Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Hola ,Maia ...si, cuando era chica, en casa estaban los discos de pasta de mis papas(que si no hubiera sido porque ellos los guardaban no los conocia) y me gustaba escucharlos por las letras...algunos no sonaban muy bien, entonces me mamá me iba diciendo las letras y yo las copiaba (porque en esa época,el disco con las las canciones escritas no venía... )...y hay algunos que me llegan al corazón.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juan se quedó y trabajó con los novicios que iban llegando, todos muy listos y rápidos en sus deberes pero volvió el viejo recuerdo y no podia dejar de pensar en que a lo mejor había una o dos gaviotas allá en la tierra que también podrían aprender.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Pedro Pablo Gaviota era aún bastante joven, pero ya sabía que no había pájaro peor tratado por una bandada, o con tanta injusticia. Me da lo mismo lo que digan -pensó furioso, y su vista se nubló mientras volaba hacia los lejanos acantilados. ¡Volar es más importante que un simple aletear de aqui para alla! ¡Eso lo puede hacer hasta un... hasta un mosquito! ¡Sólo un pequeño viraje en tonel alrededor de la Gaviota Mayor, nada más que por diversión, y ya soy un Exilado! ¿Son ciegos acaso? ¿Es que no pueden ver? ¿Es que no pueden imaginar la gloria que alcanzarían si realmente aprendiéramos a volar? Me da lo mismo lo que piensen. ¡Yo les mostraré lo que es volar! No seré más que un bandido, si eso es lo que quieren. Pero haré que se arrepientan... La voz surgió dentro de su cabeza, y aunque era muy suave, le asustó tanto que se equivocó y dio una voltereta en el aire. -No seas tan duro con ellos, Pedro Gaviota. Al expulsarte, las otras gaviotas solamente se han hecho daño a sí mismas, y un día se darán cuenta de ello; y un día verán lo que tú ves. Perdónales y ayúdalas a comprender. A un centímetro del extremo de su ala derecha volaba la gaviota más resplandeciente de todo el mundo, planeando sin esfuerzo alguno, sin mover una pluma, a casi la máxima velocidad de Pedro. El caos reino por un momento dentro del joven pájaro. -¿Qué está pasando? ¿Estoy loco? ¿Estoy muerto? ¿Qué es esto? La voz, continuó baja y tranquila dentro de su pensamiento, exigiendo una contestación: -Pedro Pablo Gaviota, ¿quieres volar? -¡Si, quiero volar! -Pedro Pablo Gaviota, ¿tanto quieres volar que perdonarás a la bandada, aprenderás, y volverás a ella un día y trabajarás para ayudarles a comprender? No había manera de mentirle a este magnífico y hábil ser, por orgulloso o herido que Pedro Pablo Gaviota se sintiera. -Sí, quiero -dijo suavemente. -Entonces, Pedro -le dijo aquella criatura resplandeciente, y la voz fue muy tierna-, empecemos con el vuelo horizontal...
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Una más... El día que me quieras Música: Carlos Gardel Letra: Alfredo Le Pera (canción) Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar, ¡como ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar! Y si es mío el amparo de tu risa leve que es como un cantar, ella aquieta mi herida, ¡todo, todo se olvida..! El día que me quieras la rosas que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color. Al viento las campanas dirán que ya eres mía y locas las fontanas me contarán tu amor. La noche que me quieras desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarán pasar y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá...¡que eres mi consuelo..! Recitado: El día que me quieras no habrá más que armonías, será clara la aurora y alegre el manantial. Traerá quieta la brisa rumor de melodías y nos darán las fuentes su canto de cristal. El día que me quieras endulzará sus cuerdas el pájaro cantor, florecerá la vida, no existirá el dolor... La noche que me quieras desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarán pasar y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá... ¡que eres mi consuelo!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juan Salvador Gaviota -Richard Bach Supo con experimentada facilidad que ya no era sólo huesos y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitacion alguna.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juan giraba lentamente sobre los Lejanos Acantilados; observando. Este rudo y joven Pedro Gaviota era un alumno de vuelo casi perfecto. Era fuerte, y ligero, y rápido en el aire, pero lo más importante era que tenía un devastador deseo de aprender a volar. Aquí venia ahora, una forma borrosa y gris que salía de su picado con un rugido, pasando como un bólido a su instructor, a doscientos veinte kilómetros por hora. Abruptamente se metió en otra pirueta con un balance de dieciséis puntos, vertical y lento, contando los puntos en voz alta. ...ocho... nueve... diez... ves-Juan-se-me-está-terminando-la-velocidad -del-aire... once... Quiero-paradas-perfectas-y-agudas-como-las-tuyas... doce...... pero-¡caramba!-no-puedo-llegar... trece... a-estos-últimos- puntos... sin... cator... ¡aaakk...! La torsión de la cola le salió a Pedro mucho peor a causa de su ira y furia al fracasar. Se fue de espaldas, volteó, se cerró salvajemente en una barrena invertida, y por fin se recuperó, jadeando, a treinta metros bajo el nivel en que se hallaba su instructor. -¡Pierdes tu tiempo conmigo, Juan! ¡Soy demasiado tonto! ¡Soy demasiado estúpido! Intento e intento, ¡pero nunca lo lograré! Juan Gaviota lo miró desde arriba y asintió. -Seguro que nunca lo conseguirás mientras hagas ese encabritamiento tan brusco. ¡Pedro, has perdido sesenta kilómetros por hora en la entrada! ¡Tienes que ser suave! Firme, pero suave, ¿recuerdas? Bajó al nivel de la joven gaviota. -Intentémoslo juntos ahora, en formación. Y concéntrate en ese encabritamiento. Es una entrada suave, fácil.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas De los Apeninos a los Andes Temiendo una desgracia, se dirigieron al consulado italiano de Buenos Aires, pidiéndole que hiciese investigaciones; después de tres meses, les contestó el cónsul: a pesar del anuncio publicado en los periódicos, nadie se había presentado, ni para dar noticias. Y no podía suceder de otro modo, entre otras razones, por ésta: que con la idea de salvar el decoro de su familia, que creía manchar trabajando como criada, la buena mujer no había dicho a la familia argentina su verdadero nombre. Pasaron otros meses sin que tampoco hubiera ninguna noticia. Padre e hijos estaban consternados; el más pequeño se sentía oprimido por una tristeza que no podía vencer. ¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? La primera idea del padre fue marcharse a buscar a su mujer a América. Pero ¿y el trabajo? ¿quién sostendría a sus hijos? Tampoco podía marchar el hijo mayor, porque comenzaba entónces a ganar algo y era necesario para la familia. En este afán vivían, repitiendo todos los días las mismas conversaciones dolorosas o mirándose unos a otros en silencio. (continúa)
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juan Salvador Gaviota -Richard Bach Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos exilados, pero curiosos por esta nueva visión del vuelo por el puro gozo de volar. Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos que a comprender la razón oculta de ello. -Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias... Y sus alumnos se dormirían, rendidos después de un día de volar. Les gustaba practicar porque era rápido y excitante y les satisfacía esa hambre por aprender que crecía con cada lección. Pero ni uno de ellos, ni siquiera Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento y las plumas. -Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo. -Perolo dijera como lo dijera, siempre sonaba como una agradable ficción, y ellos necesitaban más que nada dormir. Había pasado un mes tan sólo cuando Juan dijo que había llegado la hora de volver a la bandada. -¡No estamos preparados! -dijo Enrique Calvino Gaviota-. ¡Ni seremos bienvenidos! ¡Somos exilados! No podemos meternos donde no seremos bienvenidos, ¿verdad? -Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestó Juan, y se elevó de la arena y giró hacia el este, hacia el país de la bandada. Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es ley de la bandada que un exilado nunca retorne, y no se había violado la ley ni una sola vez en diez mil años. La ley decía quédate, Juan decía partid; y ya volaba a un kilómetro mar adentro. Si seguían allí esperando, él encararía por sí solo a la hostil Bandada. -Bueno, no tenemos por qué obedecer la ley si no formamos parte de la bandada, ¿verdad? -dijo Pedro, algo turbado-. Además, si hay una pelea, es allá donde se nos necesita. Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos en formación de doble-diamante, casi tocándose los extremos de las alas. Sobrevolaron la playa del consejo de la bandada a doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su derecha, Enrique Calvino luchando valientemente a su izquierda. Entonces la formación entera giró lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo pájaro, de horizontal a invertido, de invertido a. horizontal, con el viento rugiendo sobre sus cuerpos. Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la bandada se cortaron como si la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota los observaron, sin un solo parpadeo. Uno tras otro, cada uno de los ocho pájaros ascendió agudamente hasta completar un rizo y luego realizó un amplio giro que terminó en un estático aterrizaje sobre la arena. Entonces, como si este tipo de cosas ocurriera todos los días, Juan Gaviota dio comienzo a su crítica de vuelo. -Para comenzar -dijo, con un sonrisa seca-, llegasteis todos un poco tarde al momento de juntaros. Un relámpago atravesó a la Bandada. ¡Esos pájaros son exilados! ¡Y han vuelto! ¡Y eso, eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusión de la bandada. -Bueno, de acuerdo: son exilados -dijeron algunos de los jóvenes-, pero, oye, ¿dónde aprendieron a volar asi? Pasó casi una hora antes de que la palabra del mayor lograra repartirse por la bandada: ignoradlos. Quien hable a un exilado será también un exilado. Quien mire a un exilado viola la ley de la bandada. Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan, quien no dio muestras de darse por aludido. Organizó sus sesiones de prácticas exactamente encima de la playa del consejo, y, por primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades. -¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! Pruébalo primero y alardea después! ¡Vuela! Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota, paralizado al ser el blanco de los disparos de su instructor, se sorpendió a sí mismo al convertirse en un mago del vuelo lento. En la más ligera brisa, llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena hasta las nubes y abajo otra vez. Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el gran viento de la montaña a ocho mil doscientos metros de altura y volvió, maravillado y feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día. Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logró superar su caida "en hoja muerta", de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel triple que fue observado por más de un ojo furtivo. A toda hora Juan estaba allí junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo, presionando, guiando. Voló con ellos contra la noche, las nubes y las tormentas, por el puro gozo de volar, mientras la bandada se apelotonoba miserablemente en tierra. Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el momento escuchaban de cerca a Juan. Él tenía ciertas ideas locas que no llegaban a entender, pero también tenía otras buenas y comprensibles. Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor de los alumnos; un círculo de curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, hora tras hora, sin deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecían antes del amanecer. Un mes después del retorno, la primera gaviota de la bandada cruzó la línea y pidió que se le enseñara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtió en un pájaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de Juan. La próxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan. -Ayúdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-. Más que nada en el mundo, quiero volar... -Ven entonces -dijo Juan-. Subamos, dejemos atras la tierra y empecemos. -No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala. -Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la ley de la gran gaviota, la ley que es. -¿Estás diciendo que puedo volar? -Digo que eres libre. Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas, sin el menor esfuerzo, y se alzó hacia la oscura noche. Su grito, al tope de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacó a la bandada de su sueño: -¡Puedo volar! ¡Escuchen! ¡Puedo volar! Al amanecer había cerca de mil pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota. Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma escencia del ser; que todo aquello que le impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual, superstición o limitación en cualquier forma. -Eliminado -dijo una voz en la multitud-, ¿aunque sea ley de la bandada? -La única ley verdadera es aquella que conduce a la libertad -dijo Juan-. No hay otra. -¿Cómo quieres que volemos como vuelas tú? -intervino otra voz-. Tú eres especial y dotado y divino, superior a cualquier pájaro. -¡Mirad a Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a Maria Antonio! ¿Son también ellos especiales y dotados y divinos? No más que vosotros, no más que yo. La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en práctica. Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvían intranquilos. No se habían dado cuenta de que era eso lo que habían estado haciendo. Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a despreciar.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas No había podido entrar, he leído muy poco, espero tener tiempo el fin de semana. Este tango tiene total vigencia y pensar que ya tiene setenta y tantos años... Dejo algo que tenía guardado. pensaba poner una canción pero no la encuentro ahora. Después será. “POR QUÉ LEER”. UN ENSAYO DE HAROLD BLOOM En la cama con Shakespeare Domingo 22 de abril – 2007. Diario La Nación. Chile No hay una sola manera de leer bien, aunque hay una razón primordial por la cual debemos leer. A la información tenemos acceso ilimitado; ¿dónde encontraremos la sabiduría? Si uno es afortunado se topará con un profesor particular que lo ayude; pero al cabo está solo y debe seguir adelante sin más mediaciones. Leer bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque, al menos en mi experiencia, es el placer más curativo. Lo devuelve a uno a la otredad, sea la de uno mismo, la de los amigos o la de quienes puedan llegar a serlo. La lectura imaginativa es encuentro con lo otro, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer bastante gente, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la comprensión imperfecta y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional. Dado que para mí la cuestión de cómo leer nunca deja de llevar a los motivos y usos de la lectura, en ningún caso separaré el “cómo” y el “por qué”. En “¿Cómo se debe leer un libro?”, el breve ensayo final de su “Lector común (Volumen II”), Virginia Woolf hace esta encantadora advertencia: “Por cierto, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos”. Pero luego añade muchas disposiciones para el gozo de la libertad por parte del lector, y culmina con la gran pregunta: “¿por dónde empezar?”. Para llegar a los placeres más hondos y amplios de leer “es preciso no dilapidar, ignorante y lastimosamente, nuestros poderes”. Parece pues que, mientras uno no llegue a ser plenamente uno mismo, recibir consejos puede serle útil y hasta esencial. Woolf pensaba incesantemente, y nunca dejaba de leer. Tenía buena cantidad de consejos para dar a otros lectores, y a lo largo de este libro yo los he adoptado muy contento. El mejor es recordar: “Siempre hay en nosotros un demonio que susurra ‘amo esto, odio aquello’ y es imposible callarlo”. Yo no puedo callar a mi demonio, pero en fin, en este libro lo escucharé únicamente cuando susurre “amo”, porque aquí no pretendo entablar polémicas; sólo quiero enseñar a leer. Uno puede leer meramente para pasar el rato o leer con manifiesta urgencia, pero en definitiva siempre leerá contra el reloj. Acaso los lectores de la Biblia, esos que la recorren por sí mismos, ejemplifiquen la urgencia con mayor claridad que los lectores de Shakespeare, pero la búsqueda es la misma. Entre otras cosas, la lectura sirve para prepararnos para el cambio, y lamentablemente el cambio último es universal. Me entrego a la lectura como a una práctica solitaria más que como a una empresa educativa. El modo en que leemos hoy, cuando estamos solos con nosotros mismos, guarda una continuidad considerable con el pasado, cualquiera sea la vía adoptada en las academias. Mi lector ideal (y héroe de toda la vida) es el Dr. Samuel Johnson, quien conocía y expresó tanto el poder como las limitaciones de la lectura incesante. Ésta, como todas las actividades de la mente, debía satisfacer el principal compromiso de Johnson, que era con “lo que tenemos cerca, aquello que podemos usar”. Sir Francis Bacon, que aportó algunas de las ideas que Johnson llevó a la práctica, dio este célebre consejo: “No leáis para contradecir o impugnar, ni para hallar tema de conversación o discurso, sino para sopesar y reflexionar”. A Bacon y Johnson yo añado un tercer sabio de la lectura, Emerson, fiero enemigo de la historia y de todo historicismo, quien señaló que los mejores libros “nos impresionan con la convicción de que una naturaleza escribió y la misma naturaleza lee”. Permítanme fundir a Bacon, Johnson y Emerson en una fórmula de cómo leer: encontrar entre lo que está cerca, aquello que puede usarse para sopesar y reflexionar, y que se dirige a uno como si uno compartiera la naturaleza única, libre de la tiranía del tiempo. En términos pragmáticos esto significa: primero encuentra a Shakespeare, y deja que él te encuentre a ti. PLACER DIFÍCIL La manera en que leemos hoy depende en parte de nuestra distancia interior o exterior de las universidades, donde la lectura apenas se enseña como placer, en cualquiera de los sentidos profundos de la estética del placer. Abrirse a una confrontación directa con Shakespeare en sus momentos más fuertes, por ejemplo en “El rey Lear”, nunca es un placer fácil, ni en la juventud ni en la vejez, y sin embargo no leer “El rey Lear” plenamente (es decir, sin expectativas ideológicas) es ser objeto de fraude cognoscitivo y estético. La niñez pasada en gran medida mirando televisión se proyecta en una adolescencia frente al computador, y la universidad recibe un estudiante difícilmente capaz de acoger la sugerencia de que debemos soportar tanto el irnos de aquí como el haber llegado: la madurez lo es todo. La lectura se desmorona, y en el mismo proceso se hace trizas buena parte de la propia identidad. Todo esto es inmune a los lamentos, y no hay promesas ni programas que lo remedien. Lo que ha de hacerse sólo se puede llevar a cabo mediante alguna versión del elitismo, y, por buenas y malas razones, en nuestra época esto es inaceptable. Todavía hay en todas partes, aun en las universidades, lectores solitarios jóvenes y viejos. Si existe en nuestra época una función de la crítica, será la de dirigirse a la lectora y el lector solitarios, que leen por sí mismos y no por los intereses que supuestamente los trascienden. Al cabo de cuatro siglos, Shakespeare nos impregna más que nunca; lo representarán en la atmósfera y en otros mundos, si se llega hasta allí. No es una conspiración de la cultura occidental; contiene todos los principios de la lectura y es mi piedra de toque a lo largo del libro. Borges atribuyó el carácter universal de Shakespeare a su aparente falta de personalidad, pero ese rasgo es más bien una gran metáfora de lo que hace diferente a Shakespeare, que en última instancia es poder cognoscitivo como tal. Con frecuencia, aunque no siempre sabiéndolo, leemos en busca de una mente más original que la nuestra. Cuando uno anda por los 70 quiere tan poco leer mal como vivir mal, porque el tiempo no afloja la marcha. No sé si le debemos a Dios o a la naturaleza una muerte, pero la naturaleza hará su cosecha de todos modos Para leer sentimientos humanos en lenguaje humano hay que ser capaz de leer humanamente, con toda el alma. Leemos a Shakespeare, Dante, Chaucer, Cervantes, Dickens, y todos sus pares porque amplían la vida, y más. Leemos en profundidad por razones variadas, la mayoría de ellas familiares: porque no podemos conocer a fondo a suficientes personas; porque necesitamos conocernos mejor; porque requerimos conocimiento, no sólo de nosotros mismos o de otros, sino de cómo son las cosas. Sin embargo, el motivo más fuerte y auténtico para la lectura profunda es la búsqueda de un placer difícil. Yo no patrocino precisamente una erótica-de-la-lectura, y pienso que “dificultad placentera” es una definición plausible de lo Sublime; pero la búsqueda del lector sigue siendo un placer más alto. Los exhorto a descubrir aquello que les es realmente cercano y puede utilizarse para sopesar y reflexionar. A leer profundamente, no para creer, no para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee. Ya leeré todo lo que han escrito. Que estén muy bien.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas hola Anvery....que artículo tan interesante! Maia...espero más del cuento, que es muy ,pero muy bonito! Juan Salvador Gaviota-Richard Bach
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Dicen en la Bandada que si no eres el hijo de la misma gran gaviota -le contó Pedro a Juan, una mañana después de las prácticas de velocidad avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estás mil años por delante de tu tiempo. Juan suspiró. Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman diablo o te llaman dios. -¿Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo? Hubo un largo silencio. -Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda; a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas. -Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Gracias Clause por Juan Salvador Gaviota y por las letras de los tangos, jamás me había detenido a escucharlas (son muy bellas e interesantes)! Gracias Maia por "De Los Apeninos a Los Andes" (cuántas vicisitudes para ese pobre niño)! Muy bueno el ensayo que subiste Anveri! Les dejo aquí otra poesía de mi mamá: Los ruidos de la noche Los ruidos de la noche intranquilizan mis sentidos y ya no duermo, oigo el murmullo lejano de los autos y los trenes llegando a la estación. El aullido de los perros encelados y los gatos haciéndose el amor. Tantos ruidos de la noche que se apagan y se pierden viajando por un cielo sin color... Relojes que dan mil campanadas y a nuestro lado el cruel despertador. Y un latido, un latido que quisiera escuchar toda la vida aquí junto a mi oído: ¡El de tu corazón! Violeta Collioud No escribe como mi Lord Byron pero se defiende...
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Claudia,la letra de mi tango preferido....cuando lo canto bien fuerte mis hijos me dicen que me calle!!! "Los Mareados", escrito por Enrique Cadícamo "Rara... como encendida te hallé bebiendo linda y fatal... Bebías y en el fragor del champán, loca, reías por no llorar... Pena me dio encontrarte pues al mirarte yo vi brillar tus ojos con un eléctrico ardor, tus bellos ojos que tanto adoré... Esta noche, amiga mía, el alcohol nos ha embriagado... ¡Qué me importa que se rían y nos llamen los mareados!... Cada cual tiene sus penas y nosotros las tenemos... Esta noche beberemos porque ya no volveremos a vernos más... Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida... Tres cosas lleva mi alma herida: amor...pesar...dolor... Hoy vas a entrar en mi pasado y hoy nuevas sendas tomaremos... ¡Qué grande ha sido nuestro amor!... Y, sin embargo, ¡ay!, mirá lo que quedó...".