Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    13 de julio.
    Queridísima Judith:
    Escucha las felices nuevas que tengo para comunicarte: hoy
    era el último día del mes a prueba de Barrabás y he telefonea-
    do a sus patronas como convinimos, para ordenar su regreso.
    Me encontré con una indignada negativa. ¿Cómo iban a des-
    prenderse de su pequeño volcán cuando estaban empezando a
    acostumbrarlo a no vomitar fuego? Se han ofendido por hacer-
    les tan ingrata petición. Barrabás ha aceptado su invitación de
    quedarse todo el verano.
    La confección de vestidos continúa; tendrías que oír el volar
    de las máquinas y la charla del cuarto de costura. La más apá-
    tica y abatida de nuestras huerfanitas se alegra cuando oye
    que va a poseer tres vestidos de colores diferentes, exclusiva-
    mente suyos. Tendrías que ver también cómo se estimulan sus
    disposiciones para la costura; hasta las pequeñitas de diez
    años se han convertido en modistas.
    Quisiera idear un procedimiento tan efectivo para despertar
    su interés por la cocina, pero la nuestra es de lo menos educa-
    tiva que hay. Tener que preparar las papas por quintales, apa-
    ga el entusiasmo de cualquiera.
    Creo que me has oído mencionar mi deseo de distribuir to-
    dos los niños en diez pequeñas familias, con una mamá para
    cada una. Sólo necesitaríamos diez pintorescas casitas para
    instalarlos en ellas, con flores en el jardín y gallinas, conejos,
    gatos y perros en el corral. Seríamos entonces una institución
    perfectamente presentable, y no nos tendríamos que avergon-
    zar cuando nos visitan los peritos en obras de caridad.
    (Jueves.)

    Empecé esta carta hace dos días y la interrumpí para recibir
    a un potente filántropo (cincuenta entradas para el circo), y no
    he tenido tiempo de volver a coger la pluma desde entonces.
    Betsy ha pasado tres días en Filadelfia en la inoportuna boda
    de una prima. Espero que no pensarán en casarse más perso-
    nas de su familia, porque es de lo más perjudicial para el
    Hogar.
    Mientras estuvo allí se informó de una familia que había so-
    licitado un niño o niña. No tenemos, desde luego, instalado un
    servicio de investigación, pero cuando una familia cae en nues-
    tros brazos, nos gusta terminar el negocio. Generalmente nos
    servimos de los agentes de la Asociación de Ayuda a las Insti-
    tuciones de Caridad del Estado. Ellos viajan constantemente y
    están en contacto con las familias que quieren adoptar niños.
    Yo estoy firmemente convencida de que una casa particular es
    lo mejor para los niños siempre que cuidemos mucho en qué
    clase de casas los entregamos. No es preciso que los padres
    adoptivos sean ricos, pero sí inteligentes, buenos y cariñosos.
    Esta vez creo que Betsy ha encontrado una verdadera joya.
    Pero todavía no se han llevado la criatura, y existe el peligro de
    que se desdigan y no se haga nada. Pregúntale a Jervis si co-
    noce a un J. F. Bretland, de Filadelfia; creo que es un financie-
    ro. La primera noticia que yo he tenido de él, es esta carta diri-
    gida al Director del Hogar John Grier. Es una carta breve y co-
    mercial, escrita a máquina por un abogado, también muy co-
    mercial, diciendo que su esposa ha determinado adoptar una
    niña atractiva y de buena salud y de dos o tres años de edad y
    termina diciendo: "La niña debe ser huérfana, de familia ameri-
    cana, sin antecedentes hereditarios y sin ningún pariente. Si
    puede facilitarla le quedará muy obligado su afectísimo seguro
    servidor, J. F. Bretland."
    Como referencias, citaba la casa "Bradstreets" ¿Has oído
    algo igual? Se creería que estaba abriendo una cuenta corrien-
    te en un asilo y que nos pedía nuestro catálogo.
    Empezamos nuestras acostumbradas investigaciones en-
    viando el cuestionario habitual a un cura del barrio alemán,

    donde vive el señor J. F. Bretland: ¿Tiene propiedades? ¿Paga
    sus cuentas? ¿Trata bien a los animales? ¿Va a misa? ¿Rega-
    ña con su esposa? Y una docena más de preguntas imperti-
    nentes.
    Evidentemente, escogimos a un cura de buen humor. En lu-
    gar de hacer un laborioso detalle, escribir con letras gordas en
    toda la hoja: "Quisiera que me adopten a mí". Esto era prome-
    tedor y Betsy corrió al barrio alemán tan pronto como terminó el
    banquete de boda. Se le está desarrollando el más fenomenal
    instinto policiaco. Durante una visita de cumplido, absorbe de
    las sillas y de las mesas la historia completa de una familia. Así
    volvió del barrio alemán, cargada de entusiastas detalles.
    El señor Bretland es un rico e influyente ciudadano, cordial-
    mente amado por sus amigos y profundamente odiado por sus
    enemigos, empleados despedidos dicen que es un animal. No
    es muy solícito en su asistencia a misa, pero la esposa sí y
    además da dinero.
    Ella es amable, encantadora y cultivada. Acaba de salir de
    un sanatorio después de un año de postración nerviosa. Su
    médico dice que necesita algo que la haga interesarse viva-
    mente por la vida y recomienda que adopte un hijo. Siempre
    había deseado hacerlo, pero su marido se negaba rotundamen-
    te. Mas, como siempre, la gentil esposa ha triunfado y el terco
    marido ha tenido que ceder renunciando también a su prefe-
    rencia por un niño, pidió una niña con ojos azules.
    La señora Bretland, decidida a adoptar, se ha preparado le-
    yendo durante años sobre niños. Cuenta también con una so-
    leada nursery orientada al sudoeste y un armario lleno de mu-
    ñecas. Comprenderás la necesidad que tiene de una hija.
    Ha oído hablar de una institutriz inglesa muy buena, pero no
    sabe si sería mejor una francesa, para que la niña pudiera
    aprender el idioma antes de que se le endurezcan las cuerdas
    vocales. Le interesó que Betsy hubiera estado en una universi-
    dad. No podía decidirse a mandar a su hija a una. ¿Cuál era la
    opinión de Betsy? Si la niña fuera hija de Betsy, ¿la mandaría a
    una universidad?

    Todo esto sería cómico si no fuera patético; no puedo olvi-
    dar a esa pobre y solitaria mujer comprando muñecas para una
    niña desconocida, que aún no estaba segura de conseguir.
    Perdió dos bebés hace varios años; nunca los tuvo, no alcanza-
    ron a vivir.
    Será un hogar encantador. Hay mucho cariño almacenado
    para la pequeña, y esto es mejor que todas las riquezas, que
    en este caso van unidas.
    Pero ahora, el problema es encontrar a la niña, que no es
    fácil. El señor Bretland es terriblemente explícito en sus preten-
    siones. Hay un niño, pero con aquel armario de muñecas es
    imposible. Florence no sirve; tiene un papá que vive. Tengo
    una gran variedad de extranjeros con ojos pardos que no sir-
    ven; la señora Bretland es rubia y su hija tiene que parecérsele.
    Tengo diversas pequeñuelas de origen desconocido, pero
    los Bretland quieren abuelos cristianos. Tengo también una
    adorable rubia con el pelo rizado (y los rizos se hacen cada vez
    más raros), pero ilegítima, lo que parece ser una barrera in-
    franqueable a los ojos de los padres adoptivos, aunque la ver-
    dad es que en la niña no influye para nada. Sin embargo, no
    sirve; los Bretland piden severamente el certificado de matri-
    monio.
    Queda sólo una, entre las ciento siete, que puede aspirar.
    Los padres de nuestra pequeña Sofía perecieron en un acci-
    dente ferroviario y ella se salvó porque la habían dejado en una
    clínica para que le extirpasen un pequeño absceso. Procede de
    una familia americana irreprochable. La niña es un poco desco-
    lorida, apática y llorona. Ni el aceite de bacalao ni las espinacas
    han conseguido animarla lo más mínimo. Sin embargo, sé que
    el cariño y los cuidados individuales hacen milagros en los ni-
    ños de las instituciones, y puede florecer algo de rara belleza a
    los pocos meses de trasplantada. Ayer escribí a Filadelfia un
    inspirado relato de su inmaculada historia, ofreciendo mandár-
    selo.
    Esta mañana recibí un telegrama de J. F. B. No comprará
    ninguna hija sin verla primero. Vendrá en persona a inspeccio-

    nar, el próximo miércoles a las tres de la tarde. ¡Dios mío, si la
    niña no le gustase! Todas nuestras energías se dedican ahora
    a realzar la belleza de esa criatura, como un perrito que fuera a
    aparecer en el circo. ¿Crees que sería demasiado inmoral que
    la pintase un poco? Es demasiado joven para contraer la cos-
    tumbre.
    ¡Qué barbaridad, qué carta! Un millón de páginas escritas
    sin interrupción. Imagina mi. Estoy con la misma ansiedad por
    el porvenir de Sofía que si se tratase de mi propia hija.
    Respetuosos recuerdos al presidente.
    Sallie Mac Bride.
    Querido Gordon:
    Es un odioso e indigno proceder no haberme escrito ni una
    línea de ánimo en cuatro semanas, sólo porque en un período
    de anormal preocupación yo dejé de escribirte a ti en tres. Em-
    pezaba a temer que te hubieras muerto; los niños te habrían
    echado mucho de menos. Adoran a su tío Gordon. Acuérdate
    de que les prometiste que les mandarías un burro.
    Acuérdate también de que yo soy una persona mucho más
    ocupada que tú. La dirección del Hogar John Grier es mucho
    más difícil que la del Congreso, donde tienes los mejores auxi-
    liares.
    Esto no es una carta, sino una protesta indignada. Te escri-
    biré mañana o pasado.
    Sallie.
    P. S. Leí tu carta otra vez y me apacigüé un poco, aunque ya
    sé lo que significan tus dulces palabras.
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    LA MURALLA - NICOLÁS GUILLÉN



    Para hacer esta muralla,
    tráiganme todas las manos:
    los negros sus manos negras,
    los blancos sus manos [blancas.
    Ay,
    una muralla que vaya
    desde la playa hasta el monte,
    desde el monte hasta la playa,
    allá sobre el horizonte.
    - ¡Tun, tun!
    - ¿Quién es?
    - Una rosa y un clavel ...
    - ¡Abre la muralla!
    - ¡Tun, tun!
    - ¿Quién es?
    - El sable del coronel ...
    - ¡Cierra la muralla!
    - ¡Tun, tun!
    - ¿Quién es?
    - La paloma y el laurel ...
    - ¡Abre la muralla!
    - ¡Tun, tun!
    - ¿Quién es?
    El alacrán y el ciempiés ...
    - ¡Cierra la muralla!
    Al corazón del amigo,
    abre la muralla;
    al veneno y al puñal,
    cierra la muralla;
    al mirto y la yerbabuena,
    abre la muralla;
    al diente de la serpiente,
    cierra la muralla;
    al ruiseñor en la flor,
    abre la muralla ...
    Alcemos una muralla
    juntando todas las manos;
    los negros, sus manos negras,
    los blancos, sus blancas manos.
    Una muralla que vaya
    desde la playa hasta el monte,
    desde el monte hasta la playa,
    allá sobre el horizonte ...
     
  3. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy: :happy: :happy:
    Dejo una imagen de Mercedes Sosa y América


    [​IMG]

    Espero no haber hecho una herejía ya que la imagen la saqué de aquí

    http://www.generacion80.cl/noticias/noticiacompleta.php?varbajada=5931

    Su autor es Roberto Rodriguez chico, lo único que hice fue cambiarle el color al pelo.
    El verde es esperanza para construir un mundo mejor, con todos, sin exclusión
    No te puedo decir que leeré Poetisa porque siempre ando corriendo, de todos modos el verso que pusiste es hermoso y no sé la razón de por qué no salió al citar.

    Anita.

    ;) ;) ;)
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]

    17 de julio.
    Querida Judith:
    Tengo mucho que contarte. Hoy es miércoles y, en conse-
    cuencia, a las dos de la tarde, nuestra pequeña Sofía fue ba-

    ñada, peinada, vestida con sus mejores ropas y puesta bajo la
    vigilancia de una huérfana de confianza, con severas instruc-
    ciones de tenerla limpia.
    A las tres y media en punto, no he conocido jamás un ser
    humano tan exacto como J. F. Bretland, un automóvil de marca
    extranjera se detuvo al pie de las escaleras de este imponente
    palacio. Un personaje cuadrado de espaldas y de mandíbulas,
    con bigote y unos modales que le hacen a uno correr, se pre-
    sentó tres minutos más tarde a la puerta de mi biblioteca, salu-
    dándome como señorita Mac Kosh. Le corregí amablemente y
    entonces me llamó Mac Kim. Le indiqué la butaca más cómoda
    y le ofrecí un ligero refresco. Aceptó un vaso de agua (me gus-
    tan los papás sobrios) y expresó un impaciente deseo de aca-
    bar con el negocio. Llamé y ordené que nos subiesen a la pe-
    queña Sofía.
    -Espere, miss Mac Gee -interrumpió él-. Prefiero verla en su
    ambiente. Iré con usted a la habitación o al corral o adonde-
    quiera que tenga usted a sus pupilos.
    Le conduje a la nursery donde trece o catorce diablillos re-
    tozaban en colchones tendidos en el suelo. Sofía, con sus nue-
    vos vestidos, estaba en brazos de una malhumorada huérfana,
    luchando y retorciéndose por bajarse al suelo y con las faldas
    liadas a la cabeza. La tomé en brazos, le arreglé los vestidos,
    le limpié la nariz y la invité a que mirase a aquel señor. Su por-
    venir dependía de cinco minutos de animación y, en lugar de la
    más ligera sonrisa, empezó a lloriquear.
    El señor Bretland estrechó su mano con bastante escrúpulo
    y la acarició como se acaricia a un perrito. Sofía no le hizo el
    menor caso. Le volvió la espalda y escondió la cara en mi cue-
    llo. El se encogió de hombros y dijo que podrían tomarla a
    prueba. Que quizá le gustase a su mujer, que él no quería nin-
    guna. Nos volvimos para salir, cuando... ¿quién crees que apa-
    reció? Nada menos que ese rayo de sol que es Allegra. Frente
    de él vaciló, abrió los brazos y cayó de bruces. Él saltó a un la-
    do con gran agilidad para no pisarla y la levantó.

    Ella se abrazó a una de sus piernas y mirándolo con su en-
    cantadora risa, le dijo:
    -Papá levanta a la niña.
    Es el primer hombre que la niña ha visto, además del doc-
    tor, en muchas semanas, y evidentemente se parece a su casi
    olvidado padre.
    J. F. Bretland la tomó en brazos y la levantó en el aire como
    si lo hiciera todos los días. La chiquilla gritaba de alegría y
    cuando él trató de dejarla otra vez en el suelo, lo cogió por una
    oreja y la nariz y le empezó a golpear con los pies en el estó-
    mago. Nadie acusaría a Allegra de falta de vitalidad.
    J. F. Bretland se desprendió de su abrazo, arrugado y des-
    peinado, pero con la mandíbula más cuadrada que nunca. La
    dejó en el suelo, pero la retuvo por la mano.
    -Esta es mi niña -dijo-, no creo que necesite mirar a ninguna
    más.
    Le expliqué que no separaríamos a Allegra de sus herma-
    nos, pero cuanto más objetaba, más cuadrada se le ponía la
    mandíbula. Volvimos a la biblioteca y discutimos más de media
    hora.
    Le gustaban sus antecedentes, le gustaba su aspecto, le
    gustaba su carácter, le gustaba toda, en una palabra. Si se
    quedaba con una hija, la quería con espíritu. Que no le habla-
    sen de la otra llorona. Si se llevaba a Allegra la criaría como a
    su propia hija y aseguraría su porvenir. ¿Tenía yo derecho a
    privarla de todo esto por un sentimentalismo ridículo? La familia
    estaba ya deshecha; lo mejor que se podía hacer era atender
    por separado a cada uno de los que quedaban.
    -Llévese a los tres -propuse atrevidamente. Pero él no podía
    ni pensar en ello; su señora está enferma y lo más que puede
    hacer es atender a uno.
    Bueno, mis dudas eran horribles. Parecía una oportunidad
    única para la niña, pero era una crueldad separarla de sus dos
    hermanos. Yo sabía que si los Bretland la adoptaban legalmen-
    te, harían lo posible por romper todas sus relaciones con el pa-

    sado y que la niña es tan pequeña que olvidaría a sus herma-
    nos tan pronto como ha olvidado a su padre.
    Entonces pensé en ti, Judith, en cómo te amargó que,
    cuando aquella familia quiso adoptarte, el Hogar no lo permitió.
    Siempre has dicho que podías haber tenido un hogar como los
    demás niños y que la señora Lippett te lo robó. ¿No estaría yo
    robando a Allegra el suyo? Para los muchachos es diferente,
    pueden ser educados para que se valgan por sí mismos; mas
    para una mujer, un hogar como éste es todo. Desde que Alle-
    gra llegó a nosotros, me ha parecido una niña como debió de
    ser la pequeña Judith. Tiene habilidad y espíritu. Debemos pro-
    porcionarle una oportunidad. Merece su parte de la belleza y
    placeres del mundo, habiéndola dotado la naturaleza de capa-
    cidad para apreciarlos. ¿Y en qué asilo se encuentra esto? Yo
    pensaba y pensaba, mientras el señor Bretland se paseaba im-
    paciente.
    -Mande llamar a esos muchachos y déjeme hablar con ellos
    -insistió Bretland-; si tienen una chispa de generosidad se ale-
    grarán de que me la lleve.
    Los mandé llamar con el corazón como una bola de plomo.
    Todavía echan de menos a su padre, y parece inicuo separar-
    los también de su querida hermana. Llegaron de la mano y se
    quedaron contemplando solemnemente, con los ojos muy
    abiertos, a aquel señor desconocido.
    -Vengan aquí, muchachos, tengo que hablar con ustedes -
    dijo cogiéndolos de la mano-. En mi casa no tenemos ningún
    niño y mi señora ha decidido venir aquí donde hay tantos que
    no tienen papás, y llevarnos una niña que sea nuestra. Tendrá
    una hermosa casa para vivir y muchos juguetes y será feliz to-
    da su vida; mucho más feliz de lo que pueda ser aquí. Ya sé yo
    que ustedes, se alegrarán cuando sepan que he elegido a su
    hermana.
    -¿Y no la volveremos a ver? –preguntó Clifford.
    -¡Oh, sí! Algunas veces.

    Clifford miró al señor Bretland y a mí y dos grandes lágrimas
    rodaron por sus mejillas. Se soltó de la mano de Bretland y se
    echó en mis brazos.
    -¡No se la dé, no se la dé! Dígale que se vaya.
    -Lléveselos a todos -supliqué yo.
    Pero es un hombre inflexible.
    -No he venido a llevarme todo el asilo –dijo brevemente.
    Don estaba sollozando por otro lado y en este momento en-
    tró el doctor con Allegra en brazos. Los presenté y expliqué el
    caso al doctor.
    Bretland quiso coger a Allegra y Mac Rae no la quiso soltar.
    -Imposible -dijo terminante-. La señorita Mac Bride le habrá
    dicho que una de las reglas de este asilo es no separar nunca
    una familia.
    -Hemos discutido ampliamente la cuestión y la señorita Mac
    Bride ha decidido ya -dijo J. F. B. secamente.
    -Debe estar equivocado -afirmó el doctor poniéndose cada
    vez más escocés, y volviéndose a mí, agregó-: No creo que us-
    ted haya tenido la intención de cometer una crueldad como és-
    ta.
    Y aquí renovaron el juicio de Salomón los dos hombres más
    testarudos que Dios haya puesto jamás sobre la tierra, dispu-
    tándose a la pequeña Allegra. Despaché a los tres pequeños y
    volví a la pelea. Disputamos fuerte y acaloradamente, hasta
    que el señor Bretland repitió mi frecuente pregunta de los últi-
    mos cinco meses: "¿Quién manda en este Hogar?, ¿la directo-
    ra o el médico?"
    Yo estaba furiosa con el doctor por colocarme en semejante
    situación delante de aquel hombre, pero no podía regañar con
    él en público.
    Tuve que decir a Bretland que no había que pensar en Alle-
    gra. Que pensase en Sofía.
    No; que lo colgasen si pensaba en Sofía ni en ninguna otra.
    Allegra o nadie. Esperaba que me daría cuenta de que con mi
    debilidad había arruinado el porvenir de la niña, y con este tiro
    final se dirigió a la puerta:

    -Señorita Mac Rae, doctor Mac Bride, buenas tardes -dijo, y
    con dos reverencias se marchó.
    Y en cuanto se cerró la puerta nos enfrentamos el doctor y
    yo. Él dijo que una persona que tuviese la más mínima huma-
    nidad, se avergonzaría de haber considerado por un momento
    la posibilidad de separar esta familia; y yo le acusé de querer
    conservar a la niña por la razón sencilla y egoísta de que no
    quería separarse de ella. (Y creo que es verdad.) Peleamos por
    nuestras atribuciones y se retiró con una tiesura y cortesía que
    dejaba en pañales a la de Bretland.
    Quedé como si me hubiera pasado una aplanadora por en-
    cima. Después vino Betsy y se puso furiosa porque había per-
    dido a la familia más escogida que en la vida habíamos descu-
    bierto.
    Este es el final de una semana de febril actividad; y las dos,
    Sofía y Allegra, están, al fin y al cabo, destinadas a ser niñas
    de institución. ¡Oh, querida! Separa a Mac Rae del personal y
    mándame en su lugar a un alemán, a un francés, a un chino si
    quieres, cualquier cosa menos un escocés.
    Tu fatigada amiga,
    Sallie.
    P. S. Apostaría a que Mac Rae está en este momento ocupado
    escribiendo también, pidiendo mi destitución. No pienso opo-
    nerme a ella. Estoy cansada de instituciones.
    Querido Gordon:
    Eres susceptible, irónico, amargado y peleador. ¿Por qué no
    puedo hablar escocés si me gusta? Desde luego el Hogar John
    Grier estará encantado de recibirte el jueves próximo, y no sólo
    por el burro, sino también por tu agradable presencia. Había
    pensado escribirte una carta de una milla de largo, pero ¿para
    qué, si te voy a ver tan pronto?
    S. Mac Bride.
     
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    clause Claudia

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    Gracias Anveri! saludos!! :beso:
     
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    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
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    Querida Judith:
    Todo está bien aquí, excepto un diente roto, una muñeca
    dislocada, una rodilla arañada y un orzuelo. Betsy y yo trata-
    mos bastante fríamente al doctor. Pero me molesta que él tam-
    bién nos hable con frialdad. Parece estar convencido de que la
    razón está de su parte. Se muestra científico e impersonal; cor-
    tés pero retraído.
    Sin embargo, en estos momentos el doctor no molesta. Re-
    cibiremos la visita de una persona mucho más fascinadora que
    Mac Rae. El Congreso descansa nuevamente y Gordon pasará
    dos días aquí.
    Encantada de saber que estás pensando en ser vecinas pa-
    ra el resto del verano. Hay varias casas espaciosas cerca del
    Hogar. Espero con ansias el mes de agosto y los tres meses
    contigo.
    Sallie.
    Jueves.
    Mí querido Enemigo:
    Soy muy indulgente invitándole a comer después de su ex-
    plosión de la semana pasada. Sin embargo, haga el favor de
    venir. ¿Recuerda usted aquel filántropo amigo, el señor
    Hallock, que nos envió maní, juguetes y otras cosas? Pues es-
    tará con nosotros esta noche.
    Cenamos a las siete. Suya afectísima,
    Sallie Mac Bride.
    Querido Enemigo:
    Debía usted haber nacido en aquellos días en que cada
    hombre habitaba una cueva y una montaña para él solo.
    S. Mac Bride.


    Viernes 6:30
    Querida Judith:
    Gordon está aquí, muy bien dispuesto hacia el Hogar. Ha
    comprendido que para llegar al corazón de una madre, hay que
    alabar a sus hijos y se pasa el tiempo alabando a mis ciento
    siete.
    Fuimos de compras esta tarde y me ayudó a escoger cintas
    para el pelo de un par de docenas de huérfanas. Eligió las de
    Sadie Kate personalmente: color naranja para una trenza y ver-
    de para la otra. Mientras estábamos en esto me di cuenta que
    la clienta vecina, aunque parecía ocupada en revolver lo que le
    ponían delante, no perdía ninguna de nuestras tonterías. Usaba
    un pintoresco sombrero con un velo de lunares, una boa de
    plumas, y una sombrilla. De pronto percibí en sus ojos una
    chispa maliciosa que me era familiar. Me saludó muy tiesa con
    clara desaprobación. Le devolví el saludo. ¡La señora Mac Gurk
    con su vestido de calle!
    La pobre señora sospecha que pretendo casarme con to-
    dos los solteros que encuentro. Al principio creyó que quería al
    doctor, y ahora, al verme con Gordon, me considera un mons-
    truo que los quiere a los dos.
    Adiós, se aproximan los huéspedes.
    (11:30 de la noche.)
    He dado una cena a Gordon, con Betsy, la señora Livermo-
    re y Witherspoon. Incluí al doctor, que renunció terminantemen-
    te porque no estaba para visitas. Nuestro Mac Rae no tolera
    que la cortesía altere la verdad.
    No cabe duda de que Gordon es el hombre más presentable
    que conozco. Es guapo, elegante, gracioso e ingenioso, y sus
    maneras son impecables... ¡Oh!, Sería un marido magnífico y
    decorativo. Aunque supongo que tú que vives con un marido no
    lo exhibes en cenas y tés.

    Esta noche ha estado excepcional. Betsy y la señora Liver-
    more se han enamorado de él, y yo también un poco. Nos en-
    tretuvo con un discurso genial, a propósito del bienestar de Ja-
    va. Es un problema encontrar un lugar donde acostar a ese
    mono, y Gordon nos probó con toda lógica, que puesto que el
    mono es un regalo de Juan y Juan es amigo de Percy, debe
    dormir con Percy.
    Gordon diserta con igual emoción sobre un mono y sobre el
    más grande de los héroes. Casi lloré cuando nos describió la
    soledad de Java contemplando la noche desde la bodega,
    mientras sus hermanos gozan de la selva tropical. Un hombre
    capaz de hablar así tiene un porvenir. Dentro de veinte años
    votaré por él para presidente. En resumen, nos reímos muchí-
    simo y por espacio de tres horas nos olvidamos de que ciento
    siete huérfanos dormían a nuestro alrededor. Los quiero mu-
    cho, pero me gusta librarme de ellos de cuando en cuando.
    Mis invitados se marcharon a las diez y ahora son las doce.
    Es tarde y dormiré para conservarme bella, especialmente aho-
    ra que tengo cerca un pretendiente elegible.
    Hasta mañana. Buenas noches.
    (Sábado.)
    Gordon ha pasado la mañana jugando con todos los niños y
    proyectando algunos regalos que enviará más tarde: tres ídolos
    indios de madera que añadirán atractivos a nuestro campamen-
    to; tres docenas de delantales color rosa, pues la directora está
    cansadísima del azul; una pareja de asnos y un carrito rojo...
    ¿No es una suerte que el padre de Gordon le entregara una do-
    te tan grande y que él sea tan caritativo? Ahora está comiendo
    con Percy en el hotel y, así lo espero, elucubrando nuevas
    ideas para el Hogar.
    No puedo negar que Gordon, con su exuberante optimismo
    y su espíritu juvenil, me alegra mucho, especialmente como
    contraste con un doctor que es demasiado doctor.
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Elegía

    Las cochinillas de humedad,
    las mariquitas de San Antón,
    también vagaba la lombriz
    y patinaba el caracol.

    Infancia mía en el jardín;

    ¡Reina de la jardinería!
    El garbanzo asomaba su nariz
    y el alpiste en la jaula se moría.

    Infancia mía en el jardín:

    La planta de los suspiros
    el aire la deshacía.


    Rafael Alberti
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    LLUVIA






    La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
    algo de soñolencia resignada y amable,
    una música humilde se despierta con ella
    que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

    Es un besar azul que recibe la Tierra,
    el mito primitivo que vuelve a realizarse.
    El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
    con una mansedumbre de atardecer constante.

    Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
    y nos unge de espíritu santo de los mares.
    La que derrama vida sobre las sementeras
    y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

    La nostalgia terrible de una vida perdida,
    el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
    o la ilusión inquieta de un mañana imposible
    con la inquietud cercana del color de la carne.

    El amor se despierta en el gris de su ritmo,
    nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
    pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
    al contemplar las gotas muertas en los cristales.

    Y son las gotas: ojos de infinito que miran
    al infinito blanco que les sirvió de madre.

    Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
    y le dejan divinas heridas de diamante.
    Son poetas del agua que han visto y que meditan
    lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

    ¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
    lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
    lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
    la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

    ¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
    almas de fuentes claras y humildes manantiales!
    Cuando sobre los campos desciendes lentamente
    las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

    El canto primitivo que dices al silencio
    y la historia sonora que cuentas al ramaje
    los comenta llorando mi corazón desierto
    en un negro y profundo pentagrama sin clave.

    Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
    tristeza resignada de cosa irrealizable,
    tengo en el horizonte un lucero encendido
    y el corazón me impide que corra a contemplarte.

    ¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
    y eres sobre el piano dulzura emocionante;
    das al alma las mismas nieblas y resonancias
    que pones en el alma dormida del paisaje!




    Federico García Lorca
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]

    (Domingo por la mañana.)
    Tengo que referirte el final de la visita de Gordon. Su inten-
    ción era marcharse a las cuatro, pero en un mal momento le
    pedí que se quedase hasta las nueve y media. Ayer por la tarde
    él, Singapore y yo dimos un largo paseo por el campo. Nos de-
    tuvimos para una ligera cena de jamón y huevos en un hotel del
    camino.
    El paseo y todo lo demás me pareció divertido y una varia-
    ción de la vida del Hogar. Hubieran bastado para tenerme con-
    tenta varias semanas, si algo altamente desagradable no
    hubiese acontecido después. Pasamos una tarde deliciosa y
    siento que se nos estropease. Volvimos en el tranvía y llega-
    mos al Hogar poco antes de las nueve, con tiempo justo para
    alcanzar el tren; así es que en lugar de invitarle a entrar, le de-
    seé buen viaje en la puerta.
    Un automóvil estaba parado a la sombra de la casa; lo re-
    conocí y pensé que el doctor estaría conversando con Withers-
    poon (pasan con frecuencia las tardes, juntos en el laboratorio)
    En el momento de partir, Gordon tuvo la mala idea de pe-
    dirme que dejara la dirección del Hogar y me hiciera cargo del
    manejo de una casa particular. ¿Conoces a alguien parecido a
    este hombre? Había tenido toda la tarde y millas de prados de-
    siertos para discutir la cuestión y fue a elegir el umbral de la
    puerta.
    No sé lo que dije; traté de distraerlo y de apresurarlo, pero él
    insistió en que le respondiera de inmediato. Yo sabía que iba a
    perder el tren y que todas las ventanas de la institución estaban
    abiertas. Un hombre no se da jamás cuenta de que lo pueden
    oír; es siempre la mujer la que piensa en estas cosas. Nerviosa
    y deseando librarme de él, supongo que me porté brusca y falta
    de tacto. Empezó a enfadarse y por una desdichada casuali-
    dad, sus ojos cayeron sobre el automóvil, lo reconoció también
    y empezó a burlarse despiadadamente del doctor, diciendo una
    serie de cosas desagradables.

    Le aseguré formalmente que no me preocupaba del doctor
    lo más mínimo y que me parecía un hombre ridículo e imposi-
    ble. De repente el doctor salió del auto y se dirigió a nosotros.
    Hubiera querido poderme evaporar en aquel momento. Mac
    Rae estaba claramente enfadado y ya podía estarlo después
    de las cosas que había oído, pero asimismo frío y correcto.
    Gordon, acalorado y furioso por cosas imaginarias. Yo, asusta-
    da de esta discusión perfectamente estúpida, que había surgi-
    do de nada. El doctor se excusó con urbanidad por haber oído
    sin querer y volviéndose a Gordon, lo invitó rígidamente a subir
    en su automóvil para ir a la estación.
    Le supliqué que no fuese. No quería ser la causa de una
    querella entre los dos, pero sin hacerme el menor caso, toma-
    ron el automóvil y se fueron dejándome en la puerta.
    Entré y me acosté; estuve horas, despierta, esperando al-
    guna explosión. Son las once y el doctor no ha aparecido. Yo
    no sé qué cara voy a ponerle cuando aparezca. Creo que me
    esconderé en el ropero.
    ¡Qué situación tan tonta! Supongo que habrá reñido con
    Gordon y no sé por qué; y claro que mis relaciones con el doc-
    tor van a ser muy difíciles. Dije de él cosas horribles, ya sabes
    mi manera de decir tonterías que no siento lo más mínimo.
    Quisiera estar todavía en ayer a estas horas; haría que Gor-
    don se marchase a las cuatro.
    Sallie.
    Domingo por la tarde.
    Querido doctor Mac Rae:
    Lo de anoche fue una espantosa tontería. Usted ya debe
    conocerme bastante para saber que nunca siento las tonterías
    que digo. Mi lengua no tiene la más pequeña conexión con mi
    cerebro; funciona sola, con absoluta independencia. Debo pa-
    recerle a usted muy ingrata después de la ayuda que usted me
    ha prestado en este trabajo, al que no estaba acostumbrada, y
    con la paciencia que (algunas veces) ha demostrado. Me doy
    cuenta de que sin su ayuda nunca podría haber dirigido este

    Hogar, aunque más de una vez, como usted mismo reconoce-
    rá, ha sido usted impaciente, difícil y brusco, sin que yo haya
    protestado nunca.
    Anoche no sentía ninguna de las cosas horribles que dije de
    usted. Haga el favor de perdonar mi rudeza. Me llevaría un dis-
    gusto tremendo si perdiese su amistad. Pero quedamos amigos
    ¿no es verdad? Quiero creerlo así.
    Sallie Mac Bride.
    Querida Judith:
    No sé si el doctor y yo hemos hecho las paces.
    Le envié una atenta nota pidiéndole que me excusara, pero
    después sólo ha habido un silencio abismal. No se ha acercado
    a nosotros hasta esta tarde, y no se ha referido a nuestro des-
    graciado contratiempo de ayer, ni con el más ligero pestañeo.
    Hemos hablado exclusivamente de una pomada para el ecze-
    ma de una niña. Luego, estando presente Sadie Kate, la con-
    versación recayó sobre los gatos. Parece que la gata de angora
    del doctor tiene cuatro gatitos y Sadie Kate no estará tranquila
    hasta que los haya visto. Antes de darme cuenta de lo que
    hacía, me encontré comprometiéndome a llevarla mañana a las
    cuatro de la tarde a ver esos miserables gatitos.
    Después, con un indiferente saludo, el doctor se marchó y
    aparentemente éste es el final.
    He recibido tu nota del domingo y me encanta la noticia de
    que hayas alquilado la casa. ¡Qué delicia tenerte de vecina tan-
    to tiempo! Nuestras reformas marcharán viento en popa contigo
    y con el presidente tan cerca. Pero debías venir antes del siete
    de agosto. ¿Estás segura de que el aire de la ciudad te sienta
    bien? No he conocido jamás una esposa tan devota de su ma-
    rido.
    Mis respetos al presidente.
    Sallie.
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    DÍA

    Para hacer un día tan lleno de raíces
    bastó un árbol.
    Para empaparlo en miel dorada y embriagante
    bastó una abeja.
    Vengo acumulando piedras por si acaso
    falta una en la construcción de la torre,
    vengo guardando cántaros para cuando
    logre derramarse el líquido.
    Para hacer un vuelo de nidos viajeros
    hoy basta un solo pájaro,
    para fabricar un pez
    hoy basta el agua.
    Gran día de edificios y de montaje de puentes,
    de fecundo mugir de vacas
    y señales de lluvia.
    Día moreno y brillante que me recuerda
    mi obligación de cantar.


    Joaquín Pasos
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    22 de julio.
    Querida Judith:

    Haz el favor de leer esta carta con atención. A las cuatro lle-
    vé a Sadie Kate a casa del doctor para que viera los gatos. Pe-
    ro Freddy Howland se había caído de una escalera veinte mi-
    nutos antes y el doctor estaba en casa de Howland ocupado
    con el cráneo de Freddy. Dejó recado de que le esperásemos,
    que no tardaría en volver.
    La señora Mac Gurk nos llevó a la biblioteca y luego, para
    no dejarnos solas, se introdujo ella misma con el pretexto de
    limpiar los dorados. No sé qué creería que íbamos a hacer.
    Llevarnos el pelícano, quizás.
    Me puse a leer las últimas noticias de la China en un perió-
    dico y Sadie Kate empezó a curiosear por todas partes.
    Me encerré en mi lectura, y dejé que la señora Mac Gurk se
    las entendiese con Sadie Kate. Después de muchas vueltas por
    la habitación, topó con el retrato de una niña de rara belleza y
    de un extraño parecido a nuestra pequeña Allegra, que hay en
    un marco de cuero, encima del escritorio del doctor. La fotogra-
    fía podría ser el retrato de Allegra con cinco años más. Yo lo
    había notado la noche que cenamos con el doctor y pensé pre-
    guntarle si era alguna de sus pequeñas pacientes. Afortunada-
    mente no lo hice.
    -¿Quién es? -preguntó Sadie.
    -La hijita del doctor.
    -¿Y dónde está?
    -Muy lejos, con su abuelita.
    -¿Y de dónde la ha sacado el doctor?
    -Su esposa se la dio.
    -¿Su espos a? -exclamé yo, emergiendo como un relámpago
    desde mi periódico.
    Me enfurecí conmigo misma por mi exclamación, pero esta-
    ba atónita.
    -¿No le ha hablado nunca de su señora? -continuó la señora
    Mac Gurt, de pronto muy comunicativa-. Se volvió loca hace
    seis años y llegó a ser peligroso tenerla en casa. El doctor tuvo
    que internarla en una clínica. No he visto nunca una señora
    más hermosa que ella. No sé cómo el doctor no se murió de


    tristeza. Un año entero estuvo sin siquiera sonreír. Es curioso
    que siendo tan amigos, no le haya dicho nunca nada.
    -Naturalmente, es una cosa de la que no le gustará mucho
    hablar -dije yo secamente y le pregunté a continuación con qué
    limpiaba los dorados.
    Sadie Kate y yo fuimos solas a ver los gatos y, felizmente,
    nos marchamos antes de que el doctor regresase.
    Pero, ¿qué significa esto? ¿No sabía Jervis que fuera casa-
    do? Es lo más raro que me ha pasado en la vida. Creo, como
    dice la señora Mac Gurk, que él podía haber dicho que tenía a
    su esposa en un manicomio.
    Debe de ser una tragedia terrible y supongo que no se atre-
    verá ni a hablar de ello. Ahora veo por qué le interesan tanto
    los locos y la herencia. Seguramente tiene miedo por su hija.
    Cuando pienso en todas las bromas que le he gastado sobre el
    particular, me espanto, pensando en cómo lo habré herido y me
    enfado conmigo y con él.
    No quisiera volverle a ver más. ¡En qué embrollo nos esta-
    mos metiendo!
    Tuya,
    Sallie.
    P. S. Tom empujó a Mamie. La niña cayó en la artesa con cal.
    Se ha quemado y tuve que llamar al doctor.
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    VISIÓN

    Se sueña, se presiente, se adivina,
    estremécese el labio y no la nombra;
    el alba la ve huir de la colina
    velada entre los pliegues de la sombra.

    Espira el melancólico perfume
    de la rosa en un féretro olvidada;
    se deshace en incienso, se consume
    a la rápida luz de una mirada.

    Hermana de la tarde, pensativa
    en el fondo del valle resplandece;
    un instante deslumbra, y fugitiva
    en el pálido azul se desvanece.



    Rafael Obligado
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]

    24 de julio.
    Querida Judith:
    Tengo que comunicarte un terrible escándalo de la directora
    del Hogar John Grier. No permitas que lo publiquen los periódi-
    cos. Te contaré todos los detalles antes de que me despidas
    por cruel.
    Estaba sentada al sol al lado de mi ventana abierta, leyendo
    un libro sobre educación, cuando me llamó la atención un gru-
    po de muchachos que estaban justo bajo la ventana.
    -¡Ah, John, no le hagas daño!
    -¡Suéltalo!

    -¡Mátalo de una vez!
    Y sobre estas voces se elevaba el chillido angustioso de un
    animal en la agonía. Arrojé el libro y corrí escaleras abajo. Los
    niños se separaron sorprendidos y pude ver a Johnie Cobden
    torturando a un ratón. Te ahorraré los detalles. Ordené a uno
    de los muchachos que lo matara de una vez. Cogí a John por el
    cuello y lo arrastré a la cocina. Es un muchacho de trece años,
    grande y fuerte, que se defendía como un pequeño tigre, pa-
    teando y agarrándose a las puertas. Ordinariamente, dudo que
    hubiera podido dominarlo, pero la sangre irlandesa que tengo
    se me subió toda a la cabeza y luché como una loca.
    Llegamos a la cocina, donde mis ojos cayeron sobre una
    espumadera, con la que pegué al chico con toda mi fuerza,
    hasta que me pidió clemencia.
    El doctor Mac Rae irrumpió en medio de esta explosión, pá-
    lido de asombro. Me quitó la espumadera y levantó a Johnnie,
    que se guareció detrás de él. Yo estaba tan nerviosa que no
    podía hablar.
    -Venga, vamos a llevarle al despacho –dijo únicamente el
    doctor. Y al despacho nos dirigimos, Johnnie apartándose de
    mí todo lo que podía y cojeando marcadamente. Lo dejamos en
    la oficina y entramos en la biblioteca, cerrando la puerta.
    -¿Qué diablos ha podido hacer el muchacho? -preguntó.
    Apoyé la cabeza en la mesa y empecé a llorar; estaba ex-
    hausta física y moralmente. Había necesitado toda la fuerza
    que poseo para hacer eficaz la espumadera.
    Le conté sollozando todos los sangrientos detalles y me dijo
    que no pensase más en ello; el ratón ya estaba muerto. Me
    hizo beber un poco de agua y me dijo que llorase hasta que me
    cansase, que me sentiría bien. Estaba en su mejor forma pro-
    fesional. Lo he visto administrar el mismo tratamiento una do-
    cena de veces a huérfanas nerviosas. ¡Y ésta era la primera
    vez que nos hablábamos en una semana!
    Tan pronto como pude sentarme bien y sonreír, aunque lim-
    piándome algunas veces los ojos con un pañuelo, empezamos
    a revisar el caso de Johnnie. El chico tiene una herencia mórbi-

    da y puede no ser completamente normal, dice Mac Rae. De-
    bemos tratar este hecho como cualquier otra enfermedad. Aun
    los niños normales son crueles con frecuencia; el sentido moral
    no está desarrollado a los trece años.
    Luego me indicó que me lavase los ojos con agua caliente y
    llamamos a Johnnie. Estuvo en pie durante toda la entrevista y
    el doctor le habló. ¡Oh, qué sensible, cariñoso y humano estu-
    vo! John pretextó que los ratones son una plaga y que hay que
    exterminarlos. El doctor replicó que el bienestar de la raza
    humana demandaba el sacrificio de muchos animales por ne-
    cesidad, no por venganza; sin martirizarlos. Le explicó que era
    una cobardía maltratarlos con crueldad y que tratase de mirar
    la cosa desde otro punto de vista, aunque fuera el punto de vis-
    ta de un ratón.
    Johnnie se retiró arrepentido, y el doctor dirigió hacia mí su
    atención profesional. Dijo que estaba cansada y que necesitaba
    un cambio. ¿Por qué no pasar una temporada con mi familia.
    Él, Betsy y el señor Witherspoon se constituirían en una junta
    para dirigir el Hogar.
    Esto es exactamente lo que yo estaba deseando hacer. Ne-
    cesito un cambio de ideas y de aires. Mi familia abrió la casa de
    campo la semana pasada y está muy mal que no les acompa-
    ñe. No comprenden que cuando una acepta un cargo como és-
    te, no lo puede dejar cuando tenga ganas. Pero por unos pocos
    días se puede arreglar fácilmente. El Hogar tiene cuerda para
    ocho días, y marchará perfectamente por una semana. Cuando
    vuelva, estaré tranquila y sosegada para cuando tú vengas, sin
    fantasías erráticas en la cabeza.
    Mientras, John está en un feliz estado de cuerpo y alma, y
    sospecho que las máximas de Mac Rae tuvieron más fuerza
    por haber ido precedidas de mi espumadera. Mañana empiezo
    mi viaje, después de haberme preparado el camino con cinco
    telegramas. ¡No puedes ni soñar cuánto deseo ser una joven
    alegre y descuidada otra vez! Remar en el lago, correr por los
    bosques y bailar en el club. Pasé la noche en un estado de deli-

    rio con estos pensamientos. No me había dado cuenta de lo
    mortalmente cansada que estoy de este escenario.
    Volveré con nuevas energías dispuesta a recibirte a ti y a
    pasar un verano de actividad.
    Tuya,
    Sallie.
    P. S. Juan y Gordon estarán los dos allí. ¡Cuánto me gustaría
    que estuvieses tú también! Un marido es una incomodidad
    .
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
    Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
    Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
    De mí murmuran y exclaman:
    —Ahí va la loca soñando
    Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
    Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
    Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

    —Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
    Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
    Con la eterna primavera de la vida que se apaga
    Y la perenne frescura de los campos y las almas,
    Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

    Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
    Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?


    Rosalía de Castro, 1808
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    Casa Mac Bride. 29 de julio.
    Querida Judith:
    Esta es para decirte que las montañas son más altas que
    antes, los bosques más verdes y el lago más azul.
    La gente tarda en venir este año; sólo están los Harriman en
    este lado del lago. El club no está muy bien surtido de jóvenes
    que bailen, pero tenemos de huésped en casa un encantador
    político que gusta de bailar y no me molesta la escasez gene-
    ral.
    Los asuntos de la nación y el cuidado de los huérfanos que-
    dan relegados a segundo término mientras remamos en este
    delicioso lago. Tengo muy pocas ganas de que llegue el próxi-
    mo lunes.
    Lo malo de las vacaciones es que cuando empieza uno a
    divertirse, ya está triste pensando en que el final se aproxima.
    Adiós,
    Sallie.
    3 de agosto.
    Querida Judith:
    Ya estoy de vuelta, dispuesta a cargar con el peso de la
    nueva generación. Al entrar, lo primero que vi fue a John Cob-


    den con una insignia en la que había las letras S. P. A. borda-
    das en oro. Durante mi ausencia, el doctor ha constituido una
    rama local de la Sociedad Protectora de Animales y Johnnie es
    el presidente. Y consciente de sus funciones, ayer detuvo a los
    obreros que trabajaban en los cimientos de la nueva casa del
    jardinero y los regañó severamente por pegar a los caballos
    cuando suben la cuesta. A mí, es a la única que le parecen
    graciosas estas cosas.
    Tengo una porción de noticias; pero como vas a venir dentro
    de cuatro días, ¿para qué escribir? Prepárate para recibir una
    sorpresa al final de esta carta: ¡Tendrías que oír a Sadie Kate
    gritar!
    Jane le está cortando el cabello. En lugar de llevar dos tren-
    zas, nuestras huérfanas en el futuro lucirán una graciosa mele-
    na.
    ¡Y los nuevos vestidos! Espero con impaciencia el momento
    en que los veas. ¡Tendrías que haber visto sus ojos cuando se
    les repartieron los tres nuevos vestidos!
    Sadie Kate sigue chillando por sus trenzas.
    No se me ocurre escribir nada más que mi gran noticia; ahí
    va: han pedido mi mano, que ha sido concedida.
    Mi cariño para los dos.
    Sallie.
    Hogar John Grier. 15 de noviembre.
    Querida Judith:
    Betsy y yo acabamos de volver de dar una vuelta en nuestro
    flamante automóvil. Indudablemente es un nuevo placer añadi-
    do a la vida del Hogar. El coche, por su propio acuerdo, siguió
    el camino de tu casa y se paró en la puerta. Las ventanas ce-
    rradas con las persianas bajas. Todo se veía triste. No se pare-
    cía en nada a la hospitalaria casa que me recibía tan bien todas
    las tardes. ¡Qué lástima que se haya acabado el verano!
    Decididamente, voy a retrasar la boda otros seis meses,
    aunque temo que el pobre Gordon va a armar un escándalo


    tremendo. No es que vacile, pero necesito más tiempo para
    pensar y marzo está más cerca cada día. Yo sé que es muy de-
    licado hacer esto. Todo el mundo, hombre o mujer, es mejor
    cuando está bien casado; pero, ¡Oh querida!, Odio los trastor-
    nos y éste va a ser un trastorno inmenso. Algunas veces, cuan-
    do al acabar el trabajo del día estoy cansada, no me siento con
    ánimo para pensar.
    Y ahora especialmente, que ustedes han comprado la casa
    y que piensan pasar aquí los veranos, siento tener que mar-
    charme. El próximo año, cuando esté lejos, voy a sentir la nos-
    talgia de estos atareados días, pensando en John Grier y en ti,
    y en Betsy y en Percy y en nuestro gruñón escocés, trabajando
    alegremente sin mí. ¡Qué podrá consolar a una madre de la
    pérdida de ciento siete hijos!
    Hace tres días que el doctor estuvo a tomar el té, casi en su
    amistosa forma de antes, pero se ha convertido otra vez en el
    mismo hombre de granito que conocimos todo el verano. He
    renunciado a animarle; creo que cualquiera estaría abatido con
    una esposa en un manicomio. Es horrible tener en el pensa-
    miento una sombra como esa y no dejarla salir. Creo que debe-
    ría hablar de su drama.
    Ya sé que esta carta no contiene una palabra de las noticias
    que a ti te interesan. Pero en este triste y húmedo crepúsculo
    de noviembre, me encuentro de muy mal humor. Tengo un
    miedo horrible a volverme una persona vehemente. ¡Dios sabe
    que Gordon dispone de toda la vehemencia que una familia ne-
    cesita! No sé dónde iremos a parar si no conservo mi impasible
    y alegre natural.
    ¿De verdad te has decidido a marcharte hacia el sur con
    Jervis? Me hago cargo (hasta un limitado grado) de tu deseo de
    acompañar a tu marido, pero me parece un poco atrevido llevar
    a una niña tan pequeña como la tuya a los trópicos.
    Mis niños están jugando en el piso de abajo, a la gallina cie-
    ga. Voy divertirme un poco con ellos y a tratar de ponerme de
    mejor humor antes de volver a coger la pluma.
    Sallie.


    P. S. Estas noches de noviembre son bastante frías y debemos
    trasladar el campamento al interior. Nuestros indios son en la
    actualidad unos rollizos jóvenes salvajes, con un doble surtido
    de frazadas. Me desagrada tener que deshacer el campamen-
    to, que ha sido tan bueno para los niños.