Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Clausecita Horacio Quiroga! cuentos que leí en
    el colegio primario.

    Recuerdo "La Tortuga gigante", "Las medias de los flamencos",
    "La guerra de los yacarés", jajajaajaajajaj
    te matás de risa con el: paso! .. no se pasa! ... paso! .. no se pasa!
    ...y como sufrí con "A la Deriva" ...que recuerdos me traes!!!
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    jaja...:11risotada: :11risotada: me cambiaste el cuento,Maia...traia uno de Borges, pero si me decis asi...te pongo uno de esos!!!:beso:

    Horacio Quiroga
    (1879-1937)

    LA TORTUGA GIGANTE
    (Cuentos de la selva, 191:icon_cool:





    Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
    —Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hace mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
    El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
    Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.
    Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.
    El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.
    —Ahora —se dijo el hombre—, voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.
    Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
    A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.
    La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.
    El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.
    La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo.
    Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió entonces que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre.
    —Voy a morir —dijo el hombre—. Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.
    Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento.
    Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:
    —El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora.
    Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.
    Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.
    El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:
    —Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.
    Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
    —Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.
    Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.
    La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar, se detenía, deshacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pasto bien seco.
    Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.
    A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
    Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces se quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:
    —Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en el monte.
    Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.
    Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.
    Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
    Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.
    Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez— encontró a los dos viajeros moribundos.
    —¡Qué tortuga! —dijo el ratón—. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?
    —No —le respondió con tristeza la tortuga—. Es un hombre.
    —¿Y adónde vas con ese hombre? —añadió el curioso ratón.
    —Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré...
    —¡Ah, zonza, zonza! —dijo riendo el ratoncito—. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.
    Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa, porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.
    Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó enseguida.
    Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
    Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.





     
  3. --------..

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Uy!Quiroga!!hombre complcado....leyeron los "Cuentos de amor locura y muerte"???? Son escalofriantes.....
     
  4. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    [​IMG]
    Uhhh gracias clausecita! que recuerdo con cuentos de la selva!!!!
    aún lo conservo todo deshojado de tanto
    dar vueltas su páginas!
    ...
     
  5. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    si si! albita que maravilla toda la obra de Quiroga!
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Entonces ,ya encontré el próximo libro,Maia...será Cuentos de la Selva!:razz:
     
  7. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:
    Hola.
    Mi nick es Anveri, chilena, no Anvitel.

    Chicas.
    Les dejo un regalito que me llegó ayer y lo comparto con ustedes.

    http://es.youtube.com/watch?v=TFKJqQQG-A8

    Voy a leer los cuentos de Horacio Quiroga. Uno que me gustó muchísimo fue "El Desierto"

    ;)
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias, Anveri!:happy:

    Bueno ,continuo,con Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga.

    [​IMG]


    Las medias de los Flamencos

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    Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.

    Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.

    Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.

    Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.

    Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.

    Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.

    Un flamenco dijo entonces:

    -Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.

    Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.

    -¡Tan-tan! -pegaron con las patas.

    -¿Quién es? -respondió el almacenero.

    -Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?

    -No, no hay -contestó el almacenero-. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén.

    -¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?

    El almacenero contestó:

    -¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿quiénes son?

    -Somos los flamencos- respondieron ellos .

    Y el hombre dijo:

    -Entonces son con seguridad flamencos locos.

    Fueron a otro almacén.

    -¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?

    El almacenero gritó :

    -¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras ? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!

    Y el hombre los echó con la escoba.

    Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.

    Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:

    -¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan . No van a encontrar medias así en ningún almacén . Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.

    Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron :

    -¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.

    -¡Con mucho gusto! -respondió la lechuza-. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.

    Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros. recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.

    -Aquí están las medias -les dijo la lechuza-. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.

    Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.

    Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.

    Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.

    Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.

    Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.

    Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.

    -¡No son medias!- gritaron las víboras-. ¡ Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral

    Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.

    Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.

    Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.

    Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.


    Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.

    A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.

    Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos. [​IMG]





     
  9. --------..

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias,clau!!En la escuela,en Uruguay ,los Cuentos de la Selva son como libros de cabecera!!!!!!besos!
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ...jaja, me alegro ,Albita ,pero el Gracias ,es para Maia, que yo arrancaba con Borges!:11risotada: :11risotada:
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    RIMA LXIX

    ¡La vida es sueño!

    Calderón.



    Al brillar un relámpago nacemos,
    y aún dura su fulgor cuando morimos;
    ¡tan corto es el vivir!

    La Gloria y el Amor tras que corremos
    sombras de un sueño son que perseguimos;
    ¡despertar es morir!


    Gustavo Adolfo Bécquer
     
  12. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que amor!
    gracias clausesita!!!
    tantas veces los leí en mi infancia
    recuerdo que nos los leía en la clase
    que teníamos de una hora con una Asistente social
    y mi madre de tanto que yo se lo pedía, me compró
    el libro y mi hermana mayor por las noches me los
    iba leyendo!
     
  13. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    De los Apeninos a los Andes



    Y él se pasaba las horas apoyado en la borda y mirando aquel mar sin fin,
    aturdido, pensando vagamente en su madre hasta que los ojos se le
    cerraban y la cabeza se le caía, rendida por el sueño; y entonces volvía a
    ver aquella cara desconocida que lo miraba con aire de lástima y le repetía
    al oído: "¡Tu madre ha muerto!". Y aquella voz lo despertaba sobresaltado
    para volver a soñar con los ojos abiertos y mirando el inalterable horizonte.

    Veintisiete días duró el viaje. Pero los últimos fueron los mejores. El tiempo
    estaba bueno y era fresco el aire. Había entablado relaciones con un buen
    viejo lombardo que iba a América a reunirse con su hijo, labrador de la ciudad
    de Rosario; le había contado todo lo que ocurría en su casa, y el viejo,
    a cada instante, le repetía, dándole palmaditas en el cuello:
    -¡Ánimo, muchachito!, tú encontrarás a tu madre sana y contenta.

    Aquella compañía lo animaba, y sus presentimientos, de tristes, se habían
    tornado alegres. Sentado en la proa, al lado del viejo labrador que fumaba
    en pipa, bajo un hermoso cielo estrellado, en medio de grupos de emigrantes
    que cantaban, se representaba mil veces en su pensamiento su llegada a Buenos
    Aires: se veía en una calle, encontraba la tienda, se echaba en brazos del tío:
    "¿Cómo está mi madre?" "¿Dónde está?" "¡Vamos en seguida!" "En seguida
    vamos". Corrían juntos, subían una escalera, se abría una puerta...

    Y aquí el sordo soliloquio se detenía, se perdía su imaginación en un sentimiento
    de inexplicable ternura que le hacía sacar, a escondidas, una medallita que
    llevaba al cuello y murmurar, besándola, sus oraciones. (continúa)
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que lindos recuerdos ,Maia:razz: :beso:

    Cuentos de la selva de Horacio Quiroga


    [​IMG][​IMG]

    El loro pelado

    Había una vez una bandada de loros que vivía en el monte.

    De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.

    Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después se pudren con la Lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comerlos guisados, los peones los cazaban a tiros.

    Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo Llevó a la casa, para los hijos del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se Llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y les hacía cosquillas en la oreja.

    Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.

    Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar.

    Decía: "¡Buen día, lorito! "¡Rica la papa!" "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.

    Cuando Llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.

    Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o clock tea.

    Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando:

    - ¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La pata, Pedrito!... y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar.

    Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.

    -¿Qué será? -se dijo el loro- ¡Rica, papa!... ¿Qué será eso?... ¡Buen día, Pedrito!... El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse.

    Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo

    fijamente.

    Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo.

    -¡Buen día, tigre! -le dijo- ¡La pata, Pedrito!...

    Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió:

    -¡Bu-en día!

    -¡Buen día, tigre! -repitió el loro-. ¡Rica, papa!... ¡rica, papa!... ¡rica papa!...

    Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.

    -¡Rico té con leche! -le dijo-. ¡Buen día, Pedrito!... ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre?

    Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó:

    -¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do!

    El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca dei suelo.

    -¡Rica, papa, en casa! -repitió gritando cuanto podía.

    -¡Más cer-ca! ¡No oi-go! -respondió el tigre con su voz ronca.

    El loro se acercó un poco más y dijo:

    -¡Rico, té con leche!

    -¡Más cer-ca toda-vía! -repitió el tigre.

    El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto,

    tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola.

    -¡Tomá!-rugió el tigre-. Andá a tomar té con leche...

    El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.

    Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.

    Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia:

    -¿Dónde estará Pedrito? -decían. Y Llamaban-: ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!

    Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a Llorar.

    Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre, Pedrito! Nunca más lo verían por- que había muerto.

    Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.

    Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas.

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    -¡Pedrito, lorito! -le decían-. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito!

    Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacia sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra.

    Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que le había pasado; un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando:

    -¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma!

    Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.

    El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.

    Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre.

    Entonces el loro se puso a gritar:

    -¡Lindo día!... ¡Rica, papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?...

    El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esta vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:

    -Acer-cá-te más! ¡Soy sor-do!

    El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:

    -¡Rico, pan con leche!... ¡ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!...

    Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.

    -¿Con quién estás hablando? -rugió-. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?

    -¡A nadie, a nadie! -gritó el loro-. ¡Buen día, Pedrito!... ¡La pata, lorito!...

    Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol, para avisar- le al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con escopeta al hombro.

    Y Llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del tigre, y entonces gritó:

    -¡Rica, papa!... ¡ATENCIÓN!

    -¡Más cer-ca aún!-rugió el tigre, agachándose para saltar.

    -¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO, VA A SALTAR! y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenia el cañón de la escopeta re- costado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un rugido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.

    Pero el loro, !Qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado -¡y bien vengado!- del feísimo animal que le había sacado las plumas!

    El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor.

    Cuando Llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho.

    Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuan- do entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche.

    -¡Rica, papa!... -le decía-. ¿Querés té con leche?... ¡La papa para el tigre!...

    Y todos se morían de risa. Y Pedrito también
     
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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    que lindos,los Cuentos de la Selva..cunado mi hijos eran pequeños les habiamos comprado una edicion que venia en formato bien grande,con tapas duras,y unos dibujos enormes!!lo disfrutaron muchisimo.