Re: ... de poetas, cuentos y leyendas A todos... Somos los nietos, los hermanos, los sobrinos, el hijo de quien fue para nosotros algo más y distinto que una gran artista popular. Con ella compartimos la vida, las alegrías y las angustias privadas. Porque esa gran artista fue además nuestra abuela, nuestra hermana, nuestra tía, nuestra mamá. Es por eso que queremos llegar a ustedes desde ese lugar íntimo, lejos de la severidad y la dureza de los comunicados oficiales: porque sabemos que también la quisieron y la siguen queriendo aún mucho más allá de la cantante y de la artista que los acompañó tantas veces, a la que han hecho parte de su familia aún sin tener lazos de sangre. Es desde este lugar que queremos contarles que Mercedes -la mamá, la tía, la abuela, la hermana-abandonó este mundo el día de hoy. Pero también queremos decirles que estuvo siempre acompañada-inclusive cuando ya no podía saberlo- por un desfile interminable de amigos y artistas populares, y en cada uno de ellos: Ustedes. Y que a pesar de lo triste de cualquier agonía, pasó esos últimos momentos en paz, peleando aguerridamente contra una muerte que terminó ganándole la pulseada. Por cierto estamos conmovidos y queremos compartir con ustedes esta tristeza. Aunque, al mismo tiempo, nos queda la tranquilidad de que todos hicieron lo posible- incluida nuestra Negra- para quedarse un ratito más entre nosotros. Lo que más feliz la hacía a Mercedes era cantar. Y seguramente ella hubiera querido cantarles también en este final. De modo que así queremos recordarla y así los invitamos a hacerlo con nosotros. Infinitas gracias por ese acompañamiento que jamás dejó de estar presente. Familia de Mercedes Recordemolas cantando Anveri, como la familia lo pidio
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción con todos (Letra: A. Tejada Gomez - Música: Cesar Isella) Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur, piso en la región, mas vegetal del viento y de la luz; siento al caminar toda la piel de América en mi piel y anda en mi sangre un río que libera en mi voz su caudal. Sol de Alto Perú, rostro, Bolivia, estaño y soledad, un verde Brasil, besa mi Chile, cobre y mineral; subo desde el sur hacia la entraña América y total, pura raíz de un grito destinado a crecer y a estallar. Todas las voces todas, todas las manos todas, toda la sangre puede ser canción en el viento; canta conmigo canta, hermano americano, libera tu esperanza con un grito en la voz.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Estaba pensando en esta canción que debe ser nuestra guía. Es mejor cantar, en vez que la tristeza se apodere del corazón.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Claro que si Anveri, esa es la magia de los poetas ,los cantantes, los pintores, escultores, en fin de los artistas...que la obra trasciende a la persona y continua viviendo en su arte...y si es un artista querido, como en este caso, continua en su expresión artística y en el corazon del pueblo...!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Soy vecino de este mundo por un rato y hoy coincide que también tú estas aquí coincidencias tan extrañas de la vida tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir Si navego con la mente en los espacios o si quiero a mis ancestros retornar agobiado me detengo y no imagino tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir Si en la noche me entretengo en las estrellas y capturo la que empieza a florecer la sostengo entre las manos más me alarma tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir Si la vida se sostiene por instantes y un instante es el momentos de existir si tu vida es otro instante.. no comprendo tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir fernando delgadillo
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas AQUI,PUEDEN ENTRAR A LOS CUENTOS FANTSTICOS.. QUIZAS DEJAS SUS HUELLAS EN COMENTARIOS http://fantasticoscuentoss.blogspot.com/
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi querido enemigo Jean Weabster Miércoles 24 de junio. Señora de Pendleton. Muy señora mía: Su carta participando que no puede usted venir el viernes, según promesa, acaba de llegar. Si tu marido no puede dejar la ciudad por sus negocios... ¿Por qué no puedes venir tú? ¿Ha llegado Jervis al estado de no poder pasar dos días sin ti? Yo no dejé que mis ciento trece niños estorbasen mi visita y no veo razón para que tú tengas que dejar que tu marido inter- venga en la tuya. El viernes, como habíamos convenido, saldré a la estación a esperar el expreso. Sallie Mac Bride 30 de junio. Querida Judith: Aunque tu visita fue fugaz, te la agradecemos mucho. Me alegro de que te gustara tanto la marcha de las cosas. No pue- do esperar a que Jervis y el arquitecto vengan, para empezar una reforma. Mientras has estado aquí he tenido un sentimiento extraño. Me parecía imposible que tú, tú, mi querida y maravillosa Ju- dith, te hayas criado aquí y conozcas por tu propia y amarga experiencia lo que estos niños necesitan. Algunas veces, la tragedia de tu niñez me enfurece tanto que quisiera pegarle a toda la humanidad y obligarla a que se forme de nuevo en un lugar más adecuado para niños. De mi ascendencia irlandesa y escocesa he heredado esta disposición para la lucha. Creo que si me hubiese hecho cargo de un asilo moderno, equipado y en perfecto orden, no hubiera soportado ni un día la monotonía de su funcionamiento impecable. Fue la vista de tantas cosas que lloraban porque las hicieran, lo que hizo posi- ble mi permanencia. Debo confesar que algunas veces, al despertarme, deseo volver a la vida libre y feliz a que tengo derecho. Tú me hechi- zaste y me hiciste venir, pero algunas noches tu hechizo pierde mucha fuerza y despierto decidida a escapar. Pero lo dejo para más tarde y cuando salgo al corredor y un niño corre a mi en- cuentro y me tiende sus manos, como pidiendo cariño, lo tomo en brazos, y al ver a los demás por encima de sus hombros, siento el deseo de abrazar a los ciento trece y amarlos hasta que sean felices. Hay algo hipnótico en este trabajo. Aunque es difícil, termina cautivando. Tengo una o dos noticias que darte. Los vestidos nuevos están en marcha y van a s er preciosos. La señora Livermore quedó encantada con las telas que enviaste; tendrías que ver- las esparcidas por el cuarto de costura. Me parece que y veo a las sesenta niñas con sus vestidos rosa, azul y amarillo, co- rriendo en el jardín en un día de sol... Me alegro de que te haya gustado el doctor. Claro que yo me reservo el derecho de decir de él lo que se me ocurra, pero me ofendería mucho si alguien tratase de reírse de él. Adiós y que vengas otra vez. Sallie. P. S. Mis niños muestran una alarmante tendencia a gastarse sus cuentas corrientes en caramelos. Martes, noche. Querida Judith: ¿Qué crees tú que ha hecho el doctor ahora? Marcharse en viaje de placer a aquel instituto psiquiátrico cuyo director nos visitó hace un mes. ¿Has visto algo parecido a este hombre? Le fascinan los locos y no puede dejarlos en paz. Cuando le pedí algunas instrucciones médicas para los días que estuviese fuera, replicó: -Que coman cuando estén acatarrados y que no coman cuando sufran una indigestión y no se fíe de los médicos. Con este consejo y unas cuantas botellas de aceite de ba- calao estamos entregados a nuestro propio juicio. Me siento li- bre y aventurera. Creo que lo mejor sería que me hicieras otra visita; no imaginas cuántas cosas puedo inventar ahora que no está Mac Rae. Sallie. Hogar John Grier, Viernes. Querido Enemigo: Aquí estoy, atada al mástil, mientras usted se pasea por el campo con sus locos. ¡Y yo que creía que le había curado de esa extraña predilección por los institutos psiquiátricos! Es de- sesperante. Se había usted vuelto casi humano en los últimos días. ¿Cuánto tiempo piensa usted quedarse ahí? Habló de dos días y hace cuatro que se marchó. Charlie Martin se cayó ayer de un árbol y se rompió la cabe- za. Vino un doctor y le dio cinco puntos en la herida. El pacien- te está bien, pero no nos gusta depender de personas extra- ñas. No diría una palabra si se tratara de sus negocios, pero sabe usted muy bien que, después de una semana con melan- cólicos, usted volverá en un horrible estado de ánimo y el traba- jo de alegrarlo nuevamente recaerá sobre mí. Deje a esos lo- cos con sus locuras y vuelva, que el Hogar lo necesita. Soy su más ferviente amiga y servidora, Sallie Mac Bride. P. S. ¿Qué le parece este final? Lo he tomado de un libro de Robert Burns, cuyos trabajos leo asiduamente en atención a un amigo escocés.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Un Coloso de la música, una embajadora en el mundo entero! ...apalusos, porque sigue viva en nuestra música!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas clau!... IMPRESIONANTE toda la recopilación que has hecho ... y te digo que a no se que me tome unos cuantos días, no voy a poder ponerme al día con todo lo que has volcado en el hilo! ... No conocía a Mi querido enemigo! trataré de darle una leida!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Si mai, perdura siempre, es la magia del arte, va mas alla de la persona, pero en este caso , yo creo que ambas cosas trascenderan la música, el toque particular que le dio a cada letra y el maravilloso ser humano que fue! ¿Quién dijo que todo está perdido? yo vengo a ofrecer mi corazón, tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón. No será tan fácil, ya sé qué pasa, no será tan simple como pensaba, como abrir el pecho y sacar el alma, una cuchillada del amor. Luna de los pobres siempre abierta, yo vengo a ofrecer mi corazón, como un documento inalterable yo vengo a ofrecer mi corazón. Y uniré las puntas de un mismo lazo, y me iré tranquilo, me iré despacio, y te daré todo, y me darás algo, algo que me alivie un poco más. Cuando no haya nadie cerca o lejos, yo vengo a ofrecer mi corazón. cuando los satélites no alcancen, yo vengo a ofrecer mi corazón. Y hablo de países y de esperanzas, hablo por la vida, hablo por la nada, hablo de cambiar ésta, nuestra casa, de cambiarla por cambiar, nomás. ¿Quién dijo que todo está perdido? yo vengo a ofrecer mi corazón. Fito Paez
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas , es la continuacion de papaito! ..libros que lei de chica y relei de grande!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Pájaro de rodillas (Alfredo Zitarrosa - Carlos Porcel "Nahuel") Cantor que canta es pájaro pechito de semillas cantando en la taberna o con la voz enferma no canta de rodillas. Puedes verlo agitando las alas amarillas con los ojos cerrados y el corazón cansado más nunca de rodillas. No puede el pajarito paradito en su horquilla o en la rama más alta o en la humilde gramilla ponerse de rodillas. Hablo del pajarito y de su cancioncilla que puede nacer muerta que puede nacer cierta pero no de rodillas. Y no defiendo al canto sino a la pajarilla de papel que hace un trino mañana un desatino más nunca de rodillas. No hay canto verdadero mi canción tan sencilla que el pájaro al cantarla para más entregarla la ponga de rodillas. Y el que canta al tirano no es pájaro ni es nada es reptil del pantano cloqueando para el amo de rodilla doblada. Cantor que canta es pájaro pechito de semillas cantando la taberna o con la voz enferma no canta de rodillas.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi querido enemigo Jean Weabster 6 de julio. Querida Judith: Ese doctor todavía no ha vuelto. No tengo de él la menor noticia; ha desaparecido en el espacio. No sé si piensa volver o no, pero nos pasamos perfecta- mente sin él. Comí ayer con las dos señoras que tienen a Barrabás. El niño parece encontrarse como en su casa. Me cogió de la ma- no e hizo los honores del jardín, regalándome una flor. El ma- yordomo inglés lo ayudó a sentarse a la mesa y le puso la ser- villeta como si se tratase de un príncipe. El mayordomo estuvo al servicio de un conde y Barrabás procede de una taberna. ¡Qué contraste! Las dos señoras me entretuvieron después con extractos de sus conversaciones en la mesa durante las últimas semanas. Si no pasa de ahí, Barrabas las ha provisto de anécdotas para el resto de sus vidas. Una de ellas piensa hasta en escribir un libro. -¡Por fin -dice limpiándose las lágrimas de tanto reírse- hemos vivido! El honorable Ciro se presentó anoche a las seis y media y, encontrándome vestida para cenar en casa de la señora Liver- more, observó con suavidad que la señora Lippett reservaba todas sus energías para el trabajo. ¡No lo puedo ver! Pobre Singapore. Algún niño, más bien creo que una niña, le ha hecho unos cortes horribles. Parece como comido por la polilla. Nadie se imagina quién fue. Sadie Kate siempre tiene a mano las tijeras, pero también tiene siempre a mano una excusa. Sin embargo, le he impuesto la obligación de tratar diariamente las peladuras con tu tónico para el cabello. Tuya, Sallie. Jueves, noche. Querida Judith: El doctor ha vuelto después de diez días de ausencia. Sin dar la más ligera explicación, se ha hundido en su melancolía. Le molestan nuestros esfuerzos por animarle y no quiere estar con nadie más que con Allegra. Esta tarde se la ha llevado a cenar a su casa y no la ha traído hasta las siete y media. No sé qué hacer con nuestro doctor; se vuelve cada día más incom- prensible. En cambio, Percy es un joven abierto y confiado. Me ha hecho una visita y toda nuestra conversación viró alrededor de su novia de Detroit. Se siente solo y le gusta hablar de ella. ¡Y qué cosas tan maravillosas dice! Espero que ella sea digna de su afecto, pero lo dudo. Percy me mostró su fotografía y me pa- reció una tonta todo ojos, pendientes y pelos rizados. Hice lo que pude por parecer encantada y darle la enhorabuena, pero me dio mucha pena por él. Es curioso que los mejores hombres elijan siempre las peo- res mujeres, y las mejores mujeres, los peores maridos. Su- pongo que es su misma bondad lo que los hace ciegos y con- fiados. La ocupación más interesante del mundo es en mi concep- to, el estudio del carácter. Percy y el doctor constituyen el más intrigante de los contrastes. Uno sabe siempre lo que piensa este encantador joven. Es como un libro escrito en grandes ti- pos. Pero el del doctor parece estar escrito en chino. Tú habrás oído hablar de gente de una naturaleza doble; pues bien, Mac Rae la posee triple. Generalmente es científico y duro como el granito, pero a veces sospecho que bajo esa funda oficial se oculta un ser completamente sentimental. A veces se muestra amable y propicio a ayudar, y cuando empieza a cautivarme, aparece sin síntomas previos un hombre salvaje e intratable y, ¡oh querida!, se pone imposible. Sospecho que en el pasado ha debido sufrir un terrible des- engaño y que todavía lo está rumiando su memoria. Siempre que habla, uno siente la desagradable sensación de que en al- gún oscuro y recóndito rincón de su cerebro se oculta otro pen- samiento. Quizá esto sea sencillamente mi romántica interpre- tación de un mal genio extraordinario. Hemos estado una semana esperando una tarde de viento y ésta es. Todos los niños están en la colina cercana, echando a volar cometas hechas por ellos mismos. Me costó trabajo conseguir permiso del propietario, pero después de una hora de persuasiva conversación accedió a que entráramos por dos horas y no pisáramos los pastos de las vacas. Todavía están allí divirtiéndose de lo lindo. Cuando regresen tendrán preparada una sorpresa en forma de bollitos y limona- da. ¡Niños con cara de viejos! ¡Qué difícil es hacerlos jóvenes de verdad! Pero creo que lo estoy consiguiendo. Te confieso que las distracciones de Worcester me parecen casi insignifi- cantes al lado del creciente interés de ciento trece huérfanos, vivos e inquietos. Tuya, Sallie. P. S. Creo, a decir verdad, que son ciento siete los hijos que tengo esta tarde. Querida Judith: Hoy, domingo, con un tiempo espléndido, me senté a la ven- tana con un libro abierto, pero con los ojos en el panorama, pensando que, gracias a Dios, desde las ventanas se puede mirar por encima de la reja de hierro que nos separa del mun- do. Me sentí prisionera y casi una huérfana Decidí que necesi- taba un poco de aire, de ejercicio y de aventura. Delante de mí se dibujaba recto, como una cinta blanca, el camino que cruza el valle y conduce a las montañas del otro lado. Desde que he llegado aquí he deseado seguirlo hasta la cima y ver lo que hay más allá de esas colinas ¡pobre Judith!, estoy segura de que el mismo deseo envolvió tu niñez. Cambié mi vestido de seda por otro más sencillo, mientras pensaba en cómo llegar a la cima. Descolgué el teléfono y llamé audazmente al 505. -Buenas tardes, señora Mac Gurk -dije muy amable-, ¿po- dría hablar con el doctor? -Espere -fue la breve respuesta. -Buenas tardes, doctor. ¿Tiene usted por casualidad algún enfermo muriéndose en lo alto de las colinas? -No, gracias a Dios. -Es una lástima -dije yo, decepcionada-.¿Y qué piensa us- ted hacer hoy? -Estoy leyendo "El Origen de las Especies". -Ciérrelo; y dígame si su automóvil está en disposición de funcionar. -Está a su disposición. ¿Quiere usted que saque de paseo a algunos huérfanos? -Nada más que a uno, que sufre del sistema nervioso y que tiene la idea fija de subir a las colinas. -Mi coche trepa a maravilla y en quince minutos... -Espere -grité yo-; traiga una sartén de un tamaño decente para dos. La más pequeña de mi cocina es como una rueda de carreta. Metí en una cesta jamón, algunos huevos, pan, pasteles y un termo de café caliente y esperé en la puerta a que Mac Rae apareciese con su automóvil y su sartén. Fue una deliciosa aventura y él disfrutó de la sensación de escaparse tanto como yo. No lo dejé pronunciar ni una sola vez la palabra locura. Le hice contemplar los anchos prados, los sauces, la sucesión de ondulantes colinas, respirar el aire, es- cuchar el mugido de las vacas y el tintineo de sus cencerros y el murmullo del arroyo. Hablamos, hablamos de un millón de cosas completamente ajenas a nuestro asilo. Lo hice desechar la idea de que es un hombre de ciencia y pensar que no era más que un muchacho, y aunque no le des crédito a mi afirma- ción, tuve más o menos éxito. Tuvo dos o tres rasgos verdade- ramente juveniles. No ha pasado todavía de los treinta y es muy pronto para sentirse casi un viejo. Acampamos en un acantilado con magníficas vistas, cogi- mos un poco de leña e hicimos una hoguera, donde cociné la más deliciosa de las comidas; los huevos tenían un ligero sabor a humo, pero esto es sano. Cuando Mac Rae había terminado de fumar su pipa y el sol se ocultaba, empaquetamos las cosas y volvimos a nuestro cuartel. Dice que en muchos años no había pasado una tarde tan deliciosa, creo que es verdad. Su casa verde oliva es triste, in- cómoda e inhóspita, no me extraña que ahogue sus penas en los libros. Pienso ponerle bajo el cuidado de una mamá adopti- va, en cuanto la encuentre, y conspirar por el despido de Mag- gie Mac Gurk, aunque creo que hacerla dejar el campo será di- fícil. No vayas a sacar la conclusión de que estoy indebidamente interesada por nuestro malhumorado doctor, porque no lo es- toy. Lo que pasa es que lleva una vida tan falta de alicientes, que algunas veces siento el deseo de acariciarle la cabeza y animarle. Lo mismo que hago con mis ciento siete huérfanos; lo mismo y nada más. Estoy segura de que tenía algo importante que decirte, pero se me ha ido de la cabeza. El aire fresco me ha dado sueño. Son las nueve y media. Buenas noches. Sallie. P. S. Gordon Hallock se ha desvanecido en el aire. Ni una pa- labra en tres semanas; ni caramelos, ni animales disecados, ni prendas de ninguna especie. ¿Qué le habrá pasado?
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas La vida no vale nada - Pablo Milanés La vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. La vida no vale nada si yo me quedo sentado después que he visto y soñado que en todas partes me llaman. La vida no vale nada cuando otros se están matando y yo sigo aquí cantando cual si no pasara nada. La vida no vale nada si escucho un grito mortal y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga. La vida no vale nada si ignoro que el asesino cogió por otro camino y prepara otra celada.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Vientos del pueblo - Miguel Hernández Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta. Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantán y al mismo tiempo castigan con su clamarosa zarpa. No soy de un pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula? Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airoso como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habeís de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra: las águilas, los leones y los toros de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba. La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretado los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.