El Cuenta Cuentos

Tema en 'Comunidad de Infojardín' comenzado por EvaPatry, 31/8/07.

  1. itsasne

    itsasne de Bilbao

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    :smile: chiiiipi ¡que alegría verte!!! :smile:

    Cuidate :razz:

    Cariños :beso:
     
  2. benemi

    benemi ...mar adentro

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    La Gallina y El Diamante

    Una gallina, al hurgar con sus patas entre la basura, encontró una piedra preciosa. Sorprendida de verla en aquel lugar inmundo, le dijo:
    - ¿Cómo tú, la más codiciada de las riquezas, estás así humillada entre estiércol? Otra suerte habría sido la tuya si la mano de un joyero te hubiera encontrado en este sitio, sin duda indigno de ti. El joyero, con su habilidad y su arte, hubiera dado mayor esplendor a tu brillo; en cambio yo, incapaz de hacerlo, no puedo remediar tu triste suerte. Te dejo donde estás, porque de nada me sirves.

    La ciencia y la sabiduría nada valen
    para los necios y los ignorantes
    .


    Fin
     
  3. benemi

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    La Serpiente y La Lima

    En casa de un cerrajero entró la Serpiente un día, y la insensata mordía en una Lima de acero.
    Díjole la Lima: - El mal, necia, será para ti: ¿Cómo has de hacer mella en mí, que hago polvos el metal?



    Quien pretende sin razón
    al más fuerte derribar,
    no consigue sino dar
    coces contra el aguijón.


    Fin
     
  4. benemi

    benemi ...mar adentro

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    La Cabra y El Asno
    Un campesino alimentaba al mismo tiempo a una cabra y a un asno. La cabra, envidiosa porque su compañero estaba mejor atendido, le dio el siguiente consejo:
    - La noria y la carga hacen de tu vida un tormento interminable; simula una enfermedad y déjate caer en un foso, pues así te dejarán reposar.
    El asno, poniendo en práctica el consejo, se dejó caer y se hirió todo el cuerpo. El amo llamó entonces a un veterinario y le pidió un remedio que salvase el jumento.
    El curandero, después de examinar al enfermo, dispuso que se le diera de comer un pulmón de cabra para devolverle las fuerzas.
    Y sin titubear, el labriego sacrificó de inmediato a la envidiosa cabra para curar a su asno.


    No hagas a otros lo que no
    quieres que hagan contigo.


    Fin
     
  5. benemi

    benemi ...mar adentro

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    UNA ADIVINANZA?? AHÍ VA UNA:


    :eyey: :eyey: Si dices mi nombre se rompe:eyey:
     
  6. mamaAnna80

    mamaAnna80 Hoy puede ser un gran dia

    Deseando leerlo esta noche :11risotada: :11risotada:


    :icon_redface: :icon_redface: :icon_redface: ¡¡¡Tendré que esperar a ITSASNE!! :icon_redface: :icon_redface:


    Hasta luego:beso: A TOD@S
     
  7. benemi

    benemi ...mar adentro

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    ITSASANEEEEE!!!! ANDE ANDAS MUJER!!!:beso: MamaAnna80 quiere que le saques de dudas con la adivinanza:smile:
     
  8. vega

    vega

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    Las grullas están por llegar, las espero dentro de 3 días.:52aleluya:


    1000 GRULLAS
    *Semba Tsuru: mil grullas". Una creencia popular japonesa asegura que haciendo mil grullas- según enseña a hacerlo el origami, se logra alcanzar larga vida y felicidad.


    Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Pero ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.
    Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a las noticias de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.

    Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.

    ¡Ah... y también se estaban descubriendo el uno al otro! Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.

    Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio... Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.

    -No tengo hambre- le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía.

    -Te dejo mi vianda- Y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regresar a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

    Naomi...poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.

    Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezaran. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.

    A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.

    Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque... Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque... Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! -pensaron los dos al mismo tiempo.

    Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto con sus padres, hacia la aldea de Miyashima*. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.

    Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas.

    -Para cuando termine la guerra..._decía el abuelo. -Todo acaba algún día...- comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi. ¿Y Naomi?

    El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.

    Abandonó el tatami*, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

    El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus*

    Lento se apaga el verano.
    Enciendo lámpara y sonrisas.
    Pronto florecerán los crisatemos.
    Espera corazón.

    Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.

    El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era tanta ropa que remendar!

    Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.

    La aguja iba y venía, laboriosa. Así quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca... Y los dos deseos se cumplieron. Pero el mundo tenía sus planes...

    Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima. Naomi se ajustaba el obi* de su kimono y recuerda a su amigo:- ¿qué estará haciendo ahora?. "Ahora", Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta:- ¿Qué estará haciendo Naomi?.

    En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima. En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima. Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.

    En ella una mamá amamanta a su hijo por última vez. Dos viejos trenzan bambúes por última vez. Una docena de chicos canturrea: "Donguri - Koro koro-DonguriKo..."*por última vez. Miles de hombres piensan en mañana por última vez. Naomi sale para hacer los mandados.

    Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río. Y medio millón de japoneses medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima. Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido. Nadie será ya quien era. Hiroshima arrasado por un hongo atómico. Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.

    Recién en diciembre Toshiro logró averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios! Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.

    Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana. El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era el frío exterior o su pensamiento que lo hacía tiritar. Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.

    Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.

    -Voy a morirme, Toshiro... -susurro, no bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama-. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta... Mil grullas o Semba-Tsuru*, como se dice en japonés.

    Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en el bolsillo de su chaqueta.

    -Te vas a curar, Naomi -le dijo entonces-, pero su amiga no le oía ya. Se había quedado dormida.

    El muchachito salió del hospital bebiéndose las lágrimas. Ni la madre, ni el padre ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche él por que de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí. Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron sorprendidos.

    En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.

    Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho. La tijera la llevaba oculta entre sus ropas. Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella había hecho. Ya amanecía. El muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de en un leve hilo de coser, una encima de la otra

    Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki* y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara, por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.

    No había tiempo que perder, imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

    -Prohibidas las visitas a esta hora - le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.

    Toshiro insistió:

    -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho. Por favor...

    Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparente impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió entrar:

    -Pero cinco minutos, ¿eh?.

    Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió. Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mi grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.

    Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

    -Son hermosas, Tosí-chan*, gracias...
    -Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas. Y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.

    En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana. Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

    La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podrían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?




    Febrero de 1976

    Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.

    Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.

    Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.

    Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular...

    Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados restaurantes...
    Grullas y más grullas.

    Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición japonesa.

    -Algún día completará las mil... - cuchicheaban entre risitas- ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?

    Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.




    *miyashima: pequeña isla situada en las proximidades de la ciudad de Hiroshima.
    *haiku :breve poema de diecisiete sílabas, típica poesía japonesa
    *obi .faja que acompaña al kimono.
    *Donguri- koro Verso de una canción popular japonesa.
    *Semba Tsuru: mil grullas. Una creencia popular japonesa asegura que haciendo mil grullas- según enseña a hacerlo el origami, se logra alcanzar larga vida y felicidad.
    *furoshiki tela cuadrangular que se usa para formar una bolsa.
    *tosi-chan diminutivo de Toshiro


    besos, vega
     
  9. grendel

    grendel Jardinero Novato

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    Buenas, a la noche vuelvo con el cuento de Behigorri pero la adivinanza.....no sera el silencio :smile:
     
  10. benemi

    benemi ...mar adentro

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    :52aleluya: :52aleluya: BINGOOOOOOOO!!!!! :52aleluya: :52aleluya: No "será" es
     
  11. chipi-chipi

    chipi-chipi Donax denticulatus

    hola :happy:

    sin embargo la gallinita no desconocia el balor de la piedra :happy: es solo que en verda no podia ase nada con ella :happy: es muy dura para tallala con el pico :happy:

    asta pronto :happy:
     
  12. MANU_

    MANU_ ecotopia

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    Hola a tod@s. Vengo por aquí gracias a Vega, que me "amenazó" con poner un cuento mío que yo subí al foro de macetohuerter@s (debía estar :40tajarina: yo, no Vega ). He leído unos cuantos, de Chipi, de Benemir, de mama Anna, Eva Patry, Chagall, Grendel...y están geniales. Las leyendas, fábulas y cuentos más o menos antiguos se van perdiendo y da gusto encontrar peña que los mantiene vivos. Vega, el último tuyo es un cuento japonés o de tu cosecha? Está muy bien. Creo que se ha hablado poco aún sobre aquellas dos bombas diabólicas.

    Os pongo uno mío (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).

    MANUEL Y EL CONSEJERO DON Lo que más vívidamente recuerdo de los últimos diez años es mi crisis de los treinta y cinco. No la de los cuarenta, como suele ser habitual, aunque supongo que hoy, que vivimos más y peor, se desatará pasados los cincuenta. Recuerdo a mi madre alabando las virtudes del matrimonio y a mi padre enumerando las ventajas de la vida en sociedad. A mi mujer no la recuerdo con claridad aun cuando lo que estaba en juego era mi relación con ella.
    - Manuel, no seas obtuso, que vas a hacer en un lugar que ni siquiera tiene luz eléctrica, decía mi madre con el asentimiento de su marido. Vas a volver loca a la pobre Sara…es tan buena. Además, has dicho que no es eso…que no has dejado de quererla, ¿verdad?
    - Sin luz eléctrica, insistió el ex-cabeza de familia, tratando de reimponer su ex-patriarcal voluntad. Tú no tienes depresión ni hastío, ni te puede la rutina. A tí lo que te puede es no haber hecho nada en la vida y ahora, que tienes un trabajo estable y una mujer que te adora, lo tiras todo por la borda sin asumir ninguna responsabilidad.
    Recuerdo caras de asombro en la oficina cenicienta y alguna de incredulidad y una de envidia cuando dejé caer sin entrar en explicaciones farragosas que dejaba el trabajo después de siete años de abrir y cerrar archivos, de escudriñar papeles ajenos para fortunas ajenas, adivinar el sol de nueve a dos en invierno y envidiarlo de cuatro a seis en verano, de depresiones postvacacionales o de absurdos intentos de esconderme entre las plantas que cultivaba en mi mesa de trabajo. En las horas que robaba al implacable discurrir cotidiano, salía con premura de la ciudad para poner tierra de por medio con la celulosa muerta y corroborar que la celulosa no era solo papel de oficina mugrienta, sino árboles, plantas, vegetales vivos que atrapaban el sol que se me resistía. Me llamaba la vida que un día racionalicé al comenzar a estudiar medicina, biología o ecología, que nunca acabé, como bien decía mi padre.
    Tiempo atrás compré una casa vieja con unas pocas hectáreas de tierra en las montañas cercanas a la ciudad que me asfixiaba. Procuraba ir todos los fines de semana, y, cuando los días se alargaban y el frío no era un impedimento viajaba tres cuartos de hora para respirar aire limpio, no ver a nadie y seguir arreglando lo que llevara entre manos. Al principio, Sara, mi mujer, venía conmigo. Incluso adornaba los exteriores y colocaba macetas y ruedas de carro en el porche de la estancia. Perdió la ilusión al comprobar la que a mí me producía, al ser consciente de la atracción que la soledad de la naturaleza ejercía semana tras semana, día tras día, a cada instante. No era una obsesión, era algo inevitable, un poderoso imán que me alejaba por fuerza de los vericuetos edificados de la ciudad, de las reuniones vecinales en las que se decidía con interminables debates el color de los toldos de la terraza, de los miles de coches en fila india rodando ruidosa y lentamente a las siete de la mañana a miles de fábricas y oficinas grisáceas sin que de ninguna garganta se escapara apenas un grito de queja. A los treinta y cinco años no se te acaba el tiempo pero yo tenía la sensación de que así era.
    La primavera del segundo año comencé a dormir en la sierra pese a las protestas de Sara. Ya ni siquiera ella venía los fines de semana. Había ido arreglando poco a poco las habitaciones de la casa aprendiendo con paciencia a colocar regles, levantar ladrillos y enlucir paredes. Adosé un invernadero en la pared sur que en días soleados calentaba más que la chimenea que tuve que arreglar y mejorar. Trabajé con la madera y con el hierro, fabricando o arreglando muebles viejos, alacenas, antiguos armarios y arcones, rejas y aperos de labranza que compraba en un pueblo cercano. Planté madroños y mirtos, lentiscos y almeces, árboles que dieran sombra y otros que dejaran pasar el sol de invierno. Intenté, experimentado y leyendo, poner en marcha un huerto. Sara trataba de desterrar las ideas que ya sobrevolaban mi cabeza al verme llegar con unos calabacines raquíticos o una docena de tomates del tamaño de cerezas.
    - Vete al mercado a venderlos, así saldremos del mísero sueldo que te pagan en la oficina.
    - Que te den, Sara.
    - No, en serio, si no acabas ninguna de las carreras que has empezado, ese puede ser un buen pluriempleo.
    La discusión en torno al huerto concluyó a los pocos meses al poner en práctica un viejo refrán que me confió Tomás “El Pirro” mientras me ayudaba a mejorar las escaleras que conducían a la buhardilla de la casa. Se paró en medio de la cocina a la espera de un café recién hecho hojeando uno de mis libros.
    - Es que voy a hacerme un huerto, balbuceé, intuyendo el significado de su media sonrisa. Ahí, detrás de las cuadras, donde está el cuarto de aperos.
    - Juan el de la tienda de comestibles vende un estiércol barato; si quieres te lo acerco en el enganche del tractor.
    - Ya puse algo la primavera pasada pero la verdad es que saqué cuatro cosuchas. ¿hay que poner mucho?
    - Uyyy, exclamó, tanto libro y tanta gaita no te van a dar de comer. Mira –dijo muy serio-, cava, echa basura y cágate en los libros de agricultura.
    No olvidé frase tan lapidaria pero las berenjenas, pimientos y tomates que cultivé ese verano no convencieron a mi mujer de que compartiera mis aficiones y, mucho menos, entretejiera conmigo el plan que tomaba forma en no sé que parte de mi cerebro. También recuerdo que los últimos meses regresaba a la ciudad solo para no perder mi empleo, que las discusiones con Sara se incrementaron las pocas veces que nos veíamos y que mi desidia sobre determinadas convenciones sociales aumentaba. Mi cabeza estaba más cerca, durante las discusiones familiares –mis padres habían tomado partido claro por mantener mi matrimonio-, en la oficina, con las amistades, de la inminente terminación de un gallinero a todo confort en el que pensaba acomodar varias gallinas, pavos y patos, que de sus quejas, consejos o amenazas. De forma lenta, relajada pero a la vez salvaje, se fue apoderando de mí la inevitable sensación de que al fin todas las mañanas me despertaría oyendo el canto de los pájaros, a los que luego podría observar con mis prismáticos, desayunar con huevos recién cogidos y ajos tiernos del huerto para encerrarme después en el taller o elaborar a su puerta las artesanías que me permitieran disponer de algo de liquidez monetaria. Tampoco había nacido ayer.
    Los truenos resonaron a finales de abril del segundo año. En la sierra todo verdeaba, era época de siembra, la naturaleza desataba genes contenidos y pasiones periódicas, los lagartos ocelados sesteaban al sol y yo aprovechaba para recoger y ensilar mis alcachofas, que también era tiempo. Luego arreglé el gallinero y las conejeras, cené algo y me quedé dormido en la hamaca con un libro como sábana. Cuando desperté pasaban diez minutos de la hora de entrada a mi trabajo. Casi una hora después hice mi aparición triunfal en la oficina: pelo revuelto, cara de sueño, pantalones manchados y unas zapatillas que, no lo niego, podían oler a gallina, a conejo o a una mezcla de excrementos de ambos. Fue, lo digo en mi descargo, exceso de celo. Aunque mis relaciones estaban seriamente deterioradas, aun disponía de ropa en casa de mi mujer y ella no me hubiera negado algunas imprecaciones ni tampoco una ducha. En mi trabajo las cosas se desarrollaron con inusitada rapidez. Sobre las diez de la mañana los comentarios sobrevolaban mi espacio laboral. A las once quince me llegó el rumor de una inminente llamada del director general y a las doce esa llamada se hizo efectiva. Sobre las doce y pocos minutos escuché mi propia voz negociando impasible mi despido por una cantidad razonable a cambio de no interponer demanda sindical. A la una y treinta minutos me descubrí dando de comer a las gallinas en mi casa de la sierra sin conseguir apartar de los músculos faciales un rictus de plena satisfacción.
    Fue una liberación en toda regla. No iba a dar marcha atrás , lo tenía decidido. Con la misma frialdad y candidez con la que había convertido en pasado mi esclavitud administrativa, haría entrar en razón a Sara, a mis padres y a todo el que estuviera dispuesto a escuchar que la podrida cáscara que hasta ese momento me recubría se había abierto y la semilla de su interior anclaba ya sus raíces en una tierra abonada con el estiércol de Juan, el de la tienda de comestibles.
    Con su retórica decimonónica Don Manuel comenzó su discurso:
    - Mira, Manuel, no es solo que abandones a Sara, esas cosas ocurren, máxime si lo que hay es otra mujer ¿la hay?, como no me cuentas nada, pero si la hay ¡ja, ja, ja!, bueno, ya me lo contarás un día si quieres. Lo que te quiero decir es que ese no debiera ser motivo para que te despidas de tu trabajo, reconozco que no es un trabajo de ingeniero pero os da de comer. Además, esa idea tuya de irte a la sierra a cultivar patatas. Más te valdría haber acabado medicina…o bueno, biología si era lo que querías, pero al campo, sin luz, en esas condiciones tan bajas…
    - No hay otra mujer, padre, quiero cambiar de vida, allí me siento bien, aquí no.
    - A ti te encanta hacerme la puñeta, vienes haciéndomela desde hace un montón de años, justo ahora que tengo la posibilidad de que me den la consejería de obras públicas si el gobierno cambia en las próximas autonómicas, justo ahora te me vas a poner a vender cachivaches como cualquier jipi marginado. Eres un imbécil, Manuel, con lo que podrías haber sido.
    - Soy ahora, he elegido mi camino y Sara ha elegido el suyo. No puedo estar eternamente viviendo del pasado. Prefiero el día a día y estamos hablando de mi futuro, no del tuyo que pareces tenerlo muy claro.
    - ¡Tu futuro!, aislado, sin luz.
    - Pienso instalar unas placas. Habrá luz de sobra.
    - Aislado, desplazado de la gente que te quiere, de tu gente. Sé un poco sensato al menos y haz algo de provecho, yo te ayudaría económicamente. Ya que te gustan los animales utiliza la tierra para instalar una granja, de gallinas, de cerdos, de lo que quieras. Eso da dinero si sabes como manejarlo, pones allí dos naves, contratas a cuatro o cinco del pueblo ese de al lado…
    - No me interesa, padre.
    Recuerdo que este diálogo, casi monólogo paternal, dio por finalizada mi crisis de los treinta y cinco, no la de los cuarenta, como suele ser habitual, aunque supongo que hoy, que vivimos más y peor, se desatará pasados los cincuenta.
    Ahora casi todas las mañanas me despierta el gallo de mi corral o los mirlos o las lavanderas blancas. Desde la cama alcanzo a ver los picos sombreados por árboles y desayuno con parsimonia mientras repaso las tareas que voy a hacer ese día. Siempre hay algo que hacer, pero he ido aprendiendo que en primavera no hay que despistarse y que el invierno invita a dejarse caer por el pueblo para echar unas manos al dominó con Tomás “El Pirro” y con Juan el de la tienda de comestibles. Son ritmos con compases de silencio, pausados, con vino y aceitunas cultivadas allí mismo.
    Demasiada alegría, demasiada placidez, demasiado tiempo. Ayer apareció Tomás “El Pirro” cabalgando la moto de su hijo. Lo atisbé a través de la ventana y me pareció extraño que subiera hasta mi casa en ese vehículo. Llevaba una carpeta entre el pecho y la chaqueta y cara de circunstancias.
    - Manuel, dijo entrando en la casa, han aprobado la autopista.
    - ¡ No jodas! ¿y las alegaciones que presentamos?
    - La mayoría no las han tenido en cuenta pero…pero en el nuevo proyecto tu tierra está incluida.
    -¿Toda la finca?
    No contestó. Se sentó en una silla con gesto compungido y rabia en sus ojos. Una parte de sus tierras también iban en el lote.
    - ¿Porqué no se expropian ellos sus pisos de la ciudad? Siempre nos toca a los mismos. Será cabrito el consejero ese de…como se dice, de obras públicas.
    - Pirro, no hables así, no llega a ser ni siquiera un cabrito y tú lo conoces, te he hablado de él alguna vez en estos años.
    - ¿Del consejero?- Me miró con incredulidad-
    - Sí, del consejero. Es Don Manuel, mi padre.
     
  13. grendel

    grendel Jardinero Novato

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    Que bueno Manu....

    Ahi va quien es behigorri. Os lo cuento como lo tengo en primera persona que mola mas:meparto: :meparto:

    En aquella epoca, tuve que hacer un viaje desde Arratia hasta el Santuario. Viendo que la noche se me echaba encima decidi separarme del grupo con el que viajaba, que iba a pernoctar en Durango, y comence a cruzar monte a traves adentrandome en un inmenso hayedo. Mi sentido de la orientacion siempre ha sido bueno, pero aquella noche ocurrio algo raro. Pronto me di cuenta que aquel estrecho sendero en el que estaba no era el adecuado. El bullicioso repertorio de ruidos del bosque habia dado paso a sondos sordos y apagados nada acogedores
    Segui caminando y poco a poco mi inquietud se disipo. Al rato observe a escasos metros de mi, un claro en el bosque. Alcance su centro tratando de atisbar entre las copas de los arboles para intentar orientarme pero lo unico que podia ver era la imensa sombra de la cresteria de Anboto situada sobre mi cabeza.
    Estaba escudriñando el lugar cuando un fogonazo en el firmamento me hizo volver la cabeza. En ese momento una bola de fuego aparecio sobre el monte Oiz. "un cometa"pense. Atravesando el cielo a toda velocidad se iba acercando al lugar donde me encontraba. Entonces lo vi mejor. Era un gran carro tirado por rubustos y fuertes carneros y llevaba a la mujer mas hermosa que he contemplado jamas. Paralizado no pude mas que contener la respiracion cuando bajandose de su carro me dijo
    "pocos son los humanos que se atreven a acercarse a mi morada. Mi nombre es mari y no debes temer de mi"

    Hipnotizado no puede decir palabra y ella comenzo a andar seguida de una enorme vaca roja que salio de entre las hayas emitiendo un fuerte mugido de bienvenida, y sin poder evitarlo comence a seguirles....Lo que ocurrio en su morada es otra historia pero desde entonces, las pocas veces que me he perdido en el monte, behigorri ha aparecido cuando mas desesperado estaba indicandome el camino a seguir...pero cuidado! pues tambien se de algun desalmado, con el corazon negro al que behigorri no solo no ayudo si no que envio a las profundidades mas oscuras del bosque haciendo que se perdieran definitivamente......

    Buenas noches a tod@s....(mañana brujas)
     
  14. EvaPatry

    EvaPatry

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    Madrid (España)
    Sólo me paso para dar la bienvenida a Manu, hoy no voy a poner cuento que tengo la cabeza en la luna.

    Mañana te leo con calma, pero muchas gracias por contarnos tus cuentos. Espero verte a menudo por aquí. Ah! y gracias a Vega por "amenazarle" :5-okey:
     
  15. MANU_

    MANU_ ecotopia

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    zona premontañosa en Murcia
    Gracias por la bienvenida Eva Patry, Grendel.

    Bueno, ya sabemos quien es Behigorri...pero ¿y Mari?