Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ROMERO SÓLO...




    Ser en la vida romero,
    romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
    Ser en la vida romero,
    sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
    Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
    Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
    pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
    ligero, siempre ligero.

    Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
    ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
    para que nunca recemos
    como el sacristán los rezos,
    ni como el cómico viejo
    digamos los versos.
    La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
    decía el príncipe Hamlet, viendo
    cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
    un sepulturero.
    No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
    Para enterrar a los muertos
    como debemos
    cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
    Un día todos sabemos
    hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
    la hizo Sancho el escudero
    y el villano Pedro Crespo.

    Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
    Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
    ligero, siempre ligero.

    Sensibles a todo viento
    y bajo todos los cielos,
    poetas, nunca cantemos
    la vida de un mismo pueblo
    ni la flor de un solo huerto.
    Que sean todos los pueblos
    y todos los huertos nuestros.


    León Felipe
     
  2. clause

    clause Claudia

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    jzciud.jpg
    Nadie fue ayer,
    ni va hoy,
    ni irá mañana
    hacia Dios
    por este mismo camino
    que yo voy.
    Para cada hombre guarda
    un rayo nuevo de luz el sol...
    y un camino virgen
    Dios.


    León Felipe
     
  3. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    Siempre de rodillas, el Persa se había detenido. Escuchaba. Por un momento pareció dudar y miró a Raoul; después, sus ojos se clavaron arriba, en el segundo sótano, que les enviaba el débil resplandor de una linterna filtrándose entre dos tablas. Evidentemente aquel resplandor molestaba al Persa. Por fin, agachó la cabeza y se decidió. Se deslizó entre el portante y el decorado de El rey de Lahore. Raoul le siguió de cerca. La mano libre del Persa tanteaba la pared. Raoul la vio un instante apoyarse con fuerza, como lo había hecho en la pared del camerino de Christine... Y una piedra basculó... Ahora, había un agujero en la pared... Esta vez el Persa sacó la pistola del bolsillo e indicó a Raoul que hiciera lo mismo. Montó la pistola. Con decisión, y siempre de rodillas, se introdujo en el agujero que la piedra, al bascular, había dejado en la pared. Raoul, que habría querido pasar el primero, tuvo que concentrase con seguirlo El agujero era muy estrecho. El Persa se detuvo casi en seguida. Raoul le oía tantear la piedra a su alrededor. Después, volvió a sacar su linterna y se inclinó hacia adelante. Examinó algo debajo suyo e inmediatamente apagó la linterna. Raoul oyó que le decía en un suspiro. -Tendremos que dejamos caer algunos metros, sin hacer ruido; sáquese los botines. Por su parte, el Persa procedía ya a esta operación. Pasó sus zapatos a Raoul. -Déjelos junto a la pared -dijo-. Los recogeremos al salir.28El Persa avanzó un poco. Después, se volvió del todo, siempre de rodillas, y se encontró así frente a Raoul. Le dijo: -Voy a colgarme con las manos del extremo de la piedra y a dejarme caer en su casa. Después usted hará exactamente lo mismo. No tema: lo recibiré en mis brazos. El Persa hizo lo que había dicho, y Raoul oyó en seguida un ruido sordo que evidentemente había sido producido por la caída del Persa. El joven se estremeció, temiendo que aquel ruido revelase su presencia. Sin embargo, más que aquel ruido, era la ausencia de ruidos lo que a Raoul le llenaba de angustia. ¿Por qué, si según el Persa acababan de entrar en la mansión del Lago, no oían a Christine?... ¡Ni un solo grito!... ¡Ni una llamada!... ¡Ni un gemido!... ¡Grandes dioses! ¿Habrían llegado demasiado tarde?... Arañando con las rodillas la pared, agarrándose a la piedra con sus dedos nerviosos, Raoul se dejó caer a su vez. Inmediatamente sintió que le abrazaban. -¡Soy yo -dijo el Persa-, silencio! Y permanecieron inmóviles, escuchando... Nunca a su alrededor la noche había sido más opaca... Nunca el silencio tan pesado ni tan terrible... Raoul se hundía las uñas en los labios para no gritar: «¡Christine! ¡Soy yo!... ¡Contéstame si no estás muerta. Christine!». Por fin, volvió a empezar el juego de la linterna. El Persa dirigió los rayos de luz por encima de sus cabezas, hacia la pared, buscando el agujero por el que habían


    venido sin encontrarlo... -¡Oh! -exclamó-. ¡La piedra se ha vuelto a cerrar sobre sí misma! Y el haz de luz de la linterna bajó a lo largo del muro hasta llegar al suelo. El Persa se agachó y recogió una cosa, una especie de hilo que examinó unos segundos y que luego arrojó con horror. -¡El lazo del Pendjab!29-murmuró. -¿Qué es? -preguntó Raoul. -Podría ser la soga del ahorcado que tanto han buscado -respondió el Persa, estremeciéndose. De pronto, presa de una nueva ansiedad, paseó el pequeño disco rojo de su linterna por las paredes... Iluminó, extraño hecho, un tronco de árbol que parecía aún vivo con sus hojas y todo... Las ramas de aquel árbol subían a lo largo de la pared y se perdían en el techo. Debido a la pequeñez del disco luminoso, al principio resultaba difícil darse cuenta de las cosas... Había un montón de ramas, y luego una hoja..., y otra más..., y al lado no se veía nada de nada,... solamente el haz de luz que parecía reflejarse a sí mismo... Raoul deslizó la mano sobre aquello, sobre aquel reflejo... -¡Mire -dijo-..., la pared es un espejo! -¡Sí, un espejo! -dijo el Persa con profunda emoción. Y añadió, pasándose la mano que sujetaba la pistola por la frente sudorosa: -¡Hemos ido a caer en la cámara de los suplicios!



    28Jamás se encontraron esos dos pares de botines, que habían dejado, según los papeles del Persa, entre el portante y el decorado de El rey de Lahore, en el mismo lugar en que se había encontrado ahorcado a Joseph Buquet. Debieron llevárselos algún tramoyista o un cerrador de puertas


    29Pendjab o Punjab, región del noroeste de la península indostánica, dividida desde 1947 entre la India y Pakistán



    XXII INTERESANTES E INSTRUCTIVAS TRIBULACIONES DE UN PERSA EN LOS SÓTANOS DE LA ÓPERA



    Relato del Persa El propio Persa contó cómo había intentado en vano hasta esa noche penetrar en la mansión del Lago por el lago; cómo había descubierto la entrada del tercer sótano, y cómo, finalmente, el vizconde de Chagny y él se encontraron apresados por la imaginación infernal del fantasma, en la cámara de los suplicios. He aquí el relato que nos ha dejado (en condiciones que precisaremos más tarde) y al que no he cambiado ni una sola palabra. Lo transcribo tal como está, porque no creo que deba silenciar las aventuras personales del daroga alrededor de la mansión del Lago antes de volver en compañía de Raoul. Si, por algunos instantes este principio, por interesante que sea, parece alejarnos un poco de la cámara de los suplicios es sólo para mejor devolvernos a ella, después, tras habernos explicado cosas de máxima importancia y ciertas actitudes y modos de hacer del Persa que hasta ahora han podido parecer un poco extraordinarios.
     
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    clause Claudia

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    LA POESÍA ES SAGRADA...

    La poesía es sagrada. Nadie
    de otro la toma, sino en sí. Ni nadie
    como a esclava infeliz, que el llanto enjuga
    para acudir a su clemente dueña,
    la llama a voluntad: que vendrá entonces
    pálida y sin amor, como una esclava.

    Con desmayadas manos el cabello
    peinará a su señora: en alta torre,
    como pieza de gran repostería,
    le apretará las trenzas; o con viles
    rizados cubrirá la noble frente
    por donde el alma su honradez enseña;
    o lo atará mejor, mostrando el cuello,
    sin otro adorno, en un discreto nudo.

    Mas mientras la infeliz peina a la dama,
    su triste corazón, cual ave roja
    de alas heridas, estará temblando
    lejos ay! en el pecho de su amante,
    como en invierno un pájaro en su nido!
    Maldiga Dios a dueños y tiranos
    que hacen andar los cuerpos sin ventura
    por do no pueden ir los corazones!

    José marti
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Versos sencillos

    14xdj48.jpg

    Yo soy un hombre sincero
    De donde crece la palma.
    Y antes de morirme quiero
    Echar mis versos del alma.
    Yo vengo de todas partes,
    Y hacia todas partes voy:
    Arte soy entre las artes,
    En los montes, monte soy.
    Yo sé los nombres extraños
    De las yerbas y las flores,
    Y de mortales engaños,
    Y de sublimes dolores.
    Yo he visto en la noche oscura
    Llover sobre mi cabeza
    Los rayos de lumbre pura
    De la divina belleza.
    Alas nacer vi en los hombros
    De las mujeres hermosas:
    Y salir de los escombros
    Volando las mariposas.
    He visto vivir a un hombre
    Con el puñal al costado,
    Sin decir jamás el nombre
    De aquella que lo ha matado.
    Rápida, como un reflejo,
    Dos veces vi el alma, dos:
    Cuando murió el pobre viejo,
    Cuando ella me dijo adiós.
    Temblé una vez –en la reja,
    A la entrada de la viña.—
    Cuando la bárbara abeja
    Picó en la frente a mi niña.
    Gocé una vez, de tal suerte
    Que gocé cual nunca: --cuando
    La sentencia de mi muerte
    Leyó el alcalde llorando.

    Oigo un suspiro, a través
    De las tierras y la mar,
    Y no es un suspiro, --es
    Que mi hijo va a despertar.
    Si dicen que del joyero
    Tome la joya mejor
    Tomo a un amigo sincero
    Y pongo a un lado el amor.
    Yo he visto al águila herida
    Volar al azul sereno,
    Y morir en su guarida
    La víbora del veneno.
    Yo sé bien que cuando el mundo
    Cede, lívido, al descanso,
    Sobre el silencio profundo
    Murmura el arroyo manso.
    Yo he puesto la mano osada
    De horror y júbilo yerta,
    Sobre la estrella apagada
    Que cayó frente a mi puerta.
    Oculto en mi pecho bravo
    La pena que me lo hiere:
    El hijo de un pueblo esclavo
    Vive por él, calla, y muere.
    Todo es hermoso y constante,
    Todo es música y razón,
    Y todo, como el diamante,
    Antes que luz es carbón.
    Yo sé que el necio se entierra
    Con gran lujo y con gran llanto,--
    Y que no hay fruta en la tierra
    Como la del camposanto.
    Callo, y entiendo, y me quito
    La pompa del rimador:
    Cuelgo de un árbol marchito
    Mi muceta de doctor.
    V
    Si ves un monte de espumas,
    Es mi verso lo que ves:
    Mi verso es un monte, y es
    Un abanico de plumas.
    Mi verso es como un puñal
    Que por el puño echa flor:
    Mi verso es un surtidor
    Que da un agua de coral.
    Mi verso es de un verde claro
    Y de un carmín encendido:
    Mi verso es un ciervo herido
    Que busca en el monte amparo.
    Mi verso al valiente agrada:
    Mi verso, breve y sincero,
    Es del vigor del acero
    Con que se funde la espada.
    X
    El alma trémula y sola
    Padece al anochecer:
    Hay baile; vamos a ver
    La bailarina española.
    Han hecho bien en quitar
    El banderón de la acera;
    Porque si está la bandera,
    No sé, yo no puedo entrar.
    Ya llega la bailarina:
    Soberbia y pálida llega:
    ¿Cómo dicen que es gallega?
    Pues dicen mal: es divina.
    Lleva un sombrero torero
    Y una capa carmesí:
    ¡Lo mismo que un alelí!
    Que se pusiese un sombrero!
    Se ve, de paso, la ceja,
    Ceja de mora traidora:
    Y la mirada, de mora:
    Y como nieve la oreja.
    Preludian, bajan la luz,
    Y sale en bata y mantón,
    La virgen de la Asunción
    Bailando un baile andaluz.
    Alza, retando, la frente;
    Crúzase al hombre la manta:
    En arco el brazo levanta:
    Mueve despacio el pie ardiente.
    Repica con los tacones
    El tablado zalamera,
    Como si la tabla fuera
    Tablado de corazones.
    Y va el convite creciendo
    En las llamas de los ojos,
    Y el manto de flecos rojos
    Se va en el aire meciendo.
    Súbito, de un salto arranca:
    Húrtase, se quiebra, gira:
    Abre en dos la cachemira,
    Ofrece la bata blanca.
    El cuerpo cede y ondea;
    La boca abierta provoca;
    Es un rosa la boca:
    Lentamente taconea.
    Recoge, de un débil giro,
    El manto de flecos rojos:
    Se va, cerrando los ojos,
    Se va, como en un suspiro...
    Baila muy bien la española;
    Es blanco y rojo el mantón:
    ¡Vuelve, fosca a su rincón,
    El alma trémula y sola!

    XI
    Yo tengo un paje muy fiel
    Que me cuida y que me gruñe,
    Y al salir, me limpia y bruñe
    Mi corona de laurel.
    Yo tengo un paje ejemplar
    Que no come, que no duerme,
    Y que se acurruca a verme
    Trabajar, y sollozar.
    Salgo, y el vil se desliza
    Y en mi bolsillo aparece;
    Vuelvo, y el terco me ofrece
    Una taza de ceniza.
    Si duermo, al rayar el día
    Se sienta junto a mi cama:
    Si escribo, sangre derrama
    Mi paje en la escribanía.
    Mi paje, hombre de respeto,
    Al andar castañetea:
    Hiela mi paje, y chispea:
    Mi paje es un esqueleto.

    XVIII
    Es rubia: el cabello suelto
    Da más luz al ojo moro:
    Voy, desde entonces, envuelto
    En un torbellino de oro.
    La abeja estival que zumba
    Más ágil por la flor nueva,
    No dice, como antes, "tumba":
    "Eva" dice: todo es "Eva".
    Bajo, en lo oscuro, al temido
    Raudal de la catarata:
    ¡Y brilla el iris, tendido
    Sobre las hojas de plata!
    Miro, ceñudo, la agreste
    Pompa del monte irritado;
    ¡Y en el alma azul celeste
    Brota un jacinto rosado!
    Voy, por el bosque, a paseo
    A la laguna vecina:
    Y entre las ramas la veo,
    Y por el agua camina.
    La serpiente del jardín
    Silva, escupe, y se resbala
    Por su agujero: el clarín
    Me tiende, trinando, el ala.
    ¡Arpa soy, salterio soy
    Donde vibra el Universo:
    Vengo del sol, y al sol voy:
    Soy el amor: soy el verso!
    XII
    Estoy en el baile extraño
    De polaina y casaquín
    Que dan, del año hacia el fin,
    Los cazadores del año.
    Una duquesa violeta
    Va con un frac colorado:
    Marca un vizconde pintado
    El tiempo en la pandereta.
    Y pasan las chupas rojas;
    Pasan los tules de fuego,
    Como delante de un ciego
    Pasan volando las hojas.

    XLV
    Sueño con claustros de mármol
    Donde en silencio divino
    Los héroes, de pie, reposan:
    ¡De noche, a la luz del alma,
    Hablo con ellos: de noche!
    Están en fila: paseo
    Entre las filas: las manos
    De piedra les beso: abren
    Los ojos de piedra: mueven
    Los labios de piedra: tiemblan
    Las barbas de piedra: empuñan
    La espada de piedra: lloran:
    ¡Vibra la espada en la vaina!:
    Mudo, les beso la mano.
    Hablo con ellos, de noche!
    Están en fila: paseo
    Entre las filas: lloroso
    Me abrazo a un mármol: "Oh mármol,
    Dicen que beben tus hijos
    Su propia sangre en las copas
    Venenosas de sus dueños!
    Que hablan la lengua podrida
    De sus rufianes! que comen
    Juntos el pan del oprobio,
    En la mesa ensangrentada!!
    Que pierden en lengua inútil
    El último fuego!: ¡dicen,
    Oh mármol, mármol dormido,
    Que ya se ha muerto tu raza!"
    Échame en tierra de un bote
    El héroe que abrazo: me ase
    Del cuello: barre la tierra
    Con mi cabeza: levanta
    El brazo, ¡el brazo le luce
    Lo mismo que un sol!: resuena
    La piedra: buscan el cinto
    Las manos blancas: del soclo
    Saltan los hombres de mármol!
    XLVI
    Vierte, corazón, tu pena
    Donde no se llegue a ver,
    Por soberbia, y por no ser
    Motivo de pena ajena.
    Yo te quiero, verso amigo,
    Porque cuando siento el pecho
    Ya muy cargado y deshecho,
    Parto la carga contigo.
    Tú me sufres, tú aposentas
    En tu regazo amoroso,
    Todo mi ardor doloroso,
    Todas mis ansias y afrentas.

    Tú, porque yo pueda en calma
    Amar y hacer bien, consientes
    En enturbiar tus corrientes
    En cuanto me agobia el alma.
    Tú, porque yo cruce fiero
    La tierra, y sin odio, y puro,
    Te arrastras, pálido y duro,
    Mi amoroso compañero.
    Mi vida así se encamina
    Al cielo limpia y serena,
    Y tú me cargas mi pena
    Con tu paciencia divina.
    Y porque mi cruel costumbre
    De echarme en ti te desvía
    De tu dichosa armonía
    Y natural mansedumbre;
    Porque mis penas arrojo
    Sobre tu seno, y lo azotan,
    Y tu corriente alborotan,
    Y acá lívido, allá rojo,
    Blanco allá como la muerte,
    Ora arremetes y ruges,
    Ora con el peso crujes
    De un dolor más que tú fuerte.
    ¿Habré, como me aconseja
    Un corazón mal nacido,
    De dejar en el olvido
    A aquel que nunca deja?
    ¡Verso, nos hablan de un Dios
    A donde van los difuntos:
    Verso, o nos condenan juntos,
    O nos salvamos los dos!


    jose martí




     
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    clause Claudia

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    LOS CONSEJOS DEL TÍO DÁMASO A LUIS CRISTÓBAL

    Haz lo que tengas gana,
    Cristobalillo,
    lo que te dé la gana,
    que es lo sencillo.

    Llegaste a un mundo donde
    manda la chacha,
    mandan los mandamases
    y hay poca lacha.

    Caso nunca les hagas
    a los mayores.
    Los consejos de Dámaso
    son los mejores.

    Tira, mi niño, tira,
    si te da gana,
    los libros de papito
    por la ventana.

    Cuélgate de las lámparas y los manteles,
    rompe a mamita el vaso
    de los claveles.

    ¿Que hay pelotón de goma?
    Chuta e impacta.
    ¡Duro con la pintura
    llamada abstracta!

    Rompe tazas y platos.
    ¡Viva el jolgorio
    y las almas benditas
    del purgatorio!

    La mejor puntería
    te la aconsejo
    si es que se pone a tiro
    cualquier espejo.

    Aún hay más divertido:
    coge chinillas,
    y con un tiragomas,
    ¡a las bombillas!

    Pero ahora se me ocurre
    algo estupendo,
    donde papá se encierra
    vete corriendo.

    ¡Macho, cuántos papeles!
    Tú, con cerillas,
    vas y a papá le quemas
    esas cosillas...

    ¡Verás qué cara pone!
    ¡Qué gracia tiene!
    Anda, sin que te vea,
    mira que viene.

    Vamos a divertirnos
    tú y yo, mi cielo.
    Es un asco este mundo:
    conviene que lo

    pongamos boca abajo.
    ¡Es tan sencillo!
    Vamos a hacer un mundo
    nuevo, chiquillo!


    2lbkh1u.jpg
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    VIDA

    Entre mis manos cogí
    un puñadito de tierra.
    Soplaba el viento terrero.
    La tierra volvió a la tierra.

    Entre tus manos me tienes,
    tierra soy.
    El viento orea
    tus dedos, largos de siglos.

    Y el puñadito de arena
    -grano a grano, grano a grano-
    el gran viento se lo lleva.

    Dámaso Alonso
     
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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    Era la primera vez que entraba en la mansión del Lago -escribe el Persa-. En vano había rogado al maestro en trampillas así llamábamos en mi país, en Persia, a Erik- que me abriera las misteriosas puertas. Siempre se había negado. Yo, que me jactaba de conocer muchos de sus secretos y trucos, había intentado en vano forzar la consigna. Desde que volví a encontrar a Erik en la ópera, a la que parecía haber elegido como domicilio, le había espiado con frecuencia tanto en los corredores de los sótanos como en los superiores, así como en la misma orilla del Lago. Cuando se creía solo. subía en su barca y atracaba directamente la pared de enfrente_ Pero la curiosidad que le rodeaba era demasiado espesa para que pudiera ver en qué lugar exacto de la pared hacía funcionar el mecanismo de la puerta. La curiosidad y también una idea temible que se me había ocurrido al meditar sobre algunas frases que el monstruo me había dirigido, me impulsaron un día, en el que a mi vez me creía solo, a subir a la barca y a dirigirla hacia aquella parte de la pared por la que había visto desaparecer a Erik. Fue entonces cuando tuve que vérmelas con la Sirena que guarda el acceso a aquellos parajes y cuyo encanto estuvo a punto de serme fatal, en las condiciones precisas que paso a exponer. Aún no había abandonado la orilla cuando el silencio en el que navegaba se vio turbado por una especie de suspiro cantante que me envolvió. Era a la vez una respiración y una música; ascendía suavemente de las aguas del lago y me envolvía sin poder adivinar por qué artificio se conseguía. Me acompañaba, se desplazaba conmigo y era tan suave que no me daba miedo. Por el contrario, deseoso de acercarme a la fuente de aquella suave y cautivadora armonía, me inclinaba por encima de la barca hacia las aguas, ya que no tenía la menor duda de que la música provenía de ellas. Me encontraba ya en el centro del lago y no había nadie más que yo en la barca. La voz -ya que ahora era claramente una voz- estaba a mi lado, por encima de las aguas. Me incliné... Me incliné cada vez más... El lago estaba en perfecta calma y el rayo de luna que, traspasando el tragaluz de la calle Scribe, venía a iluminarlo, no reflejaba absolutamente nada en aquella superficie lisa y negra como la tinta. Me restregué las orejas con intención de librarme de un posible zumbido, pero tuve que rendirme ante la evidencia de que no hay zumbido tan armonioso como el suspiro cantante que me seguía y que ahora me atraía. Si yo hubiera tenido un espíritu supersticioso o me hubieran influido más las leyendas, no hubiera dejado de pensar que me enfrentaba a una sirena encargada de turbar al viajero que se atreviera a viajar por las aguas de la mansión del Lago, pero, a Dios gracias, soy de un país que gusta demasiado lo fantástico como para conocer su fondo, y yo mismo lo había estudiado bastante en otros tiempos. Con los trucos más simples, alguien que conozca su oficio puede desatar a la pobre imaginación humana. No dudé, pues, que tenía que vérmelas con una nueva invención de Erik, pero, una vez más, aquella invención era tan perfecta que, inclinándome por encima de la barca, me sentía menos impulsado por el deseo de descubrir el truco que por el de disfrutar de su encanto. Y me incliné... seguí inclinándome... hasta casi zozobrar. De pronto dos brazos monstruosos surgieron del seno de las aguas y me agarraron por el cuello, arrastrándome al abismo con una fuerza irresistible. Y, desde luego, habría estado perdido irremisiblemente de no ser porque tuve tiempo de lanzar un grito por el que Erik me reconoció. Porque era él, que en lugar de ahogarme como seguramente había sido su intención, nadó y me dejó suavemente en la orilla del lago. -Eres un imprudente -me dijo alzándose ante mí, chorreante de aquel agua infernal-. ¿Por qué intentas entrar en mi mansión? No te he invitado. ¡No quiero saber nada de ti ni de nadie en el mundo! ¿Acaso me salvaste la vida sólo para hacérmela inso-portable? Por grande que haya sido tu servicio, Erik terminará por olvidarlo y tú sabes que nada en el mundo puede contener a Erik, ni siquiera el mismo Erik. Él hablaba, pero ahora yo no tenía otro deseo que el de conocer lo que llamaba ya el truco de la sirena. En seguida se prestó a satisfacer mi curiosidad, ya que Erik, que es un verdadero monstruo -yo lo considero así, habiendo tenido ocasión de verlo en acción en Persia-, sigue siendo en algunas cosas un auténtico niño presuntuoso y vanidoso, y no hay nada que le guste más que, después de haber dejado asombrada a la gente, demostrar todo el ingenio, milagroso en verdad, de su espíritu. Se echó a reír y me enseñó un largo junco. -¡Es la cosa más simple del mundo! -me dijo-, es muy cómodo para respirar y cantar bajó el agua. Es un truco que aprendí de los piratas del Tonquín30, que de este modo pueden permanecer escondidos horas enteras en el fondo de los ríos31. Le hablé con severidad. -Es un truco que ha estado a punto de matarme -le dije-..., y puede que haya resultado fatal para otros. No me contestó, pero se levantó con ese aire de amenaza infantil que le conozco tan bien. No le permití que me intimidara. Le dije claramente: -Sabes lo que me prometiste, Erik. ¡No más crímenes! -¿Es que he cometido más crímenes? -preguntó, adoptando un tono amable. -¡Desgraciado! -exclamé-. ¿Has olvidado pues las horas rosas de Mazenderan? -Sí, preferiría haberlas olvidado -contestó él repentinamente triste-, pero reconoce que hice reír a la pequeña sultana. -Todo eso es cosa pasada -declaré-..., pero ahora es el presente y, si yo lo hubiera querido, éste no existiría para ti... Acuérdate de esto, Erik: ¡yo te salvé la vida! Aproveché el giro que había tomado la conversación para hablarle de una cosa que desde hacía tiempo acudía a menudo a mi mente. -Erik..., Erik, júrame... -¿Qué? Sabes perfectamente que no cumplo mis juramentos. Los juramentos están hechos para atrapar a los estúpidos -dijo. -Dime... puedes decírmelo a mí, ¿no? -¿Qué? -¿Qué? ¡La araña! ... ¡La araña, Erik!.. . -¿Qué pasa con la araña? -Sabes perfectamente lo que quiero decir. -¡Ah... la araña... Claro que puedo decírtelo... La araña no ha sido cosa mía... Aquella araña estaba demasiado gastada... -y rio sarcásticamente. Cuando reía, Erik era aún más espantoso. Saltó a la barca riéndose de una forma tan siniestra que no pude evitar estremecerme.

    30Región histórica del noreste de Indochina, desde 1954 forma parte de la República Popular de Vietnam. 31Un informe administrativo procedente del Tonquín y llegado a París a finales de julio de 1900, cuenta cómo el célebre jefe de la, banda, De Tham, vencido junto con sus piratas por nuestros soldados, pudo escapar, al igual que todos los suyos, gracias al truco de los juncos.



    31Un informe administrativo procedente del Tonquín y llegado a París a finales de julio de 1900, cuenta cómo el célebre jefe de la, banda, De Tham, vencido junto con sus piratas por nuestros soldados, pudo escapar, al igual que todos los suyos, gracias al truco de los juncos
     
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    FILOLOGÍA

    He amado las palabras con mi hambre más honda,
    sentí su piel de musgo muy cerca de mis labios,
    su ceniza y su luz coronando mis dientes,
    diluirse en mi lengua, caer hacia el profundo
    abismo de mi carne. Muy lenta, y torpemente,
    como a aves fugaces, perseguí las palabras.



    Miguel Florián
     
  10. clause

    clause Claudia

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    LOS DÍAS Y LOS PÁJAROS

    a Diego Granados

    Los días se parecen a los pájaros
    —vienen y luego van— y siempre dejan
    una herida de luz. Huele a musgo
    su vuelo, a países de escarcha,
    a savia de madroños escondidos...

    (Hay una fuente oculta que derrama
    blancos ríos de sed, y un campanario
    azul, mecido por el viento).

    De qué cielo, de qué elevada dicha,
    los pájaros descienden. De qué amor.
    Los días se parecen a los pájaros,
    igual tristeza dejan cuando pasan,
    la misma oscuridad, igual silencio.




    Miguel Florián
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera


    Gastón Leroux




    -¡Muy gastada, querido daroga!32Muy gastada la araña... se cayó sola... Hizo ¡boom! Y ahora, un consejo, daroga. Ve a secarte si no quieres coger un constipado... y no vuelvas a subir nunca a mi barca... Y, sobre todo, no intentes entrar en mi casa... No siempre estoy allí... daroga. ¡Y lamentaría tener que dedicarte mi misa de difuntos! Se reía, siempre de pie en la parte trasera de la barca, y se movía con un balanceo de mono. Tenía todo el aspecto de la roca fatal con, por si fuera poco, sus ojos de oro. Luego no vi más que sus ojos y, finalmente, desapareció en la noche del lago. A partir de este día renuncié a entrar en su mansión por el lago. Evidentemente aquella entrada estaba demasiado bien vigilada, sobre todo desde que él sabía que yo la conocía. Pero pensaba que debía haber otra, ya que más de una vez, mientras le vigilaba, había visto desaparecer a Erik en el tercer sótano, sin poder saber cómo. No es preciso que repita que, desde que había vuelto a encontrar a Erik instalado en la Opera, vivía bajo el perpetuo terror de sus horribles fantasías, no en lo que pudiera, afectarme, pero temía todo para los demás.33Cuando ocurría algún accidente, algún hecho fatal, no podía evitar decirme: «Quizá sea Erik»..., igual que otros decían a mi alrededor: «Es el fantasma»... ¡Cuántas veces habré oído pronunciar esa frase por gentes que sonreían! ¡Desgraciados! De saber que aquel fantasma era de carne y hueso y más terrible aún que la sombra vana que evocaban, habrían seguramente dejado de burlarse... si hubieran sabido simplemente de lo que Erik es capaz, sobre todo en un campo de maniobras como la Ópera... ¡Y si hubieran conocido a fondo mi terrible presentimiento!... En cuanto a mí, no vivía... A pesar de que Erik me hubiera anunciado con solemnidad que había cambiado y que se había convertido en el más virtuoso de los hombres, desde que era amado por lo que era, frase que, de momento, me dejó horriblemente perplejo, no podía dejar de estremecerme al pensar en el monstruo. Su horrible, única y repulsiva fealdad le alejaba de la humanidad y era evidente para mí que él no creía tener a su vez ningún deber para con la raza humana. La forma en la que me había hablado de sus amores no había hecho más que aumentar mi temor, ya que preveía en aquel nuevo acontecimiento, al que había hecho alusión con el tono de jactancia que ya le conocía, la causa de nuevos dramas más horribles que los anteriores. Conocía hasta qué extremo de sublime y desastrosa angustia podía llegar el dolor de Erik, y las palabras que me había dicho -vagamente anunciadoras de la catástrofe más espantosa- no cesaban de acudir a mi temible pensamiento. Por otra parte, había descubierto el extraño comercio moral que se había establecido entre el monstruo y Christine Daaé. Oculto en el trastero al lado del camerino de la joven diva, había asistido a sesiones admirables de música que sumían evidentemente a Christine en un éxtasis maravilloso, pero, de todas formas, nunca habría podido imaginar que la voz de Erik, fuerte como el trueno o suave como la de los ángeles, pudiera hacer olvidar su fealdad. Comprendí todo cuando descubrí que Christine aún no lo había visto. Tuve ocasión de penetrar en el camerino y, recordando las lecciones que él me habían dado en otro tiempo, no me costó nada 32Daroga, en Persia, comandante general de la policía del gobierno encontrar el resorte que hacía girar la pared que aguantaba el espejo, y vi mediante qué trucaje de ladrillos ahuecados y ladrillos portavoces se dejaba oír a Christine como si hubiera estado a su lado. También descubrí por el camino que conduce a la fuente y la prisión -a la prisión de los comuneros-, y también la trampilla que permitía a Erik introducirse directamente en los sótanos del escenario. Pocos días más tarde, cuál no sería mi sorpresa al enterarme con mis propios ojos y mis propios oídos, que Erik y Christine Daaé se veían, y al sorprender al monstruo, inclinado sobre la fuentecilla que llora, en el camino de los comuneros (final de todo, bajo tierra), ocupado en refrescar la frente de Christine Daaé desvanecida. Un caballo, blanco, el caballo blanco de El Profeta, que había desaparecido de las cuadras de los sótanos de la Opera, estaba tranquilamente a su lado. Me personé. Fue terrible. Vi salir chispas de los ojos de oro, fui golpeado en plena frente antes de que pudiera decir una sola palabra y quedé aturdido. Cuando recuperé el conocimiento, Erik, Christine y el caballo blanco habían desaparecido. No dudé de que la desgraciada joven se encontraba prisionera en la mansión del Lago. Sin detenerme a pensar, decidí volver a la orilla, pese al riesgo de semejante empresa. Durante veinticuatro horas espié, escondido cerca de la orilla oscura, la aparición del monstruo, ya que estaba con-vencido de que tendría que salir en busca de provisiones. Con respecto a esto, debo decir que, cuando salía por París o que se atrevía a mostrarse en público, se ponía, en lugar del horrible agujero de su nariz, una nariz de cartón piedra provista de un bigote, que no le quitaba del todo su aire macabro, ya que cuando pasaba decían a sus espaldas: «¡Mira, ahí va ese trompe-la-mort!»34, pero que le hacía más o menos -digo más o menos- soportable a la vista. Estaba pues aguardándolo en la orilla del lago -del lago Averno como él lo había llamado varias veces delante mío, riendo sarcásticamente- y, cansado de mi larga espera, me decía: «Ha pasado por la otra puerta, por la del "tercer sótano"», cuando oí un pequeño chapoteo en la oscuridad, vi brillar como fanales a los ojos de oro y poco después llegaba la barca. Erik saltaba a la orilla y venía hacia mí. -Hace ya veinticuatro horas que estás ahí -dijo-; me estás cansando. ¡Te advierto que todo esto acabará muy mal! Y tú lo habrás querido, ya que mi paciencia contigo es enorme... Crees seguirme, grandísimo necio -(textual)- y soy yo el que te sigo y sé todo lo que sabes de mí. Te perdoné ayer en mi camino de los comuneros, pero te digo, ahora en serio, que no quiero volver a verte. Todo esto es muy imprudente y me pregunto aun si sabes lo que espera si insistes en hablar. Estaba tan encolerizado que me guardé bien de interrumpirlo. Tras resoplar como una foca, me expuso lo que pensaba que correspondía a lo que yo me temía. -¡Sí, debes saber ya -de una vez por todas- qué te significaría hablar! Te digo que, por culpa de tus imprudencias -puesto que te has hecho detener dos veces ya por la sombra del sombrero de fieltro, quien no sabía qué hacías en los sótanos y te condujo ante los directores, quienes te tomaron por un persa fantasioso aficionado a los trucos mágicos y a las candilejas del teatro (yo estaba allí..., sí, estaba en el despacho; sabes bien que estoy en todas partes)-, te digo que por culpa de tus imprudencias acabarán por preguntarse qué es lo que buscas aquí... y querrán, como tú, buscar a Erik... y descubrirán la mansión del Lago... ¡En ese caso, peor para ti, amigo mío!... ¡Peor para ti! ¡No respondo de nada -y volvió a resoplar como una foca-. ¡De nada!... Si los secretos de Erik no siguen siendo secretos de Erik; ¡peor para muchos seres humanos!


    . 33Aquí, el Persa podía haber admitido que la suerte de Erik le interesaba también personalmente, ya que no ignoraba que, si el gobierno de Teherán supiera que Erik aún estaba vivo, esto habría significado el fin de la modesta pensión del antiguo daroga. Es preciso añadir que el Persa tenía un corazón noble y generoso, y no dudamos de que las catástrofes que temía para los demás ocupaban plenamente su espíritu. Por lo demás, su conducta en todo esté asunto lo demuestra de sobras y por encima de cualquier elogio.

    34Literalmente, el «engaña-la-muerte», apelativo familiar de «una persona que sale bien de todas las enfermedades», según el Larousse
     
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    ALEJANDRO DOLINA
    El libro del fantasma


    ¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.
    James Joyce



    El fantasma I
    En aquel verano, yo acostumbraba a pasar las tardecitas en la plaza de Devoto. Había descubierto que el lugar era triste, y me parecía conveniente para un hombre como yo. Me había dejado la Mujer Amada y mi dolor incomodaba a mis amigos y familia- res. Un primero de marzo se me presentó el fantasma.
    -Buenas tardes. No hace falta que me diga que usted detesta ha- blar con desconocidos. Seré brevísimo: soy una aparición y lo necesito.
    El hombre parecía bastante concreto y hasta tenía un aire fami- liar, como si nos conociéramos del tren. Le ahorré cualquier ma- nifestación de asombro o controversia.
    -Hable.
    —Como usted sabrá, un alma en pena es la consecuencia de un des- perfecto jurídico de ultratumba. Algunas personas no llegan a mere- cer enteramente el cielo, el infierno y ni siquiera el purgatorio. Se establece entonces un régimen especial que mantiene al involucrado en situación de espectro por plazos que suelen prolongarse hasta el cumplimiento de unos sucesos determinados. Pues bien, yo era escri- tor. Un escritor bastante exitoso. Un editor ingenuo confió en mí y me pagó una fortuna por un libro que todavía no había escrito. Yo me gasté el dinero y me morí antes de completar ni siquiera una pá- gina. Ahora estoy condenado a penar hasta que fuerzas superiores vean terminado el libro que prometí.
    —¿ Y por qué no lo escribe?
    —No se me ocurre nada. Los seres eternos no pueden escribir. Pero usted puede ayudarme. Escriba para mí.
    —Yo tampoco puedo escribir. Amaba a una mujer: yo la miraba y se me ocurrían ideas. Ella ya no está.
    El fantasma señaló una flor que llevaba en el ojal.
    -Yo tengo lo que usted necesita. Esta flor enamora a la mujer de nuestra vida. Escríbame el libro y se la daré. Doscientas páginas de cualquier cosa.
    -Acepto.
    —Vaya trayéndome lo que pueda: cuentos, ensayos, poesías, notas... Yo lo esperaré aquí el primero de cada mes.
    Saludó apenas y se fue. Era un fantasma alto.


    El extraño idioma de Kampung Sebula
    A finales de la década de 1950, el profesor George Ferguson daba clases particulares de inglés en su modesto departamento de la calle Fray Cayetano. Tenía una reputación de excéntrico que descansaba menos en una conducta atípica que en su elevada es- tatura.
    Los vecinos aseguraban que el hombre era capaz de conversar en veinticinco idiomas, y el mismo Ferguson se encargaba de fo- mentar esa idea mediante el uso de saludos y frases de cortesía, mayormente en italiano. Pero al margen del fácil asombro de las viejas del barrio, sus discípulos estaban convencidos de que era un genio.
    El presente trabajo se basa en noticias que aportaron dos de sus alumnos, los hermanos Daniel y Humberto Giangrante. Estos jó- venes, cuya aguda inteligencia no tardaremos en ovacionar, nota- ron que el profesor los despedía siempre con unas palabras que no parecían pertenecer al idioma inglés: reser fatino propisee. Un día se atrevieron a preguntar el significado de la frase. Ferguson reve- ló que aquello no era otra cosa que un saludo bastante usual en idioma sebulés, una lengua que se hablaba en Kampung Sebula, una región al norte de la isla de Natuna Besar, en el mar de la Chi- na. La traducción literal era algo parecido a sea el destino propicio a nuestro reencuentro.
    Mitad por curiosidad y mitad por eludir los rigores del estu- dio, los hermanos Giangrante tomaron por costumbre interrogar a Ferguson acerca de la extraña lengua de Kampung Sebula. El
    profesor no se negaba jamás y se entusiasmaba contando su ju- ventud en aquellas regiones e ilustrando los episodios con expli- caciones filológicas que se prolongaban muchas veces hasta el final de la clase.
    Al cabo de algunos años, Daniel y Humberto Giangrante do- minaban mejor el sebulés que el idioma que habían pensado es- tudiar. Llegaron a tomar someros apuntes que sirven hoy como soporte de esta monografía.
    Al parecer, la lengua en cuestión registra influencias del neer-
    landés, el indonesio bahasa, el chino, el javanés, el castellano y el inglés. Ferguson sostenía que era el idioma más complejo del mundo. La principal dificultad estaba en el pensamiento mismo de los lugareños, casi incapaces de concebir ideas abstractas. Sus mentes se resistían a desligar. Cada objeto era pensado sin sepa- rarlo de sus circunstancias.
    En aquella región, palabras distintas designan a un mismo ob- jeto en sus diferentes relaciones. La cama ocupada se menta con un vocablo (letork); la cama vacía, con otro (kabrera) y no com- parten ambas palabras una raíz visible: el idioma sebulés no regis- tra una vinculación lógica entre el concepto de cama y las situaciones adjetivas. Sin embargo, la concurrencia de dos o más partes de la oración en una misma palabra es bastante frecuente en las lenguas más toscas.
    Otra dificultad: una misma cosa es aludida con sonidos que son diferentes según quien hable. Escuela es laborek para un niño, tus para un adulto, lemb -que es también recuerdo- para un vie- jo.
    Conjugaciones, declinaciones y casos varían según la edad, el sexo, la posición social y el color del pelo del hablante. Nada cues- ta pensar que el tiempo, el progreso y las tinturas implican cierta- mente un cambio de lenguaje. Además, cabe imaginar que es indispensable conocer todos los idiomas para poder relacionarse adecuadamente en Kampung Sebula.
    El más sencillo de los sublenguajes era el de las mujeres solte- ras, de vocablos escasísimos, según explicaba Ferguson, porque los lugareños consideraban la ignorancia como una casta virtud.
    A principios de siglo, la lengua de los pelirrojos estaba casi ex- tinguida, o mejor dicho, casi no había pelirrojos en la isla.
    Sólo los maestros podían hablar idiomas ajenos a su condición. Fuera de estos casos la usurpación lingüística era castigada severa- mente. El profesor Ferguson reveló confidencialmente a los her- manos Giangrante que en ciertos cafetines de mala muerte existían hombres que hablaban el idioma de las mujeres. El nom- bre que se daba a estos sujetos variaba conforme al régimen ya ex- puesto.
    Los pronombres personales usados para las conjugaciones sig- nificaban lo siguiente: yo, tú, él, ella, nosotros, nosotras, vosotros, vo- sotras, pocos, casi nadie, ellos, ellas, la mitad de mí mismo, el señor gobernador.
    Curiosa es la función de la palabra ué, que sirve para indicar
    que la siguiente frase consigna una falsedad. De la misma mane- ra ueué convierte en falso todo lo que se dice a continuación, sin otro límite que la aparición de la palabra nonset, que anuncia la fi- nalización de la mentira. Los hermanos Giangrante preguntaron qué sucedía cuando el vocablo ué se presentaba en medio de una frase ya declarada falsa por un ué anterior. Ferguson se tomó un día para responder. Después declaró que el segundo ué debía ser tomado como una promesa de veracidad, y el tercero como un re- torno a la mentira, de suerte que un número impar de adverten- cias era garantía de falsedad y un número par lo era de exactitud.
    Con el tiempo los dialectos de Kampung Sebula se fueron multiplicando, en virtud de la movilidad social y de la inevitable superposición de jerarquías: un soltero puede ser también viejo y morocho. Algunos espíritus nacionalistas intentaron imponer una lengua general, con el resultado de que se convirtiera ésta en una jerga más. Debe aclararse que la escritura sebulesa, como la china,
    posibilitaba por su carácter pictográfico el entendimiento entre personas de diferentes categorías: casa era masong para, el anciano, kosmo para el niño, ué para el vagabundo, pero siempre se escri- bía dibujando una casa. Ferguson sostenía que la ausencia de al- gunos vocablos en la lengua sebulesa obedecía a la dificultad existente para dibujarlos. Los hermanos Giangrante dudaron de esta afirmación.
    Los gestos no sólo enfatizaban, sino que completaban el senti- do de la lengua hablada. La mano derecha apoyada en el hombro izquierdo indicaba el pretérito. La mano en la frente, el subjunti- vo. La mano extendida hacia adelante, el futuro. La palabra sebu- lesa norm significa al mismo tiempo manco y mudo.
    El lenguaje poético estaba completamente separado del idioma cotidiano. Las palabras estaban destinadas a facilitar la rima: to- das terminaban en ero o ajo. Por lo demás, las metáforas ya venían hechas. Ojo y lucero eran la misma palabra, como también lo eran piel y pétalo, estrella y diamante, frío y desdén, perla y dien- te, desgracia y orín de perros. Existía para cada frase un segundo
    sentido, perfectamente explícito, al que recurrían los poetas, o mejor dicho, los empleados que se encargaban de la poesía.
    El profesor George Ferguson murió en 1963. Los hermanos Daniel y Humberto Giangrante prometieron al despedir sus res- tos seguir aprendiendo el sebulés y visitar la isla de Natuna Besar, en cuya región septentrional se hallaba la ciudad de Kampung Se- bula. En lo primero no pudieron perseverar demasiado. Entre los
    libros y papeles de Ferguson no hallaron ni siquiera uno que se re- lacionara con el lenguaje múltiple, a no ser una serie de aparentes pictografías que al fin vinieron a revelarse como obra de un sobri- no del profesor. A pesar de esta frustración, los hermanos Gian- grante consideraron que sus conocimientos y vocabulario les permitirían hacer pie en Kampung Sebula y empezaron a ahorrar para el viaje.
    En enero de 1970, después de un viaje agotador, llegaron a la región. Al ver a un policía, se dirigieron a él en la lengua de los servidores públicos: -¿Dove hotel loca?
    El vigilante no entendió absolutamente nada. Intentaron con otras personas utilizando todas las variantes que conocían. Pero no obtuvieron ni siquiera una respuesta. Encendieron la radio y lamentaron no haber prestado atención al curso de inglés de Fer- guson, pues todas las canciones estaban en ese idioma. Buscaron algunos lugares que el profesor había evocado en las tardes de la calle Fray Cayetano: el salón IF, donde atendían prostitutas filo- sóficas; la calle He-ling, en la que era obligatorio besarse; el bar Gambrinus, donde los mozos se suicidaban si el cliente no estaba satisfecho.
    Al ver que nadie comprendía el sebulés, los hermanos Gian- grante dieron en pensar que tal vez la lengua se había ramificado hasta existir tantos idiomas como personas. Sin embargo, un ma- rinero argentino les aseguró que allí se hablaba el indonesio o el inglés y que las palabras eran más o menos las mismas para todo el mundo.
    Los Giangrante sintieron crecer en su interior una ominosa sospecha: ¿acaso el profesor Ferguson se había burlado de ellos? ¿Habían perdido su juventud estudiando un idioma inexistente, inventado por un borracho?(1).
    Las noticias sobre los hermanos llegan apenas hasta aquí. Algu- nos dicen que fueron detenidos vaya a saber por qué delito y que están sepultados en un manicomio de Kampung Sebula tratando de congraciarse con los enfermeros hablándoles en el idioma de los trabajadores de la salud, que es el mismo de los locos.
    1 El profesor Ferguson en verdad no bebía.
     
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    Luis Cernuda


    Si el hombre pudiera decir lo que ama




    Si el hombre pudiera decir lo que ama,
    si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
    como una nube en la luz;
    si como muros que se derrumban,
    para saludar la verdad erguida en medio,
    pudiera derrumbar su cuerpo,
    dejando sólo la verdad de su amor,
    la verdad de sí mismo,
    que no se llama gloria, fortuna o ambición,
    sino amor o deseo,
    yo sería aquel que imaginaba;
    aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
    proclama ante los hombres la verdad ignorada,
    la verdad de su amor verdadero.

    Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
    cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
    alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
    por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
    y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
    como leños perdidos que el mar anega o levanta
    libremente, con la libertad del amor,
    la única libertad que me exalta,
    la única libertad por que muero.

    Tú justificas mi existencia:
    si no te conozco, no he vivido;
    si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
     
  14. clause

    clause Claudia

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    «Serán ceniza...». José Ángel Valente
    Cruzo un desierto y su secreta
    desolación sin nombre.
    El corazón
    tiene la sequedad de la piedra
    y los estallidos nocturnos
    de su materia o de su nada.

    Hay una luz remota, sin embargo,
    y sé que no estoy solo;
    aunque después de tanto y tanto no haya
    ni un solo pensamiento
    capaz contra la muerte,
    no estoy solo.

    Toco esta mano al fin que comparte mi vida
    y en ella me confirmo
    y tiento cuanto amo,
    lo levanto hacia el cielo
    y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

    Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
    cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.

    José Ángel Valente
    de A modo de esperanza. (Rialp, 1954).

     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux


    -¡Muy gastada, querido daroga!32Muy gastada la araña... se cayó sola... Hizo ¡boom! Y ahora, un consejo, daroga. Ve a secarte si no quieres coger un constipado... y no vuelvas a subir nunca a mi barca... Y, sobre todo, no intentes entrar en mi casa... No siempre estoy allí... daroga. ¡Y lamentaría tener que dedicarte mi misa de difuntos! Se reía, siempre de pie en la parte trasera de la barca, y se movía con un balanceo de mono. Tenía todo el aspecto de la roca fatal con, por si fuera poco, sus ojos de oro. Luego no vi más que sus ojos y, finalmente, desapareció en la noche del lago. A partir de este día renuncié a entrar en su mansión por el lago. Evidentemente aquella entrada estaba demasiado bien vigilada, sobre todo desde que él sabía que yo la conocía. Pero pensaba que debía haber otra, ya que más de una vez, mientras le vigilaba, había visto desaparecer a Erik en el tercer sótano, sin poder saber cómo. No es preciso que repita que, desde que había vuelto a encontrar a Erik instalado en la Opera, vivía bajo el perpetuo terror de sus horribles fantasías, no en lo que pudiera, afectarme, pero temía todo para los demás.33Cuando ocurría algún accidente, algún hecho fatal, no podía evitar decirme: «Quizá sea Erik»..., igual que otros decían a mi alrededor: «Es el fantasma»... ¡Cuántas veces habré oído pronunciar esa frase por gentes que sonreían! ¡Desgraciados! De saber que aquel fantasma era de carne y hueso y más terrible aún que la sombra vana que evocaban, habrían seguramente dejado de burlarse... si hubieran sabido simplemente de lo que Erik es capaz, sobre todo en un campo de maniobras como la Ópera... ¡Y si hubieran conocido a fondo mi terrible presentimiento!... En cuanto a mí, no vivía... A pesar de que Erik me hubiera anunciado con solemnidad que había cambiado y que se había convertido en el más virtuoso de los hombres, desde que era amado por lo que era, frase que, de momento, me dejó horriblemente perplejo, no podía dejar de estremecerme al pensar en el monstruo. Su horrible, única y repulsiva fealdad le alejaba de la humanidad y era evidente para mí que él no creía tener a su vez ningún deber para con la raza humana. La forma en la que me había hablado de sus amores no había hecho más que aumentar mi temor, ya que preveía en aquel nuevo acontecimiento, al que había hecho alusión con el tono de jactancia que ya le conocía, la causa de nuevos dramas más horribles que los anteriores. Conocía hasta qué extremo de sublime y desastrosa angustia podía llegar el dolor de Erik, y las palabras que me había dicho -vagamente anunciadoras de la catástrofe más espantosa- no cesaban de acudir a mi temible pensamiento. Por otra parte, había descubierto el extraño comercio moral que se había establecido entre el monstruo y Christine Daaé. Oculto en el trastero al lado del camerino de la joven diva, había asistido a sesiones admirables de música que sumían evidentemente a Christine en un éxtasis maravilloso, pero, de todas formas, nunca habría podido imaginar que la voz de Erik, fuerte como el trueno o suave como la de los ángeles, pudiera hacer olvidar su fealdad. Comprendí todo cuando descubrí que Christine aún no lo había visto. Tuve ocasión de penetrar en el camerino y, recordando las lecciones que él me habían dado en otro tiempo, no me costó nada 32Daroga, en Persia, comandante general de la policía del gobierno.
    encontrar el resorte que hacía girar la pared que aguantaba el espejo, y vi mediante qué trucaje de ladrillos ahuecados y ladrillos portavoces se dejaba oír a Christine como si hubiera estado a su lado. También descubrí por el camino que conduce a la fuente y la prisión -a la prisión de los comuneros-, y también la trampilla que permitía a Erik introducirse directamente en los sótanos del escenario. Pocos días más tarde, cuál no sería mi sorpresa al enterarme con mis propios ojos y mis propios oídos, que Erik y Christine Daaé se veían, y al sorprender al monstruo, inclinado sobre la fuentecilla que llora, en el camino de los comuneros (final de todo, bajo tierra), ocupado en refrescar la frente de Christine Daaé desvanecida. Un caballo, blanco, el caballo blanco de El Profeta, que había desaparecido de las cuadras de los sótanos de la Opera, estaba tranquilamente a su lado. Me personé. Fue terrible. Vi salir chispas de los ojos de oro, fui golpeado en plena frente antes de que pudiera decir una sola palabra y quedé aturdido. Cuando recuperé el conocimiento, Erik, Christine y el caballo blanco habían desaparecido. No dudé de que la desgraciada joven se encontraba prisionera en la mansión del Lago. Sin detenerme a pensar, decidí volver a la orilla, pese al riesgo de semejante empresa. Durante veinticuatro horas espié, escondido cerca de la orilla oscura, la aparición del monstruo, ya que estaba con-vencido de que tendría que salir en busca de provisiones. Con respecto a esto, debo decir que, cuando salía por París o que se atrevía a mostrarse en público, se ponía, en lugar del horrible agujero de su nariz, una nariz de cartón piedra provista de un bigote, que no le quitaba del todo su aire macabro, ya que cuando pasaba decían a sus espaldas: «¡Mira, ahí va ese trompe-la-mort!»34, pero que le hacía más o menos -digo más o menos- soportable a la vista. Estaba pues aguardándolo en la orilla del lago -del lago Averno como él lo había llamado varias veces delante mío, riendo sarcásticamente- y, cansado de mi larga espera, me decía: «Ha pasado por la otra puerta, por la del "tercer sótano"», cuando oí un pequeño chapoteo en la oscuridad, vi brillar como fanales a los ojos de oro y poco después llegaba la barca. Erik saltaba a la orilla y venía hacia mí. -Hace ya veinticuatro horas que estás ahí -dijo-; me estás cansando. ¡Te advierto que todo esto acabará muy mal! Y tú lo habrás querido, ya que mi paciencia contigo es enorme... Crees seguirme, grandísimo necio -(textual)- y soy yo el que te sigo y sé todo lo que sabes de mí. Te perdoné ayer en mi camino de los comuneros, pero te digo, ahora en serio, que no quiero volver a verte. Todo esto es muy imprudente y me pregunto aun si sabes lo que espera si insistes en hablar. Estaba tan encolerizado que me guardé bien de interrumpirlo. Tras resoplar como una foca, me expuso lo que pensaba que correspondía a lo que yo me temía. -¡Sí, debes saber ya -de una vez por todas- qué te significaría hablar! Te digo que, por culpa de tus imprudencias -puesto que te has hecho detener dos veces ya por la sombra del sombrero de fieltro, quien no sabía qué hacías en los sótanos y te condujo ante los directores, quienes te tomaron por un persa fantasioso aficionado a los trucos mágicos y a las candilejas del teatro (yo estaba allí..., sí, estaba en el despacho; sabes bien que estoy en todas partes)-, te digo que por culpa de tus imprudencias acabarán por preguntarse qué es lo que buscas aquí... y querrán, como tú, buscar a Erik... y descubrirán la mansión del Lago... ¡En ese caso, peor para ti, amigo mío!... ¡Peor para ti! ¡No respondo de nada -y volvió a resoplar como una foca-. ¡De nada!... Si los secretos de Erik no siguen siendo secretos de Erik; ¡peor para muchos seres humanos!


    33Aquí, el Persa podía haber admitido que la suerte de Erik le interesaba también personalmente, ya que no ignoraba que, si el gobierno de Teherán supiera que Erik aún estaba vivo, esto habría significado el fin de la modesta pensión del antiguo daroga. Es preciso añadir que el Persa tenía un corazón noble y generoso, y no dudamos de que las catástrofes que temía para los demás ocupaban plenamente su espíritu. Por lo demás, su conducta en todo esté asunto lo demuestra de sobras y por encima de cualquier elogio.


    34Literalmente, el «engaña-la-muerte», apelativo familiar de «una persona que sale bien de todas las enfermedades», según el Larousse