Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    PUENTE


    ¿Lejos?

    Hay un arco tendido
    que hace viajar la flecha
    de tu voz.

    ¿Alto?

    Hay un ala que rema
    recta, hacia el sol.
    De polo a polo a una
    secreta información.

    ¿Qué más?

    Estar alerta
    para el duro remar;
    y toda el alma abierta
    de par en par.



    Nicolás Guillén
     
  2. clause

    clause Claudia

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    El hombre es una perpetua víspera. Es lo que es, pero también lo que todavía no es. Vive inclinado hacia el futuro. Vive deseando y es él mismo su deseo.
    El hombre se va a morir, pero tiene apetito de eternidad. El hombre es mortal y es esa tragedia la que lo hace libre, la que lo convierte en constante posibilidad. Posibilidad de caída o de salvación. El hombre se va a morir y por eso ama, y por eso escribe poemas.


    Y tal vez el poetizar no sea más que un juicio sobre el carácter mortal del hombre. La poesía revela nuestra condición fundamental y esa condición es trágica.

    Sin embargo, no debe pensarse que la poesía es una experiencia que luego va a ser traducida en palabras adecuadas. En verdad, las palabras mismas son la experiencia. La poesía es nombrar lo que no existía. Y ahora va a existir sólo por haber sido nombrado.

    La charla de hoy se refiere a algunos aspectos de la experiencia poética, particularmente a la inspiración. Muchos artistas sienten que en el momento de la expresión alguien les canta en el oído. Oyen voces intrusas que dictan palabras inesperadas. O mejor todavía, sienten que una fuerza que les es exterior, los impulsa a cumplir con los misteriosos trabajos del arte. Algunos llaman a estas fuerzas la musa, la diosa, el espíritu, el genio. Otros hablan de razonamiento, asociaciones de la inteligencia, casualidad, circunstancias sociales o inconsciente. Nuestro propósito es examinar estos asuntos y si tenemos suerte descubrir unas relaciones, unos modestos puentes, entre el amor, la musa y la muerte.

    Para los antiguos, el artista era apenas un instrumento de la diosa. La inteligencia, la destreza, el rigor de los aprendizajes, de poco servían sin la intervención de las musas. Por eso al comienzo de cada canto pedían explícitamente una ayuda sobrenatural invocando a la diosa:
    canta diosa,
    la venganza fatal
    de Aquiles de Peleo.

    Conforme al mito griego, las musas son hijas de Zeus y de Mnemosine, es decir, la memoria. (anoten este dato porque es una clave).
    Zeus se unió a ella en Pieria durante nueve noches seguidas. Al cabo de un año, Mnemosine dio a luz a sus nueve hijas. Las musas son las cantoras divinas, cuyos coros e himnos deleitan a los dioses. Pero, principalmente, presiden el pensamiento en todas sus formas. Ellas dictan a los reyes palabras convincentes para aplacar las riñas y restablecer la paz y, por supuesto, inspiran a los poetas y les señalan los procedimientos artísticos más adecuados.

    Desde la época clásica, se impone la cifra de nueve, admitiéndose generalmente la lista que sigue: Calíope, la primera de todas, en dignidad. Y después: Clío, Polimnia, Euterpe, Terpsícore, Erato, Melpómene, Talía y Urania.
    Paulatinamente a cada una se le fue asignando una función determinada. A Calíope se le atribuye la poesía épica; a Clío, la historia; a Polimnia, la pantomima; a Euterpe, la flauta; a Terpsícore, la poesía ligera y la danza; a Erato, la lírica coral; a Melpómene, la tragedia; a Talía, la comedia; a Urania, la astronomía.

    Las musas no tienen ciclo legendario propio. Son únicamente personificación de conceptos abstractos. Sin embargo, una investigación personal me permite contar hoy los siguientes datos, que deben ser tomados como chismes de conventillo.


    1) Viven en el monte Helicón, aunque algunos dicen que Apolo las trasladó luego a Delfos. En el Helicón, el caballo Pegaso, aquel tordillo que volaba, creó la fuente de Hipocrene golpeando su casco en la tierra. Alrededor de esa fuente cantaban las musas y se dice que aquellas aguas facilitaban la inspiración poética.




    2) Cuando chicas, tuvieron una nodriza, llamada Eufeme. Esta nodriza tenía un hijo, que era un centauro llamado Croto, que se crió junto a las musas. Cazaba y vivía familiarmente con sus hermanas de leche; y para mostrarles su admiración inventó los aplausos.

    3) En la vecindad vivían las Cárites, también conocidas como las tres gracias, que son divinidades de la belleza que desparraman alegría. Forman coros con las musas y son tres muchachas desnudas que ejercen toda clase de influencias sobre los trabajos del espíritu y las obras de arte.

    4) En el mismo barrio del Helicón vive el genio Hímero, que es la personificación del deseo amoroso.

    5) Se sabe que las musas asistieron a la boda de Cadmo y Harmonía y a la de Peleo y Tetis.

    6) Fueron jurado en el duelo entre Marcias y Apolo.

    7) Se dice que Calíope fue en realidad la madre de Orfeo. En cualquier caso, las musas enterraron a Orfeo en Lebietra, donde los ruiseñores cantan mejor que en ningún lugar del mundo.

    :icon_cool: Apolo tuvo aventuras con Talía, con quien engendró a los Coribantes, unos demonios del cortejo de Dionisio. Urania también anduvo con el dios.

    9) Son las verdaderas autoras del famoso enigma de la fuente de Tebas.

    10) Compitieron con las sirenas y las derrotaron. Fue allí donde las sirenas perdieron sus alas: las musas se hicieron coronas con las plumas.

    11) También compitieron con el músico Támiris, que había pedido en caso de resultar vencedor, unirse sucesivamente a todas ellas. Las musas lo derrotaron y para castigarlo le quitaron primero la vista, después el canto y por fin le hicieron olvidar el arte de pulsar las cuerdas.

    12) Pero la competencia más ardua fue contra las Piérides, que también eran nueve doncellas cantoras. Una vez vencidas, las musas las transformaron en aves para castigarlas. Según se dice, el propio monte Helicón, al oír el canto de las musas, arrebatado de placer, se levantó hasta el cielo, hasta que por orden de Posidón, Pegaso puso fin a este crecimiento golpeando su casco en la cumbre.

    13) Algunos dicen que las musas eran sólo tres y que esta tríada correspondía a la diosa trípode de la Europa matriarcal, la diosa que simbolizaba a la mujer en sus tres fases: la virgen, la madre, la hechicera. (Y anoten esta segunda clave).

    En el ocaso del paganismo y en la antigua poesía cristiana, el rechazo de la musa se convirtió en un tópico poético. Empiezan a aparecer intentos de encontrarle sustituto. Juvenco, el más antiguo de los poetas épicos cristianos, pide ayuda al Espíritu Santo y le ruega que lo rocíe con las aguas del Jordán, las cuales vienen a sustituir aquí a las fuentes de las musas. Tibulo, la sustituye por la invocación a un amigo, Propercio invoca a su amada, Ovidio llama a su musa Jocosa y ya en época de los césares, la invocación del emperador llegó a suplantar la invocación de las musas, como ocurre por primera vez en Virgilio.
    (Charla de Alejandro Dolina)
    Continua...
     
  3. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]


    20 de noviembre
    Querida Judith:
    Tu maternal solicitud está muy bien; no me hagas caso.
    Desde luego no ofrece el menor peligro el traslado de Judith
    hija a los países que baña el mar Caribe. Y tu casa sombreada
    por las palmeras, refrescada por la brisa del mar y con un doc-
    tor inglés enfrente, me parece perfecta para criar niños.
    Mis objeciones eran todas debidas al egoísta pensamiento
    de que el Hogar John Grier y yo vamos a estar muy solos sin
    ustedes este invierno. Debe ser fascinante tener un marido que
    se mete en tan pintorescas empresas como ferrocarriles tropi-
    cales y plantaciones de caucho y de caoba. Quisiera que Gor-
    don se decidiese a vivir en esos pintorescos países. Esperaría
    con más ansiedad mis posibilidades románticas del futuro.
    Washington me parece una vulgaridad comparado con Hondu-
    ras, Nicaragua y las islas del Caribe.
    Iré a despedirme de ustedes.
    Sallie.
    24 de noviembre.
    Querido Gordon:
    Judith ha vuelto a Nueva York y se marcha a Honduras la
    semana que viene, y piensa quedarse allí mientras Jervis surca
    aquellos mares en sus nuevas aventuras. ¿No podrías tú dedi-
    carte al comercio en el océano Índico? Creo que dejaría con
    más gusto el Hogar si me ofrecieras algo aventurero y románti-
    co. Piensa qué guapo te verías vestido de blanco. Creo que es-

    taría siempre enamorada de un hombre que se vistiese de
    blanco.
    No puedes imaginarte cuánto echo de menos a Judith. Su
    ausencia deja un horrible vacío en mis tardes. ¿No podrías ve-
    nir a pasar los domingos? Creo que eso me animaría. Te diré
    que te quiero mucho más cuando te tengo delante de mis ojos
    que cuando pienso en ti a distancia. Ahora, hace mucho que no
    te veo, así es que haz el favor de venir a embrujarme de nuevo.
    Sallie.
    2 de diciembre.
    Querida Judith:
    ¿Te acuerdas que en el colegio, cuando hacíamos planes
    para el futuro, pensábamos siempre en el sur? ¡Y tú estás cos-
    teando esas islas tropicales! ¿Has visto algo más maravilloso
    que subir a la cubierta en la mañana temprano y encontrarse
    con el agua tan azul, las palmeras tan verdes y la playa tan
    blanca? Recuerdo muy bien que la primera vez desperté en
    ese sitio. Nada me ha impresionado tanto como las extrañas
    vistas, olores y sabores de esas tres cálidas semanas de hace
    siete años. Y desde entonces he deseado volver.
    Después de verte partir, me volví a Nueva York sedienta de
    aventuras. Yo también quisiera estar iniciando mis viajes, con
    un sombrero azul y un vestido azul y un ramo de violetas en la
    mano. Hubiera dicho alegremente adiós al pobre Gordon a
    cambio de todo el mundo para recorrer. Supongo que pensarás
    que Gordon y el mundo no son completamente incompatibles,
    pero yo no puedo adoptar tu punto de vista sobre los maridos.
    Yo veo el matrimonio como deben de verlo los hombres. Una
    tranquila institución de trabajo cotidiano, que limita la libertad.
    Al casarse para siempre, la vida pierde su sabor de aventura.
    Ya no hay sorpresas a la vuelta de la esquina.
    La verdad es que un hombre no parece bastante para mí.
    Creo que he sido demasiado coqueta en mi juventud y que no
    va a ser fácil para mí sentar cabeza. Pero ya estoy divagando.


    Cuando te vi partir sentí una sensación horrible de vacío.
    Después de esos tres meses juntas, me parece un trabajo for-
    midable escribirte mis inquietudes y enviarlas a los límites del
    continente. En Nueva York me dirigí a un almacén a hacer al-
    gunas compras, y cuando entraba por la puerta giratoria vi a
    Helen Brooks mirando en la otra dirección. Nos costó bastante
    trabajo encontrarnos y pensé que estaríamos dando vueltas
    hasta el día del juicio. Cuando por fin conseguimos reunimos,
    ella me ayudó amablemente a comprar quince docenas de pa-
    res de medias, cincuenta gorras y camisetas y doscientas ena-
    guas; después nos fuimos juntas a la Calle 52, donde comimos
    en el Club de Mujeres de la Universidad.
    Siempre he querido a Helen; no es espectacular, sino tran-
    quila y de confianza. No se me olvidará nunca cómo, después
    de los disparates de Mildred, se encargó de aquella junta de
    espectáculos y la organizó. ¿Cómo se portaría aquí como su-
    cesora mía? El pensamiento de una sucesora me llena de ce-
    los, pero no tengo más remedio que conformarme.
    -¿Has visto a Judith Abbott? -fue la primera pregunta de
    Helen.
    -Hace un cuarto de hora me separé de ella. Iba camino de
    las Antillas, con un marido, una hija, una doncella, un criado y
    un perrito.
    -¿Cómo es su marido?
    -Encantador.
    -¿Y está aún enamorada de él?
    -Nunca he visto un matrimonio más feliz.
    Me pareció que Helen estaba un poco triste y me acordé de
    repente de ciertos chismes que Marty Keene contó este verano,
    por lo que cambié de tema y le hablé de los huérfanos. Pero
    después me contó ella toda la historia de una manera imperso-
    nal y desapasionada, como si discutiese los caracteres de una
    novela. Ha estado viviendo sola en la ciudad sin ver a nadie y
    parecía deprimida y con ganas de hablar. La pobre Helen pare-
    ce que ha cometido una terrible equivocación en su vida. No
    conozco a nadie que haya pasado por tantas cosas en tan cor-

    to tiempo. Desde que salió de la Universidad, se ha casado, ha
    tenido una niña y la ha perdido; se ha divorciado, regañado con
    su familia y venido a Nueva York a ganarse la vida. Está en una
    casa editorial.
    Desde el punto de vista vulgar, no ha tenido razón en su di-
    vorcio. El matrimonio, sencillamente no se entendía. No eran
    amigos. Y, sin embargo, se casaron. Es espantoso cómo se
    ciegan las personas. Cuando salió del colegio estaba impacien-
    te por casarse y Henry se presentó. Era perfecto en todo senti-
    do: buena familia, buena moral, buena posición, bien parecido.
    Helen estaba enamorada de él. Celebró una brillante boda;
    montones de vestidos y de toallas bordadas. Todo parecía pro-
    picio. Pero cuando empezaron a conocerse, se encontraron
    con que eran absolutamente distintos. Él era muy sociable y
    ella no. Pronto se dieron cuenta de que se molestaban y se irri-
    taban el uno al otro. El orden de ella lo impacientaba, y el des-
    orden de él la volvía loca. Ella pasaba un día ordenando y él,
    en cinco minutos, lo convertía todo en un caos. Él dejaba todo
    tirado de cualquier manera, para que ella lo recogiese. Ella por
    su parte, y así lo reconoce, se puso desdeñosa e irritante; llegó
    al punto de que le criticaba todo lo que hacía.
    Supongo que la mayoría de las personas a la antigua, pen-
    sarán que es disparate romper el matrimonio por triviales moti-
    vos. Yo pensaba lo mismo, pero cuando ella me contó cómo
    aquellos detalles se convirtieron en una montaña, me di cuenta
    que era imposible para Helen tratar de seguir adelante. Así,
    una mañana, cuando surgió la discusión sobre dónde pasarían
    el verano, ella dijo que iría al Oeste para conseguir el divorcio,
    y por primera vez en su matrimonio estuvieron los dos de
    acuerdo.
    Te puedes imaginar la indignación de su familia; pero, senci-
    llamente, ellos no se avenían.
    (Sábado por la mañana.)
    Quería haberte mandado esta carta hace dos días, pero
    aunque tengo escrito volúmenes, no he mandado nada.

    Acabamos de pasar una de esas miserables y engañadoras
    noches, frías y húmedas cuando una se acuesta, y cálidas
    cuando se despierta en la oscuridad, bajo una montaña de
    mantas. Cuando me había librado de las que me sobraban, me
    acordé de los catorce bebés, cuya vigilante nocturna duerme
    toda la noche como un topo. Me levanté para arreglarles la ro-
    pa y terminé despierta del todo y para toda la noche. No suelo
    pasar con frecuencia una noche en blanco, pero cuando la pa-
    so arreglo todos los problemas del mundo.
    Empecé a pensar en Helen Brooks y planeé para ella una
    nueva vida. Yo no sé por qué su historia me ha impresionado
    tanto. Realmente es una cosa bastante impresionante para una
    muchacha que se va a casar. Me pregunto sin cesar: ¿Qué pa-
    saría si Gordon y yo al conocernos mejor dejáramos de quere-
    mos? Quedo helada de terror.
    Pero yo me caso con Gordon sólo por cariño. Ni su posición,
    ni su dinero me han tentado jamás lo más mínimo. Y ciertamen-
    te, al casarme no lo hago por encontrar la ocupación de mi vi-
    da, puesto que tengo que abandonar el trabajo que más amo.
    Me paso la vida planeando el futuro de estos niños. Cualquier
    cosa que tenga que hacer en mi vida, me parecerá fácil des-
    pués de esta prueba.
    Se me está desarrollando una característica de persona an-
    ciana; me molestan los cambios. No me gusta la idea de inte-
    rrumpir mi vida. Me encuentro muy bien donde estoy; mi oficina
    y mi biblioteca están hechas a mi medida y, ¡Oh!, tiemblo ante
    el cataclismo que me va a ocurrir el año que viene. No vayas a
    creer que no quiero a Gordon. No es que él me guste menos,
    es que los huérfanos me gustan cada día más.
    He encontrado hace unos minutos a nuestro consejero mé-
    dico saliendo de la nursery. Allegra es la única favorecida por
    sus austeras atenciones. Se ha detenido al pasar para hacer un
    cortés comentario sobre el cambio de tiempo y a pedirme que
    le diera sus saludos a la señora Pendleton cuando le escribiera.
    Apenas digo en esta carta una palabra de las noticias que a
    ti te gusta saber. Nuestro Hogar en las montañas debe parecer-

    te alejadísimo de los naranjos, palmeras, lagartos y tarántulas
    que estás disfrutando.
    Diviértete, pero no olvides ni el Hogar ni a
    Sallie.
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ...continuacion de la charla de Alejandro Dolina

    ................................
    Comienza además el auge del evemerismo. Evemero es un pensador helenista que impuso la desagradable costumbre de suavizar los mitos que parecían demasiado inverosímiles, intentando contemporizarlos con la realidad: Urano era en realidad un rey al que todos respetaban; los dioses todos eran héroes divinizados; el diluvio, una tremenda inundación en Medio Oriente; etc. La patrística utilizó el evemerismo para hacer inofensivas a las musas transformándolas en conceptos de la teoría musical.

    Dante, con la libertad única de un alma grande y solitaria, se atreve a dar cabida en los Campos Elíseos a los poetas y héroes de la antigüedad. Y siguiendo el uso clásico, invoca a las musas en todos los momentos decisivos.

    Bocaccio y Petrarca insisten con las sustituciones. Tasso repudia la musa antigua y rechaza los laureles del Helicón. En la Inglaterra de Isabel, Edmund Spencer invoca a las musas sin prejuicio alguno, pero en el siglo siguiente aparece la musa protestante de Milton, la musa celestial, la que inspiró a Moisés en el Sinaí.

    En el siglo de las luces, los autores utilizan la ironía. Christoph Wieland presenta a las musas en el Oberon y les ordena primero que ensillen el hipógrifo y después que se sienten en un sofá a referir con calma los acontecimientos. En 1754 Thomas Gray escribió una obra pindárica sobre el progreso de la poesía y allí trata de salvar a las musas trasladándolas a las regiones árticas o al trópico. La musa francesa era también el nombre de la revista mensual publicada en París, en la que colaboraban Víctor Hugo, Emile Deschamps y Alfred de Vigny. Pero en ese tiempo ya nadie creía en las musas.

    La verdad es que el pensamiento moderno ha construido un panteón de divinidades abstractas. El lugar de Dios, o el lugar de los dioses, es ocupado por ideas tales como la clase, la raza, la herencia, el inconsciente.

    Son ideas interesantes, pero insuficientes para explicar cómo se transforman en palabras. Sabemos que las circunstancias económicas influyen en la poesía, pero no podemos decir de qué manera se vuelven poesía. El psicoanálisis declara que la creación poética es una sublimación. Algunos preguntan por qué en algunos casos esa sublimación se vuelve poema y en otros no.
    Freud confiesa su ignorancia y habla de una misteriosa facultad artística. La diferencia entre las palabras del poeta y las del simple neurótico podría establecerse recurriendo a una clasificación de los subconcientes: uno sería el del común de los mortales y otro el de los artistas.

    Algunos deterministas sostienen que a falta de musa, el artista es el inevitable resultado de las circunstancias sociales, económicas y políticas. Es decir, que examinadas las condiciones de una región en un momento histórico determinado, es posible conjeturar qué clase de obras se acuñarán allí. Me permito repetir un argumento que ustedes habrán oído muchas veces en el programa.


    Al oír Borges que la vida pastoril, típica de la pampa, había producido el Martín Fierro, objetó con justicia que esa misma vida pastoril había sido típica de muchas regiones de América, desde Montana y Oregón hasta Chile, pese a lo cual estos territorios se habían abstenido enérgicamente de redactar El gaucho Martín Fierro.
    Ciertamente, lo social y lo económico influyen en el arte. Pero es imposible saber de qué modo.

    La gran excepción a los criterios antedichos son los surrealistas. Ellos utilizaron la inspiración como un arma y la transformaron en idea y en teoría. Para el surrealismo, dentro de cada uno de nosotros hay muchas voces. Nada de sujeto y objeto, la inspiración es el centro del mundo. Es algo que nos asalta apenas la conciencia se descuida. André Bretón se burlaba de aquellos que veían en toda obra humana un fruto de la voluntad y mostró los innumerables casos en que la casualidad interviene en los descubrimientos.

    En respuesta al individualismo y al racionalismo que los precedieron, los surrealistas acentuaron el carácter inconsciente, involuntario y colectivo de toda creación. Lo poético reside en los elementos inconscientes que sin quererlo el poeta se revelan en su poema.

    Ahora bien, es cierto que esta revelación del inconsciente no es voluntaria. Pero abandonarse al inconsciente sí exige un acto voluntario: el tipo decide abandonarse al inconsciente. Es una pasividad que se apoya en una actividad.
    Bretón siempre tuvo presente esta insuficiencia de la explicación psicológica y, aunque admiraba a Freud, insistió en que la inspiración era un fenómeno inexplicable para el psicoanálisis.

    Conforme se avance en la historia, se tiene la sensación de que no solamente se ha dejado de creer en las musas del Helicón sino que también se ha ido abandonando la idea de cualquier voz ajena al poeta. Más aún, el fenómeno de la inspiración parece no interesar demasiado a quienes analizan los procedimientos artísticos.



    Sin embargo, si uno mira con atención puede advertir no sólo a las nueve hermanas de los mitos griegos sino también a otras hermanitas nuevas, musas modernas cuyas voces son ciertamente imperativas. Las presentaré inmediatamente.

    Los griegos solían hablar de la musa que proporcionaba dinero. Era la de los poetas de alquiler, como Simónides de Julis en Seos, que componía himnos a todos los vencedores.

    Esa musa existe hoy en día y dicta versos vulgares en el oído de los artistas que están a sueldo de la industria y del mundo del espectáculo. Muy a menudo la diosa asume forma humana de gerente artístico y sopla recomendaciones que ayudan a preservar la pureza incorruptible del mal gusto, que es indispensable en ese Helicón invertido que suelen ser los medios masivos de comunicación.

    Cuenta Virgilio que Fama, es decir la voz pública, fue engendrada por la Tierra. Está dotada de numerosos ojos y bocas y viaja volando con grandísima rapidez. Ovidio imagina que esta divinidad habita en el centro del mundo y su morada es un palacio sonoro, con mil aberturas por las que penetran todas las voces. Este palacio, enteramente de bronce, está siempre abierto y devuelve amplificadas las palabras que llegan hasta él.

    Fama vive rodeada de la Credulidad, el Error, la Falsa Alegría, el Terror, la Sedición y los Falsos Rumores. Y desde su alcázar vigila al mundo entero.

    Otra musa de nuestro tiempo es la musa del tópico, del lugar común, la diosa de la comodidad artística.

    Uno de los procedimientos característicos del arte refinado consiste en crear dificultades para luego superarlas. El manierismo y el barroco han llevado esta idea hasta lo exasperante.

    En la novela Robinson Crusoe, está siempre presente el alarde de resolver las necesidades del náufrago a partir de la modesta dotación de una isla desierta. El ingenio del autor resuelve cada uno de los problemas casi siempre de modos inesperados. Sin embargo, a veces, Defoe, hace trampa.
    No lejos de la isla han quedado los restos del barco, y cuando se necesita algún objeto demasiado específico, pongamos por caso un catalejo, Robinson nada hasta el barco y lo trae. Aquí anduvo la diosa cómoda. El que nada hasta el barco no es Robinson Crusoe sino el autor de la novela. Y hay que decir que los poetas perezosos siempre tienen a mano un barco hacia el cual nadar cuando las palmeras de sus islas desiertas no fructifican en catalejos.

    Musa inútil, la copia. Sin embargo, copiar algo, aunque se trate de una copia exacta, y especialmente cuando es una copia exacta, produce unos efectos curiosos. La falsificación de un cuadro impresionista es en verdad una obra hiperrealista.
    Y en cualquier copia existe la pretensión de ofrecer un signo que se haga olvidar como tal: el signo aspira a ser la cosa, no la imagen de la cosa, sino la cosa.

    A lo largo de la historia, el Estado ha aparecido muchas veces vistiendo la ropa de la diosa.
    La verdad es que el poder político puede canalizar, utilizar y hasta impulsar una corriente artística. Lo que no puede es crearla. Y allí donde el estado ha intervenido para edificar una estética oficial, el verdadero arte languidece.

    Sin embargo, muchos pensadores han apreciado el arte sólo por los servicios que podía prestar al Estado. Tal el caso de Confucio o de Platón, que en “Las leyes” prohibe todo arte que no sea útil a la república. Hoy en día, muchos progresistas del mundo entero exigen que la creación artística sea socialmente útil, como aquellos nihilistas que llegaron a proclamar que un par de botas era más útil que todo Shakespeare.

    Voy a citar ahora dos casos de intromisión del Estado en la poesía que ocurren en el mismo país y cuya cabeza visible es una mujer, como conviene a esta charla.

    La dinastía Tang gobernó el imperio de la China entre el 618 y el 906. Parece que el buen gobierno de los Tang se debió más a las instituciones ideadas para regir el imperio que a la personalidad de los emperadores. La concepción de la llamada “Carrera abierta de los talentos” fue una invención china.
    Los Tang ampliaron el sistema de exámenes que existía para evaluar a los funcionarios. Hasta ese momento era indispensable la erudición. Después se agregó otra exigencia: el ejercicio de la poesía. Una emperatriz llamada Wu estableció que la poesía fuera un requisito esencial para ingresar a la administración pública y para ascender en la misma.

    Wu fue muy elogiada por permitir el ascenso social de hombres de condición humilde pero de gran talento. Debe decirse que este ascenso social llegó en algunos casos hasta la misma cama de la emperatriz, donde solían solazarse algunos poetas. Se tenía en tal estima a la literatura durante aquella dinastía, que el gobierno se veía obligado a dar empleo a todos los que tuvieran talento literario.

    Por esos tiempos había una distinción entre la literatura práctica llamada pi y la composición estrictamente literaria llamada Wen, que estaba en relación con la expresión agradable. Así, por ejemplo, las obras de Confucio eran pi. A pesar de las protestas de algunos funcionarios importantes, el estilo wen se puso de moda, con lo que se oscurecía el significado de los textos administrativos.
    La frase “Prohibido estacionar durante las 24 Hs.” Podía escribirse así en estilo wen:
    Que nada se detenga nunca.
    Las horas, los vientos, las pasiones
    no estarán mañana donde están hoy.
    El viajero vuelve al aposento
    donde quedó su amada
    pero su amada ya se ha ido
    y el aposento también.

    Veamos otra ordenanza municipal: Prohibido escupir en el suelo Pasémosla al estilo wen:
    De los portones del alma,
    de la morada del beso
    del manantial del lenguaje
    absténganse de salir
    ofensas líquidas
    a la dignidad horizontal
    que nos sostiene,
    manga de chanchos.


    Wu fue una verdadera musa inspiradora para un ejército de burócratas que poetizaban. Más de mil años después, otra musa apareció en la China.

    En 1965 Mao Tsé Tung concibió la idea de lo que se llamó la revolución cultural.


    continua
     
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    DOLOR AJENO

    Ya no acierto a decir lo que me duele
    cuando me duele el alma:
    son mil cosas que no me pertenecen,
    es una ajena historia dislocada.

    Todo el dolor del mundo ha desbocado
    sobre mi ser sus puntiagudas aguas
    -cristales carne adentro, hasta la pulpa-,
    donde el dolor se hace sustancia.

    Los ojos sin remedio franqueados
    van sorbiendo un espanto sin palabras;
    porque suenan dolores no sé a dónde,
    pero en todos los senos de mi alma.

    La tierra es un bordón bajo los cascos
    hinchados que machacan
    alegrías que nunca han existido
    pero que fueron siempre una esperanza...
    ¡La esperanza es de ayer! Hoy solo quedan
    unas manos que exprimen a la nada...

    Me duele un corazón que no es el mío,
    qué no sé de quién es, aunque es de todos:
    acerico sangrante donde clavan
    sus deseos de rabia los enconos
    de todo lo posible que me obliga,
    solo y sin fuerzas, a llevar los ojos
    abiertos para siempre a lo terrible
    que puede verse de un momento a otro.

    Pero empiezo a sentir cauterizadas
    esas heridas que presiento en torno,
    como luces lejanas, en la noche
    de este dolor sin nombre que yo nombro...
    ...porque siento que Dios, como una mano,
    me ha puesto su Ternura sobre el hombro...

    Jesús Tomé
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    VERDAD SIEMPRE

    A Manuel Altolaguirre



    Sí, sí, es verdad, es la única verdad;
    ojos entreabiertos, luz nacida,
    pensamiento o sollozo, clave o alma,
    este velar, este aprender la dicha,
    este saber que el día no es espina,
    sino verdad, oh suavidad. Te quiero.
    Escúchame. Cuando el silencio no existía,
    cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte,
    entonces, cuando el día.

    Noche, bondad, oh lucha, noche, noche.
    Bajo clamor o senos, bajo azúcar,
    entre dolor o sólo la saliva,
    allí entre la mentira sí esperada,
    noche, noche, lo ardiente o el desierto.


    Vicente Aleixandre
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    DECIR: HACER

    A Roman Jakobson


    1

    Entre lo que veo y digo,
    entre lo que digo y callo,
    entre lo que callo y sueño,
    entre lo que sueño y olvido,
    la poesía.
    Se desliza
    entre el sí y el no:
    dice
    lo que callo,
    calla
    lo que digo,
    sueña
    lo que olvido.
    No es un decir:
    es un hacer.
    Es un hacer
    que es un decir.
    La poesía
    se dice y se oye:
    es real.
    Y apenas digo
    es real,
    se disipa.
    ¿Así es más real?

    [​IMG]
    Octavio Paz
     
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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]

    Sallie.
    11 de diciembre.
    Querida Judith:
    Recibí tu carta y me alegra saber que a la pequeña Judith le
    gusta viajar. Descríbeme detalladamente tu casa y mándame
    algunas fotografías para que yo pueda verte en ellas. ¡Qué bo-
    nito debe de ser tener un barco propio en que pasearse por
    esos divertidos mares! ¿No has gastado aún los dieciocho ves-
    tidos blancos?
    Aquí seguimos lo mismo, sin nada interesante que anotar.
    ¿Te acuerdas de Maybelle Fuller, la hija de una corista, que al
    doctor le es antipática?
    La hemos colocado. Sus pestañas ganaron aquel día. Al fin
    y al cabo, como la pobre dice, lo principal es ser bonita. Todo
    en la vida depende de eso.
    Cuando regresé de Nueva York, les dirigí un breve discurso
    a los niños. Les dije que venía de despedir a tía Judith, que se
    iba en un gran vapor, y tengo que confesarte que el interés de
    los chicos abandonó en el acto a tía Judith para concentrarse
    en el vapor. ¿Cuántas toneladas de carbón consumía al día?
    ¿Había cañones a bordo? ¿Podría defenderse de los piratas?
    Tuve que llamar al doctor para que concluyese mi discurso.
    Me doy cuenta de que la mente femenina mejor equipada
    no puede lidiar con las peculiares preguntas que se originan en
    el cerebro de un chico de catorce años. Como resultado de su
    interés marítimo, el doctor concibió la idea de invitar a siete de
    los mayores y más despiertos a pasar un día con él en Nueva
    York y ver con sus propios ojos un trasatlántico. Se levantaron
    ayer a las cinco de la mañana, tomaron el tren de las siete y
    media y corrieron la aventura más maravillosa de su vida. Visi-
    taron uno de los grandes trasatlánticos (el doctor conocía al

    maquinista, que es escocés), y los llevaron desde el fondo de la
    bodega hasta lo alto de las chimeneas. Después visitaron el
    acuario del edificio de la Singer. Tomaron el metropolitano y
    pasaron una hora en el parque zoológico. Con gran dificultad
    pudo sacarlos Mac Rae del Museo de Historia Natural para to-
    mar el tren de las seis y cuarto. Cenaron en el vagón restauran-
    te, donde preguntaron con mucho interés cuánto costaba la ce-
    na, y cuando supieron que costaría lo mismo, comiesen mucho
    o comiesen poco, se dedicaron con tranquilidad y perseveran-
    cia a no permitir que estafasen al doctor que los convidaba. No
    creo que el ferrocarril ganase nada en aquella mesa, pero en
    las de alrededor dejaron de comer para mirar. Un viajero le
    preguntó al doctor si estaba encargado de una escuela de in-
    ternos; fíjate cómo han mejorado nuestros modales. No quiero
    alabarme, pero nadie hubiera hecho esta pregunta respecto de
    siete de los chicos de la señora Lippett.
    Regresaron a las diez de la noche con una formidable dis-
    cusión sobre escotillas, tiburones, rascacielos y aves del paraí-
    so. Creí que no se dormirían nunca. Qué bueno sería alterar
    frecuentemente la rutina. Tendrías que haber visto a Mac Rae
    cuando traté de darle las gracias. Me apartó a un lado en la mi-
    tad de una frase y pidió a miss Snaith que economizara un po-
    co el ácido fénico. La casa olía como un hospital.
    Barrabás está otra vez con nosotros completamente reno-
    vado en sus maneras. Estoy ya buscando una familia que le
    adopte. Esperaba que las dos inteligentes solteronas se deci-
    diesen a quedarse con él para siempre, pero quieren viajar y
    encuentran que les quita libertad.
    Tuya,
    Sallie.
    Hogar John Grier. Sábado.
    Querido Enemigo:
    Estaba usted tan ceñudo anoche que no pude darle las gra-
    cias por el paseo. No le dije ni la mitad del agradecimiento que

    sentía. ¿Qué le pasa a usted, doctor? Antes era usted un hom-
    bre tolerable a ratos, pero en los últimos tres o cuatro meses ha
    estado amable con todo el mundo, menos conmigo.
    Hemos tenido desde el principio una serie de malentendi-
    dos, todos sin ningún motivo serio; pero después, cuando al fin
    parecía que éramos amigos, llegó aquella desgraciada noche
    de junio, en que usted oyó algunas tonterías que yo no sentía
    en absoluto, y desde entonces se desvanece usted en la dis-
    tancia. Realmente lo he sentido muchísimo y he querido excu-
    sarme, pero usted no parece invitarme a la confianza. No es
    que tenga ninguna explicación que ofrecer. Sé que a veces soy
    trivial y descuidada, pero tiene usted que reconocer que en el
    fondo soy formal y debe perdonar mis flaquezas. Si los Pendle-
    ton no supieran esto hace mucho tiempo, no me hubieran man-
    dado aquí. He tratado con firmeza de sacar adelante este tra-
    bajo, en parte porque quería justificar la confianza de mis ami-
    gos y en parte porque estaba realmente interesada en que los
    pequeños tuvieran la porción de felicidad que les corresponde
    en el mundo; pero principalmente, creo ahora, por que quería
    demostrarle a usted que su primera y poco favorable opinión
    sobre mí era equivocada. ¿Quiere usted olvidar aquel desdi-
    chado cuarto de hora de junio y acordarse de las muchas horas
    que he pasado leyendo los libros que usted me indicaba?
    Me gustaría que volviéramos a ser amigos.
    Sallie Mac
    Bride.
    Domingo.
    Querido doctor Mac Rae:
    He recibido su tarjeta con una respuesta de once palabras a
    mi carta de ayer. No quería molestarle con mis atenciones. Su
    modo de pensar y de proceder son en realidad cosas que me
    tienen completamente sin cuidado. Puede usted ser tan descor-
    tés como le parezca.
    Sallie Mac Bride.
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Continuacion de la charla de Alejandro Dolina

    ...................................................


    En ese momento, China estaba gobernada por un triunvirato: el propio Mao, el jefe de estado Liu Shao-chi y el jefe del ejército Lin Piao.
    Mao decidió abordar indirectamente la nueva obra y empujó hacia el centro de la escena a su esposa, la actriz cinematográfica Chiang Ching. Se habían casado en 1939. Ella había actuado en Shangai durante los años treinta, utilizando el nombre profesional de Lang Ting. Durante los primeros veinte años de su matrimonio Chiang Ching se mantuvo en un plano muy secundario. Pero de pronto se convirtió en el centro de un grupo de intelectuales descontentos, escritores fracasados, actores de segundo orden, y en general, de un grupo que deseaba ejercer el dominio de las artes y radicalizarlas.

    Chiang Ching tuvo su oportunidad cuando Mao le permitió organizar el festival de la ópera de Pekín acerca de temas contemporáneos en el gran salón del pueblo. Eran 37 óperas nuevas, casi todas sobre la revolución, representadas por 28 compañías proletarias provenientes de 19 provincias. Lo que es todavía más sorprendente, Mao le permitió pronunciar un discurso, el primero a cargo de una mujer desde que él había tomado el poder. Chiang Ching arremetió contra el teatro clásico Chino, dominado por los antiguos temas de héroes, heroínas, emperadores, príncipes, eruditos y, sobre todo, espectros y demonios.
    Recomendó la representación universal de ciertas óperas modelo, por ejemplo una que se llamaba Incursión sobre el regimiento del tigre blanco y captura de la montaña del tigre mediante la estrategia. Todo esto molestó al alcalde de Pekín, el mandarín y erudito Peng Chen, que se negó de plano a seguir las instrucciones de Chiang Ching.

    La señora juró venganza. Se instaló junto a Mao en Shangai. Peng Chen, el mandarín, fue despedido y ella fue designada asesora cultural de todas las fuerzas militares. El 20 de marzo de 1966, Mao convocó a la juventud iletrada. Chiang Ching se convirtió en el espíritu rector de un grupo de activistas y fue designada especialmente por Mao para encabezar la revolución cultural.

    Los primeros guardias rojos aparecieron a fines de mayo. Pertenecían a la enseñanza secundaria. Tenían de 12 a 14 años. Pronto se les unieron otros, que desataron una revolución contra los intelectuales, contra los que admiraban lo extranjero, contra los maestros y contra todos aquellos que según ellos eran contrarrevolucionarios.

    Empezaron los famosos carteles de caracteres grandes, donde se leían amenazas. Las pandillas recorrían las calles y cortaban el pelo a las muchachas que usaban trenzas, a los varones que usaban pantalones de estilo extranjero se los destrozaban. Se organizaron fogatas callejeras con los artículos prohibidos, que incluían naipes, juegos de ajedrez, discos de jazz y una amplia gama de objetos de arte. Las bibliotecas fueron saqueadas y clausuradas. Entre tanto, Chiang Ching se había dedicado a gobernar el mundo de la cultura y a hablar en mitines de masa, en los cuales denunciaba al capitalismo, el jazz, el rock and roll, el impresionismo, el arte abstracto, etc. Aprovechó para saldar cuentas pendientes con el mundo del teatro y el cine de los años treinta. En una ocasión llevó a todos sus enemigos, incluido en antiguo alcalde de Pekín, al estadio de los trabajadores con pesados carteles de madera colgados del cuello.

    Las pandillas de Chiang Ching se apoderaron de la televisión, los diarios y las revistas. Confiscaron todas las películas existentes y las presentaron corregidas. Chiang Ching asistía a los ensayos de la orquesta filarmónica central y zarandeaba al director Li Te Lung. En el ballet, prohibió los dedos de orquídeas y las palmas vueltas hacia arriba, y en cambio favoreció los puños cerrados y los movimientos violentos para demostrar el odio a la clase terrateniente.

    Después de prohibir prácticamente todas las formas de expresión artística, Ching Ching se esforzó con desesperación por llenar el vacío, pero no fue posible producir gran cosa: dos obras orquestales, cuatro óperas y dos ballet. Tampoco pudieron producirse muchas películas. Ching Ching decía que había sabotaje. A fines del verano de 1967, Mao ordenó a Ching Ching que suspendiese toda la actividad. En el otoño Mao retiró todo el apoyo oficial a la revolución cultural y utilizó al ejército popular de liberación para restablecer el orden. Chiang Ching, la musa de la revolución cultural, fue perdiendo poder.

    En 1973 ya no vivían juntos. Poco antes de su muerte, Mao recibió un informe acerca del sistema educativo por parte del presidente de la universidad Qinghua, que había sido purgado por Chiang Ching y después rehabilitado. Mao le dijo que hablara sólo tres minutos.
    Recibió esta sombría respuesta “Treinta segundos bastarán. Los alumnos universitarios estudian los textos de los alumnos secundarios y su nivel académico es el de las escuelas primarias”.
    Mao falleció el 9 de septiembre de 1976. Los enemigos de Chiang Ching querían cortarla en 10 mil pedazos. Fue juzgada en 1981 y condenada a muerte. Dicen que durante el juicio llegó a desnudarse.

    Antes de nombrar a la última de las musas quisiera referirme a la poesía provenzal.

    En el siglo XII surge en Occitania, en el sur de Francia, en el país de la lengua de oc, la poesía provenzal, es decir la poesía lírica y también la idea del amor como forma de vida. Aquellos trovadores, aquellos poetas, hicieron aparecer el amor cortés. Señalemos que en esa época se había verificado un cambio en la condición femenina.
    Las muchachas de la nobleza gozaban de cierta libertad. Y en un mundo donde el matrimonio no estaba fundado en el amor sino en intereses políticos y económicos, y siendo que las frecuentes guerras obligaban a los señores a ausentarse durante años, es probable que la infidelidad fuera cosa muy frecuente.

    En Alemania existía la institución de la frauendienst, que consistía en el culto de la mujer. La meta del caballero era demostrar su virilidad y su valor mediante actos de audacia, cuyo último objetivo era servir de homenaje a una sola mujer. Este favor caballeresco se cumplía siempre en beneficio de mujeres casadas. Las tradiciones de la caballería francesa eran muy similares. Todo lo que el caballero hacía, ya se tratase de escribir un poema o de intervenir en una cruzada, lo hacía en nombre de su dama.

    Era mucho lo que el caballero aceptado podía hacer para honor y entretenimiento de su dama.
    Si sabía escribir versos, elogiaba los encantos y las virtudes de su ideal... los ponía por las nubes, y aún más alto. He aquí un breve muestrario de las encantadoras comparaciones que los caballeros del amor utilizaban para dirigirse a la dama elegida:

    “Oh, Estrella de la Mañana, Capullo de Mayo, Rocío de las Lilas, Hierba del Paraíso, Racimo de Otoño, Jardín de Especias, Atalaya de Alegrías, Delicia Estival, Fuente de Felicidad, Foresta Florida, Nido de Amor del Corazón, Valle de Placeres, Reparadora Fuente de Amor, Canción del Ruiseñor, Arpa del Alma, Pascua Florida, Perfume de Miel, Consolación Eterna, Peso de la Bienaventuranza, Prado Florido, Dulce Limosna, Cielo de los Ojos... etc.”

    Consignemos algunas influencias artísticas y filosóficas: los árabes desde España, a través de formas poéticas populares, pero más aún a partir de la costumbre islámica, según la cual, invirtiendo la relación tradicional de los sexos, llamaban a la dama su señora y se confesaban sus sirvientes.
    Pero la sociedad de Occitania era mucho más abierta que la hispano-musulmana y las mujeres gozaban de mucha mayor libertad. Y así este cambio fue una verdadera revolución, afectó las costumbres, cambió la visión del mundo. Vamos a explicarlo.

    Como vasallo el amante sirve a su amada. El servicio tiene varias etapas: comienza con la contemplación del cuerpo y el rostro de la amada y sigue conforme a un ritual, con poemas escritos en su honor, con pruebas de amor de cumplimiento casi imposible, etc. El último paso es el goce carnal.
    Sin embargo, en una época tardía aparecieron los poetas profesionales y ya no fue un señor el que se fingía vasallo, sino un verdadero vasallo el que escribía poemas, ya que los poetas pertenecían casi siempre a un rango inferior al de las damas para las que componían las canciones.

    Ahora bien, la dama era en estos casos inspiradora de los poemas y al mismo tiempo temática central de ellos y objeto de la dedicatoria. Vale decir que era musa que dictaba el poema, pero luego lo recibía a modo de homenaje u ofrenda. El poeta era la flecha, la dama era el arco y el blanco. (Y esta es otra señal).

    Los tres grados del servicio amoroso eran pretendiente, suplicante y aceptado. La dama, al aceptar al amante lo besaba y con eso terminaba el servicio. Pero había un cuatro grado: el de amante carnal.

    Otra influencia interesante es la influencia platónica que, según se ha dicho, considera al amor como un camino a la divinidad.
    Los provenzales trabajaron la idea de que el amor era una iniciación, lo cual indicaba que también era una prueba. Así, antes de la consumación física, había una etapa intermedia que se llamaba assag o assai y que era la prueba de amor.

    El assai comprendía a su vez varios grados: asistir al levantarse o acostarse de la dama; contemplarla desnuda y finalmente penetrar en su lecho y entregarse a diversas caricias sin llegar al final.
    Los poetas provenzales hablaban siempre de una misteriosa exaltación que llamaban joi y que era la más alta recompensa del amor. Se trataba de un estado de felicidad indefinible. Algo así como el goce de la posesión carnal, refinado por la espera y la mesura. Una estética de los sentidos. Sólo la poesía podía aludir a ese sentimiento.

    A aquella misma época pertenecen las famosas cortes de amor y las demenciales aventuras de caballeros andantes como el caballero Ulrich Von Lichtenstein, que en honor a su dama rompió 307 lanzas vestido con ropas femeninas. O el caballero Balaum, que tuvo que arrancarse el meñique. Después de oír estas historias es más fácil comprender la famosa balada de Schiller sobre el guante que la dama arroja a los leones. El caballero acepta rescatarlo, pero con él cruza la cara de la cruel mujer.

    Al margen de estas exigencias femeninas hijas del aburrimiento, el legado provenzal fue considerable. Formas poéticas e ideas sobre el amor, que influyeron en Dante, Petrarca y sus sucesores, hasta los poetas surrealistas del siglo XX, sin olvidar las canciones, las películas y los mitos populares. La mujer mantiene en esta tradición una superioridad en el dominio del amor y una jerarquía de musa en la inspiración de los poetas.

    Contaré, si ustedes me permiten, la historia de un trovador provenzal que es verdaderamente ejemplar.

    En la corte de Leonor de Aquitania, había un trovador que gozaba de gran fama. Las damas y las doncellas no se cansaban de escucharlo.
    El trovador se llamaba Jaufré Rudel. Era un tipo solitario que soñaba con un amor ideal y aguardaba a la que supiera inspirarlo.

    Por aquellos años, a principios del siglo XII los cruzados que volvían de Jerusalén relataban las peripecias de sus viajes. No sólo se referían a episodios de guerra, sino también a la ardiente belleza de las mujeres orientales y también a las hermosas francas nacidas en Tierra Santa, donde no pocos cruzados se habían casado con armenias o levantinas.
    Jaufré Rudel escuchaba. Pronto los viajeros comenzaron a referirse a una misma mujer, una cuyo esplendor superaba al de todas las demás.

    La muchacha se llamaba Melisenda de Trípoli, era hija de Raimundo de Trípoli. Era de talle fino y formas perfectas, cutis claro y cabellera negra como el azabache. Vivía en un suntuoso palacio a orillas del mediterráneo, precisamente en la ciudad de Trípoli.
    Jaufré Rudel se enamoró de Melisenda, aunque no la había visto nunca. Esperaba ansioso que llegaran más relatos de los cruzados. Las damas y doncellas de la corte le parecían insignificantes comparadas con la lejana belleza que describían los aventureros.
    Continua
     
  10. clause

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    y la parte final


    A partir de entonces, Melisenda fue su musa. Escribía sus versos pensando en ella. Pasaron algunos años y Rudel pensó en declararle sus sentimientos. Pero su salud era precaria y no tenía dinero. Como no escribía más que para Melisenda, tuvo la idea de confiar sus escritos a los caballeros que partían hacia tierra santa, para ver si alguno podía entregárselos a su amada. Pero el tiempo pasaba y Rudel no obtenía respuesta alguna.

    Desesperado, decidió partir, su salud declinaba y quería encontrarse con Melisenda antes de morir. Empezó a economizar, moneda tras moneda, para pagar su viaje a bordo de una nave. Cuando finalmente reunió la suma necesaria, partió y llegó a Trípoli sumamente enfermo después de una travesía terrible. Tambaleando quiso ir al castillo donde vivía Melisenda. Golpeó la puerta y solicitó ver a la muchacha. Los guardias lo echaron a patadas. Es que Jaufré Rudel parecía un pordiosero.


    El trovador insistió. Regresó al otro día y los días siguientes. Por fin, cuando Melisenda advirtió su presencia, lo hizo ingresar de inmediato. Es que habían llegado hasta ella las canciones de Rudel a través de otros viajeros. Melisenda estaba enterada de la existencia de aquel hombre que le expresaba su amor desde hacía tantos años y quería conocerlo.

    Jaufré tembló de emoción cuando fueron a buscarlo. Delgado y pálido, apenas caminaba. Lo hicieron entrar en el gran salón. Frente a él estaba Melisenda. Jaufré avanzó lentamente, se arrodilló frente a ella y no pudo hacer nada. Sólo permaneció mirándola durante largo tiempo. La muchacha se inclinó y besó largamente a Rudel en la boca.
    Lamentablemente aquí termina la historia. Apenas se separó de la doncella, Jaufré Rudel cayó muerto. Tenía 50 años de edad. Nada más se sabe de Melisenda de Trípoli. Esto ocurrió hace más de 800 años. Las más bellas canciones de Jaufré Rudel, las que escribió para su princesa lejana eternizaron su amor e hicieron de él no de los más grandes poetas de la Edad Media.


    Melisenda fue una verdadera musa. Pero hay damas que no son tan eficaces, o hay poetas que usted no los inspira ni tirándole a las nueve musas encima. Tal fue el caso de Cecco Angioleri, el enemigo del Dante.


    Cecco Angioleri era un poeta nacido en Siena en 1265, el mismo año en que nacía Dante en Florencia. Cecco estaba enamorado de Becchina, la hija de un zapatero, que era hermosísima. La primera vez que oyó los cantos que Dante había escrito a Beatrice de Portinari, Cecco dijo al zapatero que eran malos versos. Becchina le dijo entonces:
    -Te burlas de ese Dante, pero seguramente no sabrías escribir en mi honor unos versos parecidos-. Cecco Angioleri lo tomó como un desafío.

    Compuso un soneto en loa a Becchina, que no sabía leerlo y que se reía a carcajadas cuando él lo recitaba.
    Lo que escribía Angioleri procedía de la literatura goliárdica, un género literario en latín vulgar que practicaban los clérigos errantes y los estudiantes díscolos de toda Europa. Los argumentos estaban relacionados con el vino, los amores ilícitos, los juegos de azar y las fiestas.
    Cecco Angioleri compuso 150 sonetos dedicados a Becchina, pero la muchacha no le dio bolilla. La casaron con un vendedor de aceite.

    Las bodas se hicieron a comienzos de 1295. Dicen que Cecco imitó el dolor de Dante, pero Becchina no murió. Trató de seducirla y en una ausencia del aceitero, ella le dio un beso en la boca, pero después lo despidió para siempre.

    Cecco Angioleri compuso versos inflamados y sintió odio. Amenazó suicidarse en la puerta de Becchina. Lo sacaron a patadas. Se recluyó en una abadía pero fue peor. Se ensañó luego con Alighieri y le envió unos versos injuriosos. Al fin se fue a luchar junto a los güelfos negros. Solamente porque Dante Alighieri era partidario de los güelfos blancos.

    Cuando murió su padre heredó una fortuna y se presentaba ante todos como Cecco Angioleri, de noble linaje, señor de Arccidoso y de Montegiovi, más rico que Dante y mejor poeta.

    Mientras tanto, en Escandinavia también florecían unas ideas míticas sobre la revelación poética, que son tal vez las que más me gustan.

    Entre los vikings, los asuntos de la poesía y del conocimiento estaban en manos de Odín. Ya lo conocemos a nuestro amigo del Asgard. Está sentado en su trono de mil resplandores, lleva una capa azul. Una lanza enorme, Gungir, aparece apoyada junto al trono. A sus pies descansan dos lobos, Gerin, el ávido y Freki, el voraz. Ristra y Mistra, dos hermosísimas walquirias, están pendientes del gran dios para llevarle el delicioso elixir de la eterna juventud. Dos cuervos, Hugin, es decir reflexión, y Munin, o sea la memoria, se paran en los hombros del dios y le cuentan todo lo que han visto en sus desplazamientos por los distintos mundos.

    Odín poseía el saber primordial de los remotos fundamentos de las cosas. Pero sentía la invencible necesidad de ser cada vez más sabio. En una ocasión, llegó hasta Jötunheim, el país de los gigantes, donde se hallaba la fuente de Mimir, que era la fuente de la sabiduría. Odín pidió al gigante Mimir que lo dejara beber un sorbo. Allí supo que para tomar aquellas aguas había que sacrificar un ojo. Odín no vaciló: cualquier precio está bien pagado por el conocimiento.

    Un día, los cuervos de Odín, que lo vigilaban todo, le contaron un episodio interesantísimo. Los enanos Fiallar y Giallar tenían un frasco de hidromiel divina al que habían añadido la sangre de Odhr, señor de toda inspiración. Esta sangre otorgó a la bebida un poder inimaginable. Los enanos le dieron el nombre de Odhraeir. Bastaba beber un pequeño sorbo para que uno quedase convertido en sabio poeta. Los enanos andaban diciendo que el pobre Odhr había muerto por exceso de inspiración.

    Los enanos eran taimados y maliciosos. En cierta ocasión causaron la muerte del gigante Gilling y de su esposa. Pero esta pareja tenía un sobrino llamado Suttung, el ruidoso, que para tomar venganza apresó a los enanos y los dejó en una roca desierta en medio del mar. Ante la posibilidad de morir de hambre, los enanos prometieron a Suttung que si los sacaba de allí le entregarían un odre lleno de la hidromiel Odhraeir. Suttung aceptó y recibió el valioso odre. Después lo escondió en un monte del país de los gigantes y encargó a su hija Gunnlod la custodia de aquel tesoro.

    Todo esto le contaron los cuervos a Odín. El dios marchó al país de los gigantes y después de fracasar tratando de convencer a Suttung y a toda la parentela, pasó tres días y tres noches en placentera unión con la joven Gunnlod. Terminados aquellos menesteres, Odín pidió tomar un sorbo de licor. La chica no pudo negarse y, según cuentan, los sorbos de Odín fueron tales que consumió todo el líquido de la inspiración. Después, adoptó forma de águila y salió volando. Desde entonces, Odín habla en verso.

    Voy a abrir otra puerta en esta conversación, ya que estamos entre amigos. Pido permiso para hablar del amor. Y otra vez hay que empezar por los griegos.

    Como ustedes saben, El banquete de Platón está compuesto por varios discursos sobre el amor, pronunciados por siete comensales. Aristófanes explica el mito del andrógino. Antes había tres sexos, el masculino, el femenino y el andrógino, compuesto por seres dobles. Estos últimos eran fuertes, inteligentes y amenazaban a los dioses. Para someterlos, Zeus decidió dividirlos. Desde entonces, las mitades separadas andan en busca de su mitad complementaria.

    El mito despierta en nosotros resonancias profundas: somos seres incompletos, y el deseo amoroso es perpetuo deseo de completarnos.
    Pero el centro del banquete es el discurso de Sócrates. El filósofo relata a sus oyentes una conversación que tuvo con una sacerdotisa extranjera, Diotima de Mantinea.

    Diotima dice que Eros no es un dios ni un hombre, es un demonio. Lo define la preposición entre: en medio de esta y la otra cosa. Su misión es comunicar y unir a los seres vivos. Tal vez por esto lo confundimos con el viento y lo representamos con alas. Ha nacido de la unión de Poros, el recurso, y Penía, la pobreza. A su doble parentesco debe su condición de deseado y de deseante. Eros no es hermoso: desea la hermosura. El amor nace a la vista de la persona hermosa. El amor es una de las formas en que se manifiesta el deseo universal.

    Pero Diotima previene a Sócrates: el amor no es simple. Su objeto tampoco es simple y cambia sin cesar. Todos los hombres desean lo mejor, comenzando por lo que no tienen. El deseo de belleza es también deseo de felicidad, y no de felicidad instantánea y perecedera, sino perenne. Diotima va más allá: si lo que amamos es la hermosura ¿por qué amarla sólo en un cuerpo y no en muchos? Y si la hermosura está en muchas formas y personas ¿por qué no amarla en ella misma? ¿por qué no ir más allá de las formas y amarla en ello que las hace hermosas: la idea?

    Diotima ve al amor como una escala. Abajo, el amor a un cuerpo hermoso. Enseguida, a la hermosura de muchos cuerpos, después a la hermosura misma, más tarde al alma virtuosa, al fin, a la belleza incorpórea. La belleza, la verdad y el bien son tres y son uno. Aquel que ha seguido el camino de la iniciación amorosa en el orden correcto, percibirá súbitamente una hermosura eterna, incorruptible. El amor es el camino, el camino de la inmortalidad.

    Hemos dicho que la experiencia poética es una revelación de nuestro ser. El amor también lo es. Hemos dicho que el hombre vive inclinado hacia el futuro. El amor es un ir al encuentro.

    En la espera todo nuestro ser es un anhelar, un tenderse hacia algo que aún no está presente y que es una posibilidad que puede no producirse, la espera nos tiene en vilo, es decir, suspendidos, fuera de nosotros.

    Pero si el amor es simultánea revelación del ser y de la nada, no es una revelación pasiva, sino algo en lo que nosotros participamos, algo que nosotros nos hacemos: el amor es creación del ser.

    Algo más: el amor es también una escuela de desengaños, un camino en el que paulatinamente la realidad de la pasión se revela como una quimera, hasta que la muerte despierta al amante extraviado en sus sueños. (Y esta más que una clave es el argumento de Lo que me costó el amor de Laura).

    Los petrarquistas creían que la belleza femenina era capaz de operar milagros. Ya para los platónicos, la contemplación de un cuerpo hermoso era el primer escalón del ascenso hacia la divinidad. Las historias míticas y reales sobre la hermosura y sus efectos son numerosísimas: la belleza sobrehumana de Psique, que asustaba a los pretendientes o de Quione, que se atrevió a competir con Artemis. Después de todo, fue por una opinión acerca de la belleza que comenzó la guerra de Troya. Y yo me atrevo a decir que no hay un estímulo poético mayor. Negar la fuerza de este fenómeno so pretexto de feminismo o espíritu libertario es una de las formas de ceguera espiritual más incomprensibles de nuestro tiempo. Negar la belleza como virtud para no ofender a quien no la posee es como desconocer el genio por cortesía con los zonzos. Cosas asombrosas que he visto en el mundo, primero, y sin duda ninguna, la belleza femenina.

    Hemos presentado algunas musas nuevas: la musa del dinero, la musa del Estado, la musa de la comodidad, la musa de la copia.
    Y ahora cabe preguntarse: ¿Qué musa inspira las charlas sobre la musa? Tal vez la misma Feria es también una musa industrial que apresura a los novelistas, que pone fecha cierta a las ocurrencias y que somete a la inteligencia a unas cadenas que la anulan y que se llaman plazos.
    Yo debo decir que la musa inspiradora de esta charla es la que me acompaña siempre. Es una musa de infortunio, la misma que dictó Lo que me costó el amor de Laura. Esa obra carece probablemente de todo interés, pero la forma en que me fue revelada merece prevalecer sobre su mérito artístico. Mientras escribía las modestas canciones iba dibujando el melancólico mapa de mi futuro de desventura. La musa fue también hechicera y tuvo el don de la profecía. Pero para saber cuál es la última musa falta todavía un paso.


    Hemos subrayado algunos pasajes de la charla porque tuvimos la sensación de que eran pequeñas claves. La primera era una clave freudiana. Decir que las musas son hijas de la memoria es situarlas dentro de nosotros mismos y ubicar la cantera de la inspiración en el patio de nuestras propias vivencias.

    La segunda clave fue recordar que originalmente las musas eran sólo tres y que esta tríada simbolizaba a la mujer en sus tres fases: la virgen, la madre y la hechicera. Y aquí nos acercamos más a la figura de la última musa que queremos perfilar.

    La tercera señal, la dieron los provenzales: para ellos la dama inspiraba los poemas, pero también era temática central de ellos y objeto de la dedicatoria. Vale decir que era musa que dictaba el poema pero luego lo recibía a modo de homenaje u ofrenda.

    Y para Robert Graves y para nosotros, la musa secreta, la musa individual e intransferible de todo poeta, es la mujer amada. El poeta inspirado se conecta con la diosa sólo a través de una mujer en la que ella reside. Es que un poeta verdadero se enamora absolutamente y su amor sincero es para él la encarnación de la musa. Ella es la única que conoce y nos hace conocer la música buscada.


    Pero hay más: encontrar a la mujer amada es también construirla. El objeto de nuestro amor es, al menos en parte, una creación nuestra. Amar es inventarse cada día. Creamos con nuestra imaginación a la musa que ha de venir a ayudarnos en nuestras creaciones. Y otra vez aparece esa extraña mezcla de lo propio y de lo ajeno que es el hombre. El hombre persiguiéndose a sí mismo, el hombre estirado hacia el gris porvenir que aún no es. La voz que viene de afuera viene también de adentro. El rasgo más individual de nuestro ser viene también de afuera. Y en el trascartón, esperando, dando a nuestra inspiración el tiempo exiguo de las payadas, está la muerte, que es la otra o la misma musa, la que estuvimos buscando toda la noche.

    Fuente: http://librosgratisweb.com/html/dolina-alejandro/la-musa-(charla-feria-del-libro-2000)/index.htm
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    HAY HOMBRES QUE NUNCA PARTIRÁN

    Hay hombres que nunca partirán,
    y se les ve en los ojos,
    pues uno recuerda sus ojos muchos años después de que han
    partido.

    Pueden estar lejanos,
    pueden aparecer a medianoche
    (si están muertos)
    y jugar a que viven.
    Pero siempre, con la desolación de su ausencia,
    uno comprende que no han vivido en vano,
    y que su esperanza
    es la única esperanza digna de ser vivida.

    Y los hombres que nunca partirán
    suelen no aparecer en los periódicos,
    no se habla de ellos en las radios,
    su imagen no gesticula en la televisión:
    no son gente importante,
    no circulan entre las altas esferas.
    ........Son aquellos
    que aceptaron el sufrimiento
    y lo hicieron suyo para la salvación de otros hombres
    sin decir una sola palabra:
    pero dejaron abiertos, bien abiertos sus ojos
    para que nunca los olvidemos cuando ellos hayan partido.



    Miguel Arteche Salinas
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Profecía

    ¯«Y me bendijo a mi mare;
    y me bendijo a mi mare.
    Diez séntimos le di a un pobre
    y me bendijo a mi mare.
    ¡Ay! qué limosna tan chiquita,
    qué recompensa tan grande.
    ¡Qué limosna tan chiquita,
    qué recompensa tan grande!»

    ¿A dónde vas tan deprisa
    sin desirme ni ¡con Dió!?
    Me puedes mirá de frente,
    que estoy enterao de .
    Me lo contaron ayer
    las lenguas de doble filo,
    que te casaste hase un mé
    y me quedé tan tranquilo.
    Otro cualquiera en mi caso,
    se hubiera echao a llorá,
    yo, crusándome de brasos
    dije que me daba iguá.
    Y de pegarme un tiro
    ni liarme a mardisiones
    ni apedrear con suspiros
    los vidrios de tus barcones.
    ¿Que t'has casao? ¡Buena suerte!
    Vive sien años contenta
    y a la hora de la muerte,
    Dios no te lo tenga en cuenta.
    Que si al pie de los artares
    mi nombre se te borró,
    por la gloria de mi mare
    que no te guardo rencor.
    Porque sin tu marío,
    ni tu novio, ni tu amante,
    yo fui quien más t'ha querío,
    con eso tengo bastante.
    _ _ _

    -¿Qué tiene er niño, Malena?
    Anda como trastornao,
    tié la carilla de pena
    y el colorsillo quebrao.
    Y ya no juega a la tropa,
    ni tira piedras al río,
    ni se destrosa la ropa
    subiéndose a coger níos.
    ¿No te parese a ti extraño,
    no ves una cosa rara
    que un chaval de dose años
    lleve tan triste la cara?
    Mira que soy perro viejo
    y estás demasiao tranquila.
    ¿Quieres que te dé un consejo?
    Vigilia, mujé, ¡vigila!

    Y fueron dos sentinela
    los ojitos de mi mare.
    -Cuando sale de la escuela
    se va pa los olivare.
    -Y ¿qué busca allí? -Una niña,
    tendrá el mismo tiempo que él.
    José Migué, no le riñas,
    que está empesando a queré.
    Mi pare ensendió un pitillo,
    se enteró bien de tu nombre,
    te regaló unos sarsillos
    y a mí un pantalón de hombre.

    Yo no te dije "te adoro"
    pero amarré en tu barcón
    mi laso de seda y oro
    de primera comunión.
    Y tú, fina y orgullosa,
    me ofresiste en recompensa
    dos sintas color de rosa
    que engalanaban tus trensas.
    -Voy a misa con mis primos.
    -Bueno, te veré en la hermita.
    Y qué serios nos pusimos
    al darte el agua bendita.
    Mas luego en el campanario,
    cuando rompimos a hablar:
    -Dise mi tita Rosario
    que la sigüeña es sagrá,
    y el colorín, y la fuente,
    y las flores, y el rosío,
    y aquel torito valiente
    que está bebiendo en el río;
    y el bronse de esta campana,
    y el romero de los montes,
    y aquella línea lejana
    que la llaman... ¡horisonte!
    ¡Todo es sagrao: tierra y sielo
    porque así lo quiso Dió!
    ¿Qué te gusta más? -Tu pelo.
    ¡Qué bonito me salió!
    -Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,
    y tus manos reonditas,
    y tus pies fingiendo el paso
    de las palomas suritas?
    Con la puresa de un copo
    de nieve te comparé;
    te revestí de piropos
    de la cabesa a los pié.
    A la vuerta te hise un ramo
    de pitiminí, presioso
    y a luego nos retratamos
    en las agüitas de un poso.
    Y hablando de estas pamplinas
    que inventan las criaturas,
    llegamos hasta tu esquina
    cogíos por la sintura.
    Yo te pregunté: -¿En qué piensas?
    Tú dijiste: -En darte un beso.
    Y yo sentí una vergüensa
    que me caló hasta los huesos.
    De noche, muertos de luna,
    nos vimos por la ventana.
    -¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
    le estoy cantando la nana.

    ¯«Quítate de la esquina,
    chiquillo loco,
    que mi mare no quiere
    ni yo tampoco».

    Y mientras que tú cantabas
    yo, inosente me pensé
    que nos casaba la luna
    como a marío y mujé.

    ¡Pamplinas! ¡Figurasiones
    que se inventan los chavales!
    Después la vida se impone:
    tanto tienes, tanto vales;
    por eso, yo al enterarme
    que llevas un mes casá,
    no dije que iba a matarme,
    sino que me daba iguá.
    Mas como es rico tu dueño,
    te vendo esta profesía:
    tú, por la noche, entre sueños
    soñarás que me querías,
    y recordarás la tarde
    que mi boca te besó
    y te llamarás "¡cobarde!"
    como te lo llamo yo.
    Y verás, sueña que sueña,
    que me morí siendo chico
    y se llevó la sigüeña
    mi corasón en su pico.
    Pensarás: "no es sierto ná,
    yo sé que lo estoy soñando";
    pero allá en la madrugá
    te despertarás llorando,
    por el que no es tu marío,
    ni tu novio, ni tu amante,
    sino el que más te ha querío.
    Con eso tengo bastante.
    Por lo demás, tó se orvía.
    Verás cómo Dios te manda
    un hijo como una estrella;
    avísame de seguía,
    me servirá de alegría
    cantarle la nana aquella:

    ¯«Quítate de la esquina,
    chiquillo loco,
    que mi mare no quiere
    ni yo tampoco».

    Pensarás: "no es sierto ná,
    yo sé que lo estoy soñando".
    Pero allá en la madrugá
    te despertarás llorando.

    Porque sin sé tu marío,
    ni tu novio, ni tu amante,
    yo soy... quien más t'ha querío...
    ¡Con eso tengo bastante

    Romance de Rafael de León
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ]Mi querido enemigo
    Jean Weabster
    [​IMG]




    14 de diciembre.
    Querida Judith:
    Por favor, llena tus cartas de sellos dentro y fuera del sobre.
    Tengo treinta filatelistas en la familia. Desde que te has dedica-
    do a viajar, cada día, a la hora que viene el cartero, un ansioso
    grupo se reúne en la puerta preparado para arrebatarle todas
    las cartas con aspecto extranjero que lleve, y cuando las cartas
    llegan a mí, están casi hechas pedazos porque se las disputan
    para traérmelas.
    Dile a Jervis que nos mande algunas palmeras más de
    Honduras y algunos de los loros verdes de Guatemala; tengo
    comprometidos todos los que me mande. ¿No es maravilloso
    verlos tan entusiasmados?
    El sábado pasado, aquellos dos amigos de Percy se pasa-
    ron la tarde jugando con los niños. Organizaron diversos con-
    cursos con premios para los ganadores. Uno de los premios
    era una atroz cabeza de indio pintada en cuero, de un gusto
    horrible, pero a los hombres les parecía una preciosidad. Ter-
    minó la fiesta con galletas y chocolate caliente, creo que los
    hombres se divirtieron tanto como los chicos.
    Lo que más necesito ahora son unas ocho jovencitas que
    vengan una noche a la semana a contar cuentos a los niños.
    Quiero hacer todo lo posible por procurarles un poco de cariño
    individual. Me acuerdo de tu propia niñez y estoy tratando de
    llenar los vacíos.
    La reunión de consejeros de la semana pasada estuvo muy
    bien. Las señoras nuevas están mejor que las de antes y sólo
    vinieron los hombres agradables. Tengo la satisfacción de
    anunciarte que el honorable Ciro Wykoff está visitando a una
    hija casada que tiene en Scranton. Podría invitarlo a quedarse
    con ella para siempre.
    (Miércoles.)
    Estoy furiosa con el doctor, sin tener una razón determinada
    para ello. Sigue igual, sin emocionarse nunca ni prestar la más

    ligera atención a nada ni a nadie. Me he tragado más desaires
    en estos últimos meses que en toda mi vida y me invade un te-
    rrible espíritu de venganza. En mis ratos de ocio planeo situa-
    ciones en las que se verá en apuros y necesitará mi ayuda, pe-
    ro yo, insensible, me encojo de hombros y le vuelvo la espalda.
    Ya no soy esa dulce y alegre jovencita que tú has conocido.
    (Tarde.)
    Mañana yo y otra autoridad visitaremos oficialmente el Asilo
    y Refugio de Huérfanos de Pleasantville. Es un viaje complica-
    do que implica una salida al amanecer, dos trenes y un auto-
    móvil. Pero si debo ser una autoridad en materia de huérfanos,
    tengo que mirar otras instituciones y adquirir tantas ideas como
    sea posible para nuestras reformas del año que viene. Este
    Hogar Pleasantville es un modelo de arquitectura.
    Hicimos bien en posponer nuestras reformas arquitectónicas
    hasta el verano que viene. Pero en el momento en que se tomó
    ese acuerdo, me molestó, porque no seré yo el centro de las
    reformas y a mí me encanta reformar. Pero, aunque yo no sea
    la cabeza oficial del Hogar, tú seguirás mis consejos. Las dos
    pequeñas modificaciones que hemos hecho marchan perfec-
    tamente. Nuestro nuevo lavadero quedó muy bien y la casa del
    jardinero estará concluida la semana que viene.
    Pero otro inconveniente ha surgido. La señora Turnfelt, con
    toda su buena figura y alegre sonrisa, no puede resistir a los
    niños. La ponen nerviosa. El mismo Turnfelt, aunque industrio-
    so, metódico y un excelente jardinero, no es todo lo inteligente
    que yo esperaba. Aunque comparado con Sterry, éste es un
    genio. Hablando de Sterry, nos ha hecho una visita hace pocos
    días completamente domesticado. Parece que el rico señor de
    la ciudad no necesita más sus servicios y Sterry consiente gra-
    ciosamente en volver a nosotros y dejar que los niños tengan
    todos los jardines que yo quiera. Yo, atenta pero convencida,
    rechacé la oferta.

    (Viernes.)
    He vuelto de Pleasantville anoche con el corazón lleno de
    envidia. Tienen allí cerca de setecientos niños y todos ya creci-
    dos. Desde luego constituyen un problema muy diferente del de
    mis cien, desde la lactancia para arriba. Pero he tomado de
    aquel superintendente algunas ideas de fantasía. Voy a dividir
    a mis chicos en hermanas y hermanos mayores y menores; ca-
    da uno de los mayores tendrá uno pequeño que cuidar, querer
    y defender. La hermana mayor, Sadie Kate, tiene que cuidar de
    que su hermana pequeña, Gladiola, esté siempre limpia y bien
    peinada, y con las medias subidas; que se sepa las lecciones y
    debe ser cariñosa con ella. Esto será muy agradable para Gla-
    diola, pero especialmente instructivo para Sadie Kate.
    También voy a establecer una forma de administración per-
    sonal entre los niños mayores, semejante a la que nosotras te-
    níamos en el colegio, lo que los pondrá en condiciones de salir
    al mundo y administrarse solos. Esto de lanzar a los mucha-
    chos a luchar a los dieciséis años me parece terrible. Me
    acuerdo de cuando yo tenía esa edad y pienso qué habría sido
    de mí trabajando a los dieciséis años.
    Tengo que dejarte ahora, para escribir a mi político de Was-
    hington, y es difícil. ¿Qué le voy a decir que le interese? Yo soy
    incapaz de hablar de otra cosa que de niños y a él no le impor-
    taría mucho que todos desapareciesen de la tierra. Pero sí, sí
    le importaría. Lo estoy difamando. Los niños se convierten en
    electores.
    Adiós,
    Sallie.
    Queridísima Judith:
    Si esperas de mí una carta alegre, no leas ésta. Niebla, nie-
    ve, lluvia, barro, frío. ¡Qué tiempo, Dios mío, qué tiempo! Y tú
    en el Caribe, al sol, entre naranjos en flor.


    Tenemos la tos convulsiva y se nos oye toser desde varias
    millas antes de llegar. La cocinera se ha ido por la noche. No
    sé cómo sacaría su baúl, pero el caso es que se ha ido. El fue-
    go de la cocina se fue con ella. Las cañerías se han helado.
    Tenemos aquí a los fontaneros, y el suelo de la cocina levanta-
    do. Y, sobre todo, nuestro alegre y resuelto Percy está hundido
    en un abismo de desesperación. La muchacha de Detroit, ya
    sabía yo que era una coqueta sin corazón y sin siquiera devol-
    verle su anillo, se ha casado con un hombre, dos automóviles y
    un yate. Es lo mejor que le podía ocurrir a Percy, pero pasará
    algún tiempo antes de que él se dé cuenta.
    Tenemos otra vez con nosotros a los veinticuatro indios.
    Siento haber tenido que meterlos en casa, pero las tiendas no
    estaban planeadas para el invierno.
    Con la vuelta de los indios a la vida civilizada, la ocupación
    de Percy había acabado y supuse que se volvería a su hotel,
    pero no se quiso ir. Dice que se ha acostumbrado a los huérfa-
    nos y que los echaría de menos. Yo creo que no quiere que-
    darse solo. Y nosotros nos alegramos mucho de tenerle. Ha si-
    do muy bueno con los chicos, que necesitan la influencia de un
    hombre. ¿Pero qué hacer con este hombre? Como tú has des-
    cubierto el verano pasado, este espacioso palacio no posee
    habitaciones para huéspedes.
    Por fin se ha acomodado él solo en el laboratorio del doctor
    y las medicinas se han trasladado a un armario del salón. El
    doctor y él lo arreglaron entre ellos, y si a ellos no les molesta,
    por mí, que sigan así.
    ¡Misericordia! Acabo de mirar el calendario y estamos a die-
    ciocho; sólo falta una semana para Navidad. ¿Cómo vamos a
    acabar todos nuestros planes en una semana? Las muchachas
    están confeccionando regalos que hacerse unas a otras y a mis
    oídos han llegado algo así como dos mil secretos.
    Anoche nevó. Los muchachos han pasado la mañana en el
    bosque recogiendo siemprevivas y trayéndolas a casa en tri-
    neos. Y veinte muchachas están pasando la tarde en el lavade-
    ro tejiendo guirnaldas para las ventanas. No sé dónde vamos a

    lavar esta semana. Pensábamos guardar en secreto el árbol de
    Navidad, pero cincuenta chicos se han asomado a la ventana
    de la cochera para verlo.
    Ante tu insistencia, hemos lanzado el mito de Santa Claus,
    pero no hemos encontrado muchos creyentes. "¿Por qué no ha
    venido nunca hasta ahora?", fue la escéptica pregunta de Sa-
    die Kate. Pero Santa Claus viene indudablemente este año.
    Pedí al doctor, por cortesía, que asumiese el papel principal en
    nuestro árbol de Navidad y, segura de que no iba a aceptar,
    había ya convenido con Percy en que él sería quien lo asumie-
    se. Pero no se pueden hacer previsiones con un escocés. Mac
    Rae aceptó y tuve que desdecirme con Percy.
    (Martes.)
    Es curioso el modo que tienen algunas personas de lanzar
    cualquier cosa que se les viene a la cabeza.
    Esto, a propósito de una mujer que ha venido hoy a dejar a
    la hija de su hermana, que está en un sanatorio enferma de tu-
    berculosis; nosotros tendremos a la niña hasta que la madre se
    cure, lo cual me temo que no llegará nunca, por lo que he oído.
    Todo estaba acordado y la mujer no tenía más que dejar a la
    niña y marcharse. Pero como tenía dos horas disponibles, qui-
    so visitar la institución y le enseñé la escuela de párvulos, la
    camita que ocupará Lily, nuestro comedor amarillo con el friso
    de conejos, para que pueda dar a la pobre madre la mayor can-
    tidad posible de datos alegres. Después de verlo todo, parecía
    algo cansada y la invite a tomar una taza de te en mi salón. El
    doctor Mac Rae estaba allí y parece que tenía hambre (cosa ra-
    ra en él, pues ahora no condesciende a tomar el té con nadie
    en esta institución más de una vez al mes). Tuvimos entonces
    una pequeña reunión.
    La mujer, muy comunicativa, nos contó que su marido se
    había enamorado de una señorita que vende entradas en un
    cine (una mujer de pelo amarillo y pintada, que masca goma
    como una vaca, fue su descripción de la encantadora), y que

    gastaba todo su dinero con esta mujer y que nunca iba a casa,
    si no estaba borracho, y que entonces se entretenía en romper
    los muebles. Que un caballete con el retrato de su madre, que
    tenía desde antes de casarse, lo había tirado por el gusto de
    romperlo. Por fin, ella se había sentido tan cansada de vivir,
    que se había bebido una botella de agua de jabón, porque le
    habían dicho que era veneno si se tomaba mucha de una vez.
    Pero que no se había muerto y que su marido había vuelto y le
    había dicho que si le volvía a hacer eso la iba a estrangular, de
    lo cual ella deducía que aún la debía querer un poco. Y todo
    esto con la mayor tranquilidad, mientras revolvía su te.
    Quise decir algo, pero no pude, y el doctor se portó en esta
    ocasión como un caballero. Habló bella y prudentemente y la
    despidió confortada. Mac Rae, cuando quiere, puede ser ex-
    cepcionalmente simpático, en particular con gente que no co-
    noce. Supongo que será una especie de etiqueta profesional;
    un doctor debe curar el espíritu lo mismo que el cuerpo. La ma-
    yor parte de los espíritus de este mundo parecen necesitarlo.
    Mi visitante me ha dejado a mí en ese estado. Desde entonces,
    he estado pensando qué haría si me casara con un hombre
    que me abandonara, por una muchacha y que al venir a casa
    destruyese mis cosas. Y esto es algo que puede ocurrirle a
    cualquiera.
    Debes estar contenta de que te haya tocado Jervis. Con un
    hombre así, se puede estar segura. Cuanto más vivo, más me
    convenzo de que lo único importante es el carácter. ¿Pero
    quién puede conocer el carácter de un hombre? ¡Saben hablar
    tan bien!
    Adiós y felices Pascuas a Jervis y a las Judiths.
    Sallie Mac Bride.
    P. S. Sería una delicada atención que no demoraras tanto en
    contestar mis cartas.
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Anoche se me ha perdido
    en la arena de la playa
    un recuerdo
    dorado, viejo y menudo
    como un granito de arena.
    ¡Paciencia! La noche es corta.
    Iré a buscarlo mañana...
    Pero tengo miedo de esos
    remolinos nocherniegos
    que se llevan en su grupa
    —¡Dios sabe adónde!— la arena
    menudita de la playa.

    [​IMG]

    Pedro Salinas, 1923
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    CONFIANZA

    Mientras haya
    alguna ventana abierta,
    ojos que vuelven del sueño,
    otra mañana que empieza.

    Mar con olas trajineras
    —mientras haya—
    trajinantes de alegrías,
    llevándolas y trayéndolas.

    Lino para la hilandera,
    árboles que se aventuren,
    —mientras haya—
    y viento para la vela.

    Jazmín, clavel, azucena,
    donde están, y donde no
    en los nombres que los mientan.

    Mientras haya
    sombras que la sombra niegan,
    pruebas de luz, de que es luz
    todo el mundo, menos ellas.

    Agua como se la quiera
    —mientras haya—
    voluble por el arroyo,
    fidelísima en la alberca.

    Tanta fronda en la sauceda,
    tanto pájaro en las ramas
    —mientras haya—
    tanto canto en la oropéndola.

    Un mediodía que acepta
    serenamente su sino
    que la tarde le revela.

    Mientras haya
    quien entienda la hoja seca,
    falsa elegía, preludio
    distante a la primavera.

    Colores que a sus ausencias
    —mientras haya—
    siguiendo a la luz se marchan
    y siguiéndola regresan.

    Diosas que pasan ligeras
    pero se dejan un alma
    —mientras haya—
    señalada con sus huellas.

    Memoria que le convenza
    a esta tarde que se muere
    de que nunca estará muerta.

    Mientras haya
    trasluces en la tiniebla,
    claridades en secreto,
    noches que lo son apenas.

    Susurros de estrella a estrella
    —mientras haya—
    Casiopea que pregunta
    y Cisne que la contesta.

    Tantas palabras que esperan,
    invenciones, clareando
    —mientras haya—
    amanecer de poema.

    Mientras haya
    lo que hubo ayer, lo que hay hoy,
    lo que venga.


    Baltimore, 1942 - Puerto Rico, 1944.





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    Pedro Salinas, 1950