Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Hola a todos , un granito de arena para mostrar al poeta Salvat Papasseit, quien otro poeta llamado Serrat ha cantado sus versos.Traducido del catalán
    "La casa que vull." La casa que quiero.

    La casa que quiero que la mar la vea
    y unos arboles con fruto, que la alegren


    que un camino la lleve, luciendo rosada
    no muy lejos los Pinos que la lluvia aplaca

    Sí tengo que descansar, que la luna venga
    y cuando salga el sol, buen dia me diga!
    que en tiempo de verano anide la golondrina
    El blanco de las paredes de la entrada ,
    revoloteando abejas vayan

    Oyendo la cancion del campesino arando
    con el sabor de la marinada


    que pueda ver la ciudad desde la ventana
    que pueda oir los clamores de guerra o de fiesta!

    Para Yo estar presente . Salvat poeta catalá[​IMG]n
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Hola Pink!!!:beso: ...trate de buscar esta poesia ,cantada por Serrat y no la encontré ,pero traigo esta otra !:happy:

    Joan Manuel Serrat publicó en 1977 el LP "Res no és mesquí", musicando poemas de Joan Salvat Papasseit, poeta catalán de principios del siglo XX, vitalista y decidido cultivador de las vanguardias expresivas en una evolución que le lleva del regeneracionismo al futurismo. Poemas que reconstruyen formas de estar en la realidad de manera tan entusiasta y lúcida como éste "Res no és mesquí" que dio título al disco serratiano.





    Res no és mesquí
    ni cap hora és isarda,
    ni és fosca la ventura de la nit.
    I la rosada és clara
    que el sol surt i s'ullprèn
    i té delit del bany:
    que s'emmiralla el llit de tota cosa feta.

    Res no és mesquí,
    i tot ric com el vi i la galta colrada.
    I l'onada del mar sempre riu,
    Primavera d'hivern - Primavera d'istiu.
    I tot és Primavera:
    i tota fulla verda eternament.

    Res no és mesquí,
    perquè els dies no passen;
    i no arriba la mort ni si l'heu demanada.
    I si l'heu demanada us dissimula un clot
    perquè per tornar a néixer necessiteu morir.
    I no som mai un plor
    sinó un somriure fi
    que es dispersa com grills de taronja.

    Res no és mesquí,
    perquè la cançó canta en cada bri de cosa.
    - Avui, demà i ahir
    s'esfullarà una rosa:
    i a la verge més jove li vindrà llet al pit.


    -------------------


    Nada es mezquino
    ni hora alguna es ingrata,
    ni es oscura la suerte de la noche.
    Y la rosada es clara
    pues el sol sale y se encanta
    y ansía el baño:
    pues se refleja en el lecho de todo lo creado.

    Nada es mezquino,
    y todo es rico como el vino y la mejilla colorada.
    Y la ola del mar siempre ríe.
    Primavera de invierno - primavera de estío
    Y todo es primavera:
    y toda hoja verde eternamente.

    Nada es mezquino,
    porque los días no pasan;
    y no llega la muerte ni aunque la hayáis demandado.
    Y si la habéis demandando os disimulará un foso,
    pues para renacer necesitáis morir.
    Y no somos llanto,
    sino una fina sonrisa
    que se dispersa como gajos de naranja.

    Nada es mezquino
    porque la canción canta en cualquier pequeña cosa
    Hoy, mañana y ayer.





    (la traducción está tomada, aunque no al pie de la letra de la edición de la Poesía Completa de Joan-Salvat Papasseit, realizada en la editorial La poesía, sr. Hidalgo, 2008, por Jordi Virallonga)





     
  3. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    albita que bella!!
    gracias por traernoslá!
     
  4. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Gracias Pink [​IMG]por hacernos conocer
    al autor de este poema que canta el Maestro Serrat!!
     
  5. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:
    Hola.
    Para amenizar las lindas letras que se juntan según los sentires, dejo una imagen que tiene que ver con nuestras apetencias.


    [​IMG]

    Voy leyendo, voy leyendo, pero todavía me falta.

    ;)
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    CUENTOS DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE Horacio Quiroga

    LOS PESCADORES DE VIGAS
    El motivo fue ciertos muebles de comedor que míster Hall no tenía aún, y su
    fonógrafo le sirvió de anzuelo.
    Candiyú lo vio en la oficina provisoria de la «Yerba Company», donde míster
    Hall maniobraba su fonógrafo a puerta abierta.
    Candiyú, como buen indígena, no manifestó sorpresa alguna, contentándose
    con detener su caballo un poco al través ante el chorro de luz, y mirar a otra parte.
    Pero como un inglés a la caída de la noche, en mangas de camisa por el calor y con una botella de whisky al lado, es cien veces más circunspecto que cualquier mestizo, míster Hall no levantó la vista del disco. Con lo que vencido y conquistado, Candiyú concluyó por arrimar su caballo a la puerta, en cuyo umbral apoyó el codo.
    –Buenas noches, patrón. ¡Linda música!
    –Sí, linda –repuso míster Hall.
    –¡Linda! –repitió el otro– ¡Cuánto ruido!
    –Sí, mucho ruido –asintió míster Hall, que hallaba sin duda oportunas las
    observaciones de su visitante.
    Candiyú proseguía entre tanto:
    –¿Te costó mucho a usted, patrón?
    –Costó... ¿Qué?
    –Ese hablero... Los mozos que cantan.
    La mirada turbia e inexpresiva de míster Hall se aclaró. El contador comercial
    surgía.
    –¡Oh, cuesta mucho...! ¿Usted quiere comprar?
    –Si usted querés venderme... –contestó por decir algo Candiyú, convencido
    de antemano de la imposibilidad de tal compra. Pero míster Hall proseguía
    mirándolo con pesada fijeza, mientras la membrana saltaba del disco a fuerza de
    marchas metálicas.
    –Vendo barato a usted... ¡Cincuenta pesos!
    Candiyú sacudió la cabeza, sonriendo al aparato y a su maquinista,
    alternativamente:
    –¡Mucha plata! No tengo.
    –¿Usted qué tiene, entonces?
    El hombre se sonrió de nuevo, sin responder.
    –¿Dónde usted vive? –prosiguió míster Hall, evidentemente decidido a
    desprenderse de su gramófono.
    –En el puerto.
    –¡Ah! Yo conozco usted... ¿Usted llama Candiyú?
    –Me llama...
    –¿Y usted pesca vigas?
    –A veces; alguna viguita sin dueño...
    –¡Vendo por vigas...! Tres vigas aserradas. Yo mando carreta. ¿Conviene?
    Candiyú se reía.
    –No tengo ahora. Y esa... maquinaria, ¿tiene mucha delicadeza?
    –No; botón acá, y botón allá... Yo enseño. ¿Cuándo tiene madera?
    –Alguna creciente... Ahora ha de venir una. ¿Y qué palo querés usted?
    –Palo rosa. ¿Conviene?
    –¡Hum...! No baja ese palo casi nunca... Mediante una creciente grande,
    solamente. ¡Lindo palo! Te gusta palo bueno, a usted.
    –Y usted lleva buen gramófono. ¿Conviene?
    El mercado prosiguió a son de cantos británicos, el indígena esquivando la
    vía recta, y el contador acorralándolo en el pequeño círculo de la precisión. En el fondo, y descontados el calor y el whisky, el ciudadano inglés no hacía un mal negocio, cambiando un perro gramófono por varias docenas de bellas tablas, mientras el pescador de vigas, a su vez, entregaba algunos días de habitual trabajo a cuenta de una maquinita prodigiosamente ruidera.
    Por lo cual el mercado se realizó, a tanto tiempo de plazo.
    Candiyú vive todavía en la costa del Paraná, desde hace treinta años; y si su
    hígado es aún capaz de eliminar cualquier cosa después del último ataque de la fiebre en diciembre pasado, debe vivir aún unos meses más. Pasa ahora los días sentado en su catre de varas, con el sombrero puesto. Sólo sus manos, lívidas zarpas veteadas de verde que penden inmensas de las muñecas, como
    proyectadas en primer término de una fotografía, se mueven monótonamente sin cesar, con temblor de loro implume.
    Pero en aquel tiempo, Candiyú era otra cosa. Tenía En entonces por oficio
    honorable el cuidado de un bananal ajeno, y, poco menos lícito, el de pescar
    vigas. Normalmente, y sobre todo en época de creciente, derivan vigas escapadas de los obrajes, bien que se desprendan de una jangada en formación, bien que un peón bromista corte de un machetazo la soga que las retiene. Candiyú era poseedor de un anteojo telescopado, y pasaba las mañanas apuntando al agua, hasta que la línea blanquecina de una viga, destacándose en la punta de Itacurubí, lo lanzaba en su canoa al encuentro de la presa. Vista la viga a tiempo, la empresa no es extraordinaria, porque la pala de un hombre de coraje, recostado o halando de una pieza de diez por cuarenta, vale cualquier remolcador.
    ... Allá en el obraje de Castelhum, más arriba de Puerto Felicidad, las lluvias
    habían comenzado después de sesenta y cinco días de seca absoluta que no dejó llanta en las alzaprimas. El haber realizable del obraje consistía en ese momento en siete mil vigas –bastante más que una fortuna–. Pero como las dos toneladas de una viga, mientras no estén en el puerto, no pesan dos escrúpulos en caja, Castelhum y Cía. distaban muchísimas leguas de estar contentos.
    De Buenos Aires llegaron órdenes de movilización inmediata; el encargado
    del obraje pidió mulas y alzaprimas para movilizar; le respondieron que con el
    dinero de la primera jangada a recibir, le remitirían las mulas; y el encargado
    contestó que con esas mulas anticipadas, les mandaría la primera jangada.
    No había modo de entenderse. Castelhum subió hasta el obraje y vio el stock
    de madera en el campamento, sobre la barranca del Ñacanguazú.
    –¿Cuánto? –preguntó Castelhum a su encargado.
    –Treinticinco mil pesos –repuso éste.
    Era lo necesario para trasladar las vigas al Paraná. Y sin contar la estación
    impropia.
    Bajo la lluvia que unía en un solo hilo de agua su capa de goma y su caballo,
    Castelhum consideró largo rato el arroyo arremolinado. Señalando luego el
    torrente con un movimiento del capuchón:
    –¿Las aguas llegarán a cubrir el salto? –preguntó a su compañero.
    –Si llueve mucho, sí.
    –Hasta este momento; esperaba órdenes suyas.
    –Bien –dijo Castelhum–. Creo que vamos a salir bien. Óigame, Fernández:
    Esta misma tarde refuerce la maroma en la barra, y comience a arrimar todas las vigas, aquí a la barranca. El arroyo está limpio, según me dijo. Mañana de mañana bajo a Posadas, y desde entonces, con el primer temporal que venga, eche los palos al arroyo. ¿Entiende? Una buena lluvia.
    El mayordomo lo miró abriendo los ojos.
    –La maroma va a ceder antes que lleguen mil vigas.
    –Ya sé, no importa. Y nos costará muchísimos pesos. Volvamos y
    hablaremos más largo.
    Fernández se encogió de hombros, y silbó a los capataces.
    En el resto del día, sin lluvia pero empapado en calma de agua, los peones
    tendieron de una orilla a otra en la barra del arroyo la cadena de vigas, y el
    tumbaje de palos comenzó en el campamento. Castelhum bajó a Posadas sobre un agua de inundación que iba corriendo siete millas, y que al salir del Guayrá se había alzado siete metros la noche anterior.
    Tras gran sequía, grandes lluvias. A mediodía comenzó el diluvio, y durante
    cincuenta y dos horas consecutivas el monte tronó de agua. El arroyo, venido a torrente, pasó a rugiente avalancha de agua roja. Los peones, calados hasta los huesos, con su flacura en relieve por la ropa pegada al cuerpo, despeñaban las vigas por la barranca. Cada esfuerzo arrancaba un unísono grito de ánimo, y cuando la monstruosa viga rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua, todos los peones lanzaban su ¡a... hijú! de triunfo.
    Y luego, los esfuerzos malgastados en el barro líquido, la zafadura de las
    palancas, las costaladas bajo la lluvia torrencial. Y la fiebre.
    Bruscamente, por fin, el diluvio cesó. En el súbito silencio circunstante, se
    oyó el tronar de la lluvia todavía sobre el bosque inmediato. Más sordo y más
    hondo, el retumbo del Ñacanguazú. Algunas gotas, distanciadas y livianas, caían aún del cielo exhausto. Pero el tiempo proseguía cargado, sin el más ligero soplo.
    Se respiraba agua, y apenas los peones hubieron descansado un par de horas, la lluvia recomenzó –la lluvia a plomo, maciza y blanca de las crecidas. El trabajo urgía –los sueldos habían subido valientemente–, y mientras el temporal siguió, los peones continuaron gritando, cayéndose y tumbando bajo el agua helada.
    En la barra del Ñacanguazú, la barrera flotante contuvo a los primeros palos
    que llegaron, y resistió arqueada y gimiendo a muchos más; hasta que al empuje incontenible de las vigas que llegaban como catapultas contra la maroma, el cable cedió.
    ... Candiyú observaba el río con su anteojo, considerando que la crecienteactual, que allí en San Ignacio había subido dos metros más el día anterior – llevándose, por lo demás, su chalana–, sería más allá de Posadas formidable inundación. Las maderas habían comenzado a descender, cedros o poco menos, y el pescador reservaba prudentemente sus fuerzas.
    Esa noche el agua subió un metro aún, y a la tarde siguiente Candiyú tuvo la
    sorpresa de ver en el extremo de su anteojo una barra, una verdadera tropa de vigas sueltas que doblaban la punta de Itacurubí. Madera de lomo blanquecino, y perfectamente seca.
    Allí estaba su lugar. Saltó en su guabiroba, y paleó al encuentro de la caza.
    Ahora bien, en una creciente del Alto Paraná se encuentran muchas cosas
    antes de llegar a la viga elegida. Arboles enteros, desde luego, arrancados de
    cuajo y con las raíces negras al aire, como pulpos. Vacas y mulas muertas, en
    compañía de buen lote de animales salvajes ahogados, fusilados o con una flecha plantada aún en el vientre. Altos conos de hormigas amontonadas sobre un raigón. Algún tigre, tal vez; camalotes y espuma a discreción –sin contar, claro está, las víboras.
    Candiyú esquivó, derivó, tropezó y volcó muchas veces más de las
    necesarias hasta llegar a su presa. Al fin la tuvo; un machetazo puso al vivo la veta sanguínea del palo rosa, y recostándose a la viga pudo derivar con ella
    oblicuamente algún trecho. Pero las ramas, los árboles, pasaban sin cesar
    arrastrándolo. Cambió de táctica; enlazó su presa, y comenzó entonces la lucha muda y sin tregua, echando silenciosamente el alma a cada palada.
    Una viga, derivando con una gran creciente, lleva un impulso suficientemente
    grande para que tres hombres titubeen antes de atreverse con ella. Pero Candiyú unía a su gran aliento treinta años de piraterías en río bajo o alto, y deseaba, además, ser dueño de un gramófono.
    La noche que caía ya le deparó incidentes a su plena satisfacción. El río, a
    flor de ojo casi, corría velozmente con untuosidad de aceite. A ambos lados
    pasaban y pasaban sin cesar sombras densas. Un hombre ahogado tropezó con la guabiroba; Candiyú se inclinó, y vio que tenía la garganta abierta. Luego visitantes incómodos, víboras al asalto, las mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores hasta los camarotes.
    El hercúleo trabajo proseguía, la pala temblaba bajo el agua, pero el remero
    era arrastrado a pesar de todo. Al fin se rindió; cerró más el ángulo de abordaje, y sumó sus últimas fuerzas para alcanzar el borde de la canal, que rozaba los canteles del Teyucuaré. Durante diez minutos el pescador de vigas, los tendones del cuello duros y los pectorales como piedra, hizo lo que jamás volverá a hacer nadie para salir de la canal en una creciente, con una viga a remolque. La guabiroba alcanzó por fin las piedras, se tumbó, justamente cuando a Candiyú quedaba la fuerza suficiente –y nada más– para sujetar la soga y desplomarse de espaldas.
    Solamente un mes más tarde tuvo míster Hall sus tres docenas de tablas, y
    veinte segundos después entregaba a Candiyú el gramófono, incluso veinte
    discos.
    La firma Castelhum y Cía., no obstante la flotilla de lanchas a vapor que
    lanzó contra las vigas –y esto por bastante más de treinta días– perdió muchas. Y si alguna vez Castelhum llega a San Ignacio y visita a míster Hall, admirará sinceramente los muebles del citado contador, hechos de palo rosa.



     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Maia:beso:
    Anveri:beso:
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Oda a la critica del libro “Odas elementales”
    Oda a la critica del libro “Odas elementales”
    Pablo Neruda

    Yo escribí cinco versos
    uno verde,
    otro era un pan redondo,
    el tercero, una casa levantándose,
    el cuarto era un anillo,
    el quinto verso
    era corto como un relampago
    y al escribirlo
    me dejó en la razón su quemadura,
    y bien los hombres,
    las mujeres,
    vinieron y tomaron la sencilla materia,
    brizna, viento, fulgor, barro, madera,
    y con tan poca cosa, construyeron paredes,
    pisos, sueños.
    En una línea de mi poesia
    secaron ropa al viento,
    comieron mis palabras,
    las guardaron junto a la cabecera,
    vivieron con un verso,
    con la luz que salió de mi costado,
    entonces llego un crítico, mudo
    y otro lleno de lenguas,
    y otros,
    otros llegaron ciegos
    o llenos de ojos,
    elegantes algunos,
    como claveles con zapatos rojos,
    otros estrictamente vestidos de cadáveres,
    algunos partidarios del rey
    y su elevada monarquía,
    otros se habían enredado en
    la frente de Marx
    y pataleaban en su barba,
    otros eran ingleses,
    sencillamente ingleses,
    y entre todos,
    se lanzaron con dientes y cuchillos,
    con diccionarios y otras armas negras,
    con citas respetables,
    se lanzaron,
    a disputar mi pobre poesía,
    a las sencillas gentes que la amaban.
    Y la hicieron embudos, la enrollaron,
    la sujetaron con cien alfileres,
    la cubrieron con polvo de esqueleto,
    la llenaron de tinta,
    la escupieron,
    con suave beningnidad de gatos,
    la destinaron a envolver relojes,
    la protegieron,
    y la condenaron,
    le arrimaron petróleo,
    le dedicaron húmedos tratados,
    la cocieron con leche,
    le agregaron pequeñas piedrecitas,
    fueron borrándole vocales,
    fueron matándole sílabas y suspiros,
    la arrugaron e hicieron un pequeño paquete,
    que destinaron cuidadosamente a sus desvanes,
    a sus cementerios,
    luego se retiraron,
    uno a uno,
    enfurecidos hasta la locura
    porque no fui bastante popular
    para ellos,
    o indignados de dulce menosprecio,
    por mi ordinaria falta de tinieblas.
    Se retiraron, todos,
    y entonces, otra vez,
    junto a mi poesía,
    volvieron a vivir mujeres y hombres,
    de nuevo hicieron fuego,
    construyeron casas,
    comieron pan,
    se repartieron la luz,
    y en el amor,
    unieron relámpago y anillo.
    Y ahora perdonadme señores
    que interrumpa
    este cuento que les estoy contando,
    y me vaya a vivir para siempre con la gente sencilla






     
  9. Anveri

    Anveri Fanática de nativas -aves

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :happy:
    Me ha hecho llorar esta poesía, de verdad, no tiene sentido mentir ante la palabra que llega al alma.
    Selecciono algunos versos

    No la conocía, gracias muchas gracias, debo vivir muuuuuuuuuchos años más,
    porque no sé nada o muy poco.
    El poema tiene un aire de santidad, de religiosidad natural.

    ¡¡¡VIVAN LOS POETAS POR SIEMPRE, DE TODOS LOS RINCONES!!!

    :beso:
     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ME alegra mucho Anveri que te haya gustado!:razz:
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    CUENTOS DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE Horacio Quiroga

    LA MIEL SILVESTRE
    Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce
    años, y en consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este queda a dos leguas de la ciudad. Allí vivirían primitivamente de la caza y la pesca. Cierto es que los dos muchachos no se habían acordado particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero de todos modos el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha, y sus peligros como encanto.
    Desgraciadamente, al segundo día fueron hallados por quienes los
    buscaban. Estaban bastante atónitos todavía, no poco débiles, y con gran
    asombro de sus hermanos menores –iniciados también en Julio Verne–, sabían
    aún andar en dos pies y recordaban el habla.
    La aventura de los dos robinsones, sin embargo, fuera acaso más formal a
    haber tenido como teatro otro bosque menos dominguero. Las escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a ello arrastró a Gabriel Benincasa el orgullo de sus stromboot.
    Benincasa, habiendo concluido sus estudios de contaduría pública, sintió
    fulminante deseo de conocer la vida de la selva. No fue arrastrado por su
    temperamento, pues antes bien Benincasa era un muchacho pacífico, gordinflón y de cara rosada, en razón de su excelente salud. En consecuencia, lo suficiente cuerdo para preferir un té con leche y pastelitos, a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque. Pero así como el soltero que fue siempre juicioso cree de su deber, la víspera de sus bodas, despedirse de la vida libre con una noche de orgía en compañía de sus amigos, de igual modo Benincasa quiso honrar su vida aceitada con dos o tres choques de vida intensa. Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un obraje, con sus famosos stromboot.
    Apenas salido de Corrientes había calzado sus recias botas, pues los
    yacarés de la orilla calentaban ya el paisaje. Mas a pesar de ello el contador
    público cuidaba mucho de su calzado, evitándole arañazos y sucios contactos.
    De este modo llegó al obraje de su padrino, y a la hora tuvo éste que
    contener el desenfado de su ahijado.
    –¿Adónde vas ahora? –le había preguntado sorprendido.
    –Al monte; quiero recorrerlo un poco –repuso Benincasa, que acababa de
    colgarse el winchester al hombro.
    –¡Pero infeliz! No vas a poder dar un paso. Sigue la picada, si quieres... O
    mejor, deja esa arma, y mañana te haré acompañar por un peón.
    Benincasa renunció a su paseo. No obstante, fue hasta la vera del bosque y
    se detuvo. Intentó vagamente un paso adentro, y quedó quieto. Metióse las manos en los bolsillos, y miró detenidamente aquella inextricable maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de nuevo el bosque a uno y otro lado, retornó bastante desilusionado.
    Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espacio de una
    legua, y aunque su fusil volvió profundamente dormido, Benincasa no deploró el paseo. Las fieras llegarían poco a poco.
    Llegaron éstas a la segunda noche –aunque de un carácter un poco singular.
    Benincasa dormía profundamente, cuando fue despertado por su padrino.
    –¡Eh, dormilón! Levántate que te van a comer vivo. Benincasa se sentó
    bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles de viento que se movían de un lado a otro en la pieza. Su padrino y dos peones regaban el piso.
    –¿Qué hay, que hay? –preguntó, echándose al suelo.
    –Nada... Cuidado con los pies... La corrección.
    Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos
    corrección. Son pequeñas, negras, brillantes, y marchan velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras. Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras, y a cuanto ser no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no huya de ellas. Su entrada en una casa supone la exterminación absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincón ni agujero profundo donde no se precipite el río devorador. Los perros aúllan, los bueyes mugen, y es forzoso abandonarles la casa, a trueque de ser roído en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en el lugar uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.
    No resisten sin embargo a la creolina o droga similar; y como en el obraje
    abunda aquélla, antes de una hora el chalet quedó libre de la corrección.
    Benincasa se observaba muy de cerca en los pies la placa lívida de una
    mordedura.
    –¡Pican muy fuerte, realmente!– dijo sorprendido, levantando la cabeza hacia
    su padrino.
    Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no respondió,
    felicitándose en cambio de haber contenido a tiempo la invasión. Benincasa
    reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la noche por pesadillas tropicales.
    Al día siguiente se fue al monte, esta vez con un machete, pues había
    concluido por comprender que tal utensilio le sería en el monte mucho más útil que el fusil.
    Cierto es que su pulso no era maravilloso, y su acierto, mucho menos. Pero
    de todos modos lograba trozar las ramas, azotarse la cara y cortarse las botas – todo en uno.
    El monte crepuscular y silencioso lo cansó pronto. Dábale la impresión –
    exacta por lo demás– de un escenario visto de día. De la bullente vida tropical, no hay a esa hora más que el teatro helado; ni un animal, ni un pájaro, ni un ruido casi. Benincasa volvía, cuando un sordo zumbido le llamó la atención. A diez metros de él, en un tronco hueco, diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero. Se acercó con cautela, y vio en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras del tamaño de un huevo.
    –Esto es miel –se dijo el contador público con íntima gula–. Deben de ser
    bolsitas de cera, llenas de miel Pero entre él, Benincasa, y las bolsitas, estaban las abejas. Después de un momento de descanso, pensó en el fuego: levantaría una buena humareda. La suerte quiso que mientras el ladrón acercaba cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa cogió una enseguida, y oprimiéndole el abdomen constató que no tenía aguijón.
    Su saliva, ya liviana, se clarificó en melífica abundancia. ¡Maravillosos y buenos animalitos!
    En un instante el contador desprendió las bolsitas de cera, y alejándose un
    buen trecho para escapar al pegajoso contacto de las abejas, se sentó en un
    raigón. De las doce bolas, siete contenían polen. Pero las restantes estaban llenas de miel, una miel oscura, de sombría transparencia, que Benincasa paladeó golosamente. Sabía distintamente a algo. ¿A qué? El contador no pudo precisarlo.
    Acaso a resina de frutales o de eucalipto. Y por igual motivo, tenía la densa miel un vago dejo áspero. ¡Más que perfume, en cambio!
    Benincasa, una vez bien seguro de que sólo cinco bolsitas le serían útiles,
    comenzó. Su idea era sencilla: tener suspendido el panal goteante sobre su boca.
    Pero como la miel era espesa, tuvo que agrandar el agujero, después de haber
    permanecido medio minuto con la boca inútilmente abierta. Entonces la miel
    asomó, adelgazándose en pesado hilo hasta la lengua del contador.
    Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron así dentro de la boca de
    Benincasa. Fue inútil que éste prolongara la suspensión, y mucho más que
    repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse.
    Entretanto, la sostenida posición de la cabeza en alto lo había mareado un
    poco. Pesado de miel, quieto y los ojos bien abiertos, Benincasa consideró de
    nuevo el monte crepuscular. Los árboles y el suelo tomaban posturas por demás oblicuas, y su cabeza acompañaba el vaivén del paisaje.
    –Qué curioso mareo... –pensó el contador–. Y lo peor es...
    Al levantarse e intentar dar un paso, se había visto obligado a caer de nuevo
    sobre el tronco. Sentía su cuerpo de plomo, sobre todo las piernas, como si
    estuvieran inmensamente hinchadas. Y los pies y las manos le hormigueaban.
    –¡Es muy raro, muy raro, muy raro! –se repitió estúpidamente Benincasa, sin
    escudriñar sin embargo el motivo de esa rareza–. Como si tuviera hormigas... La corrección –concluyó.
    Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto.
    –¡Debe de ser la miel...! ¡Es venenosa...! ¡Estoy envenenado!
    Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de terror:
    no había podido ni aun moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo
    subían hasta la cintura. Durante un rato el horror de morir allí, miserablemente
    solo, lejos de su madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa.
    –¡Voy a morir ahora...! ¡De aquí a un rato voy a morir...! ¡Ya no puedo mover
    la mano...!
    En su pánico constató sin embargo que no tenía fiebre ni ardor de garganta,
    y el corazón y pulmones conservaban su ritmo normal. Su angustia cambió de
    forma.
    –¡Estoy paralítico, es la parálisis! ¡Y no me van a encontrar...!
    Pero una invencible somnolencia comenzaba a apoderarse de él, dejándole
    íntegras sus facultades, a la par que el mareo se aceleraba. Creyó así notar que el suelo oscilante se volvía negro y se agitaba vertiginosamente. Otra vez subió a su memoria el recuerdo de la corrección, y en su pensamiento se fijó como una suprema angustia la posibilidad de que eso negro que invadía el suelo...
    Tuvo aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto lanzó un
    grito, un verdadero alarido en que la voz del hombre recobra la tonalidad del niño aterrado: por sus piernas trepaba un precipitado río de hormigas negras. Alrededor de él la corrección devoradora oscurecía el suelo, y el contador sintió por bajo del calzoncillo el río de hormigas carnívoras que subían.
    Su padrino halló por fin, dos días después, y sin la menor partícula de carne,
    el esqueleto cubierto de ropa de Benincasa. La corrección que merodeaba aún por allí, y las bolsitas de cera, lo iluminaron suficientemente.
    No es común que la miel silvestre tenga esas propiedades narcóticas o
    paralizantes, pero se la halla. Las flores con igual carácter abundan en el trópico, y ya el sabor de la miel denuncia en la mayoría de los casos su condición –tal el dejo a resina de eucalipto que creyó sentir Benincasa.


     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Ajedrez
    .
    I
    .
    En su grave rincón, los jugadores
    Rigen las lentas piezas. El tablero
    Los demora hasta el alba en su severo
    Ambito en que se odian dos colores.
    .
    Adentro irradian mágicos rigores
    Las formas: torre homérica, ligero
    Caballo, armada reina, rey postrero,
    Oblicuo alfil y peones agresores.
    .
    Cuando los jugadores se hayan ido,
    Cuando el tiempo los haya consumido,
    Ciertamente no habrá cesado el rito.
    .
    En el Oriente se encendió esta guerra
    Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
    Como el otro, este juego es infinito.
    .
    II
    .
    Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
    Reina, torre directa y peón ladino
    Sobre lo negro y blanco del camino
    Buscan y libran su batalla armada.
    .
    No saben que la mano señalada
    Del jugador gobierna su destino,
    No saben que un rigor adamantino
    Sujeta su albedrío y su jornada.
    .
    También el jugador es prisionero
    (La sentencia es de Omar) de otro tablero
    De negras noches y de blancos días.
    .
    Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
    ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
    De polvo y tiempo y sueño y agonías?
    .

    Jorge Luis Borges.

     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    El Cómplice
    .
    Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
    Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.


    Me engañan y yo debo ser la mentira.
    Me incendian y yo debo ser el infierno.


    Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
    Mi alimento es todas las cosas.


    El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
    Debo justificar lo que me hiere.


    No importa mi ventura o mi desventura.
    Soy el poeta

    Jorge Luis Borges.
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    Un Ciego
    .
    No sé cuál es la cara que me mira
    cuando miro la cara del espejo;
    no sé qué anciano acecha en su reflejo
    con silenciosa y ya cansada ira.
    .
    Lento en mi sombra, con la mano exploro
    mis invisibles rasgos. Un destello
    me alcanza. He vislumbrado tu cabello
    que es de ceniza o es aún de oro.
    .
    Repito que he perdido solamente
    la vana superficie de las cosas.
    El consuelo es de Milton y es valiente,
    ..
    Pero pienso en las letras y en las rosas.
    Pienso que si pudiera ver mi cara
    sabría quién soy en esta tarde rara

    Jorge Luis Borges.
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    La Lluvia
    .
    Bruscamente la tarde se ha aclarado
    Porque ya cae la lluvia minuciosa.
    Cae o cayó. La lluvia es una cosa
    Que sin duda sucede en el pasado.
    .
    Quien la oye caer ha recobrado
    El tiempo en que la suerte venturosa
    Le reveló una flor llamada rosa
    Y el curioso color del colorado.
    .
    Esta lluvia que ciega los cristales
    Alegrará en perdidos arrabales
    Las negras uvas de una parra en cierto
    ..
    Patio que ya no existe. La mojada
    Tarde me trae la voz, la voz deseada,
    De mi padre que vuelve y que no ha muerto

    Jorge Luis Borges.