Hola Principe Coincidimos... ejercitemos la paciencia entonces... esta vez se justifica Yo huelo a ti. Me persigue tu olor, me persigue y me posee. No es este olor un perfume sobrepuesto sobre ti, no es el aroma que llevas como una prenda más: Es tu olor más esencial, tu halo único. Y cuando ausente mi vacío te convoca, una ráfaga de ese aliento me llega del lugar más tierno de la noche. Yo huelo a ti y tu olor me impregna después de estar juntos en el lecho, y ese fino aroma me alimenta y ese aliento esencial me sustituye. Yo huelo a ti. Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche; un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias. Algún día te escribiré un poema sin páajaros, sin fuentes, un poema que eluda el mar y que no mire a las estrellas. Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel y que convierta en palabras tu mirada. Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti, un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo. Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha. Atolondrado y confuso, demasiado lleno de ruidos, sin centro ni reposo, desconectado del otro lado de la piel, atormentado por el interminable crujido de este corazón -tierra cuarteada, ceniza gris en el pecho-, así pasan estas noches de calor y duermevela, estas noches en que no estoy contigo. Tu voz por el teléfono tan cerca y nosotros tan distantes, tu voz, amor, al otro lado de la línea, [y yo aquí solo, sin ti, al otro lado de la luna, tu voz por el teléfono tan cerca, apaciguándome, y tan lejos tú de mi, tan lejos, tu voz que repasa las tareas conjuntas o que menciona un número mágico, que por encima de la alharaca del mundo me habla para decir en lenguaje cifrado que me amas. Tu voz aquí, a lo lejos, que le da sentido a todo, tu voz, que es la música de mi alma, tu voz, sonido del agua, conjuro, encantamiento.
ALGUNAS AMISTADES SON ETERNAS Algunas veces encuentras en la vida una amistad especial: ese alguien que al entrar en tu vida la cambia por completo. Ese alguien que te hace reir sin cesar; ese alguien que te hace creer que en el mundo existen realmente cosas buenas. Ese alguien que te convence de que hay una puerta lista para que tú la abras. Esa es una amistad eterna... Cuando estás triste y el mundo parece oscuro y vacío, esa amistad eterna levanta tu ánimo y hace que ese mundo oscuro y vacío de repente parezca brillante y pleno. Tu amistad eterna te ayuda en los momentos difíciles, tristes, y de gran confusión. Si te alejas, tu amistad eterna te sigue. Si pierdes el camino, tu amistad eterna te guía y te alegra. Tu amistad eterna te lleva de la mano y te dice que todo va a salir bien. Si tú encuentras tal amistad te sientes feliz y lleno de gozo porque no tienes nada de qué preocuparte. Tienes una amistad para toda la vida, ya que una amistad eterna no tiene fin.
Amor Mio Es Inutil, ya lo se No soy solo lo q ves No me atrevo a decir nada me confunde tu mirada. Soy asi y asi muero Sino grito que te quiero Cuantos cielos te daria Se que es una fantasia. Amor mio si pudieras Si pudieras descubrir Que te llevo aqui en mis sueños Que mi mundo es para ti Amor mio si pudieras Si pudieras comprender Para mi eres diferente Yo uno mas entre la gente para ti . Debe ser, que algun dia Si estas cerca todavia Me desnude el sufrimiento Puedas ver lo que yo siento. Soy asi y asi muero Sino grito que te quiero Cuantos cielos te daria Se que es una fantasia. Amor mio si pudieras Si pudieras descubrir Que te llevo aqui en mis sueños Que mi mundo es para ti Amor mio si pudieras Si pudieras comprender Para mi eres diferente Yo una mas entre la gente para ti .
Esa pureza en algún lugar me aguarda sin saberme. Algo sangra tanto, algo que dice dime, dime cómo me desnudo, cómo hago que se detenga, cómo te alcanzo, cómo te merezco. Yohami Zerpa
Tócame sin miedo. Deja que la tibieza corra, que el amor sea sencillo, deja que mis espinas te hieran si te hieren, que mis abrazos te abracen si te alcanzan. Yohami Zerpa
Soneto XVII No te amo como si fueras rosa de sal, topacio o flecha de claveles que propagan el fuego: te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma. Te amo como la planta que no florece y lleva dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores, y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo el apretado aroma que ascendió de la tierra. Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde, te amo directamente sin problemas ni orgullo: así te amo porque no sé amar de otra manera, sino así de este modo en que no soy ni eres, tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía, tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño. Pablo Neruda Salu2
Inagurando el mensaje 801 del post dejó esta historia. FLORES EN LA VENTANA Juan Gerardo Aguilar Hoy, por fin, decidí hablarle. Como todas las mañanas, desde hace casi un año, el despertador sonó a la misma hora. Traté de sincronizarlo con su reloj biológico. Las primeras veces me costó trabajo dejar la cama para verla; pero poco a poco se convirtió en parte de mi rutina. Hizo mella en mi corazón pese a que nuestros encuentros no duraban nada. ¿Alguna vez nos vimos a los ojos? Creo que no. Aunque yo siempre adiviné un azul profundo en ellos, un azul que quería ocultar su temor a la longevidad. Era suficiente ver el ímpetu que imprimía a cada zancada para darse cuenta que no deseaba ser vieja, y eso -más que un genuino interés por su salud- la impulsaba a correr cada día varios kilómetros. Podría decirse que ese miedo la llevó hasta mí. De no ser por él, jamás hubiera pasado frente a mi ventana. Ningún otro acontecimiento de mi vida logró sacudirme tanto como saber que ella existía. Durante el verano, cuando las mañanas se iluminan más pronto, salía a verla con el pretexto de tirar la basura en el contenedor o de recoger el periódico. Y era entonces cuando observaba su figura al fondo de la calle, pequeña en un principio; pero aumentaba de tamaño a medida que se acercaba. Me fascinó su trote, decidido y fino al mismo tiempo, elegante como una pantera. Y aun así me inspiraba una gran ternura. Su esfuerzo me parecía tan inútil: correr en dirección contraria a las manecillas del reloj no tiene sentido, se lo podría haber dicho yo, que siempre cifré mi esperanza en un cuerpo esbelto, abatido más tarde, contra mi voluntad, por una protuberante barriga y una calva tan cómica como obscena. Nunca volteó a verme, ni siquiera de reojo. La entiendo: los años me han cobrado la factura. Nacer es como una chapuza del destino. Lo supe desde el día que enterramos a la abuela. Pobre vieja, estoy seguro que con frecuencia hizo eco en su cabeza la idea de desheredarme -muchas veces me lo dijo-; pero al final se arrepintió. No era gran cosa: un par de cuentas en el banco y la casa de huéspedes en la que vivíamos ambos. Un amigo abogado me ayudó con todo lo necesario para tomar posesión de los bienes, seguido de lo cual, contraté un administrador para la casa, renuncié a mi trabajo y compré este departamento. Así que podríamos decir también que la muerte de mi abuela me trajo esa belleza que veo todas las mañanas. Aunque lo intenté, jamás obtuve algún indicio que me permitiera dar con su paradero. No vivía en el vecindario. Según me dijo Epifanio, el conserje del edificio, ella corría diariamente, sábados y domingos, todo el año; sólo faltaba algunos días en invierno, cuando las nevadas intensas impedían a la gente salir de su casa. El muy puerco no dudó en hacerme saber que la observaba desde hacía más tiempo que yo. Y sin embargo, algo me hizo pensar que su aparición en mi vida no era un hecho meramente azaroso. Siempre creí en el destino, con todo y sus tretas, con los obstáculos y las libaciones que pone. Ya decía yo que el haber incorporado precisamente esta calle a su cotidiano recorrido no tenía nada de errático. Muchas noches, al acostarme, estudié la manera de hablarle. Mientras en la televisión pasaba una telenovela, yo trataba de concentrarme en encontrar un pretexto, si no perfecto, por lo menos verosímil. En vano la evocaba; no era más que un intento fútil por construir su personalidad, sus gustos, su nombre. Me rondaron ideas tan absurdas como seguirla para averiguar dónde vivía. Pero si así hubiera sido, qué seguiría después: seguramente algo tan risible como escribirle mensajes anónimos y deslizarlos debajo de su puerta, al más puro estilo del admirador secreto. No cabe duda que la edad aloja en los hombres los pensamientos más ridículos y las cursilerías más disparatadas. Una conducta de este tipo es un signo inequívoco de que los años nos están ganando la partida. A final de cuentas, ella y yo no éramos tan distintos: le temíamos a lo mismo, sólo que a mí el futuro ya me había dado alcance. La juventud se vuelve un doloroso recuerdo sin que uno se dé cuenta. Por lo regular, lo notas cuando alguien más te lo dice; aunque en mi caso no fue así: tuve que escucharlo de voz de un par de mozalbetes que hicieron bromas a mi costa y se mofaron de mi aspecto en los baños de la oficina. Sus comentarios y la certeza de que había entrado a la tercera edad me impidieron cagar a gusto. No se dieron cuenta que yo estaba escuchándolos. Abrí la puerta del baño y no les dije nada. Siempre fui así: nunca reclamaba, bien podían orinarme la cara sin que yo hiciese algo al respecto. Por fortuna, la muerte de la abuela también me libró de ellos y me dio la oportunidad de largarme a vivir al otro extremo de la ciudad. Si bien no trabé amistad con los demás inquilinos del edificio nunca me hicieron ninguna grosería. Mi relación con ellos era tan cercana como lo permite un buenosdías o un hastaluego. Platicaba más con el conserje. En varias ocasiones, cuando llegué en la madrugada, pude respirar el tufo a mariguana en el cuartucho de la planta baja donde él vivía. Me invitaba a pasar y me ofrecía una copa de aguardiente. Creo que yo era el único que escuchaba sus interminables pláticas acerca de mujeres, de fútbol o de sus numerosos hijos; aunque, a decir verdad, yo no tenía otra cosa mejor que hacer en mi departamento. Fue él mismo quien me contó que "Epifanio" era un nombre para hombres de verdad, que por eso le habían puesto así. No le quedaba otra opción que resignarse, los nombres son tan arbitrarios: yo mismo no sé qué estaba pensando la abuela cuando le ordenó a mi madre que me llamara Apolonio. Cierta noche, volvía de la calle cuando Epifanio me ofreció un trago y comenzó a hablar de ella. Ahí supe que no era yo el único. ¿Por qué demonios pensé eso? Es que acaso creí que podría voltear a verme un día, que aceptaría subir conmigo y meterse en mi cama así nada más, porque un vejete barrigón como yo se lo pedía con palabras dulces. Más ebrio que una cuba, el conserje me decía que con seguridad era una buscona, que él también había intentado, sin éxito, seguirla una vez; pero como siempre, ella traía esas cosas puestas en los oídos y con seguridad ni siquiera reparó en que alguien la venía siguiendo. Quizá por eso Epifanio la odia, y no creo que pueda superarlo en mucho tiempo. A pesar de que ya transcurrieron varios días, aún tengo en mi mente su imagen. Ese día salí más para verla que para recoger el periódico, la vi detener su marcha y fijar su atención en el jarrón con girasoles que tenía sobre mi ventana. Nunca como en ese momento anhelé haberme quedado en el departamento. La oportunidad de verla a los ojos se me había ido de las manos. No hizo nada más que observar unos segundos los girasoles y reanudar su trote. No obstante, eso me indicó, por lo menos, que le agradaban las flores, igual que a mí. De mi abuela heredé el gusto por ellas. Me cautivaron por la apacible sensación que insuflan, porque hacen buena compañía y viven sólo lo necesario; a las flores no se les llora cuando mueren, es la ventaja que tienen sobre otros seres vivos, incluso sobre los seres humanos. No había comprado un ramo desde que puse uno de alelíes sobre la tumba de la abuela. Pero desde que percibí que esa mañana ella interrumpió su trote ante las flores, las seguí comprando todos los días: girasoles, gardenias, gladiolos, tulipanes. Y las puse diariamente en el mismo sitio con una devoción enfermiza, para que cuando les echara un vistazo se detuviera un instante. Apenas sonaba el despertador, tomaba el florero de la mesa, corría a colocarlo en la moldura de la ventana y me ocultaba en un sitio donde pudiera observarla. Pero después de algún tiempo eso ya no fue suficiente para mí. Por eso, justo para hoy, resuelto a abandonar mi patética cobardía, compré una orquídea para abordarla y ponerla en sus manos. No tengo por qué negarlo: igual que Epifanio, yo también he deseado hacerle el amor. Hubo ocasiones en las que la soledad se cernía de más en el departamento y yo no hacía otra cosa que recordarla. Entonces salía a la calle, buscaba a la lívida mujer de siempre y la llevaba a cenar a un modesto restaurante para después terminar tratando de acariciarla, no sin cierta vergüenza, en un sillón de mi departamento; aunque todo el tiempo evocaba aquel trote, aquel atuendo deportivo ceñido a su armonioso cuerpo. En mi mente recreaba una situación distinta: creía que era ella la que caminaba hacia la ventana para aspirar el perfume de las flores. Prácticamente no dormí: sólo pude pensar en ella y en lo que iba a decirle cuando me atravesara en su camino. Apenas iba a cerrar los ojos cuando el sonido de los primeros coches inundó la habitación. Había programado el despertador para que sonara antes de su puntual paso por la calle, calculé que me sobrarían algunos minutos para bañarme con tranquilidad y vestirme con lo más apropiado de mi guardarropa; pero no sonó. Hasta había comprado una caja de cigarros pensando que sería un buen momento para empezar a fumar; a final de cuentas, los espacios vacíos entre una y otra actividad estaban llenos de humo de tabaco, aunque intuí que no me atrevería a hacerlo. Alcancé mi reloj de bolsillo del buró y comprobé que estaba con el tiempo en contra. Abandoné la cama y de inmediato me metí a la regadera. Al tiempo que me duchaba frenéticamente, recordé a la abuela diciendo en alguna ocasión que las orquídeas eran obscenas y que los hombres con malsanas intenciones se las regalaban a las jovencitas esperando ser retribuidos con favores de otro tipo. La abuela sabía muchas historias acerca de las flores. El minutero me indicó que ya era hora. Me vestí lo más pronto que pude, bajé las escaleras dando traspiés, asiendo con firmeza el obsequio para que no cayera, y me apersoné en la acera de enfrente. No tardó mucho en aparecer al final de la calle, junto con el maldito titubeo y mi temblor de manos. Me vi tentado a huir; pero discurrí que si no era hoy, no sería nunca. Al verla cada vez más cerca, decidí aprovechar el momento en que se detuviera a observar las flores en la ventana para interrumpirla y quizá decirle algo sobre ellas, antes de entregarle la orquídea. Creí que eso sería suficiente para que este inusual arranque de coraje se impusiera a mi patética y blanduque voluntad. No sé cómo, pero en un instante, su figura en movimiento cruzó ante mis ojos, sin verle siquiera el polvo, y se perdió entre las calles. No se detuvo. Permanecí ahí un momento, desconcertado, con el estuche transparente en las manos. Me encaminé luego a la entrada del edificio y mientras subía con pasos alargados los escalones recordé con amargura que había olvidado el jarrón con flores sobre la mesa. Nos vemos. un karo
Hola a tod@s, he de colocar el mensaje 802 en esta Historia de amor Sí... Si puedes mantener intacta tu firmeza cuando todos vacilan a tu alrededor Si cuando todos dudan, fías en tu valor y al mismo tiempo sabes exaltar su flaqueza Si sabes esperar y a tu afán poner brida O blanco de mentiras esgrimir la verdad O siendo odiado, al odio no le das cabida y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad Si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey Si piensas y el pensar no mengua tus ardores Si el triunfo y el desastre no te imponen su ley y los tratas lo mismo como dos impostores. Si puedes soportan que tu frase sincera sea trampa de necios en boca de malvados. O mirar hecha trizas tu adora quimera y tornar a forjarla con útiles mellados. Si todas tu ganancias poniendo en un montón las arriesgas osado en un golpe de azar y las pierdes, y luego con bravo corazón sin hablar de tus perdidas, vuelves a comenzar. Si puedes mantener en la ruda pelea alerta el pensamiento y el músculo tirante para emplearlo cuando en ti todo flaquea menos la voluntad que te dice adelante. Si entre la turba das a la virtud abrigo Si no pueden herirte ni amigo ni enemigo Si marchando con reyes del orgullo has triunfado Si eres bueno con todos pero no demasiado Y si puedes llenar el preciso minuto en sesenta segundos de un esfuerzo supremo tuya es la tierra y todo lo que en ella habita y lo que es más serás hombre hijo mío.... Rudyard Kipling
Hola a to2, yo dejo el mensaje numero 803 en este post Y en está ocasión vamos a deleitarnos con un pequeño relato de Mario Benedetti. Que visto desde cierta perspectiva trata sobre la “banalidad del mal” en el sentido acuñado por la filosofa Arendt. Es todo un tema para ponerse a pensar eso de “ la banalidad del terror, del horror o el mal”, es en la cotidianeidad de una dictadura en donde el papel de los verdugos y represores pierde su halo siniestro o maquiavélico, más bien los verdugos adquieren la imagen de autómatas, hombres ignorantes sin capacidad de abrir juicio por sí mismos, ya que están sumergidos en el patetismo absoluto, propio de toda situación de terror, de tortura y represión. Eso Al preso lo interrogaban tres veces por semana para averiguar «quien le había enseñado eso». Él siempre respondía con un digno silencio y entonces el teniente de turno arrimaba a sus testículos la horrenda picana. Un día el preso tuvo la súbita inspiración de contestar: «Marx. Sí, ahora lo recuerdo, fue Marx.» El teniente asombrado pero alerta, atinó a preguntar: «Ajá. Y a ese Marx ¿quién se lo enseñó?» El preso, ya en disposición de hacer concesiones agregó: «No estoy seguro, pero creo que fue Hegel.» El teniente sonrió, satisfecho, y el preso, tal vez por deformación profesional, alcanzó a pensar: «Ojalá que el viejo no se haya movido de Alemania.» "Super Mario" Salu2
NO ME PREGUNTES Si algún día descubres que me quieres, No me preguntes, porque mi anhelo eres tú Porque mi amor es silencioso; no me preguntes Porque tengo las manos vacías, porque lo único Que poseo es la esperanza y un corazón abierto Al tiempo, para que habiten en el tus caricias Tus pasiones… Para que veles su sueño, Y lo protejas de la indiferencia; de la envidia Y de todo aquél cuya razón no sea amar… Marcia Echávarry
EN PAZ Artifex vitae artifex sui Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; Porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje la mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales coseché siempre rosas. ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! Hallé sin duda largas las noches de mis penas; mas no me prometiste tan sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas santamente serenas... Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz! Amado Nervo Salu2
De mi para ti... AMAME Amame, como aquellos que se amaron sin límites. como aquellos que se salvaron por el Amor. como aquellos que se iluminaron por el Amor. como aquellos que se transmutaron por el Amor. Amame, sin prejuicios ni condiciones. sin esperas ni reservas. sin egoísmos ni sombras. sin cadenas ni sumisiones. Amame, con la profundidad insondable del océano. con la claridad del Sol de las montañas. con la fuerza suprema de vientos huracanados. Amame, con la blanca llama de tu alma despierta. con la alegría de cielos infinitos. Porque sólo por el Amor peregrinamos juntos hacia la dicha divina e inmortal. Renato Alejandro Huerta
Nuestro Amor Nuestro amor no está en nuestros respectivos genitales, nuestro amor tampoco en nuestra boca, ni en las manos: todo nuestro amor guárdase con pálpito bajo la sangre pura de los ojos. Mi amor, tu amor, esperan que la muerte se robe los huesos, el diente, y la uña esperan que en el valle solamente tus ojos y mis ojos queden juntos, mirándose ya fuera de la órbitas, más bien como dos astros, como uno. C. G. Belli
Dame la mano DAME la mano y danzaremos; dame al mano y me amarás. como una sola flor seremos, como una flor, y nada más... El mismo verso cantaremos, al mismo paso bailarás. Como una espiga ondularemos, como una espiga, y nada más. Te llamas Rosa y yo Esperanza; pero tu nombre te olvidarás, porque seremos una danza en la colina, y nada más... Gabriela Mistral Salu2
Amor primero Te digo que esta ha sido la primera vez que amé. Si la tierra que ahora pisas se hundiera con nosotros, si aquel río que nos vigila detuviera el paso, sabrías que es verdad que te he buscado desde niño en las piedras, en el agua de aquella fuente de mi plaza. Tú, tan flor, tan luz de primavera, dime, dime que no es mentira, este milagro, la multiplicación de mi alegría, los panes y los peces de tu pecho. Contéstame. No quiero hablar yo solo, estar- yo solo- alegre. Te amo. ¡ Fuego, la mañana hace fuego y nos golpea los corazones! Levantémoslos arriba, siempre arriba. Alguien nos lleva, alguna mano pura nos empuja. Carlos Sahagún