Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ODA A LA POESÍA Voy a contarte en secreto quién soy yo, así, en voz alta, me dirás quién eres, quiero saber quién eres, cuánto ganas, en qué taller trabajas, en qué mina, en qué farmacia, tengo una obligación terrible y es saberlo, saberlo todo, día y noche saber cómo te llamas, ése es mi oficio, conocer una vida no es bastante ni conocer todas las vidas es necesario, verás, hay que desentrañar, rascar a fondo y como en una tela las líneas ocultaron, con el color, la trama del tejido, yo borro los colores y busco hasta encontrar el tejido profundo, así también encuentro la unidad de los hombres, y en el pan busco más allá de la forma: me gusta el pan, lo muerdo, y entonces veo el trigo, los trigales tempranos, la verde forma de la primavera las raíces, el agua, por eso más allá del pan, veo la tierra, la unidad de la tierra, el agua, el hombre, y así todo lo pruebo buscándote en todo, ando, nado, navego hasta encontrarte, y entonces te pregunto cómo te llamas, calle y número, para que tú recibas mis cartas, para que yo te diga quién soy y cuánto gano, dónde vivo, y cómo era mi padre. Ves tú qué simple soy, qué simple eres, no se trata de nada complicado, yo trabajo contigo, tú vives, vas y vienes de un lado a otro, es muy sencillo: eres la vida, eres tan transparente como el agua, y así soy yo, mi obligación es ésa: ser transparente, cada día me educo, cada día me peino pensando como piensas, y ando como tú andas, como, como tú comes, tengo en mis brazos a mi amor como a tu novia tú, y entonces cuando esto está probado, cuando somos iguales escribo, escribo con tu vida y con la mía, con tu amor y los míos, con todos tus dolores y entonces ya somos diferentes porque, mi mano en tu hombro, como viejos amigos te digo en las orejas; no sufras, ya llega el día, ven, ven conmigo, ven con todos los que a ti se parecen, los más sencillos, ven, no sufras, ven conmigo, porque aunque no lo sepas, eso yo sí lo sé: yo sé hacia dónde vamos, y es ésta la palabra: no sufras porque ganaremos, ganaremos nosotros, los más sencillos, ganaremos, aunque tú no lo creas, ganaremos. Pablo Neruda
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ODA A LAS COSAS Amo las cosas loca, locamente. Me gustan las tenazas, las tijeras, adoro las tazas, las argollas, las soperas, sin hablar, por supuesto, del sombrero. Amo todas las cosas, no sólo las supremas, sino las infinita- mente chicas, el dedal, las espuelas, los platos, los floreros. Ay, alma mía, hermoso es el planeta, lleno de pipas por la mano conducidas en el humo, de llaves, de saleros, en fin, todo lo que se hizo por la mano del hombre, toda cosa; las curvas del zapato, el tejido, el nuevo nacimiento del oro sin la sangre, los anteojos, los clavos, las escobas, los relojes, las brújulas, las monedas, la suave suavidad de las sillas. Ay cuántas cosas puras ha construido el hombre: de lana, de madera, de cristal, de cordeles, mesas maravillosas, navíos, escaleras. Amo todas las cosas, un porque sean ardientes o fragantes, sino porque no sé, porque este océano es el tuyo, es el mío: los botones, las ruedas, los pequeños tesoros olvidados, los abanicos en cuyos plumajes desvaneció el amor sus azahares, las copas, los cuchillos, las tijeras, todo tiene en el mango, en el contorno, la huella de unos dedos, de una remota mano perdida en lo más olvidado del olvido. Yo voy por casas, calles, ascensores, tocando cosas, divisando objetos que en secreto ambiciono: uno porque repica, otro porque es tan suave como la suavidad de una cadera, otro por su color de agua profunda, otro por su espesor de terciopelo. Oh río irrevocable de las cosas, no se dirá que sólo amé los peces, o las plantas de selva y de pradera, que no sólo amé lo que salta, sube, sobrevive, suspira. No es verdad: muchas cosas me lo dijeron todo. No sólo me tocaron o las tocó mi mano, sino que acompañaron de tal modo mi existencia que conmigo existieron y fueron para mí tan existentes que vivieron conmigo media vida y morirán conmigo media muerte. Pablo Neruda
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ODA A LA ARAUCARIA ARAUCANA Alta sobre la tierra te pusieron, dura, hermosa araucaria de los australes montes, torre de Chile, punta del territorio verde, pabellón del invierno, nave de la fragancia. Ahora, sin embargo, no por bella te canto, sino por el racimo de tu especie, por tu fruta cerrada, por tu piñón abierto. Antaño, antaño fue cuando sobre los indios se abrió como una rosa de madera el colosal puñado de tu puño, y dejó sobre la mojada tierra los piñones: harina, pan silvestre del indomable Arauco. Ved la guerra: armados los guerreros de Castilla y sus caballos de galvánicas crines y frente a ellos el grito de los desnudos héroes, voz del fuego, cuchillo de dura piedra parda, lanzas enloquecidas en el bosque, tambor, tambor sagrado, y adentro de la selva el silencio, la muerte replegándose, la guerra. Entonces, en el último bastión verde, dispersas por la fuga, las lanzas de la selva se reunieron bajo las araucarias espinosas. La cruz, la espada, el hambre iban diezmando la familia salvaje. Terror, terror de un golpe de herraduras, latido de una hoja, viento, dolor y lluvia. De pronto se estremeció allá arriba la araucaria araucana, sus ilustres raíces, las espinas hirsutas del poderoso pabellón tuvieron un movimiento negro de batalla: rugió como una ola de leones todo el follaje de la selva dura y entonces cayó una marejada de piñones: los anchos estuches se rompieron contra la tierra, contra la piedra defendida y desgranaron su fruta, el pan postrero de la patria. Así la Araucanía recompuso sus lanzas de agua y oro, zozobraron los bosques bajo el silbido del valor resurrecto y avanzaron las cinturas violentas como rachas, las plumas incendiarias del Cacique: piedra quemada y flecha voladora atajaron al invasor de hierro en el camino. Araucaria, follaje de bronce con espinas, gracias te dio la ensangrentada estirpe, gracias te dio la tierra defendida, gracias, pan de valientes, alimento escondido en la mojada aurora de la patria: corona verde, pura madre de los espacios, lámpara del frío territorio, hoy dame tu luz sombría, la imponente seguridad enarbolada sobre tus raíces y abandona en mi canto la herencia y el silbido del viento que te toca, del antiguo y huracanado viento de mi patria. Deja caer en mi alma tus granadas para que las legiones se alimenten de tu especie en mi canto. Árbol nutricio, entrégame la terrenal argolla que te amarra a la entraña lluviosa de la tierra, entrégame tu resistencia, el rostro y las raíces firmes contra la envidia, la invasión, la codicia, el desacato. Tus armas deja y vela sobre mi corazón, sobre los míos, sobre los hombros de los valerosos, porque a la misma luz de hojas y aurora, arenas y follajes, yo voy con las banderas al llamado profundo de mi pueblo! Araucaria araucana, aquí me tienes! Pablo Neruda
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas La leyenda de la lluvia Desde tiempos inmemoriables, el hombre se admiró ante ese abismo en la inmensidad , hondura de sombras y a veces de luces y silencio profundo en lo alto.Allí habitaba ella. Ese era su mundo. Ella, moviéndose cerca del sol o galanteando entre sus amigas y cerca de la luna,cambiando de formas,pero nunca de esencia, modificando su color casi constantemente . Jamás quieta en ese espacio infinito . Erótico apetito fluctuando, cuando él la empujaba a lugares desconocidos. Se dejaba llevar, “era su amor necesario”. Cuando no estaba, lo extrañaba, la consumía su pasión hasta que aparecía con sus manos de alas invisibles . Celosa de otras , se interponía para que él, sólo a ella le perteneciera,que la llevara en su manto de soplos, que la tocase con su boca sofocante en los veranos , que la cubra de polen en las primaveras y de hojas rescatadas del suicidio en invierno. ¿Cuál sería su destino sin él? Estaría siempre aburrida, estática, flotando y ahogada en silencio en sus enaguas globosas , ni siquiera conocería otros espacios. Sólo él le daba más elegancia y movimiento. Lo amaba desde su nacimiento , cuando le pusieron el nombre de nube. Su madre que había nacido en el sur , también se había enamorado allá , y gracias a ese amor pudo llegar hasta las zonas subtropicales, donde nació su hija. En muchas ocasiones le había advertido, que en el espacio celeste aparecen enemigos furiosos ,pero ella sólo creía en su amor que aparecía y la volvía feliz , transportándola en una sutil canoa, alejándola d e los truenos y los relámpagos, poniéndola a salvo de las tormentas, llevándola a cielos tranquilos. Pero él que era energía,dispersor de vida vegetal, quería que ella sea feliz no sólo andando en sus brazos . Ella por amor, lo escuchó atentamente y convencida por esa pasión se abrió generosa y todo el valle recibió glorioso su bendición. SMT POETISA
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux ¿Adónde iba a estas horas en las que todo dormía en Perros? Entreabrió cuidadosamente la puerta y pudo ver, al claro de luna, la silueta blanca de Christine que se deslizaba con precaución por el corredor. Alcanzó la escalera, bajó, y él, por encima de ella, se inclinó sobre la barandilla. De repente, oyó dos voces que hablaban rápidamente. Le llegó una frase: «No pierda la llave». Era la voz de la posadera. Abajo abrieron la puerta que daba a la rada. La volvieron a cerrar y todo quedó en calma. Raoul se dirigió inmediatamente a su habitación y corrió hacia la ventana, que abrió. La blanca silueta de Christine se destacaba en el muelle desierto. El primer piso de la posada del Sol Poniente no era muy alto, y un árbol que tendía sus ramas a los brazos impacientes de Raoul le permitió llegar afuera sin que la posadera pudiera sospechar su ausencia. Así pues, ¿cuál no fue el estupor de la buena mujer, a la mañana siguiente, cuando le trajeron al joven casi helado, más muerto que vivo, y cuando se enteró de que le habían encontrado tendido en las escaleras del altar de la pequeña iglesia de Perros? Corrió a dar la noticia a Christine, que bajó al instante y prodigó al joven, ayudada por la posadera, sus cuidados inquietos. Éste no tardó en abrir los ojos y volvió completamente a la vida al ver a su lado el encantador rostro de su amiga. ¿Qué había sucedido? El comisario Mifroid tuvo ocasión, unas semanas más tarde, cuando el drama de la ópera exigió la intervención de la policía, de interrogar al vizconde de Chagny acerca de los sucesos de la noche de Perros, y he aquí de qué forma fueron transcritos en las hojas del sumario (Signatura 150). Pregunta.-¿La señorita Daaé lo vio bajar de su habitación por el curioso camino que usted eligió? Respuesta. -No, señor, no. Sin embargo, la alcancé sin cuidar de ahogar el ruido de mis pasos. No quería entonces más que una cosa, que se volviera, me viera y me reconociera. Me decía que mi persecución era absolutamente incorrecta y que aquel tipo de espionaje era indigno de mí. Pero ella no pareció oírme y, de hecho, actuó como si yo no estuviera allí. Abandonó con tranquilidad el muelle y después, de repente, subió rápidamente por el camino. El reloj de la iglesia acababa de dar las doce menos cuarto y me pareció que el sonido de la hora le hacían forzar la marcha, ya que empezó casi a correr. Llegó así a la puerta del cementerio. P. -¿Estaba abierta la puerta del cementerio? R. -Sí, señor. Eso me sorprendió, pero no pareció extrañar en lo más mínimo a la señorita Daaé. P. -¿No había nadie en el cementerio? R.-No había nadie. Si hubiera habido alguien, le habría visto. La luz de la luna deslumbraba y la nieve que recubría la tierra, al reflejar sus rayos, hacía aún más clara la noche. P. -¿No era posible que hubiera alguien escondido detrás de las tumbas? R. -No, señor. Son unas lápidas miserables que desaparecen bajo la nieve y cuyas cruces se alzan a ras del suelo. Las únicas sombras eran las de las cruces y las dos nuestras. La iglesia resplandecía de luz. Jamás he visto semejante luz nocturna. Era muy hermoso, muy transparente y muy frío. Jamás había ido de noche a un cemen-terio e ignoraba que fuera posible una luz semejante, «una luz que no pesa nada». P. -¿Es usted supersticioso? R. -No, señor. Soy creyente. P. -¿En qué estado de ánimo se encontraba? R. -Muy sereno y tranquilo, se lo aseguro. En verdad, la insólita salida de la señorita Daaé me había turbado en un principio profundamente. Pero, en cuanto vi que la joven penetraba en el cementerio, pensé que iba a cumplir alguna promesa sobre la tumba de su padre, y encontré la cosa tan natural que recobré toda mi calma. Sólo me extrañaba aún el que no hubiera oído mis pasos, ya que la nieve crujía bajo mis pies. Pero debía estar, sin duda, absorta por su devoción. Decidí, pues, no molestarla y, cuando llegó a la tumba de su padre, me quedé detrás algunos pasos. Se arrodilló en la nieve, hizo la señal de la cruz y empezó a rezar. En aquel momento dieron las doce de la noche. Aún resonaba la última campanada en mis oídos, cuando vi a la joven alzar la cabeza. Su mirada se clavó en la bóveda celeste, sus brazos se tendieron hacia el astro de la noche. Me pareció como si estuviera en éxtasis y aún me preguntaba cuál había sido la causa súbita y determinante de este éxtasis, cuando yo mismo levanté la cabeza, lancé a mi alrededor una mirada perdida y todo mi ser se tendió hacia el Invisible, el invisible que nos tocaba música. ¡Y qué música! ¡Ya la conocíamos! Christine y yo la habíamos oído en nuestra juventud. Pero jamás del violín del señor Daaé había surgido un arte tan divino. En aquel instante no pude dejar de recordar todo lo que Christine me había explicado acerca del Ángel de la música, y no supe qué pensar de aquellos sonidos inolvidables que, si no bajaban del cielo, no permitían adivinar su origen en la tierra. Allí no había instrumento alguno ni mano alguna para guiar el arco. ¡Recordaba esa admirable melodía! Se trataba de La resurrección de Lázaro, que el viejo Daaé nos tocaba en sus horas de tristeza y devo-ción. Si el Ángel de Christine hubiera existido, no lo hubiera hecho mejor aquella noche con el violín del viejo músico de pueblo. La invocación de Jesús nos arrebataba de la tierra y, en verdad, esperaba incluso ver levantarse la piedra de la tumba del padre de Christine. Tuve también la idea de que Daaé había sido enterrado con su violín y, sinceramente, no sé hasta dónde, en aquellos momentos fúnebres y esplendorosos, en el fondo de aquel perdido cementerio de provincia, al lado de las calaveras de los muertos que nos sonreían con sus mandíbulas inmóviles... no, no sé hasta dónde llegó mi imaginación ni dónde se detuvo. Pero la música se extinguió y volví a recobrar mis sentidos. Me pareció oír un ruido del lugar donde estaban las calaveras del osario. P. -¡Ajá! ¿Oyó un ruido procedente del osario? R. -Sí. Me pareció que las calaveras reían con sarcasmo y no pude evitar un escalofrío. P. -¿Acaso no pensó que, detrás del osario, podía esconderse precisamente el músico celeste, que acababa de embelesarle? R. -Pensé tanto en eso que no pude pensar en otra cosa, señor comisario, hasta el punto que olvidé seguir a la señorita Daaé, que se había levantado y se acercaba tranquilamente a la puerta del cementerio. Ella, por su parte, estaba tan absorta que no me sorprende que no me viera. Permanecí sin moverme, con los ojos fijos en el osario, decidido a llegar hasta el final de esta increíble aventura y aclararlo todo hasta el último detalle. P -¿Y qué ocurrió entonces para que lo encontraran, por la mañana, medio muerto, en los escalones del altar mayor? R. -¡Oh! Ocurrió todo muy rápido... Una calavera rodó hasta mis pies..., luego otra..., y otra... Era como si yo fuera el centro de aquel fúnebre juego de bolos. Pensé que un falso movimiento había destruido la armonía del montón de huesos tras el cual se ocultaba nuestro músico. Esta hipótesis me pareció del todo razonable, cuando vi a una sombra deslizarse de repente por la pared resplandeciente de la sacristía.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Leyenda del eco El mar se abrió en una boca enorme, un millón de filamentos brillantes salpicaron y cien truenos humeantes anunciaron que el coloso resurgió de su tumba de aguas saladas. Su cuerpo pegoteado con corales , desafiando todos los oráculos volvió a la superficie. Su fiera mirada endurecida por los fríos estaba dispuesto a enfrentar a ese moustruo que dormía bajo la tierra y que lo había hecho tambalear . Su lengua torpe jadeaba, mientras se deslizaba con dificultad. Lejos en las ciudades , la piel acerada de sus chimeneas se hundían en el cielo. Las hierbas perdían su color y sangraban las flores al paso del gigante.Ya no estaba atrapado en el agua pero no se podía abstraerse de las ráfagas desplegadas por el viento , ni de las grandes olas con sus lenguas devorando gaviotas , ni del torbellino que martillaban los barcos. Había estado casi muerto, había pasado mucho tiempo. Ahora veía que el mundo era muy distinto, no existían letras en el papiro, ni los dioses viviendo en el Olimpo,ni siquiera la escritura cuneiforme... El gigante llegó hasta la montaña cercana a la costa y se refugió en lo que creyó una caverna . Allí, había monjes orando , que no notaron su presencia . El grupo de monjes parecía, un cúmulo de tulipanes negros inclinados por el viento y convocados alrededor de un fuego que iluminaba tenuemente. ¡El gigante nada entendía! La llama dibujaba sombras movedizas que se enquistaban en la rocosidad casi cobriza , formando jaguares hambrientos. De pronto las oraciones y salmos entonados crearon una atmósfera de violines,una melodía que no había conocido en los abismos del mar. El coloso sintió un torbellino de enigmas , mientras los cántinos sonaban como suspiros azulados. Mientras tanto un sueño profundo lo envolvió en ese ritual sagrado. Cuando los monjes quisieron retirarse hacia su ermita,vieron al coloso tendido y relajado. No temieron, pero quisieron transformarlo en algo que viviera eternamente. En un ser eterno, como los días y las noches, como las nubes y el viento, como el rocío y las lluvias , pero que tenga una presencia invisible y sonora. Una presencia que sorprenda e invite a provocarlo una y otra vez más. Allí , entre las montañas y los abismos, alli viviría por siempre. Una onda ondulada, una onda sonora y escondida . Así nació el eco ... SMT POETISA
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas EL ALQUIMISTA Lento en el alba un joven que han gastado la larga reflexión y las avaras vigilias considera ensimismado los insomnes braseros y alquitaras. Sabe que el oro, ese Proteo, acecha bajo cualquier azar, como el destino; sabe que está en el polvo del camino, en el arco, en el brazo y en la flecha. En su oscura visión de un ser secreto que se oculta en el astro y en el lodo, late aquel otro sueño de que todo es agua, que vio Tales de Mileto. Otra visión habrá; la de un eterno Dios cuya ubicua faz es cada cosa, que explicará el geométrico Spinoza en un libro más arduo que el Averno… En los vastos confines orientales del azul palidecen los planetas, el alquimista piensa en las secretas leyes que unen planetas y metales. Y mientras cree tocar enardecido el oro aquel que matará la Muerte, Dios, que sabe de alquimia, lo convierte en polvo, en nadie, en nada y en olvido. Jorge Luis Borges
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas EL HACEDOR Somos el río que invocaste, Heráclito. Somos el tiempo. Su intangible curso acarrea leones y montañas, llorado amor, ceniza del deleite, insidiosa esperanza interminable, vastos nombres de imperios que son polvo, hexámetros del griego y del romano, lóbrego un mar bajo el poder del alba, el sueño, ese pregusto de la muerte, las armas y el guerrero, monumentos, las dos caras de Jano que se ignoran, los laberintos de marfil que urden las piezas de ajedrez en el tablero, la roja mano de Macbeth que puede ensangrentar los mares, la secreta labor de los relojes en la sombra, un incesante espejo que se mira en otro espejo y nadie para verlos, láminas en acero, letra gótica, una barra de azufre en un armario, pesadas campanadas del insomnio, auroras, ponientes y crepúsculos, ecos, resaca, arena, liquen, sueños. Otra cosa no soy que esas imágenes que baraja el azar y nombra el tedio. Con ellas, aunque ciego y quebrantado, he de labrar el verso incorruptible y (es mi deber) salvarme. Jorge Luis Borges, 1981
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas JUAN RAMÓN JIMÉNEZ LOS JARDINES DEL POETA El poeta es jardinero. En sus jardines corre sutil la brisa con livianos acordes de violines, llanto de ruiseñores, ecos de voz lejana y clara risa de jóvenes amantes habladores. Y otros jardines tiene. Allí la fuente le dice: Te conozco y te esperaba. Y él, al verse en la onda transparente: ¡Apenas soy aquel que ayer soñaba! Y otros jardines tiene. Los jazmines añoran ya verbenas del estío, y son liras de aroma estos jardines, dulces liras que tañe el viento frío. Y van pasando solitarias horas, y ya las fuentes, a la luna llena, suspiran en los mármoles, cantoras, y en todo el aire sólo el agua suena. Antonio Machado
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas María , entre blancas espumas El capataz de mirada rígida como hierro, cruzó sus forzudos brazos y dio la orden: !Todos al algodonal! El campo parecía un mar blanco de capullos. María había dejado con su abuela al pequeño Juan ,meciéndose en esa desteñida tela sujeta a dos quebrachos .La chimenea llevaba en su humo sabor a pan casero . El rancho tenía todos los trinos y por las noches todos los miedos que traían los sonidos raros del monte. El sol caía impiadosamente. El río cercano al rancho brillaba en blandos espejos ondulados. Y María llegaba al algodonal con su sonrisa juvenil y su corazón esperando ver a Ruperto, que llegaba con otro grupo de braceros. Él era tan simple como la luz que filtra en los montes , muy responsable , en su mirada se sentaba el alma para presentarlo así, como él era, humilde y amigable . La zafra algodonera, era ese movimiento monótono y constante desde el capullo a la gran canasta. Todo se vestía de blanco. María con sus pequeñas manos entre blancas espumas y un poco más allá Ruperto con el mismo trabajo. El día no parecía tan agobiante para ellos que entre los algodonales disparaban sus miradas abrazándose en ese aire pegajoso y cálido. Era así el amor que los unía y veían sus vidas protegidas dentro de las flores del ceibal. Cuando se escuchaba un trueno en las hojas, temblaban los braceros: era el capataz Fulgencio que se acercaba. Mascando coca , de cuerpo musculoso y con una cicatriz en la frente que asomaba debajo del ala de su sombrero,avanzaba entre los algodonales con aire de prepotencia . Blandía en su mano un látigo,buscando a alguno que no hiciese bien la zafra, para abrirle la espalda incrustándole la cuerda hasta que sangre . Envalentonado se sentía omnipotente y sabía que estaba apoyado por el comisario .Vigilaba como un perro rabioso, de norte a sur , de este a oeste el algodonal. María aceleraba el trabajo con su frente girando desde el capullo al canasto. Fulgencio se acercó y levantó el rostro de María,empujando con su grosera mano derecha el joven mentón. - “Ah guayna lindaza”...expresó mientras la miraba con deseo inmoral.María tembló como capullo de algodón en el viento tropical. Después le dijo que debía hablarle, que la esperaría al atardecer en el galpón.María le respondió que tendría que volver enseguida a su rancho porque la esperaba su guaynito.Fulgencio con un gesto de audacia, más se diría d e atrevimiento,le dijo: - Vendrás, sé que vendrás, ya conocés que puede pasar si allí no llegas. Ruperto, que vió entre los capullos la escena, se inquietó.Apretujó sus manos hasta casi lastimarlas. Mordió su labio inferior . Cansados y maltrechos, la zafra de ese día terminaba, ya todos se retiraban del algodonal. Ruperto se acerca a María, lo primero que le expresó fue: "No somos esclavos, ni bestias ,no debes ir aunque te amenaza". María lo abrazó con su tierna mirada y henchida de dignidad, le dijo que no iría. Entonces planearon huir con su guaynito. ! El atardecer era tan romántico sobre ese mar blanco de algodones! Ruperto y María se apresuraron a llegar al rancho. Su guaynito sonreía y agitaba sus piernitas al ver llegar a su mamá . Lo abrazó fuerte, lo envolvió con su profundo amor. Rupero buscó el tobiano , colocó la montura , mientras María preparaba sus pocas ropas para llevar. Los tres salieron al galope por los atajos del monte alejándose rápidamente, mientras el sol se escondía presuroso. Era muy riesgoso huir pero era más indignante ceder a las pretenciones del capataz. Hicieron noche en un refugio del camino . Después llegó el amanecer y continuaron su viaje .Apenas habían hecho unos kilómetros cuando escucharon el rumor de cien cascos. Pero eran seis, eran seis caballos con sus jinetes que parecían largar fuego en sus gritos. Los fueron cerrando en semicírculo. Después, sin palabras, dispararon al pecho de Ruperto que quedó tendido en el suelo entre nubes de moscas y tábanos. María estalló en llanto apretando más a su guaynito y acercando su rostro al cuerpo de Ruperto, lo besó por última vez . Maneatada ,implorando por su guaynito que arrancaron de sus brazos, comenzaron la marcha hacia la casa de Fulgencio ,el capataz. El camino era largo. La cabeza de Maria volaba a mil. Pensó cientos de modos para salvarse. A la mitad del camino María simuló desmayarse. Entonces le quitaron las amarras y la colgaron en el lomo de uno de los caballos, siguiendo la marcha lenta , esperando que reaccione para que llegue bien hasta el capataz. El rumor de un río sonaba cada vez más cerca. María sabía que pasarían por el puente que antes cruzaron con su pequeño y Ruperto. El murmullo inconfundible del río cada vez más cerca. Cada vez más cercana la salvación que buscaba María. Ya estaban sobre el puente. Saltando como una gacela y en un descuido de sus captores, María entregó su grácil cuerpo al agua y el furioso río la devoró envolviéndola con blancas espumas . Pececitos plateados la rodeaban queriendo jugar con ella, pero María , ya era una estrella... S.M.T. Poetisa
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux Me lancé tras ella. La sombra, empujando la puerta, había entrado ya en la iglesia. Yo llevaba alas, la sombra una capa. Fui lo bastante rápido como para coger una punta de la capa de la sombra. En aquel momento, la sombra y yo estábamos justo ante el altar mayor y los rayos de la luna, a través de la gran vidriera del ábside, caían a pico delante de nosotros. Como yo no la soltaba, la sombra se volvió hacia mí y la capa con la que se envolvía se entreabrió. Vi, señor juez, como le veo a usted, una espantosa calavera que clavaba en mí una mirada en la que ardían los fuegos del infierno. Creí vérmelas con el propio Satán y, ante esa aparición de ultratumba, mi corazón, pese a todo su valor, desfalleció, y ya no recuerdo nada hasta el momento en que me desperté en mi pequeña habitación de la posada del Sol Poniente. VII UNA VISITA AL PALCO N° 5 Abandonamos a los señores Firmin Richard y Armand Moncharmin en el momento en que se decidían a visitar el palco n° 5 del primer piso. Dejaron atrás la larga escalera que va desde el vestíbulo de la administración hasta el escenario y sus dependencias. Atravesaron el escenario, entraron en el teatro por la puerta de los abonados, después en la sala por el primer pasillo a la izquierda. Se deslizaron a través de las primeras filas de las butacas de la orquesta y contemplaron el palco n° 5 del primer piso. Se veía mal porque estaba sumido en una semioscuridad y porque enormes fundas colgaban del terciopelo rojo de los pasamanos. En aquel momento estaban prácticamente solos en el inmenso agujero tenebroso y un profundo silencio los rodeaba. Era la hora tranquila en la que los tramoyistas van a tomar una copa. El equipo había abandonado por un tiempo el escenario, dejando un decorado a medio instalar. Algunos rayos de luz (una luz pálida, siniestra, que parecía robada a un astro moribundo) se insinuaba a través de una abertura hasta una vieja torre que alzaba sus almenas de cartón sobre el escenario. Las cosas, en aquella noche ficticia, o mejor dicho en aquel día engañoso, adoptaban formas extrañas. Encima de los sillones de la orquesta, la tela que los recubría parecía un mar enfurecido cuyas olas glaucas hubieran sido inmovilizadas instantáneamente por orden secreta del gigante de las tormentas que, como todos sabemos, se llama Adamástor12. Los señores Moncharmin y Richard eran los náufragos en esta agitación inmóvil de un mar de tela pintada. Avanzaban hacia los palcos de la izquierda a grandes brazadas, como marineros que han abandonado su barco e intentan ganar la orilla. Las ocho grandes columnas de cartón pulido se alzaban en la sombra como otros tantos prodigiosos pilares destinados a sostener el acantilado amenazador, crujiente y ventrudo, cuyos soportes estaban representados por las lineas circulares, paralelas y oscilantes de los palcos de los pisos primeros, segundos y terceros. En lo alto, en lo más alto del acantilado, perdidas en el cielo de cobre, obra de Lenepveu, unas figuras hacían muecas, reían sarcásticamente, se burlaban de la inquietud de los señores Moncharmin y Richard. Eran, sin embargo, figuras que suelen ser muy serias.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas POEMA DE LA SIGUIRIYA GITANA A CARLOS MORLA VICUÑA PAISAJE El campo de olivos se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar hay un cielo hundido y una lluvia oscura de luceros fríos. Tiembla junco y penumbra a la orilla del río. Se riza el aire gris. Los olivos, están cargados de gritos. Una bandada de pájaros cautivos, que mueven sus larguísimas colas en lo sombrío. Federico García Lorca, 1922
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El corazón es agua que se acaricia y canta. El corazón es puerta que se abre y se cierra. El corazón es agua que se remueve, arrolla, se arremolina, mata. Miguel Hernández