "me enamoran". Que no elegí, que no ejercí el control desde el principio. Que sucedió sin que me diera cuenta. Que cuando supe, ya lo habías resuelto. Y empecé, entonces, a desatarme. A abrir todas las puertas. A deshacer los nudos. A tirar las piedras a los costados del camino. A respirar llenando los pulmones. A desprenderme culpas y dolores, resentimientos y rencores y dejarlos en papeleros amarillos. Me gusta tu nombre estereofónico, tu voz vibrante y áspera... ¡bah, todo me gustas! De pe a pa. Tu risa un poco tímida. Tus manos sensitivas. La forma en que entornas los ojos con un movimiento casi infantil, como si los párpados pudieran defender todo lo que se lee en ellos. Y tu mirada rápida, directa, que se adelanta siempre a tus palabras, como si les fuera abriendo paso. Me gusta que te importe lo que digo, lo que pienso, lo que siento. Que tengas curiosidad por todo lo que tiene que ver conmigo. Que estés constantemente tratando de asomarte a mi corazón. Para que puedas espiarlo, lo dejo descubierto. Quiero que sepas de mí más de lo que yo misma sé. Que por una vez en mi vida alguien me explique por qué hago o digo..., alguien me dé un consejo acertado, me haga razonar, me brinde un poco de par..., alguien me saque del torbellino cotidiano, de la envidia de los inútiles, del orgullo de los ínfimos y del desagradecimiento de los mendicantes. Alguien que puede mirar de frente el rostro de los ángeles y que hasta los conoce por sus nombres. Alguien que guarde boletos capicúa, programas de cine, servilletas con el nombre de las confiterías, cajitas de fósforos, sobrecitos de azúcar de todos los lugares por donde viaja. Alguien que conoce el nombre de las estrellas y puede señalar las constelaciones. El hilo que lo conecta todo: cuerpo, mente y espíritu, con la fuerza del cosmos y la vitalidad de la naturaleza. Un hilo que me envuelve, que me hilvana al diamante y a la flor, a la espuma del mar, al granizo, al vuelo del cóndor, al aletear mágico del colibrí, a tu voz, a tu abrazo, a las esquirlas de tu amor cayéndome en el. Poldy Bird Poldy Bir , quien no reccordará "Cuentos para Verónica" y tantos otros que tiene esta gran escritora
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Ayy Maia!!! este libro !! todavia lo tengo ,junto con los nuevos cuentos para Veronica y Cuentos para mi hija adolescente!!! yo crecí leyendolos y como me gustaban!! y me hacian lagrimear tambien! que lindo!!!!!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas hablando con catohu de Granada recordé Abenámar "Yo te agradezco, Abenámar, aquesta tu cortesía. ¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!" "El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita; los otros los Alijares, labrados a maravilla. El moro que los labraba cien doblas ganaba al día y el día que no los labra otras tantas se perdía. El otro es Generalife, huerta que par no tenía; el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía." Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía: "Si tú quisieras, Granada, contigo me casaría; daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla." "Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda; el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería." Un bello romance ... vaya a saber quien lo escribió!