Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy: :happy: :happy:

    :11risotada: :11risotada: :11risotada:
    Me hace reir lo que dice de la tristeza este escritor y me parece que es cierto.
    Es muy serio lo que dice de Solón y muy triste.

    Jorge Teillier, me gusta mucho, mucho.

    ¡Qué hermoso!

    ;) ;) ;)
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    hola Anveri! :beso:
    me alegro que te hayan gustado!:razz:
     
  3. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]

    Hogar John Grier. Viernes.
    Querida Judith:
    Te contaré que he tenido un encuentro con otro enemigo: el
    ama de llaves del doctor. La conocía sólo por teléfono y te ase-
    guro que su voz no me es grata, en absoluto. Esta mañana,
    cuando volvía del pueblo, pasé por casa del doctor. Mc Rae es
    evidentemente el resultado de su medio ambiente. Su casa es
    verde oscuro, con todas las cortinas corridas, se diría que están
    de luto. Comprendo que se le escapen las pequeñas alegrías
    de la vida al pobre hombre. Después de estudiar el exterior de
    su casa sentí curiosidad por el interior.
    Como había estornudado cinco veces antes del desayuno,
    decidí consultarlo como médico. Aunque su especialidad sean
    los niños, los estornudos se sufren a todas las edades, así es
    que valientemente subí las escaleras y llamé.
    ¡Espera! Escucho que el honorable Ciro se aproxima por la
    escalera. ¡No, no puedo atender a ese latero antipático!
    ...........................................................................................
    La línea de puntos representa los ocho minutos que perma-
    necí escondida en el ropero. Por fin se ha ido. Mandé a Jane a
    recibirlo y decirle con firmeza que no estaba en casa, pero el
    honorable Ciro replicó que esperaría sentado, tras lo cual entró
    y se sentó. Pero Jane muy hábilmente se lo llevó no sé dónde a
    ver la última travesura de Sadie Kate. Al honorable le gusta
    descubrir travesuras, especialmente cuando las hace Sadie Ka-
    te. Por suerte, después de eso se fue.
    -¿Dónde estaba? ¡Ah, sí! Llamando a la puerta del doctor.
    Una mujer muy grande, con nariz de halcón y ojos grises
    abrió la puerta.
    -¿Bien? -dijo con un tono poco hospitalario.
    -Buenos días -dije afablemente y entré-.

    -¿Es usted la señora Mac Gurk?
    -Sí. ¿Y usted la nueva mujer del Hogar de Huérfanos?
    -Yo soy. ¿Está el doctor en casa?
    -No.
    -Pues es hora de consulta.
    -No siempre. A veces sale.
    -Pues yo creo que debería estar aquí -observé severamen-
    te-. Dígale que la señorita Mac Bride ha venido a consultarle y
    que haga el favor de pasar esta tarde por el Hogar.
    -Bueno -gruñó la señora Mac Gurk, y cerró la puerta con tal
    precipitación que me pescó el borde del vestido.
    Cuando se lo conté al doctor esta tarde, se encogió de hom-
    bros y observó que ésos son los graciosos modales de Maggie.
    -¿Y por qué los aguanta usted? -le he preguntado.
    -¿Y dónde encontraría otra mejor? -ha contestado él-; traba-
    jar para un hombre solo y que no tiene horario para nadie, no
    es una ventaja. Aunque no alegra mucho la casa, me prepara
    una cena caliente todas las noches.
    Apostaría que sus cenas calientes no son ni deliciosas ni
    bien servidas. Es una vieja arpía, inútil y perezosa. Ya sé yo
    por qué no le gusto. Se imagina que quiero robarle al doctor y
    privarla de su empleo. Absurdo, pero es bueno que lo crea así,
    pues el doctor saldrá ganando: le dará mejor de comer y en-
    gordará. Entiendo que los hombres gordos tienen buen carác-
    ter.
    (Diez de la noche.)
    No sé qué clase de tonterías habré escrito entre tantas inte-
    rrupciones. Por fin ha llegado la noche y estoy tan cansada que
    no puedo ni levantar la cabeza. Los árabes tienen razón: "Mejor
    se está dormido que despierto". Buenas noches.
    Sallie.
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El arte de la impostura
    de "Crónicas del Angel Gris", por Alejandro Dolina. Ilustración de Carlos Nine
    [​IMG]
    El hombre de nuestros días vive tratando de causar buena impresión. Su principal desvelo es la aprobación ajena. Para lograrla existen diferentes métodos y estrategias.
    Algunos ejercen la inteligencia, otros se deciden por la tenacidad o la belleza, otros cultivan la santidad o el coraje.
    Sin embargo, por ser todas estas virtudes muy difíciles de cumplir, ciertos pícaros se limitan a fingirlas.
    Por cierto que tampoco esto es sencillo: el engaño es una disciplina que exige atenciones y cuidados permanentes.
    Por suerte para los hipócritas y simuladores, existe desde hace mucho tiempo el Servicio de Ayuda al Impostor.

    I Basándose en modernos criterios científicos, los especialistas de la organización instruyen, aconsejan, dictan clases, resuelven casos particulares y difunden las técnicas más refinadas para obtener apariencias provechosas.
    Cuando algún zaparrastroso quiere presumir de elegante, el Servicio le recomienda sastres, lociones y corbatas.
    Si se trata de aparentar cultura, el cliente tiene a su disposición frases hechas, aforismos brillantes y gestos de suficiencia.
    Los que pretenden pasar por guapos son adiestrados en el arte del aplomo y la compadrada.
    Muchos pobres practican para fingirse ricos, y muchos ricos se esfuerzan por parecer indigentes.
    Hay que decir que algunos postulantes son muy adoquines y no alcanzan a completar los cursos. Otros tienen características tan marcadas que resulta imposible disimularlas.
    Durante muchos años, los hipócritas aplazados debieron resignarse a mostrar crudamente sus verdaderas y abominables condiciones, o bien a ser descubiertos en sus torpes fraudes. Pero con el tiempo, el Servicio encontró una fórmula drástica para socorrer a los menos favorecidos. Así nació el reemplazo liso y llano como recurso extremo.
    Imaginemos a un morocho tratando infructuosamente de ingresar en un selecto club nocturno. El hombre fracasa con las tinturas y el maquillaje.
    Inmediatamente el servicio designa a un rubio cabal en su reemplazo. El impostor entra sin problemas a la milonga y en nombre del morocho rechazado baila y se divierte toda la noche.
    Los ejemplos son innumerables: estudiantes mediocres que se hacen reemplazar en los exámenes; enamorados tímidos que -como Cyrano de Bergerac- mandan en su lugar a un picaflor; empleados capaces que para lograr un ascenso envían a un chupamedias y personas hartas de su familia que se hacen substituir en los cumpleaños.
    El Servicio de Ayuda al Impostor ha ido perfeccionando la tecnología del reemplazo con disfraces impecables. Se sospecha que hoy en día, la mayoría de las personas que uno trata son en realidad agentes de la organización. Nuestros amigos, nuestras novias, nuestros gobernantes y nuestros cuñados pueden haber sido reemplazados por impostores profesionales. Tal vez yo mismo estoy fingiendo escribir estas minucias a nombre y beneficio de un cliente llamado Dolina. Tal vez usted, que finge leerme, esté reemplazando a alguien que no se atreve a confesar que los mitos de Flores lo tienen harto.

    II Los gobiernos, lo mismo que las personas particulares, viven preocupados por la opinión de los de afuera. Continuamente sugieren a la población la necesidad de mejorar lo que se llama imagen exterior.
    Para lograrlo se promueve la difusión de nuestros aspectos más brillantes. Cuando nos visitan los extranjeros, se les muestran nuestros rincones más presentables, se les hace comer una empanada y se les obliga a escuchar a la orquesta de Osvaldo Pugliese.
    La exaltación de nuestros méritos va casi siempre acompañada de un cuidadoso disimulo de nuestros defectos. Además, en tren de aparentar y a falta de extranjeros, se suele hacer bandera ante los propios criollos.
    Con toda insistencia se señala que los médicos argentinos son los mejores del mundo, para no mencionar a los enfermos. Si se produce algún desperfecto en una transmisión internacional, los locutores se apresuran a aclarar que el jarabe se ha originado en el satélite alemán, con lo cual nos quedamos todos tranquilos.
    La actitud temerosa del juicio ajeno es proverbial en el periodismo. Hace poco una cronista aprovechó su paso por Roma para consultar a los transeúntes italianos acerca de nuestra nueva situación institucional. Los televidentes recibieron varias reflexiones, expresadas en cocoliche que, en general, nos perdonaban la vida. Al final de la encuesta, la cronista no podía ocultar su satisfacción. Habíamos pasado la difícil prueba de agradar a los heladeros de la Vía Marguta.
    No estaría mal recurrir al Servicio de Ayuda al Impostor para perfeccionar nuestras representaciones ante los extraños.
    La solvencia de la organización nos permitiría aparentar cualquier cosa: que tenemos 100 millones de habitantes, que somos prósperos, que somos poderosos. Se podrían editar censos adulterados y mapas fraudulentos que nos muestren en el doble de nuestra extensión.
    Manuel Mandeb recomendó alguna vez la conveniencia de fingirnos el Japón, para desconcertar a nuestros enemigos. El pensador de Flores proponía que todos nos estiráramos los ojos con los dedos y habláramos pronunciando las erres como eles.
    Aquí se nos viene encima una duda: ¿no será que otros países ya nos están engañando? La mentada potencia norteamericana puede ser nada más que una ficción creada por los impostores del norte. A lo mejor, Suecia es un país tropical, pero lo disimula. Quizá la Unión Soviética es una pequeña república del Africa y Luxemburgo es en verdad el mayor país del mundo.
    En todo caso, antes de encarar cualquier acción para mejorar nuestra imagen externa es indispensable decidir cuál es la sensación que se quiere dejar. Si dispersamos nuestros esfuerzos en simulaciones diferentes e inconexas, los resultados habrán de ser más bien confusos. Dígasenos de una vez qué fingiremos ser: ¿una nación apacible? ¿una nación encrespada? ¿una nación limpia? ¿una nación angloparlante?
    Los tratadistas reconocen tres tipos de impostura: horizontal, ascendente y descendente. La última consiste en mostrarse peor de lo que se es. Y no faltan economistas que postulan este camino para despertar la conmiseración internacional.

    III Los teóricos más barrocos del Servicio creen que la impostura es un arte. Y más aún: afirman que todo arte es una impostura. Cien gramos de pinturas al aceite se nos aparecen como un rostro misterioso o como un paisaje lunar. Quinientos kilos de bronce pretenden ser el cuerpo de Hércules. Una curiosa combinación de tintas y papeles es presentada como el alma de un hombre atormentado.
    Solamente la música está libre de simulaciones. Un acorde en mi menor es precisamente eso y no pretende ser nada más.
    Los teóricos también han defendido el carácter ético de la impostura ascendente. El argumento principal no es muy novedoso: de tanto aparentar bondad, uno acaba por ser bueno.
    Faltan en esta monografía datos concretos que permitan al lector la contratación del Servicio.
    Lamentablemente, no es posible ofrecerlos.
    Para empezar, nadie sabe cuál es la ubicación de la entidad. A veces, el local asume el aspecto de un almacén. Otras veces, se aparece como un copetín al paso, o como una estación de ferrocarril. Los impostores son siempre consecuentes con sus representaciones y por más que uno les plantee sus necesidades, insisten en vender garbanzos, servir una ginebra o despachar un boleto de ida y vuelta a Caseros.
    Es cierto que a menudo aparecen impostores ofreciendo sus servicios. Pero la organización ya ha advertido al público que se trata en realidad de falsos impostores que deben ser denunciados a la policía.

    IV Vaya uno a saber cuántos ridículos firuletes habremos hecho los criollos para agradar a los polacos y coreanos.
    ¿Estaremos bien? ¿No seremos una nación fuera de lugar? ¿Qué pensarán de nosotros estos visitantes holandeses? ¿Le ha gustado nuestra autopista, señor Smith? ¡Cuidado, disimulen que ahí viene un francés! ¿No estaremos desentonando en el concierto internacional?
    Yo creo que tal vez no importa desentonar en un concierto que parece dirigido por Mandinga.
    Vale la pena intentar el camino difícil, el más penoso, el más largo pero también el más seguro. Es el camino de la verdad. El que quiera parecer honrado, que lo sea. El que quiera fama de valiente, que se la gane a fuerza de guapeza.
    Y si queremos que el mundo piense que somos una gran nación, sepamos que lo más conveniente es ser de veras una gran nación.
    Mientras llegan esos tiempos, podríamos empezar a fingir que no fingimos.





     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    BALADA DEL AMOR IMPOSIBLE




    Los cronistas más serios del barrio del Angel Gris coinciden en destacar
    la propensión de sus habitantes hacia los amores imposibles.
    Así, mientras los jóvenes de otros barrios se enamoran de muchachas
    groseramente posibles, los hombres de Flores parecen condenados a
    amar - casi siempre en secreto - a mujeres que no serán para ellos.
    Y en honor a estas damas es que los Hombres Sensibles hacen lo que
    hacen.
    Algunos emprenden desde chicos el estudio del violín, únicamente
    para aprender a tocar un vals en obsequio de su amada. No importa que
    ella no alcance jamás a oírlo. Ese no es el punto.
    Otros indagan los secretos de la versificación y se sumergen en el
    dolor para lograr una poesía.
    Hay quienes se ejercitan en el coraje y cultivan la guapeza. Y no
    faltan los que eligen la melancolia o la locura.
    Piensan los Hombres Sensibles que siendo mejores merecerán ser
    amados. Y para la ética sentimental de este barrio, los mejores hombres
    son artistas, valientes, tristes o locos.
    Por eso los muchachos más virtuosos de Flores sufren por amor.
    Esta realidad ha despertado la atención de todos y la piedad de muchos.
    Cada semana, los enamorados de Flores reciben el consejo de sus
    amigos sabios de otras barriadas.
    - ¿Por qué amar a la Gran Marquesa del Norte, que es en realidad un
    duende? ¿Por qué no conformarse con la hija del yesero?
    Son voces tentadoras que exponen las ventajas del amor razonable.
    A estas exhortaciones, los Hombres Sensibles responden - no sin
    acierto - que en el amor no existe el libre albedrío y que nadie puede
    decidir de quién va a enamorarse.
    Sin embargo - ya a riesgo de caer en especulaciones psicológicas fuera
    de tono - cabe reconocer que los muchachos del Angel Gris tienden a
    aproximarse sentimentalmente a las mujeres que menos les convienen.
    Los tratadistas de Villa del Parque y los Refutadores de Leyendas
    sostienen que buscar pareja es una tarea enteramente racional y hasta
    científica.
    Vale la pena citar la novela didáctica "Hoy te amo con la cabeza", del
    profesor Amadeo Battista. Esta obra esconde - apenas - la tesis
    antedicha, entre los rotosos pliegues de su trama.
    Parecidos criterios auspicia la esposa de este pensador, la doctora
    Alba C. de Battista en su libro "Me casé con un cretino".
    Muchos hombres de negocios, comerciaantes e industriales de la
    zona han entendido que el amor imposible es cosa nefasta, no sólo para
    el que ama, sino también paa el desarrollo de las actividades productivas
    en general.
    Declaran estos lúcidos mercaderes que, por lo común, los enamorados
    sin esperanza son pésimos empleados, más atentos al recuerdo de
    unos ojos pardos que a la correcta realización de una nota de débito.
    Tratando de reducir el número de desencuentros amorosos en
    beneficio de la felicidad general, los Refutadores de Leyendas con la
    ayuda de dos contadores de la Sociedad de Fomento de Villa Malcolm, prepararon
    las Tablas del Amor Infalible, especie de regla de cálculo según la cual
    las medidas del cuerpo del hombre, su coeficiente intelectual, su edad,
    su educación, fortuna y berretines determinaban de un modo preciso a la
    mujer más conveniente para sus planes amorosos.
    Esto es ni más ni menos que la refutación de una leyenda o - lo que
    es peor - su reducción a términos científicos. La leyenda es ésta:
    "Hay para cada hombre una mujer, una sola, que reúne todas las virtudes
    que ese hombre sueña. Su belleza está hecha para deslumbrar a ese
    hombre.
    Su voz ha sido creada para seducirlo. Su inteligencia, para sucitarle y
    sugerirle ideas amables. Su ternura, para hacerle dulce el diario sufrimiento.
    Esa mujer existe y anda por esas calles. Pero el destino ha decidido que
    nunca jamás se crucen los caminos de ningún hombre con la mujer que para él
    fue concebida."
    Manuel Mandeb asegura en sus Memorias que cierta tarde creyó
    reconocer a lo lejos a la mujer que le correspondía, conforme a la
    leyenda. Inmediatamente se trabó en lucha con el destino y trató de alcanzar a la
    muchacha. Lo consiguió en la esquina de Artigas y Avellaneda. Luego de
    interceptarle el paso, procedió a explicarle la vieja creencia de los
    Hombres Sensibles, mientras se secaba el sudor y trataba de recobrar el aliento.
    Pero la mujer no conocía la leyenda, o tal vez la conocía y la acataba
    puntualmente: dio media vuelta y se fue por Artigas hacia el norte.
    Y ya que mencionamos a Manuel Mandeb, conviene recordar que su
    ilegible prosa se alzó solitaria frente a los tratados racionalistas y a
    los inventos de los Refutadores de Leyendas.
    El polígrafo de Flores dejó un voluminoso estudio caratulado Registro
    de amores imposibles en la linea del Sarmiento.
    La obra consta de 914 fichas que corresponden a otros tantos casos
    concretos de amor sin recompensa. Está dividida en cuatro cápitulos:
    El primero, subtitulado Nunca le dije nada, es el más extenso y
    registra episodios protagonizados por enamorados silenciosos.
    El segundo, Negativas expone 115 rechazos, sus motivos, sus términos
    y consecuencias, para no hablar de otros detalles más bien superfluos
    que suelen recargar toda la obra de Manuel Mandeb.
    El tercer cápitulo, Amargo desengaño, cataloga 126 decepciones,
    incluidas cuatro padecidas por el propio autor.
    El cuarto y último cápitulo es un inspirado texto romántico que se
    conoce como Elogio del amor inconcluso. Veamos este párrafo:
    "...Así como las personas que mueren en la plenitud nos ahorran el
    recuerdo de su vejez, los amores interrupidos abruptamente siguen siguen
    viviendo en nuestro corazón no como brasas agonizantes, sino como horrorosas
    llamas que queman cada noche...
    "...No hay mejor amor que el que nunca ha sido. Los romances que
    alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al encono
    o a la paciencia; los amores incompletos son siempre capullo, son siempre
    pasión."
    Pero dejemos ya a Manuel Mandeb y reflexionemos sobre ese delicado
    asunto. Es cierto que infinidad de personas decentes viven la módica
    dicha del amor común y corriente.
    Pero el amor imposible, aquél del cual solamente son capaces los
    Hombres Sensibles de Flores, es el único cabalmente maravilloso y digno
    de admiración.
    Ocurre así: un muchacho se enamora de la Mujer Más Hermosa.
    Desde ese momento, su vida no tiene otro sentido que ese amor.
    Sin embargo, el hombre sabe que no tiene chance en esa carrera,
    pues las Mujeres Más Hermosas suelen casarse con otros caballeros,
    generalmente ricos o buenos mozos o ambas cosas.
    Sus buenos amigos le aconsejarán el olvido, pero este hombre ha
    nacido en Flores y no tiene la menor intención de gambetear el dolor.
    Y cada día deja mansamente que la tristeza le invada los huesos y que
    tiña hasta el último de sus pensamientos.
    A veces, las distracciones y los mundanos asuntos amenazarán con
    hacerle olvidar siquiera por un momento su amor y pesadumbre. Pero el
    hombre reaccionará inmediatamente y se sumergirá otra vez en su propio
    abismo.
    Que nadie se engañe. Este hombre que ríe a carcajadas cuando algún
    conocido le refiere el cuento de los supositorios, está pensando en su
    amor imposible.
    Y la sangre que hincha sus venas es negra y espesa.
    Pero, atención. Este amor que lo hace desgraciado es el que le hace
    mejor. El ya ha renunciado a la Mujer Más Hermosa. Jamás padecerá
    decepciones. Su pasión no envejecerá ni se envilecerá. Nadie podrá
    engañarlo.
    Y a fuerza de bañarse cada día en el sufrimiento, habrá aprendido el
    secreto de la resignación.
    Los caballeros exitosos no conocerán jamás la verdadera escencia del
    amor imposible. Ellos jamás juegan su vida a una sola baraja. Con toda
    prudencia realizan inversiones en uno y otro lugar para compensar con
    unas las pérdidas ocasionadas por otras.
    Pero el amor imposible no es cosa de prudentes, sino de Quijotes.
    Sólo cuatro veces en doce años vio Alonso Quijano a Aldonza
    Lorenzo.
    Jamás cruzaron palabra. Pero eso le bastó para vivir en ella y por
    ella.
    Sin esperar recompensa.
    Por eso, señores, si acaso atesoran ustedes uno de estos metejones
    locos, a no arrepentirse. Sigan soñando y esperando lo imposible. Aunque
    sepamos que nuestras ilusiones no habrán de cumplirse nunca, sigamos
    acariciándolas. Lo contrario sería - como pensaba Wimpy - confundir
    una ilusión con un pagaré.
    Será una larga jornada. Muchas veces tendremos ganas de contar
    nuestra pena, pero no podremos hacerlo, para no profanarla. Siempre
    estaremos solos y tristes, pero no es para tanto. Después de todo, ya
    se sabe que los únicos paraísos que existen son los paraísos perdidos
    .
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]
    Hogar John Grier, 10 de abril.
    Querida Judith:

    He colocado a Isidoro Gutschneider. Su nueva mamá es
    una señora sueca, rubia, gorda y sonriente. Le escogió entre
    todos porque era el más moreno que teníamos. Siempre le han
    gustado los niños morenos, y su sueño más ambicioso era te-
    ner uno así. Se llamará Óscar Carlson, como su difunto tío.
    El miércoles que viene celebraré mi primera junta de conse-
    jeros. Te confieso que no la espero con impaciencia. Lo peor es
    el discurso inaugural que debo pronunciar. Quisiera que nues-
    tro presidente estuviera aquí para ayudarme. Pero, por lo me-
    nos estoy segura de una cosa: nunca adoptaré una actitud
    hipócrita ante los consejeros, como lo hiciera la señora Lippett.
    Pretendo que mi primer miércoles sea una reunión agradable,
    en la que los amigos del Hogar se congreguen para discutir y
    pasar un buen momento.
    En tu última carta no dices nada de tu retorno al norte. ¿No
    te parece que va siendo hora de que ustedes vuelvan la cara
    hacia la Quinta Avenida? No hay nada como el hogar. La cam-
    pana anuncia el almuerzo. Te dejo.
    (Seis de la tarde.)
    El honorable Ciro ha venido otra vez; se presenta con gran
    frecuencia esperando descubrirme en flagrante delito. ¡Me car-
    ga este hombre! Es sonrosado, gordo e hinchado... Antes de su
    llegada estaba contenta y optimista, pero ahora me pasaré gru-
    ñendo el resto del día.
    Deplora todas las innovaciones inútiles que intento introdu-
    cir, tales como una alegre habitación para recreo, vestidos más
    bonitos, baños, aire puro, diversiones, helados y mucho cariño.
    Dice que estas cosas estropearán a los niños y no les servi-
    rán para ocupar el lugar que Dios les ha dado. Toda mi sangre
    irlandesa salió a la superficie y le contesté que Dios no podía
    haber proyectado que mis ciento trece niños fueran otros tantos
    ciudadanos inútiles, ignorantes e infelices.
    Que no los educamos para vivir fuera de su ambiente, sino
    sólo dentro de él. Que no los obligábamos a entrar en la Uni-
    versidad si no estaban dotados de inteligencia para ello, como
    pasa muchas veces con los hijos de los ricos, y que no los po-
    níamos a trabajar a los catorce años si eran naturalmente am-
    biciosos, como suele acontecer con los hijos de los pobres. Los
    vigilamos estrecha e individualmente para descubrir sus incli-
    naciones y aptitudes. Si muestran disposición para ser labrado-
    res o amas de llaves, procuramos hacer de ellos los mejores
    posible; pero si desean y tienen capacidad para ser abogados,
    lo serán, honrados, inteligentes y de amplio criterio. Estoy se-
    gura de que mucho mejores que el honorable Ciro, que también
    es abogado.
    Cuando terminé mi discurso, revolvió gruñendo su té.
    Hay que tratar a los consejeros con mano firme y serena,
    para colocarlos en su lugar.
    El borrón de la esquina es el saludo de Singapore. El pobre
    Sing está convencido de que es un perrillo faldero. ¿No es una
    tragedia que la gente se equivoque en sus vocaciones? Yo mis-
    ma no estoy siempre segura de haber nac ido para directora de
    un hogar de huérfanos.
    Tuya, hasta la muerte,
    Sallie Mac Brine.
     
  7. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy: :happy: :happy:

    También se puede aplicar a Chile.

    Dejo una canción de Los Prisioneros , como está dirigida a los no exitosos y es una defensa de ellos, tiene validez.




    Por qué no se van

    Sueñas con Nueva York y con Europa
    Te quejas de nuestra gente y de su ropa
    Vives amando el cine Arte del Normandie
    Si eres artista y los indios no te entienden
    Si tu vanguardia aquí no se vende
    Si quieres ser occidental de segunda mano
    ¿Por qué no te vas?
    ¿Por qué no se van, no se van del país?

    Si viajas todos los años a Italia
    Si la cultura es tan rica en Germania
    ¿Por qué, el próximo año te quedas allá?
    Si aquí no tienes los medios que reclamas
    Si aquí tu genio y talento no da fama
    Si tu apellido no es González ni Tapia
    ¿Por qué no te vas

    No me gusta que se eche a nadie porque hoy día si alguien no es muy competente ¡para fuera!
    ¿Dónde se irán? ¿ Pa llá ? ¿Pa cá? No lo sé...

    Anita.

    ;)
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Hola Anveri!!:beso:
    Gracias por tus aportes!! Te estuviste leyendo todo!!:razz:
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    EL BAR DEL INFIERNO

    Alejandro Dolina

    El bar es incesante. Es imposible alcanzar sus confines. Del modo más caprichoso se suceden salones, mostradores, pasillos y reservados.
    Nadie ha podido establecer nunca cuál es la puerta del bar. La opinión mayoritaria es que no hay forma de salir de él. Sin embargo, muchos buscan la salida. Es el sueño romántico más frecuente de este tugurio. Hombres jóvenes, inconformes, beligerantes, eligen una dirección cualquiera y avanzan desaforadamente buscando la puerta, o el centro, o la explicación del bar.
    Generalmente, nadie vuelve a verlos. Algunos regresan mucho tiempo después, casi siempre por el lado contrario al que eligieron para irse.
    El cafetín es un laberinto. Nuestro destino es extraviarnos en sus encrucijadas. Pero algunos presienten una verdad aún más terrible: no se puede salir del bar no por la falta de puertas, ni por la disposición caprichosa de sus instalaciones, sino porque no hay otra cosa que el bar. El afuera no existe.
    Si es verdad que los parroquianos están condenados a vagar perpetuamente por los mismos lugares, también es cierto que sus conductas se repiten del mismo modo inevitable. Pero ellos no lo saben. Se mueven con soberbia, como si decidieran sus propias acciones. Y no es así. Sólo cumplen con ajenas voluntades. Los mozos, los músicos, los borrachos, las prostitutas y los jugadores están aquí desde el comienzo de los tiempos y aquí permanecerán, recorriendo trayectos ancestrales con aires de inauguración.
    Cada tanto, un viento de loca esperanza entra en el bar. Misteriosamente los parroquianos empiezan a creer que todo tiene un propósito, que cada uno de sus patéticos esfuerzos está destinado a un logro final y que fuera del bar hay cielos límpidos y amores venturosos que darán sentido hasta al último de los versos oscuros.
    El hombre a quien llaman el Narrador de Historias está obligado a contar un cuento cada noche, cuando el reloj da las doce.
    Nadie le presta atención. Anda siempre con unos libros grasientos. En ellos hay —según se dice— infinitos relatos.
    Los libros son siete, o acaso cinco. Existe la sensación de que cada uno sigue preceptos diferentes.
    Ada, la bruja, ha dicho que el Libro Rojo contiene un solo relato y que ese relato revela los secretos de la libertad. Pero el Narrador jamás abre el Libro Rojo.
    El Libro Blanco contiene falsos secretos; el Libro Verde Clarito es igual al Libro Amarillo.
    A veces, los ladrones roban los libros del Narrador. Algunos parroquianos pagan por ellos unas monedas y tratan de leerlos. El desengaño es inevitable. Las páginas están escritas con una tinta sutil que se borra al tomar contacto con el aire. Una y otra vez, el Narrador recupera los libros y los ladrones vuelven a robarlos.
    Con el tiempo se han hecho torpes duplicados y ya no se sabe si los textos que lee son los verdaderos, o copias fieles, o relatos falsos






    EL REGRESO


    Li regresó a su casa después de largos años de ausencia. En la China, las guerras son prolongadas y complejas. Los ejércitos avanzan interminablemente, a veces sin encontrar enemigos, pues el Imperio es inmenso y la política es oscilante.
    Las noticias viajan con extrema lentitud. Un correo puede tardar tres años, o diez, en recorrer el país de punta a punta. De este modo, los príncipes ignoran la suerte corrida por sus tropas y, por lo general, los ejércitos no regresan nunca o regresan cuando el príncipe que los mandó se ha pasado a otro bando, a otro parecer o a otro mundo.
    El pueblo de Li era apenas una aldea sin nombre. Casi todos los hombres habían marchado a la guerra treinta años antes. Casi ninguno regresó.
    Li podía considerarse afortunado. El solo hecho de no haberse perdido para siempre en el impiadoso desierto de la China central, o en el laberinto de ríos y canales en cuyas riberas se hablan cien dialectos diferentes, podía ser visto como un favor infrecuente del destino. Pero tal vez Li no tenía por costumbre filosofar acerca de la alternancia de sucesos fastos y nefastos. Para él, la vida era oscura, nebulosa, incomprensible, pero también fatal, incuestionable.
    Cuando llegó al pueblo, estuvo a punto de pasar de largo. No es que hubiera cambiado mucho, pero después de treinta años de ausencia y de peregrinación por infinitas poblaciones, Li tenía ideas más bien confusas sobre su lugar de origen.
    Por cierto, no reconoció a ninguna persona. Buscó su casa penosamente, en calles parecidas que morían en el río. En una de ellas reconoció un farol que en realidad había sido colgado mucho después de su partida. Llamó a la puerta y lo recibió una mujer fatigada por la pobreza. No hubo gestos de alegría ni de amor. Aquellos seres desdichados acataban las novedades con resignación, como sabiendo que cada una de ellas era el umbral de nuevos padecimientos.
    Aunque el mecanismo de recordación de sus hijos estaba ligado al número tres, fueron cinco los que Li encontró en el regreso. Todos ellos eran hombres grandes que trabajaban la tierra, pero el menor ocupaba una ínfima función de limpieza en la administración provincial.
    Li no trabajó. Se sentaba largas horas junto a la puerta de su casa y al anochecer comía en silencio, junto a su familia. Se acostaba temprano y jamás tocaba a su mujer. Muy de vez en cuando iba a la taberna y se emborrachaba con alcohol barato. A veces peleaba con otros hombres, sin razón alguna. Alguien le preguntaba:
    —¿Tú eres el que ha regresado de la guerra? —Y él le rompía una jarra en la cabeza.
    Un día su mujer se atrevió a hablarle.
    —Marido mío, ya no procedes como antes de tu partida.
    Él dijo que no recordaba cómo procedía antes de su partida.

    Hü era un mercader de la capital que pasaba cuatro o cinco veces al año por la aldea.
    La mujer de Li, y algunas otras que esperaban a sus maridos, lo habían tomado como amante. Hü despachaba aquellos encuentros bajo la forma de efímeros temblores en la hierba nocturna. En verdad, no recordaba con entera precisión cuáles de aquellas mujeres eran sus amantes. Confiaba en que ellas se iban a cruzar en su camino y lo iban a arrastrar a la espesura, llegado el momento. Por eso se sorprendió cuando la mujer de Li corrió tras él en un callejón y le dijo agitadamente:
    —Mi marido ha vuelto, ya no me tomes.
    —¿Quién es tu marido? —preguntó Hü.
    —Se llama Li.
    —Todos en la aldea se llaman Li.
    —Él fue a la guerra y es el hijo de Li, el campesino.
    —Seré discreto —dijo Hü. Y se marchó cantando una canción obscena.
    La mujer de Li sentía, algunas noches, una oscura tendencia a desear que el hombre que dormía con ella fuera un impostor. Tal vez esperaba la llegada de otro Li, bajo la forma de un hombre joven y ardoroso. Mientras tanto, el propio Li solía preguntarse cómo había elegido para engendrar hijos a una mujer tan sombría.
    Una tarde, enfurecido por la falta de leña, Li le reprochó a su mujer la promesa incumplida de su suegro de entregarle seis gallinas a modo de comisión nupcial. Ella no dijo nada, aunque creía recordar el solemne traspaso de un cerdo.

    Años después, pasó por el pueblo Li T'ieh-kuai, o sea Li, el de la muleta de hierro, uno de los ocho inmortales. Los lugareños le dieron limosna y él se detuvo junto a un cedro, donde curó a unos ancianos enfermos con drogas mágicas. Al anochecer, encendió un fuego azul e hizo hervir allí un caldo cuyos ingredientes secretos lanzaban vahos inspiradores. Los dioses hacían a Li T'ieh-kuai unas oportunas revelaciones cuando el inmortal miraba el fondo del caldero. Un joven le preguntó qué era la vida. Li T'ieh-kuai hizo beber un poco de caldo a un gato negro. El gato murió y Li T'ieh-kuai dijo al joven:
    —La vida consiste en no saber qué es la vida.
    Alentada por un entusiasmo creciente, la mujer de Li se fue acercando al maestro y finalmente se atrevió a preguntar.
    —Un hombre regresó a mi casa. ¿Es el mismo que se fue?
    Li T'ieh-kuai miró el caldero y vio entre los vapores a Li, el verdadero marido de aquella mujer, muerto en la guerra un mes después de haber partido. También vio al hombre que ahora dormía con ella, tal como era en su juventud, recién casado con otra muchacha, en una casa parecida, en una calle que iba muriendo hacia el río.
    Comprendió entonces la equivocación del que había regresado. Comparó los destinos posibles, las penas intercambiadas y vio el final de todos los caminos. Entonces dio a otro gato un poco de caldo. El gato murió.
    —Todos los hombres que regresan es porque se han ido.
    La mujer volvió a su casa y vivió largos años junto a Li. Después, todos se fueron muriendo. Hoy nadie los recuerda en aquel pueblo. Y a decir verdad, nadie sabe cuál era aquel pueblo.


     
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    clause Claudia

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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster

    [​IMG]Hogar John Grier, 4 de abril.
    Familia Pendleton
    Palm Beach, Florida
    Queridos señor y señora:
    Ha pasado ya el día de mi primera recepción a los conseje-
    ros y todo el mundo, hasta mis enemigos, dijeron que mi dis-
    curso había sido muy bello. La reciente visita del señor Gordon
    Hallock fue excepcionalmente oportuna por sus lecciones de
    oratoria.
    "Divierte a tus oyentes", me dijo, les hablé de Sadie Kate y
    de otros querubines.
    "Sé concreta y ponte a la altura de la inteligencia de tu audi-
    torio". No dejé de mirar al honorable Ciro y nada dije que no
    pudiera entender.

    "Adula a tus oyentes." Hablé de todas las reformas debidas
    a la iniciativa y sabiduría de nuestros incomparables conseje-
    ros.
    "Habla en tono tierno y altamente moral." Discurrí sobre la
    condición de mis huérfanos y estuve tan acertada que mi Ene-
    migo se limpió una lágrima.
    Después los harté de chocolate, crema, limonada y sand-
    wichs, de manera que regresaron a sus casas radiantes y ex-
    pansivos, pero sin ganas de cenar.
    Bueno, primero les hablé de nuestros éxitos para darles
    ánimo, antes de pasar a la calamidad que estuvo a punto de
    estropear la reunión. Ustedes no conocen a Tomasito Kehoe.
    No se lo he descrito porque sería muy largo. Es un niño animo-
    so que sigue el ejemplo de su padre, un valiente cazador de...
    pero, esto no es una novela de aventuras, aunque no podemos
    librar a Tomás de sus heredados instintos. Da caza a las galli-
    nas con arcos y flechas, pone cepos a los cerdos y torea a las
    vacas y..., ¡oh!, es un demonio. Pero realizó su última bellaque-
    ría una hora antes de reunirse la junta de consejeros, cuando
    necesitaban estar limpios y atractivos.
    Se había encontrado una trampa de ratas y la colocó entre
    los árboles del jardín. Justo ayer por la mañana tuvo la suerte
    de atrapar un zorrillo grande. Singapore fue el primero que lo
    descubrió y volvió a casa a revolcarse por las alfombras. Mien-
    tras nos ocupábamos de Sing, Tomás estaba desollando su
    presa escondido en el huerto. Ocultó la piel debajo de su cha-
    queta para introducirla en la casa, y la guardó debajo de su
    cama, donde creyó que no la encontraríamos.
    Luego bajó a la cocina a ayudar a helar los sorbetes para
    nuestros invitados. Como supondrás, suprimimos los sorbetes
    del menú.
    No sabes todo lo que hicimos por contrarrestar el horrible
    olor que nos invadió. Daniel el panadero, quemó ramas oloro-
    sas. La cocinera roció la casa con café quemado. Betsy echó
    amoníaco por los corredores. La señorita Snaith trató las al-
    fombras con esencia de violetas. Yo envié un recado urgente al

    doctor, que quemó una dosis gigante de cloruro de calcio. Pero
    por encima, por debajo y a través de todos estos olores, el es-
    pectro de la víctima de Tomás clamaba venganza.
    Lo primero de que nos ocupamos en la reunión fue de si
    debíamos cavar un agujero donde enterrar no sólo a Tomasito,
    sino todo el edificio. Admírense: hablé con tanto tacto del suce-
    so, que el honorable Ciro se fue a su casa riendo en lugar de
    protestar por la ineptitud de la directora.
    Como siempre,
    Sallie Mac Bride.
     
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    EL JUEGO DE PELOTA
    EN RAMTAPUR

    Informes del profesor Richard Bancroft, corresponsal
    de la Enciclopedia Británica.


    INFORME 1
    Más allá de los confines del Nepal, no lejos de Katmandú, la ciudad que fue un lago, fuera de los circuitos de las caravanas, al sur o quizás al este del río que se llama Arum, se alzan las pardas murallas de Ramtapur.
    Allí, desde hace siglos, se practica un juego colectivo de pelota. Sus orígenes son imposibles de rastrear. Probablemente se trate de una costumbre muy anterior a los tiempos de Amshurvarma, el rey más célebre de la dinastía de los Takuris.
    Los complicados reglamentos carecen de interés a los efectos de esta monografía. Basta decir que dos bandos de siete hombres cada uno se enfrentan para disputar la posesión de una pequeña bola de cuero o madera, la que finalmente debe ser depositada en un lugar predeterminado.
    Los juegos se realizan en la Shanga, un antiguo estadio de piedra, cuyas amplias terrazas permiten la asistencia de casi todos los habitantes de la ciudad.
    Los atletas que practican el juego de pelota son hombres admirados por su destreza y vigor. Se les rinden toda clase de homenajes y les está permitido permanecer sentados aún ante la presencia del Khan de Ramtapur.
    Los equipos se distinguen por el color de su kaupina, un breve taparrabos que los cubre durante la contienda. Los principales son cuatro: el verde, el naranja, el azul y el azul oscuro.
    Los habitantes de Ramtapur han venido desarrollando unas predilecciones personales que los conducen a asociar sensaciones de orgullo y plenitud con el triunfo de uno solo de los equipos y la derrota del resto. La orientación de estas preferencias no responde a razones previsibles, ni sus límites coinciden con los de las castas, las razas o los distritos.
    Durante los primeros siglos de su práctica, el juego de pelota era solamente una diversión de los príncipes ociosos. Pero a partir de las Nuevas Reglas de la época de Prithvinarayan Shah, la población se fue interesando cada vez más en los resultados del juego hasta convertirlo en el punto central de la actividad de la región.
    El viajero que llega a Ramtapur advierte inmediatamente que todas las personas se visten o se adornan con los colores de aquel equipo al que han hecho objeto de sus deseos de triunfo.
    Las imágenes de los cultos de Narayana y Rudra son perturbadas muchas veces por pañuelos y banderas. Los hinduistas murmuran el nombre de sus atletas en interminables japas, cuyo propósito es, tal vez, lograr que los dioses influyan sobre el juego.
    Los menos creyentes procuran ayudar ellos mismos al triunfo de su equipo concurriendo a la Shanga y adoptando una actitud de constante amenaza hacia quienes se les oponen. Para su mejor intelección, tales amenazas se profieren bajo la forma de cantos rítmicos cuyas normas de versificación todos conocen. Con gran dificultad he traducido algunos:



    "Más fácil le será
    al ínfimo intocable
    ser dueño de un palacio
    que a vosotros, atletas verdes,
    salir hoy de la Shanga
    vivos y triunfadores."

    "Un deseo hallará su tumba
    en estas piedras.
    Es el deseo verde:
    el viento llevará noticias
    de su menoscabada virilidad
    hasta las chozas indignas
    en las que moran."

    "Observen, observen, observen
    esa muchedumbre de hombres ineptos
    muy pronto, al egresar de este recinto,
    invadiremos sus cuerpos
    del modo más humillante."

    "Verde, verde, verde
    intolerancia, intolerancia, intolerancia."


    INFORME 2
    Me permito recordar en esta página que en Bizancio las carreras de carros entusiasmaban a las multitudes con la misma desmesura. Los azules eran los carros de los partidarios del emperador. Los verdes pertenecían a la oposición. Se decía que eran, además, monofisitas, es decir que negaban la naturaleza humana del Cristo. El emperador Justiniano protegía a los azules, pero la emperatriz Teodora era verde. En enero del 532, después de grandes disturbios y saqueos, verdes y azules se unieron en una revuelta que hizo temblar al imperio.
    En Ramtapur, los asuntos políticos no tienen suficiente dimensión como para vincularse con el juego.
    La población consiente la injusticia y soporta la pobreza, siempre que no se perturben sus peculiares anhelos de gloria.
    La idea del honor entre los habitantes de Ramtapur es absolutamente desaforada. Toda ofensa es irreparable y casi cualquier cosa es una ofensa. Podría decirse que las cuestiones de honor están relacionadas con la idea que un hombre tiene de sí mismo. En Ramtapur, todos son capaces de admitir su condición limitada, salvo cuando consideran su simpatía por uno de los equipos del Juego. En ese caso, sus personas son de un valor infinito y las agravios que se les infieren, mortales.
    Tomar en vano el nombre de un atleta es arriesgarse a ser asesinado por sus partidarios. Los objetos relacionados con cada equipo son sagrados y su profanación se paga con la vida.
    Estas cuestiones dividen a las familias y colocan muchas veces al hijo contra el padre, al hermano contra el hermano y al amigo contra el amigo.
    Casi todas las noches aparecen cadáveres de personas que han ofendido la dignidad de algún color. Esta clase de muerte ocupa el segundo lugar entre las más frecuentes de Ramtapur, después del aplastamiento por aludes de nieve. Las autoridades locales casi nunca intervienen y las instancias superiores son imperceptibles a causa de las distancias y las dudas jurisdiccionales.
    Los artistas han abandonado para siempre los temas tradicionales. Los talladores de maderas ya no se demoran en las arduas escenas de la lucha entre los Pandava y los Káurava. Los modeladores de arcilla dejaron de amasar las pintorescas estatuas del dios mono Hánumat. Todos ellos prefieren las figuras de los atletas, casi siempre como avatares heréticos de Visnu.
    Los pintores budistas de la ciudad se complacen en representar a los jugadores de pelota con centenares de brazos y numerosas cabezas y ojos, a la manera de Avalokitésvara. Los narradores de historias desprecian a los demonios, las princesas y los dragones de las literaturas clásicas para referir las hazañas de Bahadur Mukerji o de El gran Birendra, aunque tengo para mí que el mejor de todos ha sido Narasimha, el mago de los azules.



    INFORME 3

    He sabido que algunos mercaderes acostumbran a instalar su pira funeraria en el mismo estadio de la Shanga para que sus cenizas se desparramen en ese foro y transmitan a los atletas amados fuerza, coraje y determinación. Para evitar que estos despojos vengan a beneficiar a la facción equivocada, cada equipo reserva para sus ceremonias fúnebres un sector del terreno, que los atletas pisan descalzos antes de cada justa.
    Los filósofos, los mandarines y los hombres santos, especialmente los verdes, los naranjas y los del azul oscuro, se han alejado de la vidya y de los senderos de salvación y se han esforzado en construir unas falsas noblezas, hijas de la sacralización de los gestos más vulgares de la plebe.
    La comprensión del universo, la conquista de la sabiduría, el dominio de nuestros impulsos indignos, son vistos en todas partes como desórdenes mentales. El amor ha sido reemplazado por una modesta lujuria en los días de victoria. Toda energía debe ser consagrada al deseo. Y el único deseo es la victoria en el juego.
    Adivino el estupor de los doctores al advertir en Ramtapur pasiones tan occidentales. En Oriente, uno no es su deseo y la idea agonal del triunfo desinteresado es siempre un despropósito. Conjeturo que el juego y sus tribulaciones fueron introducidos por alguna caravana de viajeros occidentales.

    Azules: el triunfo es nuestro glorioso pasado, nuestro inevitable futuro y nuestro ilusorio presente.



    INFORME 4
    El maleficio de la civilización occidental llegó a estas remotas alturas de un modo tardío e imperfecto, pero también inexorable. La radio y la televisión de Ramtapur son hospitalarias con las bagatelas internacionales. Sin embargo, casi todas las trasmisiones están destinadas al juego de pelota y sus asuntos anexos. A lo largo de los años, los nombres de los ganadores, las fechas de sus victorias y aun las mínimas incidencias del juego han ido formando un gigantesco y superfluo corpus de nociones en cuyo dominio se ejercitan todos los gandules de Ramtapur.
    Gentes piadosas que antaño memorizaban los interminables versos del Rig-Veda se afanan ahora en repetir el nombre de los autores de las más remotas anotaciones. Alrededor de esta vana erudición cunde la controversia. El homicidio no es el argumento menos común.
    Escribo estas líneas sentado en el café Thákur. De pronto, irrumpe una pandilla con la divisa naranja. Llevan la barba recortada según la última moda, hacen sonar unas grandes matracas y se abren paso a empujones. Cuando ven mi pañuelo azul, me escupen y tumban mi mesa.
    Estos grupos salen a la calle a celebrar las victorias o lamentar las derrotas cometiendo robos, violaciones, saqueos y asesinatos. Todos los crímenes se cometen al son de unos instrumentos, mientras se cantan canciones como las que hemos glosado en el informe número uno.
    Estos procedimientos dejan la ilusión de un rito, lo cual, para los habitantes de Ramtapur, es garantía de impunidad. Las fechorías rítmicas no son castigadas por la ley. Muchos sospechan que aprovechando este exotismo jurídico, las bandas de delincuentes se hacen pasar por fanáticos, pero yo no creo eso.


    INFORME 5
    Recién ahora comprendo la naturaleza de la fuerza principal que empuja a los adictos al juego de pelota. Es el odio. Un odio perfecto, no contaminado por los intereses, por el afán de lucro, por la lujuria negada o por la propiedad usurpada.
    Este encono artificial, construido a lo largo de generaciones, es más intenso que cualquier otro. No necesita explicación. No admite reconciliaciones. Las gentes de Ramtapur, los ricos y los menesterosos, los brahamanes y los parias, van al estadio de la Shanga a odiar. Los pobres de espíritu, incapaces de cualquier energía pasional, sienten correr por su sangre una ira más grande que ellos mismos, un furor que los posee con majestad foránea.
    Reducido a su simple apariencia, a su mera caligrafía burguesa, el juego es inocente y anodino. Sólo quienes lo comprenden de verdad pueden captar su magnitud heroica. Y para comprenderlo hay que odiar. Compadezco al mero inglés que se contenta con las emociones del crocket. El que ha oído el alarido sanguinario de la Shanga ya no puede regresar. Anoche, en el defectuoso lupanar de Ramtapur, un mercader, tal vez narcotizado con hierbas de las alturas, denigró a los azules con gritos de la mayor obscenidad. Abandoné unos brazos que me acariciaban en vano para constituirme ante el ofensor.
    —El caballero puede arrastrarme por el cieno, si es su deseo, ya que no soy nadie. Pero la mínima afrenta a la divisa azul se lava sólo con sangre.
    Lo maté con mis manos, lentamente.

    Gloria al pabellón azul,
    inmundicia de perro
    sobre las otras banderas.


    de
    El Bar del Infierno
    Alejandro Dolina
     
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    clause Claudia

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    Poema La Vida Es Sueño - Jornada I - Escena II
    de Pedro Calderon de la Barca




    SEGISMUNDO


    ¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!



    ROSAURA


    ¡Qué triste voz escucho!
    Con nuevas penas y tormentos lucho.



    CLARÍN


    Yo con nuevos temores.



    ROSAURA


    ¡Clarín!



    CLARÍN


    ¡Señora!



    ROSAURA


    Huygamos los rigores
    desta encantada torre.



    CLARÍN


    Yo aún no tengo
    ánimo de huir, cuando a eso vengo.



    ROSAURA


    ¿No es breve luz aquella
    caduca exhalación, pálida estrella,
    que en trémulos desmayos,
    pulsando ardores y latiendo rayos,
    hace más tenebrosa
    la obscura habitación con luz dudosa?

    Sí, pues a sus reflejos
    puedo determinar (aunque de lejos)
    una prisión obscura,
    que es de un vivo cadáver sepultura,
    y porque más me asombre,
    en el traje de fiera yace un hombre
    de prisiones cargado
    y sólo de la luz acompañado.

    Pues huir no podemos,
    desde aquí sus desdichas escuchemos;
    sepamos lo que dice.



    Descúbrese Segismundo con una cadena y la luz, vestido de pieles.



    SEGISMUNDO


    ¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!

    Apurar, cielos, pretendo,
    ya que me tratáis así
    qué delito cometí
    contra vosotros naciendo;
    aunque si nací, ya entiendo
    qué delito he cometido.
    Bastante causa ha tenido
    vuestra justicia y rigor;
    pues el delito mayor
    del hombre es haber nacido.

    Sólo quisiera saber
    para apurar mis desvelos
    (dejando a una parte, cielos,
    el delito de nacer),
    qué más os pude ofender
    para castigarme más.
    ¿No nacieron los demás?
    Pues si los demás nacieron,
    ¿qué privilegios tuvieron
    qué yo no gocé jamás?

    Nace el ave, y con las galas
    que le dan belleza suma,
    apenas es flor de pluma
    o ramillete con alas,
    cuando las etéreas salas
    corta con velocidad,
    negándose a la piedad
    del nido que deja en calma;
    ¿y teniendo yo más alma,
    tengo menos libertad?

    Nace el bruto, y con la piel
    que dibujan manchas bellas,
    apenas signo es de estrellas
    (gracias al docto pincel),
    cuando, atrevida y crüel
    la humana necesidad
    le enseña a tener crueldad,
    monstruo de su laberinto;
    ¿y yo, con mejor instinto,
    tengo menos libertad?

    Nace el pez, que no respira,
    aborto de ovas y lamas,
    y apenas, bajel de escamas,
    sobre las ondas se mira,
    cuando a todas partes gira,
    midiendo la inmensidad
    de tanta capacidad
    como le da el centro frío;
    ¿y yo, con más albedrío,
    tengo menos libertad?

    Nace el arroyo, culebra
    que entre flores se desata,
    y apenas, sierpe de plata,
    entre las flores se quiebra,
    cuando músico celebra
    de las flores la piedad
    que le dan la majestad
    del campo abierto a su huida;
    ¿y teniendo yo más vida
    tengo menos libertad?

    En llegando a esta pasión,
    un volcán, un Etna hecho,
    quisiera sacar del pecho
    pedazos del corazón.
    ¿Qué ley, justicia o razón,
    negar a los hombres sabe
    privilegio tan süave,
    excepción tan principal,
    que Dios le ha dado a un cristal,
    a un pez, a un bruto y a un ave?



    ROSAURA


    Temor y piedad en mí
    sus razones han causado.



    SEGISMUNDO


    ¿Quién mis voces ha escuchado?
    ¿Es Clotaldo?



    CLARÍN


    Di que sí.



    ROSAURA


    No es sino un triste (¡ay de mí!),
    que en estas bóvedas frías
    oyó tus melancolías.




    (Ásela)



    SEGISMUNDO


    Pues la muerte te daré,
    porque no sepas que sé
    que sabes flaquezas mías.

    Sólo porque me has oído,
    entre mis membrudos brazos
    te tengo de hacer pedazos.



    CLARÍN


    Yo soy sordo, y no he podido
    escucharte.



    ROSAURA


    Si has nacido
    humano, baste el postrarme
    a tus pies para librarme.



    SEGISMUNDO


    Tu voz pudo enternecerme,
    tu presencia suspenderme,
    y tu respeto turbarme.

    ¿Quién eres? que aunque yo aquí
    tan poco del mundo sé,
    que cuna y sepulcro fue
    esta torre para mí;
    y aunque desde que nací
    (si esto es nacer) sólo advierto
    este rústico desierto
    donde miserable vivo,
    siendo un esqueleto vivo,
    siendo un animado muerto;

    y aunque nunca vi ni hablé
    sino a un hombre solamente
    que aquí mis desdichas siente,
    por quien las noticias sé
    de cielo y tierra; y aunqué
    aquí, porque más te asombres
    y monstruo humano me nombres,
    entre asombros y quimeras,
    soy un hombre de las fieras
    y una fiera de los hombres.

    Y aunque en desdichas tan graves
    la política he estudiado,
    de los brutos enseñado,
    advertido de las aves;
    y de los astros süaves
    los círculos he medido:
    tú sólo, tú, has suspendido
    la pasión a mis enojos,
    la suspensión a mis ojos,
    la admiración al oído.

    Con cada vez que te veo
    nueva admiración me das,
    y cuando te miro más,
    aún más mirarte deseo.
    Ojos hidrópicos creo
    que mis ojos deben ser,
    pues cuando es muerte el beber
    beben más, y desta suerte,
    viendo que el ver me da muerte
    estoy muriendo por ver.

    Pero véate yo y muera,
    que no sé, rendido ya,
    si el verte muerte me da
    el no verte qué me diera.
    Fuera más que muerte fiera,
    ira, rabia y dolor fuerte;
    fuera muerte, desta suerte
    su rigor he ponderado,
    pues dar vida a un desdichado
    es dar a un dichoso muerte.



    ROSAURA


    Con asombro de mirarte,
    con admiración de oírte,
    ni sé qué pueda decirte,
    ni qué pueda preguntarte.
    Sólo diré que a esta parte
    hoy el cielo me ha guiado
    para haberme consolado,
    si consuelo puede ser
    del que es desdichado, ver
    a otro que es más desdichado.

    Cuentan de un sabio, que un día
    tan pobre y mísero estaba,
    que sólo se sustentaba
    de unas yerbas que cogía.
    ¿Habrá otro, entre sí decía,
    más pobre y triste que yo?
    Y cuando el rostro volvió,
    halló la respuesta, viendo
    que iba otro sabio cogiendo
    las hojas que él arrojó.

    Quejoso de la fortuna
    yo en este mundo vivía,
    y cuando entre mí decía:
    ¿habrá otra persona alguna
    de suerte más importuna?
    piadoso me has respondido,
    pues volviendo en mi sentido
    hallo que las penas mías
    para hacerlas tú alegrías
    las hubieras recogido.

    Y por si acaso, mis penas
    pueden aliviarte en parte,
    óyelas atento, y toma
    las que de ellas me sobraren.
    Yo soy...
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Poema La Vida Es Sueño - Jornada III - Escena XIX
    de Pedro Calderon de la Barca




    SEGISMUNDO


    Es verdad, pues: reprimamos
    esta fiera condición,
    esta furia, esta ambición,
    por si alguna vez soñamos.
    Y sí haremos, pues estamos
    en mundo tan singular,
    que el vivir sólo es soñar;
    y la experiencia me enseña,
    que el hombre que vive, sueña
    lo que es, hasta despertar.

    Sueña el rey que es rey, y vive
    con este engaño mandando,
    disponiendo y gobernando;
    y este aplauso, que recibe
    prestado, en el viento escribe
    y en cenizas le convierte
    la muerte (¡desdicha fuerte!):
    ¡que hay quien intente reinar
    viendo que ha de despertar
    en el sueño de la muerte!

    Sueña el rico en su riqueza,
    que más cuidados le ofrece;
    sueña el pobre que padece
    su miseria y su pobreza;
    sueña el que a medrar empieza,
    sueña el que afana y pretende,
    sueña el que agravia y ofende,
    y en el mundo, en conclusión,
    todos sueñan lo que son,
    aunque ninguno lo entiende.

    Yo sueño que estoy aquí,
    destas prisiones cargado;
    y soñé que en otro estado
    más lisonjero me vi.
    ¿Qué es la vida? Un frenesí.
    ¿Qué es la vida? Una ilusión,
    una sombra, una ficción,
    y el mayor bien es pequeño;
    que toda la vida es sueño,
    y los sueños, sueños son
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Poema Del árbol
    de Leopoldo Marechal




    Hay en la casa un Árbol
    que no planto la madre ni riegan los abuelos:
    solo es visible al niño, al poeta y al perro.

    Su primavera no es la que fundan las rosas:
    no es la vaca encendida ni el huevo de paloma.
    Su otono no es el tiempo que trae desde el mar
    caballos irascibles, por tierras de azafran.
    Al Árbol suben otras primaveras e inviernos:
    el enigma es del niño, del poeta y del perro.

    Cuando la primavera sube al Árbol-sin-nombre,
    vestidos de cordura florecen los varones;
    y Amor, en pie de guerra, se desliza
    de pronto a la sabrosa soledad de las hijas.
    Entonces el sabor de algún cielo perdido
    desciende con el llanto de los recien nacidos.
    Pero cuando el invierno lo desnuda y oprime,
    sobre los techos llueven sus hojas invisibles,
    y, horizontal, cruza las altas puertas
    alguien que por el cielo desaprendio la tierra.

    Hay en la casa un Árbol que los grandes no vieron:
    el enigma es del niño, del poeta y del perro.
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Mi querido enemigo
    Jean Weabster

    [​IMG]

    Hogar John Grier, Viernes y sábado.
    Querida Judith:
    Singapore vive todavía en la cochera y Tomás Kehoe le da
    un baño perfumado diario. Espero que algún día pueda volver.
    Te gustará saber que estoy practicando un nuevo método
    de gastar tu dinero. De ahora en adelante compraremos una
    parte de las telas y comestibles en las tiendas de este pueblo.
    Aunque no obtendremos precios tan bajos como en los grandes
    almacenes, podremos educar a los niños. He descubierto que
    casi la mitad de ellos no saben qué es el dinero ni para qué sir-
    ve. Creen que los zapatos, las camisas, las enaguas rojas y la
    comida caen del cielo.
    La semana pasada se me cayó un billete de un dólar del
    bolsillo y un chico de ocho años me preguntó si podía quedarse
    con aquella estampa de un pájaro (el águila americana) ¡No
    había visto un billete en su vida! Empecé a investigar y hallé
    que docenas de niños de este Hogar no sólo no han comprado
    nunca nada, sino que no han visto a nadie comprar nada. ¡Y a
    los diecisiete años saldrán a un mundo gobernado por el poder
    del dinero! ¡Dios mío! Estuve pensando en ello toda la noche y
    a las nueve de la mañana siguiente me dirigí al pueblo.
    Celebré conferencias con siete comerciantes; cuatro de
    ellos están dispuestos a ayudarme, dos dudosos y uno me pa-
    reció decididamente estúpido. He empezado con los cuatro pri-
    meros, que a cambio de pedidos de alguna consideración se

    prestan ellos y sus dependientes a servir de profesores de mis
    niños, que irán a las tiendas, inspeccionarán las mercancías y
    harán sus compras con dinero de verdad.
    Por ejemplo: Jane necesita un ovillo de seda azul y un me-
    tro de elástico. Dos niñas provistas de dinero salen de la mano
    y se dirigen a la tienda. Comparan la seda con la muestra, ob-
    servan al dependiente cuando mide el elástico y vuelven con el
    dinero que les ha sobrado. ¿Qué te parece? Los niños corrien-
    tes saben automáticamente a los diez o doce años muchas co-
    sas que nuestros chicos nunca han soñado. Pero yo tengo en
    proyectos una gran variedad de planes. Dame tiempo y verás
    cómo un día de éstos, saldrán de aquí jóvenes muy bien prepa-
    rados.
    (Más tarde.)
    Tengo por delante una tarde libre que dedicaré a seguir co-
    municándome contigo.
    ¿Te acuerdas del maní que nos envió Gordon Hallock?
    Pues fui tan expresiva al darle las gracias que ha hecho un
    nuevo esfuerzo. Ha debido entrar en una tienda de juguetes,
    pues ayer, dos robustos mozos depositaron en nuestra puerta
    un canasto de maravillosos animales de piel. No son exacta-
    mente los que yo hubiera comprado si hubiese sido la que des-
    embolsaba esa fortuna, pero mis niños los han encontrado en-
    cantadores. Ahora todos se acuestan con leones, jirafas, ele-
    fantes y osos.
    ¡Ay, Dios mío! La señorita Snaith viene a hacerme una visi-
    ta. Hasta luego.
    S.
    P. S. El pródigo ha vuelto y te envía su respetuoso saludo con
    tres meneos de cola.