Antes de marcharme voy a poner otro cuento. Las semillas de la discordia. Una noche un campesino de África vio que la discordia plantaba semillas en su campo. Se abstuvo de intervenir y la observó. Cuando ella terminó y se fue, él se pasó toda la noche recogiendo, con la ayuda de una linterna, las peligrosas semillas. Se las llevó a su casa sin decir una sola palabra a su familia. Al día siguiente, para deshacerse de las semillas, les dio un puñado a las gallinas. Pero apenas las picotearon se pusieron a pelear furiosamente, a muerte, entre ellas. Terminó con sus manos y brazos cubiertos de crueles picotazos. Buscando otra forma, tiró un puñado al río. Pero los peces, anguilas e incluso los hipopótamos empezaron a desplazarse, mientras olas enormes recorrían ese río habitualmente calmo, tan enormes que una parte de la llanura quedó inundada. Otro día tuvo la idea de triturar una parte y, sin decirle de qué se trataba, pedirle a su mujer que le preparara una torta. Se puso a comer aquella torta. pero apenas tragó el primer bocado, la encontró mal cocida, demasiado salada y empezó a reprochárselo a su mujer. Ella, que también acababa de terminar su primer bocado, replicó gritando que si su marido la encontraba mal preparada simplemente significaba que él era un imbécil, cosa que ella siempre había sospechado. Se desató tal ira entre ellos que fue necesaria la intervención de vecinos para separarlos. Pasaron unas semanas. Poco a poco recobraron la calma, pero el campesino, que había perdido el sueño y la sonrisa, sólo pensaba en las semillas que le quedaban. Pensó en hacer un viaje a algún país lejano. Sin embargo, como era un buen hombre, se decía que los países lejanos estaban sembrados de suficientes semillas de la discordia. Incluso pensó dirigirse hasta el mar para tirar su saco de semillas, pero temió crear una tempestad sin igual. Las buenas razones le hicieron renunciar a aquella idea. Cuando aparecieron los primeros brotes, vio con alegría que tendría una cosecha excepcional. En los campos vecinos se apresuraban a arrancar las malas hierbas. Él no tenía nada que hacer. La cosecha crecía espléndida y sana. Todas las mañanas veía crecer su prosperidad. Se dejó ganar por la ociosidad. Incluso aprovechó para visitar a unos primos que vivían a tres días de camino. A su regreso, las lamentaciones de su mujer y sus hijos le dieron las bienvenidas. En pocas horas una bandada de aves había desvastado su campo. No quedaba ni un solo brote. Los sabios del pueblo encontraron la razón de aquella desgracia. En los otros campos (que no habían sido desvastados), dijeron, siempre había habido un hombre trabajando moviéndose, haciendo ruido con sus herramientas. Por eso los pájaros se habían dirigido al único campo en el que no había nadie. Un campo magnifico, por otra parte. El campesino esperó la llegada de la noche, se levantó sin hacer ruido y sacó del escondite el saco con las últimas semillas. Fue hasta su campo y allí echó las semillas, una a una. Al volver al pueblo, vio a lo lejos que la discordia plantaba semillas en un pequeño bosque que pertenecía a uno de sus amigos. Un amigo al que quería mucho, y al que se guardó mucho de avisar.
Esto eran Tío Tigre, Tío Lión, Corroncholión y el Sapo que bailaban el bambuco todos cuatro. Y luego, tras de darle una intensa chupada a su cosechero hundiendo las mejillas casi hasta juntarlas dentro de la boca y ablandar muy bien con los dedos la punta del tabaco para que diera más humo, continuaba: Bueno, muchachitos. Una vez... iba Tío Conejo rastrojando por un cañero a la orilla de un camino y buscando algo que comer, aunque fueran raiciesitas de murrapa. Se conformaba con tan poca cosa porque sabía que no podía ir al platanar de Tío Hombre, ya que por esos lados lo estaban atisbando desde un andamio para matarlo con una escopeta de fisto, y a él lo horrorizaba el pensarse convertido en chuleta de guatín. Así que, sin comer platanitos ni arracachas desde hacía muchos días, iba tan pasado que la barriguita casi se le pegaba al espinazo. Estaba más delgadito que silbido de culebra y en comparación con él tenía más carne una guasca de amarrar quesitos. De pronto, por entre unas pencas de platanilla Tío Conejo vio a un montañero quiba pal pueblo llevando una jíquera con masitas y un tarro de miel, y el patecera, babeándose y relamiéndose sólo de pensar en lo que llevaba el ñuco, se dijo: – ¡Ah bueno y lo que lleva pa' la Nochebuena de su casa ese monta! ¡Lo que a Tío Hombre le robo yo esas cosas tan sabrosas o no me llamo Tío Conejo! Entonces se puso a pensar cómo haría para cumplir su palabra y echarle a su estómago manjares tan exquisitos, y se le ocurrió lo más peligroso del mundo, lo más arriesgado de la pelota. Claro, con tanta gurbia como la que tenía el pobre, se veía obligado a hacer cualquier cosa. Sin que se diera cuenta Tío Hombre, el Patecera se entró un poquito más pal monte y se las encumbró siguiendo la dirección que llevaba el montañero. Más adelantico dejó el rastrojo, salió al camino, y en medio de éste sé patasarribió haciéndose el muerto. Cuando el montañero llegó a donde estaba Tío Conejo, apenas lo vio se detuvo a curiosearlo y entonces dijo como si le estuviera hablando a otro hombre: – ¡Veeee un conejito muerto! ¡Qué pesar! ¿Quién lo mataría? ¿O sería que se murió de peste? Hijue el bueno pa' unos zamarros. Pero, ¿yo qué saco con un solo cuerito? No me alcanza. Porque pa' comer no sirve este guatincito, pues pudo ser apestado que se murió. Por cierto que está hasta muy flaquito. Se le pueden contar todas las costillitas. Tío Hombre hizo a un lado con un caragüelo que llevaba a Tío Conejo y siguió su camino. Cuando iba más adelantico y así que ya no podía verlo, Tío Conejo se levantó con mañita, volvió a meterse entre el cañero, se las emplumó a todas las que tenía para salirle adelante al ñuco, y otra vez salió al camino haciéndose el muerto. Cuando Tío Hombre llegó a donde él estaba y lo encontró, se detuvo observándolo y dijo: – ¡Veeee otro guatincito muerto! ¡Qué cosa tan rara! Y ya van dos que me he topado. Los precisos para unos zamarros macuencos. Pero no los cojo. Seguramente por aquí anda una peste espantosa y lo fijo es que la llevo a la casa pa' que se me infesten todos los animales. Haciéndole el asco lo apartó para un lado con el caragüelo y siguió su camino dejando otra vez metido a Tío Conejo. Pero éste no era de los que se daban por vencidos así como así, y mucho menos ahora que había seguido de cerca los quesitos y la miel y que con mayor razón se babeaba por esos manjares tan sabrosos. Así que otra vez y apenas iba Tío Hombre medio lejitos y no lo podía ver, cogió el monte lo mismo que lo había hecho antes echándole travesía al montañero para salirle adelante y se le volvió a aparecer patasarribiado en medio camino como si estuviera muerto. Pero como había oído lo que dijera Tío Hombre de la peste, antes de salir del rastrojo se refregó unas moras maduras en toda la barriga para hacerle creer que eso era sangre y que se había muerto más bien matado que de pura enfermedad. Cuando el montañero llegó a donde estaba Tío Conejo y lo vio, abrió tamaños ojos y muy sorprendido, como asustado o arisco de encontrar tanto guatín muerto, se le acercó de medio lado diciendo: – ¡Veeee otro conejito muerto! Y ya van tres que me he topado. ¡Qué cosa más particular, hombre! Y no hay tal peste, sino que han sido matados por algún chandoso que anda por ahí haciendo ochas. Seguro que no reparé bien en los otros, porque a éste se le ve patente la sangrecita de los mordiscos. Yo siempre es que me vuelvo por los que dejé atrás. Voy a echarlo en la jíquera antes de que pase otro cristiano menos sorombático que yo y se lo lleve. Y para no cargar de vuelta con tanto joto, voy a esconder todo esto mientras vuelvo. Pueda ser que no se los haya llevado nadie. Qué bobada la mía no haberlos cogidos todos. Y dicho y hecho: Recogió el montañero a Tío Conejo, que casi no respiraba, lo metió entre la jíquera en la que llevaba los quesos y el tarro de miel, y fue a esconder ésta debajo de un montón de chilcos que había en una chamba. Entonces el muy zopenco dejó allí todo y se volvió dizque a traerse los otros guatines. Cuando Tío Hombre desapareció en una vuelta del camino, Tío Conejo, que lo estaba viendo por entre las cabuyas de la jíquera, se levantó a toda carrera, se salió como pudo de donde lo habían metido, se echó al hombro las cosas del montañero, y se abrió a todas las que tenía por un rastrojo abajo. Por allá muy lejos, al pie de un nacedero, se detuvo y sentándose muy contento sobre una raíz del árbol, comió quesito y bebió miel hasta que casi se revienta. Cuando estuvo que ya casi se lo tocaba todo con el dedo de puro lleno, vio que le sobraba mucha miel y entonces, pensando en meterles un buen susto a todos los demás animales del monte, se la echó encima y se puso a revolcarse en el hojarasquero que había debajo de los árboles. Todas las hojas y palitos secos que allí había se le pegaron al cuero y quedó grandote como un marrano, muy parecido a un erizo y más feo que el Enemigo Malo. Entonces echó a correr y viendo a Tía Zorra que en esos momentos atisbaba a unos pobres pinches que le daban de comer a dos lempos de chamones, le gritó cambiando de voz: – ¡A un lado, partida de enteleridos y rangalíes que aquí va el mismísimo Gran Charamusquín del Monte en persona! Y Tía la Zorra y todos los animales que iba topando en su camino, salían como alma que persigue el Patas muertos de la terronera al ver eso tan raro que iba como rodando falda abajo. Otro día les cuento, carajitos, el Cuento de Tío Conejo y el muñeco de cera –terminaba diciendo Rigoberto– mientras se levantaba medio entumecido para dirigirse al cuarto de los avíos en el cual, por una concesión especial para él, tenía su lecho con colchón de gualdrapas y costales. Y añadía, ya desde la puerta de su habitación, dirigiéndose a nosotros que subíamos la escala de la casa alumbrada por una vela que desde lo alto levantaba mi madre que nos esperaba: – Muy juiciositos, muchachos. Y por ahora sepan y entiendan que esto eran Tío Tigre, Tío Lión, Corronchilón y el Sapo, que bailaban en bambuco todos cuatro. Poco más tarde todos dormíamos soñando con las deliciosas picardías del zambito del Tío Conejo.
LA POBRE VIEJECITA Cuento en verso de Rafael Pombo Érase una viejecita sin nadita que comer sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez. Bebía caldo, chocolate, leche, vino, té y café, y la pobre no encontraba qué comer ni qué beber. Y esta vieja no tenía ni un ranchito en qué vivir fuera de una casa grande con su huerta y su jardín. Nadie, nadie la cuidaba sino Andrés y Juan y Gil y ocho criadas y dos pajes de librea y corbatín. Nunca tuvo en qué sentarse sino sillas y sofás con banquitos y cojines y resorte al espaldar. Ni otra cama que una grande más dorada que un altar, con colchón de blanda pluma, mucha seda y mucho holán. Y esta pobre viejecita cada año hasta su fin, tuvo un año más de vieja y uno menos que vivir. Y al mirarse en el espejo la espantaba siempre allí otra vieja de antiparras, papalina y peluquín. Y esta pobre viejecita no tenía qué vestir sino trajes de mil cortes y de telas mil y mil. Y a no ser por sus zapatos chanclas, botas y escarpín, descalcita por el suelo anduviera la infeliz. Apetito nunca tuvo acabando de comer, ni gozó salud completa cuando no se hallaba bien. Se murió de mal de arrugas, ya encorvada como un 3, y jamás volvió a quejarse ni de hambre ni de sed. Y esta pobre viejecita al morir no dejó más que onzas, joyas, tierras, casas, ocho gatos y un turpial. Duerma en paz, y Dios permita que logremos disfrutar las pobrezas de esta pobre Y morir del mismo mal.
Joliiiiiiiines Todos son preciosos. Unos dicen que "la avarícia rompe el saco", otros que "el destino es el destino", etc, etc.. En fin, encantada de leeros. Allá va otro trocito del mío. EL LIBRO DE LA PAZ de Bernard Benson Viene de la pag.7 nº 105 “Lo subieron en un avión especial y cuando llegó ante la Residencia Presidencial, ¡el Presidente lo esperaba al pie de la escalinata!. Lo condujo a uno de sus dieciocho salones e hizo que un mayordomo de guantes blancos le sirviera in gran vaso de leche con cacao. Mientras tanto, el Presidente le dijo: - Gracias por haber venido. Tu has dicho muy pocas cosas y, no obstante, el mundo entero te ha escuchado. Nosotros a menudo decimos muchas, pero parece que nadie escuche con atención. - Ah!.- respondió el niño educadamente. - Yo también te he escuchado.- continuó el Presidente -. Y lo que has dicho me parece muy acertado ……. Todo tiene un final, y nuestra civilización corre el peligro de llegar a la suya, justo cuando casi se podría hacer todo para la felicidad de la gente.” El hombre tenía una cara gentil a más no poder……., aunque infinitamente triste. - Hemos hecho girar la tierra contra ella misma.- continuo -. Hemos cogido la energía de sus entrañas y la hemos utilizado para saquearla ….., violarla. Hemos acaparado, en provecho de esta sola generación, todo el legado que teníamos que custodiar para transmitirlo a nuestros hijos ……., y a los hijos de nuestros hijos!. Les hemos quitado a nuestros propios hijos la herencia que les tocaba, pero sin parar de quejarnos ni de chillar a los ladrones. No somos más que una generación de ladronzuelos. - Quisiera saber una cosa.- dijo el niño - Qué? - Algunas veces he oído a mi padre hablar de N.D.T. …….., pero el no quiere decirme que es. - De qué trabaja tu papá? - Es un sabio, trabaja en la Universidad. - De profesor? - No ……….., trabaja para el Gobierno. - Ah!!! ya lo entiendo. - Mi padre dice que nuestro NDT tan solo es de 115, pero si conseguimos hacerlo subir a 125 …….., entonces estaremos seguros!! - Realmente no es un tema para niños.- opinó el Presidente - Puede ser, pero ….., ¿eso nos afecta a los niños? - Si, que os afecta! - Entonces, también es un problema nuestro y quiero saberlo. Se produjo un silencio durante el cual el Presidente le daba vueltas a una galleta pensando “¿cómo le explico que quiere decir eso?” y, con tos dudosa, prosiguió: - De hecho, se trata del ……, Nivel de Destrucción Tolerable. - …………….., qué clase de cosa es ESO??? - Significa que si matamos a 115 millones de personas, los demás, podremos ir tirando. - Y …….., ¿Qué haréis de los 115 millones?.- pregunto el niño alarmado. - Estarán muertos, ya nada les afectará, entonces el resto nos tendremos que preocupar por ¡¡ sobrevivir !!. Ya te avisé que estas cosas son difíciles de entender. La ciencia de la guerra es un campo muy especializado y tan solo algunos expertos llegan a verlo claro …….., yo mismo ¡¡¡ no entiendo gran cosa !!! Si nuestro país tan solo es capaz de soportar una destrucción de 115 millones de personas ….., quiere decir que somos sensiblemente más vulnerables que en la hipótesis de que pudiésemos perder 125 millones ………, y a pesar de eso sobrevivir!!. Esta es la razón por la que tenemos que esforzarnos a conseguir un NDT cuanto más elevado mejor ….., es muy lógico ….., ¿no?. Se quedaron unos instantes sin decir nada …….., mirándose directamente a los ojos y entonces el Presidente suspiró y añadió: - Demasiada velocidad y poca prudencia. - Y ¿no es, quizás, esta la causa de los accidentes que tiene la gente?.- dijo el niño - ¡¡ Exactamente !!.- respondió el Presidente y, como iba moviendo la cabeza al hablar, a través de la camisa abierta apareció una pequeña llave que llevaba colgada al cuello con una cadenita. - ¿es la llave de tu hucha?.- preguntó el niño - ¡¡ Ya me gustaría a mi !!! .- respondió el Presidente-. No, esta llave es mi pesadilla. Es la llave de las más negras perspectivas de la humanidad. Es la llave de la MUERTE. Un hombre me sigue constantemente y lleva un maletín negro. Si, de repente, alguna cosa toma un mal rumbo, depende tan solo de mi introducir esta llave en la cerradura del maletín y ….., girarla ……., y, si hiciera eso, provocaría instantáneamente la muerte de millones de hombres, de mujeres y niños y, lo que es peor, otros tantos millones quedarían medio muertos ……, horriblemente quemados ……, condenados a extinguirse lentamente en medio de abominables sufrimientos. Los niños morirían sin tener a su lado nada más que moribundos. - ¡¡ Anda, no creo nada de eso que me ha explicado, Señor !! De verdad que no puedo creeros. - A pesar de ello, es cierto.- contestó el Presidente con la cara todavía más triste y sus ojos mucho más. - Y ……, ¿si no giráis la llave? - Millones y millones corren el riesgo de morir igualmente. - Pero, ¿cómo puede estar seguro que la tiene que girar? - Quizás no habrá suficiente tiempo para estar seguro. Quién sabe si todo será demasiado rápido !!!. - A ver si lo he entendido.- repuso el niño -. Podéis girar la llave cuando no deberíais hacerlo y morirían millones de personas y ….., si no la girarais en el momento adecuado, millones de personas morirían igualmente. - ¡Exactamente! Mientras hablaban, el Presidente tenía la pequeña llave en sus manos y le daba vueltas. - ¿Quieres tocarla?.- le pregunto al niño acercándole la llave. - OH NOOOOO!!!.- respondió dando un gran salto hacia atrás -. Y, ¿si por casualidad no la lleváis encima? - La llevo siempre conmigo - Hasta de noche? - si - y cuando vais de excursión? - si - y cuando vais a misa? - si - y en la cama? - si - y en el baño? - si …., siempre, tanto de día como de noche !! - y el hombre del maletín? - Me sigue allá donde voy. - Entonces …….., ¡¡ eso no es vida !! - No, .- contestó el Presidente en voz muy baja -. Esto no es vivir. - ¡¡ No me lo puedo creer !!!-.- contestó el niño con semblante pálido -. La existencia de esta llave es secreta? - No, todo el mundo está al corriente, los diarios hablan de ello desde hace muchos años. - Y ……, ¿por qué no se hace nada antes de que sea demasiado tarde? - Quizás la gente se niega a pensarlo, o bien no saben que hacer, o sencillamense te han resignado a esta idea. Es la vida ……, dicen, aún sabiendo que están condenados a muerte. - ¿Por qué usted mismo no hace algo?.- preguntó el niño con insistencia. - IMPOSIBLE !!! Primero tendríamos que ponernos todos de acuerdo y …….., eso está muy pero que muy lejos. - Pero tenemos que HACER ALGO !!!!!.- gritó ya el niño, cogiéndose la cabeza entre las manos-. Y si todos los HABITANTES del PLANETA supieran lo que les espera verdaderamente, ¿eso serviría de alguna cosa? - Posiblemente.- contestó el Presi moviendo la cabeza.- pero nunca se ha intentado en serio. - ¡¡¡ PUES SE LO TENEIS QUE EXPLICAR !! - A menudo lo he pensado.- respondió el Presi en tono cansado. - Pues ………., ¡¡¡ SI USTED NO LO HACE LO HARÉ YO MISMO !!!!, exclamó el niño levantándose de la silla. - ¡¡ Cuidado !!.- replicó el Presidente -., si llegan a imaginarse que, por culpa mía, tienen que perder su puesto de trabajo en las fábricas de armas, existe el riesgo de que, muy amablemente, ¡ me pasen al paro ! - Demostradles que, con el simple hecho de reconstruir en todo el mundo lo que el hombre ha estropeado y construir lo que necesita ser edificado, ¡¡ será más que suficiente para ocuparlos a todos y a plena dedicación !!. Continuara ……… Muchos a tod@s. P.D. CHIPI, ¿sabes que tu cuñada se llama como yo? ¡¡ o yo como ella !!
MamaAnna, menudo trabajo... Muchísimas gracias por todo el esfuerzo que haces. No me pierdo uno. Bueno, ayer no puese cuento porque tuve que salir a hacer un favorcillo a un amigo. Hoy he encontrado este cuento árabe. Amigos. Dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron.El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena: "Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro". Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra: "Hoy mi mejor amigo me salvó la vida". Intrigado, el amigo preguntó: -¿Por qué, después que te lastimé, escribiste en la arena, y ahora escribes en una piedra? Sonriendo, el otro amigo respondió: -Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.
Menuda sorpresa!!!! Hace poco más de una semana que compré por internet el libró que os conté, del hombre que se sacaba los huesos... Me dieron un plazo de entrega de 45 días laborables, pero me lo han traído hoy. Qué eficientes son estos alemanes. No se si ponerlo ya o dejarlo para mañana... Bueno, va! Me pueden las ganas. "Sacarse todos los huesos" de Juan Aburto. Fue durante una sesión de su gremio que el joven Muñóz inició su grotesca aventura. La sesión no le interesaba gran cosa y allí se estuvo, distraído, viendo para arriba. También jincándose los dientes. Tenía él una partidura en los incisivos, tal vez de una antigua caries. La cosa es que puyándose el diente, movíendose la muela, de repente sintió “crac” y se le vino todo un pedazo de maxilar superior. Le dio vergüenza y susto aquello. Por dicha la sesión terminaba, se levantaron todos y él con el pedazo enorme de hueso con dientes en la mano. Para disimular se lo echó en la camisa y fue saliendo entre sus compañeros. Ya solo, por la calle, lo examinó. Lo limpió con la manga y le quitó unos restos que traía de comida adherida. Preocupado pensó en colocárselo de nuevo, pero a esa hora su dentista ya habría cerrado su clínica. Entonces decidió hacérselo él mismo. Detrás de un bajareque de una casa derruída hizo el esfuerzo y, otra vez, “crac”, le quedó ensamblado el pedazo de maxilar.. Quizá un poco de lado, pero fue haciendo como que masticaba, como que bostezaba, y por fin todo le quedó bien. Más tarde, ya en su casa, pensó: ¿y si tanteara con el otro pedazo? Comenzó a hacer la prueba. Se lo jaló para un lado y para el otro. Lo traqueteó. Y zas, allí estaba el otro pedazo de quijada en su mano. Y no le costó mucho después volver a ponérselo. Enseguida fue probando con el maxilar inferior. Como quien desarma una máquina un poco suave, un poco delicada, se lo fue zafando. Ya después fue cosa de quitar y poner rápidamente. Todo chumpapo, le quedaba la gran bolsa de la boca vacía, flácida. De tal manera que urdió hurgarse el interior del tórax. Trabajosamente se introducía la mano y parte del antebrazo y comenzaba a palparlo todo por dentro. Los omóplatos, las clavículas atravesadas, el esternón perpendicular, los costillares ajustados en arcos. ¿Y si probara con algunos de estos huesos? Primero comenzó con la clavícula izquierda. La sobó bien, la reconoció, le averiguó las engarzaduras. Se acercó a la pared y principió a golpearse contra el hombro mientras tironeaba desde adentro. Así la fue desencajando hasta desprenderla totalmente. Había visto él un prestidigitador que se metía y sacaba espadas dentro de la boca, hasta el estómago. Y así lo imitó. Puso el pescuezo bien largo, estirado, y la clavícula totalmente desprendida fue surgiendo lentamente. En días posteriores ideó unos como bastoncillos de metal blando, con ganchos y garfios para desprender y jalar. También unas varitas de palo curvo para ir golpeando desde adentro y desde afuera las articulaciones. Entonces probó con los omóplatos. Y enseguida, con el esternón. Esto le costó algo más porque estaba muy firme. Pero con un pequeño mazo de madera, apoyado él verticalmente contra la mesa, de barriga, golpeando unas veces desde arriba y desde abajo otras, lo fue extrayendo. Más tarde inició el retiro de las costillas. Ya con toda la huesa superior fuera, esto fue más fácil. Se introducía profundamente la mano, hurgaba como dentro de un saco, iba palpando, recorriéndolo todo, desprendiendo, desajustando, aflojando, hasta que, momentos después, se encontraba con el hueso en la mano, contemplándolo, limpiándolo complacido. El gran hueso rosa-pálido, viscoso, lucio. Lo mejor que todo se le daba sin violencia, sin dolor; las carnosidades como que se apartaban, las musculaciones se distendían y allí quedaba el hueso solo, apartado, listo para la extracción. Yo me lo encontré un día en la calle. – ¡Hombre, Muñóz, cuánto tiempo de no verte! Y le di un abrazo. Me asusté de estrechar aquella masa fofa de la camisa, el saco y el pellejo colgando del cuello, vacía, flotante. – ¿Ydiay –le pregunté– te operaron? Entonces me contó su secreto. Me llevó a su casa. Allí tenía, en una bolsa de plástico, todos untados de una mezcla de gelatina con manteca vegetal, para conservarlos bien, los costillares, los omóplatos, las clavículas y el esternón, tabas, goznes y alguna vértebra. – Hombre, Muñóz, no fregués; esto no deja de ser una chanchada, le dije. – Pues cómo no, pero nadie lo sabe. Y sólo a vos te lo cuento; guardame el secreto. Ni mi mamá lo conoce. – De todos modos, está bueno ésto, le contesté. ¿Y qué más pensás hacer? – Pues mi ideal es llegar a sacármelo todo, todo menos los menudos. Eso allí lo dejo. Pero fijate, ya sin quijadas, ni espinazo, ni fémures, ni tibias, ni peronés, ni húmeros, ni cúbitos, ni radios, ni ilíacos, ni metacarpios, ni metatarsos, ni nada, ya podré ser feliz. Lo mejor que no me cuesta mucho, ni me duele gran cosa. – ¿Bueno, le dije, pero cómo has podido ir hacíendolo todo tan bonito, hueso por hueso? – Pues yo lo tengo aprendido. También me compré una serie de estampas osteológicas, de esas que ponen en los colegios y ya conozco la posición de todos ellos. Y ni necesito ayudante. – Qué bueno, Muñóz. Pero a esto podrías sacarle plata. ¿No has pensado, por ejemplo, trabajar en un circo? – Pues sí, pero me da vergüenza. Vos sabés que yo soy muy tímido. Además la gente de este país es pendeja. Fijate, ¿qué hago si más bien les da asco y se ponen a vomitar? ¿Imaginate todo el mundo arrojando y yo allí en medio, de chocho, sacándome los huesos bajo un reflector? ¡No jodás, ya me sacan los dueños a patadas!... – Ajá, tenés razón. Pero creo que de todos modos hay que darle alguna utilidad. Con esa habilidad que vos tenés, sacarse todos los huesos por puro gusto, es babosada... – Pues no, hom... Ya lo he pensado. Ve, vos sabés que yo soy muy haragán. La verdad es que nunca me ha gustado trabajar. Ve, por ejemplo: me voy sacando los huesos, ¿verdá? Y voy quedando vacío. Todo yo flojo, sin nada que me pese adentro, pues me pongo en un sillón, todo aguado, adaptado bien al asiento, a los planos del sillón, como un trapo, descansando bien. ¡Qué rico! O si no, me cuelgo en un alambre del patio, doblado en dos como los relojes de Dalí, y allí me estoy, mecido por la brisa. ¡Qué lindo! – Está bueno éso, Muñóz; sos dichoso vos, ¿ah? ¿Ajá, y en qué está ahora? – Pues he estado pensando en la cabeza, pero me da miedo. Puedo quedar loco y nadie me va a poder armar otra vez. No hallo qué hacer con la bola de los sesos cuando me quite los pedazos de cráneo y tal vez después, si me decido, no me voy a poder meter todo de nuevo. – ¿Ajá, y cómo vas a hacer? – Pues pienso preguntarle con disimulo a algún especialista en osamentas. Tal vez le presto uno de esos martillitos que ellos tienen en sus clínicas y me voy dando despacito de un lado y de otro, en el frontal, en los parietales, en los temporales, en el occipital, ¡y ras! – Sí, pero yo lo veo peligroso todo éso. – Por eso es que no me atrevo. Mejor cojo para abajo, pero lo que me está atrasando es la pelvis. Apenas me la puedo agarrar con los dedos y son muy anchos los huesos. Si me la saco para arriba me puedo rajar la boca y si me la saco por abajo es una vulgaridad. ¡Y cuándo recorro como veinte vara de intestino, hermano!... – ¿Hombre y por qué no te casás, en vez de andar con esa manía cochina de los huesos? – ¡Y quién va a querer a un hombre ya todo medio aguado! Además, ninguna mujer de éstas me va poder entender a mí. En otra ocasión me comunicó una nueva idea sobre su caso. Ya completamente deshuesado, trataría de inflarse como globo para perderse, dormido, en el espacio. – Qué bonito, Muñóz, le dije yo. Eso sería más romántico que quedarte doblado allí en el alambre del patio. No he vuelto a encontrarme con Muñóz. Ojalá que triunfe. La verdad es que bien puede poner el nombre del país en alto. La última vez que lo vi estaba encerrado en su cuarto, sudando a chorros, con el pellejo todo arrugado y colgante; y él dificultosamente empeñado en sacarse uno de sus últimos huesos.
hola lei todo LA JUNTA DE lOS RATONES chagal creo que el gato se quedo sin cascabel El hijo y el leon pintado el padre construyo su sueño sin sabelo Las semillas de la discordia. a vece callamo cosas porque pensamo que es peor si las decimo pero cuantas veces dejamo por silencio "justo" a las personas sufrir Esto eran Tío Tigre, Tío Lión, Corroncholión y el Sapo que bailaban el bambuco todos cuatro. chagal que tipo mas veeeecerro LA POBRE VIEJECITA menos mal que no tenia nada digame si tubiera EL LIBRO DE LA PAZ de Bernard Benson mamana que libro mas fino voy a ve si lo encuentro pero sigo leyendo tu traducion p.d. tienes un bonito nombre Amigos. asi deberia ser ana pero a veces escribimos mas en la piedra que en la arena Sacarse todos los huesos bonito jobbi tenia el hombre me gusto asta pronto
Eduardo Galeano Terapia Intensiva Lo encontraron en su casa de Buenos Aires, caído en el suelo, desmayado, respirando apenitas. Mario Benedetti había sufrido el más feroz ataque de asma de toda su vida. En el Hospital Alemán, el oxígeno y las inyecciones lo devolvieron, poquito a poco, al mundo, o a algún otro planeta más o menos parecido. Cuando alzaba los párpados, veía muñequitos que bailaban, tomados de la mano, en la remota pared, y entonces volvía a sumergirse en un silencio asueñado y ausente. Estaba molido. Había sido aporreado por Joe Louis, Rocky Marciano y Cassius Clay, todos a la vez, aunque él nunca les había hecho nada. Escuchó voces. Las voces iban y venían, se acercaban, se alejaban, y en alemán decían algo así como mal, mal, lo veo muy mal; un caso difícil, difícil; quién sabe si pasa de esta noche. Mario abrió un ojo y no vio muñequitos. Vio unas túnicas blancas, al pie de su cama. Con voz de bandera arriada, preguntó: —¿Tan grave estoy? Lo preguntó en perfecto alemán. Y uno de los médicos se indignó: —¿Y usted por qué habla alemán, si se llama Benedetti? El ataque de risa lo curó del ataque de asma y le salvó la vida. besos, vega
Chagall muy bueno MamaAnna80, cada trocito que nos lees mas ganas tenemos de q siga Evapatry, q buena q te haya llegado el libro!!! A mi me ha sorprendido muchisimo el cuento, queremos mas...... Vega finisimo como dicen por aqui Y yo.....esta noche otro Un abrazo a tod@s
hola buenos dia a todos ya me preguntaba que estara aciendo no crea que porque no te esscribo te olvido ya sabe que te quiero mucho gatica de peluche muy buen relato vega y mira es cierto si rie mucho te cura de todo lo que tenga no importa que crea que esta loco rie siempre bcc quien sera ese espero sus cuento para leelo en la noche y estoy un poco flojo tengo tiempo que no pongo ninguno voy a busca uno bien finisimo y lo pongo asta pronto
Chagall, ayer me olvidé de decirte lo mucho que me gustaron tus cuentos, el de Tio Conejo me recordó a los cuentos que me contaban de pequeña de Tio Coyote y Tio Conejo. ¿Los conoces? Y el de Pombo es fantástico, pero ni que decir tiene. Vega, cuánto tiempo! Como veo que también te gustan los cuentos de Galeano y Benedetti, te voy a hacer una pregunta a ver si tú lo sabes. Me dejó una amiga hace tiempo un libro de cuentos, no se si de Galeano o Benedetti, en el que había un cuento escrito con todas las palabras inventadas, o mal escritas (ya no recuerdo), pero que se leía perfectamente. ¿Tú sabes cuál es? En breve os pongo otro cuento del libro de ayer. Se llama "Los Desaparecidos y otros cuentos". Hoy pondré el de los desaparecidos. A ver si me cabe en un sólo mensaje, porque es un poco largo. Ah! Chipi, cuéntate alguno más, que hace mucho que no nos cuentas nada. Por cierto, siempre me llamas Ana (supongo que me confundes con Ana Patricia) y yo soy Eva. No me importa, pero si quieres, llámame Patricia o Patry, que es como me llaman mi familia y amigos. Así vale para las dos igual.
Desaparecidos Bien sabía él que en las ciudades grandes se registran con frecuencia misteriosas desapariciones de personas. Algunas son grotescas, como la del fulano que sale el sábado para su trabajo y después de tres días de angustia de la familia aparece todo turbio en el balneario de Masachapa o en algún motel de las afueras, agradablemente acompañado... Otras son trágicas, porque aparecen flotando ya hinchados, en el lago o en Tiscapa, ignorados por sus familiares, que nunca los reclaman. O bien amanecen despanzurrados, irreconocibles, a orillas de la carretera; o desangrados ya, y fríos, apuñalados, cerca de algún tugurio. Las morgues viven repletas de ellos. Empero en estos casos al menos existe la posibilidad o el consuelo de ver y sepultar el cadáver, si bien otros muchos son enterrados por la Municipalidad porque sus parientes, si los tienen, nunca vienen por ellos. Y quizá se quedan esperándolos en casa por el resto de sus vidas. Mas también tenía noticia de otras desapariciones mayormente misteriosas y hasta sobrecogedoras, de personas conocidas y caracterizadas, de personas que desaparecieron para siempre sin dejar rastro, a pesar de las incesantes minuciosas búsquedas de sus familiares y las autoridades. Entre muchos casos de éstos, ocurridos en Europa, rocordaba el de una joven inglesa que llegó con un grupo turístico a París. Una tarde que volvieron de paseo al hotel, habiendo llegado a su cuarto notó que había olvidado su bolso al parecer en el lobby, y bajó a recogerlo. No regresó nunca. La buscaron toda la noche en el edificio, los establecimientos cercanos, en el Sena, inútilmente. Su padre hizo movilizarse a Scotland Yard; todo inútil. Y no sólo individualmente se han perdido personas en definitiva. También en grupos. Por ejemplo, se había enterado de una familia de cuatro campesinos franceses que iban a la capital una madrugada con su carro de nabos. Jamás llegaron a París ni regresaron a su pueblo. Y son tantas las desapariciones de este tipo que ya se ha establecido una oficina internacional, le parecía recordar que en Zurich, destinada a las investigaciones extraordinarias que demandan los parientes de los desaparecidos. Su labor tiene ramificaciones por todo el continente europeo, y todo ello sin ningún éxito hasta ahora, lo que hace aterradores los sucesos. Aquí en el país sabía de dos casos, espantables ambos. En León, el del Sr. Candia, a mediados del siglo pasado. El Sr. Candia era un hombre muy rico, respetado, honorable y de costumbres austeras. No tenía enemigos. Un mediodía, al momento de sentarse a la mesa, se sabe que recibió una visita. La atendió unos instantes y se acercó para indicarle a su esposa que no sirviera el almuerzo hasta que regresara, pues tenía que salir por un momento. Pasaron horas, llegó la noche, el siguiente día y el señor no volvió. Lo buscaron en casa de sus amigos, por toda la ciudad, en el hospital, en la cárcel, exploraron los bosques vecinos, sondearon ríos, escudriñaron pozos y barrancos, recorrieron las costas de Poneloya. Más tarde pusieron exhortos a la forntera de Costa Rica, a la de Honduras y de El Salvador. Pero nunca se le encontró. Y ni si quiera se supo de alguien que lo haya visto, ni en la calle ni en las cercanías de su casa. Nunca se encontró tampoco un cadaver o una osamenta con la cual poder identificarlo. Jamás se supo de él. El otro caso fue en Managua. Había leído él las memorias de alguien relatando el suceso, ocurrido como setenta u ochenta años atrás. Se trataba de un sastre o zapatero remendón, no lo recordaba bien, que vivía con su mujer en una casita a orillas de la ciudad. El hombre éste no tenía amigos y era de costumbres sobrias: prácticamente no salía nunca. Una media noche llamaron a su puerta. Salió él y su mujer pudo escuchar el rumor de las palabras que intercambiaba con alguien. Volvió para decirle a la mujer que necesitaba salir por unos instantes, que ya regresaba. Terminó de vestirse, salió y se fue. No regresó jamás. Lo ocurrido causó el natural revuelo. Se hicieron investigaciones, pero tratándose de gente humilde, no llegaron a ser exhaustivas y las abandonaron pronto, infructuosamente. Sin embargo, el misterio del suceso nunca fue olvidado. Dominado por el recuerdo constante de aquellas desapariciones, algunas de las cuales eran ya leyendas espeluznantes entre la gente de la calle, se daba a conjeturar sus causas y destinos, su misterio apasionante y sobrecogedor. En los diarios perseguía las noticias policíacas de secuestros, de personas perdidas, y procuraba indagar si habían vuelto alguna vez; y en publicaciones extranjeras rastreaba el proceso de las vastas averiguaciones que había demandado la desaparición total de individuos conocidos, por los que nadie había pedido jamás ningún rescate. Y a sus amigos y compañeros preguntábales sobre nuevos casos, que ellos conocieran, de gentes que salieron de sus casas un día para nunca volver. ¿Por qué se producía esa clase de desapariciones? ¿A qué se debe que nunca resultan huellas, ni indicios ni siquiera alguna parte de los restos de los desaparecidos? ¿Qué interés tenebroso guía a sus secuestradores? ¿Qué se hace con los cuerpos de los secuestrados? Mil preguntas como éstas, que le era imposible contestarse, llenaban su mente ya inquieta y alucinada. De este modo, se decía, uno vive rodeado del peligro de desaparecer también; uno mismo, o el padre, o un amigo, o los hijos, cualquier día de éstos. Y no había, al parecer, poder alguno sobre la tierra que pudiera impedirlo. Quizás mañana o esta misma noche, la semana que viene, podría producirse el escamoteo definitivo de un hombre conocido. Y todo ello en silencio, sin escándalo, sin estruendo. Nadie oiría ruido alguno de vehículo, forcejeos o carreras en la oscuridad. Ni una alta voz, ni un grito, ni un quejido. Nada. Ahora bien, ¿quiénes eran los captores? Quizá aberrados sexuales, para perpetrar orgías espantosas con los cadáveres; o tal vez criminales médicos-fisiólogos, para sus tenebrosas prácticas de disección. Pero, no. Ahí estaba, casualmente, el hecho contradictorio de que nunca aparecían tampoco, ni huesa, ni miembros, ni trozo alguno de los cuerpos de los desaparecidos. Parecía, pues, que existiera –no podía imaginarse él– qué propósito oculto y enloquecedor, de tomar la persona entera, hacerla desaparecer y no volverla jamás. Ahora sus conjeturas tomaban otro rumbo, afiebrado y fantástico. ¿Serían, acaso, entidades de otros planetas, que a veces vienen hasta aquí, a deshora, a recoger violentamente seres humanos para coleccionarlos? ¿O no será, sencillamente, Satanás que, queriéndole jugar una burla a la divinidad, arrebata de repente un alma con cuerpo y todo? ¿O bien, por el contrario, si será un nuevo carro de Elías, levantando de improviso a los justos para transportarlos a regiones excelsas? El hecho es que la desaparición ocurría y nada ni nadie podía explicarla. Ni evitarla. Y los casos se repetían, se repetían en diferentes latitudes del globo, con frecuencia pavorosa. Y, bueno, ¿cómo era que se hacía desaparecer a la persona? ¿Arrojada cruelmente a una velocísima nave espacial? O tal vez la tierra se abría y cerraba instantáneamente bajo sus pies. Quién sabe si los cuerpos más bien eran desintegrados en un segundo por rayos inconcebibles, o quizás disueltos por sustancias espantosas o por artes de infernales magias!... ¿Cómo evitar esta aterrorizante amenaza? ¿Cómo sustraerse al peligro, que a cualquiera de nosotros en este momento quizá nos acecha? ¿En dónde ocultarse para evitarlo? ¿Cómo defenderse en un caso dado que se presentara? Todas estas obsesivas reflexiones lo sumían en un már de confusiones y angustias inenarrables, que le ocasionaban insomnios persistentes, pesadillas y terrores nocturnos. No se creía seguro ni a salvo de aquellos horrorosos aconteceres. Porque eso era peor que morir en un asalto, por la espalda, camino de su casa; o en una trinchera ignorada, sin saber a manos de quién, en plena guerra; o hundiéndose desesperado entre unos negros oleajes, de noche, en alta mar, durante un naufragio. Es decir, más horrendo es enfrentar una noche, de pronto, un poder prodigioso y siniestro y desconocido, que envuelve y fascina y arrebata a la persona en plena vigilia... También, ¿en qué forma será que eligen a sus víctimas? Tal vez envían emisarios, invisibles o desconocidos, que nos vigilan, nos persiguen, estudian nuestras costumbres, se apostan ahí fuera durante largo tiempo, nos van conociendo, nos examinan. Hasta que un día... Hasta que un día, en el caso de él, ya no fueron más conjeturas inquietantes ni fantasías angustiosas. Aquella vez, después de media noche, ya hacia la madrugada, llamaron a la puerta de su casa con golpes más bien leves. Desde su cuarto oyó cómo un familiar, arrastrando chinelas, se levantaba y llegándose hasta la sala, inquiría a través de la puerta cerrada. No alcanzó a percibir la respuesta que dieran desde la calle. El arrastrado de chinelas fue acercándose hacia su lecho. – Ve, levantate. Ahí te buscan. Todavía se quedó acostado unos momentos. ¿Quién podría ser a aquella hora el que lo buscaba? Se sentó en la cama, con los ojos abiertos en la oscuridad. Realmente, no tenía sobresalto alguno. Un llamado durante la noche no es necesariamente anunciador de peligro o daño. Sin embargo, era extraña aquella visita. Porque si fuera una migo se hubiera identificado al punto. Y si ha ocurrido un accidente, lo hubieran informado de inmediato. Por su oficio, nadie lo iba a buscar a tal hora. La Guardia... No, él no había hecho nada malo. No. Además, la Guardia irrumpe y prende violentamente, sin previo aviso. ¿Entonces... serían ellos? ¿O, más bien, sería “eso”, que lo buscaba, que venía, inexorable, para siempre, por él? Un escalofrío le recorrió la espalda. Se fue llenando de pavor. No obstante, una fascinada curiosidad compulsiva, lo iba atrayendo también. Con movimientos de autómata comenzó a vestirse. El pantalón. Los zapatos, que se ató cuidadosamente; la camisa. Recogió sus objetos abituales: un pañuelo, el lapicero, un pequeño peine; tomó también un poco de dinero y hasta una chaqueta de intemperie. Salió de su cuarto. Todo estaba callado y quieto en la plenitud de la noche. No se habían vuelto a repetir los golpes, pero era palpable que había algo o alguien ahí afuera, en la calle, aguardando, acechante en la penumbra de la madrugada. Sentía como un influjo poderoso, siniestro, que atravesaba la puerta de la calle, y llegando hasta él lo electrizaba quitándole el ánimo y los impulsos de resistencia. Caminó por el corredor. Fue pasando junto a las habitaciones silenciosas y oscuras de sus familiares. Quería gritar y no pudo. “¡Socorro!, ¡levántense, acompáñenme, sálvenme!”. Un frío helado y seco le agarrotaba la garganta. Fue apresurando el paso. Caminaba ahora mecánicamente, la cabeza hacia atrás y los brazos rígidos. Se acercó a la puerta. Abrió despacio y sin ruido. Avanzó, cuidadosamente cerró tras él. Ningún rumor se escuchó allá afuera. Ni un grito. Tampoco sonar de lucha. Ninguna queja, ninguna voz violenta.
hola buenas tarde es cierto perdona mi torpesa pero sabe una cosa confundo el nombre pero no a ti tu ere inconfundible tu ere el hada de los cuentos la princesa del reino de los cuenta cuentos patricia es un nombre muy bonito elijo llamarte asi sino te inporta vale asta pronto
Hola a todos Me gusta mucho leeros y me trae recuérdos olvidados de la infáncia. Todos si excepción buenisimos MamaAnna ,tela marinera lo que estás haciéndo,lo mio no tiene mérito alguno de momento los estoy copiándo Grendel Grácias por tu comentário Chipi me alegro que te rieras Eva party Si los conozco de echo he leido vários,pero mi falta és no conocer algunas palabras de vuéstro vocabulário y eso me desconcierta por que no las entiendo,pero me gustan mucho
EL MAGO MERLÍN Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther. La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes. Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas. Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra" Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar. Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada. Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada. Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo. Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada. Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín. Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo. "Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti" Anónimo