Cuestiones sobre el jardín privado de la clase media

¿Y es una inversión necesaria?

 

En un día caluroso siento alivio al ponerme a la sombra de un árbol o de un emparrado. Eso es lo necesario.

 

Los árboles son una inversión y una necesidad en cualquier sitio pero imprescindibles en las ciudad.Hace unos dias me entero que plantaron en.un paseo de la costa cientos de árboles en, un sitio de altísimo standar, y no les pusieron riego, murieron todos.El.agua debe utilizarse con precaución pero dejar morir de este modo a los árboles es un arbocidio injustificable.Cuando los plantaron el jefe de gobierno se tomó fotos para la campaña con grandes aspavientos, ahora todo ese trabajo murió.Solo le sirvió al.político de turno, el.mismo que pinta de azul el suelo y dice que han puesto agua para un paseo refrescante.El mismo que toma terrenos y construye cientos de torres por todos lados y no hay forma ni ley que lo pare .Es tan doloroso ver mi ciudad enrarecida por esta gente que sólo quiere mas y mas riqueza y poder para sus pequeños grupos de amigos

 

La cuestión de lo necesario es muy oscura. Es muy compleja, con un importante componente psicológico.

En el ámbito privado es meramente subjetivo. El "diseñador" puede necesitar proteger su cultivo del viento, tener una sombra en verano, un lugar armonioso donde relajarse, generar una reserva de combustible para el futuro (madera), atraer a las aves o a las abejas, tener un jardín de revista, etc... En fin, detrás de cada proyecto siempre hay alguna necesidad que no solemos cuestionar porque pertenece al ejercicio de la libertad individual.

Los proyectos son menos opacos. La cuestión para mí es que el alcance del proyecto de un jardín privado de una persona de clase media es irrisorio: nada que permanezca en el tiempo.

 

¿Necesitamos que tengan alcance?

 

Depende del proyecto. A veces es necesario para que tenga sentido.

 

Quería plantearlo en abstracto, porque así hubiese sido una reflexión útil para cualquiera. Pero parece que pensamos mejor lo concreto.

Yo tengo una modesta colección de especies autóctonas, algunos ejemplares crecen según su forma natural, otros moldeados según métodos tradicionales y otros moldeados de manera (creo yo) más o menos innovadora (importando técnicas de otros lugares).

Esta colección no entra en conflicto con el pasado del terreno, dedicado al cultivo de subsistencia. Sí contrasta con el entorno, que poco a poco se ha ido urbanizando.

Como reducto de muchas cosas, me gustaría que el proyecto permaneciera cuando yo no esté. Pero cuando eso ocurra nadie habrá para valorarlo.

También había soñado con comprar un terreno en alguna parte un tanto más aislada y rural de la isla de Tenerife. Colocar una pequeña estancia y desarrollar un proyecto similar, que con los años pudiera ser visitado por personas interesadas.

Desgraciadamente sólo son sueños. No puedo emprender una tarea así. Quizás podría intentarlo, arriesgar todas mis finanzas y probar suerte. Pero sería intentar tocar la Luna con los dedos... Y de nuevo, bastaría un cambio de titularidad para que todo se esfumara.

 

La sociedad no es constante: al desaparecer una generación la siguiente está interesada en otros asuntos. Yo he considerado muchas veces cuál puede ser la clave, o la fórmula que permita que un proyecto sobreviva a los avatares de la vida, pero no las he encontrado. Así, de todas las villas ajardinadas de La Castellana de Madrid, sólo han quedado unas pocas, entre las que se encuentra la de Joaquín Sorolla. Su pervivencia no depende del jardín en sí, ni de la vivienda en sí, sino de la memoria de su obra pictórica. En sí mismos los jardines apenas perviven más allá de unas pocas estaciones; y la memoria de que hubo un jardín, no más allá de lo que viven sus árboles más longevos, la tapia y la verja de su perímetro, y la casa que se encontraba en su interior. Quizá podría considerarse más exitosa una transmisión familiar, pero en una sociedad empobrecida como la española, mantener una herencia es algo que muy pocos pueden permitirse.