Re: ... de poetas, cuentos y leyendas MEMORÁNDUM Uno llegar e incorporarse al día Dos respirar para subir la cuesta Tres no jugarse en una sola apuesta Cuatro escapar de la melancolía Cinco aprender la nueva geografía Seis no quedarse nunca sin la siesta Siete el futuro no será una fiesta Y ocho no amilanarse todavía Nueve vaya a saber quién es el fuerte Diez no dejar que la paciencia ceda Once cuidarse de la buena suerte Doce guardar la última moneda Trece no tutearse con la muerte Catorce disfrutar mientras se pueda Mario Benedetti
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux X EN EL BAILE DE MASCARAS El sobre, lleno de manchas de barro, no llevaba sello. «Para entregar al señor vizconde Raoul de Chagny», y la dirección a lápiz. Había sido seguramente tirado con la esperanza de que alguien que pasara recogiera el billete y lo llevara al domicilio indicado. Y era lo que había sucedido. El billete sido encontrado en una acera de la plaza de la ópera. Raoul lo releyó febrilmente. No necesitaba más para que su esperanza renaciera. La sombría imagen, que por un momento se había hecho una Christine olvidada de sus obligaciones con ella misma, dejó paso a la primera idea que había tenido de una desgraciada niña inocente, víctima de una imprudencia, y de su sensibilidad excesiva. ¿Hasta qué punto, ahora ya, seguía siendo víctima? ¿De quién se encontraba prisionera? ¿A qué abismos la habían arrastrado? Se preguntaba todo esto con angustia muy cruel. Pero este mismo dolor le parecía soportable comparado con el delirio en el que le sumía la idea de una Christine hipócrita y mentirosa. ¿Qué había sucedido? ¿Qué influencia había sufrido? ¿Qué monstruo la había hechizado, y con qué armas?... ... ¿Con qué armas podía ser a no ser las de la música?... ¡Sí, sí! Cuanto más pensaba, más se persuadía de que sería por este lado donde descubriría la verdad. ¿Había olvidado acaso el tono con el que ella le había dicho, en Perros, que había recibido la visita del enviado celeste? ¿Y la misma historia de Christine, en aquellos últimos tiempos, acaso no debía ayudarle a aclarar las tinieblas en las que se debatía? ¿Había ignorado la esperanza que se había apoderado de Christine después de la muerte de su padre y el desprecio que había sentido por todas las cosas de la vida, incluso por su arte? Había pasado por el conservatorio como una maquina cantante, carente de aIma. Y, de repente, había despertado como bajo el influjo de una intervención divina. ¡El Angel de la música había llegado! ¡Canta la Margarita del Fausto y triunfa... ¡El Ángel de la música!... ¿Quién, quién, pues, se hace pasar a sus ojos como ese maravilloso genio?... ¿Quién, pues, conocedor de la leyenda amada del viejo Daaé, la utiliza hasta el punto de que la joven no es entre sus manos más que un instrumento sin defensa al que hace vibrar a capricho? Raoul pensaba que una tal circunstancia no era excepcional. Recordaba lo que le había sucedido a la princesa Belmonte, que acababa de perder a su marido, y cuya angustia se había convertido en estupor... Hacía un mes que la princesa no podía hablar ni llorar. Esta inercia fisica y moral iba agravándose día a día y la debilidad de la razón acarreaba poco a poco la aniquilación de la vida. Cada tarde llevaban a la enferma a los jardines, pero ella no parecía comprender siquiera dónde se hallaba. Raff, el mayor cantante de Alemania, que pasaba por Nápoles, quiso visitar estos jardines atraído el renombre de su belleza. Una de las damas de la princesa rogó al gran artista que cantara, sin dejarse ver, cerca del bosquecillo en el que ella se encontraba tumbada. Raff consintió y cantó una sencilla melodía que la princesa había oído en boca de su marido durante los primeros días de su himeneo. La tonada era expresiva y sugerente. La melodía, las palabras, la admirable voz del artista, todo se unió para remover profundamente el alma de la princesa. Las lágrimas brotaron de sus ojos...
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas (1870-1905) Biografía de: JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN José María Gabriel y Galán nació el 28 de junio de 1870 en Frades de la Sierra, pequeño pueblo de la provincia de Salamanca que en aquellos tiempos formaba parte de Castilla la Vieja y en la actualidad, Salamanca es una de las nueve provincias que componen la autonomía de Castilla y León (España). Sus padres se dedicaban al cultivo de la tierra y la ganadería en terrenos de su propiedad, dos de las producciones típicas del campo charro salmantino. Su economía era la propia de quienes se dedicaban a la labranza y al cuidado de los animales por aquellos años finales del siglo XIX. Su infancia la pasa en su pueblo natal y allí en su escuela aprende las primeras letras. A los 15 años se traslada a la capital, Salamanca, donde prosigue sus estudios. Para no cargar más la economía familiar, se buscó un trabajo en un almacén de tejidos que alternaba con sus estudios. De esta estancia en la capital salmantina, datan sus primeros escritos en verso, que al darlos a conocer a sus amistades, es elogiado y estimulado a que continúe escribiendo poesías. En 1888 obtiene el título de maestro de escuela y es destinado al pueblo de Guijuelo, distante 20 Km. de su pueblo natal. Tras una corta estancia en la escuela de este pueblo, se traslada a Madrid para estudiar en la Escuela Normal Central. En la capital de España reside por poco tiempo, pues esta ciudad cosmopolita despierta en José María un cierto rechazo, puesto de manifiesto en alguna de las cartas que escribe a sus amigos, en que la moteja bajo la denominación de "Modernópolis" . Después, su nuevo destino de maestro de escuela es a Piedrahita, (Ávila). Allí se dedica a la pedagogía sirviéndose de los nuevos conocimientos adquiridos en su paso por la Escuela Normal Central de Madrid. Se tienen conocimientos de este periodo de su estancia en Piedrahita, a través de las cartas que escribe a algunos amigos, las cuales firmaba con el seudónimo de "El solitario", tal era el bajo estado de ánimo en el que el joven maestro se encontraba por entonces. José María Gabriel y Galán se iba perfilando como un muchacho triste, melancólico y muy sensible y atento al mundo que le rodeaba. De convicciones profundamente religiosas recibidas de su madre, doña Bernarda, son sus primeras poesías el fiel reflejo de sus creencias. En una de las cartas enviada a un amigo, podemos averiguar lo que opinaba el sensible poeta sobre el castigo inhumano que para su moral suponía la pena de muerte, aplicada en España por entonces: «... pasado mañana, dará la justicia en esta localidad, el triste espectáculo de la ejecución del reo de un crimen cometido en una dehesa de este partido judicial, hace ya dos años. Dios lo recoja en el cielo...» De su monótona vida de soledad y tristeza que por aquel tiempo caracterizaba al joven poeta, vino a sacarle el enamoramiento con Desideria, hacia el año 1893. Cuatro años después, en diciembre de 1897 anunciaba su casamiento con Desideria, ("mi vaquerilla" como solía llamarla cariñosamente). El 26 de enero de 1898, en una iglesia de Plasencia, contraían matrimonio José María y Desideria. A partir de ese instante, la vida del joven poeta experimenta un cambio radical; abandona su dedicación de maestro en la escuela de Piedrahita, y se traslada al pueblo cacereño de Guijo de Granadilla, en donde se encarga de la dirección y administración de una gran dehesa extremeña denominada "El Tejar", propiedad del tío de su esposa. Encuentra así, la calma que necesita el espíritu sensible de nuestro poeta: la dedicación al cultivo del campo y del alma. Debido al sosiego que esta nueva ocupación le proporciona, y debido también a su sensibilidad y sus dotes de agudo observador, se dedica a escribir lo que le inspira el nuevo entorno en el que se desenvuelve. Poesías de pura raigambre racial, retratan las vidas de los humildes labriegos que trabajan y habitan en la dehesa; de los pobladores de aquellos pequeños núcleos rurales extremeños; de los amoríos entre los pastorcillos y las jóvenes zagalillas... En ese pueblo nace su primer hijo (Jesús, 189, lo cual le inspira para componer la poesía «El Cristu benditu» con la que inicia sus famosas EXTREMEÑAS en las que el empleo de la lengua vernácula, "el castúo", aroma y vivifica la musa del poeta. En esa poesía refleja el autor la vida gris que pasó en su primera juventud y el gran cambio hacia la alegría que experimenta con su nuevo empleo y el nacimiento de su hijo. La observación minuciosa de las gentes pueblerinas de los alrededores, le lleva a decir un día a un amigo: «...las gentucas de las aldeas, al par que cosas buenas, tienen miserias y roñas morales que repugnan al estómago más fuerte, se necesita mucha calidad y mucha paciencia para vivir entre ellas...» En otra ocasión confiesa a un amigo, a través de la correspondencia epistolar: «...yo no tengo más amigos, en sentido estricto de la palabra, que uno de mis criados. Voy dejándome vivir, agua abajo, agua abajo, sin prisa alguna...» Su segundo hijo nace el 27 de febrero de 1901. En septiembre de ese mismo año, convocado por la universidad de Salamanca, se celebran unos juegos florales. A ellos concurre Gabriel y Galán con la poesía titulada "El ama". Preside el jurado del certamen el insigne rector de la universidad salmantina, filósofo, escritor y poeta, Miguel de Unamuno. El 3 de septiembre se da a conocer el fallo del jurado, que recae en la obra presentada por Gabriel y Galán; en ella, el autor había plasmado con gran hondura poética, todos los vivos recuerdos que guardaba de su madre, recia mujer de Castilla que le animó en sus comienzos literarios, y muerta unos años antes. En dicha poesía, nuestro poeta se mete en el personaje de su padre y desde esa ensoñación relata la vida de la pareja al frente de una gran finca imaginada que bien le pudo inspirar su realidad vivida al frente de la que él ya dirigía en Guijo de Granadilla. El 15 de septiembre de 1901, se celebran en la ciudad de Salamanca los juegos florales, en los que, en solemne acto, es entregada "la flor natural" a Gabriel y Galán, como premio a su bella poesía "El ama". Debido a la huella que dejó la poesía ganadora y a la amistad surgida de tal evento entre los dos poetas, a partir de aquel momento, Unamuno y Gabriel y Galán comienzan una asidua correspondencia epistolar. A partir de ahí se empieza a dar a conocer como joven y singular poeta. Publica su libro de poesías titulado "Castellanas". El éxito adquirido por esta publicación hace que el autor vuelva a dar a la luz su segundo libro titulado "Extremeñas" y poco tiempo después, un tercero de título "Nuevas castellanas". En 1902 triunfa en los juegos florales de Zaragoza; al año siguiente obtiene los galardones de la flor natural, en los juegos florales de Murcia, de Lugo y de Sevilla. La fama con que irrumpía este joven poeta, en el panorama de la popularidad, adquiría un vertiginoso crecimiento en corto espacio de tiempo. El año 1903 es premiado por el ayuntamiento de Guijo de Granadilla con el galardón de «Hijo Adoptivo» de este pueblo cacereño perteneciente a la comarca natural de Las Hurdes. Para corresponder con toda gratitud a tal nombramiento, prepara una bella poesía titulada "Sólo para mi lugar" que es estrenada y recitada por su autor en tan solemne acto, el lunes 13 de abril de 1903. En 1904 recibe un homenaje en Argentina a resultas de ser premiada su poesía "Canto al trabajo". Toda su poesía se desenvuelve en una atmósfera campesina y rural. Él supo cantar como nadie, la belleza del alma sencilla de los campesinos extremeños y salmantinos. Hizo poesía de lo más paupérrimo de las sencillas gentes de la entonces paupérrima comarca natural de "Las Hurdes" que luego supo retratar el español-mexicano Luis Buñuel con su film "Tierra sin pan". Su extensa y valiosa obra es de una excelente y sublime sencillez, con la utilización de palabras y frases exenta de artificiales filigranas y sofisticaciones, que son el mimbre con el que va construyendo una poesía popular de alta sonoridad y cuidada rima, que cala fácilmente en el entendimiento de los menos instruidos en las artes literarias. Su verso recorre una amplia gama de medidas que va desde el hexasílabo hasta el hexadecasílabo. Sus estrofas más usadas son el romance, la cuarteta, la redondilla, la quintilla, la sextilla y el serventesio. Sus poesías publicadas se agrupan bajo los títulos: Campesinas; Castellanas; Religiosas; Extremeñas; Cuentos y poesías; Nuevas Castellanas; Poesías; etc... En las poesías escritas en la lengua vernácula extemeña, "el castúo" y en alguna que otra expresión de un lenguaje popular, para hacer notar que no pertenecen al correcto idioma castellano-español, van resaltadas en letra cursiva. * * * El 6 de enero de 1905, con 35 años no cumplidos, a consecuencia de una pulmonía mal curada, muere nuestro joven poeta en Guijo de Granadilla (Cáceres), en donde su ayuntamiento mantiene la casa que habitó, como museo en donde mostrar los objetos personales más entrañables del poeta junto con manuscritos y libros, donados por sus descendientes. Con esta selección de sus mejores y más descriptivas poesías, intentamos hacer un sentido homenaje en el recuerdo a este incomparable poeta del humilde campo castellano y extremeño.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas DOS PAISAJES I Dos paisajes: el uno soñado y el otro vivido. ¡Cuán amarga, sin sueños, me fuera la vida que vivo! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Era un trozo de tierra jurdana sin una alquería; era un trozo de mundo sin ruido, de mundo sin vida. Era un campo tan solo, tan solo como un cementerio, donde más hondamente se sienten los hondos silencios. Madroñeras, lentiscos y jaras helechos y piedras, madreselvas, zarzales y brezos, retamas escuetas... ¡La maraña revuelta y estéril que viste los campos cuando no los fecundan y riegan sudores humanos! No tenían trigales las lomas, ni huertos las vegas, ni sotillos las frescas umbrías, ni árboles la sierra... No tenían las rudas labores cantores humanos, ni el sabroso caer de las tardes cantores alados. No tenían ni puente el riachuelo, ni torre la aldea, ni alegría de vida sus grises hórridas viviendas. A sus puertas holgaban desnudos niñitos hambrientos, devorando sopores de muerte de alma y del cuerpo. Y unas ruines mujeres traían de pueblos lejanos miserables mendrugos mohosos envueltos en trapos... Y unos hombres huraños y entecos la tierra arañaban como ruines raposos sin presa que el páramo escarban. Y una sorda quietud imponente, grabándolo todo, sobre el muerto vivir descargaba su losa de plomo... II Era un trozo de tierra jurdana con una alquería: era un trozo de mundo vibrante, de ruidos de vida. Era un campo de flores y frutos, con hombres y pájaros, con caricias de sol y aguas puras, de limpios regatos. Olivares azules que escalan alegres laderas; huertecillos con frutos de oro que engríen las vegas. Recortados, pequeños trigales; minúsculos prados alamedas pomposas y viñas, sotos de castaños... Y la sierra gentil, más arriba, perdiendo asperezas... ¡sonriendo a medida que sube la vida por ella! Colmenares que zumban y labran, palomares blancos, majadillas que alegran las cuestas sonoros rebaños... Carboneras humosas que fingen pequeños volcanes; leñadores que cortan y cantan, que llevan y traen... ¡La visión de los campos incultos que ricos se tornan si los baña del sol del trabajo la luz creadora! Y tenía ya puente el riachuelo, y torre la aldea, y alegría de vida sus blancas y sanas viviendas. Y del útil saber en un templo limpio y diminuto, y en el templo más grande y más sabio del campo fecundo, bando alegre de niños que un hombre discreto guiaba, la salud y la vida bebían del cuerpo y del alma. Y unas madres con leche en sus pechos, y luz en la mente, y en las caras morenas, dulzuras y risas alegres, amasaban el pan de los suyos, rezaban, bullían, gobernaban la casa cantando, ¡cantando la vida! Y unos hombres briosos y cultos labraban los campos con la sana alegría que infunden la paz y el trabajo. Y flotaba en los aires el ritmo gigante y oscuro con que alienta la tierra fecunda preñada de frutos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡Dos paisajes! El uno soñado y el otro vivido. Del vivir al soñar, ¿hay distancia? ¡Pues amor cegará tal abismo! José María Gabriel y Galán
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas TRADICIONAL El huerto que heredé de mis mayores no tiene bellas flores de efímero vivir ni tenues frondas; tiene hiedra sagrada de hojas perennes y raíces hondas; fresca niñez y ancianidad honrada. Una bíblica higuera lo llena todo con su copa oscura, y una fuente con rica regadera, que música me da, le da frescura. Lo poco que en el mundo me ha quedado lo tengo en este huerto, siempre al estruendo mundanal cerrado, siempre a la voz de mi sentir abierto. En medio está enclavado del árido desierto, triste vivienda de la grey humana que duda de la tierra prometida, cada vez más lejana, cada vez hacia Oriente más hundida... Yo, cuando el sol del arenal me ciega y en fuerza de mirar siento borrosa la visión luminosa donde parece que jamás se llega... Cuando el sudor anega mis doloridos empañados ojos, cuando me hieren los aceros fríos de punzantes abrojos, cuando me azotan los hermanos míos que me encuentro de frente en el desierto, vertiendo sangre a ríos y lágrimas a mares, torno al huerto. Mi padre se sentaba en esta piedra, que coronó de hiedra la mano santa de mi santa madre... Fue un altar al amor en roca dura con dosel de verdura, trono de patriarca con mi padre y urna de santa con mi madre pura. Ya está solo el edén. Todo es desierto. Detrás de mis santísimos ancianos saliendo han ido del sagrado huerto mis amantes dulcísimos hermanos... ¡Los he visto morir, y yo no he muerto! ¡Jamás he comprendido por qué Dios ha querido que el vástago más ruin y débil sea el último habitante de este nido. Querrá Dios encerrarme tal vez para ganarme, porque en estas sagradas espesuras, donde pasos al cielo son los días, yo no puedo sentir cosas impuras, yo no puedo soñar cosas impías. He nacido en amenas, castizas y santísimas comarcas y corre por mis venas sangre de venerables patriarcas que me legaron enseñanzas buenas, huerto, escudo, solar y oro en sus arcas. Mas, en mi estéril soledad hundido, Amor me ha visitado. Amor me ha herido, y hervor de sangre que mi cuerpo inunda dice que no he nacido para morir estéril junto al nido de una raza fecunda. Dondequiera que estés, mujer hermosa, predestinada esposa, que merezcas posar aquí tu planta, que merezcas sentarte en esta piedra que coronó de hiedra la mano de una santa, ven al huerto querido, y a la sombra de Dios, Padre del mundo, pondremos cama nueva al viejo nido que mi sangre y mi Dios quieren fecundo. El cielo todavía no ha otorgado a mis ojos el consuelo de deber tu hermosura, ¡oh virgen mía!; pero te adoro en el azul del cielo, y en el tranquilo resbalar del día, y en el silencio de la noche oscura, y en la quietud del huerto sosegado, y en el recuerdo de la gente pura que me lo hizo sagrado. Te adoro en la memoria de aquella santa de sencilla historia que la tierra del huerto que he heredado santificó con su adorable planta y el dulce ambiente nos dejó inundado de perfumes de santa. Ven, casta virgen, al reclamo amigo de un alma de hombre que te espera ansiosa porque presiente que vendrán contigo el pudor de la virgen candorosa, la gravedad de la mujer cristiana, el casto amor de la leal esposa y el pecho maternal que juntos mana leche y amor para la prole sana que a Dios le place alegre y numerosa. ¡Dios que lo escuchas!, acelera el día, porque es tu sol incubador y hermoso, y la noche es estéril y sombría, la vida breve, el corazón fogoso, sensible el alma mía, soberano el Amor fructuoso y Tú eres Padre del inmenso mundo e hijo yo soy del mundo vigoroso que te plugo crear grande y fecundo. Alegra mi desierto con ruido de vivir cuyo concierto pueda sonarte a coro de angelillos... Ya ves que entre las hiedras encubierto hay un nido minúsculo en mi huerto con siete pajarillos... José María Gabriel y Galán
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ¡¿POR QUÉ?! Aquella flor anónima de pétalos iguales que sola está en el páramo de grises pizarrales, ¿por qué ha nacido allí? Y aquella moza rústica que a ser esclava aspira de aquel pastor selvático que huraño y torvo mira, ¿por qué lo adora así? ¿Por qué mete el cernícalo su nido en la hendidura y el colorín minúsculo lo guarda en la espesura del viejo carrascal? ¿Por qué las oropéndolas lo cuelgan del encino y aquellos otros pájaros sotiérranlo en el fino tapiz del arenal? ¿Por qué a la loba escuálida creó Naturaleza vecina de la tórtola que arrulla en la maleza la calma del cubil? ¿Por qué son hermosísimos los blancos recentales? ¿Por qué tan torvos y hórridos, por qué tan desleales la hiena y el reptil? ¿Por qué vivirá errático, sin nido, el necio cuco? ¿Por qué será el polícromo vistoso abejaruco tan áspero cantor? ¿Por qué de dulce música tesoro tal Dios guarda para el pardillo mísero, para la alondra parda y el pardo ruiseñor? ¿Por qué destila bálsamos el mísero cantueso que vive en las estériles calvicies de aquel teso paupérrimo vivir? ¿Por qué las pomposísimas peonías fastuosas producen esas fétidas grasientas grandes rosas de enfático vestir? ¿Por qué vierten las víboras ponzoñas dañadoras? ¿Por qué las beneméritas abejas labradoras producen rica miel? ¿Por qué si bajan límpidas a un labio que sonría las gratas puras lágrimas que arrancan la alegría también saben a hiel? ¿Por qué?... Curioso espíritu, no quieras indagarlo, ni en tristes secas fórmulas pretendas encerrarlo si no quieres llorar. Misterios que sois únicos divinos bebederos de encantos sabrosísimos: ¡tocaros es perderos! ¡viviros es gozar! José María Gabriel y Galán
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux lloró, se encontró liberada y quedó convencida de que su esposo, aquella tarde, había bajado del cielo, para cantarle la tonada de antaño. ¡Sí... ¡aquella tarde!... Una tarde, pensaba ahora Raoul, una única tarde... Pero aquel hermoso engaño no habría resistido a una experiencia repetida... Aquella ideal princesa de Belmonte hubiera terminado por descubrir a Raff detrás del bosquecillo, si hubiera venido todas las noches durante tres meses... . El Ángel de la música había dado clases a Christine durante tres meses... ¡Qué profesor tan puntual!... ¡Y ahora, por si fuera poco, la paseaba por el Bois!... Con los dedos crispados sobre el pecho, donde latía su corazón celoso, Raoul se desgarraba la carne. Inexperto, se preguntaba ahora con terror a qué juego lo invitaba la señorita para la próxima mascarada. ¿Hasta que punto una chica de la ópera puede burlarse de un joven que lo ignora todo del amor? ¡Qué mujer mezquina! De este modo el pensamiento de Raoul iba de un extremo a otro. No sabía ya si debía compadecerse de Christine o maldecirla, y la maldecía y compadecía simultáneamente. Sin embargo, por si acaso, consiguió un traje de dominó blanco. Por fin llegó la hora de la cita. Con el rostro oculto tras un antifaz provisto de largo y espeso encaje, completamente de blanco, el vizconde se encontró muy ridículo con aquel traje de mascaradas románticas. Un hombre de mundo no se disfrazaba para ir al baile de la ópera. Hubiera hecho reír. Una idea consolaba al vizconde: ¡nadie le reconocería! Además, aquel traje y aquel antifaz tenían una ventaja: Raoul iba a poder pasearse por los salones «como por su casa», solo con el malestar de su alma y a la tristeza de su corazón. No le sería necesario fingir. Era superfluo componer una expresión acorde con el disfraz: ¡la tenía! Este baile excepcional, antes del martes de carnaval, se organizaba en memoria del aniversario del nacimiento de un ilustre dibujante de las alegrías de antaño, un émulo de Gavarni, cuyo lápiz había inmortalizado a las «mascaradas» y el descenso de la Courtile15. Se suponía que debía ser más alegre, más ruidoso, más bohemio que la mayoría los bailes de carnaval. Muchos artistas se habían dado cita seguidos de todo un séquito de modelos y pintores que, hacia media noche, comenzarían a armar un gran bullicio. Raoul subió la gran escalinata a las doce menos cinco. No se detuvo a observar cómo se distribuían a su alrededor los trajes multicolores por los peldaños de mármol, en uno de los decorados más suntuosos del mundo; no se dejó abordar por ninguna máscara alegre, no contestó a ninguna broma y esquivó la familiaridad acaparadora de varias parejas que estaban ya demasiado alegres. Tras atravesar el gran foyer y escapar de una farándula que lo había aprisionado por un momento, penetró por fin en el salón indicado en el billete de Christine. Allí, en tan poco espacio, había una multitud de gente, ya que se trataba del punto de reunión en el que se encontraban todos los que iban a cenar a la Rotonda o que volvían de tomar una copa de champán. El tumulto era despreocupado y alegre. Raoul pensó que Christine había preferido, para la misteriosa cita, aquella muchedumbre a un lugar aislado. Aquí, bajo la másca-ra, se encontraban más escondidos. Se aproximó a la puerta y esperó. No tuvo que esperar mucho. Pasó un dominó negro que rápidamente le apretó la punta de los dedos. Comprendió que era ella. La siguió. -¿Es usted Christine? -preguntó entre dientes. El dominó se volvió con presteza y se llevó el dedo a los labios para recomendarle . 15El «descenso de la Courtille», que en un conjunto de merenderos y jardines campestres, consistía en el desfile, en coches de máscaras, con que se festejaba el martes de carnaval
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas COPLAS ELEGÍACAS ¡Ay del que llega sediento a ver el agua correr, y dice: la sed que siento no me la calma el beber! ¡Ay de quien bebe y, saciada la sed, desprecia la vida: moneda al tahúr prestada, que sea al azar rendida! Del iluso que suspira bajo el orden soberano, y del que sueña la lira pitagórica en su mano. ¡Ay del noble peregrino que se para a meditar, después de largo camino en el horror de llegar! ¡Ay de la melancolía que llorando se consuela, y de la melomanía de un corazón de zarzuela! ¡Ay de nuestro ruiseñor, si en una noche serena se cura del mal de amor que llora y canta sin pena! ¡De los jardines secretos, de los pensiles soñados, y de los sueños poblados de propósitos discretos! ¡Ay del galán sin fortuna que ronda a la luna bella; de cuantos caen de la luna, de cuantos se marchan a ella! ¡De quien el fruto prendido en la rama no alcanzó, de quien el fruto ha mordido y el gusto amargo probó! ¡Y de nuestro amor primero y de su fe mal pagada, y, también, del verdadero amante de nuestra amada! Antonio Machado
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas PROVERBIOS Y CANTARES - XXI Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba. Antonio Machado
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas VUELO Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto que sea como el pájaro más leve y fugitivo? Hundiendo va este odio reinante todo cuanto quisiera remontarse directamente vivo. Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela? Conquistaré el azul ávido de plumaje, pero el amor, abajo siempre, se desconsuela de no encontrar las alas que da cierto coraje. Un ser ardiente, claro de deseos, alado, quiso ascender, tener la libertad por nido. Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado. Donde faltaban plumas puso valor y olvido. Iba tan alto a veces, que le resplandecía sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave. Ser que te confundiste con una alondra un día, te desplomaste otros como el granizo grave. Ya sabes que las vidas de los demás son losas con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya. Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas. A través de las rejas, libre la sangre afluya. Triste instrumento alegre de vestir: apremiante tubo de apetecer y respirar el fuego. Espada devorada por el uso constante. Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego. No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas por estas galerías donde el aire es mi nudo. Por más que te debatas en ascender, naufragas. No clamarás. El campo sigue desierto y mudo. Los brazos no aletean. Son acaso una cola que el corazón quisiera lanzar al firmamento. La sangre se entristece de batirse sola. Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento. Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve como un élitro ronco de no poder ser ala. El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve. Miguel Hernández
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas GLOSA No sé si me olvidarás, ni si es amor este miedo; yo sólo sé que te vas, yo sólo sé que me quedo. ANDRÉS ELOY BLANCO 1 Como la espuma sutil con que el mar muere deshecho, cuando roto el verde pecho se desangra en el cantil, no servido, sí servil, sirvo a tu orgullo no más, y aunque la muerte me das, ya me ganes o me pierdas, sin saber que me recuerdas no sé si me olvidarás. 2 Flor que sólo una mañana duraste en mi huerto amado, del sol herido y quemado tu cuello de porcelana: Quiso en vano mi ansia vana taparte el sol con un dedo; hoy así a la angustia cedo y al miedo, la frente mustia... No sé si es odio esta angustia, ni si es amor este miedo. 3 ¡Qué largo camino anduve para llegar hasta ti, y qué remota te vi cuando junto a mí te tuve! Estrella, celaje, nube, ave de pluma fugaz, ahora que estoy donde estás, te deshaces, sombra helada: Ya no quiero saber nada; yo sólo sé que te vas. 4 ¡Adiós! En la noche inmensa y en alas del viento blando, veré tu barca bogando, la vela impoluta y tensa. Herida el alma y suspensa te seguiré, si es que puedo; y aunque iluso me concedo la esperanza de alcanzarte, ante esa vela que parte, yo sólo sé que me quedo. Nicolás Guillén, 1947
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas si nuriya , la verdad que no lo conocia, pero si tiene cosas muy bonitas!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux sin duda que no repitiera su nombre. Raoul la siguió en silencio. Temía perderla después de haberla encontrado de nuevo en aquellas extrañas circunstancias. Ya no sentía ningún tipo de odio contra ella. No dudaba siquiera de que ella «no tenía nada que reprocharse», por muy extraña e inexplicable que pareciera su conducta. Estaba dispuesto a todas las renuncias, a todos los perdones, a todas las cobardías. La amaba. Y seguramente conocería dentro de poco la razón de aquella ausencia tan singular... De tanto en tanto, el dominó negro se volvía para asegurarse de que el dominó blanco lo seguía. Mientras Raoul volvía a atravesar de esta manera el gran foyer, no pudo por menos que fijarse, entre la muchedumbre, en un grupo, en medio de los otros que se dedicaban a las más locas extravagancias, que rodeaba a un personaje cuyo aspecto extraño y macabro causaba sensación... Este personaje iba totalmente de escarlata con un inmenso sombrero de plumas encima de una calavera. ¡Qué espléndida imitación de una calavera! ¡Los diletantes que se apiñaban a su alrededor lo admiraban, lo felicitaban... le preguntaban qué maestro, en qué estudio, frecuentado por Plutón, le habían hecho, dibuja do, maquillado, una calavera tan hermosa. ¡La Camarde16misma debió posar como modelo! El hombre de la calavera, de sombrero de plumas y traje escarlata arrastraba tras él un amplio manto de terciopelo rojo cuya cola se deslizaba majestuosamente por el parqué. En el manto habían bordado con letras de oro una frase que cada uno leía y releía en voz alta: «No me toquéis! ¡Yo soy la Muerte roja que pasa! Alguien intentó tocarlo..., pero una mano de esqueleto, que salía de una manga púrpura, agarró brutalmente la muñeca del imprudente y éste, sintiendo el crujido de los huesos, el apretón arrebatado de la Muerte que parecía no iba a soltarlo jamás, lanzó un grito de dolor y de espanto. Por fin la Muerte roja lo dejó en libertad y huyó como un loco entre una nube de comentarios. En aquel mismo instante, Raoul se cruzó con el fúnebre personaje, que precisamente acababa de volverse hacia él. Estuvo a punto de dejar escapar un grito: ¡La calavera de Perros-Guirec! ¡La había reconocido!... Quiso precipitarse sobre ella olvidando a Christine, pero el dominó negro, que parecía también presa de una extraña conmoción, lo había cogido del brazo y lo arrastraba... lo arrastraba lejos del salón, fuera de aquella masa demoníaca donde paseaba la Muerte roja... A cada momento, el dominó negro se volvía, y al blanco le pareció por dos veces advertir algo que la aterraba, ya que aceleró el paso, como si fueran perseguidos. Así subieron dos pisos. Allí, las escaleras, los corredores, estaban prácticamente desiertos. El dominó negro empujó la puerta de un camerino e hizo señas al blanco de que entrara. Christine (ya que en realidad se trataba de ella, pudo reconocerla por la voz), Christine cerró inmediatamente la puerta mientras le recomendaba que permaneciera en la parte trasera del camerino y que no se dejara ver. Raoul se quitó la máscara. Cuando el joven iba a rogar a la cantante que se la quitara, quedó sorprendido de ver que de repente apoyaba un oído en el tabique y escuchaba atentamente lo que ocurría al otro lado. Después, entreabrió la puerta y miró en el corredor, diciendo en voz baja: -Debe haber subido al «camerino de los Ciegos»... -de pronto exclamó-: ¡Vuelve a bajar! 16Familiarmente, la Muerte
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas VIII. QUIERO... SUEÑO No me contéis más cuentos, que vengo de muy lejos y sé todos los cuentos. No me contéis más cuentos. Contad y recontadme este sueño. Romped, rompedme los espejos. Deshacedme los estanques, los lazos, los anillos, los cercos, las redes, las trampas y todos los caminos paralelos. Que no quiero, que no quiero, que no quiero, que no quiero que me arrullen con cuentos, Que no quiero, Que no quiero, Que no quiero, Que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos, que no quiero, que no quiero, que no quiero, que no quiero que me entierren con cuentos, que no quiero, que no quiero, que no quiero, que no quiero verme clavado en el tiempo, que no quiero verme en el agua, que no quiero verme en la tierra tampoco, que no quiero, a su ovillo, como un hilo de barba sujeto. Quiero verme en el viento, quiero verme en el viento, quiero verme en el viento, quiero verme en el viento... quiero... ¡quiero!... sueño... ¡sueño! Soy gusano que sueña... y sueño verme un día volando en el viento. León Felipe