Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Un adelanto...
    ;)
    http://www.jmserrat.com/serrat/index2.html
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    . XVIII CONTINUACIÓN DE LA SINGULAR ACTITUD DE UN IMPERDIBLE
    La última frase de Moncharmin expresaba de forma evidente las sospechas que tenía de su colaborador, de tal modo que fue preciso una explicación inmediata y tormentosa por parte de Richard, quien decidió por fin aceptar la propuesta de Moncharmin con el fin de ayudarle a descubrir al miserable que se burlaba de ellos. Así llegamos al «entreacto del jardín» durante el cual el señor secretario Rémy, al que no se le escapaba nada, observó con tanta curiosidad la extraña conducta de sus directores. A partir de aquí, nada nos resultará más fácil que encontrar una explicación a actitudes tan excepcionalmente barrocas y sobre todo tan poco acordes con la imagen de dignidad que deben dar unos directores. La conducta de Richard y Moncharmin venía enteramente determinada por la revelación que les había sido hecha: 1º) Richard debía repetir exactamente aquella tarde los gestos que había realizado en el momento de la desaparición de los primeros veinte mil francos; 2°) Moncharmin no debía perder de vista ni por un segundo el bolsillo de atrás de Richard, en el cual la señora Giry habría depositado los segundos veinte mil francos. En el lugar exacto en que había saludado al secretario de Bellas Artes, se situó Richard, llevando a sus espaldas, a algunos pasos de distancia, a Moncharmin. La señora Giry pasa, roza a Richard, se libera de los veinte mil en el bolsillo de la levita de su director y desaparece... O mejor dicho, la hacen desaparecer. Obedeciendo a las órdenes qué Moncharmin le ha dado algunos instantes antes, antes de la reconstrucción de la escena, Mercier encierra a la buena señora en el despacho de la administración. Así le será imposible a la vieja comunicarse con su fantasma. Ella no opuso resistencia alguna, ya que mamá Giry no es más que una pobre figura desplumada, perdida, espantada, que abre unos ojos de ave despavorida bajo una cresta en desorden, que oye ya en el corredor sonoro, el ruido de los pasos del comisario con el que la han amenazado y que exhala suspiros que harían fundirse las columnas de la escalinata principal. Mientras tanto, Richard se inclina, hace reverencias, saluda, camina hacia atrás como si ante él estuviera el subsecretario de Estado para las Bellas Artes. Sin embargo, aunque semejantes muestras de educación no hubieran causado el menor asombro en el caso de que delante del director se encontrara el señor subsecretario de Estado, sí causaron a los espectadores de esta escena tan poco habitual un asombro muy comprensible, dado que delante del director no había nadie. El señor Richard saludaba al vacío..., se inclinaba ante la nada..., y retrocedía -caminaba hacia atrás- delante de nada... ... Además, a algunos pasos de él, Moncharmin se dedicaba a hacer lo mismo. E incluso, alejando al señor Rémy, suplicaba al señor embajador de la Borderie y al señor director del Crédit Central «que no tocaran al señor director». Moncharmin, que ya tenía una idea formada, no creía en lo más mínimo en lo que Richard le había dicho anteriormente, una vez desaparecidos los veinte mil francos: «Quizá haya sido el embajador o el director del Crédit Central, o acaso el señor secretario Rémy». Y más aún, después de la primera escena de la confesión del mismo Richard, éste no había encontrado a nadie en aquella parte del teatro después de que la señora Giry le rozara... ¿Porque, pues, si debían repetir exactamente los mismos gestos, debía encontrar a alguien hoy? Tras caminar hacia atrás para saludar, Richard continuó caminando de la misma forma por prudencia..., hasta el pasillo de la administración... Era vigilado por detrás por Moncharmin y él mismo vigilaba «a la gente que se le acercaba» por delante. Una vez más, esta forma absolutamente nueva de pasearse por los corredores, que los señores directores de la Academia Nacional de Música habían adoptado, no iba a pasar desapercibida. Y no pasó desapercibida. Afortunadamente para los señores Richard y Moncharmin, en aquel momento las «ratitas» se encontraban casi todas en los desvanes. Los directores habrían tenido mucho éxito entre las jóvenes. Pero no pensaban más que en sus veinte mil francos. Una vez llegado al corredor semioscuro de la administración, Richard dijo en voz baja a Moncharmin:
    -Estoy seguro de que nadie me ha tocado...; ahora te pondrás lejos de mí y me vigilarás en la sombra hasta la puerta de mi despacho... No hay que poner en guardia a nadie y ya veremos qué ocurre. Pero Moncharmin replica: -¡No, Richard, no!... Camina hacia delante... Yo iré inmediatamente detrás. ¡No me alejaré ni un solo paso! -¡Pero así no nunca podrán robarnos los veinte mil francos -exclama Richard. -Eso espero -declara Moncharmin. -Entonces, lo que estamos haciendo es absurdo. -Hacemos exactamente lo que hicimos la última vez... La última vez me reuní contigo a la salida del escenario, al final de este pasillo... y te seguí por la espalda. -¡A pesar de todo, es cierto! -suspira Richard meneando la cabeza y obedeciendo pasivamente a Moncharmin. Dos minutos más tarde los dos directores se encerraban en el despacho de la dirección. Fue el mismo Moncharmin quien guardó la llave en el bolsillo. -La última vez permanecimos los dos encerrados así hasta que dejaste la ópera para ir a tu casa -dice. -¡Es cierto! ¿Y no vino nadie a molestarnos? -Nadie. -Entonces -reflexionó Richard, que se esforzaba por ordenar sus recuerdos-, entonces seguramente me robaron en el trayecto de la ópera a mi domicilio. -¡No! -profirió Moncharmin con el tono más seco-... no, eso no es posible ... Yo te llevé a tu casa en mi coche. Los veinte mil francos desaparecieron en tu casa, de eso no me cabe la menor duda. Esa era la idea que ahora tenía Moncharmin. -Eso es increíble -protestó Richard-.Tengo plena confianza en mis criados..., y si alguno de ellos hubiera dado el golpe, habría desaparecido poco después. Moncharmin se encogió de hombros, como dando a entender que él no entraba en ese tipo de detalles. Ahora, Richard empieza a creer que Moncharmin le trata con un tono completamente insoportable. -¡Moncharmin, ya no aguanto más! -¡Richard, yo tampoco! -¿Te atreves a sospechar de mí? -¡Sí, de una broma deplorable. -¡No se bromea con veinte mil francos! -¡Esa es mi opinión! -declara Moncharmin desplegando un periódico en cuya lectura se sumerge con ostentación. -¿Qué piensas hacer? -pregunta Richard-. ¿Vas a ponerte a leer el periódico ahora? -Sí, Richard, hasta el momento de llevarte a casa. -¿Cómo la última vez? -Cómo la última vez. Richard arranca el periódico de las manos de Moncharmin, Moncharmin se levanta más irritado que nunca. Se encuentra delante a un Richard exasperado que le dice, mientras cruza los brazos sobre el pecho gesto de insolente desafío desde que el mundo existe.
    .
     
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    clause Claudia

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    QUÉ ES TU VIDA...?

    ¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?,
    ¡lluvia en el lago!
    ¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
    ¡viento en la cumbre!

    ¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?,
    ¡sombra en la cueva!,
    ¡lluvia en el lago!,
    ¡viento en la cumbre!,
    ¡sombra en la cueva!

    Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
    y es el viento sollozo sin partida,
    pesar, la sombra sin ningún consuelo,
    y lluvia y viento y sombra hacen la vida.

    Miguel de Unamuno

     
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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    -Mira -dice Richard-, esto es lo que pienso. Pienso en lo que yo podría pensar, sí, como la última vez, después de haber pasado la velada contigo, me volvieras a llevar a casa, en el momento de despedirnos, me diera cuenta que de que los veinte mil francos han desaparecido del bolsillo de mi levita..., igual que la última vez. -¿Y qué podrías pensar? -exclamó Moncharmin adquiriendo un color carmesí. -Podría pensar que, dado que no te has separado de mí ni un palmo, y que, según deseo tuyo, has sido el único en acercarse a mí, como la última vez, podría pensar que, si los veinte mil francos no están en mi bolsillo, tienen muchas posibilidades de estar en el tuyo. Moncharmin dio un brinco al oír esta hipótesis. -¡Oh! -exclamó-. ¡Un imperdible! -¿Qué quieres hacer con un imperdible? - ¡Atarte!... ¡Un imperdible!... ¡Un imperdible! -¿Quieres atarme con un imperdible? -Sí, atarte a los veinte mil francos!... Así, tanto aquí como en el trayecto a tu domicilio, o una vez en él, podrás notar a la mano que entre en tu bolsillo... Y así verás si es la mía, Richard... ¡Ah, ahora eres tú el que sospechas de mí! ... ¡Un imperdible! Y fue entonces cuando Moncharmin abrió la puerta que daba al pasillo, gritando: -¡Un imperdible! ¿Quién me trae un imperdible? Y sabemos también, cómo en aquel mismo instante el secretario Rémy, que no tenía ningún imperdible, fue recibido por el director Moncharmin mientras un ordenanza le traía el tan deseado imperdible. Y eso es lo que sucedió: Moncharmin, tras cerrar la puerta, se arrodilló a espaldas de Richard. -Espero -dijo- que los veinte mil francos sigan estando aquí. -También yo. -¿Los verdaderos? -preguntó Moncharmin que esta vez estaba decidido a no dejarse «timar». -¡Míralos! Yo no quiero ni tocarlos -declaró Richard. Moncharmin sacó el sobre del bolsillo de Richard y retiró los billetes temblando, ya que esta vez, para poder comprobar con frecuencia la presencia de los billetes, no habían sellado el sobre y ni siquiera lo habían pegado. Se tranquilizó al comprobar que seguían allí, y eran los auténticos. Los colocó en el bolsillo del faldón y los prendió cuidadosamente con el imperdible. Después de lo cual se sentó detrás de la levita, a la que no perdió de vista, mientras Richard, sentado a su mesa, no hacía el menor movimiento. -Un poco de paciencia, Richard -ordenó Moncharmin-. Ya faltan sólo unos pocos minutos... El reloj dará en seguida las doce campanadas de medianoche. A las doce nos marchamos como la última vez. -Tendré toda la paciencia que sea necesaria. El tiempo pasaba, lento, pesado, misterioso, asfixiante. Richard intentó reír. -Terminaré por creer -dijo- en la omnipotencia del fantasma. ¿No crees que precisamente en este momento hay en la atmósfera de esta habitación un no sé qué que inquieta, que indispone, que asusta? -Es cierto -aprobó Moncharmin que estaba realmente impresionado. -¡El fantasma! -volvió a decir Richard en voz baja, como si temiera ser oído por oídos invisibles-. ¡El fantasma! Si fuera realmente un fantasma el que dio esos tres golpes secos sobre la mesa que oímos perfectamente..., el que deja aquí los sobres mágicos..., el que habla en el palco n° 5..., el que asesina a Joseph Buquet..., el que hace caer la araña..., y el que nos roba. ¡Ya que, en definitiva, aquí sólo estamos tú y yo! ... Si los billetes desaparecen sin que ni tú ni yo intervengamos..., nos veremos obligados a creer en el fantasma..., en el fantasma... En aquel momento, el reloj que se encontraba encima de la chimenea dejó oír la primera campanada de la medianoche. Ambos directores se estremecieron. Les atenazaba una angustia cuya causa no habrían podido expresar y a la que intentaban combatir en vano. El sudor inundaba sus frentes. Y la, última campanada sonó con más fuerza en sus oídos. Cuando el péndulo hubo callado, lanzaron un suspiro y se levantaron. -Creo que podemos irnos -dijo Moncharmin. -También yo -obedeció Richard. -Antes de salir, ¿permites que mire en tu bolsillo? -¡Cómo no, Moncharmin! ¡Debes hacerlo! ¿Y bien? -preguntó Richard a Moncharmin que palpaba. -El imperdible sigue ahí. -Evidentemente, puesto que, como muy bien decías, no pueden robarnos sin que yo me dé cuenta. Pero Moncharmin, cuyas manos seguían buscando en el bolsillo, aulló: -¡Siento el imperdible, pero no los billetes! -¡No! ¡No bromees, Moncharmin!... No es el momento! -Toca tú mismo. Con un gesto brusco, Richard se quita la levita. Los dos directores arrancan el bolsillo... ¡El bolsillo estaba vacío! Lo más curioso es que el imperdible seguía clavado en el mismo sitio. Richard y Moncharmin palidecieron. Ya no podía dudarse del sortilegio. -El fantasma -murmuró Moncharmin. Pero, repentinamente, Richard salta sobre su colega. -¡Sólo tú has tocado mi bolsillo!... ¡Devuélveme mis veinte mil francos!... ¡Devuélveme mis veinte mil francos! ... -Te juro por mi alma que no los tengo... -suspira Moncharmin que parece a punto de desfallecer. Y, como llamaban otra vez a la puerta, fue a abrirla con paso casi automático, pareciendo no reconocer al administrador Mercier e intercambiando con él algunas frases sin importancia, sin comprender nada de lo que el otro le decía, dejando por fin con gesto inconsciente en la mano de aquel fiel servidor asombrado, el imperdible que ya no podía servirle para nada...

    XIX EL COMISARIO DE POLICÍA, EL VIZCONDE Y EL PERSA


    La primera frase del comisario de policía al entrar en el despacho de la dirección fueron para pedir noticias de la cantante. -¿No está aquí Christine Daaé? Venía seguido, como ya dije anteriormente, por una compacta multitud.
     
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    clause Claudia

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    Oliverio Girondo

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    Oliverio Girondo (Buenos Aires, 17 de agosto de 1891 - Buenos Aires, 24 de enero de 1967) fue un destacado poeta argentino .

    Biografía
    Oliverio Girondo nació el 17 de agosto de 1891 en Buenos Aires en el seno de una familia adinerada, lo que le permitió desde niño viajar a Europa. Gracias a esto estudió en París y en Inglaterra. Escribió y publicó desde muy joven.

    Participó en las revistas que señalaron la llegada del ultraísmo (la primera vanguardia que se desarrolló en Argentina), como Proa, Prisma y Martín Fierro, en las que también escribieron Jorge Luis Borges, Raúl González Tuñón, Macedonio Fernández y Leopoldo Marechal, la mayoría de ellos del Grupo de Florida que en contraposición al Grupo de Boedo se caracterizaba por su estilo elitista y vanguardista.

    Girondo fue uno de los animadores principales de ese movimiento. Y ejerció influencia sobre poetas de las generaciones posteriores, entre ellos el surrealista Enrique Molina, con quien tradujo Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud.

    Sus primeros poemas, llenos de color e ironía, superan el simple apunte pintoresco y constituyen una exaltación del cosmopolitismo y de la nueva vida urbana e intentan una crítica de costumbres.

    En 1926, en un almuerzo organizado en honor a Ricardo Güiraldes, conoció a Norah Lange, poetisa con la cual se casó en 1943 y con quien emprendería innumerables viajes.

    Desde 1934 mantuvo una importante amistad con Pablo Neruda y Federico García Lorca, quienes por esa época se hallaban en Buenos Aires. A partir de 1950 comenzó también a pintar con una orientación surrealista, aunque nunca expuso sus cuadros.
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    Su último libro, "En la masmédula" (1957), es un desesperado intento de expresión absoluta. Enrique Molina señaló: "Hasta la estructura misma del lenguaje sufre el impacto de la energía poética desencadenada en este libro único. Al punto que las palabras mismas dejan de separarse individualmente para fundirse en grupos, en otras unidades más complejas, especie de superpalabras con significaciones múltiples y polivalentes, que proceden tanto de su sentido semántico como de las asociaciones fonéticas". Algunos críticos relacionaron este último gesto vanguardista de Girondo con un libro igualmente desesperado, constructor y destructor del sentido: "Trilce", del peruano César Vallejo.

    En 1961 sufrió un accidente muy grave que lo dejó imposibilitado físicamente. Murió el 24 de enero de 1967.
     
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    clause Claudia

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    SIESTA

    Un zumbido de moscas anestesia la aldea.
    El sol unta con fósforo el frente de las casas,
    y en el cauce reseco de las calles que sueñan
    deambula un blanco espectro vestido de caballo.

    Penden de los balcones racimos de glicinas
    que agravan el aliento sepulcral de los patios
    al insinuar la duda de que acaso estén muertos
    los hombres y los niños que duermen en el suelo.

    La bondad soñolienta que trasudan las cosas
    se expresa en las pupilas de un burro que trabaja
    y en las ubres de madre de las cabras que pasan
    con un son de cencerros que, al diluirse en la tarde,
    no se sabe si aún suena o ya es sólo un recuerdo
    ¡Es tan real el paisaje que parece fingido!

    Oliverio Girondo
     
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    clause Claudia

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    VUELO SIN ORILLAS

    Abandoné las sombras,
    las espesas paredes,
    los ruidos familiares,
    la amistad de los libros,
    el tabaco, las plumas,
    los secos cielorrasos;
    para salir volando,
    desesperadamente.

    Abajo: en la penumbra,
    las amargas cornisas,
    las calles desoladas,
    los faroles sonámbulos,
    las muertas chimeneas
    los rumores cansados,
    desesperadamente.

    Ya todo era silencio,
    simuladas catástrofes,
    grandes charcos de sombra,
    aguaceros, relámpagos,
    vagabundos islotes
    de inestable riberas;
    pero seguí volando,
    desesperadamente.

    Un resplandor desnudo,
    una luz calcinante
    se interpuso en mi ruta,
    me fascinó de muerte,
    pero logré evadirme
    de su letal influjo,
    para seguir volando,
    desesperadamente.

    Todavía el destino
    de mundos fenecidos,
    desorientó mi vuelo
    -de sideral constancia-
    con sus vanas parábolas
    y sus aureolas falsas;
    pero seguí volando,
    desesperadamente.

    Me oprimía lo flúido,
    la limpidez maciza,
    el vacío escarchado,
    la inaudible distancia,
    la oquedad insonora,
    el reposo asfixiante;
    pero seguía volando,
    desesperadamente.

    Ya no existía nada,
    la nada estaba ausente;
    ni oscuridad, ni lumbre,
    -ni unas manos celestes-
    ni vida, ni destino,
    ni misterio, ni muerte;
    pero seguía volando,
    desesperadamente.



    ¿DÓNDE?

    ¿Me extravié en la fiebre?
    ¿Detrás de las sonrisas?
    ¿Entre los alfileres?
    ¿En la duda?
    ¿En el rezo?
    ¿En medio de la herrumbre?
    ¿Asombrado a la angustia,
    al engaño,
    a lo verde?

    No estaba junto al llanto,
    junto a lo despiadado,
    por encima del asco,
    adherido a la ausencia,
    mezclado a la ceniza,
    al horror,
    al delirio.

    No estaba con mi sombra,
    no estaba con mis gestos,
    más allá de las normas,
    más allá del misterio,
    en el fondo del sueño,
    del eco,
    del olvido.

    No estaba.
    ¡Estoy seguro!
    No estaba.
    Me he perdido.



    7

    La noche, navegando
    como ayer,
    como siempre,
    por aguas de silencio,
    de calma,
    de misterio,
    Y el campo, las ciudades,
    los árboles,
    lo inmóvil,
    rodando por el aire,
    como ayer,
    como siempre,
    a miles de kilómetros,
    hacia el sol,
    hacia el día,
    para seguir de nuevo,
    sin descanso,
    sin tregua,
    el mismo derrotero
    de oscuridad,
    de estrellas.

    ¡Qué motivo de asombro!
    ¡Cuánta monotonía!

    O. Girondo
     
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    clause Claudia

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    CAMPO NUESTRO

    En lo alto de esas cumbres agobiantes
    hallaremos laderas y peñascos,
    donde yacen metales, momias de alga,
    peces cristalizados;
    pero jamás la extensa certidumbre
    de que antes de humillarnos para siempre,
    has preferido, campo, el ascetismo
    de negarte a ti mismo.

    Fuiste viva presencia o fiel memoria
    desde mis más remota prehistoria.

    Mucho antes de intimar con los palotes
    mi amistad te abrazaba en cada poste.

    Chapaleando en el cielo de tus charcos
    me rocé con tus ranas y tus astros.

    Junto con tu recuerdo se aproxima
    el relente a distancia y pasto herido
    con que impregnas las botas... la fatiga.

    Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
    hasta encontrarlo dentro de uno mismo.

    Siempre volvemos, campo, de tus tardes
    con un lucero humeante...
    entre los labios.

    Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
    pero en vez de tu escueta reciedumbre
    pasaba ante la borda un campo equívoco
    de andares voluptuosos y evasivos.

    Me llamaste, otra vez, con voz de madre
    Y en tu silencio sólo halló una vaca
    junto a un charco de luna arrodillada;
    arrodillada, campo, ante tu nada.

    Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
    te me vas, despacio, para adentro...
    al trote corto, campo, al trotecito.

    Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.

    Entra y descansa, campo. Desensilla.
    Deja de ser eterna lejanía.

    Cuanto más te repito y te repito
    quisiera repetirte al infinito.

    Nunca permitas, campo, que se agote
    nuestra sed de horizonte y de galope.

    Templa mis nervios, campo ilimitado,
    al recio diapasón del alambrado.
    Aquí mi soledad. Esta mi mano.
    Dondequiera que vayas te acompaño.

    Si no hubieras andado siempre solo
    ¿todavía tendrías voz de toro?

    Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
    Un sorbo tras el otro, noche y día,
    como si fuera, campo, mate amargo.

    A veces soledad, otras silencio,
    pero ante todo, campo: padre-nuestro.

    Oliverio Girondo
     
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    clause Claudia

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    Oliverio Girondo
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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux


    -¿Christine Daaé? No -responde Richard-. ¿Por qué? Moncharmin, por su parte no tiene fuerzas ni para pronunciar una palabra... Su estado de ánimo es mucho peor que el de Richard, ya que Richard puede aún sospechar de Moncharmin, pero Moncharmin se encuentra ante un gran misterio..., el que hace estremecer a la humanidad desde su nacimiento: lo Desconocido. Richard vuelve a hablar, ya que la pequeña multitud que rodea a los directores y el comisario se mantienen en un silencio impresionante: -¿Por qué me pregunta usted, señor comisario, si Christine Daaé no está aquí? -Porque hay que encontrarla, señores directores de la Academia Nacional de Música -declara solemnemente el comisario de policía. -¿Cómo que hay que encontrarla? ¿Es que ha desaparecido? -¡En plena representación! -¿En plena representación? ¡Es extraordinario! -¿No es cierto? Y lo que es tan sorprendente como la desaparición es que sea yo quien deba informarles de ella. -¡En efecto!... -asiente Richard que se coge la cabeza entre las manos y murmura-: ¿Qué es esta nueva historia? ¡Realmente hay motivos suficientes para dimitir!... Y se arranca algunos pelos del bigote sin siquiera darse cuenta. -¿Así que ha desaparecido en plena representación? -repite-, como en un Sueño... -Si, ha sido raptada en el acto de la cárcel, en el momento en que invocaba la ayuda de los cielos. Pero dudo de que haya sido raptada por los ángeles. -¡En cambio, yo estoy seguro de ello! Todo el mundo se vuelve. Un joven pálido y que tiembla de emoción, repite: -¡Estoy seguro! -;De qué está usted seguro? -pregunta Mifroid. -De que Christine Daaé ha sido raptada por un ángel, señor comisario, y podría decirle su nombre... -¡Ajá!, señor vizconde de Chagny, ;pretende usted que la señorita Daaé ha sido raptada por un ángel? ... `Por un ángel de la ópera, sin duda? Raoul mira a su alrededor. Evidentemente busca a alguien. En aquel momento en que le parece tan urgente acudir a la policía en ayuda de su prometida, habría deseado encontrar a aquel desconocido que hace poco le recomendaba discreción. Pero no lo encuentra en ninguna parte. ¡Pues bien, hablará!... Sin embargo, no sería capaz de explicarse ante tanta gente, que se lo come con los ojos, llena de una curiosidad indiscreta. -Sí, señor, por un ángel de la ópera -contestó al señor Mifroid-. Y le diré dónde vive cuando estemos a solas... -Tiene razón, señor. El comisario de policía invita a Raoul a sentarse a su lado y despacha a todo el mundo, con excepción naturalmente de los directores que, no obstante, no habrían protestado ya que parecían dispuestos a aceptar cualquier tipo de contingencias. Entonces Raoul cobra fuerzas, y empieza: -Señor comisario, ese ángel se llama Erik, vive en la ópera y es el Ángel de la música -¡El Ángel de la música! ¡Eso sí tiene gracia!... ¡El Ángel de la música! Volviéndose hacia los directores, el señor comisario de policía pregunta: -¿Señores, ¿vive con ustedes ese ángel? Los señores Richard y Moncharmin negaron con la cabeza sin sonreír siguiera Oh! -exclamó Raoul-, estos señores han oído' hablar del fantasma de la ópera. Pues bien, puedo afirmarles que el fantasma de la Ópera y el Ángel de la música son la misma cosa. Y su verdadero nombre es Erik. El señor Mifroid se había levantado y miraba atentamente a Raoul. -Perdón, señor, ¿acaso tiene usted intención de burlarse de la justicia? -¿Yo? -protestó Raoul, que pensó con dolor: «Otro que no quiere escucharme». -Entonces, ¿a qué viene este cuento del fantasma de la ópera? -Le aseguro que estos señores han oído hablar de él. -Señores, al parecer conocen ustedes al fantasma de la ópera. Richard se levantó, llevando en sus manos los últimos pelos de su bigote. -¡No, señor comisario! No, no lo conocemos, pero tendríamos un gran interés en conocerlo, ya que esta misma noche nos ha robado veinte mil francos... Y Richard volvió hacia Moncharmin una mirada terrible que parecía decir: «Devuélveme los veinte mil francos o lo cuento todo». Moncharmin la comprendió tan bien que hizo un gesto desesperado: «¡Ah, dilo todo! ¡Dilo todo!» Mifroid miraba alternativamente a los dos directores y a Raoul, y se preguntaba si no se había caído en un asilo de locos. Se pasó una mano por el pelo. -Un fantasma que, en una misma noche, rapta a una cantante y roba veinte mil francos es un fantasma muy ocupado -dijo-. Si ustedes me lo permiten, vamos a ordenar el asunto. La cantante primero, los veinte mil francos después. Veamos, señor de Chagny, intentemos hablar seriamente. Usted cree que la señorita Daaé ha sido raptada por un individuo llamado Erik. ¿Conoce a ese individuo? ¿Lo ha visto? -Sí, señor comisario. -¿Dónde? -En un cementerio. El señor Mifroid se sobresaltó, volvió a mirar a Raoul y dijo: -¡Por supuesto!... Allí es donde suelen encontrarse a los fantasmas. ¿Y qué hacía usted en el cementerio? -Señor -dijo Raoul-, me doy perfecta cuenta de lo extraño de mis respuestas y del efecto que producen en usted. Pero le suplico que me crea en mi sano juicio. De ello depende la salvación de la persona a quien, junto con mi hermano Philippe, más quie-ro en el mundo. Quisiera convencerle en unas pocas palabras, ya que el tiempo apremia y los minutos son preciosos. Por desgracia, si no le explico desde el principio esta historia, la más extraña que usted pueda imaginar, no me creerá. Voy a decirle, señor comisario, todo lo que sé acerca del fantasma de la Ópera. ¡Por desgracia, señor comisario, no sé gran cosa! -¡Diga lo que sabe, diga todo lo que sabe! -exclamaron Richard y Moncharmin, de pronto muy interesados. Pero a la esperanza que habían concebido por un instante de conocer algún detalle capaz de ponerles sobre la pista del mistificador, pronto se vieron obligados a rendirse a la triste evidencia de que el señor Raoul de Chagny había perdido por completo el juicio. Toda la historia de Perros-Guirec, las calaveras y el violín encantado no podía haber nacido más que en el cerebro trastornado de un enamorado. Además, era evidente que el comisario Mifroid compartía este punto de vista, y seguramente habría puesto fin a aquellas frases desordenadas, de las que hemos dado una visión en la primera parte de este relato, si las mismas circunstancias no se hubieran encargado de interrumpirlos.
     
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    clause Claudia

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    Me sobra el corazón

    Hoy estoy sin saber
    ya no sé cómo,
    hoy estoy para penas
    solamente,
    hoy no tengo amistad.


    Hoy solo tengo ansias
    de arrancarme de cuajo
    el corazón
    y ponerlo debajo
    de un zapato.


    Hoy es día de llantos en mi reino,
    hoy descarga en mi pecho
    el desaliento
    plomo desalentado.


    No puedo con mi estrella
    y me busca la muerte
    por las manos.


    Yo nací en una mala luna,
    tengo la pena de una sola pena
    que abate más que toda la alegría.

    Un amor me ha dejado con los brazos caídos.
    Y no puedo tenderlos hacia más.


    No véis mi boca, que desengañada
    qué inconformes mis ojos.
    Me sobra el corazón.
    Voy a descorazonarme.


    Yo, el más corazonado de los hombres
    y por el más, también el más amargo.
    No sé por qué, no sé por qué
    ni cómo
    me perdono la vida cada día.


    XXXV


    Hay un constante estío de ceniza
    para curtir la luna de la era,
    más que aquella caliente que aquél iza,
    y más, si menos, oro, duradera.
    Una imposible y otra alcanzadiza.
    ¿ hacia cuál de las dos haré carrera?
    Oh, tú, perito en lunas: que yo sepa
    qué luna es de mejor sabor y cepa.

    Se empalman...
    Se empalman la mañana y los palomos
    en aludes de luz y de blancura,
    sobre copas de bronces policromos
    más duraderos que el de cepa pura.
    Palmas, palmas. Y baten en dos tomos,
    palmas de datilada contextura,
    vuelos temiendo con transposiciones
    en la luz recta, sin inclinaciones.

    Canción del esposo soldado.

    He sembrado tu vientre de amor y sementera,
    he prolongado el eco de sangre a que respondo
    y espero sobre el surco como el arado espera;
    he llegado hasta el fondo.


    Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
    esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
    tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
    de cierva concebida.


    Ya me parece que eres un cristal delicado,
    temo que te me rompas al más leve tropiezo,
    y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
    fuera como el cerezo.

    Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
    te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
    Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
    aislado por el plomo.

    Sobre los ataúdes feroces en acecho,
    sobre los mismo muertos sin remedio y sin fosa
    te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
    hasta en el polvo, esposa.


    Cuando junto a los campos de combate te piensa
    mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
    te acercas hacia mí como una boca inmensa
    de hambrienta dentadura.


    Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera;
    aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
    y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
    y defiendo tu hijo.
    Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
    envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
    y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
    sin colmillos ni garras.


    Es preciso matar para seguir viviendo.
    Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
    y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
    cosida por tu mano.
    Tus piernas implacables al parto van derechas,
    y tu implacable boca de labios indomables,
    y ante mi soledad de explosiones y brechas
    recorres un camino de besos implacables.

    Para el hijo será la paz que estoy forjando.
    Y al fin en un océano de irremediables huesos
    tu corazón y el mío naufragarán, quedando
    una mujer y un hombre gastados por los besos.

    M. Hernandez
     
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    Damaso Alonso



    "...Yo no sé si eres muerte o eres vida,
    si toco rosa en ti, si toco estrella,
    si llamo a Dios o a ti cuando te llamo..."



    Reseña biográfica

    Poeta e historiador español, nacido en Madrid en 1898.
    Su principal aportación a las letras es una impresionante actividad filológica que lo llevó a dirigir
    la Real Academia Española entre 1968 y 1982 y a recibir el Premio Cervantes en 1978.
    Licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, fue crítico literario, editor de clásicos, antólogo y traductor.
    Perteneció a la Academia de la Historia y fue Doctor Honoris Causa y conferencista en varias universidades
    europeas y americanas.
    Obra poética: «Poemas puros», «Poemillas de la ciudad», «El viento y el verso, «Hijos de la ira»,
    «Hombre y Dios», «Gozos de la vista» y «Duda y amor sobre el Ser Supremo».
    Falleció en Madrid en 1990.



    Pausa

    Pausa, espantosa pausa
    de párpados de plomo,
    tromba dormida al aire,
    pompa de paños, polvo,

    donde irrumpen frenéticas
    cien mil cristalerías
    de fábricas de viento,
    que el huracán derriba,

    y un martillo de sangre
    -¡clo!- que estrangula a pausas
    -¡morir!- las simas súbitas
    -silencio- de la ráfaga.
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux
    La puerta acababa de abrirse dejando paso a un individuo extravagante vestido con una amplia levita negra y provisto de un alto sombrero a la vez raído y reluciente, calado hasta las orejas. Corrió hacia el comisario y le habló en voz baja. Se trataba sin duda de algún agente que venía a dar cuenta de una misión urgente. Durante este coloquio, el señor Mifroid no perdía de vista a Raoul. Por fin dijo dirigiéndose a él: -Señor, ya hemos hablado bastante del fantasma. Vamos a hablar ahora de usted, si no tiene inconveniente. ¿Debía raptar usted esta noche a la señorita Daaé? -Sí, señor comisario. -¿A la salida del teatro? -Sí, señor comisario. -El coche que le ha traído debía después llevarlos a ambos. El cochero estaba ya avisado... y el itinerario estaba ya trazado... Más aún, debía encontrar, en cada etapa, caballos de refresco... -Es cierto. señor comisario. -Y, sin embargo, el coche sigue allí, esperando sus órdenes, al lado de la Rotonda, ¿no es cierto? -Sí, señor comisario. -¿Sabía usted que, al lado del suyo, había tres coches más? -No les he prestado la menor atención... -Eran el de la señorita Sorelli, que no había encontrado sitio en el patio de la administración; el de la Carlotta, y el de su señor hermano, el conde de Chagny... -Es posible... -Lo que sí es cierto, en cambio..., es que si su carruaje, el de la Sorelli y el de la Carlotta siguen estando en su sitio a lo largo de la acera de la Rotonda..., el del señor conde de Chagny ya no se encuentra allí... -Esto no tiene nada que ver, señor comisario... -¡Perdón! ¿Acaso el señor conde no se oponía a su matrimonio con Christine Daaé? -Este asunto no incumbe más que a la familia. -Ya me ha contestado..., se oponía..., y por eso usted raptaba a Christine Daaé, se la llevaba lejos de su hermano... Pues bien, señor de Chagny, permítame informarle que su hermano ha sido más rápido que usted... ¡Él es quien ha raptado a Christine Daaé! -¡Oh! -gimió Raoul llevándose una mano al corazón-. No es posible... ¿Está usted seguro? -Inmediatamente después de la desaparición de la artista, que ha sido organizada mediante complicidades que aún debemos establecer, subió en su coche, que inició una carrera enloquecida a través de París. -¿A través de París? susurró el pobre Raoul-. ¿Qué entiende usted por a través de París? -Y fuera de París... -Fuera de París... ¿En qué dirección? -La de Bruselas. Un grito ronco se escapa de la garganta del desgraciado joven. -¡Oh! -exclama-. juro que les alcanzaré! Y en un par de saltos sale del despacho. -Y tráiganosla de nuevo -grita jovial el comisario-... ¡Esa es una información que vale tanto como la del Angel de la música! Dicho lo cual, el señor Mifroid se vuelve hacia su auditorio asombrado y le administra un discursillo de honrado policía, pero nada pueril: -No tengo la menor idea de si ha sido realmente el señor conde de Chagny quien ha raptado a Christine Daaé..., pero tengo que saberlo, y no creo que en este momento haya alguien con más deseos de informarme que su hermano el vizconde... ¡Ahora debe estar corriendo, volando! ¡Es mi principal ayudante! Este es, señores, el arte, que parece tan complicado de la policía, y que resulta no obstante de una asombrosa simplicidad cuando se descubre que lo mejor es hacer desempeñar el papel de policía a personas que no lo son. Pero quizás el comisario Mifroid no habría estado tan orgulloso de sí mismo si hubiera sabido que la carrera de su rápido mensajero había sido frenada al entrar éste en el primer corredor, libre ya de la masa de los curiosos a los que se había dispersado. El corredor parecía desierto. Sin embargo, una gran sombra se interpuso en el camino de Raoul. -¿Adónde va tan aprisa, señor de Chagny? -había preguntado la sombra. Raoul, impaciente, había levantado la cabeza y reconocido el gorro de astracán de antes. Se detuvo. -¡Otra vez usted! -gritó con voz febril-. ¡Usted que conoce los secretos de Erik y que no quiere que yo hable de ellos! ¿Quién es usted? -Lo sabe muy bien... ¡Soy el Persa! -dijo la sombra.

    XX EL VIZCONDE Y EL PERSA


    Raoul recordó entonces que su hermano le había señalado una noche a aquel vago personaje del que se ignoraba todo, una vez en que se había comentado de que era un persa y que vivía en un viejo y pequeño apartamento de la calle de Rivoli. El hombre de tez de ébano, ojos de jade y gorro de astracán se inclinó hacia Raoul. -Confío, señor de Chagny, en que no haya traicionado el secreto de Erik. -¿Y por qué no debería traicionar a semejante monstruo, señor? -replicó Raoul en tono altivo, intentando liberarse del inoportuno-. ¿Acaso es amigo suyo? -Espero que no haya dicho nada de Erik, señor, porque el secreto de Erik es el de Christine Daaé.Y hablar de uno es hablar del otro. -¡Oh, señor! -exclamó Raoul cada vez más impaciente-. Parece usted al corriente de muchas cosas que me interesan, pero ahora no tengo tiempo de escucharle. -Por última vez, señor de Chagny, ¿adónde va tan aprisa? -¿No lo adivina? A socorrer a Christine Daaé... -Entonces, señor, quédese aquí, ya que Christine Daaé se encuentra aquí. -¿Con Erik? -¡Con Erik! -¿Cómo lo sabe? -Asistí a la representación y no hay más que un Erik en el mundo capaz de maquinar semejante rapto... ¡Oh! -exclamó lanzando un hondo suspiro-. ¡He reconocido la mano del monstruo!... -¿Lo conoce usted?
     
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    clause Claudia

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    Me dijo una tarde
    de la primavera:
    Si buscas caminos
    en flor en la tierra,
    mata tus palabras
    y oye tu alma vieja.
    Que el mismo albo lino
    que te vista, sea
    tu traje de duelo,
    tu traje de fiesta.
    Ama tu alegría
    y ama tu tristeza,
    si buscas caminos
    en flor en la tierra.
    Respondí a la tarde
    de la primavera:
    Tú has dicho el secreto
    que en mi alma reza:
    yo odio la alegría
    por odio a la pena.
    Mas antes que pise
    tu florida senda,
    quisiera traerte
    muerta mi alma vieja.


    Antonio Machado
     
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    Biografía de Luis Cernuda
    Nace en 1902 en Sevilla. Allí fue alumno de P.Salinas. Partidario de la República, se exilia en 1938. Viaja por G.Bretaña y Estados Unidos y muere en México, en 1963. Soledad, dolor, sensibilidad... son notas características de la personalidad de Cernuda. Su descontento con el mundo y su rebeldía se deben, en gran medida, a su condición de homosexual, a su conciencia de ser un marginado. Admite ser un "inadaptado". Sus principales influencias proceden de autores románticos: Keats, Hölderling, Bécquer... También de los clásicos, en especial de Garcilaso. Hay una voluntad de síntesis muy propia del 27. Su obra se basa en el contraste entre la su anhelo de realización personal (el deseo) y los límites impuestos por el mundo que le rodea (la realidad). Es una poesía de raíz romántica. Los temas más habituales son la soledad, el deseo de un mundo habitable y, sobre todo, el amor (exaltado o insatisfecho). Posee Cernuda un estilo muy personal, alejado de las modas. En sus inicios toca la poesía pura, el clasicismo y el Surrealismo, pero a partir de 1932 inicia un estilo personal, cada vez más sencillo (de una sencillez lúcidamente elaborada), basado en un triple rechazo: -De los ritmos muy marcados (uso fundamental de versículos). -De la rima. -Del lenguaje brillante y lleno de imágenes: desea acercarse al "lenguaje hablado, y el tono colo-quial" (lenguaje coloquial que esconde una profunda elaboración. Desde 1936 Cernuda reúne sus libros bajo un mismo título: La realidad y el deseo, que se va engrosando hasta su versión definitiva, en 1964. Esta obra está formada por varios ciclos:
    1)Inicios: poesía pura (Perfil del aire, 1924-27; fue muy mal recibida; D.Alonso declara que aún estaba "inmaduro") y clásica garcilasiana (Égloga, elegía y oda, 1927-2:icon_cool: 2)Surrealismo: Un río, un amor, 1929; Los placeres prohi-bidos, 1931. 3)Su obra capital es Donde habite el olvido (1932-33), con un lengua-je ya propio; es un libro desolado y triste, tremendamente sincero. En esta línea se sitúa Invocaciones a las gracias del mundo (1934-35), que incluye el poema "Soliloquio del farero", sobre el tema de la soledad. Tres temas fundamentales en esta obra: la belleza de los cuerpos masculinos, el destino del artista, la filosofía de la soledad. Después de la guerra continúa con su línea de depuración estilística, y trata temas como el de la patria perdida, recordada con añoranza o rechazada. Persiste su amargura. Desolación de la quimera (1956-62): es un balance
    final, sin retractarse ni disculparse. En prosa escribe Ocnos (1942) evocación de Andalucía desde la distancia y Variaciones sobre tema mexicano. También fue un crítico literario bastante agudo. Y traductor (de Hölderlin y Shakespeare).


    A UN POETA MUERTO
    (F.G.L.)

    Así como en la roca nunca vemos
    La clara flor abrirse,
    Entre un pueblo hosco y duro
    No brilla hermosamente
    El fresco y alto ornato de la vida.
    Por esto te mataron, porque eras
    Verdor en nuestra tierra árida
    Y azul en nuestro oscuro aire.

    Leve es la parte de la vida
    Que como dioses rescatan los poetas.
    El odio y destrucción perduran siempre
    Sordamente en la entraña
    Toda hiel sempiterna del español terrible,
    Que acecha lo cimero
    Con su piedra en la mano.

    Triste sino nacer
    Con algún don ilustre
    Aquí, donde los hombres
    En su miseria sólo saben
    El insulto, la mofa, el recelo profundo
    Ante aquel que ilumina las palabras opacas
    Por el oculto fuego originario.

    La sal de nuestro mundo eras,
    Vivo estabas como un rayo de sol,
    Y ya es tan sólo tu recuerdo
    Quien yerra y pasa, acariciando
    El muro de los cuerpos
    Con el dejo de las adormideras
    Que nuestros predecesores ingirieron
    A orillas del olvido.

    Si tu ángel acude a la memoria,
    Sombras son estos hombres
    Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
    La muerte se diría
    Más viva que la vida
    Porque tú estás con ella,
    Pasado el arco de tu vasto imperio,
    Poblándola de pájaros y hojas
    Con tu gracia y tu juventud incomparables.

    Aquí la primavera luce ahora.
    Mira los radiantes mancebos
    Que vivo tanto amaste
    Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
    Desnudos cuerpos bellos que se llevan
    Tras de sí los deseos
    Con su exquisita forma, y sólo encierran
    Amargo zumo, que no alberga su espíritu
    Un destello de amor ni de alto pensamiento.

    Igual todo prosigue,
    Como entonces, tan mágico,
    Que parece imposible
    La sombra en que has caído.
    Mas un inmenso afán oculto advierte
    Que su ignoto aguijón tan sólo puede
    Aplacarse en nosotros con la muerte,
    Como el afán del agua,
    A quien no basta esculpirse en las olas,
    Sino perderse anónima
    En los limbos del mar.

    Pero antes no sabías
    La realidad más honda de este mundo:
    El odio, el triste odio de los hombres,
    Que en ti señalar quiso
    Por el acero horrible su victoria,
    Con tu angustia postrera
    Bajo la luz tranquila de Granada,
    Distante entre cipreses y laureles,
    Y entre tus propias gentes
    Y por las mismas manos
    Que un día servilmente te halagaran.

    Para el poeta la muerte es la victoria;
    Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
    Y si una fuerza ciega
    Sin comprensión de amor
    Transforma por un crimen
    A ti, cantor, en héroe,
    Contempla en cambio, hermano,
    Cómo entre la tristeza y el desdén
    Un poder más magnánimo permite a tus amigos
    En un rincón pudrirse libremente.

    Tenga tu sombra paz,
    Busque otros valles,
    Un río donde del viento
    Se lleve los sonidos entre juncos
    Y lirios y el encanto
    Tan viejo de las aguas elocuentes,
    En donde el eco como la gloria humana ruede,
    Como ella de remoto,
    Ajeno como ella y tan estéril.

    Halle tu gran afán enajenado
    El puro amor de un dios adolescente
    Entre el verdor de las rosas eternas;
    Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
    Tras de tanto dolor y dejamiento,
    Con su propia grandeza nos advierte
    De alguna mente creadora inmensa,
    Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
    Y luego le consuela a través de la muerte.

    Como leve sonido:
    hoja que roza un vidrio,
    agua que acaricia unas guijas,
    lluvia que besa una frente juvenil;

    Como rápida caricia:
    pie desnudo sobre el camino,
    dedos que ensayan el primer amor,
    sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;

    Como fugaz deseo:
    seda brillante en la luz,
    esbelto adolescente entrevisto,
    lágrimas por ser más que un hombre;

    Como esta vida que no es mía
    y sin embargo es la mía,
    como este afán sin nombre
    que no me pertenece y sin embargo soy yo;

    Como todo aquello que de cerca o de lejos
    me roza, me besa, me hiere,
    tu presencia está conmigo fuera y dentro,
    es mi vida misma y no es mi vida,
    así como una hoja y otra hoja
    son la apariencia del viento que las lleva.

    Como una vela sobre el mar
    resume ese azulado afán que se levanta
    hasta las estrellas futuras,
    hecho escala de olas
    por donde pies divinos descienden al abismo,
    también tu forma misma,
    ángel, demonio, sueño de un amor soñado,
    resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
    hasta las nubes sus olas melancólicas.

    Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
    yo, el más enamorado,
    en las orillas del amor,
    sin que una luz me vea
    definitivamente muerto o vivo,
    contemplo sus olas y quisiera anegarme,
    deseando perdidamente
    descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
    hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.