El agave vivía entre las plantas, pero sentía mucha envidia de ellas, porque todas tenían flores cada año, menos ella. - No les tengas envidia, hija- le decía su madre-, que si Dios no nos ha dado flores, alguna razón tendrá. Pero el agave pedía a Dios todas las noches: ¡Quiero tener flores, aunque me muera! Tanto dio la lata a Dios, que la castigó: - ¡Cómo! ¿ Prefieres morir? - exclamó Dios-. ¡Pues ya lo tienes, florecerás una vez en tu vida justo antes de morir! Y así fue, el agave florece sólo el año que tiene que morir, ¡ Nunca más...!