Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenila-Miguel Cané 27 LARREA estaba allí. Ebrio de gozo, radiante dentro de su jacquet rectilíneo, había tomado la dirección de la fiesta y servia de bastonero con toda gravedad. Fuimos introducidos, agasajados, y pronto, al compás de la orquesta, limitada a una guitarra y un acordeón (los esfuerzos para obtener un órgano hablan sido vanos), nos hundimos en un océano de valses, polcas y mazurcas, pues las damas se negaban a una segunda edición de la primera cuadrilla, que a la verdad había permitido al cojo Videla desplegar cualidades coreográficas desconocidas y que después supimos hablan sido inspiradas por una representación de Orfeo, conque se había regalado en una noche de escapada. Después de cada pieza, obsequiábamos naturalmente a las damas con un vaso de cerveza, acompañándolas con una frecuencia alarmante para el porvenir. Larrea irradiaba de contento; había recitado sus versos, prometido otros y, nos dejaba entrever que una cita flotaba en lo posible. Un gaucho viejo, con una larga barba canosa, el sombrero en una mano y un vaso de cerveza en la otra, gozaba como un bienaventurado desde la puerta donde se apoyaba. De tiempo en tiempo, cuando nos lanzábamos a un vals o a una polca y que, obedeciendo a las necesidades de la armonía, llevábamos oprimidas a lascompañeras oíamos la voz alegre del viejo que repetía varias veces: -¡Que se vea luz caballeros! La fiesta estaba en su apogeo y ti italiano del acordeón, despreciando profundamente a su acompañante de la guitarra, hacía maravillas de ejecución, bajo - ritmos caprichosos y excéntricos que llegaban vagamente a nuestros oídos, pues hacía rato que bailábamos al compás de una música interior, cuando, después de haber oído el galope de un caballo, vimos aparecer a uno de los condiscípulos de la Chacarita en la puerta del rancho, con la fisonomía pálida que debía tener Daniel al entrar de una manera tan intempestiva en la sala del festín de Baltasar. - ¡Muchachos, los han pillado! El celador me ha dicho que los busque y que si dentro de media hora no están en el dormitorio, va a dar cuenta al vicerrector. Todo esto, entrecortado por la fatigosa respiración. El buen compañero había robado uno de los caballos del quintero y por hacernos un servicio se había puesto en camino por entre barriales espantosos, pues los últimos días había llovido copiosamente. No había tiempo que perder y era necesario ponerse en marcha sin demora. El viejo nos ofreció su caballo, cuyas formas aéreas revelaban una dieta de treinta y seis horas por lo menos; se lo aceptamos agradecidos y tratamos de organizar la partida. Eramos siete en total; dos treparon en las ancas del compañero que nos había traído el aviso - después de darle tiempo a que absorbiera una botella de cerveza íntegra - y los otros cuatro procuramos arreglarnos sobre el caballo del viejo que a todo trance pedía luz, como Goethe moribundo. Larrea, por darse tono delante de la chinita y sosteniendo que conocía una senda por donde nos llevaría sin embarrarnos, tomó la dirección, colocándose gravemente en la cruz. Detrás de él, un condiscípulo sumamente grueso, en seguida Eyzaguírre, y allá, al fondo, en el remoto extremo, precisamente en aquel plano inclinado que parece una invitación a resbalarse por la cola, yo, prendido de Eyzaguirre, como un mono a una reja. Cuando emprendimos la marcha, el dueño de casa, la novia de Larrea, las niñas todas, el gaucho viejo, hasta el italiano del acordeón, reían a carcajadas. Contestamos alegremente, y fue en este momento que hice dos descubrimientos, de orden diferente, que me alarmaron: aquel caballo no tenía anca, sino un techo de media agua por lomo, de filoso mojinete, y Larrea poseía una mona gigantesca
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad- Charles Dickens II- El primero de los tres Espíritus Continuación -¿Sois, señor, el Espíritu cuya venida me han predicho? -preguntó Scrooge. -Lo soy. La voz era suave y dulce, pero extraordinariamente baja, como si en vez de estar tan cerca de él, se hallase a gran distancia. -¿Quién sois, pues? -Soy el Espectro de la Navidad Pasada. -¿Pasada hace mucho? -inquirió Scrooge, al observar su estatura de enano. -No. La que acabáis de pasar. Quizás Scrooge no habría podido decir por qué, si alguien hubiera podido preguntarle, pero sintió un deseo especial de ver al Espíritu con el gorro, y le suplicó que se cubriese. -¡Cómo! -exclamó el Espectro-. ¿Tan pronto queréis apagar. con manos humanas, la luz que doy?. ¿No es bastante que seáis uno de aquellos cuyas pasiones hacen este gorro y que me obligan, a través de años y años, sin interrupción, a llevarlo sobre mi frente? Scrooge negó respetuosamente toda intención de ofender y dijo que no tenía conocimiento de haber, a sabiendas, contribuido a confeccionar el sombrero del Espíritu en ninguna época de su vida. Después se atrevió a preguntar qué asunto le traía. -Vuestro bienestar -dijo el Espectro. Scrooge mostróse muy agradecido, pero no pudo menos de pensar que una noche de continuado reposo habría sido más conducente a aquel fin. El Espíritu debió de oír su pensamiento, porque inmediatamente dijo: -Reclamáis, pues. ¡Preparaos! Y al hablar extendió su potente mano y le cogió nuevamente por el brazo. . -Levantaos y venid conmigo. Habría sido inútil para Scrooge. hacerle ver que el tiempo y la hora no eran a propósito para pasear a pie; que el lecho estaba caliente y el termómetro marcaba muchos grados bajo cero; que estaba muy ligeramente vestido con las zapatillas, la bata y el gorro de dormir, y que padecía un resfriado. El puño, aunque suave como una mano femenina, no se podía resistir. Se levantó, pero advirtiendo que el Espíritu se dirigía hacia la ventana, le asió de la vestidura suplicándole: -Soy mortal y puedo caerme. -Os tocaré con mi mano aquí -dijo el Espíritu, poniéndosela sobre el corazón- y podréis sosteneros. continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ... La enseñanza que te deja este maravilloso cuento! clausecita
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Terminé De los Apeninos a Los Andes, también Juvenilia. Ya voy a empezar con las otras: Pongo un video de Marcos: ¿Es el mismo de Edmundo de Amicis o es otro? Leí completo el que puso Mai^a y por ningún lado sale un "monito" -¡Aquí estoy, madre mía; aquí me tienes; no te dejaré jamás; juntos volveremos a casa, estaré siempre a tu lado en el vapor, apretado contra ti, y nadie me separará de ti nunca, nadie, jamás, mientras tengas vida! Iba hacer un resumen de lo que he leído y lo estaba haciendo, pero me estaba saliendo muy largo, de varias páginas de atrás, así que pondré algunas imágenes, nada más Tucumán: Y un pequeño niño o niñita, con algo que gusta muuuuuuuuucho por esas tierras. Más parece niñita. Como ya dije, he leído Juvenilia Me llama la atención la educación que se daba al mundo masculino en el siglo XIX, imbuidos en la cultura europea, su ciencia, su arte, su filosofía, también el latín. Bueno, ya lo sabía, a grandes rasgos, pero no el detalle... Y las travesuras, son las mismas, aunque se cambie de ropaje y circunstancias... Me llamó la atención esta palabra que sale en Juvenilia: Refectorio: Se llama refectorio al comedor de los monjes en los monasterios. Tiene, generalmente, forma rectangular, y se halla situado en la galería opuesta... He leído muy poco de los libros que salen en Juvenilia Espero seguir leyendo y no quedarme tan atrasada. Mil disculpas, porque ustedes ponen los escritos para que se lea y no pasarlos por alto.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Aquellas pequeñas cosas Joan Manuel Serrat Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia. Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón. Como un ladrón te acechan detrás de la puerta. Te tienen tan a su merced como hojas muertas que el viento arrastra allá o aquí, que te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas II He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas. En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra, y pedantones al paño que miran, callan, y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas. Mala gente que camina y va apestando la tierra... Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra. Nunca, si llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja, y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra. Antonio Machado
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Hola Anveri!!! Que lindo todo lo que investigaste y nos trajiste!!!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenilia_Miguel Cané LA noche era oscura y amenazaba llover; encandilados aún, no sabíamos dónde estábamos, ni qué dirección habíamos tomado. Si nuestro raciocinio no hubiera sido alterado por causas conocidas, la seguridad impasible con que Larrea dirigía la bestia nos habría estremecido. Se me había encargado castigar, pues según las tradiciones recibidas, el foguista era siempre el del anca; hice presente que no había sujeto pasivo, por cuanto mis golpes se perdían en el aire, y propuse nos limitáramos, en las circunstancias, al sistema del talón. Aceptado el procedimiento, seguimos la marcha en las tinieblas; yo me sentía resbalar, resbalar sin descanso; aquel animal tenía en la punta de la cola algo que me atraía. En mi desesperación me aferraba a Eyzaguirre, quien me observaba a menudo que debía limitarme a agarrarlo de la ropa, no encontrando plausible, como me lo declaró terminantemente, que mis dedos apretaran, a guisa de género, una sección de la parte carnosa que la naturaleza había previsoramente superpuesto a sus costillas. El compañero gordo bufaba, oprimido entre Eyzaguirre y Larrea, y éste, sin cesar de hablar protestando que nadie conocía el camino como él aventuraba una que otra queja sobre la osteología de aquel animal. No veíamos a dos dedos de distancia y los compañeros del otro grupo habían desaparecido, sin duda por la sencilla razón de haber tomado el buen camino. Habíamos conseguido -¡el cielo sabe a costa de qué esfuerzos y sufrimientos!- hacer tomar el trote a nuestra montura, cuando de pronto me sentí en el suelo, con todo el volumen de Eyzaguirre encima. Un choque se había producido, y jinetes y caballo habían venido por tierra. "¡No es nada, es un alambrado!” Era la voz de Larrea, que estaba ya montado y nos invitaba a hacer otro tanto. Tratamos duramente al pobre conductor, que nos anunció estar ahora seguro del camino, y un tanto mohinos y maltrechos emprendimos de nuevo la marcha. No habíamos andado media cuadra, cuando un grito sofocado de Larrea me hizo apercibir que me encontraba literalmente a babuchas de Eyzaguirre, quien, a su vez, aplastaba al gordo, que, entre gemidos, estaba tendido a lo largo sobre algo informe que se debatía en el barro y que un ligero examen posterior reveló ser el cuerpo de Larrea. Habíamos caído en una zanja; el caballo, perdiendo el pie, se fue de boca, Larrea salió por sobre las orejas como una flecha del canal de una arbalète el gordo siguió la ley de la atracción y Eyzaguirre, no menos rápido en el descenso, me arrastró a la confusa masa. Había por lo menos dos pies de barro; cuando salí y Eyzaguirre y el gordo se pusieron, de pie, nos precipitamos todos a sacar a Larrea, que no hablaba. Todas las soluciones de continuidad de su cara estaban revocadas por un lodo espeso y negro. Fue necesario sacudirlo, lavarle el rostro con la última botella de cerveza que el gordo no había soltado en la catástrofe y, sacarle el jacquet rectilíneo que pesaba dos arrobas. Entonces emprendimos a tanteo, a pie y en el horror de la profunda noche, aquella marcha legendaria e inaudita, en la que las zanjas eran endriagos, las tunas vestigios y los ruidos de los insectos nocturnos coros de Corríganos y Kobolds. Puk andaba por allí; nos parecía oír su risa silenciosa entre las brumas, confundiéndonos los rumbos y gozando a cada traspié de la errante caravana... El caballo había quedado en la zanja para siempre. ¡Adiós las largas y melancólicas estadías en el palenque de la pulpería! ¡Adiós la marcha vacilante de la noche, cuando su dueño oscilaba como un péndulo sobre el recado! ¡Una ligera perturbación en la línea del pescuezo le había hecho encontrar el reposo eterno! ¡Sea breve su recuerdo a la conciencia de Larrea! Por fin, a las primeras claridades del alba, al canto de los gallos matinales, el cuerpo exhausto y rendido, el alma agriada contra la pasión dantesca de Larrea, penetramos en nuestros cuartos y nos ayudamos fraternalmente a sacarnos la ropa. Sólo una bota de Eyzaguirre, con una tenacidad irritante, se resistió al empuje colectivo, y es fama que diez horas más tarde solamente soltó su presa, vencida por la operación cesárea, porque hubo que cortar el cuero de la bota.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens II- El primero de los tres Espíritus Continuación -Os tocaré con mi mano aquí -dijo el Espíritu, poniéndosela sobre el corazón- y podréis sosteneros. Al pronunciar tales palabras, pasaron a través del: muro y se encontraron en un amplio camino, con campos a un lado y a otro. La ciudad habíase desvanecido por completo. La obscuridad y la bruma se habían desvanecido con ella, pues hacía un claro y frío día de invierno y el suelo se hallaba cubierto de nieve. -¡Dios mío! -dijo Scrooge, cruzando las manos y mirando a su alrededor-. En este sitio me crié. Aquí transcurrió mi infancia. El Espíritu le miró con benevolencia. Su dulce tacto, aunque había sido leve e instantáneo, se hacía sentir todavía en la sensibilidad del anciano. Notaba que mil aromas que flotaban en el aire guardaban relación con mil pensamientos, y esperanzas, y alegrías, y cuidados, por espacio de mucho, mucho tiempo olvidados. -Os tiemblan los labios -dijo el Espectro-. ¿Y qué es eso que tenéis en la mejilla? Scrooge balbuceó, con inusitado desfallecimiento en la voz, que era un grano, y dijo al Espectro que lo condujese donde quisiera. -¿Recordáis el camino? -preguntó el Espíritu. -¿Recordarlo? -gritó Scrooge, con vehemencia-. Lo recorrería con los ojos cerrados. -Es extraño que no lo hayáis olvidado durante tantos años -hizo observar el Espectro-. Sigamos adelante. . Siguieron a lo largo del camino. Scrooge reconocía las entradas de las casas, los postes, los árboles, hasta el pueblecito, que aparecía a lo lejos, con su puente, su iglesia y su ondulante río. Veíanse algunos afelpados caballitos que trotaban montados por muchachos, quienes llamaban a otros chiquillos que iban en tílburis y en carros del país, guiados por agricultores. Todos aquellos muchachos iban muy alegres y se aclamaban mutuamente, hasta que los campos estuvieron tan llenos de armonioso júbilo, que el aire reía al oírlo. -No son más que sombras de las cosas pasadas-dijo el Espectro-. No se dan cuenta de nosotros. Los alegres viajeros se acercaban, y conforme fueron llegando, Scrooge los conocía y nombraba a cada uno. ¿Por qué se alegró extraordinariamente al verlos? ¿Por qué sus fríos ojos resplandecieron y su corazón brincó al verlos pasar? ¿Por qué se sintió lleno de alegría cuando los oyó desearse mutuamente felices Pascuas al separarse en los atajos y en los cruces, para marchar a sus respectivas casas? ¿Qué era la Navidad para Scrooge? !Nada de Navidad! ¿Qué bien le había hecho a él? -La escuela no está completamente desierta -dijo el Espectro-. Queda en ella todavía un niño solitario, abandonado por sus amigos. Scrooge dijo que le conocía. Y sollozó. Dejaron el camino real, entrando en una conocida calleja, y pronto llegaron a una casa de toscos ladrillos rojos, con una cupulita coronada por una veleta, y de cuyo tejado colgaba una campana. Era una casa amplia, pero venida a menos, pues las. espaciosas dependencias se usaban poco, sus paredes estaban húmedas y mohosas, sus ventanas rotas y sus puertas podridas. Las gallinas cloqueaban y se pavoneaban en las cuadras y las cocheras, y los cobertizos se hallaban asolados por las hierbas. Ni había en el interior más huellas de su antiguo estado; pues, al entrar en el sombrío zaguán, y al mirar a través de las francas puertas de muchas habitaciones, se las veía pobremente amuebladas, frías y solitarias. Había en el aire un sabor terroso, una heladora desnudez, que hacía pensar que los que habitaban aquel lugar se levantaban antes de romper el día y no tenían qué comer. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenila-Miguel Cané 29 COMO escribo sin plan y a medida que los recuerdos vienen, me detengo en uno que ha quedado presente en mi memoria con una clara persistencia. Me refiero al famoso 22 de abril de 1863, en que crudos y cocidos estuvieron a punto de ensangrentar la ciudad, los cocidos por la causa que los crudos hicieron triunfar en 1880 y recíprocamente. Yo era crudo y crudo enragé. Primero, porque mis parientes, los Varela, uno de los cuales, Horacio, era como mi hermano mayor, tenían esa opinión, según leía de tiempo en tiempo en la Tribuna, y en segundo lugar, porque la mayor parte de los provincianos eran cocidos. Queda entendido que yo me daba una cuenta muy vaga de mi manera de pensar, pero como había que sostener mis opiniones a moquetes mas de una vez, la convicción había concluido por arraigarse en mi espíritu. El día citado había una excitación fabulosa en el colegio; después de muchas tentativas infructuosas conseguimos escaparnos dos o tres y nos instalamos en la calle Moreno. Fue allí donde presencié por primera vez en mi vida un combate atinado entre dos hombres, que me hizo el mismo efecto que más tarde sentí en una corrida de toros, de la que salió mal herido el primer espada. Los dos combatientes eran hombres del pueblo y estaban armados, uno de una daga formidable mientras el otro manejaba con suma habilidad un pequeño cuchillo que apenas conseguíamos ver: tal era el movimiento vertiginoso que le imprimía. Mi primera intención fue huir, pero tuve vergüenza, porque uno de mis compañeros, que tenía fama de bravo en el colegio, se había acercado, por el contrario, para presenciar más cómodamente la lucha. Duró poco tiempo, porque la habilidad triunfó de la fuerza y el hombre de la daga, dando un grito desgarrador, cayó al suelo con el vientre abierto de un enorme tajo. El heridor huyó; yo debía estar muy pálido, porque recuerdo que durante un mes el grito del caído vibró en mi oído. Pronto nos mezclamos con unos hombres que traían un pañuelo al cuello y que habían desalojado a un pequeño grupo de cocidos que estaban cerca de la confitería del "Gallo". Pero el rumor de lo que pasaba dentro nos hacía arder por penetrar en el recinto de la Legislatura. ¡Imposible! Entonces, de común acuerdo y comprendiendo que era allí donde se desenvolvían las escenas más interesantes, resolvimos reingresar al colegio y llegar a la Legislatura por las azoteas. Lo hicimos así, y a favor del tumulto que entre los claustros se notaba, ganamos el techo y como gatos nos corrimos hasta dominar el patio de la Legislatura. Al primero que vi fue a Horacio Varela. tranquilo, sonriendo y apoyado en sus muletas. Así que me conoció, me pidió fuera inmediatamente a su casa a avisar a la familia que no volvería hasta tarde, que no temieran, etc. -"Pero no puedo salir, Horacio, no me dejan." La verdad era que había trabajado tanto por llegar a mi punto de observación y esperaba que en aquel patio tuvieran lugar cosas tan memorables, que lanzaba ese pretexto, harto plausible, para quedarme allí. -"Un estudiante a quien no dejan salir, ¡pobrecito! ¿Entonces ustedes ya no saben escaparse?"- Yo habría podido contestar que lo hacía con una frecuencia que me ponía a cubierto de semejante reproche, pero preferí la acción y desaparecí. Me escapé con éxito, corrí a casa de Horacio, tranquilicé la familia, volví al colegio y, jadeante, extenuado, ocupé nuevamente mi sitio de observación, de donde di cuenta a Horacio de mi comisión. En este momento un gran número de diputados salieron al patio; muchos abrazaban a un hombre calvo, de muy buena cara, con una gran barba negra, el cual, después, supe había sido miembro informante, desplegando una serenidad de ánimo admirable. Era el doctor don Manuel Aráuz, a quien debíamos todos tener más tarde tanto cariño bajo el apodo afectuoso de "viejo Laguna”. Cuando leo en la historia la narración del entusiasmo ardiente de los estudiantes en la Politécnica y la Normal, en 1815 y 1830; el arranque impetuoso de los estudiantes españoles en la guerra de la Independencia, abandonando Salamanca para unirse al Empecinado, a don Juan Porlier, al cura Merino; el heroísmo de los jóvenes alemanes en 1813 y 1814, brotando de los subterráneos de la Tugerdbund para caer en los campos de Lelpzig; de la muerte gloriosa de Koerner, cuando leo esos rasgos, me los explico perfectamente. Hay en los claustros una ansia de acción indescriptible, la savia hirviente de la juventud irrita la sangre, empuja, excita, enloquece. Se sueña con grandes hechos; la lucha enamora, porque implica la libertad. También nosotros formamos parte de las gloriosas filas del batallón Belgrano, que fue a ofrecer su sangre y a pedir un puesto en la vanguardia del general Mitre, al estallar la guerra del. Paraguay. Yo fui soldado del doctor don Miguel Villegas; era cuanto podía exigirse de mi patriotismo: ¡servir a las órdenes de un profesor de la Universidad que enseñaba filosofía por Balmes y Gérusez!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-charles Dickens II- El primero de los tres Espíritus Continuación Atravesaron el Espectro y Scrooge la sala y dirigiéronse a una puerta de la parte trasera de la casa. Mostrábase abierta ante ellos y descubría una habitación larga; desnuda y melancólica, a cuya desnudez contribuían hileras de bancos y mesas, en una de las cuales se hallaba un niño solitario, leyendo cerca de un poco de lumbre: Scrooge se sentó en un banco y lloró al verse retratado en aquel niño, olvidado, abandonado, como acostumbró a verse en su infancia. Ni un eco latente en la casa, ni un chillido o un rumor de pelea entre los ratones detrás del entrepaño, ni la caída de una gota de agua de la medio deshelada cañería, ni un suspiro entre las ramas sin hojas de un álamo mustio, ni la ociosa oscilación de la puerta de un almacén vacío, ni un chasquido de la lumbre, que al caer sobre el corazón de Scrooge con suavizadora influencia, dieran libre paso a sus lágrimas. El Espíritu le tocó en un brazo y señaló hacia su imagen infantil atenta a la lectura. De repente apareció en la ventana, por la parte de afuera, un hombre vestido con traje extranjero, al que se distinguía con admirable exactitud; llevaba un hacha en el cinto y conducía del ronzal un asno cargado de leña. -¡Sí es Alí Babá! ---exclamó Scrooge, extasiado-. ¡Es mi querido Alí Babá! Sí, sí, le conozco. Una vez, por Navidad, cuando todos abandonaron al solitario niño, él vino por primera vez. exactamente como ahora le vemos. ¡Pobre muchacho! Y Valentín -continuó Scrooge-, y su hermano Orson, ¡ahí van! ¿Y cómo se llama aquel a quien dejaron dormido, casi desnudo, a la puerta de Damasco? ¿No le veis? Y el paje del Sultán. a quien el Genio hace dar vueltas en el aire. ¡Ahora está cabeza abajó! ¡Muy bien! ¡Dadle lo que merece! ¡Me alegro! ¿Qué necesidad tenía de casarse con la princesa? Verdaderamente, habría producido sorpresa a sus amigos de la Cíty oír a Scrooge dedicar toda la solicitud de su naturaleza a aquellos recuerdos, en una voz de lo más extraordinario, entre risas y gritos. y ver su rostro alegre y animado. - Ahí está el Loro! -gritó-. Verde el cuerpo y la cola amarilla, con una cosa como una lechuga en la parte superior de la cabeza; ahí está. "Pobre Robinsón Crusoe", le decía cuando volvió a su casa, después de navegar alrededor de la isla. "Pobre Robinsón Crusoe, ¿dónde habéis estado, Robinsón Crusoe?". El hombre creía soñar, pero no soñaba. Era el Loro, ya lo sabéis. Por ahí va Viernes, corriendo hacía la ensenada para salvar la vida. ¡Hala, hala! Después, con una rapidez de transición muy extraña en su carácter habitual, dijo lleno de piedad por la imagen de sí mismo: "¡Pobre muchacho!", y volvió a llorar. -Quisiera... -murmuró, llevándose la mano al bolsillo y mirando a su alrededor, después de enjugarse los ojos con la manga-; pero es demasiado tarde. -¿De qué se trata? -preguntó el Espíritu. -De nada -dijo Scrooge-. De nada. Había a mi puerta. la noche última. un muchacho cantando una canción de Navidad. y me agradaría haberle dado alguna cosa: eso es todo. El Espectro sonrió pensativamente y ,agitó una mano, al mismo tiempo que decía: -Veamos otra Navidad. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Rima III [Poema: Texto completo] Gustavo Adolfo Bécquer Sacudimiento extraño que agita las ideas, como el huracán empuja las olas en tropel; murmullo que en el alma se eleva y va creciendo, como volcán que sordo anuncia que va a arder; deformes siluetas de seres imposibles; paisajes que aparecen como a través de un tul; colores, que fundiéndose remedan en el aire los átomos del iris, que nadan en la luz; ideas sin palabras, palabras sin sentido; cadencias que no tienen ni ritmo ni compás; memorias y deseo de cosas que no existen; accesos de alegría, impulsos de llorar; actividad nerviosa que no halla en qué emplearse; sin rienda que lo guíe caballo volador; locura que el espíritu exalta y enardece; embriaguez divina del genio creador... ¡Tal es la inspiración! Gigante voz que el caos ordena en el cerebro, y entre las sombras hace la luz aparecer; brillante rienda de oro que poderosa enfrena de la exaltada mente el volador corcel; hilo de luz que en haces los pensamientos ata; sol que las nubes rompe y toca en el cenit; inteligente mano que en un collar de perlas consigue las indóciles palabras reunir; armonioso ritmo que con cadencia y número las fugitivas notas encierra en el compás; cincel que el bloque muerde la estatua modelando, y la belleza plástica añade a la ideal; atmósfera en que giran con orden las ideas, cual átomos que agrupa recóndita atracción raudal en cuyas ondas su sed la fiebre apaga; oasis que al espíritu devuelve su vigor... ¡Tal es nuestra razón! Con ambas siempre lucha y de ambas vencedor, tan sólo el genio puede a un yugo atar las dos.