Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    TÚ Y YO

    "Por ti fue mi dulce suspiro primero
    Por ti mi secreto, constante anhelar". C. Gómez de Avellaneda.

    El alma del que sufre es noche triste:
    Toldada está por el pesar sombrío,
    Y las amargas lágrimas que vierte
    Son, Lucila, sus gotas de rocío

    Halla quien nace bajo estrella amiga,
    Florida primavera en su existencia,
    Y hasta el cielo, propicio, le sonríe
    Del éter tras la clara transparencia.

    Tú de mi amante corazón conoces
    El secreto, Lucila, doloroso:
    Aunque sólo de lejos, has oído
    Su gemido profundo y angustioso.

    Tú no sufriste ni lloraste nunca:
    Tu vida, solo ha sido una alborada
    Teñida, cual las plumas de un flamenco,
    Por una luz dulcísima y rosada.

    El fuego del amor que por ti siento,
    Voraz, inextinguible, ya ha tornado
    En cenizas las flores de mi alma.
    ¡La lava del volcán invadió el prado!

    Tus amores de niña sólo fueron
    Blandos gorjeos de canoras aves,
    Brisas del sentimiento, juguetonas,
    de las flores del alma, aromas suaves.

    Tú, en el romance de la vida mía,
    De mi existencia en la novela triste,
    Hasta hoy llenaste el doloroso cuadro,
    Hasta hoy, Lucila, la heroína fuiste.

    Yo pasé por el cielo de tu vida
    Como una nube que arrebata el viento,
    Sin dejar un recuerdo en tu memoria,
    Sin despertar en tu alma un sentimiento.

    Tú eres el agua que me roza el labio,
    La fruta que el sentido me enajena,
    Y un Tántalo yo soy que en vano agito
    Los anillos de mi áspera cadena.

    Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos,
    Estrellas de brillantes resplandores,
    Más bien que tu amador, un jardinero
    De quien recibes con desdén las flores.

    Tú eres la inconmovible y desdeñosa,
    Aunque gentil y bella castellana;
    Yo, el trovador que canta al pie del muro
    Sin que se abra a su acento tu ventana.

    Tú eres el astro que en el cielo gira
    Derramando su lumbre refulgente:
    Yo, el satélite humilde, condenado
    A seguir ese giro eternamente.

    Tu eres la llama que la brisa leve
    Hace ondular, apenas, cariñosa;
    Yo, la víctima triste de ese fuego,
    la pobre, enamorada mariposa.

    Tú, las aguas tranquilas de tu vida
    Surcarás dando el lino al blando viento,
    Como el céfiro corre entre las flores,
    Como cruza la luna el firmamento.

    Yo, el desierto, Lucila, de la mía
    Recorreré infelice peregrino,
    Mojando con el llanto de mis ojos
    Las espinas y piedras del camino.

    Yo, en ese largo, fatigoso viaje,
    En mi alma llevaré tu imagen bella.
    Tú... ¡ni tan solo pedirás al cielo
    Un rayo de luz para mi huella!

    Estanislao del Campo

     
  2. clause

    clause Claudia

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    CANTARES

    Cuando yo tomo la pluma
    Y saco a luz mi cuaderno,
    Hagan de cuenta que agarro
    Mi guitarra por el cuello

    Para ver si soy poeta
    Fíjate, niña, tan solo
    En que lloro cuando canto
    Y que canto cuando lloro.

    Yo mojo en llanto mi pluma;
    ¡Sarcasmo de hado funesto
    Que siendo mi alma tan blanca
    Me ha de servir de tintero!

    En tu casa me aborrecen
    Sin más que porque te quiero:
    Es decir que si te odiara
    Me querrían con extremo.

    Dicen que soy horroroso:
    Por la lisonja, mil gracias:
    Mirá tú mi corazón
    Y prescinde de mi cara

    La cicatrices del rostro
    Poco me importan, o nada;
    las que me importan, y mucho,
    Son las que tengo en el alma.

    Se me figuran que son
    Tus lindos ojos, morena,
    Dos legunas de azabache
    En que la luna rïela.

    ¿Qué tienen, niña, tus labios,
    Que cada vez que los miro
    Siento, con sorpresa grande,
    Que se me estiran los míos?

    Mira: ---si fuera pastor
    Y si tú, pastora fueras.
    Me parece que andarían
    Mezcladas nuestras ovejas.

    Cuando te veo cavilo
    En el contraste tremendo
    Que hace tu vestido blanco
    Con tu corazón tan negro.

    Es tu ventana un altar,
    Una deidad tu persona,
    MI amor un ardiente culto,
    --- ¿Podré contar con La Gloria?

    Me enviaste un día una cruz
    Y desde entonces me digo: ---
    ¿Significa esto Fe
    O querrá decir Martirio?

    Ella vino en un pañuelo
    De Cambray de hilo bordado;
    ¡Ay, Lucila! ¡Cuántas veces
    Enjuagué con él mi llanto!



    ÚLTIMA LÁGRIMA

    "Consumatum est!" Jesu-Cristo

    ¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
    Por un instante con mi mano oprima,
    Dejad que el llanto de mis ojos corra,
    Dejad que mi alma sollozando gima.

    Es, señora, mi llanto postrimero,
    Llanto del triste corazón herido,
    Es mi último sollozo en este mundo,
    Es en la tierra mi postrer gemido.

    Llorar al pie de un tumulto, señora,
    Nunca del noble corazón fue mengua;
    Pues con el llanto el sentimiento dice
    Lo que decir no puede con la lengua.

    La antorcha que encendieron en el ara,
    A cuyo pie fijasteis vuestra suerte,
    A mis ojos, señora, sólo ha sido
    El amarillo cirio de la muerte.

    En la blanca guirnalda, que al cabello
    Prendieron vuestras manos delicadas,
    Mis ojos sólo han visto flores tristes
    Sobre el paño de un féretro arrojadas.

    En el Sí que dijeron vuestros labios
    Sólo oí el estertor de una agonía,
    El rechinar del enmohecido gozne
    De un helado sepulcro que se abría.

    ¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
    Por un instante con mi mano oprima,
    Dejad que el llanto de mis ojos corra,
    Dejad que mi alma sollozando gima.

    ¡No lloro ya!... la piedra funeraria
    para siempre cayó pesada y fría...
    ¡Las losas de las tumbas nunca lloran,
    Y una tumba es, señora, el alma mía!

    Estanislao del Campo
     
  3. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    Es todo lo que tenía que decirte y, a menos que no seas un grandísimo necio -(textual)- debería ser suficiente, a no ser que no sepas lo que quiere decir hablar... Estaba sentado en la parte trasera de su barca y golpeaba la madera de la pequeña embarcación con los talones, esperando una respuesta mía. Le dije simplemente: -No es a Erik a quien vengo a buscar aquí... -¿A quién, pues? -Lo sabes muy bien, ¡a Christine Daaé! -Tengo derecho a citarla en mi casa -me contestó-. Me ama por lo que soy. -¡No es cierto! -respondí-. La has raptado y secuestrado. -Óyeme -me dijo, ¿me prometes no volver a meterte en mis asuntos si te pruebo que me ama tal como soy? -me dijo. -Sí, te lo prometo -respondí sin vacilar, pues pensaba que para semejante monstruo esta demostración era imposible. -¡Pues bien, es sencillísimo!... Christine Daaé saldrá de aquí cuando quiera, y volverá... Sí, volverá porque querrá volver... ¡Volverá por sí misma, porque me quiere por mí mismo! -¡Oh!, dudo que vuelva, pero tu obligación es dejarla marchar, no molestarla. -Mi obligación, grandísimo necio -(textual)-, es mi voluntad..., mi deseo es dejarla marchar, y ella volverá..., porque me ama... Todo esto, te aseguro, acabará en una boda..., una boda en la Madeleine, grandísimo necio -(textual)-. ¿Por fin me crees? Te digo que la misa de la boda ya está escrita... Verás qué Kyrie... Volvió a golpear la madera de la barca con los talones, produciendo una especie de ritmo que acompañaba cantando a media voz: ¡Kyrie!... ¡Kyríe!... ¡Kyrie Eleison!... ¡Verás, verás qué misa! -Escucha -concluí yo-, te creeré si veo a Christine Daaé salir de la casa del Lago y volver libremente a ella. -¿Y no volverás a meter la nariz en mis asuntos? ¡Pues bien, lo verás esta noche!... Ven al baile de máscaras. Christine y yo iremos a dar una vuelta... Tú irás después a esconderte en el trastero y verás cómo Christine, que habrá vuelto a su camerino, querrá tan sólo volver a emprender el camino de los comuneros. -¡De acuerdo! Si en efecto veía eso, no me quedaría más remedio que aceptarlo, ya que una mujer hermosa tiene siempre el derecho de amar al más horrible de los monstruos, sobre todo en el caso de que, como en éste, tenga la seducción de la música y que esta mujer sea precisamente una cantante muy apreciable. -¡Y ahora vete, debo salir de compras! Me fui, pues, siempre inquieto por Christine Daaé, pero rumiando sobre todo en el fondo de mí mismo un temible pensamiento que él había despertado a causa de mis imprudencias. Me decía: «¿Cómo acabará esto?». A pesar de mi carácter algo fatalista, no podía deshacerme de una indefinible angustia debido a la increíble responsabilidad que había tomado un día al dejar vivir al monstruo que hoy amenazaba a muchos seres humanos. Ante mi gran sorpresa, las cosas sucedieron como él me lo había anunciado. Christine Daaé salió de la casa del Lago y volvió varias veces sin que aparentemente nadie la forzara. Quise entonces olvidar este amoroso misterio, pero era muy difícil para mí, sobre todo a causa de aquel temible presentimiento, dejar de pensar en Erik. De todos modos, resignado a una extrema prudencia, no cometí el error de volver a la orilla del Lago o de emprender de nuevo el camino de los comuneros. Pero, como me perseguía la obsesión de la puerta secreta del tercer sótano, varias veces fui a aquel lugar que sabía desierto durante la mayor parte del día. Me pasaba allí interminables ratos retorciéndome los dedos, escondido detrás de un decorado de El rey de Lahore, que habían dejado allí no sé por qué, ya que esta obra no se representaba con frecuencia. Tanta paciencia habría de ser recompensada. Un día vi acercarse a mí, de rodillas, al monstruo. Estaba seguro de que no me veía. Pasó entre el decorado que se encontraba allí y un portante, fue derecho hasta la pared y presionó, en un lugar que identifiqué de lejos, un resorte que hizo bascular la piedra que dejaba libre el paso. Desapareció por este pasaje y la piedra volvió a cerrarse tras él. Ahora sabía el secreto del monstruo, secreto que podía llevarme, en su momento, a la mansión del Lago. Para asegurarme esperé al menos una media hora y luego hice girar a mi vez el resorte. Todo funcionó como había funcionado con Erik. Pero no me atreví a entrar en el agujero sabiendo que éste se encontraba en la casa. Por otra parte, la idea de que podía ser sorprendido aquí por Erik me recordó de repente la muerte de Joseph Buquet y, como no quería comprometer semejante descubrimiento, que podía ser útil a mucha gente, a muchos seres humanos, abandoné los sótanos del teatro tras haber vuelto a colocar cuidadosamente la piedra en su sitio, siguiendo un sistema que no había variado desde los persas. Como ustedes comprenderán, continuaba muy interesado en la intriga de Erik y Christine Daaé, no porque obedeciera a una curiosidad malsana, sino debido, como ya he dicho, a aquel temible presentimiento que no me abandonada: «Si Erik descubre que no lo ama por lo que vale -pensaba-, podemos esperar lo peor.» Y, deambulando sin cesar, pero con prudencia por la ópera, pronto supe la verdad sobre los tristes amores del monstruo. Se había apoderado del espíritu de Christine por el terror, pero el corazón de la dulce niña pertenecía enteramente al vizconde Raoul de Chagny, Mientras éstos jugaban inocentemente, como dos inocentes prometidos, en la parte alta de la ópera -huyendo del monstruo-, no sospechaban que alguien les vigilaba. Yo, estaba decidido a todo: a matar al monstruo si era preciso y a dar después explicaciones a la justicia. Pero Erik no se dejó ver, y esto no me tranquilizó en lo más mismo. Debo aclarar cuál era mi plan. Creía que el monstruo, expulsado de su morada por los celos, me permitiría de este modo penetrar sin peligro en la casa del Lago por el pasaje del tercer sótano. Tenía el mayor interés, por el bien de todos, en saber qué podía haber allí. Un día, cansado de esperar la ocasión, hice girar la piedra e inme-diatamente oí una música maravillosa. El monstruo trabajaba, con todas las puertas de la casa abiertas, en su Don Juan Triunfante. Yo sabía que ésta era la obra de su vida. Me guardé de moverme y permanecí prudentemente en mi oscuro agujero. Se detuvo un momento y se puso a caminar como un loco por su morada. Dijo de pronto en alto, con voz atronadora: «¡Debo acabar esto antes! Y bien acabado». Esta palabra no era la más indicada para tranquilizarme y, como la música volvía a empezar, cerré la piedra con precaución. Pero, a pesar de la piedra cerrada, oía aún un vago canto lejano que subía del fondo de la tierra, al igual que había oído el canto de la sirena subir del fondo de las aguas. Recordaba las palabras de algunos tramoyistas, de los que se habían reído en el momento de la muerte de Joseph Buquet: «Había alrededor del cuerpo del ahorcado algo así como un ruido que parecía un canto de difuntos». El día del rapto de Christine Daaé no llegué al teatro hasta bastante avanzada la velada, temblando ante la idea de oír malas noticias. Había pasado un día horrible, ya que no había cesado, tras leer en un periódico de la mañana la noticia de la boda de Christine y del vizconde de Chagny, de preguntarme si, a pesar de todo, no haría mejor denunciando al monstruo. Pero recobré el juicio y me persuadí de que con esta actitud sólo podía contribuir a precipitar la posible catástrofe.
     
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    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight
    (Trabajo realizado por Manuel Mandeb por encargo de la agencia de publicidad Vivencia.)
    1) Busque la flecha indicadora.
    2) Presione con el dedo pulgar hasta que el cartón del envase ceda.
    3) Disimule. Soy un joven escritor que no tiene otra ocasión que ésta de conectarse con las muchedumbres. Usted finja que sigue abriendo este estúpido paquete y yo le diré algunas verdades.
    4) Los vendedores de elixir nos convidan todos los días a olvidar las penas y mantener jubiloso el ánimo. El Pensamiento Oficial del Mundo ha decidido que una persona alegre es preferible a una triste.
    5) La medicina aconseja cosmovisiones optimistas por creerlas más saludables. Al parecer, la verdad perjudica la función hepática.
    6) Viene gente. Siga la línea de puntos en la dirección indicada por la flecha.
    7) Escuche bien porque tenemos poco tiempo: la tristeza es la única actitud posible que los compradores de este jabón pueden adoptar ante un universo que no se les acomoda. Toda alegría no es más que un olvido momentáneo de la tragedia esencial de la vida. Puede uno reírse del cuento de los supositorios, pero éste es apenas un descanso en el camino. Uno juega, retoza y refiere historias picarescas, solamente para no recordar que ha de morirse. Ese es el sentido original de la palabra diversión: apartar, desviar, llamar la atención hacia una cosa que no es la principal.
    :icon_cool: Conversar acerca de estos asuntos es considerado de la peor educación. Los comerciantes se escandalizan, las personas opti mistas huyen despavoridas, los maximalistas declaran que la angustia ante la muerte es un entretenimiento burgués y los escritores comprometidos gritan que la preocupación metafísica es literatura de evasión. Al respecto, mientras le recomiendo que no deje el paquete de jabón al alcance de los niños, le juro que todo lo que se escribe es de evasión, menos la metafísica: las noticias políticas, los libros de
    sociología, los horarios del ferrocarril, los estudios sobre las reservas de petróleo, no hacen más que apartarnos del tema central, que es la muerte.
    9) Calcule 100 gr de jabón por cada kilo de ropa sucia.
    10) Cuanto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza. Por eso, las exhortaciones a la alegría suelen proponer la interrupción del pensamiento: "es mejor no pensar..." Casi todos los aparatos y artificios que el hombre ha inventado para producir alegría suspenden toda reflexión: la pirotecnia, la música bailable, las cantinas de la Boca, el metegol, los concursos de la televisión, las kermeses.
    11) Separe la ropa blanca de la ropa de color. Y entienda que la tristeza tiene más fuerza que la alegría: un hombre recibe dos noticias, una buena y una mala. Supongamos que ha acertado en la quiniela y que ha muerto su hermana. Si el hombre no es un canalla, prevalecerá la tristeza. El premio no lo consolará de la desgracia. Byron decía que el recuerdo de una dicha pasada es triste, mientras que el recuerdo de un pesar sigue siendo pesaroso.
    12) No mezcle este jabón con otros productos y no haga caso de los sofistas risueños. Tarde o temprano alguien le dirá: "Si un problema tiene solución, no vale la pena preocuparse. Y si no la tiene, ¿qué se gana con la preocupación?". Confunde esta gente las arduas cuestiones de la vida con las palabras cruzadas. La soledad, la angustia, el desencuentro y la injusticia no son problemas sino tragedias, y no es que uno se preocupe sino que se desespera.
    Lloraba Solón la muerte de su hijo. Un amigo se acerca y le dice:
    -¿Por qué lloras, si sabes que es inútil?
    —Por eso —contestó Solón— porque sé que es inútil.
    13) No está tan mal ser triste, señora. El que se entristece se humilla, se rebaja, abandona el orgullo. Quien está triste se ensi- misma, piensa. La tristeza es hija y madre de la meditación. Par- ticipe del concurso "Vacaciones Sunlight" enviando este cupón por correo.
    14) Ahora que se fue el jabonero, aprovecharé para confesarle que suelo elegir a mis amigos entre la gente triste. Y no vaya a creer el ama de casa Sunlight que nuestras reuniones consisten en charlas lacrimógenas. Nada de eso: concurrimos a bailongos atorrantes, amanecemos en lugares desconocidos, cantamos canciones puercas, nos enamoramos de mujeres desvergonzadas que revolean el escote y hacemos sonar los timbres de las casas para luego darnos a la fuga. Los muchachos tristes nos reímos mucho, le aseguro. Pero eso sí: a veces, mientras corremos entre carcajadas, perseguidos por las víctimas de nuestras ingeniosas bromas, necesitamos ver un gesto sombrío y
    fraternal en el amigo que marcha a nuestro lado. Es el gesto noble que lo salva a uno para siempre. Es el gesto que significa "atención, muchachos, que no me he olvidado de nada".
    NOTA: Las instrucciones para abrir el paquete de jabón Sunlight fueron rechazadas.
    Del Libro del Fantasma de Alejandro Dolina ( Algunos capítulos ya los puse ,pero ahora estoy transcribiendo el libro entero)
     
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    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    Cuando mi carruaje me dejó ante la ópera, miré el monumento como si en verdad estuviera extrañado de encontrarlo todavía en pie. Pero, como todo buen oriental, soy un poco fatalista y entré, esperándomelo todo. El rapto de Christine Daaé en el acto de la prisión, que sorprendió a todo el mundo, me cogió ya advertido. Estaba seguro de que Erik la había escamoteado, como rey de los prestidigitadores que en verdad era. Y creí que esta vez había llegado el fin para Christine y quizá para todo el mundo. Hasta tal punto que por un momento me pregunté si no iba a aconsejar a todos los que seguían en el teatro que se pusieran a salvo. Pero de nuevo me contuve, pues estaba seguro de que me tomarían por un loco. Por último, no olvidaba que, si por ejemplo gritaba: «¡Fuego!» para hacer salir a aquella gente, podía provocar una catástrofe -asfixias en la huida, pisoteos, luchas salvajes- peor aún que la misma catástrofe. De todas formas, me decidí a intervenir personalmente sin pérdida de tiempo. Por lo demás, el momento me parecía propicio. Tenía muchas probabilidades de que Erik no se ocupara más que de su prisionera. Había que aprovechar para penetrar en su morada por el tercer sótano y pensé unir para aquella empresa al pobre vizconde desesperado, quien, en el acto aceptó mi propuesta con una confianza que me conmovió profundamente. Había enviado a mi criado a buscar mis pistolas. Darius nos alcanzó con la caja en el camerino de Christine Daaé. Di una pistola al vizconde y le aconsejé que estuviera siempre dispuesto a disparar, como yo, ya que, a pesar de todo, Erik podía esperarnos detrás de la pared. Debíamos pasar por el camino de los comuneros y por la trampilla. El joven vizconde me había preguntado, al ver las pistolas, si íbamos a batirnos en duelo. Y yo le dije: ¡y qué duelo! Pero desde luego no tuve tiempo de explicarle nada. El joven vizconde es valiente, pero ignoraba casi todo sobre su adversario. ¡Mucho mejor! ¿Qué es un duelo con el más temible de los espadachines comparado con un combate con el más genial de los prestidigitadores? Yo mismo me hacía difícilmente a la idea de que iba a luchar con un hombre que sólo es visible cuando lo desea y que además ve todo a su alrededor cuando todo sigue oscuro... Con un hombre cuya rara ciencia, sutilidad, imaginación y destreza le permiten disponer de todas las fuerzas naturales combinadas para crear en nuestros ojos u oídos la ilusión que nos pierde... Y todo esto en los sotanos de la ópera, es decir en el mismo país de la fantasmagoría. ¿Acaso puede imaginarse esto sin estremecerse? ;Acaso podemos hacernos una idea de lo que le hubiera ocurrido a un habitante de la Opera si hubiera encerrado en ella -en sus cinco sótanos y veinticinco pisos- a un Robert-Houdin feroz y sarcástico, que tan pronto se ríe como odia, tan pronto vacía los bolsillos congo asesina?... Piensen en esto: « Combatir contra un maestro en tranipillas?» ¡Dios mío! Ha construido tantas en nuestro país, en todos los palacios, trampillas pivotantes que son las mejores del mundo. ¡Combatir al maestro en trampillas en el reino de las trampillas! Si mi esperanza consistía en que aún no había dejado a Christine Daaé en aquella mansión del Lago, a la que había debido llevar desvanecida una vez más, mi terror en cambio estribaba en que se encontrara ya en alguna parte de nuestro alrededor preparando el lazo del Pendjab. Nadie sabe lanzar mejor que él el lazo del Pendjab: es el príncipe de los estranguladores al igual que es el rey de los prestidigitadores. Cuando hubo acabado de hacer reír a la pequeña sultana, en tiempos de las lloras rosas de Mazenderan, ella misma le pidió que él se divirtiera haciéndola temblar. Y no encontró nada mejor que el juego del lazo del Pendjab. Erik, que había vivido un tiempo en la India, había vuelto con una increíble destreza para estrangular. Se hacía encerrar en un patio al que conducían a un guerrero -habitualmente un condenado a muerte-, arriado con una larga pica y una ancha espada. Erik no tenía más que su lazo y, siempre en el momento en que el guerrero creía abatir a Erik de un golpe poderoso, se oía silbar el lazo. Con un movimiento de muñeca, Erik apretaba el delgado lazo en el cuello de su enemigo y lo arrastraba inmediatamente ante la pequeña sultana y sus criadas, que miraban desde una ventana y aplaudían. La pequeña sultana aprendió también a lanzar el lazo del Pendjab, y mató así a varias de sus criadas, e incluso a algunas de sus amigas que habían venido a visitarla. Pero prefiero abandonar el tema horrible de las horas rosas de Mazenderan. Si he hablado es, porque tuve, al llegar con el vizconde de Chagny a los sótanos de la ópera, que poner en guardia a mi compañero contra esta posibilidad, siempre amenazante a nuestro alrededor, de estrangulamiento. En verdad, una vez en los sótanos, mis pistolas ya no podían servirnos de nada, ya que estaba convencido de que, a partir del momento en que no se había opuesto desde el principio a nuestra entrada en el camino de los comuneros, Erik no merodeaba por allí. Pero siempre podía estrangularnos. No tuve tiempo de explicar todo esto al vizconde, y no sé si, disponiendo de ese tiempo, lo habría empleado en contarle que había en alguna parte, en la sombra, un lazo de Pendjab dispuesto a silbar. Era absolutamente inútil complicar la situación y me limitaba a aconsejar al señor de Chagny que mantuviera siempre la mano a la altura del ojo, en posición de disparar. En esta postura resulta imposible, incluso para el estrangulador más hábil, lanzar con éxito el lazo de Pendjab. Al mismo tiempo que el cuello, coge el brazo o la mano, y así el lazo, al que puede desatarse fácilmente, se vuelve inofensivo. Después de esquivar al comisario de policía y a algunos cerradores de puertas, a los bomberos, encontrar por primera vez al matador de ratas y pasar desapercibidos ante el hombre del sombrero de fieltro, el vizconde y yo conseguimos llegar sin obstáculos al tercer sótano, entre el bastidor y el decorado de El rey de Lahore. Puse en acción el resorte de la piedra y saltamos a la morada que Erik se había construido en la doble envoltura de las paredes de los cimien tos de la ópera (y con la mayor sencillez del mundo, porque Erik fue uno de los primeros maestros de obras de Philippe Garnier, el arquitecto de la Opera, y continuó trabajando misteriosamente solo, cuando los trabajos habían sido suspendidos oficialmente durante la guerra, el sitio de París y la Comuna). Conocía lo suficiente a Erik para tener la presunción de llegar a descubrir todos los trucos que habría podido pergreñar durante todo este tiempo. Tampoco estaba nada tranquilo al saltar dentro de su casa. Sabía lo que había hecho de cierto palacio de Mazenderan. Convirtió el edificio más noble del mundo en la casa del diablo, donde no podía pronunciarse una palabra sin que fuera espiada o devuelta por el eco. ¡Cuántos dramas familiares, cuántas tragedias sangrientas arrastraba tras de sí el monstruo con sus trampillas! Esto sin tener en cuenta que, en los palacios que él había «trucado», no podía saberse exactamente dónde se encontraba uno. Tenía invenciones sorprendentes. Sin duda, la más curiosa, la más horrible y la más peligrosa de todas era la cámara de los suplicios, con excepción de casos excepcionales en los que la pequeña sultana se divertía haciendo sufrir a algún plebeyo, no dejaban entrar más que a los condenados a muerte. A mi modo de ver era la invención más atroz de las horas rosas de Mazenderan. Además, cuando el visitante que había entrado en la cámara de los suplicios ya no podía aguantar más, le estaba permitido siempre acabar con un lazo del Pendjab, que dejaban a su disposición al pie del árbol de hierro.
     
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    clause Claudia

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    Arena
    Los paganos admitían la existencia de divinidades toscas, imperfectas, chapuceras.
    Los dioses no sólo estaban sujetos a toda clase de vaivenes éticos sino que también cometían numerosos errores en el ejercicio de su profesión: creaban universos endebles, se dejaban engañar por los humanos, desconocían el futuro, fallaban en sus cálculos.
    Las grandes religiones monoteístas acuñaron la idea de la infalibilidad divina, de un poder sin grietas.
    No es nuestro propósito ejercitarnos ociosamente en la lógica para entretenernos con esas paradojas que tanto divierten a los gandules agnósticos. Ahorraremos al lector la modesta perplejidad de pensar si Dios es capaz de crear un objeto tan pesado que Él mismo no pueda levantar.
    Sin embargo, la historia de la arena comienza con una distracción de un Dios omnipotente.
    Las tradiciones islámicas dicen que, habiendo finalizado la creación, el Señor advirtió que faltaba la arena. Grave defecto, si bien se mira. Los hombres estarían privados de la deliciosa volup- tuosidad que sienten al caminar junto a los mares. El fondo de los ríos sería siempre rispido, los arquitectos carecerían de un mate- rial indispensable, los caminos no podrían suavizarse, las huellas de los enamorados serían invisibles.
    Dispuesto a remediar su olvido, Dios envió al arcángel Gabriel con una enorme bolsa de arena a que la desparramara allí donde fuera necesario.
    Pero el Enemigo trabaja siempre para estropear la obra divina.
    Mientras Gabriel volaba con su carga inconcebible, el diablo le agujereó la bolsa. Esto sucedió exactamente sobre la región que hoy es Arabia. Casi toda la arena se volcó en ese lugar, de modo tal que las nueve décimas partes del país quedaron convertidas para siempre en un desierto.
    Advertido de esta catástrofe, Dios resolvió ofrecer a los árabes algunos dones compensatorios.
    Les dio un cielo lleno de estrellas como no hay otro, para que miraran siempre hacia lo alto.
    Les dio el turbante, que bajo el sol del desierto es mucho más valioso que una corona.
    Les dio la tienda, que es mejor que un palacio.
    Les dio la espada. Les dio el camello. Les dio el caballo.
    Y les dio algo más precioso que todas las otras cosas juntas: la palabra, el oro de los árabes.
    Otros pueblos modelan en la piedra o los metales. Los árabes modelan en el verbo.
    El poeta (el chair) es sacerdote, juez, médico, jefe. El poeta es poderoso: puede traer alegría, tristeza, encono. Puede desencadenar la venganza y la guerra. Puede matar con la palabra.
    Los errores de Dios, como los de los grandes artistas, como los de los verdaderos enamorados, desencadenan tantas reparaciones felices que cabe desearlos.
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    COLOFÓN

    Luz...
    Cuando mis lágrimas te alcancen
    la función de mis ojos
    ya no será llorar,
    sino ver.

    (León Felipe)
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Amigo mío,
    tengo tanta necesidad de tu amistad.
    Tengo sed de un compañero que respete en mí,
    por encima de los litigios de la razón,
    el peregrino de aquel fuego.
    A veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido,
    y descansar, más allá de mí mismo,
    en esa cita que será la nuestra.
    Hallo la paz.
    Más allá de mis palabras torpes,
    más allá de los razonamientos que me pueden engañar,
    tú consideras en mí, simplemente al Hombre,
    tú honras en mí al embajador de creencias,
    de costumbres, de amores particulares.
    Si difiero de ti, lejos de menoscabarte te engrandezco.
    Me interrogas como se interroga al viajero,
    Yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido,
    me siento puro en ti y voy hacia ti.
    Tengo necesidad de ir allí donde soy puro.
    Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas
    las que te informaron acerca de lo que soy,
    sino que la aceptación de quien soy te ha hecho
    necesariamente indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas.
    Te estoy agradecido porque me recibes tal como soy.
    ¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga?
    Si todavía combato, combatiré un poco por ti.
    Tengo necesidad de ti. Tengo necesidad de ayudarte a vivir.
    ejvdee.jpg
    Antoine Saint-Exupery
     
  9. clause

    clause Claudia

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    El Fantasma de la Opera
    Gastón Leroux

    Así, cuál no sería mi sorpresa, poco después de entrar en la morada del monstruo, al caer en la cuenta de que la habitación a la que acabábamos de saltar el vizconde de Chagny y yo era precisamente la reconstrucción exacta de la cámara de los suplicios de las horas rosas de Mazenderan. Encontré a nuestros pies el lazo del Pendjab que había temido tanto durante toda la noche. Estaba convencido de que aquel lazo había servido ya para Joseph Buquet. El jefe de tramoyistas debía haber sorprendido a Erik, igual que, yo, en el momento en que ponía en juego la piedra del tercer sótano. Luego, por curiosidad, había intentado pasar a su vez antes de que la piedra volviera a cerrarse, y había ido a caer a la cámara de los suplicios, de la que no había vuelto a salir más que ahorcado. Me imaginaba muy bien a Erik arrastrando el cuerpo, del que quería librarse, hasta el decorado de El rey de Lahore y colgándolo allí para dar ejemplo o para aumentar el terror supersticioso que debía ayudarle a vigilar los accesos de la caverna. Pero, tras reflexionar, Erik había vuelto a buscar el lazo del Pendjab, que está hecho curiosamente de tripas de gato y que hubiera podido excitar la curiosidad de un juez de instrucción. Así se explicaba la desaparición de la cuerda del ahorcado. Y he aquí que descubría el lazo a nuestros pies en la cámara de los suplicios... No soy nada pusilánime, pero un sudor frío me inundó el rostro. La linterna, cuyo pequeño disco rojo paseaba por las paredes de la famosísima cámara, temblaba en mi mano. El señor de Chagny se dio cuenta y me dijo: -¿Qué pasa, señor? Le hice una violenta señal de que se callara, ya que aún abrigaba la suprema esperanza de que nos encontráramos en la cámara de los suplicios sin que el monstruo lo supiera. pero ni aquella esperanza era la salvación, ya que aún podía imaginar muy bien que, por el lado del sótano, la cámara de los suplicios protegía la mansión del Lago, quizás incluso automáticamente. Sí, los suplicios iban a comenzar quizás automáticamente. ¿Quién hubiera sido capaz de decir qué gestos nuestros los desencadenarían? Recomendé a mi compañero la inmovilidad más absoluta. Un silencio aplastante se cernía sobre nosotros. Y mi linterna roja seguía dando la vuelta a la cámara de los suplicios... la reconocía, sí... la reconocía...


    XXIII EN LA CÁMARA DE LOS SUPLICIOS


    Sigue el relato del Persa Nos encontrábamos en medio de una pequeña sala de forma perfectamente hexagonal.., cuyas seis caras estaban forradas interiormente de espejos..., de arriba a abajo... En los ángulos se distinguía muy bien las juntas de los espejos, los pequeños sectores destinados a girar sobre sus goznes..., sí, sí, los reconocí..., y reconocí el árbol de hierro en un rincón, al final de uno de estos pequeños sectores..., el árbol de hierro con su rama de hierro..., para los ahorcados. Había cogido el brazo de mi compañero. El vizconde de Chagny temblaba, dispuesto a gritar a su prometida para decirle que había venido en su ayuda... Yo temía que no pudiera contenerse. De repente, oímos un ruido a nuestra izquierda. Al principio, fue como una puerta que se abriera y se cerrara en la habitación de al lado, después hubo un gemido sordo. Retuve con más fuerza aún el brazo del señor de Chagny. Luego oímos claramente estas palabras: -¡Tómalo o déjalo! ¡La misa de bodas o la misa de difuntos! Reconocí la voz del monstruo. Volvió a oírse un gemido. Después, un largo silencio. Estaba persuadido entonces de que el monstruo ignoraba nuestra presencia en su morada, ya que de lo contrario se las habría arreglado para que no le oyéramos. Le hubiera bastado con cerrar herméticamente la ventanita invisible por la que los que gustan de los suplicios miran dentro de la cámara. Además, estaba seguro de que, si él estuviera enterado de nuestra presencia, los suplicios ya habrían empezado. Teníamos pues una buena ventaja sobre Erik: nos encontrábamos a su lado y él no sabía nada. Lo importante era no hacérselo saber y lo que más temía era la impulsividad del vizconde de Chagny, que quería lanzarse a través de las paredes para alcanzar a Christine Daaé, cuyos gemidos creíamos oír por momentos. -¡La misa de difuntos no es muy alegre! -continuó diciendo Erik-, mientras que la misa de bodas, esa sí, es magnífica. Hay que tomar una decisión y saber lo que se quiere. A mí me es imposible seguir viviendo así, en el fondo de la tierra, en un agujero, como un topo. Don Juan Triunfante está terminado, ahora quiero vivir como todo el mundo. Quiero tener una mujer como todo el mundo, ir a pasear el domingo. He inventado una máscara con la que parezco la persona más normal del mundo. No llamará la atención de nadie. Serás la más feliz de las mujeres. Y cantaremos solo para nosotros, hasta morir. ¡Lloras! ¡Tienes miedo de mí! Sin embargo, en el fondo no soy malo. ¡Ámame y lo verás! ¡Sólo me ha faltado que me amaran para ser bueno! Si tú me amaras sería manso como un cordero y harías de mí lo que quisieras. El gemido que acompañaba a esta especie de letanía de amor fue en aumento. Jamás he oído algo más desesperado, y el señor de Chagny y yo reconocimos que Erik era el que emitía aquella espantosa lamentación. En cuanto a Christine, quizá detrás de la pared que teníamos delante nuestro, debía estar muda de horror, sin fuerzas para gritar, con el monstruo a sus pies. Este lamento era sonoro, atronador y estentóreo como la queja del océano. Por tres veces Erik arrojó aquel lamento de la roca de su garganta.
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Espejos I
    La antigüedad clásica no conoció los espejos. Los sirios inventaron el vidrio soplado cien años antes de Cristo. Pero se trataba de un vidrio opaco. Recién en el siglo XIII, en Venecia, se pudo obtener vidrio totalmente incoloro y transparente.
    Las técnicas eran absolutamente secretas. Los artesanos trabajaban en una isla muy vigilada y las penas para los infidentes eran de la mayor severidad.
    En 1291 los venecianos descubrieron que si se revestía el vidrio con una lámina de metal se obtenía una superficie cuyos reflejos eran nítidos y luminosos.
    Durante muchos siglos, las personas sólo podían mirarse en el reflejo de las aguas quietas o en superficies de metal pulido.
    Pero como la quietud de las aguas no era frecuente y el metal pulido era demasiado oneroso, casi nadie conocía su propio aspecto. Las noticias que uno tenía acerca de su fealdad o belleza provenían de testimonios ajenos, siempre teñidos de subjetividad, cuando no de malicia.
    El padre Sallinger aseguró en el siglo XVIII que el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no siempre estuvieron incomunicados. Hace muchos siglos ambos reinos vivían en paz y eran diversos, es decir, no coincidían como ahora sus formas y colores. Los espejos no eran sino puertas que comunicaban un reino con otro.
    Pero un día la gente del espejo invadió la tierra. Hubo una larga lucha y finalmente el Emperador Amarillo derrotó a los invasores. El castigo que les impuso fue horroroso: los encarceló en los espejos y los obligó a repetir todos los actos de los hombres.
    Así están las cosas ahora. Pero un día la gente del espejo volve- rá a rebelarse.
    Primero advertiremos algunas imperfecciones en los reflejos. Después oiremos sonidos extraños hasta que un color no parecido a ningún otro señalará el comienzo de la nueva invasión. Las barreras de vidrio se romperán y esta vez la gente del espejo vencerá.
    Es probable que los sucesores del Emperador Amarillo ejerzan vigilancia permanente sobre el mundo del espejo. Quién sabe qué clase de atentos guardianes estarán pendientes de la mínima heterodoxia de las imágenes para dar la voz de alarma. Tal vez la rebelión esté próxima y también la venganza. Acaso pronto conozcamos la horrible condena de repetir servilmente los movimientos ajenos.
    Pero en este último instante aparece una idea perturbadora. ¿Quién nos asegura cuál es exactamente nuestro lado en el espejo? ¿Quién puede jurar que decide sus movimientos?
    Cabe la aciaga posibilidad de que otros estén tomando nuestras decisiones sin que nosotros lo sospechemos siquiera. Y quizá hasta nuestro más soberano grito de libertad no sea sino el cumplimiento de unas conductas que amos desconocidos nos imponen.
    En ese caso el color misterioso no debe ser para nosotros una po- sibilidad alarmante sino una esperanza. ¡Que tiemble el Emperador Amarillo! La hora de la venganza suena sólo para los derrotados.
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    CREÍA YO

    No a todo alcanza Amor, pues que no puedo
    romper el gajo con que Muerte toca.
    Mas poco Muerte puede
    si en corazón de Amor su miedo muere.
    Mas poco Muerte puede, pues no puede
    entrar su miedo en pecho donde Amor.
    Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.


    Macedonio Fernández
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    HAY UN MORIR

    No me lleves a sombras de la muerte
    Adonde se hará sombra mi vida,
    Donde sólo se vive el haber sido.
    No quiero el vivir del recuerdo.
    Dame otros días como éstos de la vida.
    Oh no tan pronto hagas
    De mí un ausente
    Y el ausente de mí.
    ¡Que no te lleves mi Hoy!
    Quisiera estarme todavía en mí.

    Hay un morir si de unos ojos
    Se voltea la mirada de amor
    Y queda sólo el mirar del vivir.
    Es el mirar de sombras de la Muerte.
    No es Muerte la libadora de mejillas,
    Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.


    Macedonio Fernández
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    POEMA AL ASTRO DE LUZ MEMORIAL

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    Poema a la memoria en lo astral

    (Yo todo lo voy diciendo para matar la muerte en "Ella")

    TESIS: Es más Cielo la Luna que el Cielo, si una Cordialidad de la Altura es lo que buscamos.

    Astro terranalicio de la luz segunda
    astro terranalicio de la luz dulce
    que con aventura extraña visitas las noches de la tierra, unas sí y otras no, pero siempre de una noche para otra con diversa libertad de visita, siempre o más breve o más detenida
    y cada serie de tus visitas comienzas tímidamente y mitad decreces noche a noche y mitad decreces noche a noche, haciéndote un visitante diferente de noche en noche, para en mínimo ser cual comenzaste partir a un no volver de algunos días.

    Astro terranalicio de un día sí y otro no, de una vez más y otra menos, pero que no dejas nunca de serlo.

    ¿Para qué astro eres entonces visita de sus noches, pues no eres terrenal en tus ciertas ausencias, o es que los otros días piensas en ti sola como sólo en la tierra en las noches de tu plena luz?

    Dile a un poeta que no lo sabe todo, si está hecha tu ausencia con un pensar en ti, o quizá con un lucir a otro. Porque poeta es saberlo todo.

    Trechos de tu órbita la tierra no los sabe, y ella tan cierta está de algún imposible tuyo para tenerse en sus noches y este amor alternante no se enduda, en tanto en mí, hombre de continuidad en humano amor me puso incurablemente en sospecha.

    Pero te amamos tanto, astro de la luz segunda, tu dulce luz tanto amamos memorizando a la tierra el sol no presente con tu luz recuerdo; yo al menos te amo tanto, que cuando vuelves ceso de creer en tu ausencia de ayer y de otros días. También como la tierra, yo creo que sólo por imposible ayer no estabas.

    Astro memorioso que esmeras un día de cada dos en tocar de diurnidad la noche terrenal, cual si supieras que la memoria solar de la tierra solaricia es desfalleciente de un día a otro alternado día y si antes y después le has de hacer noches diurnales a la tierra y lo haces tú, tú que no tienes olvido por ausencia, tú que ausente por noches fías en la memoria de ti por la tierra, inquiétaste por la memoria solar de la tierra.

    Tutora de la fidelidad terrenal al recuerdo del sol, en eso eres solaricia; pero eres terranalicia en tu fidelidad de compañía a la órbita de la tierra.

    He comprendido un misterio tuyo pero éste no.

    Terranalicia tú, solaricia la tierra ¿es que velas por toda la memoria en el mundo y amas más las memorias, por más reales, que los presentes? Aquí callo sin comprender.

    ¿O es que no nos vienes en tu amor sino en un menos amor y en principal cuida del amor solario de la tierra?

    Cuando te veo recién arribada, alcanzado por ti nuestro borde, pareciendo vacilar allí y como a emprender un rodar a lo largo del horizonte por gustarlo, y luego te pliegas a un ascenso ¿qué nos quieres decir así?

    Quedemos sin saberlo hoy también; mañana, más tarde —para qué son nuestros días sino para trabajar más y otra vez los misterios— más enérgicamente, en buena hora de mi espíritu contemplaré, escucharé el misterio de tu sentido en el misterio todo.

    Cuando tú quieres ser el ojo del ciprés y con un mirar obseso aferras nuestra contemplación debemos comprenderte dolorida, tanto como cuando nosotros en un no poder ya resistir nos revolvemos como tú ahora
    oh único astro que mira
    (pues todos los otros saetan ásperos de chispas que nunca miraron).

    Oh único astro de mirada,
    nos revolvemos clamando hacia el no ser.

    Y ya ahora te desprendiste del follaje y tiendes hacia el horizonte,
    te serenas, vagas
    y cuando la nubecilla en gran viento flota, te aguzas flecha disparada de ella vertiginosa
    para detenerte, serenarte cunado huiste bastante de aquel pasajero copo al que le opusiste tu fuga, caprichosa triste
    y complacida de tu juego y nuestro asombro, nos encaras con ligereza
    y en fin vas cayendo con ladeado mirar distraído hacia el borde del mundo.

    Y ya te fuiste, con tus pobres dichas y quejas.
    En toda la andanza, sólo en el perfil de los cipreses lloraste, y tanto que pediste nuestra piedad.
    Y ahora por faltar tuyo un cielo sin mirada en las noches,
    ahora sólo habrá astros que agitan, no tú que acompañas.

    Oh, sí, acompañas
    con cuántas gracias saltas de copa en copa siguiéndonos entre los árboles con tus saltitos de luz a sombras.

    El único mirar dulce que viene de lo alto es el tuyo
    el chispear del viaje de indiferencia de las otras estrellas molesta y agita, y no nos mira.

    Heridos de ellas, corremos a ti cuando apareces
    y con dolor nuestro comienza la ausencia tuya.

    Sí; porque pudiera que el móvil chispear de las estrellas sea dolor como hay dolor en nosotros
    pero es que tú, luna, que también sufres, miras y acompañas.

    Eres más sabia o afortunada en la mitigación participante.

    Qué es la luna no lo sabemos hombres y aun artistas y poetas, qué sentido tiene su ser y sus modos, su adhesión a la tierra, su seguimiento al sol, su mediación mnemónica entre la tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales unas y no otras de las noches terrenas, y tantas cosas más neciamente explicadas, que de ella ignoramos pero que sólo puede explicarlas la doctrina del misterio.

    Que el sol te atrae, que la tierra también, que recibes la luz del sol y sin amor, por fuerza la reflejas a la tierra, éstas no son explicaciones; no se nos dice por qué el sol brilla, por qué en torno suyo gira la luna en torno de la tierra, ya que pudo ser otramente; por qué hay una luz interceptable, por qué hay una luz que tiene sombras, por qué ceden a su paso unas cosas y otras no y hay lo opaco y lo traslúcido.

    Mecánica dirá por qué, pero yo no pregunto sino para qué razón para el alma, pues conciencia se anula si admite un mundo rígido, y todo el porqué físico no es más que decirme el antes de algo, o sea una evasión no una respuesta.

    Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante estos hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir y de qué manera concierta con el misterio total único. La espontaneidad, el acontecer libre, no es una respuesta; es un renunciamiento explicativo.

    Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.

    Debió enseñarsenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber ignorado innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por primera vez el pecho materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de esperar el niño a conocer el sentido de la luna para empezar a nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha de morir si deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.

    Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.

    Oh luna, que puede amarse, bien me pareces pobrecita del cielo.


    Macedonio Fernández
     
  14. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:

    Estoy leyendo a Dolina, mañana con un tiempo pausado escribo algunas palabritas.
    Es que este señor me hace reír y pensar en lo horrible que de repente parece el mundo...

    Que estés siempre bien Claudia.

    Anita.

    :beso:
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Anveri!!!:razz:
    Estoy poniendo el libro completito y ahora me voy a escucharlo en la radio hasta que me quede dormida! :razz:
    Buenas noches :beso: