Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Herido de amor, Federico García Lorca





    Amor, amor
    que está herido.
    Herido de amor huido ;
    herido,
    muerto de amor.
    Decid a todos que ha sido
    el ruiseñor.
    Bisturí de cuatro filos,
    garganta rota y olvido.
    Cógeme la mano, amor,
    que vengo muy mal herido,
    herido de amor huido,
    ¡herido !
    ¡muerto de amor !

    Federico García Lorca. (1898-1936)



     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster

    [​IMG]


    Hogar John Grier, 7 de abril.
    Querida Judith:
    Acabo de leer un libro sobre trabajos manuales para niños y
    niñas, otro sobre alimentación adecuada para estas instituciones
    , con indicaciones sobre proteínas, grasas y féculas. En es-
    tos días de caridad científica, en que todos los problemas están
    calculados, es más fácil dirigir una institución. No sé cómo la
    señora Lippett pudo cometer tantos errores suponiendo desde
    luego que sabía leer. Pero hay una importante rama del trabajo
    de una institución que no ha sido tocada, y yo estoy recogiendo
    datos para publicar un día un tratado sobre cómo gobernar a
    los consejeros.
    Tengo que decirte algo sobre mi Enemigo, no el honorable
    Ciro, sino mi primer enemigo.
    Ahora dice, muy sobriamente (todo lo que hace es sobrio
    aún no ha sonreído ni una vez), que me ha observado desde mi
    llegada y que, aunque no soy preparada y petulante, no cree
    que realmente sea tan superficial como parezco.
    Que tengo una disposición casi masculina para apreciar las
    cosas en conjunto y de ir directo al fondo.
    ¿No te parecen graciosos los hombres? Creen que la mayor
    alabanza es decirte que tienes una cabeza masculina. Pero és-
    te es un cumplido que nunca le haré yo a él. No puedo honra-
    damente decirle que posee esa rapidez de percepción típica-
    mente femenina.
    El doctor cree que algunas de mis faltas pueden corregirse y
    ha decidido continuar mi educación desde el punto donde el co-
    legio la dejó. Una persona que desempeña mi cargo debería
    saber muchas cosas como biología, psicología, sociología, etc.,
    además de conocer los efectos hereditarios de la locura y el al-
    coholismo, sin olvidar el sistema nervioso de las ranas. Con es-
    te fin ha puesto a mi disposición su biblioteca científica de cua-
    tro mil volúmenes y no sólo me elige los libros que quiere que
    lea, sino que después me hace preguntas para asegurarse de
    que los he leído.
    La semana pasada estudiamos la vida de la familia Jukes.
    Margarita, madre de criminales, hace seis generaciones, fundó
    un prolífico linaje y su progenie, casi toda en la cárcel, alcanza
    ahora el número de mil doscientos individuos. Moraleja: vigila a

    los niños con antecesores sospechosos, para que ninguno de
    ellos pueda jamás tener una excusa para ser un Jukes.
    Ahora estamos dedicados a investigar si tenemos niños de
    padres alcohólicos.
    ¡Qué vida! Vuelve pronto y sácame de ella. Estoy ya deses-
    perada por verte.
    Sallie.
    Hogar John Grier, Jueves por la mañana.
    Mi querida familia Pendleton:
    Contesto de inmediato la última carta de ustedes. Detén-
    ganse. No quiero ser relevada. Retiro todo lo que he dicho. He
    cambiado de idea. La persona que proyectan enviar es exac-
    tamente como gemela de la señorita Snaith. ¿Cómo quieren
    que entregue mis queridos niños a una señora entrada en
    años, amable pero inepta? El solo pensarlo me estremece el
    corazón.
    El director de este Hogar tiene que ser joven, vigoroso,
    enérgico, eficiente, con el pelo rojo y buen carácter, como yo.
    Desde luego estoy descontenta, y cualquiera lo estaría con las
    cosas en el estado en que las encontré, pero es lo que ustedes
    llaman sagrado descontento. ¿Creen que voy a abandonar las
    bellas reformas que con tanto trabajo he iniciado? No; no me
    moveré de este puesto hasta que encuentren una directora me-
    jor que Sallie Mac Bride.
    Sin embargo, esto no significa que me comprometa para
    siempre. Sólo hasta que las cosas marchen bien. Mientras dure
    la reconstrucción y la oxigenación, creo sinceramente que acer-
    taron con la persona precisa cuando me eligieron a mí. Me gus-
    ta innovar y mandar a los demás.
    Esta es una carta horriblemente desordenada, pero la escri-
    bo volando, en tres minutos, para que llegue antes de que con-
    traten a esa agradable e inútil señora de cierta edad.
    Hagan el favor, amables señor y señora, de no quitarme mi
    trabajo. Déjenme unos cuantos meses más; lo bastante para
    demostrar de lo que soy capaz. Les prometo que nunca lo la-
    mentarán.

    Sallie Mac Bride.
    Hogar John Grier. Jueves por la tarde.
    Querida Judith:
    Estoy componiendo un poema, un canto de victoria. Empie-
    za así:
    Robin Mac Rae ha sonreído hoy.
    Y es verdad.
    Sallie Mac Bride

     
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    clause Claudia

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    CONVERSIONES


    En el siglo XIII, Danubio abajo, mucho más allá de Hungría, vivían unos gitanos cuyo caudillo se llamaba Anguil. Adoraban a Itoga y otras confusas divinidades de los Tártaros. Vivían en tiendas de cuero y basaban su economía en la caza, las ovejas o el saqueo de caravanas.
    Un día llegó hasta allí Giovanni Di Pian Carpino, un franciscano que se dirigía a la China, por pedido expreso del Papa Inocencio IV.
    Los hombres de Anguil lo tomaron preso y como Giovanni se negara a honrar aquellos dioses montaraces, resolvieron quemarlo vivo.
    No sin cierta dificultad se completó una pira. La región era muy árida y la vegetación escasa. Giovanni fue amarrado a un poste y el propio Anguil puso fuego a las ramas secas que lo rodeaban. En ese momento, sin permitir siquiera que el misionero empezara a calentarse, un súbito aguacero apagó las llamas.
    Hubo un gran estupor de los presentes, pues en aquella región no llovía casi nunca. Anguil juzgó aquel hecho como milagroso. Desató a Giovanni y le preguntó en qué consistía exactamente la religión que predicaba, para ordenar a todos sus hombres que se convirtieran a ella. Por fin, después de unas breves explicaciones de Giovanni Di Pian Carpino, todos se hicieron cristianos y prometieron construir una iglesia, no bien pudieran hacerse de los materiales indispensables.
    Giovanni dio misa al pie del mismo poste al que lo habían atado, bautizó apresuradamente a los que pudo y partió hacia la China, llevando las alforjas llenas de obsequios y alimentos.

    Diez años más tarde, pasó por allí Abdel El Salim, virtuoso embajador del Califa de Bagdad, que se dirigía a la China para unirse a un grupo de musulmanes que se proponían instalar allí el Islam.
    Anguil y sus hombres lo recibieron amistosamente y lo invitaron a rezar en el modesto templo que habían construido. Como Abdel El Salim se negó terminantemente a hacerlo, lo condenaron a ser decapitado.
    Muy pronto prepararon una piedra para que el embajador apoyara su cabeza y se designó a un veterano guerrero para que cumpliera el trámite con un hacha muy filosa. Pero en el instante mismo en que el golpe final iba a caer sobre el condenado, el verdugo quedó inmóvil, petrificado con los brazos en alto, como si fuera una estatua. Durante largos minutos trataron de moverlo, o de separar el hacha de sus manos, pero fue inútil. Finalmente, Anguil declaró que aquel milagro era muy superior al que había fundado su fe cristiana y resolvió que todos se convirtieran al islamismo. Recién entonces el verdugo recuperó el movimiento.

    Pasaron diez años de fe musulmana. Al cabo de ese lapso, llegó a la aldea el rabí Esdrás Gaon que, expulsado reiteradamente, se dirigía a la China —o quizás a Sumatra— en busca de tolerancia y tranquilidad. Pensaba establecer allí un yeshivot, es decir, un lugar de estudio. Convidado por Anguil a reverenciar a Alá, se rehusó con firmeza. De inmediato resolvieron precipitarlo desde una roca cercana, que se abría ante el abismo.
    El propio Anguil empujó al rabí que, después de caer unos metros, se detuvo en el aire y regresó volando a la roca. Rápidamente, todos se convirtieron al judaismo.

    Transcurridos otros diez años, vino a dar en aquellos andurriales el matemático y arquitecto Luiggi De Fosca, que marchaba hacia la China, creyendo que de allí provenían los conocimientos matemáticos que los árabes habían llevado a Venecia.
    De Fosca era ateo y despreciaba por igual a todas las religiones. Los hombres de Anguil le propusieron cumplir con los rituales establecidos. El matemático se negó y, sin perder tiempo, lo condenaron a morir lapidado.
    A tal fin, lo instalaron junto a una cantera a la salida del pueblo. Las piedras fueron cayendo sobre él y muy pronto un certero adoquín le destrozó la cabeza.
    Luiggi De Fosca murió. Anguil se paró sobre el cadáver y declaró que aquella muerte era el más prodigioso de los milagros que habían presenciado.
    Presa de una frenética inspiración, ordenó a todos que dejaran de creer y, desde entonces, ninguna divinidad es reverenciada en aquella aldea.
    de
    El Bar del Infierno
    Alejandro Dolina
     
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    clause Claudia

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    Poema Las Manos
    de Miguel Hernandez




    Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
    brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
    saltan, y desembocan sobre la luz herida
    a golpes, a zarpazos.

    La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
    y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
    Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
    hombres de mi simiente.

    Ante la aurora veo surgir las manos puras
    de los trabajadores terrestres y marinos,
    como una primavera de alegres dentaduras,
    de dedos matutinos.

    Endurecidamente pobladas de sudores,
    retumbantes las venas desde las uñas rotas,
    constelan los espacios de andamios y clamores,
    relámpagos y gotas.

    Conducen herrerías, azadas y telares,
    muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
    y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
    fábricas, pueblos, minas.

    Estas sonoras manos oscuras y lucientes
    las reviste una piel de invencible corteza,
    y son inagotables y generosas fuentes
    de vida y de riqueza.

    Como si con los astros el polvo peleara,
    como si los planetas lucharan con gusanos,
    la especie de las manos trabajadora y clara
    lucha con otras manos.

    Feroces y reunidas en un bando sangriento
    avanzan al hundirse los cielos vespertinos
    unas manos de hueso lívido y avariento,
    paisaje de asesinos.

    No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
    mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
    Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
    y blandas de ocio vagan.

    Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
    que a nadie corresponden sino a quien los labora,
    y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
    caudales de la aurora.

    Orgullo de puñales, arma de bombardeos
    con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
    ejecutoras pálidas de los negros deseos
    que la avaricia empuña.

    ¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
    al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
    Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
    y en el amor se apagan.

    Las laboriosas manos de los trabajadores
    caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
    Y las verán cortadas tantos explotadores
    en sus mismas rodillas.
     
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    clause Claudia

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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster

    [​IMG]

    Hogar John Grier, 13 de abril.
    Querida Judith:
    Me alegra saber que te pusiste contenta cuando te comuni-
    qué que me iba a quedar. No me había dado cuenta de que me
    estoy encariñando con los huérfanos.
    Es un fastidio que Jervis tenga negocios en el sur. Estoy
    que estallo de ganas de hablar y es una lata tener que escribir
    todo lo que quiero decir.
    Desde luego me satisface la reforma del edificio y creo que
    todas tus ideas son buenas, pero yo también tengo algunas
    que no son malas. Sería maravilloso tener un nuevo gimnasio,
    pero mi sueño son casas pequeñas... Mientras más me interio-
    rizo en el manejo del hogar, más me convenzo de que el único
    hogar que puede reemplazar a esa familia que falta, es uno
    formado por pequeñas casas, donde los niños puedan ser edu-
    cados desde sus primeros años en la vida familiar.
    El problema que por ahora me preocupa es: ¿qué haremos
    con los chicos mientras reedificamos la casa? Es difícil vivir en
    una casa mientras se construye. ¿Qué te parece si alquilase
    una carpa de un circo y la instalamos en el jardín?
    Cuando realicemos las reformas quiero unas cuantas habi-
    taciones para huéspedes, donde nuestros discípulos puedan
    volver cuando estén enfermos o sin trabajo. El secreto de nues-
    tra influencia en sus vidas será nuestro vigilante cuidado des-
    pués. ¡Qué terrible sentimiento de soledad debe experimentar
    una persona que no tenga detrás de sí una familia! Me lo ima-
    gino con todas mis docenas de tías, tíos, papás, mamás, her-
    manos y hermanas. Sería terrorífico y angustioso si no tuviera
    tantas casas donde ir. Para nuestros niños, el Hogar John Grier
    debe suplir esta necesidad. Así es, mi querida amiga, anda
    pensando lo que vas a hacer para darme esa media docena de
    habitaciones para huéspedes.
    Adiós, y me alegro de que no hayan tomado a aquella seño-
    ra. Sólo pensar que alguien prosiga mis modificaciones antes
    de empezarlas me subleva.
    Creo que soy como el doctor. No creo que las cosas estén
    bien hechas si no las hago yo misma.
    Tuya, por ahora,
    Sallie Mac Bride.
    Hogar John Grier. Domingo.
    Querido Gordon:
    Ya sé que no te he escrito en bastante tiempo y tienes per-
    fecto derecho a protestar, pero, ¡oh!, no te puedes imaginar qué
    persona tan atareada es la directora de un hogar de niños. To-
    da la energía que poseo la consume esa voraz Judith Abbott
    Pendleton. Si dejo de escribirle tres días, me asedia a telegra-
    mas preguntando si el asilo se ha quemado, mientras que tú, si
    no recibes cartas, te limitas a enviarnos un regalo para que re-
    cordemos tu existencia. Como ves, nos es positivamente venta-
    joso descuidarte con frecuencia.
    Es muy probable que te disgustes cuando sepas que he
    prometido quedarme aquí. Finalmente encontraron una mujer
    para mi puesto, pero no era la persona que convenía y sólo
    hubiera respondido temporalmente. Mi querido Gordon, la ver-
    dad es que, cuando pensé decirle adiós a esta febril actividad,
    Worcester me pareció incoloro. No puedo pensar en dejar este
    hogar a menos que esté segura de que voy a encontrar otra ac-
    tividad, que me entusiasme tanto como ésta.
    Ya sé la alternativa que vas a proponer, pero ahora no por
    favor. Ya te dije la otra vez, que necesitaba algunos meses más

    para decidirme, mientras tanto, me gusta saber que soy de al-
    guna utilidad en el mundo, sobre todo para los niños. ¿Me es-
    toy volviendo sentimental? Debe ser hambre...y ahora anuncian
    la comida. Tenemos un menú delicioso: ternera con nabos y
    zanahorias y pastel de frutas de postre. ¿Quieres comer con-
    migo? A mí me gustaría tenerte aquí.
    Tuya,
    Sallie Mac Bride.
    P. S. ¡Vieras el número de gatitos que los niños quieren adop-
    tar! Las cuatro gatas del Hogar han tenido gatitos, de manera
    que, sacando las cuentas, tenemos diecinueve animalitos.
    .
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]



    15 de abril.
    Querida Judith:
    ¿Querrías hacer otro pequeño donativo al Hogar John Grier,
    además de todo lo del mes pasado? Bien, te ruego insertar en
    los periódicos de la metrópoli el siguiente anuncio:
    ¡AVISO!
    A todos los padres que proyecten
    abandonar a sus hijos:
    Sírvanse hacerlo antes de que hayan
    cumplido los tres años.
    Te explico: esta precaución por parte de los padres, nos
    ayudaría mucho en su educación. Con los niños mayores, el
    trabajo es lento, descorazonador. Por ejemplo, tenemos aquí
    un angelito que está acabando conmigo, aunque no me daré
    por vencida ante un niño de cinco años. Hace solamente tres
    meses que está aquí y es increíble todo lo que ya ha destruido
    en esta casa.
    Un mes antes de llegar yo, tiró de una esquina del mantel
    de la mesa cuando la sopa estaba ya servida. Figúrate qué es-
    cándalo. La señora Lippett por poco no lo mata en aquella oca-

    sión, pero ello no influyó para nada en el temperamento del ni-
    ño, que me fue entregado intacto.
    Es hijo de un italiano que fue asesinado y de una irlandesa,
    que murió alcohólica y no sé bien cómo llegó aquí. Tiene el ca-
    bello rojo, pecas y los más hermosos ojos pardos de Italia. Lo
    llamo Barrabás por sus modales: patalea, muerde y jura.
    Ayer me lo trajeron aullando a mi despacho: le había pega-
    do a una niña y le había quitado su muñeca. La señorita Snaith
    lo dejó en una butaca detrás de mí para que se tranquilizase
    mientras yo seguía escribiendo. De pronto, un tremendo estré-
    pito me hizo levantar de un salto. El niño había tirado por la
    ventana una enorme maceta y la había roto en mil pedazos. Al
    levantarme precipitadamente derribé la botella de tinta, que se
    derramó por el suelo, y cuando Barrabás vio aquella segunda
    catástrofe, olvidó su ira para estallar de risa. La criatura es dia-
    bólica.
    Decidí ensayar un nuevo método de disciplina y ver lo que
    con alabanzas y cariño podía conseguir. En lugar de reñirle por
    lo de la maceta simulé creer que había sido un accidente. Le di
    un beso y le dije que no se preocupara, que a mí no me impor-
    taba nada. Se quedó quieto y silencioso, mientras yo limpiaba
    la mancha de tinta.
    Este chico es el problema más grande del Hogar John Grier.
    Necesita un paciente y cariñoso cuidado individual; una familia
    completa, pero no lo puedo colocar en una casa respetable
    hasta que no haya cambiado su lenguaje y su propensión a
    romper cosas. Le separé de los demás y permaneció en mi
    habitación toda la mañana, después de que Jane trasladó lo
    destructible a respetables alturas. Afortunadamente le gusta di-
    bujar y se sentó en la alfombra. Estuvo dos horas entretenido
    con los lápices de colores. Se sorprendió mucho cuando me in-
    teresé por un barco rojo y verde. Hasta entonces no había po-
    dido sacarle una palabra.
    Por la tarde llegó el doctor Mac Rae, que también admiró el
    barco mientras Barrabás se hinchaba con la soberbia del crea-
    dor. Luego, como premio por ser tan bueno, el doctor se lo llev

    en su automóvil a visitar a un cliente en el campo. A las cinco,
    Barrabás me fue devuelto por un cariacontecido doctor. Había
    apedreado a las gallinas, roto los cristales de una ventana y
    colgado a un gato de Angora de la cola; y cuando la señora in-
    tentó hacerle tratar mejor al animalito, la mando a freír espárra-
    gos en términos poco parlamentarios.
    Pienso que estos niños necesitan años de amor y alegría
    para borrar los horribles recuerdos, que muchas veces tienen
    almacenados. ¡Hay tantos niños y somos nosotros tan pocos!
    ¡No tenemos suficientes brazos para abrazarlos y consolarlos a
    todos!
    Pero hablemos de otra cosa. Para servir de algo en un
    puesto como éste, no hay que ver más que lo bueno del mun-
    do. Optimismo debe ser nuestra bandera. Pero son las doce de
    la noche y por lo tanto, te deseo sueños agradables. Adiós.
    Sallie.
    Martes.
    Mi querido Enemigo:
    Ha visitado usted la casa y ha pasado muy tieso por la puer-
    ta de mi biblioteca, mientras yo lo esperaba con una taza de té
    y galletas escocesas preparadas especialmente para usted
    como ofrenda de paz.
    Si está usted ofendido leeré el último libro que me trajo, pe-
    ro le advierto que me está haciendo trabajar demasiado. Nece-
    sito energía para ser una eficaz directora y este curso universi-
    tario a que usted me somete, me parece excesivo. Acuérdese
    de su enojo cuando le dije que había leído hasta la una de la
    madrugada la noche anterior. Pues bien, mi querido amigo, si
    tuviera que leer todo lo que usted quiere que lea, no podría
    acostarme ninguna noche. Pero leeré su libro.
    De usted afectísima,
    Sallie Mac Bride.
     
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    clause Claudia

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    LOS ÁRBOLES DEL AZUL

    A
    pesar de los exasperantes testimonios de los traficantes de yuyos y de los recitadores criollos, puede afirmarse enérgicamente que la gran mayoría de los árboles del pueblo de Azul no presenta ninguna singularidad.
    El interés de los botánicos y de los supersticiosos proviene del comportamiento heterodoxo de unos pocos ejemplares.
    Sería absurdo creer que todos los árboles del pueblo caminan de un lado para otro. A decir verdad, un árbol peregrino es un fenómeno excepcional y hasta algunos incrédulos se atreven a negar de plano su existencia. Yo mismo tengo en el fondo cuatro fieles naranjos, de lo más sedentarios, que permanecen en su puesto llueva o truene. Hay un dato central que dificulta la certeza: los árboles se mueven en secreto, cuando nadie los ve. Peor aún, se dice que los involuntarios testigos pierden la razón o la memoria.
    Los primeros indicios fueron más bien confusos: plátanos que desaparecían de sus veredas; sauces llorones que cruzaban el arroyo; tilos inconstantes que emigraban hacia el norte. No había en realidad pruebas concluyentes de que los árboles caminaran. Nadie estaba seguro de que el nogal aparecido en un baldío fuera el mismo que faltaba en la plaza. Después de todo, la identificación de un árbol se realiza principalmente señalando el lugar donde está plantado y es raro que se puntualicen sus rasgos y particularidades morfológicas.
    El primero en denunciar un traslado comprobable fue un enamorado. El farmacéutico Heraldo Barcalá dibujó su nombre y el de una dienta en un álamo del parque bajo el cual habían intercambiado las caricias más vulgares. Tiempo más tarde vino a encontrar el álamo y la inscripción en la calle Rivadavia, a casi seiscientos metros del emplazamiento original.
    Debo admitir que el farmacéutico fue prolijo: tomó fotografías, convocó a un escribano y publicó un pequeño artículo en el diario El Tiempo.
    Ya sabemos que la superstición es contagiosa. Algunos vecinos empezaron a contar historias de árboles inquietos que venían manteniendo en secreto por temor al ridículo.
    El famoso automovilista Cacho Franco me juró que, durante una carrera, marchó casi cien kilómetros detrás de un pino que siempre estaba en el horizonte.
    Los guardianes del parque registraron siete árboles sobrantes cuyo origen resultaba inexplicable.
    La señora Esther Cristaldo, viuda de Montanari, denunció que la higuera que siempre había tenido en el fondo de su casa aparecía ahora, del modo más ilegal, en el terreno de su vecino, sin que se despertaran en éste intenciones resarcitorias de ninguna clase. La viuda de Montanari aprovechó para recordar que el citado vecino ya comía los frutos de aquella higuera en tiempos de su locación anterior.
    Tengo para mí que estos relatos, sin ser enteramente falsos, pueden ser hijos del cansancio visual, de errores de recuento o de viejos resentimientos contiguos.
    Poco después, el farmacéutico Barcalá y su clienta terminaron su romance. Quien conoce los procedimientos conjeturales de la ignorancia no se caerá de la silla al saber que muchos indoctos creyeron que la razón de aquella ruptura estaba en el influjo maléfico del álamo.
    Los brujos de las sierras y las Organizaciones Supersticiosas de la región vieron en el caso la confirmación de un disparate que siempre habían sostenido: existen precisas conexiones entre los árboles y los destinos humanos. Es posible averiguar el diseño de esas regularidades descifrando las claves que la naturaleza esconde hasta en los más humildes sucesos cotidianos.
    Según estos obtusos criterios, todo árbol que camina tiene un mensaje que dar o una misión que cumplir. Los astrólogos de la Municipalidad hablaban de la existencia de un árbol del amor, bajo el cual nadie se resistía a nadie. Al parecer, las fragancias o el polen de aquel vegetal operaban como un formidable afrodisíaco, de modo que los caminantes que pasaban bajo su sombra entraban en un estado de escandalosa lujuria. No decían los astrólogos cuál era ese árbol. Recomendaban, eso sí, no buscarlo, sino más bien esperarlo. Si uno era sincero en sus pasiones, el árbol se acercaría tarde o temprano. Debo decir que algunas parejas ansiosas se revolcaban a la sombra de frondas indiferentes y eludían de este modo la responsabilidad de sus excesos venéreos.
    Muy pronto los charlatanes perdieron todo pudor. Instituyeron árboles del olvido y del recuerdo. El olmo del rechazo aseguraba una negativa a cualquier ruego formulado bajo su influencia. El menos interesante era quizás el árbol del aburrimiento: bastaba con recostarse contra su tronco durante cuatro o cinco horas para que el tedio se apoderara de uno.
    Las viejas contaban que había en la plaza un caldén en cuyas hojas estaba escrito el porvenir. Cada habitante del pueblo tenía una hoja asignada y la escritura era sólo visible para él. Quien examinara hojas ajenas no vería más que nervaduras sin sentido.
    Nadie pudo jamás encontrar la hoja que le correspondía pero, otoño tras otoño, las muchachas del pueblo pasaban las horas buscando una palabra reveladora. Algunos poetas incrédulos afirmaron que todas las hojas decían lo mismo.
    El anciano Nereo Fuentes, que adivina la suerte por dos pesos, me dijo una tarde, a los gritos, que los árboles del Azul tenían un plan y que ese plan era malvado y fatal para los habitantes de la ciudad. Yo preferí no creerle, por pereza. Pero algunas noches más tarde, Inés, una criolla que a fuerza de trayectos repetidos llegué a considerar mi novia, me confesó que tenía miedo de los árboles y me pidió que en lo sucesivo camináramos siempre por el medio de la calle. De todos modos, ella empezó a tornarse distante. Cada vez nos veíamos menos, nuestra pasión iba amainando y he de reconocer que la mayoría de las veces yo prefería quedarme en casa.
    Una mañana, demasiado temprano para mi gusto, recibí la visita del viejo Nereo.
    —Váyase —me dijo—, váyase del Azul, usted que es empleado del ferrocarril. Los ómnibus ya no circulan. Se acerca la catástrofe y la gente ni siquiera tiene espíritu para huir.
    —¿Por qué no me explica qué es lo que sucede? —alcancé a decir medio dormido.
    —No me diga que usted no se ha dado cuenta. Son esos árboles. Ahora caminan sin pudor. Anoche, yo mismo me crucé con una tropilla de paraísos que andaban a paso redoblado por el balneario. Y nadie hace nada. Los vigilantes ya ni salen de la comisaría, los vecinos miran todo el día la televisión, los negocios están cerrados. Algo pasa, se lo juro. Yo me iría a pie, pero no tengo fuerzas. Vayamos a la estación y colémonos en el primer tren.
    Lo despedí casi sin palabras. Y volví a la cocina, a la silla de paja que empecé a preferir en los últimos días. Por la radio me enteré que las clases estaban suspendidas. Después, tuve que escuchar emisoras de Buenos Aires, las de aquí estaban silenciosas. Ayer se cortó la luz.
    A veces trato de extrañar a Inés, pero no puedo. Hace rato que no tengo noticias de ella, ni en verdad de nadie. Por suerte no tengo hambre ni sed. Ya casi no escribo. El viejo Nereo está loco... Yo no me muevo de Azul. Éste es mi pueblo, ésta es mi casa, ésta es mi silla. El lugar exacto en que ha de transcurrir mi vida. Mi cuerpo saluda al amanecer inclinándose hacia la ventana. Frente a ella pasan mis cuatro naranjos, soberbios, agitados, chucaros, galopando rumbo al centro.


    de
    El Bar del Infierno
    de
    Alejandro Dolina
     
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    Poema Retrato de García Lorca
    de Alfonsina Storni




    Buscando raíces de alas
    la frente
    se le desplaza
    a derecha
    e izquierda.

    Y sobre el remolino
    de la cara
    se le fija,
    telón del más allá,
    comba y ancha.

    Una alimaña
    le grita en la nariz
    que intenta aplastársele
    enfurecida...

    Irrumpe un griego
    por sus ojos distantes.

    Un griego
    que sofocan de enredaderas
    las colinas andaluzas
    de sus pómulos
    y el valle trémulo
    de su boca.

    Salta su garganta
    hacia afuera
    pidiendo
    la navaja lunada
    de aguas filosas.

    Cortádsela.
    De norte a sud.
    De este a oeste.

    Dejad volar la cabeza,
    la cabeza sola,
    herida de ondas marinas
    negras...

    Y de caracolas de sátiro
    que le caen
    como campánulas
    en la cara
    de máscara antigua.

    Apagadle
    la voz de madera,
    cavernosa,
    arrebujada
    en las catacumbas nasales.

    Libradlo de ella,
    y de sus brazos dulces,
    y de su cuerpo terroso.

    Forzadle sólo,
    antes de lanzarlo
    al espacio,
    el arco de las cejas
    hasta hacerlos puentes
    del Atlántico,
    del Pacífico...

    Por donde los ojos,
    navíos extraviados,
    circulen
    sin puertos
    ni orillas...
     
  9. clause

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    Romance Sonámbulo

    Verde que te quiero verde.
    Verde viento. Verdes ramas.
    El barco sobre la mar
    y el caballo en la montaña.
    Con la sombra en la cintura
    ella sueña en su baranda,
    verde carne, pelo verde,
    con ojos de fría plata.
    Verde que te quiero verde.
    Bajo la luna gitana,
    las cosas la están mirando
    y ella no puede mirarlas.

    Verde que te quiero verde.
    Grandes estrellas de escarcha,
    vienen con el pez de sombra
    que abre el camino del alba.
    La higuera frota su viento
    con la lija de sus ramas,
    y el monte, gato garduño,
    eriza sus pitas agrias.
    ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
    Ella sigue en su baranda,
    verde carne, pelo verde,
    soñando en la mar amarga.

    --Compadre, quiero cambiar
    mi caballo por su casa,
    mi montura por su espejo,
    mi cuchillo por su manta.
    Compadre, vengo sangrando,
    desde los puertos de Cabra.
    --Si yo pudiera, mocito,
    este trato se cerraba.
    Pero yo ya no soy yo,
    ni mi casa es ya mi casa.
    --Compadre, quiero morir,
    decentemente en mi cama.
    De acero, si puede ser,
    con las sábanas de holanda.
    ¿No ves la herida que tengo
    desde el pecho a la garganta?
    --Trescientas rosas morenas
    lleva tu pechera blanca.
    Tu sangre rezuma y huele
    alrededor de tu faja.
    Pero yo ya no soy yo,
    ni mi casa es ya mi casa.
    --Dejadme subir al menos
    hasta las altas barandas,
    ¡dejadme subir!, dejadme
    hasta las verdes barandas.
    Barandales de la luna
    por donde retumba el agua.

    Ya suben los dos compadres
    hacia las altas barandas.
    Dejando un rastro de sangre.
    Dejando un rastro de lágrimas.
    Temblaban en los tejados
    farolillos de hojalata.
    Mil panderos de cristal
    herían la madrugada.

    Verde que te quiero verde,
    verde viento, verdes ramas.
    Los dos compadres subieron.
    El largo viento dejaba
    en la boca un raro gusto
    de hiel, de menta y de albahaca.
    --¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
    ¿Dónde está tu niña amarga?
    ¡Cuántas veces te esperó!
    ¡Cuántas veces te esperara,
    cara fresca, negro pelo,
    en esta verde baranda!

    Sobre el rostro del aljibe
    se mecía la gitana.
    Verde carne, pelo verde,
    con ojos de fría plata.
    Un carámbano de luna
    la sostiene sobre el agua.
    La noche se puso íntima
    como una pequeña plaza.
    Guardias civiles borrachos
    en la puerta golpeaban.
    Verde que te quiero verde,
    verde viento, verdes ramas.
    El barco sobre la mar.
    Y el caballo en la montaña.
     
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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    Viernes
    Querido Gordon:
    Gracias por los tulipanes y las lilas. Hacen un juego admira-
    ble con mis floreros azules.
    No te interesan mucho mis problemas y te desagrada que
    me interesen a mí. Bien; a mí en cambio, me desagrada que a
    ti no te interesen. Si no te interesan todas estas cosas que
    desgraciadamente padecemos en el mundo, ¿cómo podrás dic-
    tar leyes acertadas?
    Accediendo a tu ruego, hablaré de cosas menos tristes.
    Compré cincuenta metros de cinta para el pelo, azul, rosa, ver-
    de y blanca, como regalo para mis cincuenta niñas. También
    pienso mandarte a ti un regalo. ¿Te gustaría un precioso gati-
    to? Te puedo ofrecer los siguientes para que elijas: 1. atigrado;
    2. con manchas y 3. de nariz y patas blancas. El número tres lo
    remitimos en cualquier color, gris, negro o amarillo. Si me dices
    cuál es el que prefieres, te lo enviaré inmediatamente.
    Es la hora del té y se aproxima un invitado. Adiós.
    Sallie.
    P. S. ¿Conoces a alguien que quiera adoptar un niño encanta-
    dor con diecisiete dientes nuevos?
    20 de abril.
    Querida Judith:
    ¡Panecillos dulces! La señora Peyster Lambert nos ha rega-
    lado diez docenas. La conocí en un té hace pocos días (¿Quién
    dirá ahora que los tés son una lastimosa pérdida de tiempo?)

    Me preguntó por mis preciosos niños y me anunció que estaba
    preparando algo para ellos.
    Ahora tengo que ir a darle las gracias en persona y a contar-
    le cuánto agradecieron "mis preciosos niños" los panecillos,
    omitiendo que Barrabasito le lanzó uno a la señorita Snaith con
    tal precisión que le tapó un ojo. Creo que animándola, la señora
    Peyster Lambert se convertirá en una asidua y alegre donante.
    Me estoy convirtiendo en el más cargante de los mendigos.
    Mi familia no se atreve a visitarme porque les pido regalos de la
    manera más desvergonzada. Amenacé a mi padre con borrarle
    de la lista de mis amigos si no me consignaba inmediatamente
    una tonelada de azulejos. Esta mañana he recibido aviso de la
    estación, para que retire un envío procedente de J L Mac Bride
    Co. de Worcester, por lo que presumo que mi padre quiere se-
    guir siendo mi amigo. Juan no nos ha mandado todavía nada, a
    pesar de que tiene un enorme sueldo y de que le escribo con
    frecuencia con patéticas listas de nuestras necesidades.
    Me he mostrado tan expresiva con cada obsequio de Gor-
    don, que ahora nos remite un regalo diferente con intervalos de
    pocos días y necesito casi todo mi tiempo para que mis cartas
    de agradecimiento no sean copias exactas unas de otras. La
    semana pasada recibimos una docena de pelotas. Ayer recibi-
    mos un saco de ranitas, patos y peces de plástico que nadan
    en las tinas de baño. Mándame, ¡oh consejera modelo!, las ba-
    ñeras para echarlos a nadar.
    Tuya como siempre,
    S. Mac Bride.
    Querida Judith:
    La primavera se acerca; los pájaros vuelven del sur. ¿No
    sería hora de que sigas su ejemplo? y leeríamos en
    Ecos de
    Sociedad
    : "Los señores de Petirrojo han regresado de su viaje
    a La Florida. Se espera que en breve regresen también los se-
    ñores de Pendleton”.
    Incluso a esta tardía provincia ya llegó la primavera y la bri-
    sa huele a verde... He pasado la mañana planeando pequeños

    huertos para cada uno de mis niños. El campo de papas está
    sentenciado. Es el único sitio donde pueden hacerse sesenta y
    dos huertos. Está bastante cerca para poderlos vigilar desde
    las ventanas y bastante lejos para que no estropeen nuestro
    jardín. La tierra es rica y tienen algunas probabilidades de éxito.
    No quiero que los pobres se pasen escarbando todo el verano
    y no cosechar nada al final.
    Para que tengan algún incentivo anunciaré que la institución
    comprará su producción pagándola en dinero efectivo, aunque
    temo que nos entierren bajo una montaña de rábanos.
    Así espero desarrollar en estos niños confianza en sí mis-
    mos e iniciativa, dos cualidades que les faltan; menos a Sadie
    Kate y algunos otros de los peores.
    Estoy dedicada últimamente a sacarle el diablo del cuerpo a
    Barrabás, un trabajo interesante si pudiera dedicarle más tiem-
    po, pero hay otros ciento siete diablos que atender.
    Lo tremendo de esta vida es que, haga lo que haga, las de-
    más cosas que no hago, pero que debía hacer, están siempre
    presentes. Indudablemente Barrabás necesitaría una persona
    para él solo, mejor dos personas que se turnaran.
    Sadie Kate acaba de llegar con la noticia de que uno de los
    más pequeños se ha tragado un salmón de juguete, de los que
    envió Gordon. ¡Qué cantidad de calamidades pueden ocurrir en
    un asilo de huérfanos! ¡Cómo me gustaría que los seres huma-
    nos invernaran en sus primeros años! Así tendría varios meses
    de descanso en la dirección de este hogar.
    Tuya,
    Sallie
    .
     
  11. clause

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    LA ESCUELA DE LA PIEDRA
    DE LOYANG


    No resulta sencillo indagar en el pasado de la Escuela de la Piedra de Loyang. Los libros apenas si la mencionan. Los sinoístas prefieren desconfiar de su existencia y suelen arrojarla hacia otra dinastía cada vez que se la llevan por delante.
    Los actuales funcionarios de la institución suelen resistirse a mostrar los archivos y, vencida esa resistencia, casi siempre se encuentra uno con escritos contradictorios, escasos y más cercanos a la leyenda que al registro.
    Por otra parte, es difícil conocer la verdadera jerarquía del empleado que atiende. Envolviendo a los maestros ilustres, hay un inextricable escalafón de autoridades secretas que deciden los complicados programas, las dificultosas pruebas, los implacables castigos, las recompensas lejanas y dudosas.
    El vasto saber de los lectores de este informe me exime del penoso deber poético de fingir sorpresa ante cada nuevo dato.
    Todos conocemos bien las enormes dificultades de los postulantes para ingresar a la escuela. Durante los diez primeros años después de su fundación, en los lejanos tiempos del emperador Han Ho-ti, nadie consiguió superar los exámenes.
    Las pruebas eran secretas y los registros se guardaban bajo siete llaves. Sin embargo, algunos historiadores han conseguido reconstruir los ejercicios cumplidos por jóvenes aspirantes de nueve años de edad.
    Se dice que en la primera noche, o tal vez en la segunda, cada postulante debía dibujar un mapa del cielo y dar nombre y colocación a tantas estrellas como pudiera. Para complicar la tarea, los maestros astrónomos lanzaban cohetes, fuegos de pólvora y globos luminosos, que engañaban a los alumnos con falsas y efímeras constelaciones.
    Al tercer día, les leían los antiguos poemas y les pedían que suspiraran en los momentos de mayor intensidad. Los alumnos que se estremecían en el instante equivocado, o que dejaban sin suspiro los versos consagrados por la tradición, eran desaprobados.
    Se ha hecho célebre la prueba de las cortesanas. En la novena y última noche, los aspirantes recibían la visita de un numeroso grupo de hetairas. El ejercicio consistía en percibir el deseo ajeno. Si un alumno suponía que alguna de las mujeres sentía impulsos de intimar con él, debía entregarle una rosa.
    Dar una flor a una dama indiferente acarreaba la reprobación por petulancia.
    Dejar sin rosa a una enamorada, causaba la expulsión por humildad desmedida.
    Todos estos rigores son probablemente meros inventos destinados a sorprender a las nuevas generaciones. El verdadero interés de la Escuela de la Piedra de Loyang está en los sucesos que ocurrieron a partir del año 974, cuando el maestro disidente Wu Chang asumió la dirección. La severidad inicial había devenido en una especie de indiferencia, tal como cabe esperar bajo la influencia del Tao, que desprecia los ritos y propende a la inacción.
    Wu Chang sostenía que ningún hombre es nadie, que el sujeto es un hábito jurídico y que vivimos en un entrevero de predicados que pueden ser atribuidos a cualquiera. El maestro pensaba que la mayoría de los seres no tenían ninguna idea, ni opinión, ni convicción acerca de ningún asunto. Sólo los sabios alcanzaban, al cabo de arduas jornadas, a construir unos pensamientos dudosos y frágiles que solían desarmarse ante la menor brisa.

    No importa lo que hagamos, nuestras acciones, en un sentido o en otro, son perfectamente fútiles.
    Observando a las plurales hormigas es posible que reparemos en alguna que presente cierta heterodoxia en su rumbo o en su carga. Pero a los pocos segundos, ya no sabremos si la hormiga que estamos viendo es la misma en la que antes reparamos. Al cabo de los días, el destino de las hormigas será igualmente casual, desordenado y carente de toda importancia.

    Wu Chang ocultó las reglas y prefirió que los alumnos no supieran lo que se esperaba de ellos. Fomentó la confusión, de suerte que resultara muy difícil diferenciar a un alumno de otro. Ni siquiera se sabía con exactitud quiénes eran los profesores. Hasta los límites físicos de la institución eran imprecisos. Muchos terrenos y construcciones pertenecían a la escuela de un modo secreto. El caminante jamás sabía si estaba dentro o fuera de la Escuela de Loyang.
    El emperador T'ai-tsung juzgó peligrosas aquellas enseñanzas, porque las consideraba ciertas. Encargó a su ministro Li Kuan que investigara las actividades en Loyang.
    La burocracia china, como la flecha eleática, siempre encuentra un paso previo a cada acción. Y como el imperio es tan vasto como la red de funcionarios, cuando Tsu-an, enviado del ministro, entró en la escuela por primera vez para cumplir las órdenes del emperador, T'ai-tsung ya había muerto y otro hombre ocupaba su lugar.
    Sin revelar su verdadera condición de delegado ministerial, Tsu-an asistió clandestinamente a lo que él pensaba eran clases de jardinería o de teatro. Algún tiempo después comprobó que se trataba de reuniones de vecinos preocupados por los demasiados incendios.
    Pasó largos meses sin poder formarse ni siquiera una mínima idea acerca de la marcha de la escuela. Los habitantes de Loyang eludían cualquier respuesta, evitaban cualquier decisión, suspendían cualquier juicio. Esta actitud convenció a Tsu-an de la existencia de una vasta conspiración, que era necesario neutralizar. Pero pasaba el tiempo y la Escuela de Loyang seguía siendo invisible para el funcionario. Bastante preocupado, envió un informe a la capital:

    A los dignos secretarios de la corte de K'ai Feng: ya no es posible distinguir lo que es la Escuela de Loyang de lo que no lo es. No se puede decir si existe o si no existe.
    Ante una situación administrativa tan extrema y ante la imposibilidad de percibir instancias superiores a las cuales remitirme, solicito nuevas instrucciones, como así también recursos abundantes en metálico, por si resultara necesario realizar incorporaciones mercenarias, transigir en adulaciones o pagar sobornos.

    Un año después de su llegada, Tsu-an consiguió asistir a una de las clases del joven profesor K'iai. Lo que vio allí lo inquietó notablemente. K'iai se paseó en silencio por la sala durante casi media hora. Después dijo:

    Que nadie nombre ni cuente, porque es inútil diferenciar las cosas por las palabras o los números.
    Que nadie responda, porque responder es aceptar el poder de la pregunta.
    Hablemos poco, porque el lenguaje sostiene las esclavitudes. Un tirano es un lenguaje persistente. Los crímenes y las injusticias parecen razonables cuando se verbalizan.

    K'iai recordó finalmente que el Tao era incognoscible y que nada podía decirse acerca de él. Después, siguió paseándose por la sala durante otra media hora, hasta que desapareció.
    En clases sucesivas, Tsu-an tuvo motivos para acrecentar su alarma. El astrónomo y poeta Yüé Ts'ing proponía nada menos que la abolición del horóscopo, una actividad que ocupaba a miles de funcionarios. El argumento era éste: "No es posible saber lo que le va a ocurrir a cada uno".
    Yüé Ts'ing soñaba con una paz, que según él, podía alcanzarse simplemente evitando la lucha. No se trataba de negociar ni de conciliar, bastaba con eludir perpetuamente la confrontación. Su arte poética se complacía en los llamados versos sin conflicto, que evitaban todo choque y a menudo toda anécdota.

    Aquella sombra es Mién Shi,
    el vendedor de máscaras.
    Pero también podría ser un pájaro,
    o un dragón o una torre distante.

    Tsu-an comprendió que todos estos pensamientos configuraban una grave traición al Emperador y que merecían un inmediato escarmiento. Envió nuevos correos a la capital.
    Una tarde en que Tsu-an creía estar realizando abluciones en una casa de baños, comprobó que se encontraba asistiendo a una importante reunión política. Un grupo de geómetras e intelectuales opositores a Wu Chang manifestaba su indignación y su encono. La pasividad de la escuela era causa de numerosas calamidades. Ya no se publicaban calendarios y los agricultores equivocaban los tiempos de la siembra. Siguiendo la idea de que ninguna conducta es preferible, las muchedumbres habían abandonado las regularidades cotidianas que son indispensables para vivir en sociedad.
    Los intelectuales rebeldes aprovecharon la presencia de Tsu-an y lo convidaron a formar parte del grupo. Le confesaron que su máxima aspiración era asesinar a Wu Chang y restaurar la antigua Escuela de Loyang.
    Tsu-an se mostró de acuerdo con aquellos propósitos, pero les hizo notar que era imposible encontrar a Wu Chang, que se hallaba oculto en un bosque de secretarías, antesalas y jerarquías dilatorias. Nadie en Loyang había visto jamás al maestro. Un matemático llamado Pa Ir-shi propuso asesinar a todos los ancianos de aspecto respetable que carecieran de instrumentos para demostrar que no eran Wu Chang.
    Después, los conjurados gritaron que nada era casual en el mundo, ni siquiera los modestos caprichos de una hormiga. Había que volver a los tiempos dorados del fatalismo oficial. Pa Ir-shi cerró los ojos y dijo con nostalgia:
    —Cuando ingresaba un alumno, los maestros ya sabíamos los resultados de sus pruebas futuras.
    Tsu-an, mientras se secaba, les dijo que todo ser era alguien, aunque la naturaleza de cada personalidad y aun los hechos propios de la vida, estuvieran enteramente fuera de la voluntad y de la decisión de cada uno. Agregó que el Estado Imperial debía hacerse cargo de la acuñación de destinos funcionales a los deseos del Hijo del Cielo que eran, por definición, aquellos que más convenían al mundo todo.
    Tsu-an se unió a aquellos criminales y envió urgentes mensajes a los secretarios del emperador, que por entonces ya era Chen-tsung.
    Inmediatamente, comenzaron los asesinatos de ancianos de apariencia respetable. Tal cosa resultó más difícil de lo que parecía. Nadie era enteramente un anciano respetable en Loyang, como nadie era del todo un alumno, ni un ordenanza, ni un cocinero. Para no permanecer en una inacción que reputaban cómplice, los conjurados de la sala de baños cometieron algunos crímenes sin preocuparse mucho de la identidad de sus víctimas.
    En K'ai Feng, la administración imperial se enredaba en su propia complejidad.
    El mundo obedecía las órdenes del emperador, pero los caminos que seguía la voluntad del Hijo del Cielo eran demasiado largos y propensos al extravío. Muchas veces, el castigo o la recompensa alcanzaban a personas y comarcas equivocadas.
    Durante largos años, Tsu-an no recibió ninguna ayuda ni comunicación de la capital. En una ocasión, fue visitado por un grupo de oficiales que le pidieron instrucciones para deponer al gobernador. Tsu-an les explicó que él no había solicitado tal cosa y los hombres se marcharon hacia otras provincias.
    Pasó el tiempo. El enviado imperial envejeció esperando señales. Mientras tanto, asistía a todas las clases de la Escuela de la Piedra de Loyang. Se convirtió en una de las personas más versadas en aquellas doctrinas. Las autoridades le ofrecieron una cátedra y le permitieron enseñar el pensamiento de Wu Chang, sin sospechar que aquel hombre planeaba la aniquilación de la Escuela.
    Por las noches, Tsu-an se reunía secretamente con los criminales de la casa de baños y, cada tanto, asesinaban a un viejo.
    Un día, vinieron a enterarse de que Wu Chang había muerto mucho tiempo atrás, aplastado por un alud.
    Las épocas siguientes fueron desdichadas. Sequías e inundaciones empobrecieron la provincia. Loyang se llenó de mendigos. La Escuela casi desapareció. Los maestros emigraron y los jóvenes perdieron interés en cualquier tipo de educación.
    Tsu-an enfermó. Tuvo que abandonar todas sus actividades. Sus antiguos discípulos solían visitarlo en su habitación y le obsequiaban modestas golosinas. Él los contemplaba en silencio y al fin de la visita los despedía con una sonrisa.
    El día en que Tsu-an cumplía noventa años, sus alumnos se presentaron tumultuosamente ante él y le contaron que habían llegado tropas de K'ai Feng. Los soldados venían acompañados por funcionarios imperiales y maestros de la administración que tenían orden de destruir la Escuela de Loyang y reemplazarla por un nuevo establecimiento. En verdad, no encontraron mucho que destruir, apenas un pabellón ruinoso y unos ancianos profesores que vendían limones y contestaban adivinanzas.
    Tsu-an recibió aquellas noticias con indiferencia. Unos días después, se presentó ante él el nuevo director de la Escuela de la Piedra de Loyang en persona.
    —El horóscopo y el calendario han sido restaurados —informó— La pasividad y la negación extrema serán castigadas con rigor. Volveremos a nombrar y a contar con la mayor precisión. Sostendremos violentamente que cada persona es distinta y que todos cumplen exactamente un destino, que es irrenunciable o imposible de modificar o intercambiar.
    Tsu-an hizo una reverencia y murmuró:
    —Alabado sea el Benefactor del Mundo, el ilustre emperador T'ai-tsung y su ministro Li Kuan.
    El nuevo director le explicó que T'ai-tsung ya no era el emperador y que tampoco Li Kuan era el ministro. En pocas palabras señaló los cambios que se habían producido en las más altas esferas del poder. Después le preguntó qué recompensa deseaba por su trabajo. Tsu-an le dijo que volviera al día siguiente, ya que en ese momento sus deseos eran más bien inciertos.
    Cuando el director regresó, Tsu-an había muerto. Sin embargo, algunos historiadores señalan que Tsu-an vivió muchos años más y que fue director honorario de la nueva Escuela de Loyang. Más recientemente, un grupo revisionista ha sostenido que la muerte de Tsu-an se produjo mucho antes de la llegada de las tropas de K'ai Feng.
    Profesores franceses prefieren creer que Tsu-an no ha existido nunca y que es en realidad una comodidad destinada a hacer comprender pensamientos antagónicos.


    de
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  12. clause

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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    24 de abril.
    Mi querido señor Jervis Pendleton:
    Esta carta es el suplemento del telegrama que te mandé
    hace diez minutos. Cincuenta palabras no son bastantes para
    contener mis emociones. Por consiguiente, añado aquí otras


    mil. Como ya sabrás cuando recibas ésta, he despedido al hor-
    telano, que se ha negado a marcharse. Como es dos veces
    más grande que yo, no he podido empujarlo hasta la puerta.
    Exige una notificación del presidente del Consejo, escrita a
    máquina. Así es que, mi querido presidente, te ruego hagas el
    favor de mandarme esa notificación lo más pronto que te sea
    posible.
    Aquí está la historia del caso:
    Como cuando llegué era todavía invierno, no había prestado
    hasta la fecha mucha atención a Robert Sterry, pero hoy lo
    mandé llamar para conversar sobre las labores de esta prima-
    vera. Sterry acudió a mi llamada y se sentó cómodamente con
    el sombrero en la cabeza. Le indiqué amablemente que se lo
    quitase. Hay que tener en cuenta que los niños pueden entrar a
    la oficina en cualquier momento, y que quitarse el sombrero
    dentro de la casa es la primera regla de educación masculina.
    Sterry accedió a mi petición, pero de inmediato pude ver
    que se disponía a ir en contra de todo lo que yo deseara. Em-
    pecé por el régimen alimenticio del Hogar y le dije que en ade-
    lante no podía consistir sólo en papas y que necesitábamos
    contar con maíz, porotos, cebollas, arvejas, tomates, zanaho-
    rias, acelgas...,
    Sterry gruñó alegando que si las patatas y las coles eran
    buenas para él, eran más que buenas para niños de un asilo.
    Imperturbable agregué que el potrero de papas sería arado y
    convertido en sesenta pequeños huertos individuales y que en
    adelante los muchachos ayudarían al trabajo.
    Sterry estalló. El campo de papas era el potrero más fértil y
    valioso de toda la propiedad y le parecía que si yo lo estropea-
    ba convirtiéndolo en sesenta huertos para que los niños juga-
    sen, el Consejo no tardaría en decirme algo. Que aquel campo
    estaba preparado para las papas, y que seguiría dando papas
    mientras él tuviera algo que decir en el asunto.
    -Es que usted no tiene nada que decir en el asunto -repliqué
    amablemente-. Ese campo es el mejor terreno para los huertos
    de los niños y usted y las papas tendrán que dejárnoslo.


    Se levantó lleno de ira y dijo que estaría arreglado si tuviera
    muchas de esas malditas señoritas de la ciudad metiéndose en
    su trabajo.
    -Esta institución -le dije con mucha calma- es para el exclu-
    sivo beneficio de los niños y lo que requiere es un hombre bue-
    no y trabajador, con habilidad en jardinería y horticultura, que
    dé un buen ejemplo y pueda enseñar a los niños.
    Sterry, paseándose como un tigre enjaulado, gritó una serie
    de cosas que no entendí, entre ellas algo sobre el voto femeni-
    no... Esperé que se tranquilizara y después, alargándole un
    cheque por su salario, le pedí que desocupara la casa de la
    huerta el próximo miércoles.
    Dice que no se va. Que fue contratado por el presidente del
    Consejo y que no se moverá de la casa hasta que el presidente
    se lo diga.
    Esto es lo que sucedió. No amenazo, pero Sterry o Mac Bri-
    de: escoge.
    Voy a escribir también al director de la Escuela de Agricultu-
    ra de Massachusetts pidiéndole que me recomiende un buen
    hombre, práctico y con una mujer alegre y eficiente.
    Y queda de usted atenta y segura servidora,
    Sallie Mac Bride.
    P. S. Creo que Sterry volverá una noche de estas a tirar pie-
    dras a mis ventanas. ¿Aseguro los cristales?
    Mí querido Enemigo:
    Ha desaparecido usted tan deprisa esta tarde que no pude
    agradecerle; pero los ecos de la despedida llegaron hasta mi
    biblioteca. También he visto los escombros, ¿Qué le ha hecho
    usted al pobre Sterry? Al verlo dirigirse furioso hacia la cochera
    me sentí llena de un repentino arrepentimiento.
    Yo no quería que lo asesinara, sino que lo hiciera salir con
    razones. Me temo que ha estado usted un poco duro.

    Sin embargo, su táctica parece haber sido eficaz. Sterry ha
    llamado un carro de mudanza y su señora está arrancando la
    alfombra del salón.
    Muchas grac ias por este servicio.
    Sallie Mac Bride
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ya puse esta poesia, hecha cancion de Serrat ,pero no estaba en el youtube el video ,ahora si y como es una de mis preferidas...
    la pongo nuevamente con la música.:happy:








    Los recuerdos
    (Joan Manuel Serrat)


    Los recuerdos suelen
    contarte mentiras.
    Se amoldan al viento,
    amañan la historia;
    por aquí se encogen,
    por allá se estiran,
    se tiñen de gloria,
    se bañan en lodo,
    se endulzan, se amargan
    a nuestro acomodo,
    según nos convenga;
    porque antes que nada
    y a pesar de todo
    hay que sobrevivir.

    Recuerdos que volaron lejos
    o que los armarios encierran;
    cuando está por cambiar el tiempo,
    como las heridas de guerra,
    vuelven a dolernos de nuevo.

    Los recuerdos tienen
    un perfume frágil
    que les acompaña
    por toda la vida
    y tatuado a fuego
    llevan en la frente
    un día cualquiera,
    un nombre corriente
    con el que caminan
    con paso doliente,
    arriba y abajo,
    húmedas aceras
    canturreando siempre
    la misma canción.

    Y por más que tiempos felices
    saquen a pasear de la mano,
    los recuerdos suelen ser tristes
    hijos, como son, del pasado,
    de aquello que fue y ya no existe.

    Pero los recuerdos
    desnudos de adornos,
    limpios de nostalgias,
    cuando solo queda
    la memoria pura,
    el olor sin rostro,
    el color sin nombre,
    sin encarnadura,
    son el esqueleto
    sobre el que construimos
    todo lo que somos,
    aquello que fuimos
    y lo que quisimos
    y no pudo ser.

    Después, inflexible, el olvido
    irá carcomiendo la historia;
    y aquellos que nos han querido
    restaurarán nuestra memoria
    a su gusto y a su medida
    con recuerdos
    de sus vidas.
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Buenos Aires. Argentina
    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    En la vida todo es ir
    (Juan Antonio Corretjer - Roy Brown)

    EN LA VIDA TODO ES IR
    A LO QUE EL TIEMPO DESHACE.
    SABE EL HOMBRE DONDE NACE
    Y NO DÓNDE VA A MORIR.

    El hombre que en la montaña
    —por la cruz de algún camino—
    oye la voz del destino,
    se aleja de su cabaña.
    Y prosiguiendo su hazaña
    se dirige al porvenir
    una esperanza a seguir.
    Mas no ha de volver la cara,
    pues la vida es senda rara:
    EN LA VIDA TODO ES IR.

    Miro esa palma que airosa
    su corona al sol ostenta
    y miro lo que aparenta
    la esplendidez de la rosa.
    Contemplo la niña hermosa
    riendo a lo que le place,
    y lo que el viento le hace
    a la hoja seca del jobo:
    es la vida como un robo
    A LO QUE EL TIEMPO DESHACE.

    Tuve un hermano que dijo:
    —“Cuando salí de Collores...”
    Así cantó sus amores
    al Valle del que fue hijo.
    Una y otra vez maldijo
    la gloria que en letras yace,
    (y en que su nombre renace)
    pues que llegó a comprender
    lo poco que es el saber:
    SABE EL HOMBRE DONDE NACE.

    No hay más. Un solo camino
    que se quisiera tomar,
    mas la suerte del andar
    maltrata y confunde el tino.
    Nadie niegue su destino.
    Es que ser hombre es seguir
    —y un ideal perseguir—
    por la vida hacia adelante,
    sabiendo lo que fue enante
    Y NO DÓNDE VA A MORIR
     
  15. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Santiago de Chile
    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:
    Pucha Clause , no he podido leer nada, pero nada, bueno algo leí, el cuento de la china y el chino que volvió de la guerra, de verdad no lo entendí.
    Ya lo leeré con más calma.

    Anita.

    ;)