Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Hola Susu! Qué alegría más grande poder leerte! Parece que te trajo el viento y la borrasca, ja, ja,ja. Hermosas las dos leyendas; las trabajo en la escuela con los chicos.La del ceibo es el día de hoy que me emociona. Recién vengo de Libracos ,he estado viendo un libro muy lindo de Berta Koessler y otros de leyendas y mitos patagónicos. Un beso enorme y un abrazote. Marcela.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Susu, Piscui! Juevenilia-Miguel Cané 19 EYZAGUIRRE me había dicho que si sentía algún gran ruido de noche en los claustros de arriba, acometiera valerosamente al provinciano que tuviera más próximo a mi cama y que lo pusiera fuera de combate. Que éramos pocos y sólo podría salvarnos el valor y la rapidez en la acción. En fin, después de algunos días de expectativa, una noche, de una a dos de la mañana, saltamos todos sobre el lecho, al sacudimiento espantoso de una detonación que conmovió las paredes del colegio. Arremetí ciego a mi vecino, que no puedo recordar bien si era un joven llamado Granillo, de La Rioja, o Cossio, de Corrientes; di y recibí algunos moquetes, pero la curiosidad pudo más, y todos corrimos, casi desnudos, a los claustros superiores. Aún había mucho humo; las puertas del cuarto del vicerrector habían sido sacadas de quicio por la explosión de dos bombas Orsini, sin proyectiles, se entiende, pues el objeto no fue otro que dar un susto de dos yemas a don F. M. Este había hecho una barricada en la puerta. En medio del claustro y solo, frente a su cuarto, vi a Eyzaguirre en soberbia apostura de combate, con un viejo sable en la mano izquierda y una bola de plomo, unida a una cuerda, en la derecha. De todos los dormitorios afluían estudiantes, muchos de ellos armados. Aquél iba a ser un campo de Agramante; el vicerrector, vi1ndose rodeado de sus fieles, salvó la barricada y comenzó a vociferar, abriendo sus vestidos, mostrando su pecho desnudo, desafiando a la muerte, etcétera. Los conocedores sostuvieron siempre que esa manifestación de valor había sido un poco tardía. Así como los franceses de Sicilia, repuestos de su sorpresa, arremetían enfurecidos a sus adversarios, los provincianos se preparaban a caer sobre nuestra vanguardia, formada por Eyzaguirre y dos o tres compañeros, cuando vimos aparecer al venerable doctor Santillán, cura párroco de San Ignacio; sus cabellos blancos, su palabra mansa y persuasiva, desarmaron los ánimos. Cada uno se retiró a su cuarto y él llevó consigo a don F. M., que jamás volvió a pisar el suelo del colegio. El sumario al día siguiente fue terrible: M. Jacques, pálido de cólera, tomaba las declaraciones principales. El punto capital era éste: ¿Quién había prendido fuego a las bombas? -La respuesta fue unánime y sincera: "No lo sé". Y era verdad: por largos años ha permanecido oculto el nombre del nuevo Guy Fawkes, del atrevido estudiante que, con más éxito que aquél, llevó a cabo ese rasgo de audacia. Más tarde, cuando hacia ya mucho tiempo que había salido del colegio, uno de los grandes de entonces, me hizo la confidencia, murmurando a mi oído un nombre que callo hoy, no porque a mi juicio pueda menoscabar en lo más mínimo la relación de esta aventura al que la dio acabado fin, sino por un curiosísimo resto de aquel culto del estudiante de honor por la discreción y el secreto. Es pueril, pero lo siento así.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Que belleza ,Anveri! Gracias! Si, Maia! Que interesante Gracias !
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens 1.El Espectro de Marley Continuación El calor y el frío exteriores ejercían poca influencia sobre Scrooge. Ningún calor podía templarle, ninguna temperatura invernal podía enfriarle. Ningún viento era más áspero que él, ninguna nieve más insistente en sus propósitos, ninguna lluvia más impía. El temporal no sabía cómo atacarle. La más mortificante lluvia, y la nieve, y el granizo, y el agua de nieve, podían jactarse de aventajarle en un sola cosa: en que con frecuencia "bajaban" gallardamente, y Scrooge, nunca. Jamás le detuvo nadie en la calle para decirle alegremente: "Querido Scrooge, ¿cómo estáis? ¿Cuándo iréis a verme?" Ningún mendigo le pedía limosna, ningún niño le preguntaba qué hora era, ningún hombre ni mujer le preguntaron en toda su vida por dónde se iba a tal o cual sitio. Aun los perros de los ciegos parecían conocerle, y cuando le veían acercarse arrastraban a sus amos hacia los portales o hacia las callejuelas, y entonces meneaban la cola como diciendo: "Es mejor ser ciego que tener mal ojo". ¡Pero qué le importaba a Scrooge! Era lo que deseaba: seguir su camino a lo largo de los concurridos senderos de la vida, avisando a toda humana simpatía para conservar la distancia. Una vez, en uno de los mejores días del año, la víspera de Navidad, el viejo Scrooge se hallaba trabajando en su despacho. Hacía un tiempo frío, crudísimo y nebuloso, y podía oír a la gente que pasaba jadeando arriba y abajo, golpeándose el pecho con las manos y pateando sobre las piedras del pavimento para entrar en calor. Los relojes públicos acababan de dar las tres: pero la obscuridad era casi completa -había sido obscuro todo el día-, y por las ventanas de las casas vecinas se veían brillar las luces como manchas rubias en el aire moreno de la tarde. La bruma se filtraba a través de todas las hendeduras y de los ojos de las cerraduras, y era tan densa por fuera que, aunque la calleja era de las más estrechas, las casas de enfrente se veían como meros fantasmas. A1 ver cómo descendía la nube sombría, obscureciéndolo todo, se habría pensado que la Naturaleza habitaba cerca y que estaba haciendo destilaciones en gran escala. Scrooge tenía abierta la puerta del despacho para poder vigilar a su dependiente, que en una celda lóbrega y apartada, una especie de cisterna, estaba copiando cartas. Scrooge tenía poquísima lumbre, pero la del dependiente era mucho más escasa: parecía una sola ascua; mas no podía aumentarla, porque Scrooge guardaba la caja del carbón en su cuarto, y si el dependiente hubiera aparecido trayendo carbón en la pala, sin duda que su amo habría considerado necesario despedirle. Así, el dependiente se embozó en la blanca bufanda y trató de calentarse en la llama de la bujía: pero, como no era hombre de gran imaginación: fracasó en el intento. -¡Felices Pascuas, tío! ¡Dios os guarde! -gritó una voz alegre. Era la voz del sobrino de Scrooge, que cayó sobre él con tal precipitación. que fue el primer aviso que tuvo de su aproximación. -¡Bah! --dijo Scrooge-. ¡Patrañasl Este sobrino de Scrooge se hallaba tan arrebatado a causa de la carrera a través de la bruma y de la helada, que estaba todo encendido: tenía la cara como una cereza, sus ojos chispeaban y humeaba su aliento. -Pero. tío: ¿una patraña la Navidad? -dijo el sobrino de Scrooge-. Seguramente no habéis querido decir eso. -Sí -contestó Scrooge-~. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar alegre? ¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre. -¡Vamos! -replicó el sobrino alegremente-. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste? ¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico. No disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo: "¡Bah!" Y a continuación: "¡Patrañas!" -No estéis enfadado, tío -dijo el sobrino. -¿Cómo no voy a estarlo -replicó el tío- viviendo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas! ¿Buenas Pascuas te dé Dios! ¿Qué es la Pascua de Navidad sino la época en que hay que pagar cuentas no teniendo dinero; en que te ves un año más viejo y ni una hora más rico: la época en que, hecho el balance de los libros, ves que los artículos mencionados en ellos no te han dejado la menor ganancia después de una docena de meses desaparecidos? Si estuviera en mi mano -dijo Scrooge con indignación-, a todos los idiotas que van con el ¡Felices Pascuas! en los labios los cocería en su propia substancia y los enterraría con una vara de acebo atravesándoles el corazón. !Eso es! -¡Tío! --suplicó el sobrino. -¡Sobrino! -repuso el tío secamente-. Celebra la Navidad a tu modo y déjame a mí celebrarla al mío. -¡Celebrar la Navidad! -repitió el sobrino de Scrooge-. Pero vos no la celebráis. -Déjame que no la celebre -dijo Scrooge- ¡Mucho bien puede hacerte a ti! ¡Mucho bien te ha hecho siempre! -Hay muchas cosas que podían haberme hecho muy bien y que no he aprovechado, me atrevo a decir -replicó el sobrino-. entre ellas la Navidad. Mas estoy seguro de que siempre, al llegar esta época, he pensado en la Navidad, aparte la veneración debida a su nombre sagrado y a su origen, como en una agradable época de cariño, de perdón y de caridad; el único día, en el largo almanaque del año, en que hombres y mujeres parecen estar de acuerdo para abrir sus corazones libremente y para considerar a sus inferiores como verdaderos compañeros de viaje en el camino de la tumba y no otra raza de criaturas con destino diferente. (continua)
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas La bandera de San Antonio / bandera del Vesubio El 17 de Junio de 1882 en Montevideo la bandera de la Legión italiana que fuera utilizada por Garibaldi en sus campañas fue devuelta por el Sr. Tarrigo. En un comienzo se había dicho que la bandera se había destruído en el incendio que sufrió la Logia Garibaldina, pero al aparecer se comprobó que era la auténtica. Confeccionada en coleta negra se mostraba gastada con un color plomizo. En el centro tenía estampado el Vesubio en erupción. Después del combate de San Antonio se le agregó en color amarillo en la parte superior la leyenda "Hazaña del 8 de Febrero de 1846" y en la inferior " Realizada por la Legión Italiana a las órdenes de Garibaldi" La Legión triunfó en la Batalla de San Antonio que se libró cerca de Salto el 6 de Febrero de 1846 *Edmundo De Amicis relata que cuando estuvo en Argentina en 1884, que en cada casa de inmigrantes italianos siempre se hallaba presente la fotografía de Garibaldi junto con alegorías italianas y su símbolo, la bandera italiana.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenila-Miguel Cané 20 Dos o tres expulsados, tres meses sin salida los domingos a casi todos, e interminables horas de encierro a muchos de nosotros, volvieron a poner las cosas en su estado normal, afirmándose definitivamente la disciplina con el ingreso de don José M. Torres. El encierro es un recuerdo punzante que no me abandona; eterno candidato para ocuparlo, su huésped frecuente, conocía una por una sus condiciones, sus escasos recursos, sus numerosas inscripciones y aquel olor húmedo, acre, que se me incrustaba en la nariz y me acompañaba una semana entera. La puerta daba a un descanso de la escalera que se abría frente al gimnasio. Era una pieza baja, de bóveda: cuatro metros cuadrados. Tenía un escaño de cal y canto, demasiado estrecho para acostarse y que daba calambres en la espalda a la hora de estar sentado en él. Una luz insignificante entraba por una claraboya lateral y muy alta, por donde los compañeros solían tirar con maestría algunos coles con qué combatir el clásico régimen de pan y agua. ¡Oh!, las horas mortales pasadas allí dentro, tendido en el suelo, llena de tierra la cabeza, el cuerpo dolorido, los oídos tapados para no oír el ruido embriagador de la partida de rescate, en la que yo era famoso por mi ligereza; la veía de sebo, mortecina y nauseabunda, pegada a la pared, debajo de una caricatura de Paunero con tricornio y con una cinta saliendo de su boca, a manera de las ingenuas leyendas brotando de labios de vírgenes y santos, en el arte cristiano primitivo, pero cargada aquí con un dístico cojo y expresivo; la enorme hoja de la puerta tallada, quemada de arriba abajo, horadada y, recompuesta como un pantalón de marinero; la cerradura claveteada y cosida, fiel e incorruptible, virgen de todo atentado, desde la solemne declaración de Corrales sobre la ineficacia de nuevas tentativas al respecto; el hambre frecuente, los proyectos de venganza negra y sombría lentamente madurados en la oscuridad, pero disipados tan pronto como el aire de la libertad entraba en los pulmones ... He conservado toda mi vida un terror instintivo a la prisión; jamás he visitado una penitenciaria sin un secreto deseo de encontrarme en la calle. Aun hoy las evasiones célebres me llenan de encanto, y tengo una simpatía profunda por Latude, el barón de Trenck y Jacques Casanova. No he podido comprender nunca el libro de Silvio Pellico, ni creo que el sentimiento de conformidad religiosa, unido a un imperio absoluto de la razón, basten para determinar esa placidez celeste, si no se tiene una sangre tranquila y fría, un espíritu contemplativo y una atrofia completa del sistema nervioso.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens 1-El Espectro de Marley (continuación) Así, pues, tío, aunque tal fiesta nunca ha puesto una moneda de oro o de plata en mi bolsillo, creo que me ha hecho bien y que me hará bien, y digo: ¡Bendita sea! El dependiente, en su mazmorra, aplaudió involuntariamente: pero, notando en el acto que había cometido una inconveniencia, quiso remover el fuego y apagó el último débil residuo para siempre. -Que oiga yo otra de esas manifestaciones -dijo Scrooge- y os haré celebrar la Navidad echándoos a la calle. Eres de verdad un elocuente orador -añadió, volviéndose hacía su sobrino-. Me admira que no estés en el Parlamento. -No os enfadéis, tío. ¡Vamos, venid a comer con nosotros mañana! Scrooge dijo que le agradaría verle... Sí, lo dijo. Pero completó la idea, y dijo que antes le agradaría verle... en el infierno. -Pero, ¿por qué? -gritó el sobrino--. ¿Por qué? -¿Por qué te casaste? -dijo Scrooge. -Porque me enamoré. -¡Porque te enamoraste! -gruñó Scrooge, como si aquello fuese la sola cosa del mundo más ridícula que una alegre Navidad-. ¡Buenas tardes! -Pero, tío, si nunca fuisteis a verme antes, ¿por qué hacer de esto una razón para no ir ahora? -Buenas tardes -dijo Scrooge. -No necesito nada vuestro: no os pido nada; ¿por qué no podemos ser amigos? -Buenas tardes --dijo Scrooge. -Lamento de todo corazón encontraros tan resuelto. Nunca ha habido el más pequeño disgusto entre nosotros. Pero he insistido en la celebración de la Navidad y llevaré mi buen humor de Navidad hasta lo último. Así, ¡Felices Pascuas. tío! -Buenas tardes --dijo Scrooge. -¡Y feliz Año Nuevo! -Buenas tardes -dijo Scrooge. Su. sobrino salió de la habitación, no obstante,. sin pronunciar una palabra de disgusto. Detúvose en la puerta exterior para desearle felices Pascuas al dependiente, que, aunque tenía frío, era más ardiente que Scrooge, pues le correspondió cordialmente.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Camino Del Indio Atahualpa Yupanqui (canción andina) Caminito del indio: Sendero colla Sembrao de piedras. Caminito del indio Que junta el valle con las estrellas. Caminito que anduvo De sur a norte Mi raza vieja; Antes que en la montaña La pachamama se ensombreciera. Cantando en el cerro, Llorando en el río, Se agranda en la noche La pena del indio. El sol y la luna Y este canto mío Besaron tus piedras, Camino del indio. En la noche serrana Llora la quena su honda nostalgia Y el caminito sabe Quién es la chola, Que el indio llama Se levanta en el cerro La voz doliente de la baguala Y el camino lamenta Ser el culpable De la distancia. Cantando en el cerro, Llorando en el río, Se agranda en la noche La pena del indio. El sol y la luna Y este canto mío Besaron tus piedras, Camino del indio. ------------------------------------------------------------- Colla: (arg) indio o mestizo y por extensión habitante de las provincias argentinas de jujuy y salta Sembrao: (arg) sembrado Pachamama: (quechua) madre tierra Quena: flauta indígena Chola: mujer indígena o mestiza Baguala: canción popular que suele cantarse en corro, con acompañamiento de caja o tambor
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Para Rezar En La Noche (poema) Atahualpa Yupanqui Yo camino por el mundo. Soy pobre. no tengo nada. Sólo un corazón templado, Y una pasión: la guitarra. Para rezar en la noche, La guitarra. Para un recuerdo querido, La guitarra. Para la patria lejana, La guitarra. Para quemarme por dentro, La guitarra. Junté puñados de arena En mis manos bien cerradas. Con el amor pasó igual: Abrí las manos y ... ¡nada! ¡ay, la hermandad de los hombres! ¡ay, mi sagrada esperanza! ¡adónde la paz, amigos, La paz para mi guitarra!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas El Aromo Atahualpa Yupanqui (Milonga) Hay un aromo nacido en la grieta de una piedra. Parece que la rompió pa' salir de adentro de ella. Está en un alto pela'o, no tiene ni un yuyo cerca, Viéndolo solo y florido Tuito el monte lo envidea. Lo miran a la distancia árboles y enredaderas, diciéndose con rencor: Pa uno solo, cuánta tierra. En oro le ofrece al sol pagar la luz que le presta. Y como tiene de más, puña'os por el suelo siembra. Salud, plata y alegría, tuito al aromo, la suebra Asegún ven los demás dende el lugar que lo observan. Pero hay que dar y fijarse como lo estruja la piedra. Fijarse que es un martirio la vida que le envidean. En ese rajón, el árbol nació por su mala estrella. Y en vez de morirse triste se hace flores de sus penas... Como no tiene reparo, todos los vientos le pegan. Las heladas lo castigan L'agua pasa y no se queda. Ansina vive el aromo sin que ninguno lo sepa. Con su poquito de orgullo porque es justo que lo tenga. Pero con l'alma tan linda que no le brota una queja. Que en vez de morirse triste se hace flores de sus penas. ¡Eso habrían de envidiarle los otros, si lo supieran !
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenilia-Miguel Cané 21 LAS autoridades del colegio habían comenzado a preocuparse seriamente en dar mayor ensanche a los dormitorios destinados a enfermería, en vista del número de estudiantes, siempre en aumento, que era necesario alojar en ella. Una epidemia vaga, indefinida, había hecho su aparición en los claustros. Los síntomas eran siempre un fuerte dolor de cabeza, acompañados de terribles dolores de estómago. ¡Vas-y-voir! El hecho es que la enfermería era una morada deliciosa; se charlaba de cama a cama; el caldo, sin elevarse a las alturas del consommé, tenía un cierto gustito a carne, absolutamente ausente del liquido homónimo que se nos servía en el refectorio; pescábamos, de tiempo en tiempo, un ala de gallina, y, sobre todo... ¡no íbamos a clase! La enfermería era, como es natural, económicamente regida por el enfermero. Acabo de dejar la pluma para meditar y traer su nombre a la memoria, sin conseguirlo; pero tengo presente su aspecto, su modo, su fisonomía, como si hubiera cruzado hoy ante mis ojos. Había sido primero sirviente de la despensa, luego segundo portero, y, en fin, por una de esas aberraciones que jamás alcanzaré a explicarme, enfermero. “Para esa plaza se necesitaba un calculador -dice Beaumarchais-; la obtuvo un bailarín”. Era italiano, y su aspecto hacía imposible un cálculo aproximativo de su edad. Podía tener treinta anos, pero nada impedía elevar la cifra a veinte unidades más. Fue siempre para nosotros una grave cuestión decir si era gordo o flaco. Hay hombres que presentan ese fenómeno: recuerdo que en Arica, durante el bloqueo, pasamos con Roque Sáenz Peña largas horas reuniendo elementos para basar una opinión racional al respecto, con motivo de la configuración física del general Buendía. Sáenz Peña se inclinaba a creer que era muy gordo, y yo hubiera sostenido, sobre la hoguera, que aquel hombre era flaco, extremadamente flaco. Lo veíamos todos los días, lo analizábamos sin ganar terreno. Yo ardía por conocer su opinión propia; pero el viejo guerrero, lleno de vanidad, decía hoy, a propósito de una marcha forzada que venía a su memoria, que había sufrido mucho a causa de su corpulencia. ¡Sáenz Peña me miraba triunfante! Pero al día siguiente, con motivo de una carga famosa, que el general se atribuía, hacía presente que su caballo, con tan poco peso encima, le había permitido preceder las primeras filas. A mi vez, miraba a Sáenz Peña como invitándole a que sostuviera su opinión ante aquel argumento contundente. No sabíamos a quién acudir, ni que procedimiento emplear. ¿Pesar a Buendia? ¿Medirlo? No lo hubiera consentido. ¿Consutar a su sastre?- No lo tenía en Arica. Aquello se convertía en una pesadilla constante; ambos veíamos en sueños al general. Roque, que era sonámbulo, se levantaba a veces pidiendo un hacha para ensanchar la puerta por la que no podía penetrar Buendia. Yo veía floretes pasearse por el cuarto, en las horas calladas de la noche, y observaba que sus empuñaduras tenían la cara de Buendia. No encontrábamos compromiso ni modus vivendi aceptable. Reconocer que aquel hombre era regular habría sido una cobardía moral, una débil manera de cohonestar con las opiniones, reciprocas. En cuanto a mí, la humillación de mis pretensiones de hombre observador me hacía sufrir en extremo. ¿Cómo podría escudriñar moralmente un individuo, si no era capaz de clasificarle como volumen positivo? Al fin, un rayo de luz hirió mis ojos o la reminiscencia inconsciente del enfermero del colegio vino a golpear en mi memoria. Vi marchar de perfil a Buendia, y, ahogando un pito, me despedí de prisa y corrí en busca de Saenz Peña, a quien encontré tendido en una cama, silencioso y meditando, sin duda ninguna, en el insoluble problema. Medio sofocado, grité desde la puerta: “ - ¡Roque! . . ¡Encontré! - ¿Qué? - Buendia. . . ¡Acaba! - Es flaco y barrigón!” No añadiré una palabra más: si alguno de los que estas líneas lean ha observado un hombre de esas condiciones, habrá, sin duda, sentido las mismas vacilaciones y dudas. Tal vez él, menos feliz, no ha encontrado la clave del secreto, que le abandono generosamente.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens- 1-El Espectro de Marley Continuación -Este es otro que tal -murmuró Scrooge, que le oyó-; un dependiente con quince chelines a la semana, con mujer y con hijos. hablando de la alegre Navidad. Es para llevarle a una casa de locos. Aquel maniático. al despedir al sobrino de Scrooge, introdujo a otros dos visitantes. Eran dos caballeros corpulentos, simpáticos. y estaban en pie, descubiertos, en el despacho de Scrooge. Tenían en la mano libros y papeles y se inclinaron ante él. -Scrooge y Marley. supongo -dijo uno de los caballeros, consultando una lista-: ¿Tengo el honor de hablar al señor Scrooge o al señor Marley? -El señor Marley murió hace siete años -respondió Scrooge-. Esta misma noche hace siete años que murió. -No dudamos que su liberalidad estará representada en su socio superviviente --dijo el caballero, presentando sus cartas credenciales. Era verdad. pues ambos habían sido tal para cual. A1 oír la horrible palabra "liberalidad", Scrooge frunció el ceño, meneó la cabeza y devolvió al visitante las cartas credenciales. -En esta alegre época del año, señor Scrooge dijo el caballero. tomando una pluma-, es más necesario que nunca que hagamos algo en favor de tos pobres y de los desamparados, que en estos días sufren de modo atroz. Muchos miles de ellos carecen de lo indispensable; cientos de miles necesitan alivio, señor. -¿No hay cárceles? -preguntó Scrooge. -Muchísimas cárceles -dijo el caballero, dejando la pluma. -¿Y casa de corrección? -interrogó Scrooge. ¿Funcionan todavía? -Puncionan, sí, todavía -contestó el caballero--. Quisiera poder decir que no funcionan. -¿El Treadmill y la Ley de Pobreza están, pues. en todo su vigor?-- dijo Scrooge. --Ambos funcionan continuamente, señor. -¡Oh', tenía miedo. por lo que decíais al principio. de que hubiera ocurrido algo que interrumpiese sus útiles servicios -dijo Scrooge-. Me alegra mucho saberlo. -Persuadido de que tales instituciones apenas pueden proporcionar cristiana alegría a la mente o bienestar al cuerpo de la multitud ---continuó el caballero-, algunos de nosotros nos hemos propuesto reunir fondos para comprar a los pobres algunos alimentos y bebidas y un poco de calefacción. Hemos escogido esta época porque es, sobre todas. aquella en que la Necesidad se siente con más intensidad y la Abundancia se regocija. ¿Con cuánto queréis contribuir? -¡Con nada! -replicó Scrooge. . -¿Queréis guardar el anónimo? -Quiero que me dejéis en paz --dijo Scrooge-. Puesto que me preguntáis lo que quiero, señores. ésa es mi respuesta. Yo no celebro la Navidad. y no puedo contribuir a que se diviertan los vagos; ayudo a sostener los establecimientos de que os he hablado... y que cuestan bastante; y quienes estén mal en ellos, que se vayan a otra parte. -Muchos no pueden, y otros muchos preferirán morir. -Si prefieren morir -dijo Scrooge-, es lo mejor que pueden hacer y así disminuirá el exceso de población. Además, y ustedes perdonen, no entiendo de eso. -Pues.. debierais entender -hizo observar el caballero. -No es de mi incumbencia -replicó Scrooge-. Un hombre tiene bastante con preocuparse de sus asuntos y no debe mezclarse en los ajenos. Los míos me absorben por completo. ¡Buenas tardes, señores! Comprendiendo claramente que sería inútil insistir, los dos caballeros se marcharon. Scrooge reanudó su tarea con mayor estimación de sí mismo y más animado de lo que tenía por costumbre. Entretanto, la bruma y la obscuridad hiciéronse tan densas, que las gentes marchaban alumbrándose con antorchas, ofreciéndose a marchar delante de los caballos de los coches para mostrarles el camino. La antigua torre de una iglesia, cuya vieja y estridente campana parecía estar siempre atisbando a Scrooge por una ventana gótica del muro, se hizo invisible, y daba las horas envuelta en las nubes. resonando después con trémulas vibraciones, como si le castañeteasen los dientes a aquella elevadísima cabeza. El frío se hizo intenso. En la calle Mayor. en la esquina de la calleja, algunos obreros hallábanse reparando los mecheros de gas y habían encendido una gran hoguera, a la cual rodeaba un grupo de mendigos y chicuelos, calentándose las manos y guiñando los ojos con delicia ante las llamas. Taponados los sumideros, el agua sobrante se congelaba con rapidez y se convertía en hielo. El resplandor de las tiendas, donde las ramas de acebo cargadas de frutas brillaban con la luz de las ventanas, ponía tonos dorados en las caras de los transeúntes. Las pollerías y los comercios de comestibles estaban deslumbrantes: era un glorioso espectáculo, ante et cual era casi increíble que los prosaicos principios de ajuste y venta tuvieran algo que hacer. El alcalde de la ciudad, en la fortaleza de la poderosa Mansion-House, daba órdenes a sus cincuenta cocineros y reposteros para celebrar la Navidad de una manera digna de la casa de un alcalde, y hasta el sastrecillo, que había sido multado con cinco chelines el lunes anterior por estar borracho y sentirse escandaloso en las calles, . preparaba en su guardilla la confección del pudding del día siguiente, mientras su flaca esposa iba con el nene a comprar la carne indispensable. Más niebla aún y más frío. Frío agudo, penetrante, mordiente. Sí el buen San Dunstan hubiera sólo rasguñado la nariz del espíritu maligno con un tiempo como aquél, en vez de usar sus armas habituales, en verdad que el diablo habría rugido. El propietario de una naricilla juvenil, roída y mordisqueada por el hambriento frío, como los huesos roídos por los perros, se detuvo ante la puerta de Scrooge para obsequiarle por el ojo de la cerradura con una canción de Navidad; pero no había hecho más que empezar: "Bendigaos Dios, alegre caballero; que nada pueda nunca disgustaros..." cuando Scrooge cogió la regla con tal decisión, que el cantor corrió lleno de miedo. abandonando el ojo de la cerradura a la bruma y a la penetrante helada. Por fin llegó la hora de cerrar el despacho. De mala gana se alzó Scrooge de su asiento y tácitamente aprobó la actitud del dependiente en su cuchitril, quien inmediatamente apagó su luz y se puso el sombrero. -Supongo que necesitaréis todo el día de mañana -dijo Scrooge. -Si no hay inconveniente, señor. -Pues sí hay inconveniente -dijo Scrooge- y no es justo. Si por ello os descontara media corona, pensaríais que os perjudicaba. ¿Pero estoy obligado a pagarla? El dependiente sonrió lánguidamente. -Sin embargo -dijo Scrooge-. no pensáis que me perjudico pagando el sueldo de un día por no trabajar. El dependiente hizo notar que eso ocurría una sola vez al año. -¡Una pobre excusa para morder en el bolsillo de uno todos los días veinticinco de diciembre! -dijo Scrooge. abrochándose el gabán hasta la barba-. Pero supongo que es que necesitáis todo el día. Venid lo más temprano posible pasado mañana. El dependiente prometió hacerlo. y Scrooge salió gruñendo. Cerróse el despacho en un instante, y el dependiente, con los largos extremos de su. bufanda blanca colgando hasta más abajo de la cintura (pues no presumía de abrigo). bajó veinte veces un resbaladero en Cornhill, al final de una calleja llena de muchachos. para celebrar la Nochebuena. y luego salió corriendo hacia su casa de Camden-Town, para jugar a la gallina ciega. Scrooge cenó melancólicamente en su melancólica taberna habitual; y después de leer todos los periódicos, se entretuvo et resto de la noche con los libros comerciales. y se fue a acostar. Ocupaba las habitaciones que habían pertenecido anteriormente a su difunto socio. Eran una serie de cuartos lóbregos en un sombrío edificio al final de una calleja, y en el cual había tan poco movimiento, que no se podía menos de imaginar que había llegado allí corriendo, cuando era una casa de pocos años, mientras jugaba al escondite con las otras casas, y había olvidado el camino para salir. Era ésta entonces bastante vieja y bastante lúgubre; sólo Scrooge vivía en ella, pues los otros cuartos estaban alquilados para oficinas. La calleja era tan obscura. que el .mismo Scrooge, que la conocía piedra por piedra, veíase obligado a cruzarla a tientas. La niebla y la helada se agolpaban de tal modo ante la negra entrada de la casa, que parecía como si el Genio del Invierno se hallase en triste meditación sentado en el umbral. Hay que advertir que no había absolutamente nada de particular en el llamador de la puerta, salvo que era de gran tamaño: hay que hacer notar también que Scrooge lo había visto, de día y de noche, durante toda su residencia en aquel lugar, y también que Scrooge poseía tan poca cantidad de lo que se llama fantasía como otro cualquier hombre de la ciudad de Londres, aun incluyendo -la frase es algo atrevida- las Corporaciones, los miembros del Concejo municipal y los de los Gremios. Téngase también en cuenta que Scrooge no había dedicado un solo pensamiento a Marley desde que aquella tarde hizo mención de los siete años transcurridas desde su muerte. Y ahora, que me explique alguien, si puede, cómo sucedió que Scrooge, al meter la llave en la cerradura, vio en el llamador -sin mediar ninguna mágica influencia-. no un llamador, sino la cara de Marley. La cara de Marley. No era una sombra impenetrable, como los demás objetos de la calleja, pues la rodeaba un medroso fulgor. semejante al que presentaría una langosta en mal estado puesta en un sótano obscuro. No aparecía colérico ni feroz, sino que miraba a Scrooge como Marley acostumbraba: con espectrales anteojos levantados hacía la frente espectral. Agitábanse curiosamente sus cabellos, como ante un soplo de aire ardoroso, y sus ojos, aunque hallábanse abiertos por completo, estaban absolutamente inmóviles. Todo eso, y su palidez, le hacían horrible: pero este horror parecía ajeno a la cara, fuera de su dominio, más bien que una parte de su propia expresión. Cuando Scrooge se puso a considerar atentamente aquel fenómeno, ya el llamador era otra vez un llamador. Decir que no se sintió inquieto o que su sangre no experimentó una terrible sensación, desconocida desde la infancia, sería mentir. Pero llevó la mano a la llave que había abandonado. la hizo girar resueltamente, penetró y encendió una bujía. Detúvose con vacilación momentánea, antes de cerrar la puerta, y miró detrás de ella con desconfianza, aguardando casi aterrorizarse a la vista del cabello de Marley pegado en la parte exterior: pero no había nada sobre la puerta, excepto los tornillos y tuercas que sujetaban el llamador, por lo cual exclamó: "¡Bah, bah!". y 1a cerró de golpe. Resonó el portazo en toda la casa como un trueno. Encima todas las habitaciones, y debajo todas las cubas en el sótano del vinatero, parecieron poseer estrépito de ecos independientes de la puerta de Scrooge. que no era hombre a quien espantasen los ecos. Sujetó la puerta, cruzó el zaguán y empezó a subir la escalera lentamente, sin embargo, alumbrando un lado y otro conforme subía. Podéis hablar vagamente de las viejas escaleras de antaño, por las cuales hubiera podido subir fácilmente un coche de seis caballos o el cortejo de una sesión parlamentaria. Pero yo os digo que la escalera de Scrooge era cosa muy diferente: habría de subir por ella un coche fúnebre, y lo haría con toda facilidad. Había allí suficiente amplitud para ello y aun sobraba espacio; tal es, quizás, la razón por la cual pensó Scrooge ver una comitiva fúnebre en movimiento delante de él en la obscuridad. Medía docena de faroles de gas de las calles no habrían iluminado bastante bien el vestíbulo; supondréis, pues, que estaba un tanto obscuro con la manera de alumbrar de Scrooge, que siguió subiendo sin preocuparse por ello. La obscuridad es barata y por eso agradábale a Scrooge. Pero antes de cerrar la pesada puerta, registró las habitaciones para ver si todo estaba en orden; precisamente deseaba hacerlo, porque persistía en él el recuerdo de aquella cara. La salita, el dormitorio, el cuarto de trastos, todo estaba normal. Nadie debajo de la mesa, nadie debajo del sofá; un poco de lumbre en la rejilla; la cuchara y la jofaina, listas; y la cacerolita, con un cocimiento (Scrooge tenía un resfriado de cabeza) junto al hogar. Nadie debajo de la cama; nadie en el gabinete; nadie dentro de la bata, que colgaba de la pared en actitud sospechosa. El cuarto de los trastos, como siempre. El viejo guardafuegos, los zapatos viejos, dos cestas para pescado, el lavabo de tres patas y un atizador. Enteramente satisfecho, cerró la puerta y echó la llave, dándole dos vueltas, lo cual no era su costumbre. Asegurado así. contra toda sorpresa, se quitó la corbata, púsose la bata, las zapatillas y el gorro de dormir, y se sentó delante del fuego para tomar su cocimiento. Continua...
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenilia-Miguel Cané 22 NUESTRO enfermero tenía esa peculiarísima condición. Empezaba su individuo por una mata de pelo formidable que nos traía a la idea la confusa y entremezclada vegetación de los bosques primitivos del Paraguay, de que había Azara; veíamos su frente, estrecha y deprimida, en raras ocasiones y a largos intervalos, como suele entreverse el vago fondo del mar cuando una oía violenta absorbe en un instante un enorme caudal de agua para levantarlo en el espacio. Las cejas formaban un cuerpo unido y compacto con las pestañas ralas y gruesas, como si hubieran sido afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era un ser de razón para el infeliz, que estoy seguro jamás conocía aquella sección de su cara, oculta bajo una barba cuyo tupido, florescencia y frutos nos traía a la memoria un ombú frondoso. El cuerpo, como he dicho, era enjuto; pero un vientre enorme despertaba compasión hacia las débiles piernas por las que se hacía conducir sin piedad. El equilibrio se conservaba gracias a la previsión materna que lo había dotado de dos andenes de ferrocarril, a guisa de pies, cuyo envoltorio, a no dudarlo, consumía un cuero de vaqueta entero. Un día nos confió, en un momento de abandono, que nunca encontraba alpargatas hechas, y que las que obtenía, fabricadas a medida, excedían siempre los precios corrientes. Debía haber servido en la legión italiana durante el sitio de Montevideo, o haber vivido en comunidad con algún soldado de Garibaldi en aquellos tiempos, porque en la época en que fue portero, cuando le tocaba despertar a domicilio, por algún corte inesperado de la cuerda de la campana, entraba siempre en nuestros cuartos cantando a voz en cuello, con aire de una diana militar, este verso (!) que tengo grabado en la memoria de una manera inseparable a su pronunciación especial: Levantasi, muchachi, Que la cuatro sun, E lo f ederali Sun veni o Cordún Perdió el gorjeo matinal a consecuencia de un reto del señor Torres, que, haciéndole parar el pelo, le puso a una pulgada de la puerta de la calle. Sin embargo, en la enfermería, cuando entraba por la mañana o al participar, en la comida, del vino que había comprado a hurtadillas para nosotros, tarareaba siempre entre dientes: "Levantasi, muchachi", etcétera. Cuando lo retaban o el doctor Quinche, médico del colegio, le decía que era un animal, lo que ocurría con regularidad y justicia todos los días su único consuelo era, así que la borrasca se ausentaba bajo la forma del doctor Quínche, entonar su eterno e inocente estribillo. Como prototipo de torpeza, nunca he encontrado un espécimen más completo que nuestro enfermero. Su escasa cantidad de sesos. se petrificaba con la presencia del doctor, a quien había tomado un miedo feroz, y de cuya ciencia médica hablaba pestes en sus ratos de confidencia. Cuando el médico le indicaba un tratamiento para un enfermo, inclinaba la cabeza en silencio y se daba por enterado. Un día había caldo en el gimnasio un Joven correntino y recibido, a más de un fuerte golpe en el pecho, una contusión en la rodilla. El doctor Quinche recetó un jarabe que debía tomarse a cucharadas y un agua para frotar la rodilla. Una hora después de su partida, oímos un, grito en la cama del pobre correntino, a quien el enfermero había hecho tomar una cucharada de un liquido atroz, después de haberle friccionado cuidadosamente la rodilla con el jarabe de que tenía enmelada toda la mano. Fue su última hazaña; el doctor Quinche declaró al día siguiente que uno de los dos, el enfermero o él, estaba de más en el mundo, o por lo menos en la enfermería, y como el hilo se curta por lo más delgado, según tuvo la bondad de comunicárselo confidencialmente, el pobre enfermero cambió de destino, aunque consolado un tanto de que sus funciones se limitaran siempre a suministrar drogas: fue sirviente de comedor. Sentimos su salida de todas veras; pero bien pronto una catástrofe mayor nos hizo olvidar aquélla. El vicerrector, alarmado de la manera como se propagaba la epidemia vaga de que he hablado, celebró una consulta médica con el doctor, y ambos de acuerdo establecieron como sistema curativo la dicta absoluta, acompañada de una vigilancia extrema para evitar el contrabando. A las veinticuatro horas nos sentimos sumamente aliviados, el germen de nuestro mal fue tan radicalmente extirpado, que no volvimos a visitar la enfermería en mucho tiempo.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens El Espectro de Marley Continuación Era en verdad un fuego insignificante: nada para noche tan cruda. Víose obligado a arrimarse a él todo lo posible, cubriéndolo, para poder extraer la más pequeña sensación de calor de tal puñado de combustible. El hogar era viejo, construido por algún comerciante holandés mucho tiempo antes, y pavimentado con extraños ladrillos holandeses, que representaban escenas de las Escrituras. Había Caínes y Abeles, hijas de Faraón. reinas de Sabá, mensajeros angélicos descendiendo a través del aire sobre nubes que parecían de plumón, Abrahanes, Baltasares, apóstoles navegando en mantequilleras, cientos de figuras para atraer la atención; no obstante, aquella cara de Marley, muerto siete años antes; llegaba como la vara del antiguo Profeta y hacía desaparecer todo. Si cada uno de los. pulidos ladrillos hubiera estado en blanco, con virtud para presentar sobre su superficie alguna figura proveniente de los fragmentados pensamientos de Scrooge, habría aparecido una copia de la cabeza del viejo Marley sobre todos ellos. -¡Patrañas! -dijo Scrooge, y empezó a pasear por la habitación. Después de algunos paseos, volvió a sentarse. Al recostarse en la silla, su mirada fue a tropezar con una campanilla, una campanilla que no se utilizaba. colgada en la habitación. y que comunicaba. para algún servicio olvidado, con un cuarto del piso más alto del edificio. Con gran admiración, y con extraño e inexplicable temor, vio que la campanilla empezaba a oscilar. Oscilaba tan suavemente al principio, que apenas producía sonido; pero pronto sonó estrepitosamente y lo mismo hicieron todas las campanillas de la casa. Ello podría durar medio minuto, un minuto, mas a Scrooge le pareció una hora. Las campanillas dejaron de sonar como habían empezado: todas a la vez. A aquel estrépito siguió un ruido rechinante, que venía de la parte más profunda, como si alguien arrastrase una pesada cadena sobre los toneles del sótano del vinatero. Entonces recordó Scrooge haber oído que los espectros que se aparecían en las casas presentábanse arrastrando cadenas. La puerta del sótano abrióse con estrépito y luego se oyó el ruido con mucha mayor claridad en el piso de abajo: después el viejo oyó que el ruido subía por la escalera: después, que se dirigía derechamente hacia su puerta. -¿Patrañas, nada más! -dijo Scrooge-. No quiero pensar en ello. Sin embargo, cambió de color cuando, sin detenerse, el Espectro pasó a través de la pesada puerta y entró en la habitación ante sus ojos. Cuando entró, la moribunda llama dio un salto, como si gritara: "¡Le conozco!· ¡Es el espectro de Marley!", y volvió a caer. La misma cara, exactamente la misma. Marley, con sus cabellos erizados, su chaleco habitual, sus estrechos calzones y sus botas, y con su casaca ribeteada. La cadena que arrastraba llevábala alrededor de la cintura; era larga y estaba sujeta a él como una cola, y se componía (pues Scrooge la observó muy de cerca) de cajas de caudales, llaves, candados, libros comerciales, documentos y fuertes bolsillos de acero. Su cuerpo era transparente, de modo que Scrooge. observándole y mirando ,a través de su chaleco, pudo ver los dos botones de la parte posterior de la casaca. Scrooge había oído decir muchas veces que Marley no tenía entrañas; pero nunca lo había creído hasta entonces. No, ni aun entonces lo creía. Aunque miraba al Fantasma de parte a parte y le veía en píe delante de él: aunque sentía la escalofriante influencia de sus ojos fríos como la muerte, y comprobaba aún el tejido del pañuelo que le rodeaba la cabeza y la barba, y el cual no había observado antes, sentíase aún incrédulo y luchaba contra sus sentidos. -¡Cómo! -dijo Scrooge, cáustico y frío como siempre-. ¿Qué queréis de mí? -¡Mucho! -contestó la voz de Marley, pues tal era, sin duda. -¿Quién sois? -Preguntadme quién fui. -¿Quién fuisteis pues? -dijo Scrooge, alzando la voz. -En vida fui vuestro socio, Jacob Marley. -¿Podéís... podéis sentaros? -preguntó Scrooge, mirándole perplejo. -Puedo. -Sentaos, pues. (continua)
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Jesús, el dulce, viene... Juan Ramón Jiménez Jesús, el dulce, viene... Las noches huelen a romero... ¡Oh, qué pureza tiene la luna en el sendero! Palacios, catedrales, tienden la luz de sus cristales insomnes en la sombra dura y fría... Mas la celeste melodía suena fuera... Celeste primavera que la nieve, al pasar, blanda, deshace, y deja atrás eterna calma... ¡Señor del cielo, nace esta vez en mi alma!