Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    magni![​IMG]
     
  2. Magni

    Magni

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ¡Gracias, Maia! :beso:

    [​IMG]

    ¡Te quiero mucho! :beso:
     
  3. viviland

    viviland

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    que tierno tu cuento Magni [​IMG]... me encantó...

    me gusta como escribes en todas partes, eres muy entretenida... uno se mete en la historia...[​IMG]

    voy a estar más pendiente de este hilo y leer luego a los otros

    te kero mucho amiga, gracias por ser tan especial!!

    :beso::beso:
     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Juvenilia-Miguel Cané

    7
    EL estado de los estudios en el colegio era deplorable, hasta que
    tomó su dirección el hombre más sabio que hasta el día haya pisado
    tierra argentina.
    Sin documentos a la vista para rehacer su biografía de una
    manera exacta, me veo forzado a acudir simplemente a mis recuerdos,
    que, por otra parte, bastan a mi objeto.
    Amédée Jacques* pertenecía a la generación que al llegar a la
    juventud encontró a la Francia en plena reacción filosófica, científica
    y literaria.
    La filosofía se había renovado bajo el espíritu liberal del siglo,
    que, dando acogida imparcial a todos los sistemas, al lado del
    cartesianismo estudiaba a Bacon, a Espinosa, a Hobbes, Gassendi y
    Condillac, como a Leibnitz y a Hegel, a Kant y a Fichte, como a Reid
    y Dugal-Stewart. De ahí había nacido el eclecticismo ilustrado por
    Cousin, sistema cuya vaguedad misma, cuya falta de doctrina fundamental,
    respondía maravillosamente a las vacilaciones intelectuales de
    la época. Jouffroy había abierto un surco profundo con sus estudios
    sobre el destino humano, algunas de cuyas páginas están impregnadas
    de un sentimiento de desesperanza, de una desolación más profunda,
    alta y sincera que las paradojas de Schopenhauer o los sistemas
    fríamente construidos de Hartmann. Maine de Biran dejaba aquellas
    observaciones sobre nuestra naturaleza moral, que admirarán siempre
    como los grandes caracteres de Shakespeare. Villemain hacía cuadros
    inimitables de estilo y erudición; Guizot enseñaba la historia, que
    Thiers escribía; la pléyade hacía versos, dramas y novelas; Delacroix,
    Scheffer y Jérome, pintura; Clésinger y Pradier, estatuaria; Lamartine,
    Berryer, Thiers, etcétera, discursos; Rossini, Meyerbeer Halévy,
    música, y Arago, Ampére, Gay Lussac, C. Bernard, Chevreuil, daban
    a la ciencia vida, movimiento y alas. Amédeé Jacques había crecido
    bajo esa atmósfera intelectual y la curiosidad de su espíritu le llevaba
    al enciclopedismo. A los treinta y cinco anos era profesor de filosofía
    en la Escuela Norma1 y había escrito, bajo el molde ecléctico, la
    psicología más admirable que se haya publicado en Europa.
    El estilo es claro, vigoroso, de una marcha viva y elegante; el
    pensamiento sereno, la lógica inflexible y el método perfecto. Hay en
    ese manual, que corre en todas las manos de los estudiantes, páginas
    de una belleza literaria de primer orden, y aun hoy, quince años
    después de haberlo leído, recuerdo con emoción los capítulos sobre el
    método y la asociación de ideas. Al mismo tiempo, el joven profesor
    se ocupaba en las ediciones de las obras filosóficas de Fenelón, Clarke,
    etc., únicas que hoy tienen curso en el mundo científico.
    Pero Jacques no era uno de esos espíritus fríos, estériles para la
    acción, que viven metidos en la especulación pura, sin prestar oído a
    los ruidos del mundo y sin apartar su pensamiento del problema, como
    Kant, en su cueva de Koenigsberg levantando un momento la cabeza
    para ver la caída de la Bastilla y volviéndola a hundir en la
    profundidad de sus meditaciones, como el faquir hindú que, perdido
    en la contemplación de Brahma y susurrando su eterno e inefable
    monosílabo, ignora si son los tártaros o los mogoles, Tamerlán o
    Clive, los que pasan como un huracán sobre las llanuras regadas por
    el río sagrado. Jacques era un hombre y tenía una patria que amaba;
    quería que como el espíritu individual se emancipa por la ciencia y el
    estudio, el espíritu colectivo de la Francia se emancipara por la
    libertad.
    Hasta el último momento, al frente de su revista La libertad de
    pensar, como al pie de la última bandera que flamea en el combate,
    luchó con un coraje sin igual.
    El 2 de diciembre, como a Tocqueville, como a Quinet, como a
    Hugo, lo arrojó al extranjero, pobre, con el alma herida de muerte y
    con la visión horrible de su porvenir abismado para siempre en aquella
    bacanal.

    * Nació en 1813, murió en 1865.
     
  5. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    De los Apeninos a los Andes

    .

    Los dueños volvían a decirle que no, que tuviese valor, que las
    últimas cartas enviadas a Génova directamente tendrían respuesta,
    que se dejase operar, que lo hiciese por sus hijos. Pero aquella idea
    de sus hijos agravaba más y más, con mayor angustia, el desaliento
    profundo que la postraba hacía largo tiempo. Al oír aquellas palabras,
    prorrumpía en llanto.

    -¡Oh, hijos míos! ¡Hijos míos! -exclamaba, juntando sus manos-; ¡quizá
    ya no existen! Mejor es que muera yo también. Muchas gracias, buenos
    señores; se los agradezco de corazón. Más vale morir. Ni aún con la
    operación me curaría, estoy segura. Gracias por tantos cuidados.
    Es inútil que pasado mañana vuelva el médico. ¡Quiero morirme; es mi
    destino! Estoy decidida.
    Y ellos, sin cesar de consolarla, repetían:
    -No, no diga eso -cogiéndola de las manos y suplicándole.
    La enferma entonces cerraba los ojos agotada, y caía en un sopor que la
    hacía parecer muerta... Los señores permanecían a su lado algún tiempo,
    mirando con gran compasión a la débil luz de la lamparilla, a aquella madre
    admirable, que había venido a servir a seis mil millas de su patria, y a morir...
    ¡después de haber sufrido tanto! ¡Pobre mujer! ¡Tan honrada, tan buena y
    tan desgraciada!

    Al día siguiente, muy de mañana, entraba Marcos con su saco a la espalda,
    encorvado y tambaleándose, pero lleno de ánimos, en la ciudad de
    Tucumán, una de las más jóvenes y florecientes del país. Le parecía volver
    a ver Córdoba, Rosario, Buenos Aires; eran aquellas mismas calles derechas,
    y larguísimas, y aquellas casas bajas y blancas; pero por todas partes se veía
    una nueva y magnífica vegetación; se notaba un aire perfumado, una luz
    maravillosa, un cielo límpido y profundo, como jamás lo había visto ni siquiera
    en Italia.

    Caminando por las calles, volvió a sentir la agitación febril que se había
    apoderado de él en Buenos Aires; miraba las ventanas y las puertas de todas
    las casas, se fijaba en todas las mujeres que pasaban, con la angustiosa
    esperanza de encontrar a su madre; hubiera querido preguntar a todos, y
    no se atrevía a detener a nadie. Todos, desde el umbral de sus puertas,
    se volvían a contemplar a aquel pobre muchacho harapiento, lleno de polvo,
    que daba señales de venir de muy lejos. Buscaba entre la gente una cara
    que le inspirase confianza, a quien dirigir aquella tremenda pregunta, cuando
    se presentó ante sus ojos, en el rótulo de una tienda, un nombre italiano.

    Dentro había un hombre con anteojos, y dos mujeres. Se acercó lentamente
    a la puerta, y con ánimo resuelto preguntó:

    -¿Me sabrían decir, señores, dónde está la familia Mequínez?
    -¿Del ingeniero Mequínez? -preguntó a su vez el de la tienda.
    -Sí, del ingeniero Mequínez -respondió el muchacho con voz apagada.
    -La familia Mequínez -dijo el de la tienda- no está en Tucumán.
    Un grito desesperado de dolor, como de persona herida de repente por
    artero puñal, fue el eco de aquellas palabras.
    El tendero y las mujeres se levantaron; acudieron algunos vecinos.
    -¿Qué ocurre? ¿Qué tienes, muchacho? -dijo el tendero, haciéndole entrar
    en la tienda y sentarse-; no hay por qué desesperarse, ¡qué diablo!
    Los Mequínez no están aquí, pero no están muy lejos: ¡a pocas horas de
    Tucumán!

    -¿Dónde? ¿Dónde? -gritó Marcos, levantándose como un resucitado.
    -A unas quince millas de aquí -continuó el hombre-, a orillas del Saladillo;
    en el sitio donde están construyendo una gran fábrica de azúcar; en el grupo
    de casas está la del señor Mequínez; todos lo saben, y llegarás en pocas
    horas.
    -Yo estuve allá hace poco -dijo un joven que había acudido al oír el grito.
    Marcos se le quedó mirando, con los ojos fuera de las órbitas, y
    le preguntó precipitadamente, palideciendo:
    -¿Habéis visto a la criada del señor Mequínez, la italiana?
    -¿La genovesa? La he visto.
    Marcos rompió en sollozos convulsivos, entre risa y llanto. (continúa)
     
  6. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que bueno clause, leer este testimonio!, de aquel gran movimiento
    del 1880. Esta parte nos pauta la línea de pensamiento que se gestaba
    en el Internado más importante del país, como lo fue el Colegio Nacional
    que formo a una nueva generación de hombres, los que más tarde
    actuarían en diversos ambitos de nuestro país.
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Maia:beso: :beso: Sigo leyendo!!!!:razz: :razz: :razz:
    Si , es un trocito de nuestra historia ,este libro!:razz:
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Juvenilia-Miguel Cané




    8
    Tomó el camino del destierro y llegó a Montevideo, desconocido
    y sin ningún recurso mecánico de profesión; lo sabia todo, pero le
    faltaba un, diploma de abogado o de médico para poder subsistir.
    Abrió una clase libre de física experimental, dándole el atractivo del
    fenómeno producido en el acto; aquello llamó un momento la
    atención, pero se necesitaba un gabinete de física completo y los
    instrumentos son caros. Jacques los reemplazaba con una exposición
    luminosa y por trazados gráficos; fue inútil. La gente que allí iba
    quería ver la bala caer al mismo tiempo que la pluma en el aparato de
    Hood, sentir en sus manos la corriente de una pila, hacer sonar los
    instrumentos acústicos y deleitarse en los cambiantes del espectro, sin
    importarle un ápice la causa de los fenómenos. Dejaban la razón en
    casa y sólo llevaban ojos y oídos a la conferencia.
    Un momento, Jacques fue retratista, uniéndose a Masoni, un
    pariente político mío, de cuyos labios tengo estos detalles. Florecía
    entonces la daguerrotipia que, con razón, pasaba por una maravilla.
    Fue en esa época que llegó, en un diario europeo, una noticia muy
    sucinta sobre la fotografía, que Niepce acababa de inventar, siguiendo
    las indicaciones de Talbot. Jacques se puso a la obra inmediatamente,
    y al cabo de un mes de tanteos, pruebas y ensayos, Masoni, que dirigía
    el aparato como más practico, lleno de júbilo mostró a Jacques, que
    servía de objetivo, sus propios cuellos blancos, única imagen que la
    luz caprichosa había dejado en el papel. Pero ni la fotografía, que más
    tarde perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que le cedía el paso, como el
    telégrafo de señales a la electricidad, daban medios de vivir.
    Jacques se dirigió a la República Argentina, se hundió en el
    interior, casóse en Santiago del Estero, emprendió veinte oficios
    diferentes, llegando hasta fabricar pan, y por fin tuvo el Colegio Nacional
    de Tucumán el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron
    sus discípulos los doctores Gallo, Uriburu, Nougués y tantos otros
    hombres distinguidos hoy, que han conservado por él una veneración
    profunda, como todos los que hemos gozado de la luz de su espíritu.
     
  9. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Algo muy grave va a suceder en este pueblo
    [Cuento contado: Texto completo]

    Gabriel García Márquez
    Nota: En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento o escribirlo, García Márquez contó lo que sigue, "Para que vean después cómo cambia cuando lo escriba".

    Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
    -No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

    Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

    -Te apuesto un peso a que no la haces.

    Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

    -Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

    Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

    -Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

    -¿Y por qué es un tonto?

    -Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

    Entonces le dice su madre:

    -No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

    La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

    -Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

    El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

    -Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.

    Entonces la vieja responde:

    -Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

    Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

    -¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?

    -¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

    (Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)

    -Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

    -Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

    -Sí, pero no tanto calor como ahora.

    Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

    -Hay un pajarito en la plaza.

    Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

    -Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

    -Sí, pero nunca a esta hora.

    Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

    -Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

    Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

    -Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.

    Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

    Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

    -Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

    Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

    -Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.





     
  10. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    De los Apeninos a los Andes
    .

    Luego, con un impulso de violenta resolución:
    -¿Por dónde se va? ¡Pronto, el camino; me marcho en el acto, enséñeme
    el camino!
    -¡Pero si hay una jornada de marcha! -le dijeron todos a una voz-;estás
    cansado y debes reposar; partirás mañana.
    -¡Imposible! ¡ Imposible! -respondió el muchacho-. ¡Díganme por dónde
    se va; no espero ni un momento, en seguida, aun cuando
    me cayera muerto en el camino!
    Viendo que era irrevocable su propósito, no se opusieron más.

    -¡Que Dios te acompañe! -le dijeron-. Ten cuidado con el camino por el
    bosque. Buen viaje, italianito.
    Un hombre lo acompañó fuera de la ciudad, le indicó el camino, le dio
    algún consejo y se quedó mirando cómo empezaba su viaje.
    A los pocos minutos el muchacho desapareció, cojeando, con su
    cofrecito a la espalda, por entre los espesos árboles que flanqueaban
    el camino.

    Aquella noche fue tremenda para la pobre enferma. Tenía dolores
    atroces, que le arrancaban alaridos capaces de destrozar sus venas
    y que le producían momentos de delirio. Las mujeres que la asistían
    perdían la cabeza. El ama acudía de cuando en cuando, descorazonada.
    Todos comenzaron a temer que aunque hubiera decidido dejarse hacer
    la operación, el médico, que debía llegar a la mañana siguiente, llegaría
    ya demasiado tarde. En los momentos en que no deliraba, se comprendía,
    sin embargo, que su desconsuelo mayor y más terrible no lo causaban
    los dolores del cuerpo, sino el pensamiento de su familia lejana.

    Moribunda, descompuesta, con la fisonomía deshecha, metía sus manos
    por entre los cabellos, con actitudes de desesperación que traspasaban
    el alma, gritando:
    ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Morir tan lejos! ¡Morir sin volverlos a ver! ¡Mis pobres
    hijos, que se quedan sin madre; mis criaturas, mi pobre sangre!
    ¡Mi Marcos, todavía tan pequeñito, así de alto, tan bueno y tan cariñoso!
    ¡No saben qué muchacho era! Señora, ¡si usted supiese! No me lo podía
    quitar de mi cuello cuando partí: sollozaba que daba compasión oírlo;
    ¡pobrecillo!, parecía que sospechaba que no había de volver a ver a su
    madre; ¡pobre Marcos, pobre niño mío! Creí que estallaba mi corazón.

    ¡Ah, si me hubiese muerto en aquel mismo instante en que me decía "adiós"!
    ¡Si hubiera entonces muerto atravesada por un rayo! ¡Sin madre, pobre hijo,
    él, que me quería tanto, que tanto me necesitaba; sin madre, en la miseria,
    tendrá que andar pidiendo limosna, él, Marcos, mi Marcos, que extenderá su
    mano hambriento! ¡Oh, Dios eterno! ¡No! ¡No quiero morir! ¡Un médico!
    ¡Llámenlo en seguida! ¡Que venga, que me opere, que me haga enloquecer,
    pero que me salve la vida! ¡Quiero curarme; quiero irme, huir, mañana, ahora
    mismo! ¡El médico! ¡Socorro! ¡Socorro!

    Y las mujeres le sujetaban las manos, la calmaban, suplicantes; procuraban
    hacerla volver en sí poco a poco, y le hablaban de Dios y de esperanza.
    Y volvía a sumirse en un abatimiento mortal, lloraba con las manos entre
    sus cabellos grises, gemía como una niña, lanzaba prolongados gemidos y
    murmuraba:
    -¡Oh, Marcos mío, mi pobre Marcos! ¡Dónde estará ahora la pobre criatura!
    Eran las doce de la noche. Su pobre Marcos, después de haber pasado
    muchas horas sobre la orilla de un foso, extenuado, caminaba entonces a
    través de una vastísima floresta de árboles gigantescos, monstruos de
    vegetación, con fustes desmesurados semejantes a pilastras de una catedral,
    que a cierta altura maravillosa entrecruzaban sus enormes cabelleras
    plateadas por la luna.

    Vagamente, en aquella media oscuridad, veía miles de troncos de todas
    formas, derechos, inclinados, retorcidos, cruzados, en actitudes extrañas
    de amenaza y de lucha; algunos caídos en tierra, como torres arruinadas
    de pronto; todo cubierto de una vegetación exuberante y confusa que
    semejaba a furiosa multitud disputándose palmo a palmo el terreno; otros
    formando grupos verticales y apretados, como si fueran haces de lanzas
    gigantescas cuyas puntas se escondieran en las nubes: una grandeza
    soberbia, un desorden prodigioso de formas colosales, el espectáculo más
    majestuosamente terrible que jamás le hubiese ofrecido la naturaleza vegetal.
    Por momentos le sobrecogía gran estupor. Pero pronto su alma volaba hacia
    su madre. (continúa)
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Maia:beso: :beso: Sigo, y ya debemos estar cerquita del desenlace!:happy:
     
  12. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Juvenilia-Miguel Cané


    9
    LLAMADO a Buenos Aires por el gobierno del general Mitre,
    tomó la dirección de los estudios en el Colegio Nacional, al mismo
    tiempo que dictaba una cátedra de física en la Universidad. Su
    influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros. Formuló un
    programa completo de bachillerato en ciencias y letras, defectuoso tal
    vez en un solo punto: su demasiada extensión. Pero M. Jacques,
    habituado a los estudios fuertes, sostenía que la inteligencia de los
    jóvenes argentinos es más viva que entre los franceses de la misma
    edad, y que por consiguiente podíamos aprender con menor esfuerzo.
    Era exigente, porque él mismo no se economizaba; rara vez faltó a sus
    clases, y muchas, como diré más adelante, tomó sobre sus hombros
    robustos la tarea de los demás.
    Mis recuerdos vivos y claros en todo lo que al maestro querido se
    refieren, me lo representan con su estatura elevada, su gran
    corpulencia, su andar lento, un tanto descuidado, su eterno traje negro
    y aquellos amplios y enormes cuellos abiertos, rodeando un vigoroso
    pescuezo de gladiador. La cabeza era soberbia, grande, blanca,
    luminosa,, de rasgos acentuados. La calvicie le tomaba casi todo el
    cráneo, que se unía, en una curva severa y perfecta, con la frente
    ancha y espaciosa, surcada de arrugas profundas y descansando, como
    sobre dos arcadas poderosas, en las cejas tupidas que sombreaban los
    ojos hundidos y claros, de mirar un tanto duro y de una intensidad
    insostenible; la nariz, casi recta, pero, ligeramente abultada en la
    extremidad era de aquel corte enérgico que denota inconmovible
    fuerza de voluntad. En la boca, de labios correctos, había algo de
    sensualismo; no usaba más que una ligera patilla que se unía bajo la
    barba, acentuada y fuerte, como las que se ven en algunas viejas
    medallas romanas.
    M.Jacques era áspero, duro de carácter, de una irascibilidad
    nerviosa, que se traducía en acción con la rapidez del rayo, que no
    daba tiempo a la razón para ejercer su influencia moderadora, "No
    puedo con mi temperamento", decía él mismo, y más de una amargura
    de su vida provino de sus arrebatos irreflexivos. No conseguía detener
    su mano, y entre todos los profesores fue el único al que admitíamos
    usara hacia nosotros gestos demasiado expresivos. Un profesor se
    había permitido un día dar un bofetón a uno de nosotros, a Julio
    Landivar, si mal no recuerdo, y éste lo tendió a lo largo, de un
    puñetazo de la familia de aquel con que Maubreil obsequio a M. De
    Talleyrand; otra vez desmayamos de un tinterazo en la frente a otro
    magister que creyó agradable aplicarnos el antiguo precepto escolar;
    pero jamás nadie tuvo la idea sacrílega de rebelarse contra Jacques.
    Bajo el golpe inmediato, solíamos protestar, arriesgando algunas ideas
    sobre nuestro carácter de hombres libres, etc. Pero una vez pasado el
    chubasco, nos decíamos unos a otros, los maltratados, para levantarnos
    un poco el ánimo: "¡Si no fuera Jacques!"... ¡Pero era Jacques!
     
  13. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    De los Apeninos a los Andes
    .

    Estaba muerto de cansancio, con los pies sangrando, solo,
    en medio de aquel imponente bosque, donde no veía más que,
    a grandes intervalos, pequeñas viviendas humanas, que colocadas
    al pie de aquellos árboles parecían nidos de hormigas; estaba
    agotado, pero no sentía el cansancio; estaba solo y no tenía miedo.

    La grandeza del campo engrandecía su alma; la cercanía de su
    madre le daba la fuerza y la decisión de un hombre; el recuerdo
    del océano, de los abatimientos, de los dolores que había
    experimentado y vencido, de las fatigas que había sufrido,
    de la férrea voluntad que había desplegado, le hacían levantar la
    frente; toda su fuerte y noble sangre genovesa refluía a su
    corazón en ardiente oleada de altanería y audacia.

    Y algo nuevo pasaba en él: hasta entonces había llevado en
    su mente una imagen de su madre oscurecida y como un poco
    borrada por los años de alejamiento, y ahora aquella imagen
    se aclaraba; tenía delante de sus ojos el rostro entero y puro
    de su madre como hacía mucho tiempo no lo había contemplado.

    La volvía a ver cercana, iluminada, como si estuviera hablando;
    volvía a ver los movimientos más fugaces de sus ojos y de sus
    labios, todas sus actitudes, sus gestos, las sombras de sus
    pensamientos; y apenado por aquellos vivos recuerdos,
    apretaba el paso, y un nuevo cariño, una ternura indecible,
    iba creciendo en su corazón, y hacía correr por sus mejillas
    lágrimas tranquilas y dulces. Según iba andando en medio de las
    tinieblas, le hablaba, le decía las palabras que le hubiera dicho
    al oído dentro de poco:

    -¡Aquí estoy, madre mía; aquí me tienes; no te dejaré jamás;
    juntos volveremos a casa, estaré siempre a tu lado en el vapor,
    apretado contra ti, y nadie me separará de ti nunca, nadie, jamás,
    mientras tengas vida! Y no advertía entretanto que sobre la cima
    de los árboles gigantescos iba poco a poco apagándose la argentina
    luz de la luna con la blancura delicada del alba.
    A las ocho de aquella mañana, el médico de Tucumán -un joven
    argentino- estaba ya al lado de la cama de la enferma acompañado
    de un practicante, intentando por última vez persuadirla para que se
    dejase hacer la operación; a su vez, el ingeniero Mequínez volvía a
    repetir las más calurosas instancias, lo mismo que su señora.

    Pero ¡todo era inútil! La mujer, sintiéndose sin fuerza, ya no tenía
    fe en la operación; estaba certísima o de morir en el acto, o de no
    sobrevivir más que algunas horas, después de sufrir en vano dolores
    mucho más atroces que los que debían matarla naturalmente.
    El médico tenía buen cuidado de decirle una y otra vez:
    -¡Pero si la operación es segura y su salvación es cierta, con tal de
    que tenga algo de valor! Y, por otro lado, si se empeña en resistir,
    la muerte es segura.

    Eran palabras lanzadas al aire.
    -No -respondía siempre con su débil voz-, todavía tengo valor para
    morir, pero no lo tengo para sufrir inútilmente. Gracias, señor médico.
    Así está dispuesto. Déjeme morir tranquila.
    El médico, desanimado, desistió. Nadie pronunció una palabra más.
    Entonces la mujer volvió el semblante hacia su ama, y le dijo, con
    voz moribunda, sus postreras súplicas.
    -Mi querida y buena señora -dijo con gran trabajo, sollozando-, usted
    mandará los pocos pesos que tengo y todas mis cosas a mi familia...
    por medio del señor cónsul. Yo supongo que todos viven. Mi corazón me
    lo predice en estos últimos momentos. Me hará el favor de escribirles...

    que siempre he pensado en ellos..., que he trabajado para ellos..., para
    mis hijos..., y que mi único dolor es no volverlos a ver más..., pero que
    he muerto con valor..., resignada..., bendiciéndolos; y que recomiendo
    a mi marido... y a mi hijo mayor al más pequeño, a mi pobre Marcos, a
    quien he tenido en mi corazón hasta el último momento. (continúa)
     
  14. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Si clausecita!...
    ya se vislumbra el final!
    mañana leeré a Cané, ya me voy a Zzzz
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Maia!:beso: :beso: