Re: ... de poetas, cuentos y leyendas normalmente mi ritmo es muy rapido..pero ando sin tiempo!!!Pero me voy a poner al dia y esperar el que sigue!!!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Ahhh ...estas como la matiné del cine continuado!...ahora ya no existe antes si , te daban dos pelis y empezaba una y seguia la otra y despues volvia a empezar la primera, y si habias llegado tarde ,te quedabas a ver el pedacito que te habias perdido....
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas sii!!aca habia!!!yo iba al cine Liberty,los domingos cerca de casa con los amigos de la cuadra..tendria 8 años...que recuerdos!!!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Y si antes era asi...ahora no llegas ,termina y te vas ...antes comprabas la entrada y te podias pasar la tarde en el cine!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenila-Miguel Cané 33 PERO los dieciocho años se acercaban. Los días de salida hacíamos esfuerzos inauditos para arreglarnos lo mejor posible, abandonando muchas veces la empresa con desaliento, vencidos por la exigüidad del guardarropa. ¡Qué amarguras, qué sufrimientos aquellos domingos a la noche, cuando al volver al colegio pasábamos frente a los teatros y veíamos en el peristilo una multitud de jóvenes, algunos conocidos nuestros, los externos felices, bien vestidos, con sus guantes flamantes, y saludando con una gracia, para nosotros insuperable, a las bellas damas que venían al espectáculo! En cuanto a mí, recordaba bien que de los ocho a los doce años no había faltado casi ni una noche a la ópera; mi padre me llevaba siempre consigo. Era, pues, un dilettante de raza y tradición. Tamberlik me había acariciado, y la incomparable Aladame Lagrange, aquella artista con un corazón a la Malibrán, se había entretenido en hacerme charlar durante los entreactos en su camarín adonde solía llevarme mi hermano Jacinto. ¡Y hoy, que era hombre, que podía apreciar todas aquellas bellezas que habían encantado a mi padre y que flotaban en mi memoria, como una nube, tenía que volverme triste y solo al colegio, dando la espalda al mundo de la luz! Una noche no pude resistir al pasar frente al Colón; vi entrar a un pariente amigo con su familia; comprendí que tenía un palco donde meterme medio escondido, y tomando mi entrada penetré bravamente, un poco pálido por la convicción profunda de que todo el mundo me observaba. El pariente tenía felizmente un palco bajo y oscuro de la ochava; llamé, me resistí con energía a las sillas de adelante y acurrucándome en el fondo, lancé una mirada investigadora a la platea.. Yo sabia que el vicerrector era un melómano decidido; en efecto, a poco lo descubrí en las tertulias. De un lado cierta irritación por su presencia, mientras nos confinaba en el claustro tan cruelmente, y de otro el temor que me descubriese, me agitaron un momento. Pero bien pronto todo eso desapareció, y la luz, la música, ese curioso y penetrante ambiente de los teatros de buen tono, la proximidad de una criatura idealmente bella, que estaba en el palco, sus ojos dulces como un pedazo de cielo, su voz tímida y armoniosa, aquel color diáfano, transparente, sombreado a cada instante por un tenue vuelo de púrpura, esa emanación exquisita de la pureza, de la inocencia y de la gracia, que subyuga en todas las edades, todo en un encanto misterioso se apoderó de mi por completo. Quince años han pasado sobre mi cabeza desde aquella noche; quince años bien llenos y agitados; pasarán veinte más y no perderé ese recuerdo suave y melancólico, que trae a mi alma la impresión fresca de las primeras emociones puras de mi juventud. ¡Sonrío a veces al recordar mi idilio adolescente, los entusiasmos de mi espíritu, ese estado de sensibilidad enfermiza, la necesidad imperiosa que sentía de hacer versos, mi desesperación por no poder medir una cuarteta, las páginas enteras desgarradas con desaliento, las cartas ideales que jamás debían llegar a su destino, en las que derramaba todos mis sueños y esperanzas! La veía en todas partes, en todas la buscaba. Me parecía inútil obtener su cariño; el mío me bastaba, me llevaba, me daba intensidad al espíritu, fuerza a la voluntad, brillo a la imaginación, nobleza al corazón. Cambié de carácter; fui dulce, afable, perdí la ironía amarga con mis compañeros, dejé en paz los ridículos ajenos; me observaba, me corregía, me mejoraba. ¡De nuevo sonrío a través de los años; pero quisiera volver a esas horas incomparables, a esa explosión de la savia, trepando al árbol al son de los cantos primaverales y desenvolviéndose en hojas, en flores, en perfumes! ¡Quisiera volver a amar como amé entonces y como sólo entonces se ama, puro el corazón, celeste el pensamiento! Todo pasó en el rápido correr del tiempo; pero la figura deliciosa, a la que los años han circundado de esa atmósfera vaporosa que da Murillo a sus vírgenes queda fija allá en el pasado, cerniéndose al principio de la ruta, como una luz ideal.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens II- El primero de los tres Espíritus Continuación -Me causaría júbilo pensar de otro modo si pudiera --contestó ella-. ¿Dios lo sabe! Para convencerme de una verdad como ésa, yo sé cuán fuerte e irresistible tiene que ser. Pero sí fuerais libre hoy, mañana, al otro día, ¿puedo creer que elegiríais una muchacha pobre... vos, que en íntima confianza con ella sólo consideraríais la ganancia, o que, eligiéndola, si por un momento erais lo bastante falso para con vuestros principios al hacerlo así, no sé demasiado que vuestro pesar y vuestro arrepentimiento serían la indudable consecuencia? Lo sé. y os dejo en libertad. Con todo el corazón, pues en otro tiempo os amé, aunque el amor que os tenía haya desaparecido. Intentó él hablar: pero ella, volviéndole la cara, continuó: -Tal vez, la experiencia de lo pasado me hace suponerlo, esto os produzca aflicción. Dentro de poco, muy poco tiempo, ahuyentaréis todo recuerdo de ello, alegremente, como se ahuyenta el recuerdo de un sueño desagradable, del cual surge felizmente la alegría de lo que se encuentra al despertar. ¡Ojalá seáis feliz en la vida que habéis elegido! Y se marchó. -¿Espíritu -dijo Scrooge-, no me mostréis más cosas! Llevadme a casa. ¿Por qué gozáis torturándome? -¡Una sombra más! -exclamó el Espectro. -¡No más! -gritó Scrooge--. ;No más! No quiero verla. ¡No me mostréis más cosas! Pero el inexorable Espectro le sujetó por ambos brazos y le obligó a presenciar lo que iba a ocurrir inmediatamente. Se hallaban en otra escena y en otro lugar, no muy amplio ni muy hermoso, pero lleno de comodidad. Cerca de la lumbre propia del .invierno estaba sentada una hermosa muchacha, tan parecida a la anterior, que Scrooge creyó que era la misma, hasta que vio que era una hermosa matrona, sentada enfrente de su propia hija. El ruido en la habitación era verdaderamente tumultuoso, pues había allí tantos muchachos que Scrooge, en su estado de agitación mental, no pudo contarlos, y a diferencia del grupo celebrado en el poema, en vez de ser cuarenta niños silenciosos como si sólo hubiera uno, cada uno de ellos hacia tanto ruido como cuarenta. Las consecuencias eran de lo más ruidoso que se puede imaginar, pero nadie se preocupaba de ello; al contrario, la madre y la hija reían de muy buena gana y se divertían muchísimo con ello; y esta última, empezando pronto, a mezclarse en los juegos, fue hecha prisionera por los pequeños bandidos del modo más despiadado. ¡Qué no habría dado yo por ser uno de ellos! Aunque yo nunca habría sido tan grosero, de ninguna manera. Por todo el oro del mundo no habría yo estrujado sus hermosas trenzas, deshaciéndolas; y respecto de su precioso zapatito, no se lo habría quitado violentamente, así Díos me salve, aunque en ello me fuera la vida. En cuanto a medirle la cintura jugando, como aquellos atrevidos, no me hubiera atrevido a hacerlo, temiendo que en castigo me quedase con el brazo doblado para siempre, a fin de que no pudiera reincidir. Y habríame agradado sobremanera haber tocado sus labios; haberle preguntado algo para hacer que los abriese; haber contemplado las pestañas en sus ojos abatidos, sin producirle nunca rubor; haber dejado sueltas las ondas de cabello, del cual una sola pulgada sería un recuerdo inapreciable; en una palabra, habríame agradado, lo confieso, haber tenido el ágil atrevimiento de un niño, y, sin embargo, haber sido lo bastante hombre para apreciar el valor de tal condición. Pero de pronto se oyó que llamaban a la puerta, e inmediatamente se produjo tal conmoción, que la matrona, con cara sonriente, se dirigió a abrir la puerta en medio de un grupo jubiloso y alegre que saludó ruidosamente al padre. que llegaba a casa precediendo a un hombre cargado de regalos y juguetes de Navidad. Entonces fueron las aclamaciones y la lucha y el ataque contra el portador indefenso; el asalto sirviéndose de las sillas a modo de escalas, para registrarle los bolsillos, despojarle de los paquetes envueltos en papel de estraza, agarrársele a la corbata, colgársele del cuello, darle golpes en la espalda y puntapiés en las piernas con irrefrenable entusiasmo. ¡Las exclamaciones de admiración y delicia con que era recibido el descubrimiento de cada envoltorio! ¡El terrible anuncio de que el más pequeño había sido sorprendido metíéndose en la boca una sartén de muñeca y era más que probable que se había tragado un pavo de juguete pegado en una peana de madera! ¡El inmenso alivio al saber que sólo era una falsa alarma! ¡La alegría, y la gratitud, y el entusiasmo eran igualmente indescriptibles! Poco a poco. los niños con sus emociones salieron del salón y fueron subiendo por una escalera hasta la parte más alta de la casa, donde se acostaron, y renació la calma. Entonces Scrooge fijó su atención más atentamente que nunca, cuando el amo de la casa, con su hija cariñosamente apoyada en él, se sentó con ella y junto a su madre, al lado del fuego; y cuando pensó que una criatura como aquélla, tan graciosa y tan llena de promesas, podía haberle llamado padre, convirtiendo en alegría el hosco invierno de su vida, se le nublaron los ojos de lágrimas. -Hermosa mía -dijo el marido, volviéndose hacia su esposa sonriendo-, esta tarde he visto a un antiguo amigo tuyo. -¿A quién? -A ver si lo aciertas. -¿Cómo puedo acertarlo? No lo sé -añadió riendo, a la vez que reía él-. El señor Scrooge. -El mismo. Pasé junto a la ventana de su despacho: y como no estaba cerrado aún y tenía una luz en el interior, no pude menos de verle. He oído que su socio hállase a las puertas de la muerte y ahora él se encuentra solo. Completamente solo en el mundo, supongo. -¡Espíritu -dijo Scrooge, con la voz destrozada-, sacadme de este sitio! -Ya os dije que éstas eran sombras de las cosas que han sido -dijo el Espectro-. Si ellas son lo que son, no tenéis por qué censurarme. -¡Llevadme de aquí! --exclamó Scrooge-. ¡No puedo resistirlo! Volvióse hacia el Espectro, y al ver que le miraba con una cara en la cual aparecían de modo extraordinario fragmentos de todas las caras que le había mostrado, se arrojó sobre él. -¡Dejadme! ¡Restituidme a mi casa! ¡No me atormentéis más! En la lucha -si aquello podía llamarse lucha, pues el Espectro, con invisible resistencia por su parte, no se alteró por ninguno de los esfuerzos de su adversario- Scrooge observó que la luz sobre su cabeza brillaba con gran esplendor, y relacionando esto con la influencia que ejercía sobre él, se apoderó del gorro apagador y con un movimiento repentino se lo encasquetó. El Espíritu se encogió de modo que el apagador cubrió toda su figura; pero aunque Scrooge lo oprimía hacia abajo con toda su fuerza, no podía ocultar la luz, que brotaba de su parte inferior, iluminando esplendorosamente el suelo. Notó que sus fuerzas se extinguían y que se apoderaba de él una irresistible somnolencia y, además, que se hallaba en su propio dormitorio. Hizo un gran esfuerzo sobre el apagador, con el cual se quebró una mano, y apenas tuvo tiempo de tenderse sobre el lecho, cayendo en un profundo sueño. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas gracias marta, bienvenida, me alegra que te guste lo que acá dejamos!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ¡Me quedó un total popurrí ! Extraño, muy extraño. Es como sí las palabras dijeran ¡Yo me pongo al lado de ésta! Y es por ustedes, yo solamente he juntado las frases que me han llamado la atención Aquí va. Canción de Navidad-Charles Dickens El temporal no sabía cómo atacarle. La más mortificante lluvia, y la nieve, y el granizo, y el agua de nieve, podían jactarse de aventajarle en un sola cosa: en que con frecuencia "bajaban" gallardamente, y Scrooge, nunca. ...y pavimentado con extraños ladrillos holandeses Ladrillo holandés Ladrillo amarillo, duro, para pavimentación. No tenía idea de la existencia de un ladrillo así. ¡Cómo aprendo! Sólo había escuchado del ladrillo princesa. Cuando entró, la moribunda llama dio un salto, como si gritara: "¡Le conozco!• ¡Es el espectro de Marley!", y volvió a caer Jesús, el dulce, viene... Juan Ramón Jiménez Jesús, el dulce, viene... Las noches huelen a romero... ¡Oh, qué pureza tiene la luna en el sendero! … Hay más de guiso que de tumba en vos, quienquiera que seáis. Mi espíritu nunca fue más allá de nuestro despacho..., ¡ay de mí!... En mí vida terrenal nunca mi espíritu vagó más allá de los estrechos límites de nuestra ventanilla para el cambio; ¡y qué fatigosas jornadas me quedan aún! trochamontes... MAISTRITO... sólo un don nadie Un vulgar vago de pueblo, Que va a organizar plantones, Marchas, huelgas y jaleos. Un flojo que sólo quiere Ganar dinero y dinero Sin importarle a los niños Ni sentir el magisterio. Que no venera a la patria Hombre ruin, politiquero, Pues para él sólo es valioso Pasarla de mitotero. … Allí frente a aquellos niños Frente a esos niños enfermos, Pensé que eran angelitos Despreciados por el cielo. Miré que no tenían alas Los miré casi sin cuerpo, Angeles sin un hogar, Sin virgen, sin padre nuestro El género humano era mi negocio. El bienestar general era mi negocio: la caridad, la misericordia, la paciencia y la benevolencia: todo eso era mi negocio. ¡Mis tratos comerciales no eran sino una gota de agua en el océano de mis negocios! ¿No había pobres a los cuales me guiara su luz? Todos llevaban cadenas como la del espectro de Marley: algunos (tal vez gobernantes culpables) estaban encadenados en grupo; ninguno tenía libertad. El castigo de todos los fantasmas era, evidentemente, que procuraban con afán aliviar .los dolores humanos y habían perdido para siempre la posibilidad de conseguirlo. … Quiero regresar hacia el lugar donde nací... jamás. Pablo Milanés Pedro Calderón de la Barca SOLILOQUIOS (De Segismundo) 1 … qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido … Juvenilia Miguel Cane. 25 …Nos levantábamos al alba; la mañana inundada de sol, el aire lleno de emanaciones balsámicas, los árboles frescos y contentos, el espacio abierto a todos los rumbos, nos hacían recordar con horror las negras madrugadas del colegio, el frío mortal de los claustros sombríos, el invencible fastidio de la clase… …allí doraba el sol esos melones de origen exótico, redondos, incitantes en su forma ingénita de tajadas, los melones exquisitos, de suave pasta perfumada y de exterior caprichoso, grabado como un papiro egipcio.… Llegados al foso, lo costeamos hasta encontrar el vado conocido, Un vado es donde el arroyo pierde hondura y es posible cruzarlo. Nunca había buscado su significado, tenía una vaga idea, pero no la precisa ¡Qué indiferencia suprema por la gorra ingrata que me abandonó en el momento terrible, quedando como trofeo sobre campo enemigo! Página 56 No pongo nada porque tengo muuuuuuuucho que leer, y puedo leer los fines de semana
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenilia-Miguel Cané 34 HAY que caer a la tierra y recordar que, de una u otra manera, tenía que entrar en el colegio. Poco antes del último acto salí, corrí a la puerta que da sobre el atrio de San Ignacio, me saqué el paletó, golpeé fuerte y cuando el viejo portero pregunto quien era, imité la voz del vicerrector, y una vez la puerta abierta, abatí la vela que el cerbero traía en la mano con un golpe de mi sobretodo, le eché una zancadilla que dio con él en tierra, y antes que volviera de la sorpresa, ya corría yo por esos claustros como una exhalación. Pero la hora había sonado para mí. Los castigos me irritaban,, los consejos me ponían en un estado de nervios insoportables: no podía continuar en el colegio. Pasaba los días enteros ideando medios para escaparme, a veces con riesgo de la vida, como cuando nos deslizábamos, con un compañero fiel, por una cuerda flotante que los albañiles dejaban durante la noche en el edificio que se construía entonces sobre la calle Moreno. Los exámenes estaban encima y no abría un libro. Había perdido la emulación por completo; las glorias de clase me parecían ridículas y no habría dado un paso por recuperar el puesto de honor al que estaba habituado y que sentía escapárseme de entre las manos. Al fin triunfé, y una mañana radiante se me abrieron para siempre aquellas puertas, en cuyos umbrales hubiera entonces sacudido mi planta como el númida. Y, sin embargo, ¡cuántas cosas dejaba allí dentro! ¡Dejaba mi infancia entera con las profundas ignorancias de la vida, con los exquisitos entusiasmos de esa edad sin igual, en la que las alegrías explosivas, el movimiento nervioso, los pequeños éxitos reemplazan la felicidad, que más tarde se sueña en vano! Abandonaba el colegio para siempre, y abriendo valerosamente las alas me dejaba caer del nido, en medio de las tormentas de la vida.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens III- El segundo de los tres Espíritus Despertó al dar un estrepitoso ronquido: e incorporándose en el lecho para coordinar sus pensamientos, no tuvo necesidad de que le advirtiesen que la campana estaba próxima a dar otra vez da una. Vuelto a la realidad, comprendió que era el momento crítico en que debía celebrar una conferencia con el segundo mensajero que se le enviaba por la intervención de Jacob Marley. Pero hallando muy desagradable el escalofrío que experimentaba en el lecho al preguntarse cuál de las cortinas separaría el nuevo espectro, las separaría con sus propias manos y, acostándose de nuevo, se constituyó en avisado centinela de lo que pudiera ocurrir alrededor de la cama, pues deseaba hacer frente al Espíritu en el momento de su aparición, y no ser asaltado por sorpresa y dejarse dominar por la emoción. Así; pues, hallándose preparado para casi todo lo que pudiera ocurrir; no lo estaba de ninguna manera para el caso de que no ocurriera nada; y, por consiguiente, cuando la campana dio la una y Scrooge no vio aparecer ninguna sombra, fue presa de un violento temblor. Cinco minutos, diez minutos, un cuarto de hora transcurrieron y nada ocurría... Durante todo este tiempo caían sobre el lecho los rayos de una luz rojiza que lanzó vivos destellos cuando el reloj dio la hora; pero, siendo una sola luz, era más alarmante que una docena de espectros, pues Scrooge se sentía impotente para descifrar cuál fuera su significado; y hubo momentos en que temió que se verificase un interesante caso de combustión espontánea, . sin tener el consuelo de saber de qué se trataba. No obstante, al fin empezó a pensar, como nos hubiera ocurrido en semejante caso a vosotros o a mí; al fin, digo, empezó a pensar que el manantial de la misteriosa luz sobrenatural podía hallarse en la habitación inmediata. de donde parecía proceder el resplandor. Esta idea se apoderó de su pensamiento, y suavemente se deslizó Scrooge con. sus zapatillas hacia la puerta. En el preciso momento en que su mano se posaba en la cerradura, una voz extraña lo llamó por su nombre y le invitó a entrar. El obedeció. Era su propia habitación. Acerca de esto no había la menor duda. Pero la estancia había sufrido una sorprendente transformación. Las paredes y el techo hallábanse de tal modo cubiertos de ramas y hojas, que parecía un perfecto boscaje, el cual por todas partes mostraba pequeños frutos que resplandecían. Las rizadas hojas de acebo, hiedra y muérdago reflejaban la luz. como si se hubieran esparcido multitud de pequeños espejos, y en la chimenea resplandecía una poderosa llamarada, alimentada por una cantidad de combustible desconocida en tiempo de Marley o de Scrooge y desde hacía muchos años y muchos inviernos. Amontonados sobre el suelo, formando una especie de trono, había pavos, gansos, piezas de caza, aves caseras, suculentos trozos de carne, cochinillos, largas salchichas, pasteles, barriles de ostras, encendidas castañas, sonrosadas manzanas, jugosas naranjas, brillantes peras y tazones llenos de ponche, que obscurecían la habitación con su delicioso vapor. Cómodamente sentado sobre este lecho se hallaba un alegre gigante de glorioso aspecto, que tenía una brillante antorcha de forma parecida al Cuerno de la Abundancia, y que la mantenía en alto para derramar su luz sobre Scrooge cuando éste llegó atisbando alrededor de la puerta. -¡Entrad!- exclamó el Espectro-. ¡Entrad y conocedme mejor, hombre! Scrooge penetró tímidamente e inclinó la cabeza ante el Espíritu. Ya no era el terco Scrooge que había sido, y aunque los ojos del Espíritu eran claros y benévolos, no le agradaba encontrarse con ellos. -Soy el Espectro de la Navidad Presente -dijo el Espíritu-. ¡Miradme! Scrooge le miró con todo respeto. Estaba vestido con una sencilla y larga túnica o manto verde, con vueltas de piel blanca. Esta vestidura colgaba sobre su figura con tal negligencia, que se veía el robusto pecho desnudo como si no se cuidara de mostrarlo ni de ocultarlo con ningún artificio. Sus pies, que se veían por debajo de los amplios pliegues de la vestidura, también estaban desnudos. y sobre la cabeza no llevaba otra cosa que una corona de acebo, sembrada de pedacitos de hielo. Sus negros rizos eran abundantes y sueltos, tan agradables como su rostro alegre, su mirada viva, su mano abierta, su armoniosa voz, su desenvoltura y su simpático aspecto. Ceñida a la cintura llevaba una antigua vaina de espada; pero en ella no había arma ninguna y la antigua vaina se hallaba mohosa. -¿Nunca hasta ahora habéis visto nada que se me parezca? -exclamó el Espíritu. -Nunca- contestó Scrooge. -¿Nunca habéis paseado en compañía de los más jóvenes miembros de mi familia, quiero decir (pues yo soy muy joven) de mis hermanos mayores nacidos en estos últimos años? -prosiguió el Fantasma. -Me parece que no -dijo Scrooge-. Temo que no. ¿Habéis tenido muchos hermanos, Espíritu? -Más de mil ochocientos -dijo el Espectro. -Una tremenda familia a quien atender -murmuró Scrooge. El Espectro de la Navidad Presente se levantó. -Espíritu -dijo Scrooge con sumisión-, llevadme a donde queráis. La última noche tuve que salir de casa a la fuerza y aprendí una lección que ahora hace su efecto. Esta noche, si tenéis que enseñarme alguna cosa, permitidme que saque provecho de ella. -¡Tocad mi vestido! Scrooge lo tocó apretándolo con firmeza. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juvenilia-Miguel Cané 35 MUCHOS años más tarde volví a entrar un día al colegio; a mi turno iba a sentarme en la mesa temible de los examinadores. Al cruzar los claustros, al ver mi nombre al pie de algunos dibujos que aún se mantenían fijos en la pared, con sus modestos cuadros negros; al pasar junto a mi antiguo dormitorio, teatro de tantas tan renombradas aventuras; al cruzar frente a la puerta sombría del encierro, que por primera vez recibió una mirada cariñosa de mis ojos; al ver el grupo de estudiantes tímidos, callados, que en un rincón procuraban penetrar mi alma y leer en mi cara sus futuras clasificaciones; al estrechar la mano de mis compañeros de hoy, mis maestros de otro tiempo; al respirar, en una palabra, aquel ambiente que había sido mi atmósfera de cinco años, sentí una impresión extraña, grata y dulce, y una vaga melancolía me llevó por un momento a vivir la vida del pasado. Me lancé a todos los viejos rincones conocidos, y al pasar bajo las bóvedas del claustro, se levantaban mis recuerdos, obedientes a una evocación simpática. Aquí, me decía, el buen Cosson, tan afectuoso, tan justo, nos leía las elegías de Gilbert, con un entusiasmo sincero o nos recitaba la tirada de Théraméne sin mirar el libro; aquí fue donde el profesor Rosetti, encantado de mi exposición, me predijo que sería un ingeniero distinguido si perseveraba en las matemáticas, para las que había nacido; en aquel banco expuse a Puiggari mi deplorable conferencia sobre el yodo, que destruyó todas sus esperanzas de verme convertido en un Lavoisier; en este sitio memorable fui sostenido por M. Jacques, cuando, habiendo sido llamado a dar examen de francés ante el doctor Costa, ministro de I. P., me tocó en suerte traducir a primera vista el Incendio de Moscú, de M. Ségur, y me trabé en descomunal batalla con Larsen sobre el significado de la palabra tóle; aquí Jacques me dijo que era un imbécil, pero que tenía razón, cuando sostuve ante él, en una discusión con un compañero, que este titulo de un capitulo de La Bruyère, Les esprits forts, no debía traducirse por Los espíritus fuertes; en aquel rincón rne batí una tarde con denuedo contra un muchacho Arriaza, bien sacó del combate la nariz demolida y quien, si con una forma pintoresca, me dejó ciego por una semana; en este escaño se sentaba mi madre, me tomaba las manos, me acariciaba con sus ojos llenos de lágrimas, me apretaba contra si, y al fin, cuando la noche caía y era necesario separarnos, me dejaba su alma en un beso ... y diez pesos en la mano, que yo corría a convertir en cigarros en la portería; aquí fue donde el padre Agüero pilló al alba a Adolfo Saldías, que volvía de una escapada, y a la luz de la luna que entraba por los cristales del gimnasio, lo hizo arrodillar en el claustro helado y pedir perdón de su delito, mientras yo con el mate en la mano y tras la puerta entreabierta del dormitorio del anciano, contemplaba el cuadro, poniendo la ausente barba en remojo; he aquí el cuarto famoso donde fue introducida por engaño la sirvienta que traía la ropa limpia al "mono" Latorre, sufriendo las excesivas galanterías de los circunstantes, mientras el referido "mono", amarrado al pie de in lecho, ofrecía el espectáculo confuso de un sátiro enardecido llorando a lágrima viva. . -Los exámenes van a comenzar, doctor. Sólo a usted se espera. -Voy al momento.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Canción de Navidad-Charles Dickens III- El segundo de los tres Espíritus Continuación Acebo, muérdago, rojos frutos, hiedra, pavos, gansos, caza. aves. carne, cochinillos, salchichas, ostras, pasteles y ponche, todo se desvaneció instantáneamente. Lo mismo ocurrió con la habitación, el fuego, la rojiza brillantez, la noche, y ellos halláronse en la mañana de Navidad y en las calles de la ciudad, donde (como el tiempo era crudo) muchas personas producían una especie de música ruda, pero alegre y no desagradable, al arrancar la nieve del pavimento en la parte correspondiente a sus domicilios y de los tejados de las casas, lo que producía una alegría loca en los muchachos al ver cómo se amontonaba cayendo sobre el piso y a veces se deshacía en el aire, produciendo pequeñas tempestades de nieve. Las fachadas de las casas parecían negras y más negras aún las ventanas, contrastando con la tersa y blanca sábana de nieve que cubría los tejados y con la nieve más sucia que se extendía por el suelo y que había sido hollada en profundos surcos por las pesadas ruedas de carros y camiones; surcos que se cruzaban y se volvían a cruzar unos a otros, cientos de veces, en las bifurcaciones de las calles amplias, y formaban intrincados canales, difíciles de trazar, en el espeso fango amarillo y en el agua llena de hielo. El cielo estaba sombrío y las calles más estrechas se hallaban ahogadas por la obscura niebla, medio deshelada, medio glacial, cuyas partículas más pesadas descendían en una llovizna de átomos fuliginosos, como si todas las chimeneas de la Gran Bretaña se hubieran incendiado a la vez y estuvieran lanzándose el contenido de sus hogares. Nada de alegre había en el clima de la ciudad, y, sin embargo, notábase un aire de júbilo que el más diáfano aire estival y el más brillante sol del estío en vano habrían intentado difundir. En efecto, los que maniobraban con las palas en lo alto de los edificios estaban animosos y llenos de alegría; Ilamábanse unos a otros desde los parapetos y de vez en cuando se disparaban bromeando una bola de nieve -proyectil mucho más inofensivo que muchas bromas verbales-, riendo cordialmente si daba en el blanco Y no menos cordialmente si fallaba la puntería. Las tiendas en que se vendían aves estaban todavía entreabiertas y las fruterías radiantes de esplendor. Había grandes, redondas y panzudas cestas de castañas, cuya figura se asemejaba a los chalecos de los ancianos gastrónomos, recostadas en las puertas y tumbadas en la calle con su opulencia apoplética. Había rojizas, morenas y anchas cebollas de España, brillando en la gordura de su desarrollo. como frailes españoles, y haciendo guiños en sus bazares, con socarronería retozona a las muchachas que pasaban por su lado y mirando humildemente al muérdago que colgaba en lo alto. Había peras y manzanas formando altas pirámides apetitosas: había racimos de uvas, que la benevolencia de los fruteros había colgado de magníficos ganchos para que las bocas de los transeúntes pudieran hacerse agua al pasar; había montones de avellanas, mohosas y obscuras, cuya fragancia hacía recordar antiguo9 paseos por en medio de bosques y agradables marchas hundiendo los pies hasta los tobillos en hojas marchitas: había naranjas y limones, que en la gran densidad de sus cuerpos jugosos pedían con urgencia ser llevados a casa en bolsas de papel y comidos después del almuerzo, y había pescados de oro y de plata. ¿Pues y las tiendas de comestibles? ¡Oh, las tiendas de comestibles! Estaban próximas a cerrar, con las puertas entornadas; pero a través de las rendijas daba gusto mirar. No era solamente que los platillos de la balanza produjesen un agradable sonido al caer sobre el mostrador. ni que el bramante se separase del carrete con viveza, ni que las cajas metálicas resonasen arriba y abajo como objetos de prestidigitación, ni que los olores mezclados del té y del café fuesen muy agradables al olfato, ni que las pasas fuesen abundantes y raras, las almendras exageradamente blancas; las tiras de canela largas y rectas, delicadas las otras especias, las frutas confitadas, envueltas en azúcar fundido, capaces de excitar el apetito y dar envidia a los más fríos espectadores. No era tampoco que los higos se mostrasen húmedos y carnosos, ni que las ciruelas francesas enrojeciesen con alguna acritud en sus cajas adornadas, ni que todo excitase el apetito en su aderezo de Navidad, sino que las parroquianas se apresuraban con tal afán en la esperanzada promesa del día, que se empujaban unas a otras a la puerta, haciendo estallar toscamente los cestos de mimbre, y dejaban los portamonedas sobre el mostrador y volvían corriendo a buscarlos, cometiendo cientos de equivocaciones semejantes, con el mejor humor posible; mientras el tendero y sus dependientes se mostraban tan serviciales y tan fogosos, que se comprendía fácilmente que los corazones que latían detrás de los mandiles no se regocijaban sólo por hacer buenas ventas, sino por el júbilo que les producía la Navidad. Pero pronto las campanas llamaron a las gentes a la iglesia o la capilla, y todos acudieron luciendo por las calles sus mejores vestidos y con la alegría en los rostros, y al mismo tiempo desembocaron por todas las calles, callejuelas y recodos incontables personas que llevaban sus comidas a las tahonas, para ponerlas en el horno. La vista de aquellas pobres gentes de buen humor pareció interesar muchísimo al Espíritu, pues permaneció detrás de Scrooge a la puerta de una tahona, y levantando las tapaderas de las cazuelas, conforme pasaban por su lado los que las llevaban, rociaba las comidas con el incienso de su antorcha, que era verdaderamente extraordinaria, pues una o dos veces que se cruzaron palabras airadas entre algunos portadores de comidas por haberse empujado mutuamente, el Espíritu derramó sobre ellos algunas gotas de líquido procedente de la antorcha, e inmediatamente recobraron su buen humor, pues decían que era una vergüenza disputar el día de Navidad. ¿Y nada más puesto en razón, Señor? Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ¡Hola a todas mis Amigas de este hermoso Post! Aquí les dejo mi pequeño aporte a las Festividades que se aproximan: CUENTO DE NAVIDAD Ray Bradbury El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios. - ¿Qué haremos? - Nada, ¿qué podemos hacer? - ¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol! La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso. - Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre. - ¿Qué...? --preguntó el niño. El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y dijo: - Quiero mirar por el ojo de buey. - Todavía no -dijo el padre-. Más tarde. - Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos. - Espera un poco -dijo el padre. El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso. - Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad. La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidara. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios. - Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometisteis. - Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre. - Pero... -empezó a decir la madre. - Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto. Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía. - Ya es casi la hora. - ¿Puedo tener un reloj? -preguntó el niño. Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible. - ¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo? - Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano. Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía. - No entiendo. - Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado. Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces. - Entra, hijo. - Está oscuro. - No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá. Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar. - Feliz Navidad, hijo -dijo el padre. Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas. ¡¡¡Felices Fiestas!!!