Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Ala y Raíz Ala y raíz: la eternidad es eso. Y aquí, de frente al mar, en la ribera, la vida es como un fruto que cayera de un alto gajo, por su propio peso. Ala y raíz. Y el ala, sin regreso, a la raíz, con sed de primavera: que así el confín de la emoción viajera duerme a la sombra del follaje espeso. (El mar corre descalzo por la arena. Mi corazón ya casi es sólo mío. El ancla está aprendiendo a ser antena y el latido unicorde se hace escala. Después, libre del tiempo, en el vacío, Así: ¡mitad raíz y mitad ala!) José Ángel Buesa
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas DESAFÍO AL OTOÑO Soñar es ver la vida de otro modo, y es olvidar un poco lo que es. Un sueño es casi nada y más que todo; más que todo al soñarlo... Casi nada después. José Ángel Buesa
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux Librodot Inmediatamente, el padre, que no quería más que a su hija y a su música, vendió las pocas tierras que tenía y se marchó a Upsala en busca de gloria y fama. No encontró más que miseria. Entonces, volvió al campo, yendo de feria en feria, tocando sus melodías escandinavas, mientras su hija, que no le abandonaba jamás, le escuchaba con éxtasis o le acompañaba cantando. Un día, en la feria de Limby, el profesor Valérius los oyó y se los llevó a Gotemburgo. Pretendía que el padre era el mejor violinista del mundo, y que la hija tenía pasta de gran artista. Se procedió a la educación y a la instrucción de la niña. En todas partes deslumbraba a todos por su belleza, su gracia y su afán de esmero y de bien hacer. Su evolución era rápida. Entre tanto, el profesor Valérius y su mujer se vieron obligados a venir a instalarse en Francia. Trajeron con ellos a Daaé y a Christine. La señora Valérius trataba a Christine como a su hija. En cuanto al buen hombre, comenzaba ya a languidecer añorando su tierra. En París, no salía jamás. Vivía en una especie de sueño que entretenía con su violín. Durante horas enteras se encerraba en su habitación con su hija y se les oía tocar el violín y cantar con mucha dulzura, con mucha dulzura. A veces, la señora Valérius venía a escucharlos detrás de la puerta, dejaba escapar un profundo suspiro, se enjugaba una lágrima y volvía a marcharse de puntillas. También ella sentía la nostalgia de su cielo escandinavo. El señor Daaé parecía recuperar las fuerzas tan sólo en verano, cuando toda la familia iba a pasar las vacaciones a Perros-Guirec, en un rincón de Bretaña que por aquel entonces era prácticamente desconocido por los parisinos. Le gustaba mucho el mar de esta comarca, en el que reencontraba, decía, el mismo color de su tierra; y, a menudo, en la playa, tocaba sus baladas más dolientes, pretendiendo que el mar callaba para escucharlas. Además, tanto había suplicado a la señora Valérius, que ésta había cedido a otro capricho del viejo violinista de pueblo. En la época de las fiestas del pueblo y de los bailes, partió como antaño con su violín y con derecho a llevar a su hija durante ocho días. Nadie se cansaba de escucharlos. Derramaban armonía pata todo el año en las más pequeñas aldeas y dormían por las noches en granjas, rehusando la cama del albergue, apretándose en la paja uno contra otro, como en los tiempos de su miseria en Suecia. Sin embargo, bastante bien vestidos, rehusaban los sous que les ofrecían y no pedían nada, y las gentes, a su alrededor, no entendían nada de la conducta de aquel violinista que recorría los caminos con aquella hermosa niña que cantaba tan bien que uno creía escuchar a un ángel de paraíso. Los seguía de pueblo en pueblo. Un día, un muchacho de la ciudad, que se encontraba en la región con su institutriz, obligó a ésta a recorrer un largo camino porque no se decidía a abandonar a aquella niña cuya voz tan dulce y tan pura parecía haberlo encadenado. Llegaron de este modo al borde de una cala a la que aún se-llama Trestaou. Por aquellos tiempos no había en aquel lugar más que el cielo, el mar y la playa dorada. Y sobre todo había un fuerte viento que arrastró el chal de Christine. al mar. Christine lanzó un grito y estiró los brazos, pero el chal se encontraba ya lejos, sobre las olas. Entonces oyó una voz que le decía: -No se preocupe, señorita, yo iré a buscar su chal al mar. Y vio a un niño que corría, que corría, pese a las protestas indignadas de una buena mujer toda vestida de negro. El niño penetró en el mar vestido y le trajo su chal. ¡Tanto el niño como el chal se encontraban en lamentable estado! La mujer de negro no podía calmarse, pero Christine reía con ganas y besó al pequeño. Era el vizconde Raoul de Chagny. Vivía entonces con su tía en Lannion. Durante el verano, volvieron a verse casi todos los días y jugaron juntos.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas CONTIENE UNA FANTASÍA CONTENTA CON AMOR DECENTE Deténte, sombra de mi bien esquivo, imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo. Si al imán de tus gracias atractivo sirve mi pecho de obediente acero, ¿para qué me enamoras lisonjero, si has de burlarme luego fugitivo? Mas blasonar no puedes satisfecho de que triunfa de mí tu tiranía; que aunque dejas burlado el lazo estrecho que tu forma fantástica ceñía, poco importa burlar brazos y pecho si te labra prisión mi fantasía. Sor Juana Inés de la Cruz
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas DEVOCIONARIO (POEMA 257) Vengo creyendo en la pasión onírica como un tierno regalo de las hadas. Me han dicho: Usted escriba de lo real. Yo nunca le hice caso a los dogmáticos. Le hice caso a mis sueños más rebeldes; es decir, le hice caso a mis insomnios. David Escobar Galindo
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux Debido a la solicitud de la tía y a la intervención del profesor Valérius, el bueno de Daaé accedió a dar clases de violín al joven vizconde. De este modo, Raoul aprendió a apreciar las mismas melodías que habían encantado la infancia de Christine. Tenían aproximadamente el mismo tipo de alma soñadora y tranquila. No gustaban más que de los cuentos de viejos condes bretones, y su juego preferido consistía en ir a buscarlos en los umbrales de las puertas como si fueran mendigos. «Señora, o querido señor, no sabe usted alguna historia para contarnos, por favor?» Y rara vez no se les «daba» algo. ¿Qué vieja bretona no ha visto, aunque sólo sea una vez en su vida, bailar a las korrigans11sobre los brezos, al claro de luna? Pero su gran fiesta era cuando, hacia el crepúsculo, en la inmensa paz de la tarde, después de la puesta del sol en el mar, el padre Daaé venía a sentarse a su lado al borde del camino y les contaba en voz baja, como si temiera asustar a los fantasmas que invocaba, las hermosas, dulces o terribles leyendas de. los países del Norte. Unas veces eran bellas como los cuentos de Andersen, otras tristes como los cantos del gran poeta Runeberg. Cuando él callaba, los dos muchacho decían: «¡Otra!». Había una historia que comenzaba así: «Un rey estaba sentado en una barquita, sobre una de esas aguas tranquilas y profundas que se abren al igual que un ojo brillante, en medio de los montes de Noruega...» Y otra decía: «La pequeña Lotte pensaba al tiempo en todo y en nada. Pájaro de estío, planeaba entre los dorados rayos del sol, llevando en sus rubios rizos su corona primaveral. Su alma era tan clara, tan azul, como su mirada. Mimaba a su madre y era fiel a su muñeca. Cuidaba enormemente su vestido, sus zapatos rojos y su violín, pero sobre todas las cosas le agradaba escuchar, adormeciéndose, al Ángel de la música.» Mientras el buen hombre decía estas cosas, Raoul miraba los ojos azules y la cabellera dorada de Christine. Y Christine pensaba que la pequeña Lotte era muy feliz de poder escuchar, al dormirse, al Ángel de la música. No había cuentos narrados por Daaé en los que no interviniese el Ángel de la música, y los niños no le pedían explicaciones interminables acerca de él. Daaé pretendía que todos los grandes músicos, todos los grandes artistas, recibían, por lo menos una vez en su vida, la visita del Ángel de la música. Alguna vez el Ángel se había inclinado sobre sus cunas, como le sucedió a la pequeña Lotte; por eso existen pequeños prodigios que tocan el violín a los seis años mejor que hombres de cincuenta, lo cual, me diréis, es algo absolutamente extraordinario. A veces el Ángel viene mucho más tarde porque los niños no son buenos y no quieren aprender el método y descuidan las escalas. Otras veces el Ángel no acude nunca, porque no se tiene el corazón puro ni la conciencia tranquila. Jamás se ve al Ángel, pero se deja oír por las almas predestinadas. Con frecuencia llega cuando menos lo esperan, cuando están tristes y desanimadas. Entonces, el oído distingue de pronto armonías celestes, una voz divina, y se recuerdan de ella toda la vida. Aquellas personas que han sido visitadas por -1 Ángel quedan como inflamadas. Vibran con un temblor que el resto de los mortales ignora. 11De korrig, gnomo, y korr, enano: pequeños seres femeninos del folclore bretón, generalmente vellu-dos y malévolos
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Pueblo Blanco Colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco bajo un cielo que, a fuerza de no ver nunca el mar, se olvidó de llorar. Por sus callejas de polvo y piedra por no pasar, ni pasó la guerra. Sólo el olvido... camina lento bordeando la cañada donde no crece una flor ni trashuma un pastor. El sacristán ha visto hacerse viejo al cura. El cura ha visto al cabo y el cabo al sacristán. Y mi pueblo después vio morir a los tres... Y me pregunto por qué nacerá gente si nacer o morir es indiferente. De la siega a la siembra se vive en la taberna. Las comadres murmuran su historia en el umbral de sus casas de cal. Y las muchachas hacen bolillos buscando, ocultas tras los visillos, a ese hombre joven que, noche a noche, forjaron en su mente. Fuerte pa' ser su señor. Tierno para el amor... Ellas sueñan con él, y él con irse muy lejos de su pueblo. Y los viejos sueñan morirse en paz, y morir por morir, quieren morirse al sol. La boca abierta al calor, como lagartos. Medio ocultos tras un sombrero de esparto. Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer. Toma tu mula, tu hembra y tu arreo. Sigue el camino del pueblo hebreo y busca otra luna. Tal vez mañana sonría la fortuna. Y si te toca llorar es mejor frente al mar. Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas, y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás, juro por lo que fui que me iría de aquí... Pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio. Joan Manuel Serrat >
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux Gozan del privilegio de no poder tocar un instrumento o a abrir la boca para cantar sin producir sonidos que, dada su belleza, llenan 1 de vergüenza a todos los demás sonidos humanos. Las gentes que no saben que el Ángel ha visitado a estas personas, dicen que son geniales. La pequeña Christine preguntaba a su padre si él había oído al Ángel. Pero el señor Daaé movía la cabeza tristemente, luego brillaba su mirada mirando a la niña y le decía: -¡Tú, hija mía, tú le oirás un día! Cuando esté en el cielo, te lo enviaré un día, te lo prometo. El señor Daaé empezaba por aquella época a toser. Llegó el otoño, que separó a Raoul de Christine. Volvieron a verse tres años más tarde: eran ya adolescentes. Esto ocurrió también en Perros, y Raoul conservó una impresión tal que le acompañó toda su vida. El profesor Valérius había muerto, pero la señora Valérius se había quedado en Francia, donde sus intereses la retenían, con el buen Daaé y su hija, que continuaban cantando y tocando el violín, arrastrando en su sueño a su querida protectora, que parecía no vivir más que de música. El joven había ido a Perros por casualidad y también por casualidad entró en la casa antaño habitada por su amiguita. Vio al principio al viejo Daaé, que se levantó de la silla con lágrimas en los ojos y lo abrazó, diciéndole que habían guardado de él un fiel recuerdo. De hecho, no había pasado un día sin que Christine hablara de Raoul. El viejo continuaba hablando cuando la puerta se abrió y, encantadora y presurosa, la joven entró llevando en una bandeja el té humeante. Reco-noció a Raoul y dejó la bandeja. Una ligera llama se extendió sobre su rostro encantador. Se mantenía vacilante, callada. El padre les miraba a los dos. Raoul se acercó a la joven y la abrazó al tiempo que le daba un beso que ella no evitó. Le hizo algunas preguntas, cumplió muy bien su papel de anfitriona, volvió a coger la bandeja y abandonó la habitación. Después fue a refugiarse en un banco, en la soledad del jardín. Experimentaba sentimientos que agitaban su corazón adolescente por primera vez. Raoul vino a su encuentro y charlaron con cierto pudor hasta la noche. Habían cambiado completamente, ya no reconocían a sus personajes, que parecían haber adquirido una importancia considerable. Eran tan prudentes como diplomáticos y se contaban cosas que no tenían nada que ver con sus nacientes sentimientos. Cuando se separaron, al lado de la carretera, Raoul dijo a Christine, al tiempo que depositaba un correctísimo beso en su mano temblorosa: -¡Señorita, no la olvidaré nunca! -y se marchó lamentando estas palabras, consciente de que Christine Daaé no podría ser la esposa del vizconde de Chagny. En cuanto a Christine, fue a buscar a su padre y le dijo: -¿No te parece que Raoul ya no es tan amable como antes? ¡Ya no le quiero! E intentó no pensar más en él. Lo lograba con bastante dificultad y se volcó en su arte, que le ocupaba todo su tiempo. Sus progresos eran maravillosos. Los que la escuchaban le predecían que sería la artista más importante del mundo. Pero entre tanto murió su padre, y de golpe, ella pareció perder con él su voz, su alma y su genio. Le quedaba aún talento suficiente para ingresar en el Conservatorio, pero sólo suficiente. No destacó jamás, siguió las clases sin entusiasmo y obtuvo un premio simplemente para complacer a la anciana señora Valérius, con la que continuaba viviendo. La primera vez que Raoul había visto a Christine en la ópera, había quedado prendado por la belleza de la joven y por la evocación de las dulces imágenes de antaño, pero sorprendido de su falta de genio. Parecía ajena a todo. Volvió para escucharla. La seguía por los corredores. La esperó detrás de un montante.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Epigrama 15 De la extrema aflicción Su dolor no llame agudo quien llora con frenesí. El gran sentimiento es mudo. ¡Triste de aquél que no pudo decir siquiera: ay de mí! Juan de Iriarte
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas LA SED INSACIABLE Decir adiós... La vida es eso. Y yo te digo adiós, y sigo... Volver a amar es el castigo de los que amaron con exceso. Amar y amar toda la vida, y arder en esa llama. Y no saber por qué se ama... Y no saber por qué se olvida... Coger las rosas una a una, beber un vino y otro vino, y andar y andar por un camino que no conduce a parte alguna. Buscar la luz que se eterniza, la clara lumbre durarera, y al fin saber que en una hoguera lo que más dura es la ceniza. Sentir más sed en cada fuente y ver más sombra en cada abismo, en este amor que es siempre el mismo, pero que siempre es diferente. Porque en sordo desacuerdo de lo soñado y lo vivido, siempre, del fondo del olvido, nace la muerte de un recuerdo. Y en esa angustia que no cesa, que toca el alma y no la toca, besar la sombra de otra boca en cada boca que se besa... José Ángel Buesa
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas DECIR: HACER A Roman Jakobson 1 Entre lo que veo y digo, entre lo que digo y callo, entre lo que callo y sueño, entre lo que sueño y olvido, la poesía. Se desliza entre el sí y el no: dice lo que callo, calla lo que digo, sueña lo que olvido. No es un decir: es un hacer. Es un hacer que es un decir. La poesía se dice y se oye: es real. Y apenas digo es real, se disipa. ¿Así es más real? Octavio Paz
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas MELANCOLÍA Me siento, a veces, triste como una tarde del otoño viejo; de saudades sin nombre, de penas melancólicas tan lleno... Mi pensamiento, entonces, vaga junto a las tumbas de los muertos y en torno a los cipreses y a los sauces que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo de historias tristes, sin poesía... Historias que tienen casi blancos mis cabellos. Manuel Machado
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas La melancolía, en ciertos momentos y circunstancias, es natural y parte de las emociones naturales de todo ser humano,pero si es vivida como un estado permante ,pasa al plano patólogico. No obstante, estos momentos melancólicos han plasmando maravillosos poemas, y se puede decir que las grande letras de la mayoría de los tangos, se revisten de esa visión melancólica, pero que al musicalizarla y llevarla a los salones de baile, de pronto , pierde su dramatismo. Pero en este estudio se encara el tema,desde un ángulo más profundo , que es el filosófico y el psicólogico, llegando a muy buenas conclusiones, más allá de lo que los momentos melancólicos nos regalan a nivel poético. Transcribo algunos parrafos , con su autor. La experiencia melancólica: Una aproximación desde la filosofía y el psicoanálisis Laura Suárez González de Araújo * No hay ser que exprese de una manera más patética el dolor de existir y el sufrimiento como el melancólico" Jaques Lacan Escribir sobre la melancolía sólo tendría sentido para aquellos a quienes la melancolía satura o si el escrito viniera de la melancolía” Julia Kristeva Resumen El presente trabajo pretende desarrollar un estudio analítico del concepto de la “melancolía” a partir de la interpretación que del término han dado diversos autores de distintas corrientes filosóficas. Así, en un primer momento se tomará como punto de referencia la experiencia dominante del tiempo que impera en este estado de ánimo y que ha sido ya desentrañada en ciertos textos fundamentales de Nietzsche, Binswanger, Rousseau o Freud, pensadores sobre los que quedará articulada esta parte inicial. En un segundo momento, se tratará de recoger cuáles son los lazos existentes dentro de este temperamento que vinculan una posible pérdida de objeto (definido en algunas ocasiones e indeterminado en otras) con un descontento hacia el mundo en general y hacia la condición humana en particular. Para ello, se recurrirá esencialmente a la interpretación freudiana de este complejo temperamental y a determinadas citas de Rousseau y de Tomás de Aquino. Finalmente, se esbozará una valoración general que intente aunar ambas vías de análisis y en donde quede recogido un planteamiento detallado de este “estado melancólico”, reconociendo no obstante y ya de antemano, la imposibilidad de dilucidar una lógica estable del mismo. Palabras clave: melancolía, tiempo, Freud, pérdida de objeto, acidia, Real 1- LA EXPERIENCIA DEL TIEMPO “Al melancólico el tiempo se le manifiesta como suspensión del transcurrir”, escribe Alejandra Pizarnik en el Espejo de la Melancolía. Esta visión del melancólico podría completar la mostrada por el propio Freud al señalar que “el valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo”, tiempo que por su propia definición, por su mismo componente de duración, de sucesión de momentos continuada a la par que limitada, parece abocar al hombre a ese estado melancólico caracterizado por el dolor y la tristeza. Así, este hombre que se sabe transitorio, que conoce lo efímero de sus actos y que reconoce la “imposibilidad de la continuidad de la experiencia natural” (ese estado melancólico de pérdida), este hombre, decíamos, parece exclamar : ¡El tiempo se me agota en el tiempo!, quedándose así paralizado. Quizá sea esa la sensación nietzscheana de todo lo acabado5, o por extensión, de todo lo que se sabe que va a terminar. Quizá sea también el no asumir la propia muerte ( el tener la muerte en términos de Heidegger6), ese destino ineluctable de los hombres, lo que ocupe en este punto una de los resortes más punzantes dentro de aflicción melancólica. Lacan lo sabía, y es por ello que pronunció la polémica frase en Louvain : ¡ Hacen bien en creer que se van a morir! No obstante, no es sólo la pérdida del tiempo lo que sume al melancólico en tal estado, sino que la propia limitación que este conocimiento impone, esto es, la restricción en la posibilidad del goce, es lo que cimienta y se apodera del temple característico del melancólico. Es esto lo que llevó a Freud, reflexionando sobre esa pretensión de eternidad frustrada en determinados hombres (que atañe además a todo lo bello que lo humano y lo natural albergan), a presumir que tal disposición afectiva debía albergar una aflicción psíquica, una patología que asumía de antemano el duelo de algo que se sabía en un futuro perdido y que, en consecuencia, inhibía su goce de lo bello por la idea de su índole perecedera. Aquí, y a propósito de este estado de cosas, podría introducirse la sentencia de Rousseau cuando señala: “Para mí la previsión ha destruido siempre el goce. Sólo he visto el futuro perdiéndolo”, y con la que el pensador francés parecería querer decir que el sólo hecho de conocer el devenir previsible cercena y anula la capacidad de gozar, la cual solamente se hace perdurable con la negación o sublimación de esa certeza sobre el destino del hombre. ..................................................................................... Así, y en base a lo dicho hasta el momento, conviene recordar aquí el grabado de Durero Melancolía I, imagen repleta de simbología que se constituye como una compleja alegoría del temple melancólico tal y como había sido entendido hasta el Renacimiento. En ella se observan distintos objetos que pueden entenderse como referidos al ya citado carácter transitorio e irrevocable del tiempo, remarcando por lo que aquí nos interesa el voluptuoso reloj de arena que decora el fondo de la imagen, la balanza, el cuadro mágico (que recoge el año de realización de la obra, que a su vez coincide con la fecha de la muerte de la madre del pintor) y la campana. Asimismo, especial interés muestra la corona de ranúnculos y lotos que la figura alada lleva sobre su cabeza, plantas que se suponía alejaban a la melancolía de la locura, de la desarmonía que la bilis negra podía provocar desencadenando así la patología. Con ello, esta figura principal, dejada a sus pensamientos habiendo abandonado sus labores ( se observan a su alrededor distintas herramientas, al tiempo que sostiene una especie de pluma) parece representar ese rasgo melancólico propio de los artistas y los genios que ya Aristóteles había desarrollado en su Problema XXX. Con todo, y volviendo al tema que nos ocupa, me gustaría concluir esta primera parte reseñando la doble vertiente que el tiempo ocupa en el estado melancólico: así, si de un lado cabe erigirlo como uno de los responsables directos de la aflicción que la melancolía impone, de otro hay que señalarlo como uno de los medios para el desenlace curativo de tal disposición. En este sentido, Freud señala que tanto la melancolía como el duelo comparten el rasgo común de desaparecer pasado cierto tiempo sin dejar tras de sí graves secuelas registrables, y que si bien se requiere un proceso lento para asimilar la orden extraída del exámen de la realidad, lo que se había comportado como una herida abierta acaba por cicatrizar una vez se renuncia al objeto declarándoselo muerto. Así, podría reformularse la sentencia apuntada líneas más arriba para decir ahora que es el propio tiempo el que agota el temple melancólico provocado, entre otras causas, por el mismo tiempo. Con todo esto, a continuación veremos, partiendo de nuevo y fundamentalmente de la aportación freudiana, como se puede ubicar otra de estas causas impulsoras de la melancolía en la pérdida de un objeto amado, pérdida que si bien pasa a ser inicialmente refutada por el yo, termina por absorber a éste generando con ello una identificación con el propio objeto. 2- LA PÉRDIDA DE OBJETO Y LA RELACIÓN CON EL MUNDO Si bien el término de melancolía ha cubierto realidades muy diferentes a lo largo de la historia, algunas de las cuales han sido esbozadas en los párrafos anteriores, la psiquiatría y especialmente el psicoanálisis han demarcado el concepto para referirlo a un tipo de dolencia psíquica que se manifiesta por la extinción del gusto por la vida, el deseo y la palabra, así como por una intensa rebaja del sentimiento de sí que, siguiendo a Freud, se exterioriza en autorreproches y denigraciones que se extreman hasta una delirante expectativa de castigo. Así, el inventor del psicoanálisis deja expuesto en Duelo y Melancolía que si bien ambas afecciones vienen representadas como una reacción frente a la pérdida de un objeto amado, la melancolía muestra algo ausente en el duelo, esto es, esa extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico. A propósito de esta característica y a diferencia del duelo, la melancolía puede quedar referida a una pérdida de objeto inconsciente ( “puede reconocerse que esa pérdida es de naturaleza ideal. El objeto no está realmente muerto, pero se perdió como objeto de amor”) suponiendo con ello una suerte de “pérdida del objeto perdido”, en donde la pérdida de objeto no termina de aparecer pero prevalece la misma sensación de ausencia sin poder desentrañar el qué o el quién de lo que se ha perdido. Será por tanto esa pérdida desconocida la que motivará la inhibición característica de la melancolía. .................................................................................... Así y todo, y acogida la posibilidad ya esbozada de que esa pérdida sea indeterminada, inconsciente en el objeto, se entiende el desencanto del melancólico con respecto a la condición humana, su disposición a la huída y al refugio en algo así como un desierto solitario en el que las “producciones de la tierra no forzada por el hombre rellenen su vacío” e intenten con ello cubrir esa pérdida de objeto no definido que le hunde en la tristeza. Igualmente, y a propósito de esta tristeza erigida como rasgo siempre presente en la melancolía a lo largo de la historia, conviene mencionar también la concepción que de ésta imperaba en los sistemas religiosos, fundamentalmente en la Iglesia Cristiana, para quién esa tristeza ( a raíz de la cual se introduce el concepto de acedia) quedará constituida como pecado. Así, señala Tomás de Aquino: “Efectivamente, la tristeza en sí misma es mala: versa sobre lo que es malo en apariencia y bueno en realidad(…)”, y unas líneas más abajo apunta: “ Por tanto, dado que la acidia, en el sentido aquí tratado, implica tristeza del bien espiritual, es doblemente mala: en sí misma y en sus efectos. Por eso es pecado la acidia (…)”. Con todo, esta tristeza y sus efectos, que paralizan al hombre y le impiden hacer el bien, queda ligada en la concepción tomista a una pérdida de relación con Dios ( que ocupa el lugar de objeto), esto es, a la pérdida de fe que conduce al abandono de las pasiones y con ello al pecado. ................................................................. Con todo, podría afirmarse que esa pérdida de objeto que queda trasladada en una pérdida del yo (pérdida del propio sujeto, por identificarse éste con el primero), conduce en ocasiones al melancólico a una suerte de pérdida del mundo, en donde tanto la voz como el apetito ceden su espacio a un lamento ensimismado que no tiene nombre. 3- CONCLUSIÓN Y VALORACIÓN Una vez sentados los supuestos del temple melancólico desde las ópticas establecidas, esto es, a partir de una experiencia del tiempo que pesa por su transitoriedad y finitud y a partir de una pérdida de objeto que conduce a una ruptura de lazos con el mundo, cabría señalar que si bien mediante estos rasgos puede establecerse y ubicarse este temperamento propio de la melancolía, no es posible referirlo a ninguna estructura lógica determinada más allá de la fantasmática. De este modo, los epítetos lanzados contra el mundo por el melancólico, así como por los distintos autores estudiados en nuestro caso, hay que entenderos como alógicos, como no fenoménicos por estar referidos a un objeto perdido, a una falta; falta que se comprende en el doble significado que el término ofrece, esto es, como ausencia ante esa pérdida y como culpa, como pecado que sume al melancólico en un estado de suspensión en el tiempo dominado por la angustia y el cese del interés por el mundo. ................................................
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas MELANCOLÍA De todo lo velado, tenue, lejana y misteriosa surge vaga melancolía que del ideal al cielo nos conduce. He mirado reflejos de ese cielo en la brillante lumbre con que ahuyenta las sombras, la mirada de sus ojos azules. Leve cadena de oro que una alma a otra alma con sus hilos une oculta simpatía, que en lo profundo de lo ignoto bulle, y que en las realidades de la vida se pierde y se consume cual se pierde una gota de rocío sobre las yerbas que el sepulcro cubren. Abril 24 [de] 1883 José Asunción Silva
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas XXV MELANCOLÍA A Domingo Bolívar Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. Voy bajo tempestades y tormentas ciego de sueño y loco de armonía. Ése es mi mal. Soñar. La poesía es la camisa férrea de mil puntas cruentas que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas dejan caer las gotas de mi melancolía. Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo; a veces me parece que el camino es muy largo, y a veces que es muy corto... Y en este titubeo de aliento y agonía, cargo lleno de penas lo que apenas soporto. ¿No oyes caer las gotas de mi melancolía? Rubén Darío