Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Cuando llora la milonga
    Música: Juan de Dios Filiberto
    Letra: María Luisa Carnelli

    Sollozó el bandoneón
    congojas que se van
    con el anochecer.
    Y como un corazón,
    el hueco de un zaguán,
    recoge la oración
    que triste dice fiel mujer.

    Lloró la milonga,
    su antigua pasión,
    parece que ruega
    consuelo y perdón.
    La sombra cruzó
    por el arrabal
    de aquel que a la muerte
    jugó su puñal.

    Dos viejos unidos
    en un callejón,
    elevan las manos
    por su salvación.
    Y todo el suburbio,
    con dolor,
    evoca un hondo
    drama de amor.

    Conmovió al arrabal
    con largo estremecer
    el toque de oración.
    Dolor sentimental
    embarga a la mujer,
    en tanto el bandoneón
    la historia reza de un querer.

    Letra firmada con el seudónimo Luis Mario.


     
  2. clause

    clause Claudia

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    Cuando tallan los recuerdos
    Música: Rafael Rossi
    Letra: Enrique Cadícamo

    Llueve... Llueve en el suburbio
    y aquí, solo en esta pieza,
    va subiendo a mi cabeza
    una extraña evocacion.
    Es la pena de estar solo
    o es la tarde cruel y fría
    que a mi gris melancolía
    la convierte en emoción...
    Aquí está mi orgullo de antes,
    bandoneón de mi pasado
    viejo amigo que he dejado
    para siempre en un rincón.
    En la tarde evocadora
    tu teclado amarillento
    está mudo y ya no siento
    tu lenguaje rezongón.

    Mi viejo amigo de entonces
    yo voy corriendo tu suerte.
    Las horas que hemos vivido
    hoy las cubre el olvido
    y las ronda la muerte...
    Mi bandoneón del recuerdo
    hoy como tú ya no existe,
    pues para siempre dejé en tu registro
    enterrado el corazón...

    Hoy la tarde está lluviosa,
    bandoneón, por los recuerdos,
    y es por eso que me acuerdo
    de mis tiempos de esplendor.
    Cuando alcé tu caja un día
    en un lírico arremango
    y ahí nomás me diste un tango,
    un gran tango ganador...
    Y otra vez cuando "ella" estaba
    neurasténica y celosa
    con tu música gangosa
    la hiciste sollozar...
    Bandoneón de mis recuerdos.
    Viejo amigo envuelto en pena,
    esta tarde tengo ganas,
    muchas ganas de llorar
     
  3. clause

    clause Claudia

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    BALADA DE LA PRIMERA NOVIA


    El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce años. Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas más serias que su amor inaugural.
    Por cierto, los mercaderes, los Refutadotes de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo, han venido al mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que nos molesten.
    Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda.
    El poeta niño la quiso con gravedad y temor. No tenía entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las mujeres. Tampoco tenía –ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas.
    Las manifestaciones visibles de aquel romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón, una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan sólo una: “Me gustás vos”. En algún recreo perdió su amor y más tarde su rastro.
    Después de una triste fiestita de fin de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella.
    Sin embargo siguió queriéndola a lo largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas. Pero jamás dejó de llorar por la morocha ausente.
    La noche en que cumplía treinta y tres años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.
    Aquí conviene decir que la Aventura de la Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más recomendable para emocionarse por un amor perdido.
    A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeó la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después consultó la guía telefónica y los padrones electorales. Miró fijamente a las mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.
    Entonces pidió socorro a sus amigos, los Hombres Sensibles de Flores. Por suerte, estos espíritus tan proclives al macaneo metafísico tenían una noción sonante y contante de la ayuda.
    Jamás alcanzaron a comprender a quienes sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado.
    Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos de Ángel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenían el tiempo, abolían la muerte.
    Así, ahorrándose inútiles consejos, con el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia.
    El caso no era fácil. Allen no poseía ningún dato prometedor. Y para colmo anunció un hecho inquietante:
    -Ella fue mi primera novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.
    -Esto complica las cosas –dijo Manuel Mandeb, el polígrafo-. Las mujeres recuerdan al primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.
    El músico Ives Castagnino declaró que para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyos, los amigos resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad, Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.
    -Usted tiene una gran pena –gritó la adivina apenas lo vio.
    -Ya lo sé, señora… Dígame algo que yo no sepa…
    -Tendrá grandes dificultades en el futuro…
    -También lo sé…
    -Le espera una gran desgracia…
    -Como a todos, señora…
    -Tal vez viaje…
    -O tal vez no…
    -Una mujer lo espera…
    -Ahí me va gustando… ¿Dónde está esa mujer?
    -Lejos, muy lejos… En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.
    -Siga… con eso no me alcanza.
    -Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo… Veo también una casa humilde con pilares rosados.
    -¿Qué mas?
    -Nada más… Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes, pague.
    Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones, Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias falsas.
    Los viejos compañeros del colegio no tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelación brutal.
    -La chica se llamaba Gómez. Fue mi Primera Novia.
    -¡Mentira! – gritó Allen.
    -¿Por qué no? pudo haber sido la Primera Novia de muchos.
    Entre todos lo echaron a patadas.
    Una tarde se presentó una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resultó ser el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta. Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las mujeres, de modo que cada unos de ellas creía iniciar la serie.
    A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos en la escuela del poeta.
    Hablaron con las autoridades, cursaron invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron carteles y compraron masas y canapés.
    La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió.
    Sin embargo, los Hombres Sensibles –que estaban allí en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre los presentes.
    El poeta conversó con Inés, compañera de banco de la morocha ausente.
    -Gómez, claro –dijo la chica-. Estaba loca por Ferrari.
    Allen no pudo soportarlo.
    -Estaba loca por mí.
    -No, no... Bueno, eran cosas de chicos.
    Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin cálculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.
    El petiso Cáceres declaró haberla visto una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno.
    Nada más.
    Los muchachos del Ángel Gris fueron olvidado el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus cajones algún papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto oficial de sexto grado. Se descubrió a sí mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita estaba lejos, en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.
    -¡Ay, si supieras que te he llorado...! Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombría... Si supieras todo lo que aprendí desde aquel tiempo...
    Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre complacía los pedidos de la gente.
    -Al de la mesa del fondo le canto sinceramente...
    De pronto Allen tuvo una inspiración.
    -Ese hombre canta lo que otros le mandan cantar.
    -Es el destino de los payadores de churrasquería.
    -Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocía a mi novia.
    Mandeb copó la banca.
    -Acérquese, amigo.
    El payador se sentó a la mesa y aceptó una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.
    -Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez y creo que vivía por Paso del Rey.
    -Yo soy Gómez –dijo el cantor-. Y por aquellos barrios tengo una prima.
    Después pulsó la guitarra, se levantó y abandonando la mesa se largó con una décima.
    -Acá este amable señor
    conoce a una prima mía
    que según creo vivía
    en la calle Tronador.
    Vaya mi canto mejor
    con toda mi alma de artista
    tal vez mi verso resista
    pa’saludar a esta gente
    y a mi prima, la del puente
    sobre el río Reconquista.

    Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sábanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.
    Finalmente, la tarde en que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.
    -Es aquí. Aquí están los pilares rosados.
    Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.
    -No me parece. Vámonos.
    Pero Allen tocó el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.
    -Aquí no es, rajemos.
    Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados con algunas personas.
    -Buenas tardes –dijo la voz que alguna vez había alegrado un patio de baldosas grises.
    Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba más cerca del desengaño que de la promesa.
    Y allí, a su frente, Jorge Allen, más niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.
    -Busco a una compañera de colegio –dijo-. Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.
    La mujer abrió los ojos y una niña de doce años sonrió dentro suyo. Se adelantó un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de los procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelantó.
    -Nos han dicho que vive por aquí… Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.
    Y apretó la mano de la mujer con toda la fuerza de su alma, mientras le clavaba una mirada de súplica, de inteligencia o quizá de amenaza.
    Tal vez inspirada por los ángeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.
    -Encantada –murmuró-. Pero lamento no conocer a esa persona. Le habrán informado mal.
    -Por un momento pensé que era usted –respiró Allen-. Le ruego que nos disculpe.
    -Vamos –sonrió Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza…
    Los dos amigos se fueron en silencio.
    Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares rosados. Ya frente a la mujer morocha le dijo:
    -Quiero agradecerle lo que ha hecho…
    -Lo siento mucho… No he tenido suerte. Estoy avergonzada, míreme…
    -No se aflija. Él la seguirá buscando eternamente.
    Y ella contestó, tal vez llorando:
    -Yo también.
    -Algún día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.
    Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar –eso sí- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.
    El camino está lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que él mismo se perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles


    Alejandro Dolina
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera

    Gastón Leroux


    Intentó llamar su atención. Más de una vez la acompañó hasta la puerta de su camerino. Pero ella no lo veía. Parecía, por lo demás, no ver a nadie. Era la viva imagen de la indiferencia. Raoul sufrió por ello, porque era bella; él era tímido y no se atrevía a confesarse a sí mismo que la amaba. Además, ocurrió el imprevisto de la velada de gala: los cielos desgarrados, una voz de ángel que se dejaba oír en la tierra para el placer de los hombres y su corazón consumido... Además, además... estaba aquella voz de hombre detrás de la puerta: «¡Es preciso que me ames!» Y nadie en el camerino... ¿Por qué se había reído cuando, en el momento en que ella abría los ojos, él había dicho: «Soy el niño que fue a recoger su chal del mar» ¿Por qué no lo había reconocido? ¿Y por qué le había escrito? ¡Oh, qué larga es esta costa... qué larga! Aquí está el cruce de tres caminos... Y la colina desierta, los brezales helados, el paisaje inmóvil bajo el cielo blanco. Los cristales tintinean, se rompen en los oídos... ¡Qué ruido hace esta diligencia que va tan despacio! Reconoce las casuchas..., las cercas, las landas, los árboles del camino... Esta es la última curva de la carretera, después bajarán bruscamente y llegarán al mar..., a la gran bahía de Perros... Así que ella se había apeado en la posada de Sol Poniente. ¡Bueno! No hay otra. Y además se está muy bien. Recuerda que en otros tiempos se contaban allí historias maravillosas. ¡Cómo late su corazón! ¿Qué le dirá al verlo? La tía Trilard es la primera persona a quien ve al entrar en la vieja sala de ahumada de la posada. Lo reconoce. Lo saluda. Lo pregunta qué lo ha traído hasta allí. El se ruboriza, y le dice que, al ir a Lannion por negocios, decidió «llegarse hasta allí para saludarla». Ella insiste en servirle el desayuno, pero él dice: «Dentro de un rato». Parece esperar algo o a alguien. La puerta se abre. Él se pone en pie. No se ha equivocado: ¡ella! Él quiere decir algo, pero se contiene. Ella permanece ante él, sonriendo, nada sorprendida. Su rostro está fresco y rosado como una fresa silvestre. Sin duda, está excitada por haber caminado al aire libre. Su seno, en el que late un corazón sincero, se agita suavemente. Sus ojos, claros espejos de pálido azul, color de los lagos que sueñan, inmóviles, allá en el norte del mundo, sus ojos le traen tranquilamente el reflejo de su alma cándida. El abrigo de pieles está entreabierto, descubriendo una cintura estilizada, la armoniosa línea de su joven cuerpo lleno de gracia., Raoul y Christine se miran largamente. La vieja Trilard sonríe y, discreta, se retira. Finalmente, Christine habla: -Ha venido usted y no me extraña en lo más mínimo. Tenía el presentimiento de que le encontraría aquí, en este albergue, al volver de misa. Alguien me lo dijo allá. Sí, me habían anunciado su llegada. -¿Quién? -pregunta Raoul, cogiendo entre sus manos la pequeña mano de Christine, que ésta no retira. -Pues mi pobre padre, que está muerto. Hubo un largo silencio entre los dos jóvenes. Luego Raoul reanudó la conversación: -¿Acaso su padre le ha dicho que la amo, Christine, y que no puedo vivir sin usted? Christine se ruboriza profundamente y aparta la cabeza. Dice con voz temblorosa: -¿A mí? ¡Está usted loco, amigo mío! Y se echa a reír para darse, como suele decirse, un respiro. -No se ría, Christine, esto es muy serio. Ella replica , con gravedad: -No le he hecho venir para que me dijera estas cosas
     
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    clause Claudia

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    ALHAMBRA

    Grata la voz del agua
    a quien abrumaron negras arenas,
    grato a la mano cóncava
    el mármol circular de la columna,
    gratos los finos laberintos del agua
    entre los limoneros,
    grata la música del zéjel,
    grato el amor y grata la plegaria
    dirigida a un Dios que está solo,
    grato el jazmín.

    Vano el alfanje
    ante las largas lanzas de los muchos,
    vano ser el mejor.
    Grato sentir o presentir, rey doliente,
    que tus dulzuras son adioses,
    que te será negada la llave,
    que la cruz del infiel borrará la luna,
    que la tarde que miras es la última.

    Granada, 1976

    [​IMG]
    Jorge Luis Borges
     
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    UNA MAÑANA DE 1649

    Carlos avanza entre su pueblo. Mira
    a la izquierda y a la derecha. Ha rechazado
    los brazos de la escolta. Liberado
    de la necesidad de la mentira,

    sabe que hoy va a la muerte, no al olvido,
    y que es un rey. La ejecución lo espera;
    la mañana es atroz y verdadera.
    No hay temor en su carne. Siempre ha sido,

    a fuer de buen tahúr, indiferente.
    Ha apurado la vida hasta las heces;
    ahora está solo entre la armada gente.

    No lo infama el patíbulo. Los jueces
    no son el Juez. Saluda levemente
    y sonríe. Lo ha hecho tantas veces.
    [​IMG]

    Jorge Luis Borges
     
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    clause Claudia

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    LAS CAUSAS

    Los ponientes y las generaciones.
    Los días y ninguno fue el primero.
    La frescura del agua en la garganta
    de Adán. El ordenado Paraíso.
    El ojo descifrando la tiniebla.
    El amor de los lobos en el alba.
    La palabra. El hexámetro. El espejo.
    La Torre de Babel y la soberbia.
    La luna que miraban los caldeos.
    Las arenas innúmeras del Ganges.
    Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
    Las manzanas de oro de las islas.
    Los pasos del errante laberinto.
    El infinito lienzo de Penélope.
    El tiempo circular de los estoicos.
    La moneda en la boca del que ha muerto.
    El peso de la espada en la balanza.
    Cada gota de agua en la clepsidra.
    Las águilas, los fastos, las legiones.
    César en la mañana de Farsalia.
    La sombra de las cruces en la tierra.
    El ajedrez y el álgebra del persa.
    Los rastros de las largas migraciones.
    La conquista de reinos por la espada.
    La brújula incesante. El mar abierto.
    El eco del reloj en la memoria.
    El rey ajusticiado por el hacha.
    El polvo incalculable que fue ejércitos.
    La voz del ruiseñor en Dinamarca.
    La escrupulosa línea del calígrafo.
    El rostro del suicida en el espejo.
    El naipe del tahúr. El oro ávido.
    Las formas de la nube en el desierto.
    Cada arabesco del calidoscopio.
    Cada remordimiento y cada lágrima.
    Se precisaron todas esas cosas
    para que nuestras manos se encontraran.


    Unos quinientos años antes de la Era Cristiana escribió: Chuang-Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba que era un hombre.

    [​IMG]
    Jorge Luis Borges, 1977
     
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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    -Usted me ha «hecho venir», Christine. ¿Adivinó pues que su carta no me dejaría indiferente y que yo acudiría a Perros? ¿Cómo pudo pensar eso si no sabía que la amo? -Pensé que se acordaría de los juegos de nuestra infancia, a los que se sumaba mi padre tan a menudo. En realidad, no sé muy bien qué es lo que pensé... Tal vez hice mal en escribirle... Su aparición, tan súbita, el otro día en el camerino me había llevado lejos, muy lejos en el pasado, y le escribí como la niña que yo era entonces, y que hubiera sido feliz de volver a ver, en un momento di tristeza y de soledad, a su pequeño camarada... Por un momento guardaron silencio. Hay en la actitud de Christine algo que Raoul no encuentra natural, a pesar de que no le es posible precisarlo. Sin embargo, no la siente hostil. Por el contrario..., la ternura desolada de sus ojos lo confirma de sobras. Pero, ¿por qué esta ternura va acompañada de desolación?... Eso es lo que necesita saber y lo que ya irrita al joven... -¿El día en que me vio en su camerino, fue la primera vez que se fijó en mí, Christine? Ésta no sabe mentir, y dice: -¡No! Le había visto ya varias veces en el palco de su hermano. -Y, luego, también en el escenario. -¡Lo sospechaba! -dijo Raoul mordiéndose los labios-. pero entonces, ¿por qué, cuando me vio en su camerino, arrodillado, haciéndole recordar que había recogido su chal del mar, por qué me contestó como si no me conociera y se echó a reír? El tono de estas preguntas es tan brusco, que Christine mira a Raoul asombrada y no le contesta. El mismo joven queda sorprendido de la situación que acaba de provocar en el mismo instante en que había decidido hacer oír a Christine palabras de ternura, amor y sumisión. Un marido, un amante que tiene todos los derechos, no hablaría de distinta manera a su mujer o a su querida si le hubiera ofendido. Pero, irritado de su propia torpeza y encontrándose estúpido, no ve más salida a esta ridícula situación que adopta de mostrarse odioso. -¡No me contesta, usted! -exclama, rencoroso y desdichado-. Pues bien, voy a contestar yo por usted. Había en el camerino alguien que le estorbaba, Christine. ¡Alguien en cuya presencia no quería revelar que podía usted interesarse en una persona que no fuera él!... -Si alguien me molestaba, amigo mío -lo interrumpió Christine con acento glacial-, si alguien me estorbaba aquella noche, debía de ser usted, pues es a usted a quien rechacé. -Sí... para quedarse con el otro... -¿Qué dice usted, señor? -exclama la joven estremeciéndose-... ¿Y de qué otro se trata? -De aquél a quien usted dijo: «¡Yo no canto más que para usted! ¡Esta noche le he entregado mi alma y estoy muerta!» Christine ha cogido el brazo de Raoul: lo aprieta con una fuerza insospechada en una criatura tan frágil. -¿Entonces escuchaba detrás de la puerta? -¡Sí! Porque la amo... Y lo oí todo... -¿Oyó qué? Y la joven, que extrañamente ha vuelto a calmarse, soltó el brazo de Raoul. -El le dijo: «Es preciso que me ames».
     
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    A un amigo el día de su cumpleaños

    Naciendo el llanto humedeció tus ojos,
    y reímos en torno de tu cuna.
    ¡Ojalá rías al perder tus luces,
    mereciendo te lloren en la tumba!
    [​IMG]

    Gaspar María de la Nava Álvarez, Conde de Noroña
     
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    31

    Nada es más que un instante. Lo remoto
    se quedó detenido en su minuto.
    La sucesiva flor soñó su fruto
    para prenderlo en el dorado exvoto.

    En el instante exprime el sol devoto
    su apuesta cotidiana al Absoluto.
    Y en esa ardiente vocación de luto
    se hunde hasta la más pura flor de loto.

    Todo es instante, entonces, resumido
    en la hiriente ceniza del olvido,
    suma interior de todo lo deseante.

    Pero el instante nuestro —tuyo y mío—
    al compartir su huella de rocío
    sella la eternidad en el instante.
    [​IMG]

    David Escobar Galindo
     
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    Oda a D. Salvador de Mena en un infortunio

    Nada por siempre dura.
    Sucede al bien el mal, al albo día
    sigue la noche obscura,
    y el llanto y la alegría
    en un vaso nos da la suerte impía.

    Trueca el árbol sus flores
    para el otoño en frutos, ya temblando
    del cierzo los rigores,
    que inclemente volando,
    vendrá tristeza y luto derramando;

    y desnuda y helada
    aun su cima los ojos desalienta,
    la hoja en torno sembrada,
    cuando al invierno ahuyenta
    abril y nuevas galas le presenta.

    Se alza el sol con su pura
    llama a dar vida y fecundar el suelo,
    pero al punto la obscura
    tempestad cubre el cielo,
    y de su luz nos priva y su consuelo.

    ¿Qué día el más clemente
    resplandeció sin nube?, ¿quién contarse
    feliz eternamente
    pudo?, ¿quién angustiarse
    en perenne dolor sin consolarse?

    Todo se vuelve y muda.
    Si hoy los bienes me roba, si tropieza
    en mí la suerte cruda,
    las Musas su riqueza
    saben guardar en mísera pobreza.

    Los bienes verdaderos,
    la salud, libertad y fe inocente,
    no los dan los dineros,
    ni del metal luciente
    siguen, Menalio, la fugaz corriente.

    Fuera yo un César, fuera
    el opulento Creso, ¿acaso iría
    mayor si me midiera?
    Mi ánimo solo haría
    la pequeñez o la grandeza mía.

    De mi débil gemido
    no, amigo, no serás importunado,
    pues hoy yace abatido
    lo que ayer fue encumbrado,
    y a alzarse torna para ser postrado.

    Fluye el astro del día
    con la noche a otros climas, mas la aurora
    nos vuelve su alegría;
    y Fortuna en un hora
    corre a entronar al que abatido llora.

    Si hoy me es esquivo el hado,
    mañana favorable podrá serme;
    y pues no me ha robado
    en tu pecho, ni ofenderme
    pudo, ni logrará rendido verme.
    [​IMG]

    Juan Meléndez Valdés




    --------------------------------------------------------------------------------

    El texto en verde se omiten en el manuscrito, aunque aparecen en la ediciones impresas. Las palabras en azul son las divergencias entre el manuscrito y las versiones impresas, por suponer un cambio o texto omitido en la versión impresa.
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    II. NADIE CONOCE EL BIEN

    Había un ángel cerca de mí,
    mas no le vi...
    Posó las plantas maravillosas
    entre las zarzas de mi erial, y
    yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.

    Cuando, callado, tendió su vuelo
    y quedó al irse torvo mi cielo,
    mi vida huérfana, mi alma vacía,
    comprendí todo lo que perdía.

    Alcé los ojos despavorido,
    llamé al ausente con un gemido,
    plegó mis labios convulso gesto...

    Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
    con vuelo de ímpetu soberano,
    las lindes negras del mundo arcano,
    y todo vano fué... ¡todo vano!

    ¡Quién del espacio devuelve un ave!
    ¡Qué imán atrae a un dios ya ido!
    Dice el proloquio que nadie sabe
    el bien que tiene... ¡sino perdido!


    Abril 27 de 1912
    Amado Nervo
     
  13. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera

    Gastón Leroux

    Al oír estas palabras, una palidez cadavérica se extiende por el rostro de Christine, sus ojos se oscurecen... Vacila, está a punto de caer. Raoul se precipita hacia ella, le tiende los brazos, pero ya Christine ha vencido este desfallecimiento pasajero y susurra en voz baja, apenas perceptible: -¡Diga! ¡Diga todo! ¡Diga todo lo que oyó! Raoul la mira, vacila, no comprende nada de lo que pasa. -¡Hable ya! ¿No ve que me está haciendo sufrir? -Oí también lo que él le contestó después de que usted le confesara que le había entregado su alma: «Tu alma es extraordinariamente bella, hija mía, y te lo agradezco. No hubo emperador que recibiese un regalo como éste. ¡Esta noche han llorado los ángeles!» Christine se ha llevado una mano al corazón. Clava la mirada en Raoul con emoción indescriptible. Es una mirada tan aguda, tan fija, que parece la de alguien que ha perdido el juicio. Raoul está asustado. Pero de pronto los ojos de Christine se humedecen y por sus mejillas de marfil se deslizan dos perlas, dos pesadas lágrimas... -¡Christine!... -¡Raoul!.. . El joven quiere tomarla en sus brazos, pero ella se desprende de sus manos y huye en la confusión. Mientras Christine permanecía encerrada en su habitación Raoul se hacía mil reproches por su brutalidad; pero, por otra parte, los celos le recorrían las venas encendidas. ¿Por que había mostrado la joven semejante emoción al saber que habían descubierto su secreto? ¡Tenía que ser muy importante! A pesar de lo que había oído, Raoul no dudaba de la pureza de Christine. Sabía que su conducta era intachable, y no era tan novato como para no comprender que una artista está a veces obligada a oír proposiciones amorosas. Lo cierto es que Christine había contestado que le había entregado su alma, pero era evidente que se refería tan sólo al canto y la música. ¿Evidente? ¿Entonces, por qué esa turbación hacía un momento! ¡Dios mío, qué desgraciado era Raoul! Si hubiera podido atrapar al hombre, la voz de hombre, le hubiera pedido explicaciones concretas. ¿Por qué había huido Christine? ¿Por qué no bajaba? Rechazó el desayuno. Estaba abatido y su dolor era grande al ver desvanecerse, lejos de la joven sueca, aquellas horas que había imaginado tan dulces. ¿Por que no venía a recorrer con él la región que encerraba tantos recuerdos comunes? ¿Por qué, ya que parecía no tener nada que hacer en Perros y de hecho no hacía nada, no volvía inmediatamente a París? Se había enterado de que por la mañana había hecho celebrar una misa por el descanso del alma de su padre y que había pasado largas horas rezando en la pequeña iglesia y en la tumba del músico. Triste, desalentado, Raoul se dirigió hacia el cementerio que rodeaba la iglesia. Empujó la puerta. Vagó solitario entre las tumbas, descifrando las inscripciones, pero al llegar detrás del ábside vio inmediatamente un esplendoroso ramo de flores que descansaba sobre una lápida de granito y que, desbordándola, caían en la tierra blanca. Llenaban de perfume aquel helado rincón del invierno bretón. Eran milagrosas rosas rojas que parecían brotadas de la nieve, aquella misma mañana. Era un poco de vida entre los muertos, ya que la muerte estaba presente por todas partes. También la vida se desprendía de la tierra que había arrojado su exceso de cadáveres.
     
  14. Pili Ramone

    Pili Ramone Niña Murciélaga

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Clauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    hola pili!!!!!! :beso:Tanto tiempo!!!!