Poemas, cuentos y leyendas

Discussion in 'Temas de interés (no de plantas)' started by mai^a, Feb 27, 2008.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    No te rindas

    No te rindas, aún estás a tiempo

    De alcanzar y comenzar de nuevo,

    Aceptar tus sombras,

    Enterrar tus miedos,

    Liberar el lastre,

    Retomar el vuelo.

    No te rindas que la vida es eso,

    Continuar el viaje,

    Perseguir tus sueños,

    Destrabar el tiempo,

    Correr los escombros,

    Y destapar el cielo.

    No te rindas, por favor no cedas,

    Aunque el frío queme,

    Aunque el miedo muerda,

    Aunque el sol se esconda,

    Y se calle el viento,

    Aún hay fuego en tu alma

    Aún hay vida en tus sueños.

    Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo

    Porque lo has querido y porque te quiero

    Porque existe el vino y el amor, es cierto.

    Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

    Abrir las puertas,

    Quitar los cerrojos,

    Abandonar las murallas que te protegieron,

    Vivir la vida y aceptar el reto,

    Recuperar la risa,

    Ensayar un canto,

    Bajar la guardia y extender las manos

    Desplegar las alas

    E intentar de nuevo,

    Celebrar la vida y retomar los cielos.

    No te rindas, por favor no cedas,

    Aunque el frío queme,

    Aunque el miedo muerda,

    Aunque el sol se ponga y se calle el viento,

    Aún hay fuego en tu alma,

    Aún hay vida en tus sueños

    Porque cada día es un comienzo nuevo,

    Porque esta es la hora y el mejor momento.

    Porque no estás solo, porque yo te quiero.

    Mario Benedetti
     
  2. .......

    ....... MMMM

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    EL ESPEJO

    Renato casi no vio a la señora, que estaba en el coche parado, al costado de la carretera. Llovía fuerte y era de noche. Pero se dió cuenta que ella necesitaba de ayuda...
    Así, detuvo su coche y se acercó. El coche de la señora olía a tinta, de tan nuevo. La señora pensó que pudiera ser un asaltante. Él no inspiraba confianza, parecía pobre y hambriento...
    ...Renato percibió que ella tenía mucho miedo y le dijo: “Estoy aqui para ayudarla señora, no se preocupe. ¿Por qué no espera en el coche que está más calentito? A propósito, mi nombre es Renato”...
    ...Bueno, lo que pasaba es que ella tenía una llanta pinchada y para colmo era una señora de edad avanzada, algo bastante incómodo. Renato se agachó, colocó el gato mecánico y levantó el coche. Luego ya estaba cambiando la llanta. Pero quedó un poco sucio y con una herida en una de las manos...
    ...Cuando apretaba las tuercas de la rueda ella abrió la ventana y comenzó a conversar con él. Le contó que no era del lugar, que sólo estaba de paso por alli y que no sabía cómo agradecer por la preciosa ayuda. Renato apenas sonrió mientras se levantaba...
    ...Ella preguntó cuánto le debía. Ya había imaginado todas las cosas terríbles que podrían haber pasado si Renato no hubiese parado para socorrerla. Renato no pensaba en dinero, le gustaba ayudar a las personas...
    ...Este era su modo de vivir. Y respondió: “Si realmente quisiera pagarme, la próxima vez que encontrase a alguien que precise de ayuda, dele a esa persona la ayuda que ella necesite y acuérdese de mí”...
    ...Algunos kilómetros después, la señora se detuvo en un pequeño restaurant. La camarera vino hasta ella y le trajo una toalla limpia para que secase su mojado cabello y le dirigió una dulce sonrisa...
    ...La señora notó que la camarera estaba con casi ocho meses de embarazo, pero por ello no dejó que la tensión y los dolores le cambiaran su actitud...
    ...La señora quedó curiosa en saber cómo alguien que teniendo tan poco, podía tratar tan bien a un extraño. Entonces se acordó de Renato. Después que terminó su comida, y mientras la camarera buscaba cambio, la señora se retiró...
    ...Cuando la camarera volvió quiso saber a dónde la señora pudo haber ido, cuando notó algo escrito en la servilleta, sobre la cual tenía 4 billetes de 1000 euros...
    ...Le cayeron las lágrimas de sus ojos cuando leyó lo que la señora escribió.
    Decía:
    - Tú no me debes nada, yo tengo bastante. Alguien me ayudó hoy y de la misma forma te estoy ayudando. Si tú realmente quisieras reembolsarme este dinero, no dejes que este círculo de amor termine contigo, ayuda a alguien...
    ...Aquella noche, cuando fue a casa, cansada, se acostó en la cama; su marido ya estaba durmiendo y ella quedó pensando en el dinero y en lo que la señora dejó escrito...
    ...¿Cómo pudo esa señora saber cuánto ella y el marido precisaban de aquel dinero?. Con el bebé que estaba por nacer el próximo mes, todo estaba difícil...
    ...Quedó pensando en la bendición que había recibido, y dibujó una gran sonrisa...
    ...Agradeció a Dios y se volvió hacia su preocupado marido que dormía a su lado, le dió un beso suave y susurró:
    -Todo estará bien: ¡te amo...Renato!


    No te contagies de la falta de amabilidad que nos rodea . No dejes de hacer el bien, ayuda a todo el que te necesite.

    ;) :happy:
     
  3. clause

    clause Claudia

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    Muchas Gracias Zara, siempre cosas muy bonitas nos dejas! ;)
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    -No más que yo, ¡pero lo ha oído! El fantasma le dijo una ; palabra al oído, ya sabe usted, la noche en que salió tan pálido del t palco n° 5. Moncharmin deja escapar un suspiro. -¡Qué historia! -gime. ¡Ah! -responde mamá Giry-. Siempre he creído que habían secretos entre el fantasma y el señor Poligny. Todo lo que el fantasma pedía al señor Poligny, éste se lo acordaba... Poligny no rehusaba nada al fantasma. -Oyes bien, Richard. Poligny no rehusaba nada al fantasma. -Sí, sí. Oigo perfectamente -declaró Richard-. El señor Poligny es amigo del fantasma y, como la señora Giry es amiga de Poligny, ¡estamos listos! -añadió en tono muy duro-. Pero Poligny no me preocupa... La única persona por cuya suerte me interesa, no lo disimulo, es la de la señora Giry.... Señora Giry, ¿sabe usted lo que hay en este sobre? -¡Por Dios, no! -dijo ésta. -Pues bien, ¡mire usted! La señora Giry desliza en el sobre una miraba turbada, pero que de nuevo recobra su brillo. -¡Billetes de mil francos! -exclama. -Sí, señora Giry. Billetes de mil... ¡Y lo sabía usted muy bien! -¿Yo?, señor director, ¡le juro que... -No jure, señora Giry. Y ahora voy a decirle la otra cosa por la que le he hecho venir... Señora Giry, voy a hacer que la detengan. Las dos plumas negras del sombrero color hollín, que tomaban habitualmente la forma de dos puntos de interrogación, se transformaron en puntos de exclamación. En cuanto al sombrero, osciló amenazante sobre su moño en desorden. La sorpresa, la indignación, la protesta y el espanto volvieron a reflejarse en el rostro de la madre de la pequeña Meg mediante una especie de pirueta extravagante causada por la virtud ofendida, que de un salto la condujo hasta la nariz del director, quien no pudo evitar retroceder hasta su sillón. -¿Hacerme detener? La boca que decía esto parecía a punto de escupir a la cara del señor Richard los tres dientes que le quedaban. Richard se comportó como un héroe. No retrocedió. Con su índice amenazador ya señalaba a los magistrados ausentes a la acomodadora del palco n° 5. -¡Señora Giry, voy a hacerla detener por ladrona! -¡Repita eso! Y la señora Giry abofeteó con todas sus fuerzas al señor Richard, antes de que Moncharmin tuviera tiempo de intervenir. ¡Vengativa respuesta! Pero no fue la mano de la encolerizada vieja la que se abatió sobre la mejilla del director, sino el mismo sobre causante de todo el escándalo, el sobre mágico que se entreabrió de repente para dejar escapar los billetes que volaron en un remolino fantástico de mariposas gigantes. Los dos directores lanzaron un grito y un mismo pensamiento los hizo arrodillarse, recogerlos febrilmente y comprobar apresuradamente los preciosos papeles. -¿Siguen siendo auténticos?, Moncharmin. -¿Siguen siendo auténticos?, Richard. -¡Son auténticos! Por encima de sus cabezas, los tres dientes de la señora Giry castañetean entre horribles insultos. Pero, lo único que se distingue con claridad es un leimotiv: -¿Yo, una ladrona?... ¿Una ladrona yo? Se ahoga. -¡Estoy destrozada! -exclama:
    Y, de repente, vuelve a saltar ante las narices de Richard. -¡En todo caso -chilla-, usted, señor director, usted debe saber mejor que yo dónde han ido a parar esos veinte mil francos! -¿Yo? -pregunta Richard estupefacto-. ¿Y cómo podría saberlo? Inmediatamente, Moncharmin, severo e inquieto, procura que la buena mujer se explique. -¿Qué significa esto? -pregunta-. ¿Por qué, señora Giry. pretende usted que Richard sepa mejor que usted adónde han ido a parar los veinte mil francos? Entonces Richard, que se sonroja bajo la mirada de Moncharmin, toma la mano de la señora Giry y la sacude con violencia. Su voz imita al trueno. Ruge, retumba..., fulmina... -¿Por qué he de saber mejor que usted adónde han ido a parar los veinte mil francos? ¿Por qué? -Porque han ido a parar a su bolsillo... -dice la vieja, mirándolo ahora como si viera al diablo. Ahora le toca al señor Richard sentirse fulminado; primero, por esta respuesta inesperada, después por la mirada cada vez más desconfiada de Moncharmin. En un segundo pierde toda la fuerza necesaria, en un difícil momento para rechazar una acusación tan despreciable. Así, los más inocentes, sorprendidos en la paz de sus corazones, aparecen de repente, debido a que el golpe que les sorprende los hace palidecer, o ruborizarse, o tartamudear, o levantarse, o hundirse, o protestar, o callar cuando habría que hablar, o hablar cuando habría que callar, o permanecer fríos cuando convendría acalorarse, o acalorarse cuando habría que permanecer fríos, aparecen de repente -como decía- como culpables. Moncharmin detiene el impulso vengador con el que Richard, que era inocente, iba a precipitarse sobre la señora Giry y se apresura, tranquilizador, a interrogarla con más dulzura. -¿Cómo ha podido sospechar usted que mi colaborador, Richard, se ha metido los veinte mil francos en el bolsillo? -¡Yo no he dicho eso nunca! -declara mamá Giry-. Pero yo misma puse los veinte mil francos en el bolsillo del señor Richard -y añadió a media voz-: ¡Da igual! ¡Así fue! ¡Que el fantasma me perdone! Y como Richard empieza a aullar de nuevo, Moncharmin, con autoridad, le ordena callarse. -¡Perdón! Perdón! Perdón! Deja que esta mujer se explique. Déjame interrogarla yo -y añade-: Es realmente extraño que te lo tomes así... Parece que todo este misterio va a aclararse. ¡Estás furioso!... Te equivocas... A mí, en cambio, me divierte mucho. Mamá Giry, mártir, levanta la cabeza, en la que brilla la fe en su propia inocencia. -Me dicen ustedes que había veinte mil francos en el sobre que metí en el bolsillo del señor Richard, pero yo repito que no sabía nada... ¡Ni tampoco el señor Richard! -¡Ajá! -exclama Richard afectando un aire de repentina valentía que desagradó a Moncharmin-. ¡Conque yo tampoco sabía nada! Ponía usted veinte mil francos en mi bolsillo y yo no me entero. ¡Esta sí que es buena, señora Giry! -Sí -asintió la terrible señora-. Es verdad... No sabíamos nada ni el uno ni el otro... Pero usted ha tenido que terminar por darse cuenta. Sin ningún tipo de duda, Richard hubiera devorado a la señora Giry si Moncharmin no hubiese estado presente. Pero Moncharmin la protege y acelera el interrogatorio.
     
  5. LIC

    LIC atom

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    in the old worl
    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    que bonito lugar saludos para todas y todos

    ;) cuantos receurdos mi española de mi alm de ojitos bonitos

    para mi damita:happy:

    Te imaginaba y te soñaba
    Tal vez algo así
    Carita de ángel y niña feliz
    Mujer tan linda.

    Mientras el sol se levantaba aquí
    Y entre sus rayos podía sentir
    Algo especial que me hacia feliz
    Y el viento comenzó a soplar
    Hasta hacer llegar un aroma
    Tan especial.

    Era casi de noche haya
    El sol apunto de despedirse
    Mientras haya en el firmamento
    Se vestia de luces
    Y la luna comenzaba a brillar

    Era un brillo muy especial
    Había ternura en su mira
    Y lejos de la vanidad
    Una belleza encantadora.

    Quien podría imaginar
    En medio de océanos
    Por donde viaja el viento
    Mientras acaricias las olas
    Dos corazones se pudieran encontrar

    Fue algo tan especial
    Mi corazón busco un lugar en ti
    Para poder estar siempre a tu lado
    Y mi corazón se quedo ase quedo a vivir
    En un rinconcito de ti
    Donde la ternura y el calor de tu alma
    Son mi abrigo.

    La coincidencia el destino
    No lo sé solo se que
    Doy gracias a Dios
    Por compartir de tu vida


    Autor desconocido
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Hola Lic! :happy:
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    LA CAZA

    Casi sin esperarla aunque siempre temida
    me alcanzó la noche.
    Cuando más admirado estaba
    de inesperadas luces, de renacidos soles
    dando otra cara al cielo
    me alcanzó la noche.
    Por las tapias de mi jardín atravesando,
    por el serrín de mi belén quemando,
    por los universos de mi rincón abortando,
    me alcanzó la noche.
    Recogiendo los restos, en cristales
    rotos, del horizonte, comprendí
    que a ese largo pasillo sin principio ni meta
    que llamamos destino
    le alcanzó la noche.
    Mas no quise dejar de amar aún conociendo
    que me alcanzó la noche.

    Jesús Aparicio González
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    MELANCOLÍA

    Me siento, a veces, triste
    como una tarde del otoño viejo;
    de saudades sin nombre,
    de penas melancólicas tan lleno...
    Mi pensamiento, entonces,
    vaga junto a las tumbas de los muertos
    y en torno a los cipreses y a los sauces
    que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
    de historias tristes, sin poesía... Historias
    que tienen casi blancos mis cabellos.


    Manuel Machado
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ENCAJES

    Alma son de mis cantares,
    tus hechizos...
    Besos, besos
    a millares. Y en tus rizos,
    besos, besos a millares.
    ¡Siempre amores! ¡Nunca amor!

    Los placeres
    van de prisa:
    una risa
    y otra risa,
    y mil nombres de mujeres,
    y mil hojas de jazmín
    desgranadas
    y ligeras...
    Y son copas no apuradas,
    y miradas
    pasajeras,
    que desfloran nada más.

    Desnudeces,
    hermosuras,
    carne tibia y morbideces,
    elegancias y locuras...

    No me quieras, no me esperes...
    ¡No hay amor en los placeres!
    ¡No hay placer en el amor!


    Manuel Machado






    Alma (1902) Secretos
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    CONFIANZA

    Mientras haya
    alguna ventana abierta,
    ojos que vuelven del sueño,
    otra mañana que empieza.

    Mar con olas trajineras
    —mientras haya—
    trajinantes de alegrías,
    llevándolas y trayéndolas.

    Lino para la hilandera,
    árboles que se aventuren,
    —mientras haya—
    y viento para la vela.

    Jazmín, clavel, azucena,
    donde están, y donde no
    en los nombres que los mientan.

    Mientras haya
    sombras que la sombra niegan,
    pruebas de luz, de que es luz
    todo el mundo, menos ellas.

    Agua como se la quiera
    —mientras haya—
    voluble por el arroyo,
    fidelísima en la alberca.

    Tanta fronda en la sauceda,
    tanto pájaro en las ramas
    —mientras haya—
    tanto canto en la oropéndola.

    Un mediodía que acepta
    serenamente su sino
    que la tarde le revela.

    Mientras haya
    quien entienda la hoja seca,
    falsa elegía, preludio
    distante a la primavera.

    Colores que a sus ausencias
    —mientras haya—
    siguiendo a la luz se marchan
    y siguiéndola regresan.

    Diosas que pasan ligeras
    pero se dejan un alma
    —mientras haya—
    señalada con sus huellas.

    Memoria que le convenza
    a esta tarde que se muere
    de que nunca estará muerta.

    Mientras haya
    trasluces en la tiniebla,
    claridades en secreto,
    noches que lo son apenas.

    Susurros de estrella a estrella
    —mientras haya—
    Casiopea que pregunta
    y Cisne que la contesta.

    Tantas palabras que esperan,
    invenciones, clareando
    —mientras haya—
    amanecer de poema.

    Mientras haya
    lo que hubo ayer, lo que hay hoy,
    lo que venga.


    Baltimore, 1942 - Puerto Rico, 1944.



    Pedro Salinas, 1950
     
  11. clause

    clause Claudia

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    xfe2s3.jpg

    P. Salinas
    " Cada beso perfecto aparta el tiempo,
    le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
    donde puede besarse todavía..."


    Poeta español nacido en Madrid en 1891 y fallecido en Boston en 1951.
    Estudió Derecho y Filosofía y Letras. Fue profesor en las universidades de Sorbona y Cambridge
    y conferencista en varias Universidades de América donde vivió desde 1936.
    Está considerado como uno de los grandes exponentes de la Generación del 27.
    De su obra poética se destacan, «Presagios», «Razón de amor» y «Largo lamento».
     
  12. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    -¿Qué clase de sobre introdujo usted en el bolsillo del señor Richard? No fue el que nosotros le dimos, el que usted, delante nuestro, llevó hasta el palco n° 5. Sin embargo, era sólo ése el que contenía los veinte mil francos. -¡Perdón! Fue el que me dio el señor director el que yo metí en el bolsillo del señor director -explica mamá Giry-. El que deposité en el palco del fantasma era un sobre exactamente igual que yo llevaba preparado en mi manga, y que me había dado el fan-tasma. Al decir esto, mamá Giry saca de su manga un sobre preparado e idéntico al que contiene los veinte mil francos. Los directores lo cogen casi al vuelo. Lo examinan. Comprueban que los lacres sellados con su propio sello están intactos. Lo abren... Contiene veinte billetes falsos iguales a los que les dejaron perplejos hacía un mes. -¡Qué sencillo! -dice Richard. -¡Qué sencillo! -repite, más solemne que nunca, Moncharmin. -Los trucos más brillantes han sido siempre los más sencillos -responde Richard-. Basta con tener un cómplice... -O una cómplice -añade en voz átona Moncharmin. Y continua con los ojos clavados en la señora Giry, como si quisiera hipnotizarla-: ¿Era el fantasma quien le hacía llegar este sobre, y era él quien le decía que lo sustituyera por el que nosotros le dábamos? ¿Era él quien le decía que introdujera este último en el bolsillo del señor Richard? -Sí, ¡claro que era él! -Entonces, señora, ¿puede usted darnos una prueba de sus habilidades?... Aquí está el sobre. Haga usted como si nosotros no supiéramos nada. -Lo que ustedes manden, señores. Mamá Giry vuelve a coger el sobre con los veinte billetes y se dirige hacia la puerta. Se dispone a salir. Los dos directores se precipitan hacia ella. -¡Ah, no, no! No nos la volverá a jugar. Ya tenemos bastante. No vamos a empezar de nuevo. -Perdón, señores, perdón -se excusa la vieja-. Me han pedido que actúe como si ustedes no supieran nada... Pues bien, si no saben nada, me marcho con el sobre. -Entonces, ¿cómo lo meterá usted en mi bolsillo? -argumenta Richard, al que Moncharmin aún no deja de vigilar con el ojo izquierdo, mientras con el derecho no abandona a la señora Giry. Difícil postura para la mirada, pero Moncharmin está decidido a todo para descubrir la verdad. -Lo pondré en su bolsillo en el momento en que menos lo espere, señor director. Como bien sabe, durante la sesión, vengo a dar una vueltecita entre bastidores y a menudo acompaño, como es mi derecho de madre, a mi hija hasta el foyer de la danza. Le llevo sus zapatillas en el momento de descanso, e incluso su rociador... En una palabra, voy y vengo con plena libertad... Los señores abonados van también al foyer... Usted también, señor director... Hay mucha gente... Paso por detrás de usted y pongo el sobre en el bolsillo de atrás de su traje... ¡No es ninguna brujería! -¡No, no es ninguna brujería! -ruge Richard haciendo girar unos ojos de Júpiter tronante-. ¡Esto no es una brujería, pero acabo de cogerla en flagrante delito de mentira, vieja bruja! El insulto duele menos a la honorable señora que el golpe que se quiere propinar a su buena fe. Se incorpora furiosa con los tres dientes a la vista.
    -¿Por qué? -Porque aquella noche pasé a su lado en la sala vigilando tanto el palco n° 5 como el falso sobre que había usted colocado allí. No bajé al foyer de la danza ni por un momento. -Por eso, señor director, no fue aquella noche cuando le coloqué el sobre... Fue a la siguiente representación... Mire, era la noche en la que el señor secretario de Bellas Artes... Al oír estas palabras, el señor Richard hace callar bruscamente a la señora Giry... -¡Es cierto! -dice pensativo-. Me acuerdo... ahora me, acuerdo. El subsecretario de Estado salió a pasear entre bastidores. Preguntó por mí. Bajé un momento al foyer de la danza. Me encontraba en las escaleras del foyer... El subsecretario de Estado y el jefe de su despacho estaban en el foyer mismo... De repente, me volví... Era usted que pasaba por detrás de mí, señora Giry... Tuve la impresión de que me había rozado... No había nadie más que usted detrás de mí... ¡Oh, aún la veo! ¡Aún la veo! -¡Pues bien, sí, eso fue, señor director! ¡Eso fue! Acababa de dejarle mi asunto en su bolsillo. Ese bolsillo es muy fácil, señor director. Y la señora Giry añade una vez más el gesto a la palabra: se coloca detrás de Richard y, con tal presteza que el mismo Moncharmin que mira con los dos ojos bien abiertos queda impresionado, deposita el sobre en el bolsillo de uno de los faldones de la levita del director. -¡Hay que reconocerlo! -exclama Richard un poco pálido-. Lo ha pensado muy bien el fantasma de la ópera. El problema que se le planteaba era suprimir todo intermediario peligroso entre el que da los veinte mil francos y el que se los queda. Lo mejor que podía hacer era venir a cogerlos de mi bolsillo sin que yo me diera cuenta, porque yo ni siquiera sabía que estaban allí... Admirable, ¿no? -¡Oh, admirable sin duda! -repitió Moncharmin-. Sólo olvidas, Richard, que yo di diez mil francos de aquellos veinte mil, y que a mí no me pusieron nada en el bolsillo.
     
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    clause Claudia

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    Poema Hijo De La Luz Y De La Sombra de Miguel Hernandez



    ( Hijo de la sombra )

    Eres la noche, esposa: la noche en el instante
    mayor de su potencia lunar y femenina.
    Eres la medianoche: la sombra culminante
    donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

    Forjado por el día, mi corazón que quema
    lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
    con un sólido impulso, con una luz suprema,
    cumbre de las montañas y los atardeceres.

    Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
    su avaricioso anhelo de imán y poderío.
    Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
    incendia mi osamenta con un escalofrío.

    El aire de la noche desordena tus pechos,
    y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
    Como una tempestad de enloquecidos lechos,
    eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

    La noche se ha encendido como una sorda hoguera
    de llamas minerales y oscuras embestidas.
    Y alrededor la sombra late como si fuera
    las almas de los pozos y el vino difundidas.

    Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
    la visible ceguera puesta sobre quien ama;
    ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
    ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

    La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
    besos que la constelen de relámpagos largos,
    bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
    arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

    Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
    tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
    Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
    con todo el firmamento, la tierra estremecida.

    El hijo está en la sombra que acumula luceros,
    amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
    Brota de sus perezas y de sus agujeros,
    y de sus solitarias y apagadas ciudades.

    El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
    y a su origen infunden los astros una siembra,
    un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
    que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

    Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
    tendiendo está la sombra su constelada umbría,
    volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
    Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

    II

    ( Hijo de la luz )

    Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
    recibes entornadas las horas de tu frente.
    Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
    tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.

    Centro de claridades, la gran hora te espera
    en el umbral de un fuego que al fuego mismo abrasa:
    te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
    colocando en el centro de la luz nuestra casa.

    La noche desprendida de los pozos oscuros,
    se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
    Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
    que se rasgan contigo como pétreas matrices.

    La gran hora del parto, la más rotunda hora:
    estallan los relojes sintiendo tu alarido,
    se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
    y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.

    El hijo fue primero sombra y ropa cosida
    por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
    Con sombras y con ropas anticipó su vida,
    con sombras y con ropas de gérmenes humanos.

    Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
    se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
    que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
    Y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.

    ¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
    Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
    Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
    Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.

    Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
    Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
    mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
    dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

    Hablo, y el corazón me sale en el aliento.
    Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
    Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
    Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.

    III

    ( Hijo de la luz y la sombra )

    Tejidos en el alba, grabados, dos panales
    no pueden detener la miel en los pezones.
    Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
    luchan y se atropellan con blancas efusiones.

    Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
    hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
    Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
    tú toda una colmena de leche con espuma.

    Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
    laboriosas abejas filtradas por tus poros.
    Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
    junto a ti, recorrida por caudales sonoros.

    Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro.
    Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
    Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
    verían que grabada llevo allí tu figura.

    Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
    fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
    en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
    en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

    Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
    laten junto a los vivos de una manera terca.
    Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
    que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

    Haremos de este hijo generador sustento,
    y hará de nuestra carne materia decisiva
    donde asienten su alma, las manos y el aliento,
    las hélices circulen, la agricultura viva.

    Él hará que esta vida no caiga derribada,
    pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
    que de nuestras dos bocas hará una sola espada
    y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

    No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia
    y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
    Porque la especie humana me han dado por herencia,
    la familia del hijo será la especie humana.

    Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
    seguiremos besándonos en el hijo profundo.
    Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
    se besan los primeros pobladores del mundo.



    Pronto estara a la venta el nuevo disco de Serrat, y la tendremos musicalizada y cantada por el:razz:
     
  14. -----......

    -----...... Hogar Nuestro.

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Ushanan-jampi
    La plaza de Chupán hervía de gente. El pueblo entero, ávido de curiosidad, se había congregado en ella desde las primeras horas de la mañana, en espera del gran acto de justicia a que se le había convocado la víspera, solemnemente.
    Se habían suspendido todos los quehaceres particulares y todos los servicios públicos. Allí estaba el jornalero, poncho al hombro, sonriendo, con sonrisa idiota, ante las frases intencionadas de los corros; el pastor greñudo, de pantorrillas bronceadas y musculosas, serpenteadas de venas, como lianas en tomo de un tronco; el viejo silencioso y taimado, mascador de coca sempiterno; la mozuela tímida y pulcra, de pies limpios y bruñidos como acero pavonado, y uñas desconchadas y roídas y faldas negras y esponjosas como repollo; la vieja regañona, haciendo perinolear al aire el huso mientras barbotea un rosario interminable de conjuros, y el chiquillo, con su clásico sombrero de falda gacha y copa cónica -sombrero de payaso- tiritando al abrigo de un ilusorio ponchito, que apenas le llega al vértice de los codos.
    Y por entre esa multitud, los perros, unos perros color de ámbar sucio, hoscos, héticos, de cabezas angulosas y largas como cajas de violín, costillas transparentes, pelos hirsutos, miradas de lobo, cola de zorro y patas largas, nervudas y nudosas -verdaderas patas de arácnido- yendo y viniendo incesantemente, olfateando a las gentes con descaro, interrogándoles con miradas de ferocidad contenida, lanzando ladridos impacientes, de bestias que reclaman su pitanza.
    Se trataba de hacerle justicia a un agraviado de la comunidad, a quien uno de sus miembros, Cunce Maille, ladrón incorregible, le había robado días antes una vaca. Un delito que había alarmado a todos profundamente, no tanto por el hecho en sí cuanto por la circunstancia de ser la tercera vez que un mismo individuo cometía igual crimen. Algo inaudito en la comunidad. Aquello significaba un reto, una burla a la justicia severa e inflexible de los yayas, merecedores de un castigo pronto y ejemplar. Al pleno sol, frente a la casa comunal y en tomo de una mesa rústica y maciza, con macicez de mueble incaico, el gran consejo de los yayas, constituido en tribunal, presidía el acto, solemne, impasible, impenetrable, sin más señales de vida que el movimiento acompasado y leve de las bocas chacchadoras, que parecían tascar un freno invisible.
    De pronto los yayas dejaron de chacchar, arrojaron de un escupitajo la papilla verdusca de la masticación, limpiáronse en un pase de manos las bocas espumosas y el viejo Marcos Huacachino, que presidía el consejo exclamó:
    -Ya hemos chacchado bastante. La coca nos aconsejará en el momento de la justicia.
    Ahora bebamos para hacerlo mejor. Y todos, servidos por un decurión, fueron vaciando a grandes tragos un enorme vaso de chacta.
    -Que traigan a Cunce Maille -ordenó Huacachino una vez que todos terminaron de beber.
    Y, repentinamente, maniatado y conducido por cuatro mozos corpulentos, apareció ante el tribunal un indio de edad incalculable, alto, fornido, ceñudo y que parecía desdeñar las injurias y amenazas de la muchedumbre. En esa actitud, con la ropa ensangrentada y desgarrada por las manos de sus perseguidores y las dentelladas de los perros ganaderos, el indio más parecía la estatua de la rebeldía que la del abatimiento. Era tal la regularidad de sus facciones de indio puro, la gallardía de su cuerpo, la altivez de su mirada, su porte señorial, que a pesar de sus ojos sanguinolentos, fluía de su persona una gran simpatía, la simpatía que despiertan los hombres que poseen la hermosura y la fuerza.
    -¡Suéltenlo!- exclamó la misma voz que había ordenado traerlo.
    Una vez libre Maille, se cruzó de brazos, irguió la desnuda y revuelta cabeza, desparramó sobre el consejo una mirada sutilmente desdeñosa y esperó.
    -José Ponciano te acusa de que el miércoles pasado le robaste su vaca “mulinera” y que has ido a vendérsela a los de Obas. ¿Tú qué dices?
    -¡Verdad! Pero Ponciano me robó el año pasado un toro. Estamos pagados.
    -¿Por qué entonces no te quejaste?
    -Porque yo no necesito de que nadie me haga justicia. Yo mismo sé hacérmela.
    - Los yayas no consentimos que aquí nadie se haga justicia. El que se la hace pierde su derecho. Ponciano al verse aludido, intervino:
    -Maille está mintiendo, taita. El toro que dice que yo le robé se lo compré a Natividad
    Huaylas. Que lo diga, está presente.
    -Verdad, taita contestó un indio adelantándose hasta la mesa del consejo.
    -¡Perro! -gritó Maille, encarándose ferozmente a Huaylas-. Tan ladrón tú como Ponciano. Todo lo que tú vendes es robado. Aquí todos se roban.
    Ante tal imputación, los yayas, que al parecer dormitaban, hicieron un movimiento de impaciencia al mismo tiempo que muchos individuos del pueblo levantaban sus garrotes en son de protesta y los blandían gruñendo rabiosamente. Pero el Jefe del tribunal, más inalterable que nunca, después de imponer silencio con gesto imperioso dijo:
    - Cunce Maille, has dicho una brutalidad que ha ofendido a todos. Podríamos castigarte entregándote a la justicia del pueblo, pero sería abusar de nuestro poder y dirigiéndose al agraviado José Ponciano, que, desde uno de los extremos de la mesa, miraba torvamente a Maille, añadió:
    -¿En cuánto estimas tu vaca, Ponciano?
    -Treinta soles, taita. Estaba para parir, taita.
    En vista de esta respuesta el presidente se dirigió al público en esta forma:
    -¿Quién conoce la vaca de Ponciano? ¿Cuánto podrá costar la vaca de Ponciano?
    Muchas voces contestaron a un tiempo que la conocían y que podría costar realmente los treinta soles que le había fijado su dueño.
    -¿Has oído, Maille? dijo el presidente aludido.
    -He oído, pero no tengo dinero para pagar.
    -Tienes ganados, tienes tierras, tienes casa. Se te embargará uno de tus ganados, y como tú no puedes seguir aquí porque es la tercera vez que compareces ante nosotros por ladrón, saldrás de Chupan inmediatamente y para siempre. La primera vez te aconsejamos lo que debías hacer para que te enmendaras y volvieras a ser hombre de bien. No has querido. Te burlaste del yaachishum. La segunda vez tratamos de ponerte bien con Felipe Tacuche, a quien le robaste diez carneros. Tampoco hiciste caso del alli-achishum, pues no has querido reconciliarte con tu agraviado y vives amenazándole constantemente. Hoy le ha tocado a Ponciano ser el perjudicado y mañana quién sabe a quién le tocará. Eres un peligro para todos. Ha llegado el momento de botarte y aplicarte el jitarishum. Vas a irte para no volver más. Si vuelves ya sabes lo que te espera: te cogemos y te aplicamos ushanan-jampi. ¿Has oído bien, Cunce Maille?
    Maille se encogió de hombros, miró al tribunal con indiferencia, echó mano al huallqui, que, por milagro, había conservado en la persecución, y sacando un poco de coca se puso a chacchar lentamente.
    El presidente de los yayas, que tampoco se inmutó por esta especie de desafío del acusado, dirigiéndose a sus colegas, volvió a decir:
    -Compañeros; este hombre que está delante de nosotros es Cunce Maille, acusado por tercera vez de robo en nuestra comunidad. El robo es notorio; no lo ha desmentido, no ha probado su inocencia. ¿Qué debemos hacer con él?
    -Botarlo de aquí; aplicarle jitarishum, -contestaron a una voz las yayas, volviendo a quedar mudos e impasibles.
    -¿Has oído, Maille? Hemos procurado hacerte un hombre de bien, pero no lo has querido. Caiga sobre ti jitarishum.
    Después, levantándose y dirigiéndose al pueblo, añadió con voz solemne y más alta que la empleada hasta entonces.
    -Este hombre que ven aquí es Cunce Maille, a quien vamos a botar de la comunidad por ladrón, Si alguna vez se atreve a volver a nuestras tierras, cualquiera de los presentes podrá matarle. No lo olviden. Decuriones, cojan a ese hombre y sígannos.
    Y los yayas, seguidos del acusado y de la muchedumbre, abandonaron la plaza, atravesaron el pueblo y comenzaron a descender por una escarpada senda, en medio de un imponente silencio, turbado sólo por el tableteo de los shucuyes. Aquello era una procesión de mudos bajo un nimbo de recogimiento. Hasta los perros, momentos antes inquietos, bulliciosos, marchaban en silencio, gachas las orejas y las colas, como percatados de la solemnidad del acto. Después de un cuarto de hora de marcha por senderos abruptos sembrados de piedras y cactus tentaculares y amenazadores como pulpos rabiosos senderos de pastores y cabras, el jefe de los yayas levantó su vara de alcalde, adornada de cintajos multicolores y de flores de plata de manufactura infantil, y la extraña procesión se detuvo al borde del riachuelo que separa las tierras de Chupan de las de Obas.
    -¡Suelten a ese hombre! -exclamó el yaya de la vara, y dirigiéndose al reo:
    - Cunce Maille: desde este momento tus pies no pueden seguir pisando nuestras tierras porque nuestros jircas se enojarían, y su enojo causaría la pérdida de las cosechas, y se secarían las quebradas y vendría la peste. Pasa el río y aléjate para siempre de aquí.
    Maille volvió la cara hacia la multitud, que con gesto de asco e indignación, más fingido que real, acababa de acompañar las palabras sentenciosas del yaya, y, después de lanzar al suelo un escupitajo enormemente despreciativo, con ese desprecio que sólo el rostro de un indio es capaz de expresar exclamó:
    - Ysmayta-micuy!
    Y de cuatro saltos salvó las aguas del Chillan y desapareció entre los matorrales de la banda opuesta, mientras los perros alarmados de ver a un hombre que huía y excitados por el largo silencio, se desquitaban ladrando furiosamente, sin atreverse a penetrar en las cristalinas y bulliciosas aguas del riachuelo.
    Si para cualquier hombre la expulsión es una afrenta, para un indio, y un indio como Cunce Maille, la expulsión de la comunidad significa todas las afrentas posibles, el resumen de todos los dolores frente a la pérdida de todos los bienes: la choza, la tierra, el ganado, el jirca y la familia. Sobre todo, la choza.
    El jitarishum es la muerte civil del condenado, una muerte de la que jamás se vuelve a la rehabilitación; que condena al indio al ostracismo perpetuo y parece marcarle con un signo que le cierra para siempre las puertas de la comunidad. Se le deja solamente la vida para que vague con ella a cuestas por quebradas, cerros, punas y bosques, o para que baje a vivir en las ciudades bajo
    la férula del misti, lo que para un indio altivo y amante de las alturas es un suplicio y una vergüenza.
    Y Cunce Maille, dada su naturaleza rebelde y combativa, jamás podría resignarse a la expulsión que acababa de sufrir. Sobre todo, habían dos fuerzas que le atraían constantemente a la tierra perdida: su madre y su choza. ¿Qué iba a ser de su madre sin él? Este pensamiento le irritaba y le hacía concebir los más inauditos proyectos. Y exaltado por los recuerdos, nostálgico y cargado su corazón de odio, como una nube, de electricidad, harto en pocos días de la vida de azar y merodeo que se le obligaba a llevar, volvió a repasar, en las postrimerías de una noche, el mismo riachuelo que un mes antes cruzara a pleno sol, bajo el silencio de una poblada hostil y los ladridos de una jauría famélica y feroz.
    A pesar de su valentía, comprobada cien veces, Maille, al pisar la tierra prohibida, sintió como una mano que le apretara el corazón, y tuvo miedo. ¿Miedo de qué? ¿De la muerte? Pero qué podría importarle la muerte a él, acostumbrado a jugarse la vida por nada? ¿Y no tenía para eso su carabina y sus cien tiros? Lo suficiente para batirse con Chupán entero y escapar cuando se le antojara.
    Y el indio, con el arma preparada, avanzó cauteloso, auscultando todos los ruidos, oteando los matorrales, por la misma senda de los despeñaderos y de los cactus tentaculares y amenazadores como pulpos, especie de vía crucis, por donde solamente se atrevían a bajar pero nunca a subir, los chupanes, por estar reservada para los grandes momentos de su feroz justicia. Aquello era como la roca Tarpeya del pueblo.
    Maille salvó todas las dificultades de la ascensión y, una vez en el pueblo, se detuvo frente a una casucha y lanzó un grito breve y gutural, lúgubre, como el gruñido de un cerdo dentro de un cántaro. La puerta se abrió y dos brazos se enroscaron al cuello del proscrito, al mismo tiempo que una voz decía:
    -Entra, guagua-yau, entra. Hace muchas noches que tu madre no duerme esperándote.
    ¿Te habrán visto?
    Maille, por toda respuesta, se encogió de hombros y entró. Pero el gran consejo de los yayas, sabedor por experiencia propia de lo que el indio ama su hogar, del gran dolor que siente cuando se ve obligado a vivir fuera de él, de la rabia con que se adhiere a todo lo suyo, hasta el punto de morirse de tristeza cuando le falta poder para recuperarlo, pensaba: "Maille volverá cualquier noche de éstas; Maille es audaz, no nos teme, nos desprecia, y cuando él sienta el deseo de chacchar bajo su techo y al lado de la vieja Nastasia, no habrá nada que lo detenga".
    Y los yayas pensaban bien. La choza sería la trampa en que habría de caer alguna vez el condenado. Y resolvieron vigilarla día y noche, por turno, con disimulo y tenacidad verdaderamente indios.
    Por eso aquella noche, apenas Cunce Maille penetró a su casa, un espía corrió a comunicar la noticia al jefe de los yayas.
    - Cunce Maille ha entrado a su casa, taita, Nastasia le ha abierto la puerta -exclamó palpitante, emocionado, estremecido aún por el temor, con la cara de un perro que viera a un león de repente.
    -¿Estás seguro, Santos?
    -Sí, taita. Nastasia lo abrazó. ¿A quién podrá abrazar la vieja Nastasia, taita? Es Cunce.
    -¿Está armado?
    -Con carabina, taita. Si vamos a sacarlo, iremos todos armados. Cunce es malo y tira bien.
    Y la noticia se esparció por el pueblo eléctricamente..."¡Ha llegado Cunce Maille! ¡Ha llegado Cunce Maille!" era la frase que repetían todos estremeciéndose. Inmediatamente se formaron grupos. Los hombres sacaron a relucir sus grandes garrotes -los garrotes de los momentos trágicos-; las mujeres, en cuclillas, comenzaron a formar ruedas frente a la puerta de sus casas, y los perros, inquietos, sacudidos por el instinto, a llamarse y a dialogar a la distancia.
    -¿Oyes, Cunce? -murmuró la vieja Nastasia, que, recelosa y con el oído pegado a la puerta, no perdía el menor ruido, mientras aquél, sentado sobre un banco, chacchaba impasible, como olvidado de las cosas del mundo-. Siento pasos que se acercan, y los perros se están preguntando quién ha venido de fuera. ¿No oyes? Te habrán visto. ¡Para qué habrás venido, guagua-yau!
    Cunce hizo un gesto desdeñoso y se limitó a decir:
    -Ya te he visto, mi vieja, y me he dado el gusto de saborear una chaccha en mi casa. Voime ya. Volveré otro día. Y el indio, levantándose y fingiendo una brusquedad que no sentía, esquivó el abrazo de su madre y, sin volverse, abrió la puerta, asomó la cabeza al ras del suelo y atisbo. Ni ruidos, ni bultos sospechosos; sólo una leve y rosada claridad comenzaba a teñir la cumbre de los cerros.
    Pero Maille era demasiado receloso y astuto, como buen indio, para fiarse de este silencio. Ordenóle a su madre pasar a la otra habitación y tenderse boca abajo, dio enseguida un paso atrás, para tomar impulso, y de un gran salto al sesgo salvó la puerta y echó a correr como una exhalación. Sonó una descarga y una lluvia de plomo acribilló la puerta de la choza, al mismo tiempo que innumerables grupos de indios armados de todas armas, aparecían por todas partes gritando: ¡Muera Cunce Maille! ¡Ushanan- jampi! ¡Ushanan-jampi!
    Maille apenas logró correr unos cien pasos, pues otra descarga, que recibió, de frente, le obligó a retroceder y escalar de cuatro saltos felinos el aislado campanario de la iglesia, desde donde, resuelto y feroz, empezó a disparar certeramente sobre los primeros que intentaron alcanzarle.
    Entonces comenzó algo jamás visto por esos hombres rudos y acostumbrados a todos los horrores y ferocidades; algo que, iniciado con un reto, llevaba trazas de acabar en una heroicidad monstruosa, épica, digna de la grandeza de un canto.
    A cada diez tiros de los sitiadores, tiros inútiles, de rifles anticuados, de escopetas inválidas, hechos por manos temblorosas, el sitiado respondía con uno invariablemente certero, que arrancaba un lamento y cien alaridos. A las dos horas había puesto fuera de combate a una docena de asaltantes, entre ellos a un yaya, lo que había enfurecido al pueblo entero.
    -¡Tomen, perros! -gritaba Maille a cada indio que derribaba-. Antes que me cojan mataré cincuenta. Cunce Maille vale cincuenta perros chupanes. ¿Dónde está Marcos Huacachino? ¿Quiere un poquito de cal para su boca con esta shipina?
    Y la shipina era el cañón del arma, que amenazadora y mortífera, apuntaba en todo sentido.
    Ante tanto horror, que parecía no tener término, los yayas, después de larga deliberación, resolvieron tratar con el rebelde. El comisionado debería comenzar por ofrecerle todo, hasta la vida, que, una vez abajo y entre ellos, ya se vería cómo eludir la palabra empeñada. Para esto era necesario un hombre animoso y astuto como Maille y de palabra capaz de convencer al más desconfiado.
    Alguien señaló a José Facundo. "Verdad exclamaron los demás-. Facundo engaña al zorro cuando quiere y hace bailar al jirca más furioso". Y Facundo, después de aceptar tranquilamente la honrosa comisión, recostó su escopeta en la tapia en que estaba parapetado, sentóse, sacó un puñado de coca y se puso a catipar religiosamente por espacio de diez minutos largos. Hecha la catipa y satisfecho del sabor de la coca, saltó la tapia y emprendió una vertiginosa carrera, llena de saltos y zigzags, en dirección al campanario gritando:
    -¡Amigo Cunce!, ¡amigo Cunce!, Facundo quiere hablarte.
    Cunce Maille le dejó llegar y una vez que lo vio sentarse en el primer escalón de la gradería le preguntó:
    -¿Qué quieres, Facundo?
    -Pedirte que bajes y te vayas.
    -¿Quién te manda?
    -¡Yayas!
    -Yayas son unos supaypa-huachasgan, que cuando huelen sangre quieren bebería. ¿No querrán beber la mía?
    -No; yayas me encargan decirte que si quieres te abrazarán Y beberán contigo un trago de chacta en el mismo jarro y te dejarán salir con la condición de que no vuelvas más.
    -Han querido matarme.
    -Ellos no; ushanan-jampi, nuestra ley. Ushanan-jampi igual para todos; pero se olvidará esta vez para ti. Están asombrados de tu valentía. Han preguntado a nuestro gran jirca-yayag y él ha dicho que no te toquen. También han catipado y la coca les ha dicho lo mismo. Están pesarosos.
    Cunce Maille vaciló, pero comprendiendo que la situación en que se encontraba no podía continuar indefinidamente, que, al fin, llegaría el instante en que habría de agotársele la munición y vendría el hambre, acabó por decir, al mismo tiempo que bajaba:
    -No quiero abrazos ni chacta. Que vengan aquí todos los yayas desarmados y, a veinte pasos de distancia, juren por nuestro jirca que me dejarán partir sin molestarme.
    Lo que pedía Maille era una enormidad, una enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo porque no estaba autorizado para ello sino porque ante el poder del ushanan- jampi no había juramento posible.
    Facundo vaciló también, pero su vacilación fue cosa de un instante. Y, después de reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la cola, replicó:
    -He venido a ofrecerte lo que pidas. Eres como mi hermano y yo le ofrezco lo que quiera a mi hermano. Y, abriendo los brazos, añadió:
    -Cunce, ¿no habrá para tu hermano Facundo un abrazo? Yo no soy yaya. Quiero tener el orgullo de decirle mañana a todo Chupan que me he abrazado con un valiente como tú.
    Maille desarrugó el ceño, sonrió ante la frase aduladora y, dejando su carabina a un lado, se precipitó en los brazos de Facundo. El choque fue terrible. En vez de un estrechón efusivo y breve, lo que sintió Maille fue el enroscamiento de dos brazos musculosos, que amenazaban ahogarle. Maille comprendió instantáneamente el lazo que se le había tendido y, rápido como el tigre, estrechó más fuerte a su adversario, levantóle en peso e intentó escalar con él el campanario. Pero al poner el pie en el primer escalón, Facundo que no había perdido la serenidad, con un brusco movimiento de riñones hizo perder a Maille el equilibrio, y ambos rodaron por el suelo, escupiéndose injurias y amenazas. Después de un violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos jadeaban, Maille logró quedar encima de su contendor.
    -¡Perro!, más perro que los yayas -exclamó Maille, trémulo de irá-; te voy a retacear allá arriba, después de comerte la lengua.
    Facundo cerró los ojos y se limitó a gritar rabiosamente:
    -¡Ya está!, ¡ya está!, ¡ya está! ¡Ushanan-jampi!
    -¡Calla, traidor! -volvió a rugir Maule, dándole un puñetazo feroz en la boca, y cogiendo a Facundo por la garganta se la apretó tan rudamente que le hizo saltar la lengua, una lengua lívida, viscosa, enorme, vibrante como la cola de un pez cogido por la cabeza, a la vez que entornaba los ojos y una gran conmoción se deslizaba por su cuerpo como una onda. Maille sonrió satánicamente; desenvainó el cuchillo, cortó de un tajo la lengua de su víctima y se levantó con intención de volver al campanario. Pero los sitiadores, que, aprovechando el tiempo que había durado la lucha, lo habían estrechamente rodeado, se lo impidieron. Un garrotazo en la cabeza lo aturdió; una puñalada en la espalda lo hizo tambalear; una pedrada en el pecho obligóle a soltar el cuchillo y llevarse las manos a la herida. Sin embargo, aún pudo reaccionar y abrirse paso a puñadas y puntapiés y llegar, batiéndose en retirada, hasta su casa. Pero la turba, que lo seguía de cerca, penetró tras él en el momento en que el infeliz caía en los brazos de su madre. Diez puñales se le hundieron en el cuerpo.
    -¡No le hagan así, taitas, que el corazón me duele! -gritó la vieja Nastasia, mientras, salpicado el rostro de sangre, caía de bruces, arrastrada por el desmadejado cuerpo de su hijo y por el choque de la feroz acometida. Entonces desarrollóse una escena horripilante, canibalesca. Los cuchillos, cansados de punzar, comenzaron a tajar, a partir, a descuartizar. Mientras una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, ésta cortaba la lengua y aquélla vaciaba el vientre de la víctima. Y todo esto acompañado de gritos, risotadas, insultos e imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los perros, que, a través de las piernas de los asesinos, daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco sangriento.
    -¡A arrastrarlo! -gritó una voz.
    -¡A arrastrarlo -respondieron cien más.
    -¡Ala quebrada con él!
    -¡Ala quebrada!
    Inmediatamente se le anudó una soga al cuello y comenzó el arrastre. Primero por el pueblo, para que, según los yayas todos vieran cómo se cumplía el ushanan-jampi, después por la senda de los cactus.
    Cuando los arrastradores, llegaron al fondo de la quebrada, a las orillas del Chillan, sólo quedaba de Cunce Maille la cabeza y un resto de espina dorsal. Lo demás quedóse entre los cactus; las puntas de las rocas y las quijadas insaciables de los perros.
    Seis meses después, todavía podía verse sobre el dintel de la puerta de la abandonada y siniestra casa de los Maille, unos colgajos secos, retorcidos, amarillentos, grasosos, a manera de guirnaldas: eran los intestinos de Cunce Maille, puestos allí por mandato de la justicia implacable de los yayas.

    Enrique López Albújar (Cuentos Andinos),Peruano
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Buenos Aires. Argentina
    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Fuerte, pero asi es el estilo de este autor que recogio la parte mas violenta de la cultura andina.


    Enrique López Albújar (*Piura, 23 de noviembre de 1872 - †Lima, 6 de marzo de 1966), fue un escritor peruano. Cultivó diferentes estilos en la narrativa y que es sobre todo conocido como uno de los creadores del indigenismo.


    Biografía

    Nació en la hacienda de Pátapo(Chiclayo) se consideró un Piurano porque la mayor parte de su vida la pasó en Piura; aunque en los años sesentas del pasado siglo XX hubo confusión acerca de su cuna considerándose erróneamente que fue en Chiclayo, pero él lo aclaró pues se consideraba el piurano de todos los piuranos, pues en sus memorias que escribió en 1962 expresó: "Soy de Piura, de una ciudad pomposamente radiante...". Y Piura lo consideró como hijo predilecto. La recordó en muchas de sus obras. Entre ellas. "De Mi Casona" refiriéndose al solar familiar en la Plaza Mayor de su natal San Miguel de Piura.

    Sus padres fueron: Manuel López Vilela y Manuela Albújar y Bravo. Estudió en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe y en sus vacaciones siempre viajaba a Piura. Estudió derecho en la Universidad de San Marcos.

    Ejerció la carrera judicial que lo llevó por diversas regiones del interior del país. Entre 1917 y 1923 fue juez de Huánuco, lo que le dio material para escribir cuentos acerca de los indígenas de la zona.

    Su obra literaria
    Fue uno de los novelistas más vigorosos del siglo XX y el primer escritor peruano que creó personajes indígenas de verdad.

    Inicialmente escribió cuentos de carácter modernista y generalmente fantásticos. En 1920, publicó "Cuentos Andinos", la primera obra importante del indigenismo. En sus relatos, centrados en la vida de los indígenas narraba muchas veces historias violentas, influido por el realismo, y no exentos de prejuicios, dando a conocer al indio, como primer personaje, sin el tratamiento paternalista como había ocurrido en el pasado, sino como verdadero ser humano; resaltando sus virtudes, sus vicios y, sobre todo, su humanidad.

    Asimismo, publicó en 1924, "De mi casona", uno de sus más hermosos libros narrando sus primeros recuerdos. En 1928 la novela "Matalaché", de carácter naturalista, sobre un tórrido romance entre una criolla y un esclavo durante la Independencia del Perú.

    Otras de sus obras son: "El hechizo de Tomaiquichua" en 1943 y "Nuevos cuentos andinos", en 1927. Tras haber sentado las bases del indigenismo, en los años 1950, terminó escribiendo cuentos realistas de temática urbana, que aparecen en su libro "Las caridades de la señora Tordoya" (1955).