Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    Inmediatamente Christine se traicionó a sí misma. Esta vez se puso pálida como un mantel de altar. Balbuceó: -¿Quién se lo ha dicho? -¡Usted misma! -¿Cómo? -La otra noche, la noche del baile de máscaras. ¿Acaso no dijo, al llegar a su camerino: «¡Pobre Erik!» Pues bien, Christine, se encontraba allí, en alguna parte, un pobre Raoul que la oyó. -¡Es la segunda vez que escucha usted detrás de las puertas, señor de Chagny! -No estaba detrás de la puerta... ¡Estaba en el camerino!... ¡En su tocador, señorita! -¡Desgraciado! -gimió la joven, que mostró todos los síntomas de un indecible horror-... ¡Desgraciado! ¿Quiere que lo maten? -¡Quizá! Raoul pronunció este «quizá» con tanto amor y desesperación que Christine no pudo contener un sollozo. Entonces le tomó ambas manos y lo miró con toda la pura ternura de la que era capaz, y, el joven, ante aquella mirada, sintió que su dolor ya se había esfumado. -Raoul dijo-, es preciso que olvide la voz de hombre, que no recuerde siquiera su nombre... y que jamás intente averiguar el misterio de la voz de hombre. -¿Tan terrible es ese misterio? -¡No hay otro más terrible en la tierra! Se hizo un silencio que separó a los jóvenes. Raoul estaba destrozado. -Júreme que no hará nada por «saber» -insistió ella-. Júreme que no volverá a entrar en mi camerino si yo no lo llamo. -¿Me promete llamarme alguna vez, Christine? -Se lo prometo. -¿Cuándo? -Mañana. -¡Entonces, se lo juro! Fueron sus últimas palabras ese día. Él le besó las manos y se fue maldiciendo a Erik e intentando armarse de paciencia.

    XII ARRIBA DE LAS TRAMPILLAS


    Al día siguiente, volvió a verla en la ópera. Seguía llevando en el dedo el anillo de oro. Ella fue dulce y buena. Le informó acerca de los proyectos que tenía, de su futuro, de su carrera. Él le comunicó que la salida de la expedición polar se había adelantado y que, dentro de tres semanas, de un mes a lo sumo, abandonaría Francia. Ella le animó, casi con alegría, a pensar en el viaje con entusiasmo, como en una etapa más de su gloria futura. Y, al contestar le él que la gloria sin amor no ofrecía a sus ojos el menor encanto, ella lo trató como a un niño cuyas tristezas deben ser pasajeras. Él le dijo:
     
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    clause Claudia

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    Yo creo que no estaba , pero si que es muy bonito falena!! Gracias por traerlo y bienvenid@!!! :razz:
     
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    clause Claudia

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    me intereso mucho este autor, porque no lo conocia, pongo lo que encontre de el!
    Ricardo Palma

    (Lima, 1833 - Miraflores, 1919) Escritor peruano, creador de un género intermedio entre el relato y la crónica, que renovó la prosa sudamericana. Aunque se le considera integrante de la escuela romántica, su obra no obedece del todo a sus presupuestos, salvo por algunos matices estilísticos que empleó como soporte formal. Es cierto que en su juventud hizo una apasionada defensa del romanticismo, pero luego lo juzgaría con gran severidad y trazaría su propio derrotero artístico.

    Hijo de familia humilde, realizó sus estudios en el Colegio de Noel, el Colegio de Orengo y el Convictorio de San Carlos, donde al parecer fue alumno externo. En 1848 empezó su carrera literaria, según propia confesión, formando parte del grupo que después él mismo denominaría "La bohemia de mi tiempo". Comenzó escribiendo poesía, a la vez que ejercía el periodismo en diversas publicaciones periódicas (la mayoría de existencia efímera) como redactor o crítico de espectáculos, para lo cual usó múltiples seudónimos.


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    En 1849 escribió su primer drama, El hijo del sol, que no se llegó a representar, y aunque obtuvo algún éxito en el poco exigente medio limeño, alrededor de 1858 dejó de escribir teatro. En la actualidad sólo conocemos de su producción teatral el drama Rodil (1851), redescubierto cien años después de su publicación (pues Palma procedió a la destrucción de los ejemplares) y la comedia El santo de Panchita, escrita en colaboración con Manuel Ascensio Segura e incluida en la recopilación de obras de este último publicada con el título de Teatro (1869). Tras probar el género histórico con el libro Corona patriótica (1853), Palma empezó a componer de relatos breves de diversa índole, desde el ensayo costumbrista al romance histórico, que serían el germen de sus posteriores Tradiciones peruanas.

    En 1853 pasó a formar parte del Cuerpo Político de la Armada Peruana como oficial tercero, correspondiéndole prestar servicio en la goleta Libertad, el bergantín Almirante Guisse, el transporte Rímac (donde estuvo a punto de morir a consecuencia del naufragio de la nave en marzo de 1855) y el vapor Loa. En 1857 fue separado momentáneamente del ejercicio de su cargo por haber secundado la sublevación del general Ignacio de Vivanco contra el gobierno de Castilla, pero su participación política más importante se produjo en 1860, con ocasión del frustrado asalto a la casa del presidente ejecutado por un grupo de civiles y militares de tendencia liberal, liderados por José Gálvez.

    Tras el fracaso del intento golpista, Palma se embarcó rumbo a Chile y llegó a Valparaíso los últimos días de 1860. Durante su permanencia en esta ciudad, el escritor frecuentó los salones literarios y perteneció a la Sociedad Amigos de la Ilustración, colaborando en la Revista del Pacífico y la Revista de Sudamérica, de la cual llegó a ser redactor principal. En agosto de 1863, luego de ser amnistiado, emprendió el regreso al Perú.

    En julio de 1864 fue nombrado cónsul en el Pará, pero parece que no llegó a ejercer el cargo, solicitando y obteniendo una licencia que empleó en viajar por Europa. En 1865 regresó al Perú para ponerse a órdenes del gobierno, que se encontraba en conflicto con España, participando en el combate del Callao del 2 de mayo de 1866 como asistente de José Gálvez. Al año siguiente intervino en la sublevación del coronel José Balta y, cuando Balta fue elegido presidente en 1868, lo nombró secretario particular; fue además elegido senador por la provincia de Loreto. Tras el asesinato de Balta en 1872, Palma se retiró a la política para dedicarse exclusivamente a la literatura. El mismo año publicó la primera serie de sus Tradiciones peruanas.

    Cuando en 1879 se declaró la guerra con Chile, Palma ya era uno de los literatos más reconocidos del continente americano y colaborador frecuente de las principales publicaciones literarias sudamericanas. Durante la guerra participó en la defensa de la capital peruana. En 1881, las tropas de ocupación incendiaron su casa ubicada en el balneario de Miraflores, con lo que perdió su biblioteca personal, el manuscrito de su novela Los Marañones y sus memorias del gobierno de Balta.

    Decepcionado, pensó aceptar el ofrecimiento que en 1833 le hizo el dueño del diario La Prensa de Buenos Aires para que se trasladase con su familia a esa ciudad para ejercer de redactor literario del periódico, pero el presidente Miguel Iglesias lo convenció para que aceptase la dirección de la Biblioteca Nacional del Perú, que se encontraba destruida como consecuencia de la guerra. Su labor al frente de esta institución, donde contó con un presupuesto exiguo, fue verdaderamente encomiable, no dudando en utilizar su prestigio literario para solicitar a personalidades de diversas partes del mundo la donación de libros, ganándose el apelativo de El bibliotecario mendigo.

    El 28 de julio de 1884 Palma logró inaugurar la nueva Biblioteca Nacional del Perú. Siguió ocupándose de su dirección, labor momentáneamente interrumpida por su viaje a España como representante del Perú al Noveno Congreso Internacional de Americanistas, celebrado con ocasión del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América (1892-93). En febrero de 1912 renunció al cargo por discrepancias con el gobierno, que nombró en su lugar al escritor Manuel González Prada, antiguo adversario de Palma.

    González Prada atacó la gestión de su predecesor en una Nota informativa acerca de la Biblioteca Nacional (1912), lo que motivó la respuesta de Palma en su folleto Apuntes para la historia de la Biblioteca de Lima (1912), donde hace un recuento de su labor al frente de la institución. Alejado de su labor como bibliotecario y convertido en el patriarca de las letras peruanas, Palma se retiró a vivir al balneario de Miraflores, donde pasó los últimos años de su vida. Cuando murió fue enterrado con honras fúnebres correspondientes a Ministro de Estado y se declaró duelo nacional.

    La obra de Ricardo Palma

    De reconocido prestigio en el mundo cultural hispanoamericano, Ricardo Palma es la figura más significativa del romanticismo peruano y uno de los escritores mejor dotados del siglo XIX americano. Polifacético, espíritu renovador y progresista, su actividad literaria se desarrolla en campos muy diversos.

    Como poeta siguió la corriente romántica europea de Zorrilla, Heine, Victor Hugo y Byron. Dentro del género lírico publicó Poesías (1855), Armonías. Libro de un desterrado (1865), Pasionarias (1870), Verbos y gerundios (1877) y Enrique Heine. Traducciones (1886). Reeditó gran parte de su obra poética en el libro Poesías (1887), que llevó como introducción el estudio "La bohemia limeña de 1848 a 1860. Confidencias literarias". Posteriormente publicó su poema A San Martín (1890), que originó una protesta del gobierno chileno por considerarlo ofensivo a ese país. Su último libro de versos fue Filigranas. Aguinaldo a mis amigos (1892). Fue también compilador de Lira americana. Colección de poesías de los mejores poetas del Perú, Chile y Bolivia (1865).

    Entre sus trabajos históricos podemos mencionar Anales de la Inquisición de Lima (1863), el polémico Monteagudo y Sánchez Carrión. Páginas de la historia de la independencia (1877) y su Refutación a un compendio de historia del Perú (1886), cuyo ataque a los jesuitas motivó que el Congreso peruano declare la prohibición del establecimiento de esta orden religiosa en el país. Su labor como principal gestor y presidente de la Academia Peruana de la Lengua desde el 5 de mayo de 1887 está representada por los Anales de la Academia Correspondiente de la Real Española en el Perú (1887), y especialmente por sus valiosas sugerencias a favor de la admisión de nuevos vocablos contenidas en sus libros Neologismos y americanismos (1896) y Papeletas lexicográficas (1903). Publicó además Recuerdos de España (189:icon_cool:, sobre su viaje a ese país en 1892, que después sería reeditado con el título Recuerdos de España precedidos de La bohemia de mi tiempo (1899).

    Párrafo aparte merecen las Tradiciones peruanas, relatos construidas a partir de hechos históricos o anécdotas populares de carácter ligero y burlesco que constituyen un género literario particular. Aunque Palma había escrito los primeros de estos relatos antes de su destierro a Chile, sólo varios años más tarde se decidió a editar la primera serie de sus Tradiciones (1872).

    A este volumen le seguirían Tradiciones. Segunda serie (1874), Tradiciones. Tercera serie (1875), Tradiciones. Cuarta serie (1877), Tradiciones. Quinta serie (1883), Tradiciones. Sexta serie (1883), Ropa vieja (1889) y Ropa apolillada (1891). Después de publicar en Buenos Aires la primera edición extranjera de estos relatos (1890), publicó una edición en España con el título, desde entonces célebre, de Tradiciones peruanas (4 vols., 1893-96). Posteriormente a esta edición aparecieron Tradiciones y artículos históricos (1899), Cachivaches (1900), Mis últimas tradiciones peruanas y cachivachería (1906), Apéndice a Mis últimas tradiciones peruanas (1910) y una edición póstuma con el título El Palma de la juventud (1921). Tras su muerte, las hijas del escritor llevaron a cabo una edición definitiva de las Tradiciones peruanas que contó con el auspicio del gobierno peruano (6 vols., 1923-25).

    El conjunto de la obra, en once series, es de una evidente grandiosidad, si bien hay un cierto desorden provocado por repeticiones, remansos fatigosos y temas muy dispares, entre éstos artículos críticos. Mitad historia y ficción, domina un fondo socarrón, intercalado con emotivas referencias al mundo americano. En el dilatadísimo proceso de su composición, Ricardo Palma fue poco a poco desligándose de la leyenda romántica española y perfilando un característico y personalísimo mundo, hasta madurar artísticamente en una especie narrativa, la tradición, en la que supo genialmente enlazar rasgos románticos (la leyenda, la novela histórica) y costumbristas (humor, espíritu crítico de los usos e instituciones nacionales, habla popular), enriqueciéndolos con las lecciones de los grandes satíricos y novelistas picarescos del Siglo de Oro español (Quevedo a la cabeza), así como de los ironistas de la Ilustración y el liberalismo (Voltaire, sobre todo).

    Mucho se ha escrito sobre las Tradiciones peruanas y la pretendida ideología que subyace detrás de la obra. Algunos han querido ver en el escritor un nostálgico del pasado colonial, y otros han sostenido que la ironía con la que describe dicho pasado esconde una crítica social. Al respecto el ensayista Luis Loayza ha sostenido en su libro El sol de Lima (1974) que "Al leer las Tradiciones se advierte que el autor era un hombre de su tiempo... El mundo de la colonia era, o pretendía ser, jerárquico: en las Tradiciones hay un sentimiento democrático, igualitario; se festeja el irrespeto ante la autoridad". En la actualidad, aun cuando sus méritos literarios sean materia de discusión, no se deja de reconocer el enorme impacto que tuvieron dentro de la narrativa hispanoamericana, gozando todavía de gran popularidad.

    Ya la primera reunión de sus Tradiciones peruanas gozó, en efecto, de un éxito inmediato, refrendado por la enorme acogida que alcanzó dentro y fuera del Perú. Estuardo Núñez estudió su influencia decisiva en la narrativa hispanoamericana entre 1872 y 1940, como género que adelanta componentes del cuento y la novela del siglo XX. Fusionar el costumbrismo y el romanticismo era una tarea crucial, que se verificó en dos manifestaciones artísticas sobresalientes: la poesía gauchesca y la tradición palmista. No deja de ser sintomático, más que casual, que las dos obras cimeras de ambos procesos creadores, Martín Fierro (del argentino José Hernández) y Tradiciones peruanas, aparecieran el mismo año, 1872. En ellas palpitan ya rasgos de lo que serán la poesía novomundista y la narrativa del realismo "mágico" o "maravilloso", así como la reelaboración de la oralidad y de la óptica del pueblo, tan significativos en las letras hispanoamericanas del siglo XX.

    La trascendencia de la obra de Ricardo Palma ha sido justamente destacada por la crítica. Luis Leal lo considera el mejor "cuentista" hispanoamericano de dicha centuria; para Estuardo Núñez fue el narrador hispanoamericano de mayor influencia a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Tal envergadura se vincula con la capacidad de Palma para asumir una tarea pendiente en las letras americanas: efectuar el tránsito de una literatura centrada en la tradición oral o de carácter ancilar a una literatura que va a ir privilegiando la modalidad escrita y la ficción.
     
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    clause Claudia

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    Es arte del demonio o brujería
    Esto de escribir versos? – le decía,
    No se si a Campomar o a Víctor Hugo
    Un mozo de chirumen muy sin jugo.

    Enséñame maestro, a hacer siquiera
    Una oda chapucera.

    “Es preciso no estar en sus cabales,
    Para que un hombre aspire a ser poeta,
    Pero en fin, es sencilla la receta.

    Forme usted líneas de medidas iguales
    Luego en fila las junta
    Poniendo consonantes en la punta”.

    -¿Y en el medio?- “¿en el medio?
    ¡Ese es el cuento!
    Hay que poner talento”.


    Ricardo Palma
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    -¿Cómo puede hablar con tanta ligereza de cosas tan graves, Christine? ¡Puede que no volvamos a vernos jamás!... ¡Puedo morir durante esa expedición!. -Y yo también -se limitó a decir ella... Ya no sonreía, ya no bromeaba. Parecía pensar en algo nuevo que le venía por primera vez a la mente. Su mirada brillaba. -¿En qué piensa, Christine? -Pienso en que ya no volveremos a vernos... -¿Y eso es lo que la pone tan radiante? -¡Y que dentro de un mes tendremos que decirnos adiós...para siempre! -A menos que, Christine, nos casáramos y nos esperáramos para siempre. Ella le tapó la boca con la mano: -¡Calle, Raoul!... ¡No se trata de eso, ya lo sabe de sobra!... ¡Y jamás nos casaremos! ¿De acuerdo? Parecía no poder resistir una dicha desbordante que la había asaltado de repente. Empezó a dar palmadas con alegría infantil... Raoul la miraba inquieto, sin comprender. -Pero, pero... -dijo ella de nuevo, tendiendo las manos al joven, o mejor dicho, dándoselas, como si súbitamente hubiera decidido hacerle un regalo-. Pero, aunque no podamos casarnos, sí podemos..., podemos prometernos... ¡No lo sabrá nadie más que nosotros, Raoul!... ¡Han habido casamientos secretos!... ¡Raoul, podemos prometernos por un mes!... ¡Dentro de un mes, usted se irá y yo podré ser feliz con el recuerdo de este mes durante toda la vida! Estaba entusiasmada con su idea... Y volvió a ponerse seria. -Esta -dijo- es una felicidad que no hará daño a nadie. Raoul había comprendido. Se aferró a aquella inspiración. Quiso que inmediatamente se hiciera realidad. Se inclinó ante Christine con humildad sin par y dijo: -¡Señorita, tengo el honor de pedir su mano! -¡Pero si ya tiene las dos, mi querido prometido...! ¡Oh, Raoul, qué felices vamos a ser!... Vamos a jugar al futuro maridito y a la futura mujercita...! Raoul se decía: ¡Imprudente! De aquí a un mes habré tenido tiempo de hacérselo olvidar o de penetrar y destruir «el misterio de la voz de hombre», y dentro de un mes Christine consentirá en ser mi mujer. ¡Mientras tanto, juguemos! Fue el juego más bonito del mundo y al que se entregaron como los dos niños que eran. ¡Ah, qué cosas maravillosas se dijeron! ¡Y qué juramentos eternos intercambiaron! La idea de que, al cumplir un mes, no habría nadie para poder mantener estas promesas les sumía en una turbación que saboreaban con contradictorias emociones, entre risas y lágrimas. Jugaban «al corazón» igual que otros juegan «a la pelota». La diferencia radicaba en el hecho de que al ser sus propios corazones los que lanzaban, éstos debían ser muy hábiles para recibir sin hacerse daño. Un día -era el octavo de juego-, el corazón de Raoul se hizo mucho daño y el joven detuvo la partida con estas extravagantes palabras: «Ya no me marcharé al polo norte». Christine, que en su inocencia no había pensado en esta posibilidad, descubrió de repente el peligro .del juego y se lo reprochó amargamente. No contestó a Raoul ni una sola palabra y se marchó a su casa. Esto ocurría por la tarde, en el camerino de la cantante, donde acostumbraban a citarse y donde se divertían con meriendascenas de tres galletas y dos vasos de Oporto
     
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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    de Amado Nervo ...puse muchisimo ! despues busco de nuevo algunos y pongo...porque ni idea en que hoja estaran!
     
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    clause Claudia

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    LAS ÁNFORAS DE EPICURO

    AMA TU RITMO...

    Ama tu ritmo y ritma tus acciones
    bajo su ley, así como tus versos;
    eres un universo de universos
    y tu alma una fuente de canciones.

    La celeste unidad que presupones
    hará brotar en ti mundos diversos,
    y al resonar tus números dispersos
    pitagoriza en tus constelaciones.

    Escucha la retórica divina
    del pájaro del aire y la nocturna
    irradiación geométrica adivina;

    mata la indiferencia taciturna
    y engarza perla y perla cristalina
    en donde la verdad vuelca su urna.


    Rubén Darío
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Y algunas de Amado Nervo,que creo que no puse
    V. INDESTRUCTIBLE

    Bien ves, si me estás mirando,
    que desde que te perdí,
    mi vida se va pasando
    piadosamente pensando
    en ti;

    que incólume, sin desgaste,
    ¡oh Ideal!, has de vivir
    en el alma en que anidaste,
    y que lo que edificaste
    ni Dios lo querrá destruir.


    Febrero 2-14
    Amado Nervo
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    COBARDÍA

    Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
    ¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!
    ¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza
    de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul...!

    Pasó con su madre. Volvió la cabeza:
    ¡me clavó muy hondo su mirada azul!

    Quedé como en éxtasis...
    Con febril premura,
    «¡Síguela!», gritaron cuerpo y alma al par.

    ...Pero tuve miedo de amar con locura,
    de abrir mis heridas, que suelen sangrar,
    ¡y no obstante toda mi sed de ternura,
    cerrando los ojos, la dejé pasar!


    Amado Nervo, 1914
     
  10. clause

    clause Claudia

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    PERLAS NEGRAS - XL

    Ante el sepulcro de M. Gutiérrez Nájera

    Era un ritmo: el que vibra en el espacio
    como queja inmortal y se levanta
    y llega del Señor hasta el palacio
    ¡Un ritmo!, y en el cielo de topacio
    se perdió: ¡Como todo lo que canta!

    Era un ave: su nido en el paraje
    que habitamos formó; cual filoomela,
    gorjeaba al amparo del follaje.
    ¡Un ave! y sacudiendo su plumaje
    se alejó: ¡como todo lo que vuela!

    Era un lampo: el flamígero, de plata,
    que tiende su fulgor en la penumbra
    de casto amanecer, y se dilata
    por el éter. ¡Un lampo! y su luz grata
    se apagó: ¡como todo lo que alumbra!

    No fue su muerte conjunción febea
    ni puesta melancólica de Diana,
    sino eclipse de Vísper, que recrea
    los cielos con su luz, y parpadea
    y cede ante el fulgor de la mañana.

    Morir cuando la tumba nos reclama,
    cuando la dicha suspirando quedo:
    "Adiós", murmura, y se extinguió la llama
    de la fe, y aunque todo dice: "Ama",
    responde el corazón: "¡Si ya no puedo!";

    cuando solo escuchamos dondequiera
    del tedio el gran monologar eterno,
    y en vano desparrama Primavera
    su florido caudal en la pradera,
    porque dentro llevamos el invierno,

    ¡bien está! Mas partir en pleno día,
    cuando el sol glorifica la jornada,
    cuando todo en el pecho ama y confía
    y la vida, Julieta enamorada,
    nos dice: ¡No te vayas todavía!,

    y forma la ilusión mundos d'encaje
    y los troncos de savia están henchidos,
    y las frondas perfuman el boscaje,
    y los nidos salpican el frondaje,
    y las aves arrullan en los nidos,

    ¡es muy triste, en verdad! Tal fue su suerte,
    ¡oh poeta!, y en vano a tu partida
    opusieron al par su muro fuerte
    Amor, más poderoso que la muerte;
    Juventud, ¡el paladion de la vida!

    Ave, ritmo, perfume, luz qu'encanta:
    el cariño a perderos se rebela;
    entre Dios y vosotros se levanta;
    mas os vais: ¡como todo lo que canta!
    os perdéis: ¡como todo lo que vuela...!



    Amado Nervo, 1898
     
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    clause Claudia

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    Esta se que la puse, pero es muy linda

    HAY QUE...

    Hay que andar por el camino
    posando apenas los pies;
    hay que ir por este mundo
    como quien no va por él.

    La alforja ha de ser ligera,
    firme el báculo ha de ser,
    y más firme la esperanza
    y más firme aún la fe.

    A veces la noche es lóbrega;
    mas para el que mira bien
    siempre desgarra una estrella
    la ceñuda lobreguez.

    Por último, hay que morir
    al deseo y al placer,
    para que al llegar la muerte
    a buscarnos, halle que

    ya estamos muertos del todo,
    no tenga nada que hacer
    y se limite a llevarnos
    de la mano por aquel

    sendero maravilloso
    que habremos de recorrer,
    libertados para siempre
    de tiempo y espacio. ¡Amén!



    Amado Nervo, 1914
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Biografía
    AMADO NERVO
    [​IMG]
    DATOS BIOGRÁFICOS

    Los mejores datos sobre los orígenes y formación cultural de
    Amado Nervo, se encuentran en dos de sus breves autobiografías
    escritas en España. Dice en una de ellas: "Nací en Tepic,
    pequeña ciudad de la costa del Pacífico, el 27 de agosto de 1870.
    Mi apellido es Ruiz de Nervo; mi padre lo modíficó, encogiéndolo.
    Se llamaba Amado y me dio su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo,
    y, esto que parecía seudónimo -así lo creyeron muchos en América-,
    y que en todo caso era raro, me valió quizá no poco para mi fortuna
    literaria. ¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de
    Nervo ancestral, o si me hubiera llamado Pérez y Pérez".
    En su otra confesión autobiográfica, casi desconocida, dice más
    aún: "Soy descendiente de una vieja familia española que se
    estableció en San Blas a principios del siglo pasado. Hice mi
    instrucción primaria en las modestas escuelas de mi ciudad natal;
    muerto mi padre cuando yo tenía nueve años, mi madre me envió a
    un Colegio de Padres Romanos, al de Jacona, en Michoacán, que
    entonces gozaba de cierta fama. En este colegio y después en
    el seminario de Zamora, Michoacán, hice mis estudios preparatorios,
    empezando, naturalmente, por el latín. Quise seguir la carrera de
    abogado y estudié dos años, pero el quebrantamiento rápido de la
    herencia paterna me obligó a volver a Tepic a ponerme al frente
    de lo poco que nos quedaba y a trabajar para ayudar a mi
    familia, que era numerosa. Después, buscando mejor destino,
    marché a Mazatlán, donde escribí en el Correo de la Tarde
    mis primeros artículos. Más tarde me dirigí a la Capital (en 1894)
    y ahí con los esfuerzos y penalidades consiguientes, logré abrirme
    camino".
    Con frecuencia se refieren sus biógrafos a estas penalidades, entre
    las que mencionan que tuvo que lucrar el pan de "estanquillero" y
    hasta de "tablajero" en el Rastro, y quizás a ello alude el mismo
    Nervo cuando asegura que el escritor "vive regularmente o de un
    empleo, o de algo más prosaico; a veces es tendero, a veces
    carnicero, a veces "coyote" y a veces, muy raras... negociante
    en grande". Mayores aún fueron sus penas morales, como la pérdida
    de su hermano Luis -comerciante ocasional y asimismo poeta-,
    quien, sin la fortaleza de Amado, desertó de la vida en plena lucha.
    Años después consignará en sus Apuntes para un libro que no escribiré
    nunca, estas palabras: "Yo he visto el rayo verde, que
    trae ventura. Lo vimos en una playa mazatleca mi hermano
    y yo, una tarde de julio. Mi hermano se suicidó y yo... etcétera".
    Escribió en EL Mundo Ilustrado, El Nacional, El Mundo, EL Imparcial
    y en las mejores revistas literarias. Fue copiosa su producción
    y variada: cuentos, semblanzas, artículos humorísticos, reseñas
    teatrales, crítica de libros, artículos dialogados, crónicas, etc.
    Y, además, muchos versos. Los que leyó ante el sepulcro de Manuel
    Gutiérrez Nájera, en el primer aniversario de su muerte,
    merecieron el aplauso unánime de los poetas y señalaron el punto
    de partida de su ascensión lírica.
    Pero, en realidad, su nombre comenzó a difundirse en 1895 con la
    publicación de su primer libro, que no fue una colección poética,
    sino una novela corta: El Bachiller. "Por lo audaz e imprevisto de
    su forma -dice Nervo-, y especialmente de su desenlace, ocasionó
    en América tal escándalo, que me sirvió grandemente para que me
    conocieran". Juzgada a la distancia de los años, queda como una
    buena obra inicial que refleja mucho del ambiente zamorano y de
    sus propias vivencias de seminarista.
    Místicas fue su primer libro de versos publicado (189:icon_cool:, si bien
    no el primero que escribió, pues tal prioridad corresponde a
    Perlas Negras -obra de adolescencia- que salió a luz en el mismo
    año. Místicas le situó desde luego entre los poetas jóvenes de
    más claro porvenir: allí aparecía diferente a los demás y sin
    competidores en la poesía religiosa, que en este libro sonaba de
    una manera insólita y refinada.
    Después de El Bachiller publicó su atrayente narración fantasista
    titulada El Donador de Almas. Ambas novelitas, juntas con Pascual
    Aguilera -obra primeriza- formaron el volumen impreso en Barcelona
    con el título de Otras Vidas. En esta época comienza a manifestar
    sus conocimientos astronómicos en que fue iniciado por Luis G. León.
    En 1899 se representó en el Teatro Principal una zarzuela
    suya, Consuelo, con la que pretendía ensayarse en otro género
    literario y trabajar por al advenimiento de un arte racional.
    No insistió en estos propósitos.
    Como todos los poetas finiseculares, amaba a París y pudo conocerlo
    en 1900. Fue enviado como corresponsal de El Mundo; pero, no obstante
    que Nervo cumplía eficazmente con su encargo y de que a los lectores
    les parecían muy bellas sus correspondencias –"de México me dicen
    que dicen que se ha desàrrollado mucho mi talento en París"-, pronto
    fue despedido en forma inopinada por el gerente de la empresa.
    Y volvió a encontrarse con la pobreza, pero también se encontró
    con el amor; con el grande amor "para toda la vida"; es decir,
    con Ana Cecilia Luisa Dailliez, la dulce mujer que fue su compañera
    durante más de diez años- "encontrada en el camino de la vida el 31
    de agosto de 1901. Perdida (¿para siempre?), el 7 de enero de 1912"-
    y cuya muerte le causó "la amputación más dolorosa de sí mismo".
    Fruto de este dolor fue un libro de versos muy leído: La Amada Inmóvil.

    En París conoció a Verlaine, a Moreas, a Wilde, etc., y fue amigo de
    los escritores y poetas hispanoamericanos que residían o pasaban por
    aquella Lutecia que tanto encandiló a la generación de los modernistas.
    Allí selló su amistad con Rubén Darío; amistad sin quebrantos ni
    recelos, excepcional entre los grandes artistas y justamente calificada
    de ejemplar. En París publicó la versión francesa de El Bachiller
    -con el título de Orígene- y una obra poética, Poemas, que había de
    extender su celebridad en los países de habla española. Uno de estos
    poemas, La Hermana Agua, cuenta entre sus mayores aciertos.
    Ya de regreso en México (1902), publicó su bello libro de prosa y
    verso llamado El Exodo y Las Flores del Camino y colaboró asiduamente
    en la Revista Moderna, compartiendo después su dirección con Jesús
    E. Valenzuela. En el mismo año publicó Lira Heroica. Merced a los
    sufragios del grupo modernista, en 1903 alcanzó el triunfo de
    primacía entre los poetas mexicanos. De 1902 a 1905 trabajó
    nuevamente en El Mundo, El Imparcial y El Mundo Ilustrado.
    Sacó a luz otro libro de versos: Los Jardines Interiores,
    que es el mismo que había comenzado a preparar con el título de
    Savia Enferma. En esa misma época obtuvo, por oposición, el cargo
    de profesor de lengua castellana en la Escuela Nacional Preparatoria.
    En 1905 ingresó en el servicio diplomático con la categoría de segundo
    secretario adscrito a la Legación de México en Madrid. De allá enviaba
    sus correspondencias a su periódico, El Mando, y a la vez escribía
    jugosos informes sobre lengua y literatura para el Boletín de la
    Secretaría de Instrucción Pública. Más tarde colaboró en periódicos
    de Buenos Aires y La Habana. En España escribió muchos de sus mejores
    libros, entre los cuales descuellan En Voz Baja, Juana de Asbaje,
    Serenidad, La Amada Inmóvil, Elevación y Plenitud.
    En I9I4, con motivo de los sucesos políticos de nuestro país, cesó
    en su cargo de primer secretario y volvió una vez más a su bien amada
    pobreza. El cariño que había sembrado inspiró a sus amigos españoles
    la idea de solicitar de las Cortes una pensión para el poeta; pero
    éste, con el decoro propio de su carácter, se apresuró a declinarla
    gentilmente. Más tarde fue restituido en su puesto por el Gobierno
    de México y, en I918, llamado para conferirle un nuevo cargo. Con
    credenciales de Ministro Plenipotenciario y Enviado Plenipotenciario
    ante los Gobiernos de Argentina y Uruguay, partió de México a
    principios de 1919. Fue recibido en ambos países con insólitas
    muestras de admiración y afecto.

    Minado por sus males, tuvo fuerzas, sin embargo, para amar una vez
    más; en Buenos Aires encontró -dice Alfonso Méndez Plancarte-
    "su último amor humano, todo cándida limpidez y hecho por partes
    iguales de admiración, piedad y ternura". Murió en Montevideo el
    24 de mayo de 1919. Su retorno a la patria y sus funerales
    constituyeron una verdadera apoteosis. Yacen sus restos en la
    Rotonda de los Hombres Ilustres.

    Tópico muy repetido por Amado Nervo en sus diversas páginas
    autobiográficas, fue el de que carecía de historia. En 1895
    escribía: "Semejante al rey del cuento de Juan de Dios Peza,
    soy un hombre a quien jamás le sucedió cosa alguna". En su
    breve autobiografía de 1906, insistía: "Mi vida ha sido muy
    poco interesante: como los pueblos felices y las mujeres
    honradas, yo no tengo historia", palabras que después puso
    en sílabas contadas: ¿Versos autobiográficos? Ahí están mis
    canciones, allí están mis poemas: yo, como las naciones
    venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada, no tengo
    historia: nunca me ha sucedido nada.

    No obstante la afirmación, en su vida se entretejieron armoniosamente
    los sucesos dignos de mención, ya adversos, ya venturosos. Escribió
    muchos libros; fue combatido, pero a la vez amado y ensalzado;
    fue afortunado capitán en las filas del movimiento literario más
    importante que ha tenido América. Por el camino de la sinceridad,
    de la sencillez y del trabajo silencioso, llegó a situaciones
    brillantes. Justo es lo que dijo en su momento de plenitud:

    Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
    ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    ante un ramo de violetas. Por la noche, ella no cantaba. Y él no recibió la carta acostumbrada, pese a que se hubieran dado permiso para escribirse todos los días durante ese mes. Al día siguiente, corrió a casa de la señoraValérius, que le informó de que Christine se había ausentado por dos días. Se había ido la víspera por la tarde, a las cinco, diciendo que no estaría de vuelta hasta pasado mañana. Raoul estaba destrozado. Detestaba a la señora Valérius por haberle comunicado aquella noticia con una tranquilidad que lo dejaba perplejo. Intentó sonsacarle algo, pero era evidente que la buena mujer no sabía nada. Se limitó a contestar a las preguntas desordenadas del joven: -¡Es el secreto de Christine! Y, al decirlo, levantó el dedo con una unción especial que recomendaba discreción y que, al mismo tiempo, pretendía tranquilizar. -¡Bien, muy bien! -exclamaba Raoul con enfado mientras bajaba las escaleras corriendo como un loco-. ¡Estupendo, veo que las jóvenes están perfectamente protegidas por señoras como la Valérius ¿Dónde podía encontrarse Christine?... Dos días... ¡Dos días menos para su felicidad tan breve! ¡Y, para colmo, por culpa suya!... ¿Acaso no habían acordado que él debía partir?... Y si su firme intención era la de quedarse, ¿por qué había hablado tan pronto? Se reprochaba su torpeza y fue el más desgraciado de los hombres durante cuarenta y ocho horas, al cabo de las cuales Christine reapareció. Reapareció triunfalmente.Volvió por fin, a obtener el mismo éxito que en la velada de gala. A partir de la aventura del «gallo», la Carlotta no había podido salir a escena. El terror de un nuevo «cuac» la poseía y le quitaba todos sus recursos; y los lugares que habían sido testigos de su incomprensible derrota se le habían hecho odiosos. Encontró la manera de romper su contrato. Se le rogó a la Daaé que temporalmente ocupara el puesto vacante. Un verdadero delirio la acogió en La judía. El vizconde, presente durante aquella velada, fue el único en sufrir escuchando los mil ecos de este nuevo triunfo, ya que vio que Christine seguía conservando su anillo de oro. Una voz lejana murmuraba al oído del joven: «Está noche sigue llevando el anillo de oro, y tú no has sido quien se lo ha dado. Está noche ha seguido entregando su alma, y no ha sido á ti». Y la voz continuaba aún: «¡Si ella no quiere decirte lo que ha hecho desde hace dos días..., si te esconde su paradero, es preciso que vayas á preguntárselo á Erik!» Corrió hacia el escenario. Le interrumpió el paso. Ella lo vio, ya que sus ojos lo buscaban. Le dijo: -Deprisa, deprisa! ¡Venga! Y lo arrastró hasta su camerino sin preocuparse de todos los que celebraban su reciente gloria y que murmuraban ante la puerta cerrada: -¡Esto es un escándalo! Inmediatamente Raoul se arrodilló ante ella. Le juró que se marcharía á la expedición y le suplicó que nunca más le privara de una sola hora de la dicha que le había prometido. Christine dejó correr sus lágrimas. Se besaban como un hermano y una hermana desesperados que acaban de verse amenazados por un dolor común y que vuelven á encontrarse para llorar á un muerto. Súbitamente, se deshizo del dulce y tímido abrazo del joven, pareció escuchar algo que no sabía qué era... y, con un gesto seco, señaló la puerta á Raoul. Cuándo estuvieron en el umbral, le dijo tan bajo que el vizconde apenas adivinó sus palabras: -¡Mañana, mi querido prometido! ¡Y alégrese, Raoul..., esta noche he cantado para usted.
     
  14. -----......

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Pedro Abraham Valdelomar Pinto nació en Ica, el 27 de abril de 1888. Sus padres fueron Anfiloquio Valdelomar Fajardo y María Carolina de la Asunción Pinto Bardales. Pasó sus primeros días en una pequeña casa en la cuadra tres de la Calle Arequipa de dicha ciudad. Hasta hace poco podía apreciarse una placa recordatoria en dicha casa señalando el hecho, lamentablemente, el terremoto del año 2007 provocó el derrumbe completo de dicha primera casa de Valdelomar.

    En 1892 se trasladó con su familia al puerto de Pisco, donde su padre trabajó como empleado de la aduana. Allí empezó sus estudios primarios. Las experiencias de su infancia, vinculada al mar y al campo, influyeron decisivamente en su obra. En 1899 se trasladó a Chincha donde concluyó su educación primaria.

    En 1900 viajó a Lima donde estudió la secundaria en el Colegio Guadalupe; allí fundó y dirigió un periódico escolar: La Idea Guadalupana (1903). En 1904 concluyó sus estudios secundarios y durante unos meses desempeñó el puesto de archivero en la Inspección Municipal de Educación de Chincha.

    En 1905 ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Sin embargo, dejó las clases al año siguiente para trabajar como dibujante de revistas como Aplausos y silbidos, Monos y Monadas, Fray KBzón, Actualidades, Cinema y Gil Blas. Luego desplegó su talento literario que fue acogido por diarios y revistas. Sus primeros versos, de estilo modernista, los publicó la revista Contemporáneos (1909); sus primeros cuentos aparecieron en 1910 en Variedades y Balnearios.

    En 1910 reanudó sus estudios en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos; ese mismo año se incorporó al ejército cuando hubo el peligro de una conflagración con el Ecuador. A raíz de ello empezó a escribir crónicas para El Diario de Lima, que envió desde la Escuela Militar de Chorrillos bajo el título de Con la argelina al viento. Su fama literaria se consolidó al año siguiente con dos novelas cortas que salieron a la luz: La ciudad muerta (1911) y La ciudad de los tísicos (1911), publicadas por entregas en Ilustración Peruana y en Variedades, respectivamente.

    Esta obra temprana (poemas, crónicas periodísticas y cuentos) está marcada por la influencia del modernismo y de don Manuel González Prada; en sus novelas cortas es más patente su devoción por Gabriele D'Annunzio.

    En 1912 participó fervorosamente en la campaña presidencial de Guillermo Billinghurst. Tras la victoria electoral de éste, los estudiantes billinghuristas lanzaron la candidatura de Valdelomar a la presidencia del Centro Universitario de San Marcos. Pero la elección la ganó otro estudiante, adversario de Billinghurst. En respuesta, Valdelomar fundó el Centro Universitario Billinghurista.

    El gobierno de Billinghurst le otorgó la dirección del diario oficial El Peruano (que ejerció del 1º de octubre de 1912 al 30 de mayo de 1913), y por R.S. Nº 484 del 12 de mayo de 1913, un puesto diplomático, como Secretario de Segunda Clase de la Legación peruana en Italia. Antes de partir hacia Europa, Valdelomar se batió a duelo de espada con Alberto Ulloa Sotomayor, representante de los estudiantes limeños que se oponían a la politización de la Universidad y que había publicado un artículo de protesta en La Prensa, que Valdelomar consideró difamatorio. El duelo finalizó sin mayores consecuencias y sin que ambos rivales lograran reconciliarse (tiempo después Ulloa se amistó con Valdelomar y prologó su libro de cuentos El caballero Carmelo).

    Valdelomar se embarcó el 1º de julio de 1913 en el vapor Ucayali, con destino a Roma. Una vez más debió truncar sus estudios universitarios pero viajó con la intención de retomarlos en Italia (lo que no se concretaría). Desde Roma escribió para el diario La Nación de Lima sus Crónicas de Roma. Allí también escribe su obra más importante, El caballero Carmelo, cuento con el que ganó un concurso literario convocado por el diario La Nación (27 de diciembre de 1913).

    En 1914, tras el derrocamiento de Billinghurst por el coronel Oscar R. Benavides, renunció a su empleo diplomático y retornó al Perú. De nuevo en la capital peruana, sufrió una fugaz detención acusado de conspirar contra el nuevo gobierno (junio de 1914).

    Trabajó luego como secretario personal del polígrafo peruano José de la Riva-Agüero y Osma, bajo cuya influencia escribió La mariscala, biografía novelada de Francisca Zubiaga y Bernales (1803-1835), esposa del presidente Agustín Gamarra y figura destacada de la política del Perú de inicios de la República. De dicha obra hizo luego una versión teatral, con el mismo nombre, y en colaboración con José Carlos Mariátegui (1916).

    Planeó también editar un libro de Cuentos criollos bajo el título de La aldea encantada, pero no llegó a concretarlo. Dos de dichos cuentos criollos aparecieron publicados en La Opinión Nacional: El vuelo de los cóndores y Los ojos de Judas (en julio y octubre de 1914, respectivamente).

    En 1915 empezó a trabajar como secretario del Presidente del Consejo de Ministros del gobierno de José Pardo y Barreda. Se dedicó de lleno al periodismo y la literatura. Se erigió como un influyente líder de opinión y un portavoz de la modernidad intelectual.

    Colaboró sobre todo con el diario La Prensa, donde tuvo a cargo la sección Palabras, dedicada a la política, desde julio de 1915 hasta su alejamiento del diario en 1918. Se hizo popular por sus burlas hacia los políticos (entre parlamentarios y ministros) de entonces. También publicó en La Prensa sus Crónicas frágiles, donde hizo conocido su seudónimo de "El Conde de Lemos";[1] y los Diálogos máximos, que transmitía conversaciones líricas entre él y su amigo José Carlos Mariátegui representados bajo los nombres de Manlio y Aristipo. También publicó en el mismo diario sus crónicas tituladas Impresiones; la columna Fuegos fatuos, donde desplegó todo su humorismo e ironía; y finalmente sus comentarios sobre la guerra mundial, aparecidos en 1917 bajo el rótulo de Al margen del cable. Compuso también sus Cuentos chinos una suerte de crítica hacia la dictadura de Óscar R. Benavides en forma de apólogos ambientados en China, que fueron publicados igualmente en La Prensa (1915).

    Ya por entonces llamaba la atención de la gente con su atildada indumentaria,[2] sus públicas improvisaciones poéticas y sus galanterías en confiterías y salones de té, como en el famoso Palais Concert, situado en el jirón de La Unión, cerca a Palacio de Gobierno, lugar que cobijó a la juventud intelectual de la época. Por lo general formaba dúo con su gran amigo José Carlos Mariátegui, seis años menor que él.

    Fundó la efímera pero influyente Revista Literaria Colónida (1916), y encabezó el movimiento intelectual del mismo nombre, Movimiento Colónida, que cohesionó a una generación de artistas y escritores en torno a la ruptura con el academicismo hispano y la libre renovación de temas y estilos, convocando a las juventudes provincianas a compartir su empeño y atisbando con simpatía las nuevas tendencias literarias italianas y francesas. Ese mismo año se publicó Las voces múltiples, libro que reunió poemas suyos y de otros autores del movimiento: Pablo Abril de Vivero, Federico More, Alfredo González Prada, Alberto Ulloa Sotomayor, Félix del Valle, Antonio Garland y Hernán Bellido. En él aparecieron los poemas más conocidos de Valdelomar: "Tristitia" y "El hermano ausente en la cena pascual".

    En 1917 empezó a publicar en la revista Mundo Limeño la serie de artículos Decoraciones de ánfora. Obtuvo el premio del concurso de Círculo de Periodistas con su ensayo La psicología de gallinazo. En Mundo Limeño apareció en dos entregas su novela corta o cuento largo: Yerba santa, así como el cuento: Hebaristo, el sauce que murió de amor. Escribió también su tragedia "Verdolaga", de la que somos conservamos fragmentos.

    En enero de 1918 renunció a La Prensa tras un conato de duelo con su director, Glicerio Tassara, a raíz de una suplantación que hicieron en su columna de Palabras. Ese mismo año salió a la luz su colección de cuentos El caballero Carmelo (encabezada por el cuento del mismo nombre con que ganara el concurso de 1913) y su ensayo sobre estética con meditaciones taurinas: Belmonte, el trágico.

    Luego realizó giras y dictó conferencias a lo largo y ancho del país. Viajó a las provincias del norte del país (Trujillo, Cajamarca, Chiclayo, Piura y otras ciudades) y se dirige luego al sur, recorriendo los departamentos de Arequipa, Puno, Cuzco y Moquegua.

    De regreso a su tierra natal fue aclamado unánimemente por la población iqueña. Por ello, el 24 de septiembre de 1919, resultó electo diputado por Ica ante el Congreso Regional del Centro. En una reunión de dicho Congreso realizada en la ciudad de Ayacucho, sufrió una caída por las escaleras que le produjeron una fractura de la espina dorsal, cerca de las vértebras lumbares, la cual, luego de algunos días de agonía, le causaron la muerte (3 de noviembre de 1919). Apenas contaba con 31 años de edad. Actualmente sus restos reposan en el Cementerio Presbítero Matías Maestro de Lima.
     
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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    EL HERMANO AUSENTE EN LA CENA PASCUAL

    La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
    Y sobre ella la misma blancura del mantel
    Y los cuadros de caza de anónimo pincel Y la oscura
    alacena, todo, todo está igual…

    Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
    mi madre tiende a veces su mirada de miel
    y se musita el nombre del ausente;
    pero él hoy no vendrá a
    sentarse en la mesa pascual.

    La misma criada pone, sin dejarse sentir,
    la suculenta vianda y el plácido manjar;
    pero no hay la alegría ni el afán de reir
    que animaran antaño la cena familiar;

    y mi madre
    que acaso algo quiere decir,
    ve el lugar del ausente
    y se pone a llorar…