Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    BAJO EL RETRATO DE ESPRONCEDA

    El mundo en sus ejes rueda
    en continuo movimiento
    sobre el humano cimiento...
    Así rueda el pensamiento
    de Don José de Espronceda.


    Rubén Darío
     
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    clause Claudia

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    VALOR DEL PASADO

    Hay algo de inexacto en los recuerdos:
    una línea difusa que es de sombra,
    de error favorecido.
    Y si la vida
    en algo está cifrada,
    es en esos recuerdos
    precisamente desvaídos,
    quizás remodelados por el tiempo
    con un arte que implica ficción, pues verdadera
    no puede ser la vida recordada.

    Y sin embargo
    a ese engaño debemos lo que al fin
    será la vida cierta, y a ese engaño
    debemos ya lo mismo que a la vida.
    [​IMG]

    Felipe Benítez Reyes
     
  3. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la OperaGastón
    Leroux Librodot
    -¡Pues bien, me dice que le lleve una silla! Con estas palabras, pronunciadas solemnemente, el rostro de mamá Giry se volvió de mármol, de mármol amarillo, veteado por estrías rojas, como el de las columnas que sostienen la escalinata principal y al que se llama mármol sarrancolin. Esta vez, Richard se echó a reír coreado por Moncharmin y por el secretario Rémy; pero, escarmentado por la experiencia, el inspector no reía. Apoyado en la pared, se preguntaba, manoseando febrilmente sus llaves en el bolsillo, cómo iba a terminar aquella historia. Y, cuanto más «altanero» era el tono de mamá Giry, más temía la cólera del director. Pero ante la hilaridad de los directores, la señora se atrevía a volverse amenazadora, ¡amenazadora de verdad. -¡En lugar de reírse del fantasma -exclamó indignada-, harían ustedes mejor haciendo como el señor Poligny, quien se dio cuenta por sí mismo... -¿Se dio cuenta de qué? -pregunta Moncharmin, que nunca se había divertido tanto. -¡Del fantasma!... ¿De quién va a ser?... ¡Miren ustedes!... (Se calma de repente ya que juzga que el momento es grave.) ¡Miren uste des!... Me acuerdo como si fuera ayer. En aquella ocasión tocaban La judía. El señor Poligny había querido asistir él solo a la representación, en el palco del fantasma. La señora Krauss había conseguido un éxito loco. Acababa de cantar, como ustedes saben, la parte del segundo acto (mamá Giry canta a media voz): Cerca a aquel que amo quiero vivir y morir, y la misma muerte, no nos puede desunir. -¡Bien, bien! Me acuerdo -reconoce con una sonrisa desalentadora el señor Moncharmin. Pero mamá Giry continúa a media voz, haciendo balancear la pluma de su sombrero color hollín: ¡Marchemos! Aquí, en los cielos, la misma suerte ahora nos espera a los dos. -¡Sí, sí! Lo sabemos -repite Richard, impaciente de nuevo-... ¿y entonces? ¿Qué más? -Y entonces, sigue el momento en que Leopoldo exclama: «¡Huyamos!», ¿no es cierto?, y cuando Eleazar los detiene preguntándoles: «¿A dónde corréis?» Pues bien, precisamente en ese momento, el señor Poligny, al que observaba desde el fondo de un palco de al lado, que se había quedado libre, se levantó de golpe y salió rígido como una estatua. No tuve tiempo más que para preguntarle, como Eleazar: «¿Adónde va usted?» Pero no me contestó y estaba más pálido que un muerto. Lo miré bajar la acera, pero no fue él quien se rompió la pierna... Sin embargo, caminaba como en un sueño, como en un mal sueño, y ni siquiera encontraba el camino, él que alardeaba de conocer bien la Opera. Así habló mamá Giry, y calló para comprobar el efecto que había producido. La historia de Poligny había hecho bajar la cabeza a Moncharmin. -Nada de todo esto me explica en qué circunstancias y cómo el fantasma de la ópera le pidió a usted una silla -insistió mirando fijamente a mamá Giry.
     
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    clause Claudia

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    CÁLCULO DE PROBABILIDADES

    Cada vez que un dueño de la tierra
    proclama
    para quitarme este patrimonio
    tendrán que pasar
    sobre mi cadáver
    debería tener en cuenta
    que a veces
    pasan.

    [​IMG]
    Mario Benedetti
     
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    VIENTO

    Cantan las hojas,
    bailan las peras en el peral;
    gira la rosa,
    rosa del viento, no del rosal.

    Nubes y nubes
    flotan dormidas, algas del aire;
    todo el espacio
    gira con ellas, fuerza de nadie.

    Todo es espacio;
    vibra la vara de la amapola
    y una desnuda
    vuela en el viento lomo de ola.

    Nada soy yo,
    cuerpo que flota, luz, oleaje;
    todo es del viento
    y el viento es aire siempre de viaje.
    [​IMG]

    Octavio Paz, 1944
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera

    Gastón Leroux

    -Pues bien, a partir de aquella noche..., ya que a partir de aquella noche dejaron por fin tranquilo al fantasma... ya no intentaron sacarle su palco, los señores Debienne y Poligny dieron órdenes para que se lo reservasen en todas las funciones. Entonces, cuando llegaba, me pedía su silla... -¡Uy, uy, uy! ¿Un fantasma que pide una silla? ¿Es acaso una mujer su fantasma? -preguntó Moncharmin. -No, el fantasma es un hombre. -¿Cómo lo sabe usted? -Tiene voz de hombre. ¡Oh!, una voz de hombre muy suave. Le diré cómo ocurren las cosas. Cuando viene a la Ópera, suele llegar hacia la mitad del primer acto, da tres golpecitos secos en la puerta del palco n° 5. ¡Imagínense ustedes lo intrigada que estuve la primera vez que oí esos tres golpes, pues sabía perfectamente que aún no había nadie en el palco! Abro la puerta. Escucho. Miro. ¡Nadie! Y después, oigo de pronto una voz que me dice: «Señora Jules -ése era el apellido de mi difundo marido-, una silla, por favor». Con su permiso señor director, me quedé como un tomate... Pero la voz continuó: «¡No se asuste, señora Jules, soy yo, el fantasma de la Ópera». Miré hacia donde venía la voz que, por otra parte, era tan amable y tan «acogedora» que casi no me daba miedo. La voz, señor director, estaba sentada en el primer sillón de la primera fila a la derecha. Aunque no viera a nadie en el sillón, habría podido jurar que había alguien allí, y que hablaba, y le aseguro, alguien muy bien educado. -¿Estaba ocupado el palco a la derecha del palco n° 5 -preguntó Moncharmin. -No. El palco n° 7, al igual que el palco n° 3 a la izquierda, no estaban aún ocupados. El espectáculo acababa de empezar. -¿Y qué hizo usted? -Pues bien, le traje la banqueta. Evidentemente, no era para él para quien pedía una silla, era para su dama. Pero a ella no la he oído ni visto jamás... ¿Qué? ¿Cómo? ¡Ahora resulta que el fantasma tenía esposa! La doble mirada de los señores Moncharmin y Richard pasó de mamá Giry al inspector que, detrás de la acomodadora, agitaba los brazos con el deseo de hacer recaer sobre él la atención de sus jefes. Con aire desolado se golpeaba la frente con el índice, para dar a entender a los directores que mamá Jules estaba completamente loca, pantomima que convenció definitivamente a Richard a prescindir de un inspector que mantenía a su servicio a una alucinada. La buena mujer continuaba, dedicada por entero a su fantasma, ala-bando ahora su generosidad. -Al final del espectáculo me da siempre una moneda de cuarenta sous, a veces incluso cien sous, y otras hasta diez francos, cuando ha pasado varios días sin venir. Desgraciadamente, desde que han empezado a importunarlo, no me da absolutamente nada ... -Perdón, mi querida señora... (nuevo aleteo de la pluma del sombrero color hollín ante tan persistente familiaridad), perdón... Pero ¿cómo se las arregla el fantasma para darle sus cuarenta sous? -interroga Moncharmin, que había nacido curioso. -¡Bah! Los deja sobre la mesita del palco. Los encuentro allí junto con el programa que siempre le traigo. Hay tardes en las que encuentro incluso flores en mi palco, una rosa que habrá caído del escote dé su dama... Estoy segura de que viene alguna vez con una señora porque un día olvidaron un abanico. -¡Ajá! ¿Conque el fantasma olvidó un abanico? Y, ¿qué hizo usted con él? -Pues bien, se lo devolví a la primera oportunidad.
     
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    TRISTE, MUY TRISTEMENTE...

    Un día estaba yo triste, muy tristemente
    viendo cómo caía el agua de una fuente.

    Era la noche dulce y argentina. Lloraba
    la noche. Suspiraba la noche. Sollozaba
    la noche. Y el crepúsculo en su suave amatista,
    diluía la lágrima de un misterioso artista.

    Y ese artista era yo, misterioso y gimiente,
    que mezclaba mi alma al chorro de la fuente.


    Rubén Darío, 1916
     
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    ABSTRACCIÓN

    A veces melancólico me hundo
    en mi noche de escombros y miserias,
    y caigo en un silencio tan profundo
    que escucho hasta el latir de mis arterias.

    Más aún: oigo el paso de la vida
    por la sorda caverna de mi cráneo
    como un rumor de arroyo sin salida,
    como un rumor de río subterráneo.

    Entonces presa de pavor y yerto
    como un cadáver, mudo y pensativo,
    en mi abstracción a descifrar no acierto

    Si es que dormido estoy o estoy despierto,
    si un muerto soy que sueña que está vivo
    o un vivo soy que sueña que está muerto.

    Julio Flórez
     
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    A UNA LÁGRIMA

    Gota del mar donde en naufragio lento
    se hunde el navío negro de una pena;
    gota que, rebosando, nubla y llena
    los ojos olvidados del contento.

    Grito hecho perla por el desaliento
    de saber que si llega a un alma ajena,
    ésta, sin escucharlo, le condena
    por vergonzoso heraldo del tormento.

    Piedad para esa gota, que es cual llama
    de la que el corazón se desahoga
    cual desahoga espinas una rama.

    Piedad para la lágrima que azoga
    el dolor, pues si así no se derrama,
    el alma, en esa lágrima se ahoga...


    José Ángel Buesa
     
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    El Fantasma de la Opera

    Gastón Leroux Librodot

    Aquí se dejó oír la voz del inspector: -No ha seguido usted el reglamento, señora Giry. Le pondré una multa. -¡Cállese usted, imbécil! (voz de bajo de Firmin Richard). -¡Le llevó usted el abanico! ¿Y entonces? -Y entonces, se lo llevaron, señor director; no volví a encontrarlo al final del espectáculo. La prueba está en que dejaron en su lugar una caja de bombones ingleses, de esos que me gustan tanto, señor director. Es una de las amabilidades del fantasma ... -Está bien, señora Giry... Puede usted retirarse. Después de que mamá Giry hubo saludado respetuosamente, no sin cierta dignidad, que jamás la abandonaba, a los dos directores, éstos comunicaron al inspector que estaban decididos a prescindir de los servicios de esa vieja loca... Y despidieron al señor inspector. Cuando el señor inspector se hubo retirado, tras conversar acerca de su dedicación a la empresa, los directores advirtieron al administrador que preparara la cuenta del señor inspector. Cuando se encontraron solos, los directores se transmitieron simultáneamente el mismo pensamiento, el de ir a dar una vuelta por el palco n° 5. Y hasta allí los seguiremos.

    VI EL VIOLÍN ENCANTADO

    Christine Daaé, víctima de intrigas sobre las que nos referiremos más tarde, no volvió por un tiempo a tener otro triunfo como el de la famosa velada de gala. Sin embargo, a partir de ésta, había tenido la ocasión de hacerse oír en la ciudad, en casa de la duquesa de Zurich, donde cantó los más bellos fragmentos de su repertorio. Así es cómo el gran crítico, X.Y Z., que se encontraba entre los invitados notables, se expresa al respecto . «Cuando se la oye en Hamlet, uno se pregunta si Shakespeare ha venido de los Campos Elíseos para hacerle ensayar Ofelia... También es cierto que, cuando ciñe la diadema de estrellas de la reina de la noche, Mozart, por su parte, debe abandonar las moradas eternas para venir a escucharla. Pero no, no tiene por qué molestarse, ya que la voz aguda y vibrante de la mágica intérprete de su Flauta mágica sube al Cielo, el cual escala con soltura, al igual que ha sabido, sin esfuerzo, ascender de su choza en la aldea de Skotelof al palacio de oro y mármol construido por Garnier.» Pero, después de la velada de la duquesa de Zurich, Christine ya no vuelve a cantar en público. El hecho es que por esta época rechaza cualquier invitación, cualquier mensaje. Sin dar pretexto plausible alguno, renuncia a aparecer en una fiesta de caridad a la que anteriormente había prometido su ayuda. Actúa como si no fuera ya dueña de su destino, como si tuviera miedo de un nuevo triunfo. Supo que el conde de Chagny, para complacer a su hermano, había realizado gestiones muy activasen su favor con el señor Richard. Ella le escribió para darle las gracias y para rogarle que no volviera a hablar de ella a sus directores. ¿Cuáles podían ser las razones de una actitud tan extraña? Unos pretendían que todo ello ocultaba un inconmensurable orgullo, otros vieron en ello una divina modestia.
     
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    AGOSTO

    Va a llover... Lo ha dicho al césped
    el canto fresco del río;
    el viento lo ha dicho al bosque
    y el bosque al viento y al río...

    Va a llover... Crujen las ramas
    y huele a sombra en los pinos...

    Naufraga en verde el paisaje...
    Pasan pájaros perdidos...

    ¡Qué solo te quedas tú
    pobre corazón sin nido!
    [​IMG]

    Jaime Torres Bodet
     
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    LA POESÍA

    Homenaje a Rosalía de Castro

    Se fue en el viento,
    volvió en el aire.

    Le abrí en mi casa
    la puerta grande.

    Se fue en el viento.
    Quedé anhelante.

    Se fue en el viento,
    volvió en el aire.

    Me llevó adonde
    no había nadie.

    Se fue en el viento,
    quedó en mi sangre.

    Volvió en el aire.

    José Ángel Valente
     
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    ÁNGELUS

    Quién me iba a decir que el destino era esto

    Ver la lluvia a través de letras invertidas,
    un paredón con manchas que parecen prohombres,
    el techo de los ómnibus brillantes como peces
    y esa melancolía que impregna las bocinas.

    Aquí no hay cielo,
    aquí no hay horizonte.

    Hay una mesa grande para todos los brazos
    y una silla que gira cuando quiero escaparme.
    Otro día se acaba y el destino era esto.

    Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
    siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
    y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
    porque no queda bien que la tinta se corra.

    [​IMG]
    Mario Benedetti
     
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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    No se es tan modesto cuando se está en el teatro. En realidad, no sé si debería escribir simplemente esta palabra: terror. Sí, creo que Christine Daaé tenía por aquel entonces miedo de lo que acababa de ocurrirle y que estaba tan perpleja como todo el mundo a su alrededor. ¿Estupefacta? ¡Vamos! Tengo aquí una carta de Christine (colección del Persa) que se refiere a los acontecimientos de esta época. Pues bien, después de haberla releído, no escribiré nunca que Christine estaba estupefacta, ni siquiera asustada por su triunfo, sino horrorizada. Sí, sí..., horrorizada. «¡Ya no me reconozco a mí misma», dice. ¡La pobre, pura y dulce niña! No se dejaba ver en ninguna parte, y el vizconde de Chagny intentó en vano cruzarse en su camino. Le escribió para pedirle permiso para visitarla en su casa, y ya había perdido la esperanza de recibir una respuesta, cuando una mañana ella le hizo llegar la siguiente nota: «Señor, no he olvidado al niño que fue a buscar mi chal al mar. No puedo evitar escribirle esto, hoy que parto para Perros, llevada por un deber sagrado. Mañana es el aniversario de la muerte de' mi pobre papá, a quien usted conoció y que le apreciaba. Está enterrado allí, con su violín, en el cementerio que rodea la pequeña iglesia, al pie de la ladera donde, siendo aún muy niños, tanto jugamos; al borde de aquella carretera donde, ya un poco más crecidos, nos dijimos adiós por última vez.» En cuanto recibió esta nota de Christine Daaé, el vizconde de Chagny se precipitó sobre una guía de ferrocarriles, se vistió a toda prisa, escribió algunas líneas que el mayordomo entregaría a su hermano y se precipitó en un coche que, por cierto, lo dejó demasiado tarde en el andén de la estación de Montparnasse para coger el tren de la mañana con el que contaba. Raoul pasó un día angustioso y no recuperó el gusto por la vida hasta la tarde, cuando se vio instalado en su vagón. A lo largo de todo el viaje releyó la nota de Christine, aspiró su perfume; resucitó la imagen de sus años jóvenes. Pasó toda la noche en el trensumido en un sueño febril que tenía como principio y fin a Christine Daaé. Comenzaba a despuntar el día cuando se apeó en Lannion. Corrió hacia la diligencia de Perros-Guirec. Era el único viajero. Interrogó al conductor. Supo que la víspera por la noche una joven, que parecía parisina, se había hecho conducir a Perros y se había apeado en la posada del Sol Poniente. No podía tratarse más que de Christine. Había venido sola. Raoul dejó escapar un profundo suspiro. En aquella soledad iba a poder hablar con Christine en plena tranquilidad. La amaba tanto que no podía ni respirar sin ella. Este joven que había dado la vuelta al mundo era como una virgen que no hubiera dejado jamás la casa de su madre. Conforme se iba acercando a ella, recordaba con devoción la historia de la pequeña cantante sueca. Muchos de esos detalles son aún ignorados por el gran público. Había una vez, en una pequeña aldea de los alrededores de Upsala, un campesino que vivía allí con su familia, cultivando la tierra durante la semana y cantando en el coro los domingos. Este campesino tenía una hija pequeña a la que enseñó a descifrar el alfabeto musical mucho antes de que aprendiera a leer. Papá Daaé era, sin darse quizá muy bien cuenta, un gran músico. Tocaba el violín y estaba considerado como el mejor músico de pueblo de toda Escandinavia. Su reputación se extendía por los alrededores y la gente se dirigía siempre a él para hacer bailar a las parejas en las bodas y las fiestas. La señora Daaé, paralítica, murió cuando Christine tenía seis años.
     
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    clause Claudia

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    José Ángel Buesa
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    Reseña biográfica

    Poeta cubano nacido en Cienfuegos en 1910 y fallecido en el exilio, en Santo Domingo cuando tenía 82 años.
    Publicó su primer libro de poesías a los 22 años de edad, y continuó con una producción constante que se difundió
    ampliamente por todos los países de habla hispana. Entre sus libros más conocidos, se cuentan «La Fuga de las Horas»,
    «Oasis», y «Poeta Enamorado

    José Ángel Buesa es sin dudas el poeta cubano de mayor aceptación y divulgación del siglo XX. Sus poesías demuestran un amor de fervor apasionado no común después de los modernistas. Le canta a la vida y al romance, y todo en su lírica es un ensueño, según sus lectoras.

    El público no le despreció jamás y sus producciones siempre recibieron calurosa acogida. Sus poemarios gozan de un alto número de ediciones y aun se continúan reimprimiendo, y desapareciendo de las bibliotecas públicas.

    Nacido en Cruces, Las Villas, Buesa le dedicó su vida a su poesía. Murió exiliado en la República Dominicana donde durante sus últimos años sirvió de profesor de literatura en la Universidad Pedro Henríquez Ureña.




    EL AMIGO

    No envidiéis mi alegría, mi salud ni mi canto;
    no envidiéis lo que sueño, ni envidiéis lo que digo.
    Todo eso vale poco, por más que cueste tanto...
    Pero, eso sí: envidiadme la amistad de este amigo.

    Envidiadme la gloria de esta firme confianza
    cuyo sentir profundo ni en bien ni en mal se altera,
    porque yo siento mío lo que su mano alcanza,
    y en él es permanente mi dicha pasajera.

    Envidiadme este amigo que me mira de frente,
    pues ni lo acerca el triunfo ni lo aleja el fracaso,
    y él madura en espiga lo que en mí fue simiente,
    y yo duermo en su lecho pero él bebe en mi vaso.

    No importa si estoy solo, pues siempre está conmigo,
    y mis propias arrugas lo van haciendo viejo...
    Ah, sí, envidiadme todos la amistad de este amigo
    que refleja mi espejo.


    José Ángel Buesa