Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    si , este libro es otro estilo que los otros, que son mas localistas ...sin embargo los entendes mejor! ...volvamos al angel gris entonces! pero ni me acuerdo cuales puse, por eso cambie!:11risotada: :11risotada:
     
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    clause Claudia

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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    26 de abril.
    Querido Jervis:
    Gracias por tu enérgico telegrama, pero el doctor Robin Mac
    Rae, que es una fiera cuando se trata de combatir, resolvió el
    negocio con admirable prontitud. Estaba tan furiosa que inme-
    diatamente después de escribirte llamé al doctor por teléfono y
    repetí la cuestión entera otra vez. Nuestro doctor, además de
    sus faltas, tiene una cantidad poco común de buen sentido. Me
    dijo: "La autoridad de la directora debe ser apoyada", y colgan-
    do el auricular se vino en su automóvil a toda velocidad. Se fue
    derecho a Sterry y lo despidió al hombre con tal vigor que la
    ventana de la cochera se hizo añicos.
    Desde que el carro con los muebles de Sterry salió de este
    recinto, reina la paz en el Hogar. Un hombre del pueblo nos
    ayuda mientras llega el jardinero de nuestros sueños.
    Siento haberte molestado con nuestros incidentes. Dile a
    Judith que me debe carta y que no tendrá noticias mías mien-
    tras no me la pague.
    Tuya,
    Sallie Mac Bride.
    Querida Judith:
    En mi carta de ayer a Jervis se me olvidó agradecerte las
    tres bañeras para los pequeñitos. Me fascinan especialmente
    esos regalos grandes que no se pueden tragar.
    Te gustará saber que las clases de trabajos manuales y de
    costura están progresando. Tenemos tres máquinas en las que
    se turnan las niñas mayores, mientras las demás cosen a ma-
    no. Tan pronto como hayan adquirido más habilidad empeza-

    remos a renovar el guardarropa de la institución. ¡Imagínate!
    ¡Más de cien vestidos nuevos! Las muchachas los apreciarán
    mucho más si los hacen ellas mismas.
    El doctor Mac Rae ha introducido ejercicios matinales y ves-
    pertinos y un vaso de leche y una hora de recreo en medio de
    las horas de clase. Ha instituido una clase de fisiología y los lle-
    va en pequeños grupos a su casa, donde tiene un maniquí que
    se abre y enseña todo su complicado interior.
    Nos estamos volviendo tan instruidos que nadie nos cono-
    cería. No creerías que somos huérfanos al oímos hablar; pare-
    cemos niños de Bastan.
    (Domingo.)
    Se me olvidaba decirte que nuestro nuevo jardinero está
    aquí ya. Se llama Noé Turnfelt y tiene una mujer encantadora.
    Es como un ángel con el pelo amarillo y pecas. No podemos
    consentir que sus aptitudes se malogren, así es que tengo un
    magnífico plan: edificar contigua a la casa del jardinero una es-
    pecie de enfermería donde podamos mantener a los niños que
    requieran una especial atención, ya sea porque tienen alguna
    enfermedad infecciosa o necesitan un período de convalecen-
    cia.
    Tendrías que ver cómo están nuestros cerdos desde que
    llegó Noé. Tan limpios y sonrosados que ni ellos mismos se re-
    conocen unos a otros.
    Nuestro potrero está también irreconocible. Lo hemos divi-
    dido con postes y cuerdas en tantos cuadrados como un table-
    ro de damas y cada uno de los muchachos grandes tiene uno.
    Los catálogos de semillas son nuestras lecturas de ahora.
    Noé acaba de volver del pueblo con los periódicos del do-
    mingo para entretener sus ratos de ocio. Noé es una muy per-
    sona cultivada, lee mucho y usa anteojos de carey. Ha traído
    también una carta tuya escrita el viernes por la noche.
    El doctor Mac Rae tiene a otro doctor de visita, un caballero
    muy melancólico que dirige un establecimiento psiquiátrico y
    que cree que no hay nada bueno en la vida. Supongo que este

    punto de vista es natural para quien pasa todo el día rodeado
    de melancólicos.
    Adiós,
    Sallie.
     
  3. clause

    clause Claudia

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    http://www.alejandrodolina.com.ar/biografia.html

    LOS AMANTES DESCONOCIDOS
    Alejandro Dolina
    La sociedad de Amantes Desconocidos de Flores fue tal vez la entidad más secreta del barrio. Su misma naturaleza hacia imprescindible la discreción.
    Hace algunos años, cada vez que alguien recibía una carta de amor sin firma los hombres sabios no vacilaban en atribuirla a la Sociedad. Era esto un error: siempre han existido enamorados ocultos, sin que haga falta inventarlos.
    Por otra parte, cabe razonar que la obra de los Amantes Desconocidos solo pudo tener buen efecto en la medida en que no les fuera atribuida.
    Se calcula que en los años de su actuación, la Sociedad fraguó más de dos mil historias de amor.
    El procedimiento habitual era sencillo. Sin mayores ceremonias se elegía a una persona cualquiera. La mayoría de las veces se trataba de solitarios, melancólicos, desengañados, aburridos o simplemente amigos a quienes la entidad deseaba favorecer.
    El paso inmediato consistía en crear un amante ficticio para la persona elegida. Un equipo de ingeniosos creativos se encargaba del asunto. A los ingenieros les inventaban adolescentes picaras. A las modistas de la calle Morón les dibujaban nobles arruinados. A los Hombres Sensibles les hacían amantes románticas y trágicas, pero también muy pechugonas, que eran una verdadera delicia.
    Una vez establecidas las características generales del amante ficticio, se enviaba la primera comunicación. Así, muchos hombres y mujeres de Flores recibieron sorpresivas declaraciones anónimas que los llenaron de estupor.
    Se transcribe a continuación la carta que llevara el número de orden 1114.
    "Querido ingeniero Atilio D. Gallardo: Le escribo desde las tinieblas de mi soledad. Le ruego que me disculpe si usurpo su preciosa intimidad. Pero existe, mi querido ingeniero, un sentimiento dentro de mi que ya no puedo dominar.
    Es preciso que usted sepa que lo amo, ingeniero.
    Usted no me conoce... O para decirlo mejor: usted jamás ha reparado en mi.
    ¿Quién soy...?No creo que valga la pena que usted lo sepa. Digamos que me llamo Luisa, aunque ese no es mi verdadero nombre. Algunos dicen que soy joven y hermosa, pero tal vez exageran.
    Ah... si supiera, ingeniero, cuantas veces he llorado por usted.
    Si supiera cuantas noches despertado llorando y pronunciando su nombre:
    Atilio. En mi cuarto tengo un pequeño retrato suyo que he recortado de la revista "Temas de la construcción."
    Usted tal vez se ría de los delirios de una pobre muchacha enamorada. Pero ya no puedo luchar más contra mi corazón, ingeniero.
    Quiero proponerle algo. Escríbame. Cuénteme algo de su vida. Desde luego, todavía no pienso revelar mi verdadera identidad, de modo que deberá usted dirigirse a Luisa, Casilla de Correo 32.
    Un beso apasionado de su Luisa."
    Después comenzaba la verdadera historia. El ingeniero respondía, Luisa escribía otra vez, el ingeniero reclamaba un encuentro, Luisa se negaba... Y entre carta y carta se iban conociendo e interesando cada vez más.
    Por supuesto, el encuentro no debía producirse jamás. Y esta es en verdad una regla de oro de los amantes desconocidos, reales o ficticios.
    Toda relación deberá girar alrededor de un encuentro futuro. Pero es fundamental el no encontrarse nunca. Las razones se ven venir: todo amante desconocido es perfecto. Tiene la cara que uno desea. Es, a nuestro capricho, morocho, rubio o ambas cosas a un tiempo. El amante desconocido no tiene defectos, no tartamudea, no fastidia con cosas cotidianas. Pero hay una virtud fundamental: por no ser nadie es también todas las personas del mundo. Si se comete el desatino de darle una identidad cierta, el amante desconocido se achica, aunque sea un ángel. Si es alto, ya no podrá ser petiso. Si es atlético, ya no podrá ser enclenque. Si es Juan, ya no podrá ser Pedro.
    Si es Luisa, ya no podrá ser Esther.
    Por estos mismos motivos, la Sociedad de Amantes Desconocidos jamás enviaba fotografías aunque si las reclamaba de sus beneficiarios.
    La actividad de estos filántropos tenia por objeto combatir la soledad y la desdicha. Y cabe señalar que su acción despertaba en los vecinos del barrio un sano espíritu de emulación. Al conocer la existencia de enamorados secretos, muchas personas descubrían dentro de sí esa misma condición. Y así, junto a los amantes de ilusión creados por la Sociedad, cundieron los amantes secretos verdaderos.
    En sus buenos tiempos, Manuel Mandeb se carteaba con cuatro amores misteriosos. El pensador sospechaba que por lo menos dos eran obra de la Sociedad, más que nada, por el papel barato de las cartas. Pero sus investigaciones lo llevaron a comprobar la existencia cierta de las otras dos.
    Una de ellas resultó ser una compañera de un curso de guitarra que Mandeb seguía penosamente. Cuando el hombre se presento ante ella con las cartas en la mano, la chica rompió a llorar y huyo para siempre.
    La ultima de las amantes secretas era -según se supo mucho después- Beatriz Velarde, la piba más hermosa de Flores, de quien -a su vez- Mandeb era enamora- do secreto en otra colección de cartas.
    Pero estaba escrito que Manuel y Beatriz no se amaran nunca.
    El ingreso a Amantes Desconocidos de un grupo de redactores humorísticos y malévolos provoco una serie de catástrofes que marcaron la decadencia de la Sociedad.
    Estos profesionales, que perseguían únicamente la diversión personal, empezaron a enviar cartas a damas casadas y a urdir toda clase de intrigas chuscas.
    De este modo consiguieron que la Sra. Aurora B de García Vassari se presentara a las cuatro de la mañana con una vela en la mano en el fondo del pasaje Triste.
    Asimismo fueron los culpables de infinidad de divorcios, riñas, peloteras y toletoles entre los matrimonios más acrisolados de Flores.
    Pero hay que mencionar un fenómeno curioso que les ocurría a casi todos los miembros de la Sociedad.
    Conforme avanzaba la correspondencia con los beneficiarios, muchos guionistas se enamoraban de verdad. La conocida redactora publicitaria Luz Vasallo se volvió loca de amor por el poeta Jorge Allen, cuyo caso atendió durante meses.
    Para evitar estas situaciones, las autoridades de la entidad resolvieron una rotación de guionistas. Pero el resultado fue desastroso. Las cartas perdían coherencia y verosimilitud, pues los redactores no alcanzaban a compenetrarse debidamente en su función.
    Sobre el final de sus actividades Amantes Secretos recurrió al teléfono.
    No fue una experiencia feliz. El lenguaje telefónico es menos tolerante con la creación artística y -por lo demás- muchos guionistas soltaban la carcajada en medio de las charlas, provocando cierta perplejidad en el cliente.
    El juego de los Amantes Desconocidos era sin duda apasionante. Pero aunque admitía procesos más o menos prolongados, al cabo terminaban por extinguirse.
    Nadie puede resistir mucho tiempo la tentación de conocer. Todos, tarde o temprano, exigen la consumación del amor epistolar.
    Y así terminaban todas las historias. La mayoría de las veces con el silencio y el olvido. En alguna ocasión, con encuentros más bien desteñidos.
    Ives Castagnino, el músico de Palermo, se encontró una vez con una dama desconocida que le había enviado cartas durante años. Cuando la vio en la esquina, se acerco y le dijo:
    - Buenas noches. Soy el desengaño.
    Hoy ya nadie habla de los Amantes Desconocidos de Flores. Pero esta entidad sin fines de lucro bien puede dejar en nuestro espíritu la sombra de una idea.
    ¿Por qué no convertirse uno en Amante Desconocido? ¿Por qué no ayudar con ilusiones a tantas almas solitarias que andan por la cuadra?
    La vida esta poniéndose muy aburrida. Sería maravilloso recibir una mañana de estas una nota perfumada y llena de besos que viene de no sé dónde.
    Dejo la inquietud a tantos guionistas, redactores, poetas y literatos que malgastan su tiempo jugando al billar.

    De “Crónicas del Ángel Gris”
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    PRIMAVERA

    Abril, sin tu asistencia clara, fuera
    invierno de caídos esplendores;
    mas aunque abril no te abra a ti sus flores,
    tú siempre exaltarás la primavera.

    Eres la primavera verdadera;
    rosa de los caminos interiores,
    brisa de los secretos corredores,
    lumbre de la recóndita ladera.

    ¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa,
    abrazados los dos, sea tu risa
    el surtidor de nuestra sola fuente!

    Mi corazón recojerá tu rosa,
    sobre mis ojos se echará tu brisa,
    tu luz se dormirá sobre mi frente...


    Juan Ramón Jiménez
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    PRIMAVERA A LA VISTA

    Pulida claridad de piedra diáfana,
    lisa frente de estatua sin memoria:
    cielo de invierno, espacio reflejado
    en otro más profundo y más vacío.

    El mar respira apenas, brilla apenas.
    Se ha parado la luz entre los árboles,
    ejército dormido. Los despierta
    el viento con banderas de follajes.

    Nace del mar, asalta la colina,
    oleaje sin cuerpo que revienta
    contra los eucaliptos amarillos
    y se derrama en ecos por el llano.

    El día abre los ojos y penetra
    en una primavera anticipada.
    Todo lo que mis manos tocan, vuela.
    Está lleno de pájaros el mundo.


    Octavio Paz
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    Jueves 2 de mayo.
    Querida Judith:
    ¡Todo un huracán de acontecimientos! El Hogar John Grier
    está sin aliento. Estoy a punto de resolver el problema de qué
    hacer con los niños mientras los carpinteros, fontaneros y alba-
    ñiles trabajan aquí, o mejor dicho, mi precioso hermano lo ha
    resuelto por mí.
    Esta tarde, al repasar mis reservas de ropa blanca, hice un
    descubrimiento aterrador: sólo tenemos sábanas para mudar
    las camas de los niños cada dos semanas. Precisamente revi-
    saba los roperos cuando llegó mi hermano Juan.
    Como estaba extremadamente ocupada le di un beso y lo
    mandé a conocer la casa guiado por dos de los niños mayores.
    Reclutaron a seis más y organizaron un partido de béisbol.
    Juan volvió rendido pero entusiasmado y dispuesto a prolongar
    su visita hasta el domingo, aunque después de la cena que le
    di, decidió comer en el hotel.
    Mientras tomábamos el café le confié mis inquietudes res-
    pecto de lo que haría con los chicos mientras durasen las
    obras. Ya conoces a Juan; en medio minuto formó su plan.
    -Levantemos un campamento en aquella pequeña explana-
    da. Puedes hacer tres tiendas con ocho camas de campaña
    cada una y trasladar allí durante el verano a los veinticuatro
    muchachos mayores. No te costará dos céntimos.
    -Sí -dije yo-; pero costará más de dos céntimos contratar un
    hombre que los vigile.
    -Perfectamente fácil de arreglar -dijo Juan-; yo te encontraré
    algún estudiante que se alegrará de venir durante las vacacio-
    nes por alojamiento y comida; sólo que tendrás que darle algo
    mejor que lo que me diste a mí esta noche.

    El doctor Mac Rae compareció hacia las nueve, después de
    visitar la enfermería. Tenemos tres casos de tos convulsiva, pe-
    ro ya están convenientemente aislados.
    El doctor aprobó entusiasmado el proyecto de Juan. Toma-
    ron papel y lápiz para hacer los planos y en poco tiempo esta-
    ban colgados del teléfono, despertando al carpintero a las diez
    de la noche para pedirle que estuviese aquí con alguna madera
    a las ocho de la mañana. Por fin me libré de ellos a las diez y
    media y se fueron hablando de postes, vigas, techos, etcétera.
    El entusiasmo de Juan, el café y todas estas operaciones
    me han inducido a escribirte, pero dejaré los detalles para otra
    vez.
    Tuya, como siempre,
    Sallie.
    Sábado.
    Mi querido Enemigo:
    ¿Quiere usted cenar con nosotros esta noche? Es una cena
    formal, con helados de postre.
    Mi hermano ha descubierto a un joven que se hará cargo de
    los muchachos; puede ser que usted le conozca, es el señor
    Witherspoon, del Banco. Quiero introducirle gradualmente en la
    vida del Hogar, así es que haga el favor de no mencionar la lo-
    cura, el alcoholismo ni ninguno de sus otros tópicos favoritos.
    Es un joven alegre y de buena posición. ¿Cree usted que
    podremos hacerle feliz en el Hogar?
    De usted afectísima y en evidente apuro,
    Sallie Mac Bride.
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Poema Don Belianís de Grecia a Don Quijote de la Mancha
    de Miguel de Cervantes y Saavedra




    Rompí, corté, abollé, y dije e hice
    más que en el orbe caballero andante;
    fui diestro, fui valiente y arrogante,
    mil agravios vengué, cien mil deshice.

    Hazañas di a la fama que eternice;
    fui comedido y regalado amante;
    fue enano para mí todo gigante,
    y al duelo en cualquier punto satisfice.

    Tuve a mis pies postrada la Fortuna
    y trajo del copete mi cordura
    a la calva ocasión al estricote.

    Mas, aunque sobre el cuerno de la luna
    siempre se vio encumbrada mi ventura,
    tus proezas envidio, ¡oh, gran Quijote!
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]

    .
    Domingo.
    Querida Judith:
    Juan volvió el viernes a las ocho de la mañana y el doctor
    un cuarto de hora después. Ellos dos, el carpintero, Noé, nues-
    tro jardinero a cargo de los caballos, y los ocho muchachos
    mayores han estado trabajando desde entonces. No creo que

    nadie haya edificado nunca tan aprisa. Quisiera tener aquí una
    docena de Juanes, aunque sé que mi hermano trabaja mejor si
    se le coge en el primer arranque de entusiasmo. Claro que en
    el cincelado de una catedral medieval no daría mucho fuego.
    El sábado por la mañana llegó iluminado con una nueva
    idea. Había encontrado la noche antes en el hotel a un amigo
    que es cajero de nuestro primer (y único) Banco Nacional.
    -Es un muchacho magnífico -afirmó Juan- y exactamente la
    clase de hombre que necesitas para vigilar a tus niños y poner-
    los en forma.
    Vendrá de buena gana por la comida y cuarenta dólares al
    mes. Está comprometido con una chica de Detroit y quiere aho-
    rrar. Le he dicho que la comida es infame, pero que si protesta-
    ba mucho, a lo mejor tomarías una nueva cocinera.
    -¿Cómo se llama? -pregunté con reservado interés.
    -Tiene un nombre precioso. Se llama Percy de Forest Wit-
    herspoon.
    Por poco me da un ataque. Imagínate a alguien con ese
    nombre al frente de veinticuatro salvajes. Pero ya sabes como
    es Juan cuando tiene una idea. Ya ha invitado a su amigo a
    cenar conmigo el sábado por la noche y ha encargado ostras,
    pollos y helados a un proveedor del pueblo. He acabado por
    organizar una cena muy formal con Betsy y el doctor incluidos.
    Estuve por invitar también a la señorita Snaith y al honora-
    ble Ciro. Desde que he conocido a estos dos, tengo la idea de
    que podría haber algo entre ellos. Nunca he visto una pareja
    que se avenga mejor. Él es viudo con cinco hijos. ¿No crees
    que se podrían arreglar? Creo que si esto resultara me libraría
    de los dos de un golpe.
    Durante la cena sentí crecer mi ansiedad, no por si el señor
    Witherspoon serviría o no, sino por si nosotros serviríamos o no
    al señor Witherspoon. Si yo hubiese buscado por todo el mun-
    do no hubiera encontrado un joven más a propósito para ga-
    narse el afecto de estos muchachos. Con sólo mirarle se da
    uno cuenta de que todo lo hace bien, por lo menos todo lo que
    requiera vigor: monta a caballo, caza, juega al golf, al fútbol y

    sabe gobernar un bote. Le gusta dormir al aire libre y le encan-
    ta la juventud. Siempre ha querido trabajar con niños huérfanos
    y ha leído con frecuencia sobre ellos. Percy parece demasiado
    bueno para ser verdad.
    Antes de marcharse, Juan y el doctor se procuraron una lin-
    terna y con sus trajes de etiqueta condujeron a Percy a través
    de un campo recién arado a inspeccionar su futura vivienda.
    Hoy domingo también hemos tenido un día espléndido. Tu-
    ve que prohibirles terminantemente que trabajasen. Se hubie-
    ran pasado el día clavando clavos sin considerar el descanso
    dominical.
    Se conformaron con mirar con los martillos en la mano y de-
    cidir dónde habrían de clavar mañana el primer clavo.
    Cuanto más estudio a los hombres, más me convenzo de
    que no son nada más que niños que han crecido demasiado
    para darles azotes.
    Estoy muy preocupada con los almuerzos del señor Wit-
    herspoon. Creo que debe tener un saludable y colosal apetito.
    Felizmente cenará en el hotel.
    Dile a Jervis que siento mucho que no esté aquí para clavar
    un clavo en nuestro campamento. El honorable Ciro se aproxi-
    ma. ¡Dios nos asista!
    Tu pobre amiga,
    Sallie.
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Jorge Luis Borges

    Leyenda (publicado en Elogio de la sombra (1969)



    Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto

    y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se

    sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera

    de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que

    aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de

    Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió

    que le fuera perdonado su crimen.

    Abel contestó:

    --¿Tú me has matado o yo to he matado? Ya no recuerdo, aquí estamos juntos

    como antes.

    --Ahora sé que en verdad me has perdonado --dijo Caín--; porque olvidar es

    perdonar. Yo trataré también de olvidar.

    Abel dijo despacio:

    --Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.
     
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    clause Claudia

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    El GOLEM
    Jorge Luis Borges

    Si (como el griego afirma en el Cratilo)
    El nombre es arquetipo de la cosa,
    En las letras de rosa está la rosa
    Y todo el Nilo en la palabra Nilo.

    Y, hecho de consonantes y vocales,
    Habrá un terrible Nombre, que la esencia
    Cifre de Dios y que la Omnipotencia
    Guarde en letras y sílabas cabales.

    Adán y las estrellas lo supieron
    En el Jardín. La herrumbre del pecado
    (Dicen los cabalistas) lo ha borrado
    Y las generaciones lo perdieron.

    Los artificios y el candor del hombre
    No tienen fin. Sabemos que hubo un día
    En que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
    En las vigilias de la judería.

    No a la manera de otras que una vaga
    Sombra insinúan en la vaga historia,
    Aún está verde y viva la memoria
    De Judá León, que era rabino en Praga.

    Sediento de saber lo que Dios sabe,
    Judá León se dio a permutaciones
    de letras y a complejas variaciones
    Y al fin pronunció el Nombre que es la Clave.

    La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
    Sobre un muñeco que con torpes manos
    labró, para enseñarle los arcanos
    De las Letras, del Tiempo y del Espacio.

    El simulacro alzó los soñolientos
    Párpados y vio formas y colores
    Que no entendió, perdidos en rumores
    Y ensayó temerosos movimientos.

    Gradualmente se vio (como nosotros)
    Aprisionado en esta red sonora
    de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
    Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.




    (El cabalista que ofició de numen
    A la vasta criatura apodó Golem;
    Estas verdades las refiere Scholem
    En un docto lugar de su volumen.)

    El rabí le explicaba el universo
    "Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga."
    Y logró, al cabo de años, que el perverso
    Barriera bien o mal la sinagoga.

    Tal vez hubo un error en la grafía
    O en la articulación del Sacro Nombre;
    A pesar de tan alta hechicería,
    No aprendió a hablar el aprendiz de hombre,

    Sus ojos, menos de hombre que de perro
    Y harto menos de perro que de cosa,
    Seguían al rabí por la dudosa
    penumbra de las piezas del encierro.

    Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
    Ya que a su paso el gato del rabino
    Se escondía. (Ese gato no está en Scholem
    Pero, a través del tiempo, lo adivino.)

    Elevando a su Dios manos filiales,
    Las devociones de su Dios copiaba
    O, estúpido y sonriente, se ahuecaba
    En cóncavas zalemas orientales.

    El rabí lo miraba con ternura
    Y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
    Pude engendrar este penoso hijo
    Y la inacción dejé, que es la cordura?

    ¿Por qué di en agregar a la infinita
    Serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
    Madeja que en lo eterno se devana,
    Di otra causa, otro efecto y otra cuita?

    En la hora de angustia y de luz vaga,
    En su Golem los ojos detenía.
    ¿Quién nos dirá las cosas que sentía
    Dios, al mirar a su rabino en Praga?
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]




    Hogar John Grier, 8 de mayo.
    Querida Judith:
    Nuestro campamento está terminado, mi enérgico hermano
    se ha ido, y nuestros veinticuatro muchachos han pasado dos
    saludables noches al aire libre.
    Las tres cabañas cubiertas de corteza de árbol, añaden un
    rústico encanto al paisaje. Una de ellas es mayor que las otras,

    para que el señor Witherspoon pueda tener un pabellón priva-
    do.
    Hemos organizado el campamento en tres tribus, cada una
    con un jefe propio que responde de su conducta al señor Wit-
    herspoon y al doctor Mac Rae. Inauguraron sus alojamientos el
    martes por la noche con las ceremonias apropiadas, a las que,
    aunque me invitaron cortésmente, decidí no asistir por conside-
    rarlo un negocio puramente masculino, pero les mandé refres-
    cos.
    Betsy y yo nos acercamos hasta el campo de béisbol a dar
    un vistazo a la fiesta. Los muchachos, vestidos de indios con
    las frazadas de sus camas y bandas de plumas (las pobres ga-
    llinas están completamente peladas), estaban sentados en cír-
    culo alrededor de una gran hoguera. El doctor, con su corres-
    pondiente manta, ejecutaba una danza guerrera, mientras Juan
    y Witherspoon batían los tambores de guerra (dos calderas de
    cobre, abolladas definitivamente). ¡Figúrate el doctor! Es el pri-
    mer destello juvenil que he visto en este hombre.
    Después de las diez, cuando los muchachos estaban ya en
    sus camas dispuestos a dormir, los tres hombres entraron y se
    dejaron caer cansados en las cómodas butacas de la bibliote-
    ca, con aire de mártires de la caridad; pero a mí no me enga-
    ñan. Ellos fueron los que más gozaron con estas payasadas.
    El señor Percy Witherspoon parece hasta ahora completa-
    mente feliz. Preside un extremo de la mesa de los empleados
    bajo la especial protección de Betsy y dicen que infunde mu-
    chísima vida a esa juiciosa asamblea. He intentado mejorar el
    menú un poco y él se come lo que le ponen delante con un
    apetito perfecto, sin preocuparse de la ausencia de las exquisi-
    teces a que está acostumbrado.
    No tenía ninguna posibilidad de dar a este hombre una ofi-
    cina privada, pero él mismo ha resuelto la dificultad, proponien-
    do ocupar nuestro laboratorio, allí pasa las tardes en el sillón
    del dentista con un libro y una pipa. Son escasos los jóvenes
    que se conformen con tan poco. Esa muchacha de Detroit tiene
    suerte.

    ¡Misericordia! Un automóvil lleno de gente que quiere ver la
    institución acaba de llegar, y Betsy, que ordinariamente hace
    los honores, no está en casa. Vuelo....
    Adiós.
    Sallie.
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    QUE SUERTE HE TENIDO DE NACER


    Qué suerte he tenido de nacer,
    para estrechar la mano de un amigo
    y poder asistir como testigo
    al milagro de cada amanecer.

    Qué suerte he tenido de nacer,
    para tener la opción de la balanza,
    sopesar la derrota y la esperanza
    con la gloria y el miedo de caer.

    Qué suerte he tenido de nacer,
    para entender que el honesto y el perverso
    son dueños por igual del universo
    aunque tengan distinto parecer.

    Qué suerte he tenido de nacer,
    para callar cuando habla el que más sabe,
    aprender a escuchar, ésa es la clave,
    si se tiene intenciones de saber.

    Qué suerte he tenido de nacer,
    y lo digo sin falsos triunfalismos,
    la victoria total, la de uno mismo,
    se concreta en el ser y en el no ser.

    Qué suerte he tenido de nacer,
    para cantarle a la gente y a la rosa
    y al perro y al amor y a cualquier cosa
    que pueda el sentimiento recoger.

    Qué suerte he tenido de nacer,
    para tener acceso a la fortuna
    de ser río en lugar de ser laguna,
    de ser lluvia en lugar de ver llover.

    Qué suerte he tenido de nacer,
    para comer a conciencia la manzana,
    sin el miedo ancestral a la sotana
    ni a la venganza final de Lucifer.

    Pero sé, bien que sé...
    que algún día también me moriré.
    Si ahora vivo contento con mi suerte,
    sabe Dios qué pensaré cuando mi muerte,
    cuál será en la agonía mi balance, no lo sé,
    nunca estuve en ese trance.

    Pero sé, bien que sé...
    que en mi viaje final escucharé
    el ambiguo tañir delas campanas
    saludando mi adiós, y otra mañana
    y otra voz, como yo, con otro acento,
    cantará a los cuatro vientos...

    Qué suerte he tenido de nacer.


    Alberto Cortez
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    Querido Gordon:
    Esto no es una carta; no te debo ninguna. Es el acuse de
    recibo de sesenta y cinco pares de patines. Muchas gracias.
    Sallie Mac Bride.
    Jueves.
    Mi querido Enemigo:
    Me he perdido su visita de hoy, pero Jane me dio su recado
    y me entregó la
    Filosofía de la Educación
    . Dice que dentro de
    unos días me preguntará usted mi opinión sobre este libro.
    ¿Será un examen oral o escrito?
    ¿Y no se le ha ocurrido a usted nunca que este negocio de
    la educación es demasiado unilateral? Prometo leer su libro
    con tal que usted lea uno mío. Le envío un ejemplar de los
    Diá-
    logos Infantiles
    y le preguntaré su opinión un día de éstos.
    Es un trabajo gigantesco convertir en frívolo a un presbite-
    riano escocés, pero la constancia hace milagros.
    Sallie Mac Bride.
    13 de mayo.
    Mi queridísima Judith:
    ¡No me hablen de las famosas inundaciones de Ohio! Aquí
    estamos todos convertidos en esponjas mojadas. Cinco días de
    lluvia y todo está al revés en el Hogar, con varios casos de gri-
    pe fuerte y noches en vela. La cocinera se fue, el campamento
    se inundó y al amanecer, después del primer chaparrón, llega-
    ron a nuestra puerta, tiritando de frío, veinticuatro niños, toda-

    vía disfrazados de indios y hechos una sopa. Desde aquel mo-
    mento no hay tendedero de ropa, barandilla y pasamanos de
    escalera que no esté totalmente cubierto de frazadas húmedas
    y malolientes, que despiden vapor pero nunca se secan.
    Percy Witherspoon ha regresado al hotel a esperar que
    vuelva el sol. Después de cuatro días de tener enjaulado y sin
    ningún ejercicio a este batallón, el mal humor de los niños se
    manifiesta continuamente. Betsy y yo ya hemos agotado todos
    los recursos buscando actividades y distracciones que se pue-
    dan realizar en un recinto tan congestionado como éste: gallina
    ciega, escondite, guerra de almohadas; gimnasia, saltar a la
    cuerda, etc., ya han roto dos ventanas. Los más grandes, en
    batallas campales, han resquebrajado el yeso de las paredes.
    Como contrapartida, organizamos una limpieza rabiosa, la-
    vando y sacando brillo, pero a pesar de todo aún nos queda
    mucha energía y estamos llegando a ese estado nervioso en
    que los niños están a punto de darse puñetazos unos contra
    otros.
    Sadie Kate se ha portado estos días como un pequeño dia-
    blillo, mejor dicho, como el padre de todos los demonios.
    Esta tarde hemos tenido otro numerito: Loretta Higgins se
    echó al suelo, no sé si presa de un ataque o del mal genio, y
    permaneció allí más de una hora dando aullidos, y mordiendo y
    pateando a quien intentara acercarse. Cuando llegó el doctor
    ya estaba casi exhausta. La levantó en brazos y agotada e iner-
    te como estaba, la depositó sobre una cama. Cuando se hubo
    dormido, el doctor bajó hasta mi biblioteca y me pidió que le
    permitiera inspeccionar los archivos.
    Loretta tiene trece años; durante los tres que ha estado aquí
    ha tenido cinco de esos accesos y ha sido duramente castigada
    por ello. Sus antecedentes son claros: "Madre muerta de de-
    mencia alcohólica en el asilo de Bloomingdale. Padre descono-
    cido".
    Después de contemplar largamente la hoja del registro, con
    el entrecejo fruncido, dijo el doctor moviendo la cabeza:

    -Con una herencia como ésta, ¿quién puede tener derecho
    a castigar a esta niña?
    -Por supuesto que nadie -dije yo firmemente-; lo primero es
    sanar su sistema nervioso.
    -Si es que podemos.
    -La alimentaremos muy bien, tomará mucho sol y le encon-
    traré una madre adoptiva que se compadezca de la pobre ni-
    ña... -empecé a decir, pero mi voz se extinguió al recordar la
    impresionante cara de Loretta con sus ojos vacíos y la boca
    abierta, durante el ataque. No parece posible encontrar una
    madre adoptiva que se encariñe con una niña así.
    -¿Por qué -me lamenté yo- el buen Dios no manda niños
    huérfanos con bonitos ojos, cabello rizado y buen carácter?
    Podría encontrar padres para un millón de niños así, pero será
    difícil que alguien quiera a Loretta.
    -Me temo que el buen Dios no tiene nada que ver con la ve-
    nida al mundo de las Lorettas. Es el diablo quien las atiende.
    ¡Pobre doctor! Es terriblemente pesimista respecto del futu-
    ro del universo, pero no me extraña, con una vida tan triste co-
    mo la que lleva.
    Hoy parecía que su sistema nervioso estaba destrozado. Ha
    estado chapoteando entre la lluvia desde las cinco de la maña-
    na, hora en que debió salir para atender a un niño. Lo hice sen-
    tarse y tomar una taza de té y conversamos larga y animada-
    mente sobre todos estos problemas de los padres que recaen
    en los niños. Personalmente no creo en eso de la herencia,
    siempre que los niños sean separados de sus padres alcohóli-
    cos o delincuentes o locos antes de que abran los ojos. Aquí
    tenemos un caso así. Es el más encantador de los niños que
    puedas haber visto en tu vida, apacible y alegre. Debió ser se-
    parado de su madre al nacer, pues no era capaz de cuidarlo, y
    tanto ella como dos hermanas murieron locas.
    Adiós querida; siento que ésta no sea una carta alegre,
    aunque en este momento nada desagradable está pasando.
    Son las once y acabo de asomar la cabeza al corredor. Todo

    está tranquilo excepto dos postigos, que no tienen pestillo, y
    dos goteras.
    Buenas noches y que tengan paz.
    Sallie.
    P. S. En medio de mis preocupaciones hay una cosa que me
    tranquiliza: el honorable Ciro padece una fuerte y persistente
    gripe. En agradecimiento le mandé un ramo de violetas.
    P. S. 2. Tenemos una epidemia de orzuelos
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
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    16 de mayo.
    Buenos días, mi querida Judith:
    Tres días de sol y el Hogar empieza a sonreír. Todo está
    seco por fin y nuestro campamento esta otra vez habitable. Le
    han puesto suelo de madera y techos impermeables. Estamos
    cavando un foso donde vaya a parar el agua en caso de otra
    inundación. Los indios reanudaron su vida salvaje y Percy vol-
    vió a ocupar su puesto.
    El doctor -y yo también- ha estudiado detenidamente el caso
    de Loretta. La vida en este hogar con tanto movimiento, parece
    ser demasiado para ella y lo mejor será conseguir que sea
    hospedada en una casa de familia donde reciba la atención in-
    dividual que necesita.
    El doctor, con su resolución habitual, nos ha proporcionado
    la familia que vive en la casa contigua a la suya. Son muy bue-
    na gente; vengo de allí ahora mismo. El marido es encargado
    del almacén de una fundición y la mujer es un alma cándida
    que se agita toda cuando se ríe. Viven principalmente en la co-
    cina para conservar el salón limpio, pero es una cocina tan ale-
    gre, que me gustaría vivir en ella a mí misma. Tiene flores en la
    ventana y un gato atigrado durmiendo en una alfombrilla al Iado
    de la estufa. Los sábados hace buñuelos y bollos en el horno.
    Creo que haré mi visita semanal a Loretta los sábados a las
    once de la mañana. Allí Loretta aprenderá el trabajo de la casa
    y a cuidar un pequeño jardín, pero sobre todo a jugar al aire y
    al sol. Se acostará temprano y comerá cosas sanas y nutritivas;

    la mimarán y tratarán de hacerla feliz, y todo por tres dólares a
    la semana.
    ¿Por qué no encontrar cien familias como ésta donde hos-
    pedar a todos los niños? Entonces este edificio podría conver-
    tirse en un asilo de niños con retraso mental, y como yo no sé
    nada de ese tema, podría dignamente renunciar y volver a mi
    casa a vivir tranquila y feliz.
    Realmente, Judith, me estoy alarmando. Este Hogar se está
    apoderando de mí. No puedo hablar, ni pensar, ni soñar en otra
    cosa. Tú y Jervis han desecho todos mis proyectos de vida.
    Supongan que me retiro, me caso y tengo cinco o seis hijos, y
    todos con la misma herencia, es decir, esta familia será para mí
    insignificante y monótona. Ustedes me han institucionalizado.
    Reciban los reproches de
    Sallie Mac Bride.
    P. S. Tenemos un niño cuyo padre fue linchado. ¿No es éste
    un detalle lacerante en la historia de uno?
    Martes.
    Queridísima Judith:
    A Mamie Prout no le gustan las ciruelas, capricho que no
    debería ser tolerado en una institución bien dirigida. ¿Debemos
    obligar a Mamie que coma ciruelas? Así opina la profesora de
    gramática que, a eso de la una de la tarde, se presentó con
    Mamie Prout en mi oficina y la acusó de haberse negado rotun-
    damente a comer una ciruela. ¡Me enfurecería si me obligaran
    a comer plátanos!
    Pensaba ¿con qué derecho puedo yo obligar a Mamie Prout
    a que se trague una ciruela?, cuando me avisaron que me es-
    peraba una señora.
    -Siéntate ahí hasta que vuelva -dije a Mamie; y me marché,
    cerrando la puerta.
    No te he dicho que estoy organizando una campaña para in-
    teresar a toda la vecindad en el Hogar y las señoras de la Junta
    de Beneficencia me están ayudando, de manera que estoy

    haciendo mis planes para atrapar a todos los que puedan ayu-
    dar, antes de que se metan en demasiadas reuniones y parti-
    dos de tenis.
    Concluí mi reunión a la hora del té y el doctor Mac Rae salió
    a mi encuentro a pedirme algunas estadísticas. Nos dirigimos a
    mi oficina y allí estaba Mamie Prout sentada exactamente en la
    misma posición que yo la había dejado cuatro horas antes.
    -¡Mamie! -grité llena de horror-, ¿no te habrás estado senta-
    da aquí todo este tiempo?
    -Sí, señora -dijo Mamie-. Me dijo que esperara a que usted
    volviese.
    La pobre niña estaba visiblemente abrumada de aburrimien-
    to, pero no exhaló ni un suspiro.
    Debo decir que el doctor estuvo muy cariñoso y conversó
    con ella hasta que la hizo sonreír.
    Pedí a Jane que trajera la comida para la niña, y mientras el
    doctor y yo tomábamos el té. Mamie cenó junto a la chimenea.
    Supongo que ese momento, cuando estaba hambrienta, era
    el indicado para hacerla comer ciruelas. Pero no lo hice y el
    doctor me aprobó.
    Mamie regresó junto a sus compañeros feliz y reconfortada,
    pero con la misma repugnancia hacia las ciruelas.
    (Más tarde.)
    Quiero que vuelvas a Nueva York. Te he nombrado agente
    de Prensa de esta institución y necesitamos inmediatamente
    algunos de tus más floridos artículos. Hay aquí siete niños llo-
    rando por papás adoptivos y es de tu incumbencia anunciarlos.
    Uno de los casos es el de la pequeña Gertrudis, algo bizca,
    pero cariñosa y de buen carácter.
    La niña siente que le falta algo: cuando uno le habla, ella te
    tiende los brazos anhelante. Pon toda la ternura de que seas
    capaz, a ver si puedes pescarle un padre y una madre.
    Quizá podrías conseguir que algún periódico de Nueva York
    publique los domingos un artículo sobre diferentes clases de
    niños. ¿Te acuerdas de la cantidad de respuestas que obtuvo
    un hogar que publicó fotografías de los niños? Tenemos retra-
    tos muy atrayentes del sonriente Lou, la alegre Gertrudis y el
    travieso Carlos, y tú añades el toque literario.
    Tuya, como siempre,
    Sallie.
    [/B]
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Poema Serenata Para La Tierra De Uno de María Elena Walsh





    Porque me duele si me quedo
    pero me muero si me voy.
    Por todo y a pesar de todo
    yo quiero vivir en vos.

    Por tu decencia de vidala
    y por tu escándalo de sol,
    por tu verano con jazmines, mi amor,
    yo quiero vivir en vos.

    Porque el idioma de infancia
    es un secreto entre los dos.
    Porque le diste reparo al desarraigo
    de mi corazón.

    Por tus antiguas rebeldías
    y por la edad de tu dolor,
    por tu esperanza interminable,
    mi amor, yo quiero vivir en vos.

    Para sembrarte de guitarra,
    para cuidarte en cada flor,
    y odiar a los que te castigan, mi amor,
    yo quiero vivir en vos.


    Porque me duele si me quedo
    pero me muero si me voy.
    Por todo y a pesar de todo
    yo quiero vivir en vos.

    Por tu decencia de vidala
    y por tu escándalo de sol,
    por tu verano con jazmines, mi amor,
    yo quiero vivir en vos.

    Porque el idioma de infancia
    es un secreto entre los dos.
    Porque le diste reparo al desarraigo
    de mi corazón.

    Por tus antiguas rebeldías
    y por la edad de tu dolor,
    por tu esperanza interminable,
    mi amor, yo quiero vivir en vos.

    Para sembrarte de guitarra,
    para cuidarte en cada flor,
    y odiar a los que te castigan, mi amor,
    yo quiero vivir en vos.