Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Preciosaaa!!! :razz:
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    "qué me pasaba", y no tuve reparos en contarle nuestra historia, ni le disimulé el lugar que usted ocupa en mi corazón. Entonces la Voz calló. La llamé pero no me contestó, le supliqué, pero fue en vano. ¡Tuve un miedo horrible a que se hubiera marchado para siempre! ¡Ojalá lo hubiera hecho así, amigo mío!... Aquella noche volví a casa en un estado de absoluta desesperación. Me abracé a la señora Valérius diciéndole: "¿Sabes? La Voz se ha ido. ¡Tal vez no vuelva nunca más!". Y ella se asustó tanto como yo y me pidió explicaciones. Se lo conté todo. Ella me dijo:" ¡Por Dios, la Voz está celosa!". Esto me hizo pensar que yo estaba enamorada de usted... » Aquí Christine se detuvo por un momento. Apoyó la cabeza en el pecho de Raoul y ambos permanecieron silenciosos, abrazados el uno al otro. Era tal su emoción que no vieron, o mejor dicho, que no sintieron desplazarse, a algunos pasos de ellos, a la sombra reptante de dos grandes alas negras que se les acercaba, pegada a los tejados, tan cerca, tan cerca que hubiera podido, sólo con cerrarse sobre ellos, ahogarlos... -Al día siguiente -continuó Christine con un profundo suspiro-, volví a mi camerino muy pensativa. La Voz estaba allí. ¡Oh, amigo mío! Me habló con una gran tristeza. Me declaró categóricamente que si yo debía otorgar mi corazón en la tierra, ella no podía hacer otra cosa que subir al cielo. Y me dijo esto con tal acento de dolor humano que habría tenido que desconfiar a partir de aquel día y empezar a comprender que había sido víctima del desequilibrio de mis sentidos. Pero mi fe en aquella aparición de la Voz, a la que tan íntimamente se mezclaba el recuerdo de mi padre, seguía siendo absoluta. No temía nada tanto como el hecho de no volver a oírla. Por otra parte, había reflexionado sobre los sentimientos que sentía por usted; había medido todo el riesgo inútil; ignoraba incluso si se acordaba de mí. Pero, pasara lo que pasara, su posición en la sociedad me prohibía para siempre pensar en un enlace feliz. Juré a la Voz que usted no era para mí más que un hermano y que nunca sería otra cosa, y que mi corazón estaba vacío de amores terrenos... Esta es la razón, amigo mío, por la que apartaba los ojos en el escenario o en los pasillos cuando usted intentaba llamar mi atención; ¡la razón por la cual no lo reconocía..., por la cual no lo veía! Por aquel tiempo, las horas de clase entre la Voz y yo transcurrían en un divino delirio. Jamás la belleza de los sonidos me había poseído hasta aquel punto, y un día la Voz me dijo: »-¡Bueno, ahora, Christine Dad¿, ya puedes aportar a los hombres un poco de la música del cielo! »¿Por qué aquella noche, que era la velada de gala, la Carlotta no vino al teatro? ¿Por qué se me llamó para reemplazarla? No lo sé. Pero canté..., canté con un ardor desconocido. Me sentía ligera como si tuviera alas. ¡Por un momento creí que mi alma encendida había abandonado mi cuerpo!» -¡Oh, Christine! -dijo Raoul, cuyos ojos se humedecían al recordar aquel episodio-, esa noche mi corazón vibró a cada acento de su voz. Vi correr las lágrimas por sus pálidas mejillas, y lloré con usted. ¿Cómo podía cantar mientras lloraba? -Me abandonaron las fuerzas -dijo Christine-. Cerré los ojos... Y cuando los abrí, ¡usted se encontraba a mi lado! ¡Pero la Voz también estaba, Raoul!... Tuve miedo por usted y tampoco quise reconocerlo esa vez, no quise reconocerlo en absoluto y me eché a reír cuando me recordó que había recogido mi chal en el mar... »Pero, ¡ay!, por desgracia no pude engañar a la Voz!... Le había reconocido perfectamente... ¡Y la Voz estaba celosa!... Los dos días que siguieron me hizo escenas atroces. Me decía: »-¡Tú lo amas! ¡Si no lo amases, no lo rechazarías!
     
  3. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:

    Es de la época en que los poetas utilizaban stencil, mimeógrafo y papel roneo – ese amarillo - para sus publicaciones. Debe haber sacado unas cien copias y como se estaba transcribiendo poemas acerca de la muerte y los poetas me acordé. Fue un pequeño homenaje a Polo y su alma de poeta. Como te dije, trastabilleo pero de repente aparezco por aquí.
    Oye, que lindo, hoy día en Google - en su página de inicio - aparece un racimo de cerezas y una de ellas se cae ¡Precioso!

    [​IMG]

    Es muy linda la comunicación por Internet.

    Anita.

    :razz: :razz: :razz:
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    ahhh no lo conocia!! :razz:
    si es por Newton! son manzanas ! y ahi se cae y nos damos cuenta de la gravedad....( solo Dios sabe si asi ocurrio! :11risotada: )
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Cada hora mía me parece
    el agujero que una estrella
    atraída a mi nada, con mi afán,
    quema en mi alma.

    Y ¡ay, cendal de mi vida,
    agujereado como un paño pobre,
    con una estrella viva viéndose
    por cada májico agujero oscuro!


    Juan Ramón Jiménez
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    LA HORA

    Cada minuto de este oro
    ¿no es toda la eternidad?

    El aire puro lo mece
    sin prisa, como si ya
    fuera todo el oro que
    tuviera que acompasar.

    (¡Ramas últimas, divinas,
    inmateriales, en paz;
    ondas del mar infinito
    de una tarde sin pasar!)

    Cada minuto de este oro
    ¿no es un latido inmortal
    de mi corazón radiante
    por toda la eternidad?


    Juan Ramón Jiménez


     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    PROVERBIOS Y CANTARES - XXXVIII

    ¿Dices que nada se crea?
    Alfarero, a tus cacharros.
    Haz tu copa y no te importe
    si no puedes hacer barro.


    Antonio Machado


     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    PROVERBIOS Y CANTARES - XXXVI

    Fe empirista. Ni somos ni seremos.
    Todo nuestro vivir es emprestado.
    Nada trajimos; nada llevaremos.


    Antonio Machado
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    Es un antiguo amigo al que puedes estrechar la mano como a todos los demás... ¡Si no lo amases, no temerías encontrarte a solas con él y conmigo en el camerino!... ¡Si no lo amases, no lo echarías! »-Basta! -grité irritada a la Voz. Mañana debo ir a Perros, a la tumba de mi padre. Rogaré al señor de Chagny que me acompañe. »-Como quieras -respondió, pero debes saber que también yo iré a Perros, ya que siempre estoy donde tú estés, Christine, y si sigues siendo digna de mí, si no me has mentido, te interpretaré, cuando suenen las doce, en la tumba de tu padre, la Resurrección de Lázaro, con el violín del muerto. »De este modo, me vi obligada a escribirle la carta que le condujo a Perros. ¿Cómo pude dejarme engañar hasta ese extremo? ¿Cómo es posible que, ante las preocupaciones tan terrenales de la Voz, no haya sospechado alguna impostura? ¡Pero, por desgracia, ya no era dueña de mí misma! ¡Era algo suyo!... Y los recursos que poseía la Voz eran suficientes para engañar a una niña como yo. -Pero, ¡bueno! -exclamó Raoul en este punto del relato de Christine donde ésta parecía deplorar con lágrimas la excesiva inocencia de un espíritu poco «listo»... ¡Pero supo usted la verdad!... ¿Cómo no escapó inmediatamente de aquella horrible pesadilla? -¿Saber la verdad?... ¡Raoul!... ¿Escapar de aquella pesadilla?... ¡Pero si, por desgracia, sólo entré en aquella pesadilla hasta el día en que precisamente supe la verdad!... ¡Calle, calle! No le he dicho nada... Y ahora que vamos a bajar del cielo a la tierra, compadézcame, Raoul... ¡Compadézcame! Una noche fatal..., aquélla en la que ocurrieron tantas desgracias..., la noche en la que la Carlotta creyó ser un asqueroso gallo y en la que se puso a lanzar gritos como si hubiera pasado toda la vida en un corral... la noche en que de repente la sala se vio sumergida en la oscuridad tras la caída de la lámpara que se desplomó sobre la platea... Aquella noche hubo muertos y heridos, y todo el teatro se llenó con los más tristes gemidos. »Mi primer pensamiento, Raoul, en plena catástrofe, fue al mismo tiempo para usted y para la Voz, ya que por aquel entonces ambos ocupaban por igual mi corazón. Enseguida me tranquilicé con respecto a usted, al verlo en el palco de su hermano y sabía que no corría ningún peligro. En cuanto a la Voz, me había anunciado que asistiría a la representación y temí por ella; sí, realmente tuve miedo, como si se tratara de "alguien de carne y hueso, capaz de morir". Me decía a mí misma: "¡Dios mío, quizá la lámpara haya aplastado a la Voz". Me encontraba entonces en el escenario y, asustada hasta el punto de que me disponía a correr a la sala para buscar a la Voz entre los muertos y los heridos, cuando se me ocurrió la idea de que si no le había pasado nada, debía estar ya en mi camerino deseosa de tranquilizarme. De un salto me planté en el camerino. La Voz no estaba. Me encerré allí y le supliqué que, si aún estaba con vida, se me manifestara. La Voz no me contestaba, pero de repente oí un largo, un admirable gemido que conocía perfectamente. Se trataba del lamento de Lázaro cuando, a la voz de Jesús, comienza a abrir los párpados y a volver a ver la luz del día. Eran los llantos del violín de mi padre. Reconocía la forma de tocar el arco de Daaé, el mismo, Raoul, que nos inmovilizaba en los caminos de Perros, el mismo que nos "encantó" la noche del cementerio. Después, por encima del instrumento invisible y triunfante, oí el grito de alegría de la Vida, y la Voz, manifestándose al fin, se puso a cantar, dominante y soberana: »-¡Ven y cree en mí! ¡Los que crean en mí, resucitarán! ¡Camina¡ ¡Los que han creído en mí no podrán morir!
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    CONSUMACIÓN

    Si yo fuese un niño,
    si yo fuese un niño, redondo, quieto y sumergido.
    Sumergido, no; sacado a la luz, estallado hacia fuera, exhibido en esa otra Creación donde un niño es un niño en su reino.
    Pero si sumergido estuve antaño, bajo las aguas de la luz que eran cielo y sus ondas,
    hoy no puedo sino decirlo, tomar nota, procurar explicarlo,
    prohibiéndome al mismo tiempo la confusión de lo que veo con lo que fue y ha sido.
    Todavía el hombre a veces intenta explicar un sueño, dibujando la presencia del amor,
    el límite del corazón y su centro justísimo.
    Aún intentar decir: «Amo, soy feliz; me conformo.»
    Que es tanto como decir: «Soy real.» Pero cuando las hojas todas se han caído:
    primero las flores, luego los mismos frutos, más tarde el humo, el halo
    de persuasión que rodea a la copa como su mismo sueño
    entonces no hay sino ver aparecer la verdad, el tronco último, el
    despojado ramaje fino que ya no tiembla.
    La desnudez suprema del árbol quedado
    que finísimamente acaba en la casi imposible ramilla,
    tronquito extremo sin variación de hoja,
    superación sin música de la inquietante rueda de las estaciones.

    Entonces llega el conocimiento, y allá dentro en el nudo del hombre,
    si todavía existe un centro que tiene nombre y que yo no quiero mencionar;
    si aún persiste y exige y golpea imperiosamente, porque nadie quiere morir,
    puedes sonreír de buena gana, y burlarte, y mirándolo con desdén quiere morir,
    decir con voz muy baja, de modo que todo el mundo te oiga:
    «Amigo...: todo está consumado».



    Vicente Aleixandre
     
  11. clause

    clause Claudia

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    EL CUERPO Y EL ALMA

    Pero es más triste todavía, mucho más triste.
    Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie.
    Más triste, más. Como ese vaho
    que de la tierra exhala depués la pulpa muerta.
    Como esa mano que del cuerpo tendido
    se eleva y quiere solamente acariciar las luces,
    la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda.
    Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma.
    Alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando
    tan delicadamente sobre la triste forma abandonada.
    Alma de niebla dulce, suspendida
    sobre su ayer amante, cuerpo inerme
    que pálido se enfría con las nocturnas horas
    y queda quito, solo, dulcemente vacío.

    Alma de amor que vela y se separa
    vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.


    Vicente Aleixandre
     
  12. clause

    clause Claudia

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    VERDAD SIEMPRE

    A Manuel Altolaguirre



    Sí, sí, es verdad, es la única verdad;
    ojos entreabiertos, luz nacida,
    pensamiento o sollozo, clave o alma,
    este velar, este aprender la dicha,
    este saber que el día no es espina,
    sino verdad, oh suavidad. Te quiero.
    Escúchame. Cuando el silencio no existía,
    cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte,
    entonces, cuando el día.

    Noche, bondad, oh lucha, noche, noche.
    Bajo clamor o senos, bajo azúcar,
    entre dolor o sólo la saliva,
    allí entre la mentira sí esperada,
    noche, noche, lo ardiente o el desierto.


    Vicente Aleixandre
     
  13. clause

    clause Claudia

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    EL VALIOSO TIEMPO DE LOS MADUROS.
    Mensaje de Mario de Andrade (Musicólogo brasileño)

    “Conté mis años y descubrí,
    que tengo menos tiempo
    para vivir de aquí en adelante,
    que el que viví hasta ahora....

    Me siento como aquel chico
    que ganó un paquete de golosinas:
    las primeras las comió con agrado,
    pero, cuando percibió
    que quedaban pocas,
    comenzó a saborearlas profundamente.

    Ya no tengo tiempo
    para reuniones interminables,
    donde se discuten estatutos,
    normas, procedimientos
    y reglamentos internos,
    sabiendo que no se va a lograr nada..

    Ya no tengo tiempo
    para soportar absurdas personas
    que, a pesar de su edad cronológica,
    no han crecido.

    Ya no tengo tiempo
    para lidiar con mediocridades.


    No tolero a maniobreros
    y ventajeros.

    Me molestan los envidiosos,
    que tratan de desacreditar
    a los más capaces,
    para apropiarse de sus lugares,
    talentos y logros.

    Detesto, si soy testigo,
    de los defectos que genera
    la lucha por un majestuoso cargo.

    Las personas no discuten contenidos,
    apenas los títulos.

    Mi tiempo es escaso
    como para discutir títulos.

    Quiero la esencia,
    mi alma tiene prisa....

    Sin muchas golosinas en el paquete...

    Quiero vivir al lado
    de gente humana, muy humana.
    Que sepa reír, de sus errores.
    Que no se envanezca,
    con sus triunfos.
    Que no se considere electa,
    antes de hora.
    Que no huya, de sus responsabilidades.
    Que defienda, la dignidad humana.
    Y que desee tan sólo
    andar del lado de la verdad
    y la honradez.

    Lo esencial es lo que hace
    que la vida valga la pena.
    Quiero rodearme de gente,
    que sepa tocar el corazón
    de las personas….

    Gente a quien los golpes
    duros de la vida,
    le enseñó a crecer
    con toques suaves en el alma.

    Sí…. tengo prisa…
    por vivir con la intensidad,
    que sólo la madurez
    puede dar.

    Pretendo no desperdiciar
    parte alguna de las golosinas
    que me quedan…
    Estoy seguro
    que serán más exquisitas,
    que las que hasta ahora he comido.
    Mi meta es llegar al final
    satisfecho y en paz
    con mis seres queridos
    y con mi conciencia.

    Espero que la tuya sea la misma,
    porque de cualquier manera
    llegarás.."
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    "La vida es una combustión, un camino al deterioro y también al aprendizaje. No hay que dejar pasar un día sin saber que uno está vivo. Otra cosa es la dificultad. Porque uno aprende a ser padre cuando es abuelo, y a callarse cuando ya nadie le pregunta. "
    Joan Manuel Serrat
     
  15. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux


    »-Me es difícil explicarle la impresión que sentí al oír aquella música que cantaba a la vida eterna en el momento en que, a nuestro lado, unos pobres desgraciados, aplastados por la aquella lámpara fatal, exhalaban el último suspiro... Me pareció que me ordenaba que me levantara, que me fuera hacia ella. Se alejaba. La seguí. "Ven y cree en mí." Creía en ella. Iba... y, cosa extraordinaria, mi camerino parecía alargarse ante mis pasos..., alargarse... Evidentemente debía de tratarse de un efecto, causado por los espejos, ya que el espejo se encontraba frente a mí... y, de, repente, me encontré fuera de mi camerino, sin saber cómo.» Aquí, Raoul interrumpió bruscamente a la joven. -¿Cómo? ¡Christine, Christine, ¿por qué no deja de soñar? ¡No soñaba, mi pobre amigo! ¡Me encontré fuera de mi camerino sin saber cómo! Usted, que me vio desaparecer una noche, quizá pueda explicarlo. ¡Pero yo no puedo!... Sólo puedo decirle una cosa, y es que, al encontrarme frente a mi espejo, no lo vi y giré para ver si lo tenía detrás..., pero ya no había espejo ni camerino... Me encontraba en un corredor oscuro. ¡Tuve miedo y grité! »Todo estaba en tinieblas a mi alrededor. A lo lejos, una tenue claridad rojiza alumbraba un ángulo de la pared, una esquina de la encrucijada. Grité. Sólo mi voz llenaba las paredes ya que el canto y los violines habían enmudecido. De repente, en medio de la oscuridad, una mano cogía la mía..., o mejor dicho algo huesudo y helado que me aprisionó la muñeca sin soltarla. Grité. Un brazo me cogió por la cintura y me levantó... Me debatí un instante horrorizada; mis dedos se deslizaron a lo largo de las piedras húmedas, a las que no pudieron cogerse. Después, ya no me moví más, pensé que iba a morir de terror. Me llevaban hacia la pequeña claridad rojiza; entramos en aquel resplandor y entonces vi que estaba en brazos de un hombre envuelto en una gran capa negra que llevaba una máscara que le ocultaba toda la cara... Intenté un esfuerzo supremo: mis miembros se tensaron, mi boca se abrió una vez más para gritar mi terror, pero una mano la cerró, una mano que sentí sobre mis labios, sobre mi carne, y que olían a muerte. Y me desmayé. »¿Cuánto tiempo permanecí inconsciente? No sabría decirlo. Cuando volví a abrir los ojos, el hombre de negro y yo seguíamos sumidos en las tinieblas. Una linterna sorda, colocada en el suelo, alumbraba el chorro de una fuente. El agua, que salía de la pared, desaparecía casi de inmediato a través del suelo en el que yo me encontraba tendida; mi cabeza descansaba sobre las rodillas del hombre de la capa y la máscara negra, y mi misterioso compañero me refrescaba las sienes con una suavidad, una atención y una delicadeza que me parecieron más difíciles de soportar que la brutalidad del rapto. Sus manos, pese a ser muy ligeras, no dejaban de oler a muerte. Las rechacé, pero sin fuerza. Pregunté en un suspiro: »-¿Quién es usted? ¿Dónde está la Voz? »Me respondió un suspiro. De repente un soplo de aire cálido me azotó el rostro y, vagamente, en medio de las tinieblas, al lado de la forma negra del hombre, distinguí una forma blanca. La forma negra me alzó y me deposito sobre la forma blanca. Inmediatamente un alegre relincho llegó hasta mis oídos estupefactos, y murmuré: »-¡César! »El animal se agitó. Amigo mío, me encontraba recostada a medias en una silla de montar y había reconocido al caballo blanco de El Profeta, al que muy a menudo había acariciado dándole golosinas. Pero un día corrieron rumores por el teatro de que el animal había desaparecido y de que había sido robado por el fantasma de la Opera. En cuanto a mí, yo creía en la Voz y no había visto nunca al fantasma, pero de pronto me pregunté, estremeciéndome, si no sería la prisionera del fantasma. En el fondo del corazón llamaba a la Voz en mi ayuda, ya que jamás hubiera imaginado que la Voz y el fantasma fueran uno. ¿Ha oído usted hablar del fantasma de la Opera, Raoul?» -Sí -respondió el joven-, pero dígame, Christine, qué ocurrió cuando se encontró a lomos del caballo blanco de El Profeta? -No hice el menor movimiento y me dejé llevar... Poco a poco, un estado de laxitud sucedía a la angustia y al terror en los que me había sumergido la extraña aventura. La silueta negra me sostenía y yo no hacía nada para desprenderme de ella. Una paz extraordinaria me invadía y pensaba encontrarme bajo la benigna influencia de algún elixir. Me sentía en plenitud de fuerzas. Mis ojos se iban acostumbrando ya a las tinieblas que, por otra parte, se aclaraban en algunos lugares gracias a breves fulgores... Juzgué que nos encontrábamos ahora en una estrecha galería circular y pensé en que aquella galería que rodeaba la ópera, bajo tierra, era inmensa. Una vez, tan sólo una vez había bajado a los subterráneos de la Opera que son prodigiosos, pero me había detenido en el tercer sótano sin atreverme a adentrarme más bajo tierra. Sin embargo, dos pisos más, en los que se habría podido asentar una ciudad, se abrían ante mis pies. Pero las sombras que se me habían aparecido me hicieron huir. Hay allí demonios, completamente negros, ante calderas, y que agitan palas y tenedores, animan los braseros, encienden llamas, te amenazan si te acercas abriendo de repente sobre uno la boca roja de los hornos... Pero, mientras César me llevaba tranquilamente sobre su lomo en medio de aquella noche de pesadilla, vi de repente, muy lejos y muy pequeños, como si estuvieran en el extremo de un anteojo puesto al revés, a los demonios negros ante los braseros rojos de sus calderas... Aparecían... desaparecían... Volvían a aparecer, siguiendo nuestra extraña marcha... Por último, desaparecieron definitivamente. La forma de hombre continuaba sosteniéndome y César caminaba sin guía y con pie firme... No podría decirle, ni siquiera aproximadamente, cuánto duró aquel viaje a través de la noche. Simplemente sentía que girábamos, que girábamos, que bajábamos siguiendo una inflexible espiral hacia el corazón mismo de los abismos de la tierra. Pero ¿no sería mi cabeza la que giraba?... De todas formas, no lo creo. No, estaba en un increíble estado de lucidez. César olfateó un momento, notó la atmósfera y aceleró el paso. Sentí el aire húmedo y después César se detuvo. La noche se había aclarado. Un resplandor azulado nos rodeaba. Miré dónde nos encontrábamos. Estábamos al borde de un lago cuyas aguas de plomo se perdían a lo lejos, en la oscuridad..., pero la luz azul iluminaba aquella orilla y vi una barquilla atada a una argolla de hierro, en el muelle. »Yo sabía que todo aquello existía, y la visión de aquel lago y de aquella barca bajo tierra no tenía nada de sobrenatural. Pero, piense en las condiciones en las que llegaba a aquella ribera. Las almas de los muertos no debían sentir menos inquietud al abordar el Éstige. Caronte no era sin duda más lúgubre ni más mudo que la forma de hombre que me transportó a la barca17. ¿Acaso el elixir había dejado de hacer efecto? ¿Acaso la frescura de aquellos parajes bastaba para hacerme volver en mí misma? Pero mi sopor desaparecía e hice algunos movimientos que denotaban que el terror volvía a empezar. Mi siniestro compañero debió darse cuenta, ya que, con un gesto rápido, despidió a César, que huyó por las tinieblas de la galería y oí el galope de sus cascos en los peldaños de una escalera; después, el hombre saltó a la barca y liberó su atadura de hierro; cogió los remos y remó con firmeza y rapidez. Bajo la máscara, sus ojos no me perdían de vista; sentía clavado en mí el peso de sus pupilas inmóviles. A nuestro alrededor, el agua no hacía el menor ruido. Nos deslizábamos en medio de aquel resplandor azulado del que le he hablado; más adelante, volvimos a sumergirnos en la noche más completa, y por fin atracamos. La barca chocó contra un cuerpo duro.Y de nuevo volvió a llevarme en brazos. Pero yo había recobrado fuerzas para gritar.Y grité. Pero, súbitamente, me callé, deslumbrada por la luz. Sí, una luz brillante, en el centro de la cual me habían depositado. Me levanté de un salto. Me sentía en la plenitud de mis fuerzas. En medio de un salón que me pareció ordenado, amueblado y adornado de flores, de flores a la vez preciosas y estúpidas a causa de las cintas de seda que las ataban a las canastas, igual que las que venden en las tiendas de los bulevares, demasiado civilizadas, como las que estaba acostumbrada encontrar en mi camerino después de cada estreno; y en medio de aquel perfume tan parisino, la silueta negra del hombre de la máscara estaba de pie con los brazos cruzados..., y habló: »-Tranquilízate, Christine -dijo-, no corres el menor de los peligros. »¡Era la Voz! »Mi furia igualó a mi sorpresa. Me precipité sobre aquella máscara y quise arrancarla para conocer el rostro de la Voz. La forma de hombre me dijo: »-No correrás ningún peligro si "no tocas la máscara". »Y, aprisionándome suavemente las muñecas, me hizo sentar. »¡Luego se arrodilló ante mí y no dijo nada más! »La humildad de este gesto me hizo recobrar algo de valor. La luz, al precisar todas las cosas a mi alrededor, me devolvió a la realidad de la vida. Por muy extraordinaria que pareciera, la aventura estaba ahora rodeada de objetos mortales a los que podía ver y tocar. Los tapices de las paredes, los muebles, las antorchas, los jarrones e incluso las flores, cuyo origen y precio hubiera podido decir, por sus canastillas doradas, encerraban fatalmente mi imaginación en los límites de un salón tan trivial como otro cualquiera que, por lo menos, tenía la excusa de no estar situado en los sótanos de la ópera. Sin duda tenía que vérmelas con algún ser atrozmente original que habitaba misteriosamente en los sótanos por necesidad, igual que otros, y que con la muda aprobación de la administración había encontrado un abrigo definitivo en los confines de aquella Torre de Babel moderna en la que se intrigaba, se cantaba en todas las len-guas y se amaba en todas las jergas. »Y entonces, la Voz, la Voz a la que había reconocido, a pesar de su máscara, que no había podido ocultármela, era aquello que estaba arrodillado ante mí: ¡un hombre! »No pensé en la horrible situación en la que me encontraba, ni siquiera me preguntaba qué iba a ocurrirme y cuál era el designio oscuro y fríamente tiránico que me había conducido hasta aquel salón, de la misma manera que se encierra a un prisionero en una mazmorra, o a una esclava en un harén. ¡No, no, no!, me decía: ¡La Voz es esto: un hombre! Y me eché a llorar. »El hombre, siempre arrodillado ante mí, comprendió sin duda el motivo de mis lágrimas, porque dijo: »-¡Es cierto, Christine!... No soy ni ángel, ni genio, ni fantasma... ¡Soy Erik!» Aquí volvió a interrumpirse el relato de Christine. A los dos jóvenes les pareció que el eco había repetido detrás de ellos: ¡Erik!... ¿Qué eco?... Se volvieron y sólo vieron que había llegado la noche. Raoul hizo ademán de levantarse, pero Christine le retuvo a su lado:




    17En la mitología griega, el Éstige es el río de los Infiernos, por el cual el barquero Caronte conduce las almas de los muertos