Re: ... de poetas, cuentos y leyendas EL VIENTO Y EL ALMA Con tal vehemencia el viento viene del mar, que sus sones elementales contagian el silencio de la noche. Solo en tu cama le escuchas insistente en los cristales tocar, llorando y llamando como perdido sin nadie. Mas no es él quien en desvelo te tiene, sino otra fuerza de que tu cuerpo es hoy cárcel, fue viento libre, y recuerda. Luis Cernuda
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas En el poema A sus paisanos, Luis Cernuda les reprocha, entre otras amarguras, la irritación que su obra les provoca: «No me queréis, lo sé, y que os molesta / cuanto escribo [...]», y la indiferencia y el olvido que, en el futuro, se cernirán sobre ella: «[...] sujeto quedo aún más que otros / al viento del olvido que, cuando sopla, mata». Por muy duros y molestos que nos parezcan estos versos, que el paso del tiempo ha desmentido, nuestra capacidad de comprensión tiene que ir más allá de cualquier otro juicio. A Cernuda, como al resto de sus contemporáneos, le correspondió vivir una época muy dura, con el desgarro de la guerra civil y la herida del exilio. De todas formas, él ya venía predispuesto desde niño, por su peculiar hipersensibilidad, a sufrir más que nadie. Sintiéndose distinto y marginado en medio de aquella sociedad, primero tuvo que entablar una guerra consigo mismo, para aceptarse tal como era. Desde estas páginas del Centro Virtual Cervantes, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, queremos contribuir al recuerdo de uno de los poetas más extraordinarios del siglo XX, que brilla con luz propia en medio de esa pléyade de escritores que se conoce como Generación o Grupo del 27. Está claro que pretendemos volver del revés el verso de una rima de Bécquer que inspiró uno de sus libros. No es, en modo alguno, un rescate, pues el interés por su obra ha ido creciendo con el tiempo, solo que ahora, con motivo del aniversario, cobra mayor fuerza conjurar aquellos versos, tan bellos y certeros, que tienen esa melancolía de los lugares íntimos y apartados: Donde yo solo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Sin duda la obra de Cernuda, en su conjunto, puede resultarle al lector demasiado atormentada. Pero es materia de vida hecha carne poética, reflexión sobre la existencia y la condición humana en términos universales, y tiene su lugar especial en el grupo de su generación, como contrapunto al vitalismo desbordado de otros. También la vida, con sus claroscuros, se desliza por sus versos, como esos momentos de felicidad que, aunque fugaces y perecederos, habría para él. Y, por encima de todo, la belleza, que, aunque sea efímera, siempre será un goce eterno. De todo ello hemos querido dar cuenta en nuestra antología. Al final queda un estremecimiento, al contemplarle a él y a todo el grupo. El poeta dejó de existir en 1963, pero su palabra pervive en nosotros. A sus paisanos No me queréis, lo sé, y que os molesta Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros? Porque no es la persona y su leyenda Lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve. Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado Leyenda alguna, caísteis sobre un libro Primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro. Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea. ¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos Inventados de mí por cuatro amigos (¿Amigos?), que jamás quisisteis Ni ocasión buscasteis de ver si acomodaban A la persona misma así traspuesta. Mas vuestra mala fe los ha aceptado. Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos, Respecto al ser que encubre mintiendo doblemente, Sin otro escrúpulo a vuestra vez la propaláis. Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria, Vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme. Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre Aquí. Y entonces la ignorancia, La indiferencia y el olvido, vuestras armas De siempre, sobre mí caerán, como la piedra, Cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis A otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra Precipitó en la nada, com al gran Aldana. De ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria, Pues la imponéis vosotros: en nuestra lengua escribo, Criado estuve en ella y, por eso, es la mía, A mi pesar quizá, bien fatalmente. Pero con mis expresas excepciones, A vuestros escritores de hoy ya no los leo. De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente, Escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros Al viento del olvido que, cuando sopla, mata. En la hora de la muerte (Si puede el hombre para ella Hacer presagios, cálculos), Tu imagen a mi lado Acaso me sonría como hoy me ha sonreído, Iluminando este existir oscuro y apartado Con el amor, única luz del mundo Luis Cernuda
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux El Persa no contestó, pero Raoul oyó otro suspiro. -¡Señor! -dijo Raoul-. ¡Ignoro sus intenciones, pero, ¿puede usted hacer algo por mí?... ¿Quiero decir, por Christine Daaé? -Creo que sí, señor de Chagny, y éste es el motivo por el que lo he abordado. -¿Qué puede hacer? -¡Intentar llevarlo hasta ella... y hasta él! -¡Señor! Es una empresa que yo he intentado vanamente esta noche... pero, si me hace este favor, mi vida le pertenece... Señor, una palabra más: el comisario de policía acaba de informarme de que Christine Daaé ha sido raptada por mi hermano, el conde Philippe... -¡Oh! , señor de Chagny, no lo creo en absoluto... -Eso no es posible, ¿no es cierto? -No sé si eso es posible, pero hay modos y formas de raptar a alguien y el conde Philippe, que yo sepa, nunca ha estado metido en la magia. -Sus argumentos son convincentes, señor, y yo no soy más que un pobre loco... ¡Señor, corramos, corramos! Me pongo enteramente a su disposición. ¿Cómo podría no creerle cuando nadie más que usted me cree? ¿Cuándo es el único en no reírse al oír el nombre de Erik? El joven, cuyas manos ardían de fiebre, cogió en un gesto espontáneo las manos del Persa. Estaban heladas. -¡Silencio! -dijo el Persa deteniéndose y escuchando los lejanos ruidos del teatro y los más insignificantes chasquidos que se producían en las paredes y los corredores vecinos-. No pronunciemos ese nombre. Digamos, El. Tendremos menos posibilidades de llamar su atención... -¿Cree, pues, que está cerca de nosotros? -Todo es posible, señor..., si es que no se encuentra en este momento con su víctima en la mansión del Lago. -¿Usted también conoce esa mansión? Si no está allí. puede estar en esta pared, en el suelo, en este techo... ¡Qué sé yo!... Puede tener el ojo pegado a esta cerradura..., el oído en esta viga... Y el Persa, rogándole apagar el ruido de sus pasos, arrastró a Raoul a través de corredores que el joven no había visto jamás, ni siquiera en los tiempos en que Christine le paseaba por aquel laberinto. -Esperemos -dijo el Persa-, esperemos que Darius haya llegado. -¿Quién es Darius? -preguntó el joven siempre corriendo. -Darius es mi criado. Se encontraban en aquel momento en el centro de una auténtica plaza desierta, una sala inmensa mal iluminada por un pábilo de vela. El Persa detuvo a Raoul, y en voz muy baja, tan baja que Raoul tuvo dificultad en oírlo, le preguntó: -¿Qué le ha dicho usted al comisario? -Le he dicho que el verdadero raptor de Christine Daaé era el Ángel de la música, llamado el fantasma de la Opera, y que su verdadero nombre era... -¡Chisss!... ¿Y el comisario le ha creído? -No. -¿No ha dado ninguna importancia a lo que usted le decía? -¡Ninguna! -¿Lo ha tomado por un loco? -Sí. -¡Tanto mejor! -suspiró el Persa. Y la carrera continuó. Tras subir y bajar varias escaleras desconocidas para Raoul, los dos hombres se encontraron frente a una puerta que el Persa abrió con una pequeña ganzúa que sacó de un bolsillo de su chaleco. Al igual que Raoul, el Persa llevaba naturalmente un frac. La única diferencia es que él llevaba un gorro de astracán y Raoul una chistera. Era un insulto al código de elegancia que regía en los bastidores, donde se exige la chistera, pero se da por supuesto que en Francia se permite todo a los extranjeros: la gorra de viaje a los ingleses, el gorro de astracán a los persas. -Señor -dijo el Persa-, su chistera le estorbará para la expedición que vamos a emprender... Mejor sería dejarla en el camerino. -¿En qué camerino? -En el de Christine Daaé. Y el Persa, tras dejar paso a Raoul por la puerta que acababa de abrir, le indicó, frente a él, el camerino de la actriz. Raoul ignoraba que se pudiera llegarse al camerino de Christine por otro camino que el que seguía de costumbre. Se encontraba al extremo del pasillo que solía recorrer antes de llamar a la puerta del camerino. -¡Veo que conoce muy bien la ópera! -¡No tan bien como él! -dijo el Persa con modestia. Y empujó al joven al camerino de Christine. Estaba igual que lo había dejado Raoul momentos antes. El Persa, después de cerrar la puerta, se dirigió hacia el delgado panel que separaba el camerino de un amplio cuarto trastero. Escuchó. Luego tosió con fuerza. Inmediatamente se oyó un movimiento en el cuarto trastero y, pocos segundos más tarde, llamaban a la puerta del camerino. -¡Entra! -dijo el Persa. Entró un hombre que también llevaba un gorro de astracán y vestía con una larga hopalanda. Saludó y sacó de su abrigo una caja ricamente cincelada. La depositó encima de la mesa, volvió a saludar y se dirigió hacia la puerta. -¿Nadie te ha visto entrar, Darius? -No, amo. -Que nadie te vea salir. El criado se arriesgó a lanzar una ojeada por los pasillos y desapareció con presteza. -Señor -dijo Raoul-, estoy pensando en una cosa, y es que aquí nos pueden sorprender, y eso sería muy embarazoso. El comisario no tardará mucho en venir a investigar a este camerino. -¡Bah! No es al comisario al que debemos temer. El Persa había abierto la caja. Dentro había un par de largas pistolas de maravilloso dibujo y ornamento. -Inmediatamente después del rapto de Christine Daaé, he ordenado a mi criado que me preparase estas armas. Hace tiempo que las conozco, y no las hay más seguras. -¿Quiere acaso batirse en duelo? -preguntó el joven, sorprendido por la llegada de aquel arsenal. -En efecto, nos dirigimos a un duelo -contestó el otro, mientras examinaba la carga de sus pistolas-. ¡Y qué duelo!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El SILBO DEL DALE M. Hernandez Dale al aspa, molino, hasta nevar el trigo. Dale a la piedra, agua, hasta ponerla mansa. Dale al molino, aire, hasta lo inacabable. Dale al aire, cabrero, hasta que silbe tierno. Dale al cabrero, monte, hasta dejarle inmóvil. Dale al monte, lucero, hasta que se haga cielo. Dale, Dios, a mi alma, hasta perfeccionarla. Dale que dale, dale, molino, piedra y aire, cabrero, monte, astro, dale que dale largo. Dale que dale, Dios, ¡ay! Hasta la perfección.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Ante la Vida Sereno, de Miguel Hernandez Ante la vida, sereno y ante la muerte, mayor; si me matan, bueno: si vivo, mejor. No soy la flor del centeno que tiembla al viento menor. Si me matan bueno: si vivo, mejor. Aquí estoy, vivo y moreno, de mi estirpe defensor. Si me matan, bueno: Si vivo, mejor. Ni al relámpago ni al trueno puedo tenerles temor .Si me matan, bueno: si vivo, mejor. Traidores me echan veneno y yo les echo valor. Si me matan, bueno: si vivo, mejor. El corazón traigo lleno de un alegre resplandor. Si me matan, bueno: Si vivo, mejor.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Las abarcas desiertas Por el cinco de enero, cada enero ponía mi calzado cabrero a la ventana fría. Y encontraban los días, que derriban las puertas, mis abarcas vacías, mis abarcas desiertas. Nunca tuve zapatos, ni trajes, ni palabras: siempre tuve regatos, siempre penas y cabras. Me vistió la pobreza, me lamió el cuerpo el río, y del pie a la cabeza pasto fui del rocío. Por el cinco de enero, para el seis, yo quería que fuera el mundo entero una juguetería. Y al andar la alborada removiendo las huertas, mis abarcas sin nada, mis abarcas desiertas. Ningún rey coronado tuvo pie, tuvo gana para ver el calzado de mi pobre ventana. Toda gente de trono, toda gente de botas se rió con encono de mis abarcas rotas. Rabié de llanto, hasta cubrir de sal mi piel, por un mundo de pasta y unos hombres de miel. Por el cinco de enero, de la majada mía mi calzado cabrero a la escarcha salía. Y hacia el seis, mis miradas hallaban en sus puertas mis abarcas heladas, mis abarcas desiertas. M. Hernandez
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux Dicho esto, tendió una pistola a Raoul y continuó diciendo: -En este duelo seremos dos contra uno, pero esté preparado para todo, señor, ya que no le oculto que tenemos que vérnoslas con el adversario más temible que pueda imaginarse. Pero usted ama a Christine Daaé, ¿no es cierto? -¡Sí, la amo! Pero usted, que no la ama, explíqueme por qué está dispuesto a arriesgar su vida por ella... ¡Odia a Erik! -No, señor, no lo odió -dijo tristemente el Persa-. Si lo odiase hace tiempo ya que habría dejado de hacer daño. -¿Le ha hecho daño a usted? -El daño que me hizo ya se lo he perdonado. -¡Resulta extraordinario oírle hablar de ese hombre! -continuó el joven-. Lo trata de monstruo, habla de sus crímenes, él le ha hecho daño y encuentro en usted esa piedad inusitada que me desesperaba en Christine... El Persa no contestó. Había ido a coger un taburete y lo había colocado apoyado contra la pared opuesta al gran espejo que ocupaba todo el panel de enfrente. Después, se había subido al taburete y, con la nariz pegada al papel con el que estaba tapizada la pared, parecía buscar algo. -Bien, señor -dijo Raoul que ardía de impaciencia-, le estoy esperando. ¡Vamos! -¿Vamos, adónde? -preguntó el otro sin volver la cabeza. -¡A buscar al monstruo! Bajemos. ¿No me ha dicho que sabía cómo hacerlo? -Lo estoy buscando. Y la nariz del Persa siguió paseándose a lo largo de la pared. -¡Ah! -exclamó de repente el hombre del gorro-. ¡Es aquí! Y su dedo apretó, por encima de su cabeza, un ángulo del dibujo del papel. Después se volvió y bajó del taburete. -Dentro de medio minuto -dijo-, nos encontraremos sobre sus huellas. Y, atravesando todo el camerino, fue a palpar el gran espejo. -No, aún no cede... -murmuró. -¡Así que saldremos por el espejo!... -dijo Raoul-... ¡Igual que Christine! ... -¿Sabía entonces que Christine Daaé había salido por este espejo? -¡Y en mis mismas narices, señor!... Estaba oculto allí, tras la cortina del vestidor y la vi desaparecer, no por el espejo, sino en el espejo. -¿Y qué hizo usted? -Creí señor, que se trataba de una aberración de mis sentidos, de una locura, de un sueño. -O de una nueva fantasía del fantasma -continuó el Persa-. ¡Ay, señor de Chagny! -continuó mientras seguía palpando con la mano el espejo-. ¡Ojalá tuviéramos que vérnoslas con un fantasma! ¡Podríamos dejar entonces en la caja nuestro par de pis-tolas!... ¡Sáquese el sombrero, se lo ruego!... Póngalo allí... Y ahora, abróchese su chaqueta sobre el plastrón todo lo que pueda..., igual que yo.... bájese las vueltas..., levántese el cuello... Debemos hacernos lo más invisibles que podamos -y añadió aún, tras un corto silencio, mientras se apoyaba en el espejo-: El disparo del contrapeso, cuando se actúa sobre el resorte desde el interior del camerino, es un poco lento en sus efectos. No ocurre igual cuando se está detrás de la pared y se puede actuar directamente sobre el contrapeso. Entonces, el espejo gira instantáneamente y se mueve con una velocidad increíble... -¿Qué contrapeso? -preguntó Raoul -¡Pues el que hace que se levante todo este lienzo de la pared sobre su eje. No pensará que se desplaza solo por arte de magia. Y el Persa, acercando a Raoul con una mano, seguía apoyando la otra (con la que aguantaba la pistola) en el espejo. -Pronto, verá, si presta atención, cómo el espejo se levanta algunos milímetros y cómo se desplaza luego otros pocos más de izquierda a derecha. Encajará entonces en un pivote, y girará. ¡Nunca se sabrá a ciencia cierta lo que puede hacerse con un contrapeso! Un niño puede hacer girar una casa con su dedito... cuando un lienzo de pared, por muy pesado que sea, impulsado por un contrapeso sobre su pivote, bien equilibrado, no pesa más que una peonza sobre su punta. -¡Esto no gira! -exclamó Raoul impaciente. -¡Vamos, espere! Tendrá todo el tiempo que quiera para impacientarse, señor. El mecanismo, evidentemente, está herrumbrado o el resorte ya no funciona. La frente del Persa se frunció. -También puede suceder otra cosa. -¿Qué, señor? -Puede que él simplemente haya cortado la cuerda del contrapeso y con ello inmovilizado todo el sistema. -,Por qué? Ignora que vamos a bajar por aquí. -Puede sospecharlo, ya que no ignora que yo conozco el sistema. -¿Fue él quien se lo enseñó? -No. Hice mis investigaciones yendo en pos de él y, tras sus misteriosas desapariciones, lo encontré. ¡Oh, es el sistema más sencillo de puerta secreta! Es un mecanismo tan viejo como los palacios sagrados de Tebas, la de las cien puertas; como el de la sala del trono de Ecbatana, como la sala del trípode de Delfos... -¡Esto no gira!... ¿Y Christine, señor? ¡Christine!... El Persa dijo fríamente -Haremos todo lo que humanamente pueda hacerse... Pero él puede detenemos desde el principio. -¿Acaso es el amo de estas paredes? -Manda a las paredes, a las puertas, a las trampillas. Entre nosotros le llamamos con un nombre que significa algo así como el maes tro en trampillas. -¡Así me ha hablado Christine de él..., con el mismo misterio y acordándole el mismo temible poder! Pero todo esto me parece extraordinario... ¿Por qué estas paredes le obedecen sólo a él? Fue él quien las construyó? -Sí, señor. Y, como Raoul le miraba con expectación, el Persa le hizo señal de callarse, después, con un gesto le señaló el espejo... Fue como un reflejo tembloroso. Su doble imagen se turbó, como en una onda estremecida, y después todo volvió a inmovilizarse. -Ya ve, señor, esto no gira. ¡Tomemos otro camino! -Esta noche, no hay otro camino -declaró el Persa, con una voz extraordinariamente lúgubre- ... ¡Y ahora, cuidado! ¡Y prepárese a disparar! Él mismo apuntó su pistola hacia el centro del espejo. Raoul lo imitó. El Persa atrajo hacia sí al joven, con el brazo que le quedaba libre, y el espejo giró de repente, deslumbrándolos, entre un centellear cegador de luces; giró, igual que una de esas puertas giratorias que ahora se abren a las salas públicas...
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Cultivo una Rosa Blanca Cultivo una rosa blanca En Junio como en Enero, Para el amigo sincero, Que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca El corazón con que vivo, Cardo ni ortiga cultivo cultivo una rosa blanca. Jose Martí
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Yugo y Estrella Cuando nací, sin sol, mi madre dijo: -Flor de mi seno, Homomagno generoso, De mí y de la creación suma y reflejo, Pez que en ave y corcel y hombre se torna, Mira estas dos, que con dolor te brindo, Insignias de la vida: ve y escoge. Este, es unyugo: quien lo acepta, goza: Hace de manso buey, y como presta Servicio a los eñores, duerme en paja Calente, y tiene rica y ancha avena. Ésta, oh misterio que de mí naciste Cual la cumbre nació de la montaña, Ésta, que alumbra y mata, es una estrella: Como que riega luz, los pecadores Huyen de quien la lleva, y en la vida, Cual un monstruo de crímenes cargado, Todo el que lleva luz se queda solo. Pero el hombre que al buey sin pena imita, Buey vuelve a ser, y en apagado bruto La escala universal de nuevo empieza. El que la estrella sin temor se ciñe, Como que crea, crece! Cuando al mundo De su copa el licor vació ya el vivo: Cuando, para manjar de la sangrienta Fiesta humana, sacó contento y grave Su propio corazón: cuando a los vientos De Norte y Sur virtió su voz sagrada,- La estrella como un manto, en luz lo envuelve Se enciende, como a fiesta, el aire claro, Y el vivo que a vivir no tuvo miedo, Se oye que un paso más sube en la sombra! Dame el yugo, oh mi madre, de manera Que el puesto en él de pie, luzca en mi frente Mejor la estrella que ilumina y mata. Joser Martí
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Musa Traviesa Mi musa? Es un diablillo Contándolo, me inunda Con ala de ángel. Un gozo grave:- !Ah, musilla traviesa, Y cual si el monte alegre, Qué vuelo trae! Queriendo holgarse Al alba enamorando Yo suelo, caballero Con voces ágiles, En sueños graves, Sus hilillos sonoros Cabalgar horas luengas Desanudase, Sobre los aires. Y salpicando riscos, Me entro en nubes rosadas, Labrando esmaltes, Bajo a hondos mares, Refrescando sedientas Y en los senos eternos Cálidas cauces, Hago viajes. Echáralos risueños Allí asisto a la inmensa Por falda y valle, - Boda inefable, Así, al alba del alma Y en los talleres huelgo Regocijándose, De la luz madre: Mi espíritu encendido Y con ella es la oscura Me echa a raudales Vida, radiante, Por las mejillas secas Y a mis ojos los antros Lágrimas suaves. Son nidos de ángeles! Me siento, cual si en magno Al viajero del cielo Templo oficiase: ¿Qué el mundo frágil? Cual si mi alma por mirra Pues, ¿no saben los hombres Virtiese al aire; Qué encargo traen? Cual si en mi hombro surgieran !Rasgarse el bravo pecho, Fuerzas de Atlante; Vaciar su sangre, Cual si el sol en mi seno Y andar, andar heridos La luz fraguase: - Muy largo valle, !Y estallo, hiervo, vibro, Roto el cuerpo en harapos, Alas me nacen! Los pies en carne, Hasta dar sonriendo Suavemente la puerta -!No en tierra!- exánimes! Del cuarto se abre, Y entonces sus talleres Y éntranse a él gozosos La luz les abre, Luz, risas, aire. Y ven lo que yo veo: Al par da el sol en mi alma ¿Qué el mundo frágil? Y en los cristales: Seres hay de montaña, !Por la puerta se ha entrado seres de valle, Mi diablo ángel! Y seres de pantanos ¿Qué fue de aquellos sueños, Y lodazales. De mi viaje, Del papel amarillo, De mis sueños desciendo, Del llanto suave? Volando vanse, Cual si de mariposas Y en papel amarillo Tras gran combate Cuento el viaje. Volaran alas de oro Por tierra y aire, Mis libros lance, Así vuelan las hojas Y siéntese magnífico Do cuento el trance. Sobre el desastre, Hala acá el travesuelo Y muéstreme riendo, Mi paño árabe; Roto el encaje- Allá monta en el lomo -!Qué encaje no se rompe De un incunable; En el combate!- Un carcax con mis plumas Su cuello, en que la risa Fabrica y átase; Gruesa onda hace! Un sílex persiguiendo Venga, y por cauce nuevo Vuelca un estante, Mi vida lance, Y !allá ruedan por tierra Y a mis manos la vieja Versillos frágiles, Péñola arranque, Brumosos pensadores, Y del vaso manchado Lópeos galanes! La tinta vacie! De águilas diminutas !Vaso puro de nácar: Puéblase el aire: Dame a que harte !Son las ideas, que ascienden, Esta sed de pureza: Rotas sus cárceles! Los labios cánsame! ¿Son éstas que lo envuelven Del muro arranca, y cíñese, Carnes, o nácares? Indio plumaje: La risa, como en taza Aquella que me dieron De ónice árabe, De oro brillante, En su incólume seno Pluma, a marcar nacida Bulle triunfante: Frentes infames, !Hete aquí, hueso pálido, De su caja de seda Vivo y durable! Saca, y la blande: Hijo soy de mi hijo! Del sol a los requiebros El me rehace! Brilla el plumaje, Que baña en aúreas tintas Pudiera yo, hijo mío, Su audaz semblante. Quebrando el arte De ambos lados el rubio Universal, muriendo Cabello al aire, Mis años dándote, A mí súbito viénese Envejecerte súbito, A que lo abrace. La vida ahorrarte!- De beso en beso escala Mas no: que no verías Mi mesa frágil; En horas graves !Oh, Jacob, mariposa, Entrar el sol al alma Ismaëlillo, árabe! Y a los cristales! ¿Qué ha de haber que me guste Hierva en tu seno puro Como mirarle Risa asonante: De entre polvo de libros Rueden pliegues abajo Surgir radiante, Libros exangës: Y, en vez de acero, verle Sube, Jacob alegre, De pluma armarse, La escala suave: Y buscar en mis brazos Ven, y de beso en beso Tregua al combate? Mi mesa asaltes:- Venga, venga Ismaelillo: !Pues ésa es mi musilla, La mesa asalte, Mi diablo ángel! Y por los anchos pliegues !Ah, musilla traviesa, Del paño árabe Qué vuelo trae! En rota vergonzosa Jose Martí
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas "Gente Necesaria" Hay gente que con solo decir una palabra enciende la ilusión y los rosales; que con solo sonreír entre los ojos, nos invita a viajar por otros mundos y permite florecer todas las magias. Hay gente que con solo dar la mano, rompe la soledad, pone la mesa, sirve el puchero, coloca las guirnaldas; que con solo empuñar una guitarra te regala una sinfonía de entrecasa. Hay gente que con solo abrir la boca, llega hasta los límites del alma, alimenta una flor, inventa sueños, hace cantar el vino en las tinajas. Y se queda después como si nada. Y uno se va de novio con la vida, desterrando una muerte solitaria, pues sabe que a la vuelta de la esquina, hay gente que es así, tan necesaria. Hamlet Lima Quintana
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Hamlet Lima Quintana Hamlet Lima Quintana (n. el 15 de septiembre de 1923 en Morón, provincia de Buenos Aires y fallecido el 21 de febrero de 2002 en Buenos Aires) fue un poeta argentino, autor de más de cuatrocientas canciones entre ellas la popular "Zamba para no morir". Biografía [editar]Nacido en Morón en 1923, prefería decir que era de Saladillo (localidad bonaerense situada a 200 km de la ciudad de Buenos Aires, zona rural de la Pampa húmeda), debido a que pasaba cinco meses por año allí durante su infancia. Tanto su padre como su madre alimentaron el amor por las letras y la música, ya que ambos escribían poesía y tocaban la guitarra y el piano. Entre 1940 y 1960, Lima Quintana fue músico y cantor primero en la compañía de Ariel Ramírez y luego con los grupos Los musiqueros y Los mandingas. Desde Buenos Aires, Hamlet Lima Quintana componía canciones que acompañaron al movimiento artístico y cultural denominado Nuevo cancionero (1962). Artistas de la talla de Mercedes Sosa u Horacio Guarany interpretaron sus composiciones. Además de su actividad artística, trabajó en las redacciones de la agencia de noticias United Press y de la sección Política del diario Clarín. También se desempeñó como cobrador, vendedor de la editorial Sudamericana y empleado del Instituto Nacional de Cinematografía.[2] También grabó discos con el recitado de sus poemas, de los que se destacan: "Juanito Laguna remonta un barrilete" y "La Pampa Verde". Falleció el 21 de febrero del 2002, a los 78 años, por un cáncer de pulmón
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas RETRATO M. Machado Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. Unos ojos de hastío y una boca de sed... Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... Calaveradas, amoríos... Nada grave, Un poco de locura, un algo de poesía, una gota del vino de la melancolía... ¿Vicios? Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido; ni gozo lo ganado, ni siento lo perdido. Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla, media docena de cañas de manzanilla. Las mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-, tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo. Me acuso de no amar sino muy vagamente una porción de cosas que encantan a la gente... La agilidad, el tino, la gracia, la destreza, más que la voluntad, la fuerza, la grandeza... Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero, a olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero. Un destello de sol y una risa oportuna amo más que las languideces de la luna Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-, Con Montmartre y con la Macarena comulgo... Y antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderillero. Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa es alegre, aunque no niego que llevo prisa.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Fantasma de la Opera Gastón Leroux giró llevándose a Raoul y al Persa en su movimiento irresistible y arrojándolos bruscamente de la plena luz a la más profunda oscuridad XXI EN LOS SÓTANOS DE LA ÓPERA -Mantenga la mano en alto, dispuesta a disparar -repitió apresuradamente el compañero de Raoul. Tras ellos, la pared, dando una vuelta completa sobre sí misma, había vuelto a cerrarse. Los dos hombres permanecieron inmóviles unos segundos, conteniendo la respiración. En aquellas tinieblas reinaba un silencio que nada turbaba. Finalmente, el Persa se decidió a hacer un movimiento y Raoul lo oyó deslizarse de rodillas, buscando algo en la oscuridad con sus manos que tanteaban. De repente, ante el joven, las tinieblas se aclararon prudentemente a la luz de una pequeña lámpara sorda, y Raoul retrocedió instintivamente como para escapar a la investigación de un enemigo secreto. Pero en seguida comprendió que aquella luz pertenecía al Persa, cuyos gestos seguía. El pequeño disco rojo se paseaba con meticulosidad a lo largo de las paredes, arriba, abajo y alrededor de ellos. Aquellas paredes estaban formadas, a la derecha, por un muro y, a la izquierda, por un tabique de tablas, por encima y por debajo de sótanos. Raoul se decía que Christine debió haber seguido aquel camino el día que iba en pos de la voz del Ángel de la Música. Ese debía ser el camino habitual de Erik cuando venía a sorprender la buena fe y la inocencia de Christine. Raoul, que recordaba las frases del Persa, pensó que aquel camino había sido misteriosamente construido por el fantasma mismo. Sin embargo, más tarde sabría que Erik había encontrado, como preparado para él, ese pasillo secreto de cuya existencia durante mucho tiempo había sido el único conocedor. Aquel corredor había sido construido durante la Comuna de París para permitir a los carceleros conducir a los prisioneros hasta los calabozos que habían construido en las bodegas, ya que los federados habían ocupado el edificio inmediatamente después del 18 de marzo y lo habían convertido -en la parte alta- en el punto de partida de las montgolfieras20encargadas de llevar a los departamentos sus proclamas incendiarias, y la parte baja en una prisión de Estado. El Persa se había arrodillado y dejado su linterna en el suelo. Parecía buscar algo y, de pronto, veló su luz. Entonces Raoul oyó un ligero crujir y vio en el suelo del corredor un cuadrado luminoso muy pálido. Parecía como si una ventana acabara de abrirse en los bajos aún iluminados de la ópera. Raoul ya no veía al Persa, pero le sintió a su lado y notó su aliento. -Sígame y haga exactamente lo mismo que yo. 20Los primeros aerostatos, globos de aire caliente cuyo nombre deriva de sus inventores, los hermanos Montgolfier. Raoul fue conducido hacia el tragaluz luminoso. Vio entonces que el Persa volvía a arrodillarse y, colgándose del tragaluz con las dos manos, se dejaba deslizar hacia abajo. El Persa sujetaba la pistola con los dientes. Cosa extraña, el vizconde tenía plena confianza en el Persa. A pesar de que ignoraba todo acerca de él y que la mayoría de sus frases sólo habían servido para aumentar la oscuridad en toda esta aventura, no dudaba en pensar, que en este decisivo momento, el Persa estaba de su lado contra Erik. Su emoción le había pare-cido sincera cuando le había hablado del «monstruo». El interés que había demostrado no le parecía sospechoso. Por último, si el Persa tuviera preparado algo en contra de Raoul, no le hubiera dado un arma. Además, en resumidas cuentas, ¿no se trataba, costara lo que costara, de llegar hasta Christine? Raoul no podía elegir los medios. Si hubiera vacilado, incluso sin estar convencido de las intenciones del Persa, el joven se hubiera considerado como el último de los cobardes. A su vez, Raoul se arrodilló y se colgó con las dos manos de la trampilla. -¡Suéltese del todo! -oyó, y cayó en brazos del Persa, que le ordenó inmediatamente echarse al suelo, volvió a cerrar la trampilla sobre sus cabezas, sin que Raoul pudiera saber cómo, y fue a tumbarse al lado del vizconde. Éste quiso hacerle una pregunta, pero la mano del Persa se apoyó en su boca e inmediatamente oyó una voz a la que reconoció como la del comisario de policía que hacía un momento le había interrogado. Ambos se encontraban entonces detrás de un tabique que los ocultaba perfectamente. Cerca de allí, una estrecha escalera subía a una pequeña habitación por la cual debía de pasearse el comisario haciendo preguntas, ya que se oía el ruido de sus pasos al tiempo que el de su voz. La luz que rodeaba los objetos era muy débil, pero, al salir de aquella espesa oscuridad que reinaba en el corredor secreto de arriba, Raoul no tenía dificultad en distinguirlos. No pudo contener una sorda exclamación al ver de pronto tres cadáveres. El primero estaba tendido sobre el estrecho rellano de la escalerilla que subía hacia la puerta tras la cual se oía al comisario; los otros dos se encontraban debajo de la escalera, con los brazos en cruz. Pasando los dedos a través del tabique que los ocultaba, Raoul hubiera podido tocar la mano de alguno de aquellos desgraciados. -¡Silencio! -susurró de nuevo el Persa. También él había visto los cuerpos y con una sola palabra lo explicó todo: -¡¡Él!! Ahora se oía la voz del comisario con mayor intensidad. Pedía explicaciones acerca del sistema de iluminación, que el regidor le daba. El comisario debía estar en el «registro», o en sus dependencias. Contrariamente a lo que podría creerse, cuando se trataba de un teatro de ópera, el «registro» no estaba destinado a ejecutar música. Por aquella época, la electricidad se empleaba sólo para ciertos efectos escénicos muy restringidos y para los timbres. El inmenso edificio y el mismo escenario aún se iluminaban con gas, y se regulaba y modificaba siempre la iluminación del decorado con gas hidrógeno; y eso se hacía mediante un aparato especial al que la multiplicidad de sus tubos hizo que fuera bautizado como «registro de órgano». Al lado de la concha del apuntador, había reservado un nicho para el jefe de iluminación, que desde allí daba las órdenes a sus empleados, mientras vigilaba su ejecución. En este nicho era el lugar donde Mauclair se encontraba durante todas las representaciones.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas A GLORIA No intentes convencerme de torpeza con los delirios de tu mente loca: mi razón es al par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca. Semejante al nocturno peregrino, mi esperanza inmortal no mira el suelo; no viendo más que sombra en el camino, sólo contempla el esplendor del cielo. Vanas son las imágenes que entraña tu espíritu infantil, santuario oscuro. Tu numen, como el oro en la montaña, es virginal y, por lo mismo, impuro. A través de este vórtice que crispa, y ávido de brillar, vuelo o me arrastro, oruga enamorada de una chispa o águila seducida por un astro. Inútil es que con tenaz murmullo exageres el lance en que me enredo: yo soy altivo, y el que alienta orgullo lleva un broquel impenetrable al miedo. Fiando en el instinto que me empuja, desprecio los peligros que señalas. «El ave canta aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas». Erguido bajo el golpe en la porfía, me siento superior a la victoria. Tengo fe en mí; la adversidad podría, quitarme el triunfo, pero no la gloria. ¡Deja que me persigan los abyectos! ¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume! La flor en que se posan los insectos es rica de matiz y de perfume. El mal es el teatro en cuyo foro la virtud, esa trágica, descuella; es la sibila de palabra de oro, la sombra que hace resaltar la estrella. ¡Alumbrar es arder! ¡Estro encendido será el fuego voraz que me consuma! La perla brota del molusco herido y Venus nace de la amarga espuma. Los claros timbres de que estoy ufano han de salir de la calumnia ilesos. Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan... ¡Mi plumaje es de esos! ¡Fuerza es que sufra mi pasión! La palma crece en la orilla que el oleaje azota. El mérito es el náufrago del alma: vivo, se hunde; pero muerto, ¡flota! ¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle! ¡Consuela el corazón del que te ama! Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!; y al lirio de la margen: ¡embalsama! ¡Confórmate, mujer! Hemos venido a este valle de lágrimas que abate, tú, como la paloma, para el nido, y yo, como el león, para el combate. Diciembre de 1884 Salvador Díaz Mirón