Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    No , por que lástima, ahora si que lo entendimos , a veces ocurre que algunos terminos confunden , dentro del mismo idioma tenemos tantas formas de decir las cosas!!! pero gracias a tu explicación ahora lo entendimos y aprendimos nuevas palabras ! Asi que el aporte es doble.:happy: :5-okey:
    Muchas gracias!!
     
  2. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:

    No te sientas, para nada.

    Gracias por dar a conocer la literatura de tu país.

    Tenía dudas con respecto al agua, ya que las mentes sencillas responsabilizan a fuerzas o expresiones de la naturaleza hechos tan deleznables.

    Aquí en Chile, en la Isla Grande de Chiloé existe el trauco, te dejo una página para que veas de lo que hablo.

    http://www.redchilena.com/Leyendas/eltrauco.asp

    Ya sé algo de los cipotes


    Anita.

    ;) ;) ;)
     
  3. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    por supuesto preguntando es la manera de aprender, si yo pongo un tango o poesia gauchesca, es muy probable que los que no son de aca, se pierdan términos, pero si compartimos nos enriquecemos y todo suma y hace que podamos disfrutar de la literatura hispana en todas sus manifestaciones
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    »-Sí -me dijo-, algunas veces compongo. Hace ya veinte años que empecé este trabajo. Cuando esté acabado, lo llevaré conmigo a ese ataúd y ya no me despertaré. »-Debe trabajar en él lo menos posible -exclamé. »-A veces trabajo quince días y quince noches seguidos, durante las cuales vivo tan sólo de música. Después, descanso durante años. »-¿Quiere interpretarme algo de su Don Juan Triunfante? -le pregunté, pensando que le gustaría y sobreponiéndome a la repugnancia que me causaba estar en aquella cámara de la muerte. » -Jamás me pidas eso -contestó con voz sombría-. Este Don Juan no ha sido escrito según la letra de un Lorenzo da Ponte, inspirado por el vino, los pequeños amores y el vicio, castigado finalmente por Dios. Si quieres, interpretaré a Mozart, que hará correr tus bellas lágrimas y te inspirará honestos pensamientos. ¡Pero mi Don Juan, el mío, arde, Christine, y sin embargo no lo fulmina el fuego del cielo!... »En este punto, volvimos a entrar al salón que habíamos abandonado. Me fijé que en ninguna parte de aquella estancia había espejos. Iba a decirlo, pero Erik se había sentado al piano, diciéndome: »-Mira, Christine, hay una música tan terrible que consume a todos los que se le acercan. Felizmente aún no has llegado a ella, pues perderías tus frescos colores y ya no te reconocerían a tu regreso a París. Cantemos ópera, Christine Daaé. »Me dijo: "Cantemos ópera, Christine Daaé", como si se tratara de un insulto. »Pero no tuve tiempo para detenerme a pensar en el tono que había dado a sus palabras. Inmediatamente comenzamos el dúo de Otelo, y ya la catástrofe se cernía sobre nuestras cabezas. Esta vez me había dejado el papel de Desdémona, que canté con una desesperación y un espanto que no había alcanzado hasta aquel día. En lugar de paralizarme, la proximidad de semejante compañero me inspiraba un espléndido terror. Los hechos de los que era víctima me acercaban extraordinariamente al pensamiento del poeta y encontré tonalidades que hubieran maravillado al músico. Él cantaba con voz de trueno y su alma vengativa se volcaba sobre cada sonido, aumentando terriblemente su potencia. El amor, los celos y el odio brotaban en torno a nuestros gritos desgarradores. La máscara negra de Erik me recordaba el rostro del Moro de Venecia. Era la viva imagen de Otelo. Creí que me iba a golpear, que me haría caer con sus golpes... y, sin embargo, no hacía el menor movimiento para huir de él y evitar su furor como la tímida Desdémona. Por el contrario, me acercaba a él, atraída, fascinada, encontrando el encanto de la muerte en semejante pasión. Pero antes de morir, quise conocer, para conservar la imagen en mi última mirada, aquellos rasgos desconocidos a los que debía haber transformado el fuego del arte eterno. Quise ver el rostro de la Voz, e instintivamente, mediante un gesto que no pude conte-ner, ya que no era dueña de mí, mis dedos ágiles arrancaron la máscara... »¡Oh!, ¡horror!, ¡horror!... ¡Horror!» Christine se detuvo ante aquella visión a la que aún parecía querer apartar con sus manos temblorosas, mientras que los ecos de la noche, al igual que habían repetido el nombre de Erik, repetían tres veces: «¡Horror, horror, horror!». Raoul y Christine, siempre estrechamente abrazados, sobrecogidos por el relato, alzaron sus ojos hacia las estrellas que brillaban en un cielo tranquilo y puro. -Es extraño, Christine -dijo Raoul-, lo llena de gemidos que está una noche tan dulce y apacible. Se diría que se lamenta junto con nosotros. -Ahora que va a conocer el secreto -contestó ella-, sus oídos, al igual que los míos, se van a llenar de lamentos.
    Apretó las manos protectoras de Raoul entre las suyas y, sacudida por un largo estremecimiento, continuó: -Aunque viviese cien años, siempre oiría el aullido sobrehumano que lanzó, el grito de su dolor y de su rabia infernales, mientras aquella cosa aparecía ante mis ojos dilatados por el espanto, tan abiertos como mi boca, que no se había cerrado y que sin embargo no gritaba ya. »¡Oh, Raoul, aquella cosa! ¿Cómo dejar de verla? Si mis oídos están llenos de sus gritos, mis ojos están hechizados por su rostro. ¡Qué imagen! ¿Cómo dejar de verla y cómo hacer que la vea?... Raoul, usted ha visto las calaveras cuando están secas por el paso de los siglos y si no fue víctima de una horrible pesadilla, vio también su calavera la noche de Perros. También ha visto pasearse durante el último baile de disfraces a la «Muerte roja». Pero todas esas calaveras permanecían inmóviles y su mudo horror ya no vivía. Pero imagine, si es capaz, la máscara de la Muerte reviviendo de repente para expresar, por los agujeros negros de sus ojos, su nariz y su boca, la ira desatada, el furor soberano de un demonio: imagine la ausencia de mirada en los agujeros de los ojos, ya que, como supe más tarde, no pueden verse sus ojos de brasa más que en la noche profunda... Yo debía ser, pegada a la pared, la viva imagen del Espanto, como él era la de la Repulsión. »Entonces, acercó a mí el rechinar horrible de sus dientes sin labios y, mientras yo caía de rodillas, me susurró lleno de odio cosas insensatas, palabras interrumpidas, maldiciones, delirio... ¡Y no sé cuántas cosas más!... »-¡Mira! -gritaba inclinado sobre mí-, ¡has querido ver, ve, pues! ¡Impregna tus ojos, embriaga tu alma con mi maldita fealdad! ¡Mira el rostro de Erik! ¡Ahora conoces el rostro de la Voz! ¿No te bastaba, dime, con escucharme? Has querido saber cómo estaba hecho. ¿Por qué sois tan curiosas las mujeres? »Y se echaba a reír mientras repetía: "¡Sois tan curiosas las mujeres!..." con una risa atronadora, ronca, espumeante, terrible... Decía también cosas como éstas: »-¿Estás contenta? Soy hermoso, ¿no?... Cuando una mujer me ha visto, como lo acabas de hacer tú, es mía ¡Me ama para siempre! Soy un tipo sólo comparable a Don Juan. »Y alzándose con los puños en las caderas, balanceándose sobre los hombros aquella cosa repulsiva que le servía de cabeza, tronaba: »-¡Mírame! Soy Don Juan triunfante. »Al verme girar la cabeza pidiendo piedad, me cogió brutalmente por el pelo y me obligó a mirarlo. Sus dedos de muerte se enlazaron a mis cabellos.» -¡Basta, basta! -interrumpió Raoul-. ¡Lo mataré, lo mataré! ¡En el nombre del cielo, Christine, dime dónde está el comedor del lago. ¡Lo mataré! -Calle Raoul, si quiere usted saberlo todo. -¡Ah, sí! Quiero saber cómo y por qué volvió usted. Ese es el secreto, Christine, en realidad no hay otro. ¡Pero de todas formas, lo mataré! -¡Oh Raoul mío, si quiere saber, escuche! Me arrastraba por el pelo y entonces..., y entonces... ¡Oh, esto es aún más horrible! -Dilo ahora... -exclamó Raoul con aire amenazador-. ¡Dilo pronto! -Entonces dijo entre silbidos: »-¿Qué? ¿Te doy miedo? ¿Es posible?... Crees quizá que llevo aún una máscara, ¿no? ¿Y que esto... esto, mi cabeza, es una máscara? Pues bien, ¡arráncala como la otra! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Otra vez! ¡Quiero que lo hagas! ¡Tus manos ¡Tus manos... Dame tus manos...
     
  5. .......

    ....... MMMM

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    LOS ZAPATOS

    Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a quien los alumnos consideraban su amigo debido a su bondad para quienes seguían sus instrucciones.
    Mientras caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo de al lado y que estaba por terminar sus labores diarias.

    El alumno dijo al profesor:
    Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.

    Mi querido amigo -le dijo el profesor-, nunca tenemos que divertirnos a expensas de los pobres.
    Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.


    Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre pobre, terminó sus tareas, y cruzó el terreno en busca de sus zapatos y su abrigo.


    Al ponerse el abrigo deslizó el pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Pasmado, se preguntó qué podía haber pasado. Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió
    a mirar.

    Luego miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda.
    Sus sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, hablando de su esposa enferma y sin ayuda y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida no morirían de hambre.


    El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de
    lágrimas.
    Ahora- dijo el profesor- ¿no estás más complacido que si le hubieras
    hecho una broma?


    El joven respondió:
    Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo algo que antes no entendía: es mejor dar que recibir. :icon_rolleyes: ;)
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Que lindooo! y que verdad es !! podamos o no ver el fruto de lo que damos siempre es mas enriquecedor dar que recibir!...de una u otra forma lo que se da se multiplica y lo que se retacea despues no nos sirve de nada...es díficil de enteder en algunos casos, pero lo que damos queda , lo que conservamos muere...asi funciona ,creo yo...al menos por lo mucho o poco de experiencia de vida que tengo.
     
  7. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:
    No sé qué decir ¡simplemente leo! :icon_rolleyes:


    Anita.

    :razz: :razz: :razz:
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ayyy Anveri! :11risotada: :11risotada: ya se a lo que te referis vos y si , tenes razon es necesario, pero al ego infantil, el que se lleva al mundo por delante , a ese me refiero yo....al orgullo como vanidad, en ese sentido! ...Se ve mucho en quienes ostentan el poder ese tipo de ego dañino, por no decir enfermo.
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Biografía de Quevedo


    [​IMG]BIOGRAFÍA

    Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, hijo de Pedro Gómez de Quevedo y Villegas y de María Santibáñez, nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580 en el seno de una familia de la aristocracia cortesana. Escritor español, que cultivó con abundancia tanto la prosa como la poesía y que es una de las figuras más complejas e importantes del Siglo de Oro español.

    En Madrid cursó sus primeros estudios en el Colegio Imperial de los jesuitas; —hoy Instituto de San Isidro— y después en la prestigiosa universidad de Alcalá de Henares; después cursó estudios de teología en la Universidad de Valladolid (1601-1606), ciudad que por aquellos años era la capital de España.

    Hombre de acción envuelto en las intrigas más importantes de su tiempo, era docto en teología y conocedor de las lenguas hebrea, griega, latina y modernas. Destacaba por su gran cultura y por la acidez de sus críticas; acérrimo enemigo personal y literario del culterano Luis de Góngora, el otro gran poeta barroco español.

    El año 1606 vuelve a su Madrid natal en busca de éxito y fortuna a través del duque de Osuna que se convierte en su protector; también entabla un pleito por la posesión del título nobiliario del señorío de La Torre de Juan Abad, —pequeña villa dependiente del municipio de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) al sur de La Mancha—. Se traslada a Italia en el año 1613, llamado por el duque de Osuna, entonces virrey de los reinos de Nápoles y Sicilia, el cual le encarga importantes y arriesgadas misiones diplomáticas con el fin de defender el virreinato que empezaba a tambalearse; entre éstas intrigó contra Venecia y tomó parte en una conjura. El duque de Osuna cayó en desgracia en 1620 y Quevedo fue arrastrado en la caída y desterrado a sus posesiones de La Torre de Juan Abad, después, sufrió presidio en el monasterio de Uclés (Cuenca) y arresto domiciliario en Madrid. Por defender con virulencia la propuesta que el Apóstol Santiago fuese elegido el patrón de España, en pugna con los carmelitas que proponían a Santa Teresa, se vuelve a ver Quevedo castigado al destierro de nuevo en La Torre de Juan Abad. Esta etapa azarosa y desgraciada marcó todavía más su carácter agriado y además entró en una crisis religiosa y espiritual, pero desarrolló una gran actividad literaria. Con el advenimiento del reinado de Felipe IV cambia algo su suerte; el rey le levanta el destierro pero el pesimismo ya se había apoderado de él.

    Su matrimonio con la viuda Esperanza de Mendoza (1634) tampoco le proporcionó ninguna felicidad al gran misógino y se separó de ella a los pocos meses.

    De nuevo se siente tentado por la política, pues ve el desmoronamiento que se está cerniendo sobre España y desconfía del conde-duque de Olivares, valido del rey, contra quien escribió algunas diatribas amargas. Más tarde, por un asunto oscuro que habla de una conspiración, es acusado de desafecto al gobierno, y es detenido en 1639 y encarcelado en el monasterio de San Marcos (León), —hoy convertido en parador turístico de lujo— prisión tan miserable y húmeda, que provoca grandemente la merma de su salud.

    Cuando es liberado, en 1643, es un hombre acabado y se retira a sus posesiones de La Torre de Juan Abad para después instalarse en Villanueva de los Infantes donde el 8 de septiembre de 1645 murió.

    * * *

    Como personaje perteneciente a la nobleza del siglo XVII, Quevedo ostentó los títulos de Caballero de la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad.

    Su obra literaria es inmensa y contradictoria. Hombre muy culto, amargado, agudo, cortesano, escribió las páginas burlescas y satíricas más brillantes y populares de la literatura española, pero también una obra lírica de gran altura y unos textos morales y políticos de gran profundidad intelectual, que le hace ser el principal representante del barroco español. Su obra está entroncada con su forma de vida: desenvuelta y alegre en las sátiras de su juventud —letrillas burlescas y satíricas como "Poderoso caballero es don Dinero"— es el Quevedo más conocido y popular. Criticó con mordacidad atroz los vicios y debilidades de la humanidad, y zahirió de una manera cruel a sus enemigos, como en el conocido soneto, paradigma conceptista: "Érase un hombre a una nariz pegado...".

    En su poesía amorosa, de corte petrarquista en la que lo que cuenta es la hondura del sentimiento, Quevedo vio una posibilidad de explorar el amor como lo que da sentido a la vida y al mundo, ejemplo de ello es el soneto "Cerrar podrá mis ojos la postrera..." que es uno de los sonetos más bellos de las letras españolas, en el cual la muerte no vence al amor que permanecerá en el amante como queda evidente en el último terceto. Es un poeta genial, cuya permanente actualidad, maravillosa capacidad creadora del idioma castellano, honradez moral y elevada lírica, le dan un lugar preeminente en la poesía española.

    De su prolífica obra en verso, se conservan casi 900 poemas. De su prosa cabe señalar: "La vida del Buscón llamado don Pablos"; "Política de Dios y gobierno de Cristo"; "Vida de Marco Bruto"; "Los sueños" y "Los nombres de Cristo".

    Entre sus poesías hay un sinnúmero de sonetos endecasílabos, pero también abunda el romance octosílabo y la redondilla. La poesía titulada "Epístola satírica y censoria..." es un alarde magistral de tercetos endecasílabos encadenados. Disfrutemos con esta esmerada antología de su inmensa obra poética.





    ADVIERTE AL TIEMPO DE MAYORES HAZAÑAS,
    EN QUE PODRÁ EJERCITAR SUS FUERZAS

    Tiempo, que todo lo mudas,
    tú, que con las horas breves
    lo que nos diste, nos quitas,
    lo que llevaste, nos vuelves:
    tú, que con los mismos pasos,
    que cielos y estrellas mueves,
    en la casa de la vida,
    pisas umbral de la muerte.
    Tú, que de vengar agravios
    te precias como valiente,
    pues castigas hermosuras,
    por satisfacer desdenes:
    tú, lastimoso alquimista,
    pues del ébano que tuerces,
    haciendo plata las hebras,
    a sus dueños empobreces:
    tú, que con pies desiguales,
    pisas del mundo las leyes,
    cuya sed bebe los ríos,
    y su arena no los siente:
    tú, que de monarcas grandes
    llevas en los pies las frentes;
    tú, que das muerte y das vida
    a la vida y a la muerte.
    Si quieres que yo idolatre
    en tu guadaña insolente,
    en tus dolorosas canas,
    en tus alas y en tu sierpe:
    si quieres que te conozca,
    si gustas que te confiese
    con devoción temerosa
    por tirano omnipotente,
    da fin a mis desventuras
    pues a presumir se atreven
    que a tus días y a tus años
    pueden ser inobedientes.
    Serán ceniza en tus manos
    cuando en ellas las aprietes,
    los montes y la soberbia,
    que los corona las sienes:
    ¿y será bien que un cuidado,
    tan porfiado cuan fuerte,
    se ría de tus hazañas,
    y victorioso se quede?
    ¿Por qué dos ojos avaros
    de la riqueza que pierden
    han de tener a los míos
    sin que el sueño los encuentre?
    ¿Y por qué mi libertad
    aprisionada ha de verse,
    donde el ladrón es la cárcel
    y su juez el delincuente?
    Enmendar la obstinación
    de un espíritu inclemente,
    entretener los incendios
    de un corazón que arde siempre;
    descansar unos deseos
    que viven eternamente,
    hechos martirio del alma,
    donde están porque los tiene;
    reprender a la memoria,
    que con los pasados bienes,
    como traidora a mi gusto
    a espaldas vueltas me hiere;
    castigar mi entendimiento,
    que en discursos diferentes,
    siendo su patria mi alma,
    la quiere abrasar aleve;
    éstas si que eran hazañas,
    debidas a tus laureles,
    y no estar pintando flores,
    y madurando las mieses.
    Poca herida es deshojar
    los árboles por noviembre,
    pues con desprecio los vientos
    llevarse los troncos suelen.
    Descuídate de las rosas,
    que en su parto se envejecen;
    y la fuerza de tus horas
    en obra mayor se muestre.
    Tiempo venerable y cano,
    pues tu edad no lo consiente,
    déjate de niñerías,
    y a grandes hechos atiende.
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    " ............me esforzaré en ser breve porque no debo abusar de la paciencia. Un gran escritor español, Francisco de Quevedo, decía que el único robo que no se perdona es el del tiempo, pues hay la imposibilidad física de devolver la cosa sustraída"

    ( es una parte de un texto escrito por mi papá ..el único que me quedo porque tenia la terrible costumbre de tirar lo que escribia, y yo era muy chica....no me di cuenta de tratar de rescatarlo:( )
     
  11. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:

    Muy bello lo que escribió tu padre :razz:

    Mi mamá tenía alma de poetisa, pese a que su educación formal fue muy escasa.

    ;) ;) ;)
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Pero Anveri, es que es asi, es muy díficil ser poeta sin sentimiento poetico ,las formas y técnicas se adquieren( yo soy media rebelde, y no me gustan nada ), la inspiracion no.
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    Si no te bastan, te prestaré las mías... y entre los dos arrancaremos la máscara. »Me arrojé a sus pies, pero él me cogió las manos, Raoul, y las hundió en el horror de su cara... Con mis uñas se arrancó la carne, su horrible carne muerta. »-¡Mira, mira! -exclamaba desde el fondo de su garganta que bramaba como una fragua-... ¡Entérate de una vez de que estoy hecho con materia de muerte!... ¡De la cabeza a los pies!... ¡Y que es un cadáver el que te ama, te adora y no te dejará nunca, nunca!.. Haré ensanchar el ataúd, Christine, para más tarde, cuando hayamos acabado nuestros amores... ¿Ves?, ya no río, lloro..., lloro por ti que me has arrancado la máscara y que por ella no podrás abandonarme jamás!... Mientras podías creerme hermoso, Christine, podías volver... Sé que hubieras vuelto..., pero ahora que conoces mi monstruosidad huirás para siempre... ¡¡¡No te soltaré!!! ¿Por qué has querido verme? ¡Insensata, loca Christine, por qué has querido verme!... Si mi padre no me ha visto jamás y mi madre, para no verme, me regaló llorando mi primera máscara! »Por fin me había soltado, y yo me arrastraba por el parqué entre sollozos. Después, como un reptil, se arrastró, salió de la habitación y entró en la suya, cuya puerta se volvió a cerrar, y yo me quedé sola, entregada a mi horror y a mis pensamientos, libre de la visión de la cosa. Un inmenso silencio sepulcral había sucedido a aquella tormenta y pude reflexionar acerca de las terribles consecuencias del gesto que había hecho al arrancarle la máscara. Las últimas palabras del monstruo me habían informado de sobra. Yo misma me había aprisionado para siempre y mi curiosidad iba a ser la causa de todas mis desgracias. Me lo había advertido con frecuencia... Me había repetido que no correría ningún peligro mientras no tocase la máscara, y yo la había tocado. Maldije mi imprudencia, pero me di cuenta temblando de que el razonamiento del monstruo era lógico. Sí, habría vuelto si no le hubiera visto el rostro... Ya me había conmovido lo suficiente, interesado, incluso apiadado, mediante sus lágrimas enmascaradas, para que permaneciera impasible ante su ruego. Por último, yo no era una ingrata y su defecto no iba a hacerme olvidar que era la Voz y que me había reconfortado con su genio. ¡Habría vuelto! ¡Pero ahora, de encontrarme lejos de aquellas catacumbas, no volvería! ¡No se vuelve para encerrarse en una tumba con un cadáver que te ama! »Por su manera excitada de actuar durante la escena, y de mirarme, o mejor dicho, de acercar a mí los dos agujeros negros de su mirada invisible, había podido darme cuenta de que su pasión 'no tenía limites. Para que no me tomara en sus brazos, en un momento en que no podía ofrecerle la menor resistencia, era preciso que aquel monstruo fuera a la vez un ángel y, quizás, a pesar de todo, lo era un poco: el Ángel de la música, y puede que lo hubiera sido del todo sí Dios le hubiera dado otro físico en lugar de vestirlo de podredumbre. »Extraviada ante la idea del destino que me estaba reservado, presa del terror de ver volverse a abrir la puerta de la habitación del ataúd y de volver a ver el rostro del monstruo sin máscara, me había deslizado hasta mi propio cuarto y me había apoderado de las tijeras que podían poner término a mi espantoso destino..., cuando en ese momento oí las notas de un órgano... »Entonces fue cuando empecé a entender las palabras de Erik acerca de lo que llamaba, con un desprecio que me había dejado estupefacta, la música de ópera, ya que lo que oía no tenía nada que ver con lo que me había fascinado hasta entonces. Su Don JuanTriunfante (ya que no me cabía la menor duda de que se había volcado en su obra maestra para olvidar el horror de lo que acababa de ocurrir), su Don Juan Triunfante no me pareció al principio más que un largo, horrible y magnífico sollozo en el que el pobre Erik había vertido toda su miseria maldita. »Volvía a ver el cuaderno de notas rojas e imaginaba fácilmente que aquella música había sido escrita con sangre. Me paseaba con todo detalle a través del martirio; me hacía entrar en todos los rincones del abismo habitado por la fealdad humana; me mostraba a Erik golpeando atrozmente a su pobre cabeza repulsiva contra las paredes fúnebres de aquel infierno y rehuyendo, para no asustarlos, la mirada de los hombres. Asistía anonadada, jadeante, desesperada y vencida, a la eclosión de aquellos acordes maravillosos en los que se divinizaba el Dolor, después, los sonidos que subían del abismo se agruparon de repente en un vuelo prodigioso y amenazante; su tropa tornasolada pareció escalar el cielo al igual que el águila cuando sube hacia el sol; aquella sinfonía pareció abrazar el mundo y comprendí que la obra se había realizado por fin y que la Fealdad, elevada en alas del Amor, se había atrevido a mirar cara a cara a la Belleza. Me sentía como ebria; la puerta que me separaba de Erik cedió ante mis esfuerzos. Se había levantado al oírme, pero no se atrevió a volverse. »-¡Erik! -exclamé-, enséñeme el rostro sin terror. Le juro que es usted el más desgraciado y sublime de los hombres y, si a partir de ahora Christine Daaé tiembla al mirarle, ¡es porque piensa en la grandeza de su genio! »Entonces Erik se volvió. Había creído en mí y yo también, por desgracia... ¡y yo, ay, ay..., yo tenía fe en mí!... Elevó hacia el Destino sus manos descarnadas y se arrodilló ante mí con palabras de amor... »... Con palabras de amor en su boca de muerte..., la música se había callado... »Besaba el borde de mi falda, y no vio que yo cerraba los ojos. »¿Qué más puedo decirle, Raoul? Ahora, ya conoce el drama... Durante quince días se repitió..., quince días durante los cuales le mentí. Mi mentira fue tan horrible como el monstruo al que iba dirigida; y a ese precio fue como pude conseguir la libertad. Quemé su máscara. Desempeñé tan bien mi papel que, cuando no cantaba, se atrevía a mendigar alguna de mis miradas, como un perro tímido que da vueltas alrededor de su amo. Se convirtió así como en un esclavo fiel y me rodeaba de mil cuidados. Poco a poco llegué a inspirarle tanta confianza que se atrevió a llevarme a las orillas del Lago Averno y a pasearme en barca por sus aguas de plomo; en los últimos días de mi cautiverio, por la noche, me hacía atravesar las verjas que encierran los subterráneos de la calle Scribe. Allí nos esperaba un carruaje que nos llevaba hasta la soledad del Bois. »La noche en la que nos encontramos estuvo a punto de resultarme trágica, ya que siente hacia usted unos celos horribles; a los que no he podido combatir más que afirmando su próxima partida... Por fin, después de quince días de aquel abominable cautiverio, en el que me sentí unas veces transportada de piedad, otras de entusiasmo, de angustia y de horror, me creyó cuando le dije: ¡Volveré!» -Y ha vuelto, Christine -gimió Raoul. -Es cierto, Raoul, y debo decir que no fueron las espantosas amenazas con las que acompañó mi libertad las que me ayudaron a mantener mi palabra, sino el sollozo desesperado que lanzó en el umbral de su tumba. »Sí, ese sollozo -repitió Christine moviendo dolorosamente la cabeza- me encadenó al desventurado monstruo más de lo que yo misma suponía en el momento de decirnos adiós. ¡Pobre Erik, pobre Erik!» -Christine -dijo Raoul poniéndose de pie-, dice usted que me ama, pero pocas horas han transcurrido desde que ha recuperado recobrado su libertad que ya vuelve al lado de Erik... ¡Recuerde el baile de disfraces!
     
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    clause Claudia

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    EL OSO, LA MONA Y EL CERDO

    Un oso, con que la vida
    se ganaba un piamontés,
    la no muy bien aprendida
    danza ensayaba en dos pies.

    Queriendo hacer de persona,
    dijo a una mona: «¿Qué tal?»
    Era perita la mona,
    y respondióle: «Muy mal».

    «Yo creo», replicó el oso,
    «que me haces poco favor.
    Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
    ¿no hago el paso con primor?».

    Estaba el cerdo presente,
    y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
    Bailarín más excelente
    no se ha visto, ni verá!».

    Echó el oso, al oír esto,
    sus cuentas allá entre sí,
    y con ademán modesto
    hubo de exclamar así:

    «Cuando me desaprobaba
    la mona, llegué a dudar;
    mas ya que el cerdo me alaba,
    muy mal debo de bailar».

    Guarde para su regalo
    esta sentencia el autor:
    si el sabio no aprueba, ¡malo!
    si el necio aplaude, ¡peor!



    Nunca una obra se acredita tanto de mala, como cuando la aplauden los necios.


    Tomás de Iriarte
     
  15. clause

    clause Claudia

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    LOS DOS CONEJOS

    Por entre unas matas,
    seguido de perros,
    no diré corría,
    volaba un conejo.

    De su madriguera
    salió un compañero
    y le dijo: «Tente
    amigo, ¿qué es esto?».

    «¿Qué ha de ser?», responde;
    «sin aliento llego...;
    dos pícaros galgos
    me vienen siguiendo».

    «Sí», replica el otro,
    «por allí los veo,
    pero no son galgos».
    «¿Pues qué son?» «Podencos».

    «¿Qué? ¿podencos dices?
    Sí, como mi abuelo.
    Galgos y muy galgos;
    bien vistos los tengo».

    «Son podencos, vaya,
    que no entiendes de eso».
    «Son galgos, te digo».
    «Digo que podencos».

    En esta disputa
    llegando los perros,
    pillan descuidados
    a mis dos conejos.

    Los que por cuestiones
    de poco momento
    dejan lo que importa,
    llévense este ejemplo.



    No debemos detenernos en cuestiones frívolas, asunto principal.


    Tomás de Iriarte