Buenas, hoy a la noche no creo que pueda asi que os pongo el cuento ahora. Hoy de los Gentiles, que eran los gigantes que vivian en estas tierras antes de que los hombres las poblaramos. Eran seres de fuerza descomunal y muy dados a los juegos y retos de fuerza y destreza. Se dice que ellos levantaron todos los dolmenes que hay por nuestros montes y de hecho muchos de estos monumentos tienen nombres que les hacen referencia. Esta es una de las historias que explican como les quitamos el sitio... Cierto dia llegaron a territorio euskaldun unas personas pequeñas, tan pequeñas como nosotros. Decidieron hacerse dueños del territorio de los gentiles. Eran unos habiles tramposos. -Gentiles, escuchad-dijeron los hombres pequeños-. El mas fuerte de vosotros luchara con el más fuerte de nosotros. El ganador se convertira en dueño de la región. Los jentillak estuvieron de acuerdo, y el dia de la pelea alli se encontraban los dos contendientes más fuertes de cada bando. El representante de los pequeños dio un paso al frente y dijo: -Sera mejor que te rindas. De lo contrario te destrozare como destrozo esta piedra. Diciendo esto, el hombre pequeño estrujo un queso fresco entre sus manos. El gentil no se dio cuenta del engaño y, ante la terrible visión que acababa de presenciar, respondio que se rendia. -Mañana haremos otra prueba – resolvio el gentil. El que tire mas lejos este palo ganara. El pequeño estuvo de acuerdo y se encontraron al dia siguiente en el mismo lugar. -Gentil, ves aquel rebaño de ovejas en lo alto de la montaña?-pregunto el pequeño recogiendo el palo del suelo. Pues mira que pasa cuando hago ademán de lanzarlo. Hizo el ademán y las ovejas que pastaban en lo alto comenzaron a correr despavoridas. Naturalmente, también esta vez hubo trampa. Los pequeños se habian puesto de acuerdo con el pastor para hacer correr a las ovejas cuando ellos hicieran la señal. -¡Asombroso! –exclamo el ingenuo gentil sin darse cuenta de nada-. Me rindo también esta vez, pero quiero que hagamos una última prueba. Mañana organizaremos un gran banquete, y el que más coma, aquel será el dueño de esta tierra. Al pequeño le parecio buena idea. Al dia siguiente habia una gran expectación entre el gentio cuando empezaron a comer los representantes de las dos razas. El hombre pequeño se metió un odre debajo de su ropa, a la altura del estomago, y todo lo que no podia tragar por su boca lo metia en el odre. Cuando este estuvo lleno cogio un cuchillo y se hizo un gran corte. -¿Cómo es que te abres el vientre y no te duele? –pregunto el gentil. -No me duele nada –dijo el pequeño. -Dame ese cuchillo –ordeno el gigante. En el intento de imitar al pequeño, murio con lo que llego el fin de la era de los jentillak... y hoy me he encontrado dos frases muy representativas de lo que significan las creencias vascas: IZENA DUEN GUZTIA OMEN DA (Todo lo que tiene nombre existe) DIRENIK EZ DA SINESTU BEHAR, EZ DIRELA EZ DA ESAN BEHAR (Hay que creer que existen,no hay que decir que no existen)
me gustó mucho. ¿de un tronco?............ LOS TRES CONSEJOS (de alguien llamado Paco) Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa: "Querida yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida mas cómoda y digna. No se cuanto tiempo voy a estar lejos, solo te pido una cosa, que me esperes y mientras yo este lejos, seas fiel a mi, pues yo te seré fiel a ti." Así, siendo joven aun. Camino muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que estaba necesitando de alguien para ayudarlo en su hacienda. El joven llego y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pidio hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado tambien. El pacto fue el siguiente: "Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando yo encuentre que debo irme , el señor me libera de mis obligaciones: Yo no quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. El día que yo salga. uds. me dará el dinero que yo haya ganado." Estando ambos de acuerdo. Aquel joven trabajo durante 20 años, sin vacaciones y sin descanso. Después de veinte años se acerco a su patrón y le dijo: "Patrón, yo quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa." El patrón le respondió: "Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, solo que antes quiero hacerte una propuesta, esta bien? Yo te doy tu dinero y tu te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta." El pensó durante dos días, busco al patrón y le dijo: "QUIERO LOS TRES CONSEJOS" El patrón le recordó: "Si te doy los consejos, no te doy el dinero." Y el empleado respondió: "Quiero los consejos" EL patrón entonces le aconsejo: 1. "NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. Caminos mas cortos y desconocidos te pueden costar la vida. 2. NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL, pues la curiosidad por el mal puede ser fatal. 3. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, pues puedes arrepentirte demasiado tarde. Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así: "AQUÍ TIENES TRES PANES, dos para comer durante en viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa." El hombre entonces, siguió su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su esposa que el tanto amaba. Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludo y le pregunto: "Para donde vas?" El le respondió: "Voy para un camino muy distante que queda a mas de veinte días de caminata por esta carretera." La persona le dijo entonces: "Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegaras en pocos días". El joven contento, comenzó a caminar por el atajo, cuando se acordó del primer consejo, "NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. CAMINOS MAS CORTOS Y DESCONOCIDOS TE PUEDEN COSTAR LA VIDA" Entonces se alejó de aquel atajo y volvió a seguir por el camino normal. Dos días después se enteró de otro viajero que había tomado el atajo, y lo asaltaron, lo golpearon, y le robaron toda su ropa. Ese atajo llevaba a una emboscada! Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera. Era muy tarde en la noche y parecía que todos dormían, pero una mujer malencarada le abrió la puerta y lo atendió Como estaba tan cansado, tan solo le pagó la tarifa del día sin preguntar nada, y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levantó asustado al escuchar un grito aterrador. Se puso de pié de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir hacia donde escuchó el grito. Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. " NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL PUES LA CURIOSIDAD POR EL MAL PUEDE SER FATAL" Regresó y se acostó a dormir. Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le pregunto si no había escuchado un grito y el le contesto que si lo había escuchado. El dueño de la posada de pregunto: Y no sintió curiosidad? El le contesto que no. A lo que el dueño les respondió: Ud. ha tenido suerte en salir vivo de aquí, pues en las noches nos acecha una mujer maleante con crisis de locura, que grita horriblemente y cuando el huésped sale a enterarse de qué está pasando, lo mata, lo entierra en el quintal, y luego se esfuma. El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa . Después de muchos días y noches de caminata.. ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, camino y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzo a ver que ella no estaba sola. Anduvo un poco mas y vio que ella tenia en sus piernas, un hombre al que estaba acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se lleno de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiro profundo, apresuro sus pasos, cuando recordó el tercer consejo. "NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, PUES PUESDES ARREPENTIRTE DEMASIADO TARDE" Entonces se paro y reflexiono, decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decision. Al amanecer ya con la cabeza fría, el dijo: "NO VOY A MATAR A MI ESPOSA". Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta. Solo que antes, quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel a ella." Se dirigió a la puerta de la casa y toco. Cuando la esposa le abre la puerta y lo reconoce, se cuelga de su cuello y lo abraza afectuosamente. El trata de quitársela de arriba, pero no lo consigue. Entonces con lagrimas en los ojos le dice: "Yo te fui fiel y tu me traicionaste... Ella espantada le responde: "Como? yo nunca te traicione, te espere durante veinte años. El entonces le pregunto: "Y quien era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde? Y ella le contesto: "AQUEL HOMBRE ES NUESTRO HIJO. Cuando te fuiste , descubrí que estaba embarazada. Hoy el tiene veinte años de edad. Entonces el marido entro, conoció, abrazo a su hijo y les contó toda su historia, en cuanto su esposa preparaba la cena. Se sentaron a comer el ultimo pan juntos. DESPUÉS DE LA ORACIÓN DE AGRADECIMIENTO, CON LAGRIMAS DE EMOCIÓN, el partió el pan y al abrirlo, se encontró todo su dinero, el pago de sus veinte años de dedicación. Recordemos que todo es bueno en la vida solo hay que saberlo aprovechar. Hasta luego.
Ayer no puse cuento, pero para compensar hoy pongo uno de Gabo. El ahogado más hermoso del mundo [FONT=Verdana, Arial, Helvetica, sans-serif]Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado. Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo. No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos. Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación. No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró: —Tiene cara de llamarse Esteban. Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas. —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro! Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento. Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban. Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban. 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CHIPIIIIIIIIIIIII, ¡¡ya veo que no te lees los cuentos!!! ¡¡El cuento de "los tres consejos" lo puse yo el viernes!!
El cuento de Grendel me ha traído a la cabeza otro similar, El sastrecillo valiente de los hermanos Grimm: Una mañana de verano estaba un sastrecito sentado sobre su mesa, junto a la ventana; contento y de buen humor, cosía y cosía con todo entusiasmo. Acertó a pasar por la calle una aldeana, que voceaba su mercancía: «¡A la rica mermelada! ¡A la rica mermelada!» Se alegró el sastrecillo al oír estas palabras, y, asomando su cabeza por la ventana, gritó: - ¡Eh, buena mujer, sube acá, que te libraré de tu mercancía! Subió la aldeana los tres tramos de escalera cargada con su pesada cesta, y tuvo que abrir todos sus botes. El sastrecillo los examinó uno por uno, sopesándolos y acercando las narices para olerlos; finalmente, dijo: - Me parece buena la mermelada. Pésame cuatro medias onzas, buena mujer, hasta cinco si quieres; pero no más. La campesina, que había esperado hacer mejor venta, le sirvió lo que pedía y se marchó malhumorada y refunfuñando. - ¡Vaya! -dijo el sastrecillo frotándose las manos-. ¡Qué Dios me bendiga esta mermelada, y que me dé fuerza y ánimos! Y sacando el pan del armario, cortó una gran rebanada y la untó bien. - Parece que no sabrá mal -se dijo-; pero antes de regalarme, terminaré el jubón. Dejó el pan a un lado y reanudó la costura, más alegre que unas castañuelas, de modo que las puntadas le salían cada vez más largas. Mientras tanto, el dulce aroma de la mermelada subía pared arriba, que estaba llena de moscas, que, atraídas por el olorcillo, no tardaron en acudir en tropel. - ¡Hola!, ¿quién os ha invitado? -dijo el sastrecito, intentando ahuyentar a los indeseables huéspedes. Pero las moscas, que no atendían a razones, volvían a la golosina, cada vez en mayor número. Se le subió al hombre la mosca a la nariz, como suele decirse, y, cogiendo de entre los retales un trozo de paño: - ¡Aguardad, ya os daré yo! Exclamó, y descargó un golpe sobre las moscas. Al levantar el paño, vio que siete habían estirado la pata. - ¡Qué valiente eres! -se dijo, admirado de su propio arrojo-. ¡Esto tiene que saberlo toda la ciudad! Y apresuróse a cortarse un cinturón y a coserlo, y luego, con grandes letras, bordó en él el siguiente letrero: «Siete de un golpe». - ¡Qué digo la ciudad! -añadió-. ¡El mundo entero ha de saberlo! Y, de puro gozo, el corazón le temblaba como al corderito el rabo. Se ciñó el cinturón y se dispuso a salir al mundo, pensando que su taller era demasiado pequeño para su valentía. Antes de marcharse estuvo rebuscando en toda la casa, por si encontraba algo que pudiera servirle para el viaje; pero sólo descubrió un queso y se lo embolsó. Frente a la puerta vio un pájaro que se había enredado en un matorral, y se lo metió también en el talego, para que hiciera compañía al queso. Cogió luego animosamente el camino entre piernas y, como era ligero y ágil de cuerpo, no sentía ningún cansancio. El camino lo condujo a una montaña, y cuando llegó a lo alto de la cima, se topó con un enorme gigante, que, sentado en el suelo, paseaba a su alrededor una mirada indolente. El sastrecillo se le acercó animoso y le dijo: - ¡Buenos días, compañero! ¿Qué, contemplando el ancho mundo? Por él voy yo, precisamente; a probar suerte. ¿Te apetece venir conmigo? El gigante, después de echar al sastre una mirada despectiva, le respondió: - ¡Quita allá, pelagatos! ¡Miserable patán! - ¡Poco a poco! -exclamó el sastrecillo, desabrochándose la chaqueta y exhibiendo el cinturón-: Ahí puedes leer qué clase de hombre soy. El gigante leyó: «Siete de un golpe», y pensó que se trataría de hombres derribados por el sastre, por lo que le entró un cierto respeto hacia el hombrecillo. Queriendo probarlo, sin embargo, cogió una piedra y la oprimió con la mano hasta hacer gotear agua de ella. - ¡A ver si lo haces -dijo el gigante-, puesto que tienes tanta fuerza! - ¡Bah! ¿Sólo es eso? -replicó el sastrecillo-. ¡Es un juego de niños para gente como yo! - Y metiendo la mano en el bolso, sacó el queso y lo apretó, haciéndole salir el jugo. - ¿Qué me dices? Un poco mejor, ¿no? El gigante no supo qué contestar, la fuerza de aquel hombrecillo lo dejó desconcertado. Cogiendo entonces otra piedra, la disparó al aire, a tanta altura, que con dificultad podía seguirse con la mirada. - ¡Anda, matasiete, a ver si lo haces! - ¡Bien tirado! -dijo el sastre-, pero la piedra ha vuelto a caer al suelo-. Y, sacando el pájaro del bolso, lo arrojó al aire. El animal, contento al verse libre, emprendió rápido vuelo y pronto se perdió de vista. - ¿Qué te parece el truco, camarada? - Tirar, también sabes -admitió el gigante-; pero ahora veremos si eres capaz de llevar una carga razonable-. Y conduciendo al sastrecillo hasta un corpulento roble que yacía derribado en el suelo, dijo: - Ya que presumes de forzudo, ayúdame a sacar del bosque este árbol. - Con mucho gusto -respondió el hombrecito-; tú cárgate el tronco al hombro; yo me encargo del ramaje, que es lo más pesado. Acomodóse el gigante el tronco sobre el hombro; pero sastre se sentó sobre una rama, con lo que el gigante, que no podía volverse, hubo de transportar el árbol entero, amén del sastrecillo, montado en él. Éste, la mar de animado, iba silbando alegremente aquella canción: «Salieron tres sastres a caballo», como si eso de llevar robles a cuestas fuese un juego de niños. Así fueron durante un trecho, y, al cabo, el gigante, extenuado de transportar la pesada carga, gritó: - ¡Eh, tú! ¡Cuidado, que voy a soltar el árbol! El sastre saltó al suelo con presteza y, cogiendo el roble con ambos brazos, como si hubiese estado sosteniéndolo todo el rato, dijo al gigante: - ¿Un grandullón como tú no es capaz ni siquiera de llevar un árbol? Siguieron andando, y, al pasar junto a un cerezo, el gigante, asiéndose a la copa, en la que colgaban las cerezas más maduras, la inclinó hacia abajo y la dejó en manos del sastre, invitándolo a comer los ricos frutos. Pero el hombrecillo era demasiado enclenque para sujetar el árbol, y, así, al soltarlo el gigante, volvió el árbol a su posición primitiva, arrastrando consigo al sastrecito. Cayó éste de nuevo al suelo, sin haber sufrido daño y le dijo el gigante: - ¿Cómo? ¿No tienes fuerza para sostener este arbolillo? - Fuerza, no me falta -replicó el sastrecillo-. ¿Vas a creer que eso significa algo, para uno que mató a siete de un solo golpe?. Salté por encima de la copa del árbol, porque aquellos cazadores de allá abajo disparan contra los matorrales. ¡Salta tú, si eres capaz! El gigante lo intentó, pero quedó colgado de las ramas, con lo que también esta vez el sastrecillo llevó la victoria. Dijo entonces el gigante: - Puesto que eres tan valiente, vente a nuestra cueva a pasar la noche con nosotros. El sastrecillo se declaró dispuesto y lo siguió. Al llegar a la cueva, otros varios gigantes se hallaban sentados alrededor del fuego; cada uno sostenía en la mano un carnero asado y se lo estaba comiendo. El sastrecillo dirigió una mirada en torno y pensó: «Esto es mucho más espacioso que mi taller». El gigante, indicándole una cama, lo invitó a acostarse y dormir; pero el hombrecito, encontrando el lecho demasiado grande, en vez de meterse en él se acurrucó en una esquina. A media noche, creyendo el gigante que su compañero estaría sumido en profundo sueño, levantóse y, empuñando una enorme barra de hierro, asestó con ella un formidable golpe a la cama y volvió a acostarse tranquilamente, creyendo haber reducido a papillas a aquel saltamontes. A la madrugada, los gigantes, sin acordarse ya del sastrecillo, pusiéronse en marcha hacia el bosque cuando, de pronto, lo vieron que se acercaba con aire de satisfacción y osadía. Se asustaron y, temiendo que los matase a todos, pusieron pies en polvorosa, cada cual por su lado. El sastrecillo prosiguió su camino, siempre con la nariz por delante. Tras mucho andar llegó al jardín del palacio de un Rey, y, como estaba algo cansado, se tumbó a dormir sobre la hierba. Mientras dormía, se acercaron unas cuantas personas, lo examinaron de todos lados, y leyeron la inscripción: «Siete de un golpe». - ¡Dios nos valga! -exclamaron-. ¿Qué querrá de nosotros este poderoso guerrero, ahora que estamos en paz? Por las trazas, debe de ser un famoso caballero. Y fueron a advertir al Rey, pensando que, en caso de guerra, sería un hombre de mucha importancia y utilidad; era cosa de no dejarlo escapar. Al Rey le pareció bien el consejo, y envió a uno de sus cortesanos para que, cuando despertase el sastrecillo, lo contratara a su servicio. El mensajero permaneció junto al sastrecillo dormido, y cuando vio que éste se estiraba y abría los ojos, le transmitió el ofrecimiento del Rey. - Justamente he venido para eso -respondió el sastrecillo-. Estoy dispuesto a entrar al servicio del Rey. Así, fue recibido con todos los honores y le asignaron una vivienda. Pero los hombres de armas del Rey miraban con malos ojos al sastrecito, mejor hubieran deseado tenerlo a mil leguas de distancia. - ¿Qué saldrá de todo esto? -decíanse entre sí-. Si le buscamos camorra y la emprende contra nosotros, de cada mandoble derribará siete. No podremos con él-. Por lo cual resolvieron presentarse todos juntos al Rey a pedirle que los licenciase: - No estamos preparados -le dijeron- para luchar junto a un hombre capaz de matar a siete de un golpe. El rey se disgustó mucho cuando vio que por culpa de uno iba a perder tan fieles servidores: ya se lamentaba hasta de haber visto al sastrecito y de muy buena gana se habría deshecho de él. Pero no se atrevía a despedirlo, por miedo a que acabara con él y todos los suyos, y luego se instalara en el trono. Estuvo pensándolo por horas y horas y, al fin, encontró una solución. Mandó decir al sastrecito que, siendo tan poderoso hombre de armas como era, tenía una oferta que hacerle. En un bosque del país vivían dos gigantes que causaban enormes daños con sus robos, asesinatos, incendios y otras atrocidades; nadie podía acercárseles sin correr peligro de muerte. Si el sastrecito lograba vencer y exterminar a estos gigantes, recibiría la mano de su hija y la mitad del reino como recompensa. Además, cien soldados de caballería lo auxiliarían en la empresa. «¡No está mal para un hombre como tú!» se dijo el sastrecito. «Que a uno le ofrezcan una bella princesa y la mitad de un reino es cosa que no sucede todos los días.» Así que contestó: —Claro que acepto. Acabaré muy pronto con los dos gigantes. Y no me hacen falta los cien jinetes. El que derriba a siete de un golpe no tiene por qué asustarse con dos. Así, pues, el sastrecito se puso en camino, seguido por cien jinetes. Cuando llegó a las afueras del bosque, dijo a sus seguidores: —Esperen aquí. Yo solo acabaré con los gigantes. Y de un salto se internó en el bosque, donde empezó a buscar a diestro y siniestro. Al cabo de un rato descubrió a los dos gigantes. Estaban durmiendo al pie de un árbol y roncaban tan fuerte, que las ramas se balanceaban arriba y abajo. El sastrecito, ni corto ni perezoso, eligió especialmente dos grandes piedras que guardó en los bolsillos y trepó al árbol. A medio camino se deslizó por una rama hasta situarse justo encima de los durmientes, y, acto seguido, hizo muy buena puntería (pues no podía fallar) pues de lo contrario estaría perdido. Los gigantes, al recibir cada uno un fuerte golpe con la piedra, despertaron echándose entre ellos las culpas de los golpes. Uno dio un empujón a su compañero y le dijo: —¿Por qué me pegas? —Estás soñando —respondió el otro—. Yo no te he pegado. Se volvieron a dormir, y entonces el sastrecito le tiró una piedra al segundo. —¿Qué significa esto? —gruñó el gigante—. ¿Por qué me tiras piedras? —Yo no te he tirado nada —gruñó el primero. Discutieron todavía un rato; pero como los dos estaban cansados, dejaron las cosas como estaban y cerraron otra vez los ojos. El sastrecito volvió a las andadas. Escogiendo la más grande de sus piedras, la tiró con toda su fuerza al pecho del primer gigante. —¡Esto ya es demasiado! —vociferó furioso. Y saltando como un loco, arremetió contra su compañero y lo empujó con tal fuerza contra el árbol, que lo hizo estremecerse hasta la copa. El segundo gigante le pagó con la misma moneda, y los dos se enfurecieron tanto que arrancaron de cuajo dos árboles enteros y estuvieron aporreándose el uno al otro hasta que los dos cayeron muertos. Entonces bajó del árbol el sastrecito. «Suerte que no arrancaron el árbol en que yo estaba», se dijo, «pues habría tenido que saltar a otro como una ardilla. Menos mal que nosotros los sastres somos livianos.» Y desenvainando la espada, dio un par de tajos a cada uno en el pecho. Enseguida se presentó donde estaban los caballeros y les dijo: —Se acabaron los gigantes, aunque debo confesar que la faena fue dura. Se pusieron a arrancar árboles para defenderse. ¡Venirle con tronquitos a un hombre como yo, que mata a siete de un golpe! —¿Y no estás herido? —preguntaron los jinetes. —No piensen tal cosa —dijo el sastrecito—. Ni siquiera, despeinado. Los jinetes no podían creerlo. Se internaron con él en el bosque y allí encontraron a los dos gigantes flotando en su propia sangre y, a su alrededor, los árboles arrancados de cuajo. El sastrecito se presentó al rey para pedirle la recompensa ofrecida; pero el rey se hizo el remolón y maquinó otra manera de deshacerse del héroe. —Antes de que recibas la mano de mi hija y la mitad de mi reino —le dijo—, tendrás que llevar a cabo una nueva hazaña. Por el bosque corre un unicornio que hace grandes destrozos, y debes capturarlo primero. —Menos temo yo a un unicornio que a dos gigantes —respondió el sastrecito—-Siete de un golpe: ésa es mi especialidad. Y se internó en el bosque con un hacha y una cuerda, después de haber rogado a sus seguidores que lo aguardasen afuera. No tuvo que buscar mucho. El unicornio se presentó de pronto y lo embistió ferozmente, decidido a ensartarlo de una vez con su único cuerno. —Poco a poco; la cosa no es tan fácil como piensas —dijo el sastrecito. Plantándose muy quieto delante de un árbol, esperó a que el unicornio estuviese cerca y, entonces, saltó ágilmente detrás del árbol. Como el unicornio había embestido con fuerza, el cuerno se clavó en el tronco tan profundamente, que por más que hizo no pudo sacarlo, y quedó prisionero. «¡Ya cayó el pajarito!», dijo el sastre, saliendo de detrás del árbol. Ató la cuerda al cuello de la bestia, cortó el cuerno de un hachazo y llevó su presa al rey. Pero éste aún no quiso entregarle el premio ofrecido y le exigió un tercer trabajo. Antes de que la boda se celebrase, el sastrecito tendría que cazar un feroz jabalí que rondaba por el bosque causando enormes daños. Para ello contaría con la ayuda de los cazadores. —¡No faltaba más! —dijo el sastrecito—. ¡Si es un juego de niños! Dejó a los cazadores a la entrada del bosque, con gran alegría de ellos, pues de tal modo los había recibido el feroz jabalí en otras ocasiones, que no les quedaban ganas de enfrentarse con él de nuevo. Tan pronto vio al sastrecito, el jabalí lo acometió con los agudos colmillos de su boca espumeante, y ya estaba a punto de derribarlo, cuando el héroe huyó a todo correr, se precipitó dentro de una capilla que se levantaba por aquellas cercanías. subió de un salto a la ventana del fondo y, de otro salto, estuvo enseguida afuera. El jabalí se abalanzó tras él en la capilla; pero ya el sastrecito había dado la vuelta y le cerraba la puerta de un golpe, con lo que la enfurecida bestia quedó prisionera, pues era demasiado torpe y pesada para saltar a su vez por la ventana. El sastrecito se apresuró a llamar a los cazadores, para que la contemplasen con su propios ojos. El rey tuvo ahora que cumplir su promesa y le dio la mano de su hija y la mitad del reino, agregándole: «Ya eres mi heredero al trono». Se celebró la boda con gran esplendor, y allí fue que se convirtió en todo un rey el sastrecito valiente.
El Asno y El Hielo Era invierno, hacía mucho frío y todos los caminos se hallaban helados. El asnito, que estaba cansado, no se encontraba con ánimos para caminar hasta el establo. -iEa, aquí me quedo! -se dijo, de-jándose caer al suelo. Un aterido y hambriento gorrioncillo fue a posarse cerca de su oreja y le dijo: -Asno, buen amigo, tenga cuidado; no estás en el camino, sino en un lago helado. -Déjame, tengo sueño ! Y, con un largo bostezo, se quedó dormido. Poco a poco, el calor de su cuerpo comenzó a fundir el hielo hasta que, de pronto, se rompió con un gran chasquido. El asno despertó al caer al agua y empezó a pedir socorro, pero nadie pudo ayudarle, aunque el gorrión bien lo hubiera querido. La historia del asnito ahogado debería hacer reflexionar a muchos holgazanes. Porque la pereza suele traer estas consecuencias. Fin
La Humilde Flor Cuando Dios creó el mundo, dio nombre y color a todas las flores. Y sucedió que una florecita pequeña le suplicó repetidamente con voz temblorosa: -iNo me olvides! ¡No me olvides! Como su voz era tan fina, Dios no la oia. Por fin, cuando el Creador hubo terminado su tarea, pudo escuchar aquella vocecilla y se volvió hacia la planta. Mas todos los nombres estaban ya dados. La plantita no cesaba de llorar y el Señor la consoló así: -No tengo nombre para ti, pero te llamarás "Nomeolvides". Y por colores te daré el azul del cielo y el rojo de la sangre. Consolarás a los vivos y acompa- ñaras a los muertos. Así nació el "nomeolvides" o mio-sota, pequeña florecilla de color azul y rojo. Fin
La Aventura del Agua Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego: -Podrías tú ayudarme a subir mas, alto? El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transfor-mándola en sutil vapor. El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose más pesados que el aire y ca-yendo en forma de lluvia. Habían subido al cielo Invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga penitencia. Fin
He participado en ese hilo en alguna ocasion con alguno cuentos y fabulas que me parecen muy representativos y que inducen a la reflexion. Sin duda de todos ellos mi preferido es este y quiero compartirlo con todos aquellos y aquellas que quieran sumergirse en su leyenda ... El Amor y La Locura Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades del hombre. Cuando el ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez, la LOCURA, como siempre tan loca, les propuso: - ¿Vamos a jugar a las escondidas?! La INTRIGA levantó la ceja intrigada y la CURIOSIDAD, sin poder contenerse preguntó: - ¿A las escondidas?... ¿y cómo es eso? - Es un juego -explicó la LOCURA- en que yo me tapo la cara y comienzo a contar uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego. El ENTUSIASMO bailó secundado por la EUFORIA, la ALEGRÍA dió tantos saltos que terminó por convencer a la DUDA, e incluso a la APATÍA, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar... la VERDAD prefirió no esconderse, para qué? si al final siempre la hallaban, y la SOBERBIA opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y la COBARDÍA prefirió no arriesgarse... - Uno, dos, tres... -comenzó a contar la LOCURA. La primera en esconderse fue la PEREZA, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino, la FE subió al cielo y la ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos... ¿Que si un lago cristalino?, ideal para la BELLEZA. ¿Que si la hendija de un árbol?, perfecto para la TIMIDEZ. ¿Que si el vuelo de la mariposa?, lo mejor para la VOLUPTUOSIDAD. ¿Que si una ráfaga de viento?, magnífico para la LIBERTAD... Así, la GENEROSIDAD terminó por ocultarse en un rayito de sol. El EGOÍSMO en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo... pero sólo para él. La MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arcoiris), y la PASIÓN y el DESEO en el centro de los volcanes. El OLVIDO... se me olvidó dónde se escondió... pero eso no es lo importante. Cuando la LOCURA contaba 999.999, el AMOR aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado... hasta que divisó un rosal... y enternecido decidió esconderse entre sus flores. - Un millón!!!- contó la LOCURA y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la PEREZA, sólo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó la FE discutiendo con Dios en el cielo sobre Zoología... La PASION y el DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró la ENVIDIA y, claro, pudo deducir dónde estaba el TRIUNFO. El EGOÍSMO no tuvo ni que buscarlo. Él solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la BELLEZA y con la DUDA resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de que lado esconderse... Así fue encontrando a todos... al TALENTO entre la hierba fresca, a laANGUSTIA en una oscura cueva, a la MENTIRA detrás del arcoiris... (mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta al OLVIDO... que ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos... pero sólo el AMOR no aparecía por ningún sitio. La LOCURA buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas... y cuando estaba dándose por vencida divisó un rosal y las rosas... Y tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escuchó... Las espinas habían herido en los ojos al AMOR; la LOCURA no sabía qué hacer para disculparse...lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo. Desde entonces; desde que por primera vez se jugó a las escondidas en la tierra: EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA. Fin
hola mamaana lo siento no leo los cuento desde ase como cuatro dia es que paso mucho tiempo en un foro de informatica estoy asiendo un programa para foto y un foro en php una prima mia de caracas me mando ese cuento por correo y sali corriendo a ponerlo sin ver que ya estaba lo siento ahora mismo lo edito asta pronto
Hola a tod@s, que bien ver que seguis por aqui. Esta noche busco un hueco y subo otro cuento vale? sorginak?lamiak?galtzagorris? a ver que encuentro hoy....
CHIPI , no te preocupes, creo que todos, el día que tenemos prisa no los leemos todos, lo dejamos para más tarde hacerlo con más calma y disfrutarlos mejor. GRENDEL, el fin de semana debe haber sido ajetreado eh!!! disfruta ahora que todavía puedes, pero........ durante la semana acuerdate de nosotros ¿vale? EL PUCHERO ROTO Vivía en cierto lugar un bracmán cuyo nombre era Savarakipana, que significa: nacido para ser pobre. Aquel día recibió una gran cantidad de arroz y cuando hubo terminado de cenar, aún le quedó para el día siguiente. Para que no se estropease lo guardó en un puchero que colgó de un clavo en la pared, encima de su cama. Al acostarse, el bracmán no podía apartar el pensamiento del puchero de arroz. - Si ahora reinase el hambre en el país -se dijo,* de ese puchero de arroz sacaría lo menos cien rupias, con las cuales podría comprar una pareja de cabras, macho y hembra. Cada seis meses tendría cabritillas y, en unos años tendría un gran rebaño. Vendiendo las cabritillas, sacaría bastante dinero para comprar un buey y una vaca. Con el importe de los ternerillos que tuviesen, me compraría unos cebús. Con las crías de los cebús compraría una pareja de caballos, y con lo que me diesen por los potros sería pronto rico. En cuanto fuese rico me compraría una casa bien grande a la que iría a visitar el gobernador, quien, encantado de lo hermosa que sería, me concedería la mano de su hija, dotándola regiamente. Al poco tiempo de casados tendríamos un hijo que se llamaría Somasarman. Cuando fuese lo bastante grande para poderle columpiar sobre mis rodillas lo tomaría... En aquel momento, el bracmán levantó una pierna y tiró el puchero, cuyo contenido cayó sobre él, quedando cubierto de arroz de pies a cabeza. Así, a orillas del Sagrado Ganghes los sacerdotes dicen a sus fieles oyentes: - Quien hace locos planes para el futuro, quedará cubierto de arroz como Savarakipana. Hasta luego y a tod@s
Hola a todos benemi Me han encantado tus fábulas y cuentos, realmente ¡muy bellas! mamá ¿como estas? que precioso es Vasija con rajaduras, no? ... y los 3 consejos ...¡que bueno! que hermoossoo EvaPatry ¿que tal? El ahogado.... de García Márquez... ése "Dónde esta mi..." de Pérez Galdoz... Qué otra cosa puede esperarse de ésos escritores me gustan. chagall ¡mi amorosa! Que bueno esta el de cómo nació el cocodrilo, el de los caballos !!! a Simbad uff lo leí hace como mil años y lo volví a leer un clásico.... grendel me tienen embrujada ésas cosas, es decir como encantada !!! de modo que más!!! mássss!!!! chipi te dejo mi cariño igual para ti José L. hasta luego
Rompiendo vuestros esquemas.... uno de fantasmas Las sombras y el perro Era practicamente la medianoche cuando me encontraba dormido, recuerdo que de pronto me sentí entre dormido y despierto y quise despertar, pero no podía. Algo me jalaba hacia dentro de la cama y poco a poco sentía que me iba hunidiendo, mientras más trataba de levantarme más me hundía y de pronto sentí unas manos que me tomaban de los hombros jalandome hacia dentro de la cama. No podía abrir los ojos ni podía hablar, entonces de pronto ya pude abrir los ojos y vi el techo de mi cuarto, sentía las manos que me jalaban y trataba de gritarle a mi mamá o a alguno de mi familia para que me ayudara. Pero sucedió lo más horrible de toda la noche. Asi sin poderme mover pude voltear y vi que una sombra pasó rapidamente por la ventana, de pronto sentí mucho frío y una ráfaga de aire entró. Eso era imposible porque no tenía abierta la ventana, sin embargo la sentí. Me encontraba desesperado y con mucho miedo, sentía esas horribles garras jalandome hacia la cama, no podía hablar ni moverme solo mirar como pasaban las cosas esa noche. La sombra se proyecto por el techo y yo empecé a rezar, sentía que algo no estaba mal y sólo rogaba porque fuera lo que fuera no se apoderara de mi, la cama empezó a sacudirse como si alguien la estuviera empujando y yo rezaba aun con más fuerza, de pronto se escuchó un grito hueco, sonoro, muy grave... como si se fuera alejando, era como un quejido y lo acmpañaron otros quejidos como los que se ven en las peliculas de muertos. Se alejaron y por fin pude moverme, mi cuerpo me dolía y estaba empapado en sudor y pronto descubrí que todo lo había soñado Me levanté y fuí a la cocina a tomar un vaso de leche caliente, tratando de quitar de mi cabeza la terrible sensacion y la experiencia tan amarga que había vivido. Ya más tarde regrese a la cama, sólo para escuchar una voz horrible que decía mi nombre, me levanté rápidamente y entonces descubrí algo que me dejó aterrado. Alrededor de mi cama había tierra o ceniza, no lo sé, era un polvo oscuro que no sé de donde había salido. Salté a la cama y comencé a rezar de nuevo, recuerdo que tenía lagrimas en los ojos y mucho miedo, las voces se escucharon de nuevo quejándose y yo deseaba que de nuevo fuera una pesadilla. Me arrojé sobre la biblia que tenía guardada en un cajón y empecé a pedir porque no me pasara nada, luego escuché ruidos afuera y vi que la sombra se acercó a mi ventana. Abrazé la biblia con todas mis fuerzas y oré como nunca. Sonó un golpe seco y un grito y de pronto ya no se escuchó nada más. A lo lejos el perro de la casa vecina aullaba y todo volvió a la normalidad. Al otro día me enteré que el perro había muerto en la noche y nunca supieron porque.