Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    II. SÉ TODOS LOS CUENTOS

    Yo no sé muchas cosas, es verdad.
    Digo tan sólo lo que he visto.
    Y he visto:
    que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
    que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
    que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
    que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
    y que el miedo del hombre...
    ha inventado todos los cuentos.
    Yo no sé muchas cosas, es verdad,
    pero me han dormido con todos los cuentos...
    y sé todos los cuentos.


    León Felipe
     
  2. clause

    clause Claudia

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    LA PENA

    Mi pena es muy mala,
    porqué es una pena que yo no quisiera
    que se me quitara.

    Vino como vienen,
    sin saber de dónde,
    el agua a los mares, las flores a mayo
    los vientos al bosque.

    Vino y se ha quedado
    en mi corazón
    como el amargo en la corteza verde
    del verde limón.

    Como las raíces
    de la enredadera
    se va alimentando la pena en mi pecho
    con sangre en mis venas.

    Yo no sé por dónde,
    ni por dónde, no,
    se me ha líao esta soguita al cuerpo
    sin saberlo yo.

    (Manuel Machado)
     
  3. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    Quiso cerrar la puerta, pero Raoul se opuso, porque había visto en el peldaño más alto de la escalera un pie rojo que subía al piso superior... y lenta, majestuosamente, la capa escarlata de la Muerte roja se deslizó por los escalones. Y volvió a ver la calavera de Perros-Guirec. -¡Es él! -exclamó-. ¡Esta vez no se me escapará! Pero Christine había vuelto a cerrar la puerta en el momento en que Raoul se precipitaba. Quiso apartarla de su camino. -¿Quién? -preguntó ella con voz completamente cambiada-. ¿Quién es el que no se le escapará? Brutalmente, Raoul intentó vencer la resistencia de la joven, pero ella lo rechazaba con una fuerza inesperada... Él comprendió. o creyó comprender, y se enfureció. -¿Quien? -dijo con rabia-. ¡Pues, él! El hombre que se oculta tras esa horrible máscara mortuoria..., el genio malo del cementerio de Perros!,... ¡la muerte roja!... En fin, su amigo, señora... ¡Su Ángel de la música! Pero le arrancaré la máscara, al igual que arrancaré la mía, y esta vez nos veremos cara a cara, sin velos y sin mentiras, y sabré a quién ama usted y quién la ama. Se echó a reír como un loco, mientras que Christine, detrás de su antifaz, dejaba escapar un doloroso gemido. Extendió con gesto trágico sus dos brazos, que interpusieron una barrera de carne blanca ante la puerta. -¡En nombre de nuestro amor, Raoul, usted no pasará!.. Él se detuvo. ¿Qué es lo que había dicho? ¿En nombre de su amor?... Pero ella jamás le había dicho, jamás, que lo amaba. Sin embargo, ¡no le habían faltado ocasiones!... Lo había visto muy desdichado, llorando ante ella, implorando una sola palabra de esperanza que no había llegado... ¿Acaso no lo había visto enfermo, medio muerto de frío y de terror después de la noche en el cementerio de Perros? ¿Acaso se había quedado a su lado en el momento en que más necesitaba sus cuidados? No. ¡Había huido!... ¡Y ahora decía que lo amaba! Hablaba «en nombre de su amor». ¡Vamos! No tenía -otra intención que la de hacerle perder algunos segundos... Era necesario dar tiempo a que la Muerte roja escapase... ¿Su amor? ¡Mentira! Y se lo dijo, en tono de odio infantil. -¡Miente, señora! ¡Porque no me quiere ni me ha querido nunca! Hay que ser un desgraciado como yo para dejarse manejar, para dejarse burlar como yo lo he hecho. ¿Por qué su actitud, la alegría de su mirada, su mismo silencio me permitieron, a partir de nuestro primer encuentro en Perros, todo tipo de esperanzas? ¡Todo tipo de esperanzas honradas, señora, ya que soy un hombre honesto y la creía a usted una mujer honesta, cuando no tenía más intención que la de reírse de mí. ¡Se ha burlado de todo el mundo! ¡Ha abusado incluso del alma cándida de su bienhechora, que sigue creyendo en su sinceridad mientras usted se pasea por el baile de la Opera con la Muerte roja... ¡La desprecio!... Y se echó a llorar. Ella se dejaba insultar. No tenía más que un sólo pensamiento: el de retenerlo. -Un día me pedirá perdón por todas esas viles palabras, Raoul, ¡y yo lo perdonaré!... Él movió la cabeza. -¡No, no! ¡Me he vuelto loco!... ¡Cuando pienso que yo no tenía otro objetivo en la vida que el dar mi nombre a una vulgar cantante de Ópera!... -¡Raoul!... ¡No diga eso!
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Poema Hijo De La Luz Y De La Sombra de Miguel Hernandez



    ( Hijo de la sombra )

    Eres la noche, esposa: la noche en el instante
    mayor de su potencia lunar y femenina.
    Eres la medianoche: la sombra culminante
    donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

    Forjado por el día, mi corazón que quema
    lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
    con un sólido impulso, con una luz suprema,
    cumbre de las montañas y los atardeceres.

    Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
    su avaricioso anhelo de imán y poderío.
    Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
    incendia mi osamenta con un escalofrío.

    El aire de la noche desordena tus pechos,
    y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
    Como una tempestad de enloquecidos lechos,
    eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

    La noche se ha encendido como una sorda hoguera
    de llamas minerales y oscuras embestidas.
    Y alrededor la sombra late como si fuera
    las almas de los pozos y el vino difundidas.

    Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
    la visible ceguera puesta sobre quien ama;
    ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
    ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

    La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
    besos que la constelen de relámpagos largos,
    bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
    arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

    Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
    tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
    Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
    con todo el firmamento, la tierra estremecida.

    El hijo está en la sombra que acumula luceros,
    amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
    Brota de sus perezas y de sus agujeros,
    y de sus solitarias y apagadas ciudades.

    El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
    y a su origen infunden los astros una siembra,
    un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
    que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

    Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
    tendiendo está la sombra su constelada umbría,
    volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
    Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

    II

    ( Hijo de la luz )

    Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
    recibes entornadas las horas de tu frente.
    Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
    tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.

    Centro de claridades, la gran hora te espera
    en el umbral de un fuego que al fuego mismo abrasa:
    te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
    colocando en el centro de la luz nuestra casa.

    La noche desprendida de los pozos oscuros,
    se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
    Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
    que se rasgan contigo como pétreas matrices.

    La gran hora del parto, la más rotunda hora:
    estallan los relojes sintiendo tu alarido,
    se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
    y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.

    El hijo fue primero sombra y ropa cosida
    por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
    Con sombras y con ropas anticipó su vida,
    con sombras y con ropas de gérmenes humanos.

    Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
    se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
    que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
    Y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.

    ¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
    Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
    Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
    Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.

    Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
    Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
    mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
    dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

    Hablo, y el corazón me sale en el aliento.
    Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
    Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
    Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.

    III

    ( Hijo de la luz y la sombra )

    Tejidos en el alba, grabados, dos panales
    no pueden detener la miel en los pezones.
    Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
    luchan y se atropellan con blancas efusiones.

    Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
    hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
    Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
    tú toda una colmena de leche con espuma.

    Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
    laboriosas abejas filtradas por tus poros.
    Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
    junto a ti, recorrida por caudales sonoros.

    Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro.
    Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
    Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
    verían que grabada llevo allí tu figura.

    Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
    fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
    en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
    en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

    Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
    laten junto a los vivos de una manera terca.
    Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
    que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

    Haremos de este hijo generador sustento,
    y hará de nuestra carne materia decisiva
    donde asienten su alma, las manos y el aliento,
    las hélices circulen, la agricultura viva.

    Él hará que esta vida no caiga derribada,
    pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
    que de nuestras dos bocas hará una sola espada
    y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

    No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia
    y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
    Porque la especie humana me han dado por herencia,
    la familia del hijo será la especie humana.

    Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
    seguiremos besándonos en el hijo profundo.
    Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
    se besan los primeros pobladores del mundo.


    Miguel Hernandez
     
  5. poetisa

    poetisa http://wwwlatidospoeticos

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mensaje de Navidad


    Cuantas veces quise que todos los días sean Navidad , con la misma magia ,con igual entusiamo y con la fuerza del perdón y del amor .
    El mundo ya vivió muchas Navidades desde el nacimiento de Jesùs y qué pocos hemos aprendido de sus enseñanzas,cuánto rezamos y cuan distante obramos de la oración pronunciada .
    Y los templos se llenan de fieles, de fieles que fuera del templo olvidan actuar según la Biblia.
    Elevo hoy mis ruegos para que a JESUS , no lo busquemos tan lejos, en el cielo , porque esta aquí, cerca nuestro , sólo es necesario que sepamos abrir nuestro corazòn …
    Poetas , escritores de todo el mundo , sembremos paz en nuestras palabras, para crear lazos de hermandad en este suelo.
    Va un fuerte abrazo que quiere borrar todas las fronteras uniendo nuestras manos hasta sentir ese río de sangre que grita nuestra esencia humana sin banderías, ni nacionalidades , sólo llenándonos de amor que es lenguaje universal







    POETISA
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    -¡Moriré de vergüenza! -Viva, amigo mío -pronunció la voz grave y alterada Christine-..., ¡y adiós! -Adiós., Christine! -¡Adiós Raoul! El joven se acercó con paso vacilante. Se atrevió a pronunciar otro sarcasmo: -¡Oh!, supongo que permitirá, sin embargo, que venga a aplaudirle de tanto en tanto. -¡Ya no volveré a cantar, Raoul! -Realmente -añadió él con más ironía aún-... ¡Le preparan otras agradables distracciones! ¡La felicito!... Pero, volveremos a vernos en el Bois algún día de éstos. -Ni en el Bois, ni en ninguna otra parte, Raoul. No volverá a verme. -Al menos, ¿será posible saber a qué tinieblas desea volver?... ¿Hacia qué infierno sale de viaje, misteriosa señora?... ¿O a qué paraíso?... -Había venido para decírselo, Raoul. pero ya no puedo decirle nada... ¡No lo creería! Usted ha perdido la fe en mí, Raoul. ¡Todo ha terminado!... Dijo aquel «Todo ha terminado» en un tono de tal desesperación, que el joven se estremeció y el remordimiento de su crueldad comenzó a turbarle el alma... -¡Pero. bueno -exclamó- ¡Ya me explicará qué significa todo esto!... Es usted libre, sin trabas... Pasea por la ciudad... se cubre con un dominó para venir al baile... ¿Por qué no vuelve a su casa?... ¿Qué ha hecho durante estos quince últimos días?... ¿Qué historia es esa del Ángel de la música que me ha contado la señora Valérius? Alguien ha podido engañarla, abusar de su credulidad... Yo mismo fui testigo de ello en Perros... pero ahora ya sabe a qué atenerse... Me parece muy sensata, Christine... ¡Sabes usted lo que hace!... Sin embargo, la señora Valérius continúa esperándola, invocando a su «genio bienhechor»... ¡Explíquese, Christine, se lo ruego!... ¡Se han engañado los otros!... ¿Qué comedia es ésta?... Christine apartó simplemente su máscara y dijo: -¡Es una tragedia, amigo mío!... Raoul vio entonces su rostro y no pudo contener una exclamación de sorpresa y de horror. Los frescos colores de antaño habían desaparecido. Una palidez mortal invadía aquellos rasgos que había conocido tan encantadores y tan suaves, fieles reflejos de la gracia apacible y de la conciencia sin remordimientos. ¡Ahora estaba visiblemente atormentada por algo! El surco del dolor la había marcado sin piedad y sus hermosos ojos claros, en otro tiempo límpidos como lagos que servían a la pequeña Lotte, aparecían esta noche de una profundidad oscura, misteriosa e insondable, cercados por una sombra espantosamente triste. -¡Amiga mía... amiga mía! -gimió él, a la vez que le tendía los brazos-... Ha prometido usted perdonarme... -¡Quizá... tal vez un día... -dijo ella, mientras volvía a colocarse la máscara, y se marchó impidiéndole seguirla con un gesto que lo rechazaba... Quiso lanzarse tras ella, pero ella se volvió y repitió con tal . soberana autoridad su gesto de adiós que no se atrevió a dar un solo paso más. La miró alejarse... Después, bajó a su vez hacia donde se hallaba la muchedumbre, sin saber muy bien qué hacía, con las sienes palpitantes, el corazón desgarrado; y preguntó en la sala que atravesaba si no habían visto pasar a la Muerte roja. Le decían: «¿Quién es esa Muerte roja?» Él contestaba: «Es un señor disfrazado con una calavera y una gran capa roja». Por todas partes le decían que la Muerte roja acababa de pasar, arrastrando su regia capa, pero no lo encontró por ningún lado y volvió, hacia los dos
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    de la mañana, al corredor que por detrás del escenario conducía al camerino de Christine Daaé. Sus pasos le habían conducido al lugar en que había empezado su tortura. Llamó a la puerta. No le contestaron. Entró como cuando lo hizo para buscar por todas partes la voz de hombre. El camerino estaba vacío. Un mechero de gas ardía agonizante. Encima de un pequeño escritorio había papeles y sobres. Pensó en escribir a Christine, pero oyó de pronto unos pasos en el corredor... No tuvo tiempo más que para esconderse en el tocador, que estaba separado del camerino por una simple cortina. Una mano empujaba la puerta del camerino. ¡Era Christine! Contuvo la respiración. ¡Quería ver, quería saber!... Algo le decía que iba a asistir a una parte del misterio y que quizás iba a empezar a comprender... Christine entró, se quitó la máscara con gesto cansado y la arrojó sobre la mesa. Suspiró. Dejó caer su hermosa cabeza entre las manos... ¿En qué pensaba?... ¿En Raoul?... ¡No! ya que Raoul la oyó murmurar: -¡Pobre Erik! En un principio creyó haber oído mal. Además estaba convencido de que, si había alguien de quien compadecerse, ése era él, Raoul. Sería más lógico, después de lo que acababa de pasar entre ellos que dijera en un suspiro: «¡Pobre Raoul!» Pero ella repitió moviendo la cabeza: «¡Pobre Erik!» ¿Qué pintaba el tal Erik en los suspiros de Christine y por qué la pequeña hada del Norte se apiadaba de Erik cuando Raoul era tan desgraciado? Christine se puso a escribir despacio, con tranquilidad, tan pacíficamente que Raoul, que aún temblaba por el drama que los separaba, se sintió rabiosamente impresionado. «¡Qué sangre fría», se dijo. Ella siguió escribiendo, llenando dos, tres, cuatro hojas. De repente, alzó la cabeza y ocultó los papeles en su pecho... Parecía escuchar... Raoul también escuchó... ¿De dónde venía aquel ruido extraño, aquel ritmo lejano?... Un canto sordo que parecía salir de las paredes... ¡Sí, se diría que los muros cantaban!... El canto se hacía más claro..., las palabras eran inteligibles..., se distinguió una voz... una voz muy bella, muy dulce y muy atractiva..., pero tanta dulzura seguía siendo, sin embargo, masculina: era evidente que aquella voz no pertenecía a una mujer... La voz seguía acercándose... atravesó la pared... llegó..., y, de pronto, la voz estaba en la habitación delante de Christine. Christine se levantó y habló a la voz como si hablara a alguien que se encontraba a su lado. -Aquí estoy, Erik -dijo-, ya estoy lista. Es usted quien llega tarde, amigo mío. Raoul, que miraba con cautela a través de la cortina, no daba crédito a sus ojos, que nada veían. La fisonomía de Christine se aclaró. Una hermosa sonrisa vino a posarse en sus labios exangües, una sonrisa como la que tienen los convalecientes cuando empiezan a creer que el mal que les ha herido no se los llevará. Una voz sin cuerpo reanudó su canto y lo cierto es que Raoul jamás había oído nada en el mundo -una voz que une, al mismo tiempo y con el mismo aliento, los extremos- tan amplio y hermosamente suave, tan victoriosamente insidioso, tan delicado en la fuerza, tan fuerte en la delicadeza, en suma, tan irresistiblemente triunfante. Contenía acentos definitivos dignos de un maestro y que debían seguramente, por la sola virtud de su audición, crear acentos sublimes en los mortales que sienten, aman y traducen la música. Contenía una fuente tranquila y pura de armonía de la que los fieles podrían, con toda seguridad, beber con devoción
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Nochebuena - Amado Nervo


    Pastores y pastoras,
    abierto está el edén.
    ¿No oís voces sonoras?
    Jesús nació en Belén.

    La luz del cielo baja,
    el Cristo nació ya,
    y en un nido de paja
    cual pajarillo está.

    El niño está friolento.
    ¡Oh noble buey,
    arropa con tu aliento
    al Niño Rey!

    Los cantos y los vuelos
    invaden la extensión,
    y están de fiesta cielos
    y tierra... y corazón.

    Resuenan voces puras
    que cantan en tropel:
    Hosanna en las alturas
    al Justo de Israel!

    ¡Pastores, en bandada
    venid, venid,
    a ver la anunciada
    Flor de David!...
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Jesús, el dulce, viene... - Juan Ramón Jiménez

    Jesús, el dulce, viene...
    Las noches huelen a romero...
    ¡Oh, qué pureza tiene
    la luna en el sendero!

    Palacios, catedrales,
    tienden la luz de sus cristales
    insomnes en la sombra dura y fría...
    Mas la celeste melodía
    suena fuera...
    Celeste primavera
    que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
    y deja atrás eterna calma...

    ¡Señor del cielo, nace
    esta vez en mi alma!
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ¿QUÉ QUIERE EL VIENTO DE ENERO?







    Qué quiere el viento de Enero que baja por el barranco y violenta las ventanas mientras te visto de abrazos?

    Derribarnos, arrastrarnos.

    Derribadas, arrastradas las dos sangres se alejaron. ¿Qué sigue queriendo el viento cada vez más enconado?

    Separarnos.



    Miguel Hernández
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Poema Una Querencia Tengo Por Tu Acento de Miguel Hernandez


    Una querencia tengo por tu acento,
    una apetencia por tu compañía
    y una dolencia de melancolía
    por la ausencia del aire de tu viento.

    Paciencia necesita mi tormento
    urgencia de tu garza galanía,
    tu clemencia solar mi helado día,
    tu asistencia la herida en que lo cuento.

    ¡Ay, querencia, dolencia y apetencia!:
    tus sustanciales besos, mi sustento,
    me faltan y me muero sobre mayo.

    Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
    a serenar la sien del pensamiento
    que desahoga en mí su eterno rayo.

    De “El rayo que no cesa” 1935
     
  12. mai^a

    mai^a My Garden

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  13. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :razz:

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    Para todos y todas con quienes compartí poesía.

    Anita.

    ;)
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    [​IMG]
    gracias maitaaaaa!!! te deseo a vos tambien toda la felicidad del mundo !! Te quiero muchisimo!!! :beso: :beso: :beso:

    y muy feliz Navidad!!

    [​IMG]
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Anveri! Felicidades!! :beso: