Hola a tod@s. El "ahogado más bonito del mundo", me ha recordado que, siempre que muere alguien, decimos: "con lo buena persona que era" o cosas por el estilo ¿no? pero, mientras estaba en vida, no se lo reconocíamos lo suficiente o no nos lo parecía tanto. ¡¡y cuan verdad creo que es!!! ¿Sabes? me hiciste buscar la flor "nomeolvides" y es preciosa. Como fueron engañados los malos hijos Un hombre muy rico, creyendo que estaba a punto de morir, llamó a sus hijos y dividió entre ellos sus propiedades. Sin embargo, no murió y al levantarse de la cama, se encontró con que sus hijos ya no le querían, ni tenían con él las delicadezas que antes, cuando todos esperaban conseguir mayor parte de su fortuna. Todos le trataban mal, y no se recataban para decir que deseaban que muriese lo más pronto posible, ya que su vida sólo originaba gastos y molestias. El pobre hombre no cesaba de llorar, y un día se encontró con un viejo amigo, a quien contó lo que le ocurría. El amigo, conmovido por lo que acababa de oír, prometió hallar una solución a aquel estado de cosas. En efecto, la encontró y a los pocos días llegó con gran pompa a la casa de su amigo, seguido de diez criados que eran portadores de unos pesados sacos llenos de piedras. Cuando estuvieron solos, el amigo dijo: - Te he traído estas piedras para engañar a tus hijos. Cuando me marche vendrán a ver lo que te he traído. Diles que he venido a pagarte una deuda muy antigua, y que eres más rico que antes. Ya verás cómo todos se desviven por ti. Volveré dentro de algún tiempo para ver cómo van las cosas. Cuando, transcurridos unos meses, volvió el amigo, encontró al viejo rodeado de sus hijos, que todos a una se desvivían por él. Y así siguieron haciéndolo hasta que murió, descubriendo entonces el engaño, que tenían bien merecido. GRENDEEEEEEEEEEL, ¿ y tu cuentoooooooo? Hasta luego a tod@s
Aqui va una triste historia de lamias (con permiso de quien la ha transcrito pues a mi me falta tiempo ultimamente....) Maitemindutako Lamiña, es decir la lamia enamorada... Una vez un joven pastor de Orozko, en Bizkaia, llamado Antxon, andaba por el monte con su rebaño cuando oyó un canto maravilloso, y quedó tan asombrado que se olvido de las ovejas y se dirigió hacia el lugar de donde provenía la voz. Al separar unos matorrales vio algo que le dejó boquiabierto. Sobre una roca enclavada en medio de de rio estaba sentada la joven más hermosa que jamás había visto. Tenía el cabello largo y rubio, tan largo que le llegaba a los pies... Se peinaba con un peine de oro mientras cantaba una extraña melodia.Antxon no podía apartar sus ojos de ella. En eso, la joven dejó de cantar y dirigió su mirada hacia los matorrales.Al ver al joven pastor se zambullo fugazmente en el rio.Al poco sacó la cabeza del agua, escondiéndose tras la roca, asomándose temerosamente...mientras el muchacho contemplaba, atónito, el juego.Finalmente,no volvió a esconderse y abriendo sus grandes ojos transparentes la preciosa lamia preguntó: -¿Quién eres? El pastor permaneció mudo. -¿Quién eres?- insistió la joven -Antxon, Soy Antxon-acertó a responder al fin-. ¿Y Tú? La joven lamia se echo a reír y no respondió, zambullendose de nuevo. El pastor esperó y esperó, pero al ver que no salia, regresó al pueblo confuso. Durante unos cuantos días no salio de casa, y no podía dejar de pensar el la joven del rio.Por fin se decidió y otra vez cogió el camino hacia el monte.A medida que se acercaba al lugar, de nuevo escucho aquel canto de los angeles, y se sintió feliz. La hermosa joven, al igual que la vez anterior, peinaba sus cabellos rubios sentada encima de la roca junto a la cascada.... Al ver a Antxon dejó de cantar y le sonrió -Buenos dias, Antxon- dijo-.Te estaba esperando. -¿A mi?-pregunto estupefacto. -Si, a ti.Acércate, acércate. Antxon se aproximó a la orilla, y allí se sentó.Pasaron las horas y ninguno de los dos hablaba, sólo se miraban. -¿Te casarás conmigo?-.Pregunto la joven lamia cuando el sol comenzaba a ocultarse. -Si-.Respondió Antxon. En señal de compromiso, la joven le entrego un anillo, que el se puso en el dedo anular al instante. Tras la despedida el joven ya en casa.... -Ama, voy a casarme- le dijo Antxon a su madre. -Pero, hijo...,¿con quien?-pregunto su madre, asombrada, pues no sabia que su hijo tuviese novia. -Con la joven más hermosa del mundo.vive arriba en el monte, junto al rio. -Pero...¿quien es?- insistió la madre. -La mujer más hermosa que he visto en mi vida. -¿como se llama?¿quienes son sus padres? -Es la más hermosa, la más hermosa... La madre llego a la conclusión de que su hijo estaba hechizado. Salio presurosa a la calle, habló con sus vecinos, con la abuela, con el tío, con el cura....todos le aconsejaron de forma distinta:Si es bruja, esto..Si es Lamia,lo otra..Si es extrangera, aquello....finalmente el hombre más viejo de Orozko dió también su opinión. -Si es lamia, tendrá los pies de pato-sentenció... La madre regresó a casa e hizo prometer a su hijo que miraría los pies a su novia.Despues de mucho insistir, Antxon prometió que asi lo haría, miraría los pies a su hermosísima novia. De pronto, se apoderó de el un gran deseo de verla de nuevo, y echo a correr hacia el monte. Su enamorada se estaba bañando y jugueteaba con los peces, entraba y salía del agua como un delfín y su risa era como el sonido de mil cascabeles.Se acercó silenciosamente, queriendo darle una sorpresa pero.....ahi!los pies de su amada no eran como los de todo el mundo! -estaré soñando?-se preguntaba,incredulo... Los pies de la joven parecian patas de pato, definitivamente eran pies de pato! Antxon se quedó paralizado por el estupor y después regreso al pueblo con el corazón destrozado. Al entrar en casa su madre que le esperaba, notó que algo extraño sucedía. -¿Y qué, hijo? ¿Que ha pasado? ¿Has visto sus pies?-le pregunto impaciente. -Son como los pies de los patos...-murmuro el joven. -Es una LAMIA! No puedes casarte con ella! lo oyes!, los humanos no se casan con las lamias. Antxon, presa de gran tristeza, se metió en la cama y enfermó.La fiebre le hacia delirar, veía el rostro de su amada y oía su voz llamándole..:"Zatoz,maitea,zatoz"("Ven,querido,ven").Pero él nunca volvió, porque murió de pena. El día del entierro la lamia acudió a la casa de Antxon, se acercó al lecho, lo cubrió con una sábana de oro y besó sus fríos labios. Siguió al cortejo fúnebre hasta la puerta de la iglesia, pero, como todo el mundo sabe, las lamias no pueden entrar en las iglesias, entonces regresó al monte llorando por su amor perdido.Tanto y tanto lloró que, en el lugar donde cayeron sus lágrimas brotó un manantial que recuerda para siempre el amor imposible entre la lamia y el pastor.
Hola a todos no comento nada por que no os he podido leer.A ver si mañana,con calma lo hago. Pero desde luego ni os he olvidado ni voy a dejar de poner cuéntos. Hoy voy a poner una leyenda que he encontrado haciéndo un trabajito pa ra el post de El mundo que nos rodea.Espero que os guste EL GORG NEGRE (LA HOYA NEGRA) El paisaje salvaje y sombrío del Gorg Negre de Gualba a contribuido seguramente a empaparlo de leyendas infernales. Brujas y brujos iban a bailar y después cuando subían a celebrar el sábat a la Plana de les Bruixes, era el diablo en persona quien se bañaba en las aguas negras del embalse. LEYENDA: LA MUJER DE AGUA DEGUALBA Érase una vez en Can Prat había un amo poderoso que gobernaba con inteligencia tierras y rebaños. Todo el mundo sabe, por todo el Montseny, que Can Prat es una casa antigua que tiene más de quinientas cuarteras de bosque y ciento noventa de tierra campa y prados fresquedales. En aquella época, además, le hacían censos de dominio doce masías pequeñas, y en toda la montaña poseía un total de siete renteros habitados por buena gente payesa. Al dueño de Can Prat se le antojaba, a veces, caminar por los robledales. Conocía el significado del viento al rozar la copa de los chopos Al atardecer oía los ladridos de los perros entre los alcornoques y las encinas, o el tilín apenas audible del ganado que va hacia el cercado. Era un hombre que gustaba de caminar por la montaña; a menudo se le hacía de noche lejos de los dos cerros que alindaban su propiedad y seguía subiendo montaña arriba bajo un cielo variable, por senderos y veredas hasta los alrededores de la Vall de Santa Fe, donde se encuentra la gran penumbra. Un día, en uno de estos paseos de atardecer, el dueño de Can Prat llegó a orillas del Gorg Negre, ahí donde las aguas son profundas, cuando ya era la medianoche de un plenilunio total y clarísimo. La hoya estaba quieta y exánime. Ni una pizca de aire entre las ramas de los mimbres. Ni un susurro de animal. Ni una centella que no fuera el esplendor del astro nocturno que la llenaba. Había algo de pesaroso y extraño y, con un poco de cansancio en las piernas, el dueño de Can Prat se sentó al lado del agua, sobre una piedra inclinada. Entonces, de manera confusa, y después nítida y precisa, apareció medio sumergida en el líquido de la hoya, la figura maravillosa de una mujer desnuda que, lenta y ensimismada, se peinaba la melena, rubia como el oro, con un peine deslumbrante. El dueño de Can Prat no había visto nunca una perfección semejante, tampoco hay palabras para describirla. Ningún hombre podría haberse resistido ante tal belleza. Lentamente, la mujer, con los brazos levantados, se peinaba mientras, bajito, iba cantando no sé que huraña melodía. ¡Y los ojos!: verdísimos, suaves y dóciles, pero lejanos, lejanos como si todavía pudieran ver al final del bosque, un país de seguras y perfectas formas. De repente, la mujer lo miró fijamente y, en aquel preciso instante, él comprendió que ya la amaba como nunca había amado a nadie y que su destino quedaba unido al de ella, sin remedio. Y era deseo y era contemplación y voluntad y orgullo y audacia lo que sentía admirando aquella cara adorable y el cuerpo provocador. El dueño de Can Prat le preguntó cómo se llamaba, pero la mujer, sin dejar de mirarlo, no contestó. Y dice la leyenda que, durante un buen rato, el dueño le iba haciendo preguntas y ella tan sólo lo observaba con sus ojos de esmeralda joven sin articular palabra, pero que al final, llegó un momento en el que, tímida y tranquila, explicó que era doncella de río, no mortal, pero tampoco inmortal y que obedecía una ley de vida y costumbres muy diferentes a las de los humanos; que su abrazo en aquel lugar profundo era peligroso porque acostumbraba a ahogar a los hombres que en el plenilunio querían conseguirla. También se cuenta que la voz de la mujer vibraba como el sonido de una campana marina y que su acento recodaba modulaciones de otro mundo, quizá de aquel que algunos han conocido en una existencia feliz y primitiva. Fueron palabras de amor lo de aquella noche singular. El hombre, prisionero del lugar y de la hora, pidió a la ninfa, con insistencia, que aceptara ser su esposa y le ofreció compartir su casa, la tierra y la riqueza que él tenia por toda la región, como prenda de su voluntad. Ella, pero tenia miedo de dejar la soñolienta protección del lugar donde había sido engendrada y aventurarse en una nueva vida que desconocía totalmente. Había oído hablar de la inconstancia de los humanos, de sus desequilibrios y rudeza, de la codicia alborotada. Pero aún y así, aquella mujer de agua también estaba cansada de la fría certitud de su medio vital y, por otro lado sabía que el hombre robusto que tenía ante sus ojos le gustaba mucho. Así que decidió esposarse con la única promesa que fue confirmada y jurada allí mismo por el dueño de Can Prat-que jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia ni razón, él le recordaría, ni en público ni en privado, el origen fluvial del que ella dimanaba ni tampoco se mofaría con palabras ni expresiones que la concernieran. Y fue así –según cuentan- que la mujer de agua se convirtió en señora y ama de Can Prat, legítima, amante y esposa, educada consejera, dispuesta y respetada propietaria, junto con su marido, y que hizo aumentar aún más el poder de la familia hasta el punto que el nombre Prat de Gualba, resultó altamente considerado en el palacio del mismo Conde de Barcelona. Y más allá de la Mediterránea, en todas las tierras, islas y consulados de Cataluña. También me han explicado que del matrimonio nacieron dos hijos, un niño y una niña, ambos guardaban gran parecido de semblante con su madre y crecían altos y fuertes en mitad de todo aquel bienestar. Pasaron los años. Después del calor, con sus cosechas, llegaba el otoño rojo y más tarde el invierno silbante y a todas horas salía alegre humo de la casa de Can Prat. La primavera sorprendía con el vuelo de las pascuillas y, hombre y mujer cogidos de la mano, contemplaban entonces los saltos de agua vital que goteaban de la montaña. A veces pero, en La Penya Negra al otro lado de la plana, anidaba un dios mezquino que acechaba inquietamente la hora de la quiebra: un maligno genio del bosque, sin nombre ni aspecto conocido, promotor de fechorías de todo tipo y cuerpo de los diablos que hervían dentro de las aguas siniestras; autor, quizás-quien sabe- de la desgracia que estaba a punto de producirse y , eso si que es del todo cierto, no es de extrañar, de alguna manera, lo que ahora explicaré: Así es que un mal día, cuando el dueño de Can Prat y su mujer medían una buena tierra que debía ser preparada, empezaron a discutir sobre el cultivo que allí serías más adecuado. Le parecía al señor que sería bueno sembrar trigo de candeal, porque es fácil de arrancar y muy valioso en el mercado. La mujer, en cambio, argumentaba en contra y decía que el terreno no era propicio y que, a su parecer, el maíz con sus mazorcas convenía mucho más. Motivos y motivos del uno y de la otra fueron subiendo de tono hasta el punto que le marido, enfadado, lleno de vehemencia y olvidando el juramento que había hecho ya hacía años, recriminó a la esposa con grandes voces-que retumbaron por las montañas y cerros- diciéndole, al fin y al cabo, que poco podía ella entender de él mismo proviniendo del agua del río. Lo acababa de hacer y ya se arrepentía; pero ¿quién puede borrar una palabra funesta? El mal ya estaba hecho. La desgracia llegó, y el hechizo desapareció. La mujer de agua, al oír las palabras prohibidas, huyó rápidamente hacia la hondonada del Gorg Negre, sin que el amo de Can Prat pudiera detenerla. Corría y corría como si estuviera poseída hasta que desapareció. Él decaído y sin fuerzas se fue hacia casa, mientras desde la coma de Morou hasta el Turó d’en Berenguer Mort, el cielo de llenaba de nubes furiosas. Se dice que el dueño de Can Prat nunca volvió a ver a su mujer; que alto y varonil como era, muchas veces a lo largo del día, se dirigía hacia la hoya y la llamaba, que hizo sortilegios y promesas a las divinidades que gobiernan ese lugar, sin ningún resultado, que iba y venía frenético de la casa a la hoya y de la hoya a la casa, haciendo y deshaciendo el camino, llorando como un niño, intentado descubrirla cuando ella no se lo esperara, que se pasaba hora y horas en una ventana de poniente de su masía vigilando el lugar donde había huido y que, de noche, cuando había luna llena, quería salir de la casa para encontrarla en la ribera del estanque pero, cada vez que lo intentaba, le entraba mucho sueño y caía, como cae un cuerpo muerto, encima del escaño del hogar y se dormía profundamente hasta el alba. También explican que la mujer, cuando el amo, invadido por aquella postración, no podía darse cuenta, entraba con cautela a la masía, iba a la habitación de sus hijos y los acariciaba y besaba dulcemente, se quedaba un buen rato, de pie y solícita, cantando su canción y que, antes de marcharse, dejaba caer una lágrimas brillantes sobre la gran mesa de castaño del comedor. Lágrimas que a la mañana siguiente, convertida en rarísimas perlas de gran valor, recogías asustado el dueño de Can Prat, sin saber su origen. Así fue como, a pesar de la tragedia, la casa se enriqueció, aún más, durante mucho tiempo. Me recuerda mucho a una de las histórias que contasteis,por eso me he animado a ponerla,pués parace mentira pese a las distáncias haya gran parecido
GRENDEL CHAGALL Los dos son preciooooooooosos. Dos historias de "amores imposibles" pero lindísimas El asno con la piel de león Cuando Bramadatta reinaba en Benarés, había un viejo mercader que viajaba de pueblo en pueblo, llevando sus mercancías a lomos de un asno. Este mercader se valía de un ingenioso ardid para alimentar a su burro. Tan pronto como llegaba a un pueblo, lo descargaba y lo cubría enseguida con una piel de león; luego lo soltaba en un campo de arroz o alfalfa. El asno comía hasta hincharse y los dueños de los campos no se atrevían a echarle, ya que creían que se trataba de un león verdadero. Un día el mercader llegó a un pueblo, y como había hecho en los otros, soltó al asno en un campo de verde alfalfa. El dueño, al ver lo que él suponía un león huyó, aterrorizado, al pueblo, y contó a sus convecinos lo que estaba ocurriendo. Sin vacilar un momento, todos se armaron hasta los dientes y corrieron al encuentro del falso león. Este, al ver acercarse a tanta gente lanzó un sonoro rebuzno que descubrió a los campesinos su disfraz, y que tuvo además por consecuencia irritarlos mucho más. En un momento cayeron todos sobre él y lo molieron a palos de tal manera, que cuando al fin el mercader logró rescatarlo, estaba moribundo. El hombre se tiró de los pelos al ver que por su avaricia había perdido a un compañero fiel y útil, y mientras el pollino moría, el viejo iba diciendo: - No es la piel lo que hace temible al león. Hasta luego
grendel historia triste si la de la lamia enamorada... pero que ¡hermosa!.... El amor es un sentimiento de toda la vida, como una marea que nos lleva y nos trae. mama de Anna ¡precioso tu avatar! es un canto al amor Éso que cuentas de los malos hijos.... hoy, ocurre hasta en las mejores familias Me falta leer tu último... ya lo hare chagall ya te leeré la leyenda, que me encantan!
aqui va otra.... Leyenda mapuche: Cuenta la leyenda que desde siempre, Nguenechén hizo crecer al Pehuén en grandes bosques. Al principio, los nativos, al considerarlo un árbol sagrado, lo veneraban y no comían piñones. Rezaban a su sombra, ofreciéndole regalos: carne, sangre, humo y hasta conversaban con él y le confesaban sus malas acciones. Los frutos los dejaban en el piso sin utilizarlos. Ocurrió una vez que, durante varios años en toda la comarca hubo gran escasez de alimentos y los nativos pasaban mucha hambre; morían, especialmente, niños y ancianos. Ante esta situación los jóvenes marchaban del lugar en busca de alimentos: bulbos de amancay, hierbas, bayas, raíces y carne de animales silvestres. Pero todos volvían con las manos vacías. Parecía que Dios no escuchaba el clamor de su pueblo y la gente seguía muriendo de hambre. Pero Nguenechén no los abandonó..., y sucedió que cuando uno de los jóvenes regresaba al lugar, con afición por no lograr sustento, encontró en su solitario camino un anciano de larga barba blanca que estaba esperándolo. -¿Qué buscas hijo? -le preguntó. -Alimento para mis hermanos de tribu que se mueren de hambre, y por desgracia no he encontrado nada. -¡Tantos piñones que ves por el piso bajo los pehuenes!, ¿No son comestibles?. -Los frutos del árbol sagrado son venenosos, abuelo -contestó el joven. Y el anciano de barba blanca lo miró sonriente mientras le dijo con firmeza: -Hijo, de ahora en adelante los recibiréis como un don de Nguenechén. Hervidlos para que se ablanden, o tostadlos al fuego y tendréis un manjar delicioso. Haced buen acopio, guardadlos en silos subterráneos y tendréis comida todo el invierno. Dicho esto, el anciano desapareció en la bruma. Y el joven, asombrado, siguió su consejo. Recogió en su manto gran cantidad de piñones y los llevó al cacique de la tribu explicándole lo sucedido. Enseguida se reunieron todos en asamblea, y el jefe contó lo acaecido, hablándoles así: “Nguenechén bajó a la tierra para ayudarnos. Seguiremos sus consejos y nos alimentaremos con el fruto del árbol sagrado, que sólo a él pertenece” Enseguida comieron en abundancia piñones hervidos y tostados, y festejaron el acontecimiento con una gran fiesta. Desde entonces desapareció la escasez y todos los años cosechaban grandes cantidades de piñones que guardaban bajo tierra y se mantenían frescos durante mucho tiempo. Cada día, al amanecer, con un piñón en la mano o una ramita de Pehuén, los mapuche rezan mirando al cielo en rezo elevado a Nguenechén: "A ti de debemos nuestra vida, y te rogamos a ti, el grande, a ti nuestro padre, que no dejes morir a los pehuenes. Deben propagarse como se propagan nuestros descendientes, cuya vida te pertenece, como te pertenecen los árboles sagrados". Pehuén (Araucaria) es un árbol típico de esta región del cono austral de América del Sur, desde su origen asentados en zona central de Chile y provincias argentinas Neuquén, Río Negro y parte de la provincia de Buenos Aires. Puede alcanzar hasta 40 metros de altura y tiene forma de pirámide cuando es joven, y más tarde de una enorme sombrilla. Crece muy lentamente. Sus ramas son un poco arqueadas hacia arriba con hojas duras y punzantes. Su floración es unisexual: unos árboles producen el polen y otros dan la piña que es fecundada por el polen llevado por el viento. Una vez madura, cada piña tiene entre 200 y 300 piñones y cada árbol puede madurar unas 30 piñas. Estos piñones son muy nutritivos y eran el alimento básico de los mapuche que los consumían cocidos o tostados. Con ellos, preparan el mudai, bebida fermentada, y el kofkekura, pan hecho con harina de piñones y amasado sobre una piedra. Utilizaban también la resina que segrega la corteza del árbol como medicina cicatrizante. Los Mapuche constituyen un pueblo nativo de América del Sur. Su memoria esta plagada de leyendas. A los mapuche se les llama “hombres de la tierra” significa: Mapu: tierra; Che: gente.- La vital relación del mapuche con la tierra, no solo abarca el ámbito de subsistencia material, también encuentra allí su expresión espiritual, su cosmovisión, la forma en que representa al mundo, y su relación con las fuerzas sobrenaturales. Esta relación con su territorio explica su voluntad de independencia, que no en vano mantuvieron durante tres siglos y medio, luchando sin tregua por la libertad.
Buenas noches a tod@s ahi va otro, para que veais que las lamias tambien sabian ser generosas.... Una noche la comadrona de un pueblo fue llamada por un grupo de lamias, ya que una de ellas se había puesto de parto. Cuando llegó al remanso del río donde estaba la lamia la comadrona le ayudó a dar a luz. Cuando terminó le pusieron delante un tarro lleno de miel y otro lleno de manteca. Las lamias le dijeron que eligiera el que quisiese. La comadrona pensó que la manteca le sería más provechosa. Aunque las lamias le recomendaron que se llevase el tarro de miel, la comadrona acabó por llevarse el de manteca. Al llegar a casa metió el tarro en un armario y se fue a dormir. A la mañana siguiente abrió el armario y vio que en el tarro que le habían dado ya no había manteca sino monedas de plata. Entonces comprendió que si se hubiera llevado la miel se hubiera convertido en monedas de oro. Buenas noches cuentistas
Bueno, despues de unos días de trabajo hasta las cejas ya estoy otra vez aquí (aunque parece que no me habeis echado mucho de menos...) Me ha picado una avispa en el dedo hace un rato, así que como me cuesta escribir voy a ver si encuentro algo para poner... Chipi, dónde estás que no te veo!
hola buenas tarde hola evita mira no piense que te olvide ni a ninguno lo que pasa es que estoy asiendo algunas cosas que requiere de toda mi atension no se ponga bravos conmigo caundo termine en unos dia vuelvo te parece besos para chagal mamaana itsasne benemi y un para grendel y jose l los felicito cuenta cuentos son genial asta pronto
La estación de Taidos (Un cuento) El tren no llegó aquel día a Taidos, como no había llegado tampoco el día anterior, ni el anterior del anterior. Nadie en el pueblo había visto llegar nunca un tren, nadie lo había visto salir del túnel del valle ni, tras apenas cincuenta metros de recorrido exterior, parar en la Estación de Taidos. Pero, pese a todo, los habitantes estaban orgullosos de su estación, de sus vías, que mantenían flamantes, y de constar en la Guía Oficial del Ferrocarril. Y hasta los más viejos tenían la esperanza de poder ver algún día el tren entrando de nuevo, entre estruendo y humo, en el pueblo. Contaban esos ancianos que antes, cuando los padres de sus abuelos eran jóvenes, un tren paraba en la estación cada media hora. El trajín era inmenso siempre entonces, día y noche un río de maletas, mochilas, cajas, turistas y mercancías inundaba perpetuamente la estación. Luego las cosas fueron empeorando y la frecuencia empezó a disminuir. Los intervalos entre trenes fueron ensanchándose: una hora, dos horas, seis horas. Llegó un momento en que sólo paraba en la estación el tren de las cinco, a media tarde. Luego, seguían contando los abuelos según a ellos se lo habían contado, las llegadas del tren se redujeron aun más: día si, día no; cada semana; cada mes; una vez al año. Llegó un momento en que nadie vio llegar ya más el tren pese a que Taidos seguía constando en la Guía de Ferrocarriles. El ayuntamiento se encargaba del mantenimiento de la estación y el entorno en condiciones, gestionando con diligencia las exigencias burocráticas del Ministerio del Ferrocarril. Y aunque la frecuencia entre trenes se medía por generaciones, Taidos seguía siendo una ciudad con estación, una ciudad donde, algún día, llegaría el siguiente tren. El Alcalde entró en su despacho como siempre, a media mañana. No habían temas urgentes a tratar, así que decidió avanzar en la elaboración de unas complejas estadísticas que le exigían los Servicios Centrales del Ministerio de Coordinación Municipal. La puerta se abrió de golpe, sin que hubieran llamado antes para pedir permiso. De pie en la puerta, pálida, su secretaria sostenía un papel en la mano, un fax recién llegado, le dijo ella, del Gobierno, del Ministerio del Ferrocarril. El Alcalde supo, por su expresión, que se trataba de algún asunto serio, probablemente la petición urgente de un informe sobre los estados de nivelación de las vías o las lecturas higrométricas en la entrada del túnel. Pero era más que eso. Leyó y releyó las escasas líneas del fax. Una remodelación en la estructura ferroviaria del país obligaba a determinados cambios con la intención de abaratar costes. Así pues, a finales de mes, en apenas 21 días, la línea de tren que llegaba a Taidos quedaría descatalogada, la Estación dejaría de estar activa y, definitivamente, dejaría de constar en la Guía de Ferrocarriles. El primer pensamiento del Alcalde fue evitar que la noticia se extendiera, pero cuando pudo darse cuenta, su Secretaria ya había salido y la había comentado, y la mala nueva iba ya de boca en boca por las calles de Taidos, hasta que, en pocos minutos, toda el pueblo supo que su estación estaba amenazada. Como por instinto la multitud fue acumulándose a las puertas de la estación. Se formaron corrillos, y todos comentaban la noticia, deformada por los rumores y por cómo se había transmitido. Unos decían que iban a venir a tapiar el túnel y a demoler la estación. Otros comentaban que la decisión no era en firme, que estaba pendiente de un referéndum y que, claro, ¿quién iba a votar en la ciudad para que quitaran la estación?. Al rato, desbordado por los acontecimientos, llegó el Alcalde. Intento hablar con serenidad, y ser claro en la exposición. Desde el gobierno eran diáfanos, no se trataba de una decisión provisional sino, más bien, de la mera comunicación de una decisión ya tomada, y que entraría en vigor en apenas 20 días. ¿Alguien tenía alguna idea? Nicolás, uno de los más ancianos, tomó la palabra. Contó que su padre le había dicho que, de pequeño, el Gobierno había intentado también quitar la estación y sacar al pueblo de la Guía, con la excusa de que no pasaban trenes. Entonces el pueblo entero se movilizó, se hicieron acciones de presión, manifestaciones, y, finalmente, el Gobierno dio el brazo a torcer y la eliminación de la estación de Taidos había quedado aparcada. Hasta que ahora, muchos años más tarde, algún funcionario aburrido había desenterrado la propuesta y había creído conveniente tocar las narices a la gente de Taidos. Pero no iban a consentirlo. La historia del viejo Nicolás dio ánimos al pueblo que sintieron que nada pasaría si ellos no querían. De su unidad saldría la fuerza que, de nuevo, haría doblar el cuello al Gobierno. De inmediato se organizaron manifestaciones y actos reivindicativos. Durante toda la semana siguiente, cada mediodía y cada tarde a eso de las siete, el pueblo entero se manifestaba ante la estación, y durante una hora se coreaban gritos y se leían manifiestos. “Gobierno, cabrón, salva la estación”, o “Gobierno, caradura; el tren es cultura” eran algunos de los eslóganes coreados con entusiasmo. Quienes tenían más talento literario componían poemas y canciones combativas o melancólicas que se leían o cantaban en público, y que infundían en la gente ganas de seguir luchando, de seguir exigiendo aquello que era justo: su esperanza de que, algún día, un tren llegara a Taidos. La semana pasó. Las gentes de Taidos esperaban que sus acciones hubieran hecho mella en medios gubernamentales. Los más optimistas estaban convencidos de que ni el más insensible de los gobernantes podía hacer oídos sordos a aquel clamor popular. ¿Que sentido tenía, en la era de las comunicaciones, suprimir una estación? Sin histerias, sin agobios, la gente fue congregándose el séptimo día a las puertas del ayuntamiento, seguros de que llegaría el fax que desfacería el entuerto. Y llegó un fax. El fax, del Ministerio de Ferrocarriles, no hacía referencia a las acciones de protesta de los últimos días, tan sólo le recordaba al Alcalde que, según lo especificado en el fax anterior, dentro de 14 días la estación de Taidos dejaría de estar en funcionamiento. Fue el propio Alcalde quien salió al balcón del ayuntamiento a dar la noticia a la multitud que se había congregado abajo, y que reaccionó a las malas noticias con furia e indignación primero, y con silencio apenado después. El Alcalde les recordó que las acciones de los últimos días difícilmente habrían llegado a oídos del Gobierno, habida cuenta de que Taidos tenía apenas contacto con el exterior. El Alcalde les tranquilizó de nuevo y, sobreponiéndose a su propio miedo, les aseguró que escribiría un alegato extenso, detallado e incuestionable sobre el asunto, y que lo haría llegar por fax al Ministerio. Durante una semana entera estuvieron reunidos, sin apenas comer, sin apenas dormir, el Alcalde y sus consejeros intentando encontrar las palabras justas, las formas necesarias para ser entendidos y atendidos. Filtraron cada palabra, cada frase, cada construcción sintáctica, tratando de conseguir la quintaesencia de lo emotivo y convincente. Cada aspecto del problema, cada matiz de la cuestión, fue laboriosamente quedando negro sobre blanco. Doce folios en los que estaban depositadas las esperanzas de Taidos entero. Tuvieron problemas con el fax. Tras haber entrado los tres primeros folios, la máquina se atascó. Cuando lo hubieron arreglado, no estaban seguros de que las primeras páginas hubieran llegado, así que las mandaron de nuevo. Tras tragarse la última página, tres luces del chisme se encendieron y empezaron a parpadear con insistencia. Ante la duda, volvieron a mandar de nuevo los papeles, y desearon con vehemencia que la tecnología hiciera visibles sus palabras al otro extremo del cable. El tercer fax llegó al cabo de un par de horas. Al finalizar la próxima semana, Taidos ya no sería una ciudad con estación y quienes la buscaran en la Guía de Ferrocarriles, leerían la infamante nota: “A esta población no llega el tren”. No había nada más que discutir, pues las decisiones estaban ya tomadas, aseguraba con firmeza el Ministerio, a Taidos sólo le quedaban 6 días de estación. Desde el Ministerio les decían también que arreglaran el fax porque debía tener algún problema, pues muchas hojas les habían llegado repetidas muchas veces. Lo que pasó entonces está descrito a lo largo de la historia, bajo diferentes manifestaciones, como un episodio de histeria colectiva. Desesperanzados, apenados, furiosos y airados contra el Gobierno, el Ministerio, y la inevitabilidad de las decisiones administrativas, la multitud empezó a acumularse en la Plaza Mayor. No les iban a quitar la estación. No iban a sufrir la indignidad de ver cómo las máquinas amarillas del ministerio derruían la estación entre las lagrimas de los niños. Era la estación de Taidos. ¿Taidos había de quedarse sin estación? De acuerdo. Pero no iban a soportar la humillación de ver como los de fuera destruían sus sueños. Suyo era el pueblo, suya la estación, y suyos los sueños rotos. Poco a poco, entre la multitud fueron apareciendo picos y palas. Sierras, tenazas, grandes herramientas. Germán, el de las reparaciones, llegó a la plaza y repartió algunos martillos hidráulicos. Espontáneamente, la masa fue en procesión decidida hasta la Estación y descargaron allí toda la furia, toda la rabia acumulada en las últimas semanas. Los cristales de la estación duraron poco. Los niños dieron cuenta de ellos a pedradas y luego la gente entró en las instalaciones y arrasó con todo. Los tabiques caían, las paredes eran golpeadas y taladradas y se iban debilitando. Una multitud armada con picos, mazos, y un montón de herramientas destructivas, dejó en pocas horas el lugar donde se encontraba la Estación reducido a escombros. Con la misma persistencia demoledora, la multitud empezó a arrancar los rieles de la vía y a llevárselos al almacén municipal. Servirían para fundir, para construir cosas con más sentido que unas inútiles vías inservibles. Al final de aquel día, cuando el sol empezaba a ocultarse, sólo una cicatriz de tierra removida y raíles muertos se extendía desde la salida del túnel hasta los restos de la Estación. El viejo Nicolás, que había participado también, con sus pocas fuerzas, en la destrucción, fue el primero en ver la luz acercarse desde dentro del túnel. Luego, todos oyeron el silbato y vieron por fin llegar el tren al pueblo, a punto de salir del túnel y entrar, entre estruendo y humo, en lo que había sido la estación de Taidos. Jordi Cebrián besos, vega
hola veguita claro que si un besote para ti mira lo que pasa es que entro como flas muy corriendito y se me olvido no te ponga brava comigo asta pronto bcc
LA CASITA DE LAS TORREJAS Había una vez unos chacalincitos que quedaron huérfanos de padre y madre y sin nadie quien les dijera ni ¿qué hacen allí? Era la pareja: la mujercita, la mayor y la que había quedado de cabeza de casa. Eran muy pobres y un día no les amaneció ni una burusca con qué encender el fuego. Entonces decidieron irse a rodar tierras. Atrancaron la puerta y agarraron montaña adentro. Allá al mucho andar, se sintieron cansados; entonces se subieron a un palo para pasar la noche y se acomodaron en una horqueta. Así que anocheció, vieron allá muy largo una lucecita. No se atrevieron a bajar por miedo que se los fuera a comer algún animal, pero se fijaron bien en la dirección en donde quedaba. Apenas comenzó a amanecer, bajaron y anduvieron en dirección de la lucecita. Anda y anda, anda y anda, salieron al medio día a un potrero. A la orilla de la montaña había una casita; por el techo salía un mechoncito de humo y por la puerta y la ventana un olor como a miel hirviendo. Poquito a poco se fueron acercando y vieron en la ventana una cazuela con torrejas. Como estaban hilando de hambre, y el olor convidaba, no pudieron contenerse y se arrimaron a la ventana. La muchachita estiró la mano y se cachó una torreja. Del interior una voz ronca gritó: "¡Piscurum, gato, no me robes mis torrejas!" Los chiquitos se escondieron entre el monte y allí se repartieron su torreja, que lo que hizo fue alborotarles la gana de comer. Otra vez se fueron acercando y pescaron otra torreja. Y otra vez la voz que gritaba: "¡Piscurum, gato, no me robes mis torrejas!" Los muchachos se escondieron, se comieron las torrejas y quisieron volver por más, pero da la desgracia que por querer salir a la carrera, lo hicieron muy atemperadamente y la cazuela se volcó. A la bulla, se asomó la vieja, la dueña de la casa, que era una bruja más mala que el mismo Patas. Vio por donde cogieron las criaturas, se les puso atrás y al poco rato las agarró por las orejas y las trajo arrastrando hasta la casa. Como estaban tan flacos que parecían fideos, la bruja les dijo que no se los comería, pero que los iba a engordar como a unos chanchitos, para darse cuatro gustos con ellos. Los encerró entre una jaba y cada día les echaba los desperdicios, y como los pobres no tenían otra cosa, no les quedaba más que convenir y tragárselos. Bueno, allá a los ocho días llegó la vieja y les dijo: --Saquen por esta rendija el dedito chiquito. A la niña se le ocurrió que era para ver como andaban de gordura y entonces sacó dos veces un rabito de ratón que se había hallado en un rincón de la jaba. Como la vieja era algo pipiriciega, no echó de ver el engaño, y se fue más brava que un Solimán, al sentir aquellos deditos tan requeteflacos. Y así fue por espacio de casi tres meses. Lo cierto del caso es que los chiquillos, quieras que no, no habían engordado con los desperdicios. Pero dio el tuerce que un día, la niña no agarró bien el rabito de ratón al ponérselo a la bruja para que tocara, y se le quedó a ésta en la mano. Se fue a la luz a mirar bien y al convencerse que los chiquillos la habían estado cogiendo de mona, se puso muy caliente: abrió la jaba y los sacó. Al verlos tan cachetoncitos, se le bajó la cólera. -Bueno- les dijo- ahora voy a ver si hago una buena fritanga con ustedes. Vayan a traerme agua a aquella quebrada para ponerlos a sancochar--. Por supuesto, que al oírla a los infelices se les atravesó en la garganta un gran torozón. A cada uno le dio una tinaja para que la hinchara y ella se puso a cuidarlos desde la puerta. Cuando llegaron a la quebrada, les salió de detrás de un palo, un viejito que era tatita Dios, y les dijo: -No se aflijan, mis muchachitos, que para todo hay remedio. Miren, van a hacer una cosa: ahora van a llegar con el agua y se van a mostrar muy sumisos con la vieja. Y hasta procuren quedar bien: aticen el fuego, bárranle la cocina, friéguenle los trastos. Ella ha de poner una gran olla sobre los tinamastes y una tabla enjabonada que llegue a la orilla de la olla y apoyada en la pared. Les ha de decir que echen una bailadita sobre la tabla, pero es, que sin que ustedes se den cuenta, va a inclinar la tabla y ustedes se van a resbalar y van a ir a dar entre la olla; así la bruja no tendrá que molestarse oyéndolos gritar y hacer esfuerzos por escaparse. Y así que les aconsejó lo que debían hacer, el viejecito se metió en la montaña. Volvieron los chiquitos e hicieron lo que tatita Dios les aconsejara: barrieron, atizaron el fuego, y echaron muchos viajes a la quebrada con las tinajas, para llenar la gran olla en que los iba a sancochar. La vieja se puso muy complaciente con ellos, al verlos tan obedientes y tan afanosos. Por fin puso la tabla enjabonada y les dijo: -vengan mis muchitos y echen una bailadita en esta tabla. La niña se hizo la inocente, y dijo para sus adentros: -Cállate pájara, que ya conozco tus cábalas. Hicieron que se ponían a ensayar en el suelo y que no podían. Si es que no sabemos. ¿Por qué no sube usted y nos dice cómo quiere? Y la vieja les creyó, y va subiéndose a la tabla. Y apenas volvió la cara para hacer la primera pirueta, los chiquillos inclinaron la tabla y la vieja fue a dar, ¡chupulún! A la olla de agua hirviendo. Después la sacaron y la enterraron. Registraron la casa y encontraron un gran cuarto lleno de barriles hasta el copete de monedas de oro. Por supuesto que todo le tocó a ellos. Carmen Lyra – Costa Rica
Gracias ITSASNE las leyendas siempre son encantadoras y misteriosas, nunca se sabe lo que hay de cierto en ellas, de ahí su misterio. CHIPI uno bien grandote para ti VEGA, el tuyo me ha dejado con la boca abierta!! Las precipitaciones siempre son malas. EVA-PATRY, espero que lo del dedo no sea nada. Tengo un amigo que es alérgico a las picadas de avispas y lo pasa fatal fatal. GRENDEL Feliz puente. CHAGALL, tu cuento me recuerda un poquito el de "Hansel y Gretel" Un pollito paseaba distraído por el campo, cuando de repente un gavilán comienza a volar en círculos por encima de él con la obvia intención de comérselo. Al darse cuenta, el pollito se refugia debajo de una vaca y le pide que lo proteja del ave rapaz. La vaca le defeca encima, para ocultarlo de la vista del gavilán. «Yo te pido ayuda y vos me cagás», pía el pollito, sacando la cabeza por entre la bosta y protestándole a viva voz a la vaca. Cuando lo escucha, el gavilán se abalanza sobre él, lo desentierra de la bosta y se lo come. 1: no siempre el que te caga es tu enemigo. 2: no todo el que te saca de la mierda es tu amigo. 3: si estás cubierto de mierda hasta la coronilla, pero a salvo, no digas ni pío. Otro Cuentan que un cuervo estaba sentado sobre la copa de un árbol, sin hacer nada todo el día. Un conejo advierte esto y le pregunta al cuervo: «¿Puedo hacer lo mismo que vos: sentado y sin hacer nada?». El cuervo responde: «Claro, claro...». El conejo se sienta a descansar y -sin aviso- de entre los árboles salta un lobo que se lo come de un bocado. Moraleja: para estar sentado sin hacer nada todo el día, es necesario estar muy, muy alto. Hasta luego a tod@s
MamaAnna, muchas gracias por preocuparte. No fue para tanto, al día siguiente ya estaba bien, pero después del dolor y el escozor se me quedó el dedo cómo entumecido y para escribir... pues un poco complicado. A ver si hoy pongo algún cuento, que hace un móntón que no pongo nada...