Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    MEMORÁNDUM

    Uno llegar e incorporarse al día
    Dos respirar para subir la cuesta
    Tres no jugarse en una sola apuesta
    Cuatro escapar de la melancolía

    Cinco aprender la nueva geografía
    Seis no quedarse nunca sin la siesta
    Siete el futuro no será una fiesta
    Y ocho no amilanarse todavía

    Nueve vaya a saber quién es el fuerte
    Diez no dejar que la paciencia ceda
    Once cuidarse de la buena suerte

    Doce guardar la última moneda
    Trece no tutearse con la muerte
    Catorce disfrutar mientras se pueda


    Mario Benedetti
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux


    X EN EL BAILE DE MASCARAS

    El sobre, lleno de manchas de barro, no llevaba sello. «Para entregar al señor vizconde Raoul de Chagny», y la dirección a lápiz. Había sido seguramente tirado con la esperanza de que alguien que pasara recogiera el billete y lo llevara al domicilio indicado. Y era lo que había sucedido. El billete sido encontrado en una acera de la plaza de la ópera. Raoul lo releyó febrilmente. No necesitaba más para que su esperanza renaciera. La sombría imagen, que por un momento se había hecho una Christine olvidada de sus obligaciones con ella misma, dejó paso a la primera idea que había tenido de una desgraciada niña inocente, víctima de una imprudencia, y de su sensibilidad excesiva. ¿Hasta qué punto, ahora ya, seguía siendo víctima? ¿De quién se encontraba prisionera? ¿A qué abismos la habían arrastrado? Se preguntaba todo esto con angustia muy cruel. Pero este mismo dolor le parecía soportable comparado con el delirio en el que le sumía la idea de una Christine hipócrita y mentirosa. ¿Qué había sucedido? ¿Qué influencia había sufrido? ¿Qué monstruo la había hechizado, y con qué armas?... ... ¿Con qué armas podía ser a no ser las de la música?... ¡Sí, sí! Cuanto más pensaba, más se persuadía de que sería por este lado donde descubriría la verdad. ¿Había olvidado acaso el tono con el que ella le había dicho, en Perros, que había recibido la visita del enviado celeste? ¿Y la misma historia de Christine, en aquellos últimos tiempos, acaso no debía ayudarle a aclarar las tinieblas en las que se debatía? ¿Había ignorado la esperanza que se había apoderado de Christine después de la muerte de su padre y el desprecio que había sentido por todas las cosas de la vida, incluso por su arte? Había pasado por el conservatorio como una maquina cantante, carente de aIma. Y, de repente, había despertado como bajo el influjo de una intervención divina. ¡El Angel de la música había llegado! ¡Canta la Margarita del Fausto y triunfa... ¡El Ángel de la música!... ¿Quién, quién, pues, se hace pasar a sus ojos como ese maravilloso genio?... ¿Quién, pues, conocedor de la leyenda amada del viejo Daaé, la utiliza hasta el punto de que la joven no es entre sus manos más que un instrumento sin defensa al que hace vibrar a capricho? Raoul pensaba que una tal circunstancia no era excepcional. Recordaba lo que le había sucedido a la princesa Belmonte, que acababa de perder a su marido, y cuya angustia se había convertido en estupor... Hacía un mes que la princesa no podía hablar ni llorar. Esta inercia fisica y moral iba agravándose día a día y la debilidad de la razón acarreaba poco a poco la aniquilación de la vida. Cada tarde llevaban a la enferma a los jardines, pero ella no parecía comprender siquiera dónde se hallaba. Raff, el mayor cantante de Alemania, que pasaba por Nápoles, quiso visitar estos jardines atraído el renombre de su belleza. Una de las damas de la princesa rogó al gran artista que cantara, sin dejarse ver, cerca del bosquecillo en el que ella se encontraba tumbada. Raff consintió y cantó una sencilla melodía que la princesa había oído en boca de su marido durante los primeros días de su himeneo. La tonada era expresiva y sugerente. La melodía, las palabras, la admirable voz del artista, todo se unió para remover profundamente el alma de la princesa. Las lágrimas brotaron de sus ojos...
     
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    clause Claudia

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    (1870-1905)

    Biografía de:
    JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN

    José María Gabriel y Galán nació el 28 de junio de 1870
    en Frades de la Sierra, pequeño pueblo de la provincia
    de Salamanca que en aquellos tiempos formaba parte de
    Castilla la Vieja y en la actualidad, Salamanca es una
    de las nueve provincias que componen la autonomía de
    Castilla y León (España). Sus padres se dedicaban al
    cultivo de la tierra y la ganadería en terrenos de su
    propiedad, dos de las producciones típicas del campo
    charro salmantino. Su economía era la propia de quienes
    se dedicaban a la labranza y al cuidado de los animales
    por aquellos años finales del siglo XIX.
    Su infancia la pasa en su pueblo natal y allí en su
    escuela aprende las primeras letras. A los 15 años se
    traslada a la capital, Salamanca, donde prosigue sus
    estudios. Para no cargar más la economía familiar,
    se buscó un trabajo en un almacén de tejidos que alternaba
    con sus estudios. De esta estancia en la capital salmantina,
    datan sus primeros escritos en verso, que al darlos a conocer
    a sus amistades, es elogiado y estimulado a que continúe
    escribiendo poesías.
    En 1888 obtiene el título de maestro de escuela y es destinado
    al pueblo de Guijuelo, distante 20 Km. de su pueblo natal.
    Tras una corta estancia en la escuela de este pueblo, se
    traslada a Madrid para estudiar en la Escuela Normal Central.
    En la capital de España reside por poco tiempo, pues esta
    ciudad cosmopolita despierta en José María un cierto rechazo,
    puesto de manifiesto en alguna de las cartas que escribe a
    sus amigos, en que la moteja bajo la denominación de
    "Modernópolis" . Después, su nuevo destino de maestro de
    escuela es a Piedrahita, (Ávila). Allí se dedica a la
    pedagogía sirviéndose de los nuevos conocimientos adquiridos
    en su paso por la Escuela Normal Central de Madrid.
    Se tienen conocimientos de este periodo de su estancia en
    Piedrahita, a través de las cartas que escribe a algunos
    amigos, las cuales firmaba con el seudónimo de "El solitario",
    tal era el bajo estado de ánimo en el que el joven maestro
    se encontraba por entonces.
    José María Gabriel y Galán se iba perfilando como un muchacho
    triste, melancólico y muy sensible y atento al mundo que le
    rodeaba. De convicciones profundamente religiosas recibidas
    de su madre, doña Bernarda, son sus primeras poesías el fiel
    reflejo de sus creencias. En una de las cartas enviada a un
    amigo, podemos averiguar lo que opinaba el sensible poeta
    sobre el castigo inhumano que para su moral suponía la pena
    de muerte, aplicada en España por entonces: «... pasado
    mañana, dará la justicia en esta localidad, el triste
    espectáculo de la ejecución del reo de un crimen cometido
    en una dehesa de este partido judicial, hace ya dos años.
    Dios lo recoja en el cielo...»
    De su monótona vida de soledad y tristeza que por aquel
    tiempo caracterizaba al joven poeta, vino a sacarle el
    enamoramiento con Desideria, hacia el año 1893. Cuatro
    años después, en diciembre de 1897 anunciaba su casamiento
    con Desideria, ("mi vaquerilla" como solía llamarla
    cariñosamente). El 26 de enero de 1898, en una iglesia
    de Plasencia, contraían matrimonio José María y Desideria.
    A partir de ese instante, la vida del joven poeta experimenta
    un cambio radical; abandona su dedicación de maestro en la
    escuela de Piedrahita, y se traslada al pueblo cacereño de
    Guijo de Granadilla, en donde se encarga de la dirección y
    administración de una gran dehesa extremeña denominada
    "El Tejar", propiedad del tío de su esposa. Encuentra así,
    la calma que necesita el espíritu sensible de nuestro poeta:
    la dedicación al cultivo del campo y del alma. Debido al
    sosiego que esta nueva ocupación le proporciona, y debido
    también a su sensibilidad y sus dotes de agudo observador,
    se dedica a escribir lo que le inspira el nuevo entorno en
    el que se desenvuelve. Poesías de pura raigambre racial,
    retratan las vidas de los humildes labriegos que trabajan
    y habitan en la dehesa; de los pobladores de aquellos
    pequeños núcleos rurales extremeños; de los amoríos entre
    los pastorcillos y las jóvenes zagalillas...
    En ese pueblo nace su primer hijo (Jesús, 189:icon_cool:, lo cual
    le inspira para componer la poesía «El Cristu benditu»
    con la que inicia sus famosas EXTREMEÑAS en las que el
    empleo de la lengua vernácula, "el castúo", aroma y vivifica
    la musa del poeta. En esa poesía refleja el autor la vida
    gris que pasó en su primera juventud y el gran cambio hacia
    la alegría que experimenta con su nuevo empleo y el nacimiento
    de su hijo.
    La observación minuciosa de las gentes pueblerinas de los
    alrededores, le lleva a decir un día a un amigo: «...las
    gentucas de las aldeas, al par que cosas buenas, tienen
    miserias y roñas morales que repugnan al estómago más fuerte,
    se necesita mucha calidad y mucha paciencia para vivir entre
    ellas...» En otra ocasión confiesa a un amigo, a través de
    la correspondencia epistolar: «...yo no tengo más amigos,
    en sentido estricto de la palabra, que uno de mis criados.
    Voy dejándome vivir, agua abajo, agua abajo, sin prisa alguna...»
    Su segundo hijo nace el 27 de febrero de 1901. En septiembre
    de ese mismo año, convocado por la universidad de Salamanca,
    se celebran unos juegos florales. A ellos concurre Gabriel
    y Galán con la poesía titulada "El ama". Preside el jurado
    del certamen el insigne rector de la universidad salmantina,
    filósofo, escritor y poeta, Miguel de Unamuno. El 3 de
    septiembre se da a conocer el fallo del jurado, que recae
    en la obra presentada por Gabriel y Galán; en ella, el autor
    había plasmado con gran hondura poética, todos los vivos
    recuerdos que guardaba de su madre, recia mujer de Castilla
    que le animó en sus comienzos literarios, y muerta unos años
    antes. En dicha poesía, nuestro poeta se mete en el personaje
    de su padre y desde esa ensoñación relata la vida de la pareja
    al frente de una gran finca imaginada que bien le pudo inspirar
    su realidad vivida al frente de la que él ya dirigía en Guijo
    de Granadilla. El 15 de septiembre de 1901, se celebran en la
    ciudad de Salamanca los juegos florales, en los que, en solemne
    acto, es entregada "la flor natural" a Gabriel y Galán, como
    premio a su bella poesía "El ama". Debido a la huella que dejó
    la poesía ganadora y a la amistad surgida de tal evento entre
    los dos poetas, a partir de aquel momento, Unamuno y Gabriel y
    Galán comienzan una asidua correspondencia epistolar.
    A partir de ahí se empieza a dar a conocer como joven y singular
    poeta. Publica su libro de poesías titulado "Castellanas".
    El éxito adquirido por esta publicación hace que el autor vuelva
    a dar a la luz su segundo libro titulado "Extremeñas" y poco tiempo
    después, un tercero de título "Nuevas castellanas".
    En 1902 triunfa en los juegos florales de Zaragoza; al año siguiente
    obtiene los galardones de la flor natural, en los juegos florales
    de Murcia, de Lugo y de Sevilla. La fama con que irrumpía este
    joven poeta, en el panorama de la popularidad, adquiría un
    vertiginoso crecimiento en corto espacio de tiempo. El año
    1903 es premiado por el ayuntamiento de Guijo de Granadilla
    con el galardón de «Hijo Adoptivo» de este pueblo cacereño
    perteneciente a la comarca natural de Las Hurdes. Para
    corresponder con toda gratitud a tal nombramiento, prepara
    una bella poesía titulada "Sólo para mi lugar" que es estrenada
    y recitada por su autor en tan solemne acto, el lunes 13 de
    abril de 1903.
    En 1904 recibe un homenaje en Argentina a resultas de ser
    premiada su poesía "Canto al trabajo".
    Toda su poesía se desenvuelve en una atmósfera campesina y rural.
    Él supo cantar como nadie, la belleza del alma sencilla de los
    campesinos extremeños y salmantinos. Hizo poesía de lo más
    paupérrimo de las sencillas gentes de la entonces paupérrima
    comarca natural de "Las Hurdes" que luego supo retratar el
    español-mexicano Luis Buñuel con su film "Tierra sin pan".
    Su extensa y valiosa obra es de una excelente y sublime
    sencillez, con la utilización de palabras y frases exenta
    de artificiales filigranas y sofisticaciones, que son el
    mimbre con el que va construyendo una poesía popular de
    alta sonoridad y cuidada rima, que cala fácilmente en el
    entendimiento de los menos instruidos en las artes literarias.
    Su verso recorre una amplia gama de medidas que va desde el
    hexasílabo hasta el hexadecasílabo. Sus estrofas más usadas
    son el romance, la cuarteta, la redondilla, la quintilla,
    la sextilla y el serventesio.
    Sus poesías publicadas se agrupan bajo los títulos:
    Campesinas; Castellanas; Religiosas; Extremeñas; Cuentos
    y poesías; Nuevas Castellanas; Poesías; etc...
    En las poesías escritas en la lengua vernácula extemeña,
    "el castúo" y en alguna que otra expresión de un lenguaje
    popular, para hacer notar que no pertenecen al correcto idioma
    castellano-español, van resaltadas en letra cursiva.

    * * *
    El 6 de enero de 1905, con 35 años no cumplidos, a consecuencia
    de una pulmonía mal curada, muere nuestro joven poeta en Guijo
    de Granadilla (Cáceres), en donde su ayuntamiento mantiene la
    casa que habitó, como museo en donde mostrar los objetos personales
    más entrañables del poeta junto con manuscritos y libros, donados
    por sus descendientes.
    Con esta selección de sus mejores y más descriptivas poesías,
    intentamos hacer un sentido homenaje en el recuerdo a este
    incomparable poeta del humilde campo castellano y extremeño.
     
  4. clause

    clause Claudia

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    DOS PAISAJES

    I

    Dos paisajes: el uno soñado
    y el otro vivido.
    ¡Cuán amarga, sin sueños, me fuera
    la vida que vivo!
    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Era un trozo de tierra jurdana
    sin una alquería;
    era un trozo de mundo sin ruido,
    de mundo sin vida.

    Era un campo tan solo, tan solo
    como un cementerio,
    donde más hondamente se sienten
    los hondos silencios.

    Madroñeras, lentiscos y jaras
    helechos y piedras,
    madreselvas, zarzales y brezos,
    retamas escuetas...

    ¡La maraña revuelta y estéril
    que viste los campos
    cuando no los fecundan y riegan
    sudores humanos!

    No tenían trigales las lomas,
    ni huertos las vegas,
    ni sotillos las frescas umbrías,
    ni árboles la sierra...

    No tenían las rudas labores
    cantores humanos,
    ni el sabroso caer de las tardes
    cantores alados.

    No tenían ni puente el riachuelo,
    ni torre la aldea,
    ni alegría de vida sus grises
    hórridas viviendas.

    A sus puertas holgaban desnudos
    niñitos hambrientos,
    devorando sopores de muerte
    de alma y del cuerpo.

    Y unas ruines mujeres traían
    de pueblos lejanos
    miserables mendrugos mohosos
    envueltos en trapos...

    Y unos hombres huraños y entecos
    la tierra arañaban
    como ruines raposos sin presa
    que el páramo escarban.

    Y una sorda quietud imponente,
    grabándolo todo,
    sobre el muerto vivir descargaba
    su losa de plomo...


    II

    Era un trozo de tierra jurdana
    con una alquería:
    era un trozo de mundo vibrante,
    de ruidos de vida.

    Era un campo de flores y frutos,
    con hombres y pájaros,
    con caricias de sol y aguas puras,
    de limpios regatos.

    Olivares azules que escalan
    alegres laderas;
    huertecillos con frutos de oro
    que engríen las vegas.

    Recortados, pequeños trigales;
    minúsculos prados
    alamedas pomposas y viñas,
    sotos de castaños...

    Y la sierra gentil, más arriba,
    perdiendo asperezas...
    ¡sonriendo a medida que sube
    la vida por ella!

    Colmenares que zumban y labran,
    palomares blancos,
    majadillas que alegran las cuestas
    sonoros rebaños...

    Carboneras humosas que fingen
    pequeños volcanes;
    leñadores que cortan y cantan,
    que llevan y traen...

    ¡La visión de los campos incultos
    que ricos se tornan
    si los baña del sol del trabajo
    la luz creadora!

    Y tenía ya puente el riachuelo,
    y torre la aldea,
    y alegría de vida sus blancas
    y sanas viviendas.

    Y del útil saber en un templo
    limpio y diminuto,
    y en el templo más grande y más sabio
    del campo fecundo,

    bando alegre de niños que un hombre
    discreto guiaba,
    la salud y la vida bebían
    del cuerpo y del alma.

    Y unas madres con leche en sus pechos,
    y luz en la mente,
    y en las caras morenas, dulzuras
    y risas alegres,

    amasaban el pan de los suyos,
    rezaban, bullían,
    gobernaban la casa cantando,
    ¡cantando la vida!

    Y unos hombres briosos y cultos
    labraban los campos
    con la sana alegría que infunden
    la paz y el trabajo.

    Y flotaba en los aires el ritmo
    gigante y oscuro
    con que alienta la tierra fecunda
    preñada de frutos.
    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    ¡Dos paisajes! El uno soñado
    y el otro vivido.
    Del vivir al soñar, ¿hay distancia?
    ¡Pues amor cegará tal abismo!



    José María Gabriel y Galán
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    TRADICIONAL

    El huerto que heredé de mis mayores
    no tiene bellas flores
    de efímero vivir ni tenues frondas;
    tiene hiedra sagrada
    de hojas perennes y raíces hondas;
    fresca niñez y ancianidad honrada.

    Una bíblica higuera
    lo llena todo con su copa oscura,
    y una fuente con rica regadera,
    que música me da, le da frescura.

    Lo poco que en el mundo me ha quedado
    lo tengo en este huerto,
    siempre al estruendo mundanal cerrado,
    siempre a la voz de mi sentir abierto.
    En medio está enclavado
    del árido desierto,
    triste vivienda de la grey humana
    que duda de la tierra prometida,
    cada vez más lejana,
    cada vez hacia Oriente más hundida...

    Yo, cuando el sol del arenal me ciega
    y en fuerza de mirar siento borrosa
    la visión luminosa
    donde parece que jamás se llega...
    Cuando el sudor anega
    mis doloridos empañados ojos,
    cuando me hieren los aceros fríos
    de punzantes abrojos,
    cuando me azotan los hermanos míos
    que me encuentro de frente en el desierto,
    vertiendo sangre a ríos
    y lágrimas a mares, torno al huerto.

    Mi padre se sentaba en esta piedra,
    que coronó de hiedra
    la mano santa de mi santa madre...
    Fue un altar al amor en roca dura
    con dosel de verdura,
    trono de patriarca con mi padre
    y urna de santa con mi madre pura.

    Ya está solo el edén. Todo es desierto.
    Detrás de mis santísimos ancianos
    saliendo han ido del sagrado huerto
    mis amantes dulcísimos hermanos...
    ¡Los he visto morir, y yo no he muerto!

    ¡Jamás he comprendido
    por qué Dios ha querido
    que el vástago más ruin y débil sea
    el último habitante de este nido.
    Querrá Dios encerrarme
    tal vez para ganarme,
    porque en estas sagradas espesuras,
    donde pasos al cielo son los días,
    yo no puedo sentir cosas impuras,
    yo no puedo soñar cosas impías.

    He nacido en amenas,
    castizas y santísimas comarcas
    y corre por mis venas
    sangre de venerables patriarcas
    que me legaron enseñanzas buenas,
    huerto, escudo, solar y oro en sus arcas.
    Mas, en mi estéril soledad hundido,
    Amor me ha visitado. Amor me ha herido,
    y hervor de sangre que mi cuerpo inunda
    dice que no he nacido
    para morir estéril junto al nido
    de una raza fecunda.

    Dondequiera que estés, mujer hermosa,
    predestinada esposa,
    que merezcas posar aquí tu planta,
    que merezcas sentarte en esta piedra
    que coronó de hiedra
    la mano de una santa,
    ven al huerto querido,
    y a la sombra de Dios, Padre del mundo,
    pondremos cama nueva al viejo nido
    que mi sangre y mi Dios quieren fecundo.

    El cielo todavía
    no ha otorgado a mis ojos el consuelo
    de deber tu hermosura, ¡oh virgen mía!;
    pero te adoro en el azul del cielo,
    y en el tranquilo resbalar del día,
    y en el silencio de la noche oscura,
    y en la quietud del huerto sosegado,
    y en el recuerdo de la gente pura
    que me lo hizo sagrado.

    Te adoro en la memoria
    de aquella santa de sencilla historia
    que la tierra del huerto que he heredado
    santificó con su adorable planta
    y el dulce ambiente nos dejó inundado
    de perfumes de santa.

    Ven, casta virgen, al reclamo amigo
    de un alma de hombre que te espera ansiosa
    porque presiente que vendrán contigo
    el pudor de la virgen candorosa,
    la gravedad de la mujer cristiana,
    el casto amor de la leal esposa
    y el pecho maternal que juntos mana
    leche y amor para la prole sana
    que a Dios le place alegre y numerosa.

    ¡Dios que lo escuchas!, acelera el día,
    porque es tu sol incubador y hermoso,
    y la noche es estéril y sombría,
    la vida breve, el corazón fogoso,
    sensible el alma mía,
    soberano el Amor fructuoso
    y Tú eres Padre del inmenso mundo
    e hijo yo soy del mundo vigoroso
    que te plugo crear grande y fecundo.

    Alegra mi desierto
    con ruido de vivir cuyo concierto
    pueda sonarte a coro de angelillos...
    Ya ves que entre las hiedras encubierto
    hay un nido minúsculo en mi huerto
    con siete pajarillos...



    José María Gabriel y Galán
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ¡¿POR QUÉ?!

    Aquella flor anónima
    de pétalos iguales
    que sola está en el páramo
    de grises pizarrales,
    ¿por qué ha nacido allí?
    Y aquella moza rústica
    que a ser esclava aspira
    de aquel pastor selvático
    que huraño y torvo mira,
    ¿por qué lo adora así?

    ¿Por qué mete el cernícalo
    su nido en la hendidura
    y el colorín minúsculo
    lo guarda en la espesura
    del viejo carrascal?
    ¿Por qué las oropéndolas
    lo cuelgan del encino
    y aquellos otros pájaros
    sotiérranlo en el fino
    tapiz del arenal?

    ¿Por qué a la loba escuálida
    creó Naturaleza
    vecina de la tórtola
    que arrulla en la maleza
    la calma del cubil?
    ¿Por qué son hermosísimos
    los blancos recentales?
    ¿Por qué tan torvos y hórridos,
    por qué tan desleales
    la hiena y el reptil?

    ¿Por qué vivirá errático,
    sin nido, el necio cuco?
    ¿Por qué será el polícromo
    vistoso abejaruco
    tan áspero cantor?
    ¿Por qué de dulce música
    tesoro tal Dios guarda
    para el pardillo mísero,
    para la alondra parda
    y el pardo ruiseñor?

    ¿Por qué destila bálsamos
    el mísero cantueso
    que vive en las estériles
    calvicies de aquel teso
    paupérrimo vivir?
    ¿Por qué las pomposísimas
    peonías fastuosas
    producen esas fétidas
    grasientas grandes rosas
    de enfático vestir?

    ¿Por qué vierten las víboras
    ponzoñas dañadoras?
    ¿Por qué las beneméritas
    abejas labradoras
    producen rica miel?
    ¿Por qué si bajan límpidas
    a un labio que sonría
    las gratas puras lágrimas
    que arrancan la alegría
    también saben a hiel?

    ¿Por qué?... Curioso espíritu,
    no quieras indagarlo,
    ni en tristes secas fórmulas
    pretendas encerrarlo
    si no quieres llorar.
    Misterios que sois únicos
    divinos bebederos
    de encantos sabrosísimos:
    ¡tocaros es perderos!
    ¡viviros es gozar!
    José María Gabriel y Galán
     
  7. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera

    Gastón Leroux

    lloró, se encontró liberada y quedó convencida de que su esposo, aquella tarde, había bajado del cielo, para cantarle la tonada de antaño. ¡Sí... ¡aquella tarde!... Una tarde, pensaba ahora Raoul, una única tarde... Pero aquel hermoso engaño no habría resistido a una experiencia repetida... Aquella ideal princesa de Belmonte hubiera terminado por descubrir a Raff detrás del bosquecillo, si hubiera venido todas las noches durante tres meses... . El Ángel de la música había dado clases a Christine durante tres meses... ¡Qué profesor tan puntual!... ¡Y ahora, por si fuera poco, la paseaba por el Bois!... Con los dedos crispados sobre el pecho, donde latía su corazón celoso, Raoul se desgarraba la carne. Inexperto, se preguntaba ahora con terror a qué juego lo invitaba la señorita para la próxima mascarada. ¿Hasta que punto una chica de la ópera puede burlarse de un joven que lo ignora todo del amor? ¡Qué mujer mezquina! De este modo el pensamiento de Raoul iba de un extremo a otro. No sabía ya si debía compadecerse de Christine o maldecirla, y la maldecía y compadecía simultáneamente. Sin embargo, por si acaso, consiguió un traje de dominó blanco. Por fin llegó la hora de la cita. Con el rostro oculto tras un antifaz provisto de largo y espeso encaje, completamente de blanco, el vizconde se encontró muy ridículo con aquel traje de mascaradas románticas. Un hombre de mundo no se disfrazaba para ir al baile de la ópera. Hubiera hecho reír. Una idea consolaba al vizconde: ¡nadie le reconocería! Además, aquel traje y aquel antifaz tenían una ventaja: Raoul iba a poder pasearse por los salones «como por su casa», solo con el malestar de su alma y a la tristeza de su corazón. No le sería necesario fingir. Era superfluo componer una expresión acorde con el disfraz: ¡la tenía! Este baile excepcional, antes del martes de carnaval, se organizaba en memoria del aniversario del nacimiento de un ilustre dibujante de las alegrías de antaño, un émulo de Gavarni, cuyo lápiz había inmortalizado a las «mascaradas» y el descenso de la Courtile15. Se suponía que debía ser más alegre, más ruidoso, más bohemio que la mayoría los bailes de carnaval. Muchos artistas se habían dado cita seguidos de todo un séquito de modelos y pintores que, hacia media noche, comenzarían a armar un gran bullicio. Raoul subió la gran escalinata a las doce menos cinco. No se detuvo a observar cómo se distribuían a su alrededor los trajes multicolores por los peldaños de mármol, en uno de los decorados más suntuosos del mundo; no se dejó abordar por ninguna máscara alegre, no contestó a ninguna broma y esquivó la familiaridad acaparadora de varias parejas que estaban ya demasiado alegres. Tras atravesar el gran foyer y escapar de una farándula que lo había aprisionado por un momento, penetró por fin en el salón indicado en el billete de Christine. Allí, en tan poco espacio, había una multitud de gente, ya que se trataba del punto de reunión en el que se encontraban todos los que iban a cenar a la Rotonda o que volvían de tomar una copa de champán. El tumulto era despreocupado y alegre. Raoul pensó que Christine había preferido, para la misteriosa cita, aquella muchedumbre a un lugar aislado. Aquí, bajo la másca-ra, se encontraban más escondidos. Se aproximó a la puerta y esperó. No tuvo que esperar mucho. Pasó un dominó negro que rápidamente le apretó la punta de los dedos. Comprendió que era ella. La siguió. -¿Es usted Christine? -preguntó entre dientes. El dominó se volvió con presteza y se llevó el dedo a los labios para recomendarle .

    15El «descenso de la Courtille», que en un conjunto de merenderos y jardines campestres, consistía en el desfile, en coches de máscaras, con que se festejaba el martes de carnaval
     
  8. clause

    clause Claudia

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    COPLAS ELEGÍACAS

    ¡Ay del que llega sediento
    a ver el agua correr,
    y dice: la sed que siento
    no me la calma el beber!

    ¡Ay de quien bebe y, saciada
    la sed, desprecia la vida:
    moneda al tahúr prestada,
    que sea al azar rendida!

    Del iluso que suspira
    bajo el orden soberano,
    y del que sueña la lira
    pitagórica en su mano.

    ¡Ay del noble peregrino
    que se para a meditar,
    después de largo camino
    en el horror de llegar!

    ¡Ay de la melancolía
    que llorando se consuela,
    y de la melomanía
    de un corazón de zarzuela!

    ¡Ay de nuestro ruiseñor,
    si en una noche serena
    se cura del mal de amor
    que llora y canta sin pena!

    ¡De los jardines secretos,
    de los pensiles soñados,
    y de los sueños poblados
    de propósitos discretos!

    ¡Ay del galán sin fortuna
    que ronda a la luna bella;
    de cuantos caen de la luna,
    de cuantos se marchan a ella!

    ¡De quien el fruto prendido
    en la rama no alcanzó,
    de quien el fruto ha mordido
    y el gusto amargo probó!

    ¡Y de nuestro amor primero
    y de su fe mal pagada,
    y, también, del verdadero
    amante de nuestra amada!


    Antonio Machado
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    PROVERBIOS Y CANTARES - XXI

    Ayer soñé que veía
    a Dios y que a Dios hablaba;
    y soñé que Dios me oía...
    Después soñé que soñaba.


    Antonio Machado
     
  10. clause

    clause Claudia

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    VUELO

    Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
    que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
    Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
    quisiera remontarse directamente vivo.

    Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
    Conquistaré el azul ávido de plumaje,
    pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
    de no encontrar las alas que da cierto coraje.

    Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
    quiso ascender, tener la libertad por nido.
    Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
    Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

    Iba tan alto a veces, que le resplandecía
    sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
    Ser que te confundiste con una alondra un día,
    te desplomaste otros como el granizo grave.

    Ya sabes que las vidas de los demás son losas
    con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
    Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
    A través de las rejas, libre la sangre afluya.

    Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
    tubo de apetecer y respirar el fuego.
    Espada devorada por el uso constante.
    Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

    No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
    por estas galerías donde el aire es mi nudo.
    Por más que te debatas en ascender, naufragas.
    No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

    Los brazos no aletean. Son acaso una cola
    que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
    La sangre se entristece de batirse sola.
    Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

    Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
    un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
    como un élitro ronco de no poder ser ala.
    El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.


    Miguel Hernández
     
  11. clause

    clause Claudia

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    GLOSA

    No sé si me olvidarás,
    ni si es amor este miedo;
    yo sólo sé que te vas,
    yo sólo sé que me quedo.

    ANDRÉS ELOY BLANCO



    1

    Como la espuma sutil
    con que el mar muere deshecho,
    cuando roto el verde pecho
    se desangra en el cantil,
    no servido, sí servil,
    sirvo a tu orgullo no más,
    y aunque la muerte me das,
    ya me ganes o me pierdas,
    sin saber que me recuerdas
    no sé si me olvidarás.

    2

    Flor que sólo una mañana
    duraste en mi huerto amado,
    del sol herido y quemado
    tu cuello de porcelana:
    Quiso en vano mi ansia vana
    taparte el sol con un dedo;
    hoy así a la angustia cedo
    y al miedo, la frente mustia...
    No sé si es odio esta angustia,
    ni si es amor este miedo.

    3

    ¡Qué largo camino anduve
    para llegar hasta ti,
    y qué remota te vi
    cuando junto a mí te tuve!
    Estrella, celaje, nube,
    ave de pluma fugaz,
    ahora que estoy donde estás,
    te deshaces, sombra helada:
    Ya no quiero saber nada;
    yo sólo sé que te vas.

    4

    ¡Adiós! En la noche inmensa
    y en alas del viento blando,
    veré tu barca bogando,
    la vela impoluta y tensa.
    Herida el alma y suspensa
    te seguiré, si es que puedo;
    y aunque iluso me concedo
    la esperanza de alcanzarte,
    ante esa vela que parte,
    yo sólo sé que me quedo.


    Nicolás Guillén, 1947
     
  12. nuriya

    nuriya

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    preciosas clause!!!! ¿te gusta gabriel y galan?
     
  13. clause

    clause Claudia

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    si nuriya , la verdad que no lo conocia, pero si tiene cosas muy bonitas!
     
  14. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    sin duda que no repitiera su nombre. Raoul la siguió en silencio. Temía perderla después de haberla encontrado de nuevo en aquellas extrañas circunstancias. Ya no sentía ningún tipo de odio contra ella. No dudaba siquiera de que ella «no tenía nada que reprocharse», por muy extraña e inexplicable que pareciera su conducta. Estaba dispuesto a todas las renuncias, a todos los perdones, a todas las cobardías. La amaba. Y seguramente conocería dentro de poco la razón de aquella ausencia tan singular... De tanto en tanto, el dominó negro se volvía para asegurarse de que el dominó blanco lo seguía. Mientras Raoul volvía a atravesar de esta manera el gran foyer, no pudo por menos que fijarse, entre la muchedumbre, en un grupo, en medio de los otros que se dedicaban a las más locas extravagancias, que rodeaba a un personaje cuyo aspecto extraño y macabro causaba sensación... Este personaje iba totalmente de escarlata con un inmenso sombrero de plumas encima de una calavera. ¡Qué espléndida imitación de una calavera! ¡Los diletantes que se apiñaban a su alrededor lo admiraban, lo felicitaban... le preguntaban qué maestro, en qué estudio, frecuentado por Plutón, le habían hecho, dibuja do, maquillado, una calavera tan hermosa. ¡La Camarde16misma debió posar como modelo! El hombre de la calavera, de sombrero de plumas y traje escarlata arrastraba tras él un amplio manto de terciopelo rojo cuya cola se deslizaba majestuosamente por el parqué. En el manto habían bordado con letras de oro una frase que cada uno leía y releía en voz alta: «No me toquéis! ¡Yo soy la Muerte roja que pasa! Alguien intentó tocarlo..., pero una mano de esqueleto, que salía de una manga púrpura, agarró brutalmente la muñeca del imprudente y éste, sintiendo el crujido de los huesos, el apretón arrebatado de la Muerte que parecía no iba a soltarlo jamás, lanzó un grito de dolor y de espanto. Por fin la Muerte roja lo dejó en libertad y huyó como un loco entre una nube de comentarios. En aquel mismo instante, Raoul se cruzó con el fúnebre personaje, que precisamente acababa de volverse hacia él. Estuvo a punto de dejar escapar un grito: ¡La calavera de Perros-Guirec! ¡La había reconocido!... Quiso precipitarse sobre ella olvidando a Christine, pero el dominó negro, que parecía también presa de una extraña conmoción, lo había cogido del brazo y lo arrastraba... lo arrastraba lejos del salón, fuera de aquella masa demoníaca donde paseaba la Muerte roja... A cada momento, el dominó negro se volvía, y al blanco le pareció por dos veces advertir algo que la aterraba, ya que aceleró el paso, como si fueran perseguidos. Así subieron dos pisos. Allí, las escaleras, los corredores, estaban prácticamente desiertos. El dominó negro empujó la puerta de un camerino e hizo señas al blanco de que entrara. Christine (ya que en realidad se trataba de ella, pudo reconocerla por la voz), Christine cerró inmediatamente la puerta mientras le recomendaba que permaneciera en la parte trasera del camerino y que no se dejara ver. Raoul se quitó la máscara. Cuando el joven iba a rogar a la cantante que se la quitara, quedó sorprendido de ver que de repente apoyaba un oído en el tabique y escuchaba atentamente lo que ocurría al otro lado. Después, entreabrió la puerta y miró en el corredor, diciendo en voz baja: -Debe haber subido al «camerino de los Ciegos»... -de pronto exclamó-: ¡Vuelve a bajar!
    16Familiarmente, la Muerte
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    VIII. QUIERO... SUEÑO

    No me contéis más cuentos,
    que vengo de muy lejos
    y sé todos los cuentos.
    No me contéis más cuentos.
    Contad
    y recontadme este sueño.
    Romped,
    rompedme los espejos.
    Deshacedme los estanques,
    los lazos,
    los anillos,
    los cercos,
    las redes,
    las trampas
    y todos los caminos paralelos.
    Que no quiero,
    que no quiero,
    que no quiero,
    que no quiero que me arrullen con cuentos,
    Que no quiero,
    Que no quiero,
    Que no quiero,
    Que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos,
    que no quiero,
    que no quiero,
    que no quiero,
    que no quiero que me entierren con cuentos,
    que no quiero,
    que no quiero,
    que no quiero,
    que no quiero verme clavado en el tiempo,
    que no quiero verme en el agua,
    que no quiero verme en la tierra tampoco,
    que no quiero, a su ovillo, como un hilo de barba sujeto.
    Quiero verme en el viento,
    quiero verme en el viento,
    quiero verme en el viento,
    quiero verme en el viento...
    quiero... ¡quiero!... sueño... ¡sueño!
    Soy gusano que sueña... y sueño
    verme un día volando en el viento.


    León Felipe