Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Tabare CANTO SEGUNDO I ¿Que queda entonces de la tribu errante Del Uruguay? ¿Qué de su altiva raza? Aun resta su agonía asida al suelo, La fiera agita su convulsa zarpa. Quedan indios aún para la muerte Que cautelosos por los bosques andan, Cual rebaños de tigres que en el pueblo Siempre encendidas sus pupilas clavan. De noche, por las lomas o entre el bosque, Como gritos de luz, se ven las llamas De señales charrúas que se cruzan, Se avivan, se repiten o se apagan; Y alguna vez, el temeroso aullido Que algún consejo al terminar levanta, Al pueblo llega, en ráfaga del aire, Como rumor de tempestad lejana. Un temor imprevisto y repentino Entonces suele atravesar las mallas; Los soldados se miran, y suspenden La ardiente relación de sus hazañas; Parece que en sus labios animados Tropezase un momento la palabra mas pronto, cuando advierten con despecho, Que, sin quererlo, ha vacilado el alma, Sus risas y burlescas maldiciones En el silencio momentáneo estallan Y, al amor de la lumbre, se reanuda Con nuevo ardor la interrumpida plática, II Don Gonzalo de Orgaz, joven bizarro, Manda en jefe la plaza; La cimera encarnada de su yelmo Marcó siempre el peligro en la batalla. Olvidó muchas veces en la lucha. El toque a retirada; Era noble y valiente, noble y bueno, Bueno y celoso de su estirpe hidalga. III ¿Por qué el valiente aventurero trajo Consigo a Doña Luz la castellana, y a su mujer expone a los peligros Que ambicionó para lustrar sus armas? Que hace a su lado. qué hace de sus días En esta vasta soledad: qué aguarda Esa otra niña, la de tez morena, Blanca, la hermosa, la inocente Blanca? ¿Para qué brillan esos ojos negros, Profundos hasta el alma. Y en que la luz del sol de Andalucía Brillo, de estrellas presta a las miradas? Exprimió el mismo seno que Gonzalo; Lloró la misma madre. y solitaria. Riendo con el cielo En que su madre se perdió llamándola. Quedó en el mundo sin más sombra amiga Que la armadura de su hermano hidalga; Allí recuerda su niñez reciente. Y espera el porvenir allí sentada. ¿Qué impulso los condujo A la salvaje tierra americana? ¡Quién sabe! Acaso el mismo misterioso Que une las notas que en el aire vagan. En prolongado acorde De transparentes arpas. Que suenan en el viento, en los recuerdos, En los vagos crepúsculos del alma. Que en las noches serenas, Y en los rayos de luna columpiadas, Se acercan, y se alejan y en los aires Las lentas trovas del dolor ensayan: Ese impulso secreto Que, aun de entre las lágrimas, Hace brotar a: veces las sonrisas Como luces que rielan en las aguas. Que el polen encendido Lleva de palma a palma. Y hace nacer los lirios en las tumbas. Y en el dolor abriga la esperanza. Quizá la niña, en cuyos dulces ojos Se mueven las miradas Como insectos de luz aprisionados En urnas de cristal negras y diáfanas, Allí, en la tierra en que una raza expira, Es la nota con alas Que mezclada a un acorde moribundo, De gritos de dolor hará plegarias. El Uruguay, al verla en sus orillas, Palpitaba en sus aguas, Y templaba en los juncos, y en la arena Dejaba notas, quejas y palabras. El astro que pasea las colinas, Con su dulce mirada Seguía a la española que en la tarde Paseaba tristemente por la playa; Y buscaba sus ojos cuando, sola, Sentada en la barranca, Quedaba confundida en las tinieblas Que sus esbeltas líneas esfumaban. Parece que este mundo americano A aquella niña aguarda Porque en sus ojos brillen sus estrellas, Porque su viento pueda acariciarla, Porque sus flores tengan quien recoja La esencia de sus almas Y las corrientes de sus grandes ríos Que oiga y ame sus canciones vagas. IV Era una hermosa tarde. Huía la sonrisa de los cielos En los labios del sol que la llevaba A imprimirla en la faz de otro hemisferio. De su excursión al bosque Tornan Gonzalo y diez arcabuceros, Fue eficaz la batida: un grupo de indios Viene sombrío caminando entre ellos. Otros muchos quedaron Tendidos en el campo; el viento fresco La sangre orea en las hispanas armas, Y en la piel de los indios prisioneros. ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .... ... ... ... ... ... ... No son tigres, aunque algo Del ademán siniestro Del dueño de las selvas se refleja En su fiera actitud. Caminan; vedlos. Son el hombre charrúa, La sangre del desierto, La desgracia estirpe que agoniza Sin hogar en la tierra ni en el cielo, Se estrechan se revuelven, Las frentes sobre el pecho, En los ojos obscuros el abismo, Y en el abismo luz, luz y misterio. Parece que en el fondo De esos ojos a intervalos, Un monstruo luminoso se moviera Sus anillos flexibles revolviendo; Con rápidos espasmos Se sacuden sus miembros; Sus músculos elásticos y duros Al salto y la carrera están dispuestos; La sangre apresurada Circula bajo de ellos Como corre callado entre las breñas Un rebaño de fieras que va huyendo; No hay en su rostro inmóvil Ni siquiera un reflejo Del espíritu extraño y concentrado Que, al parecer, lo anima desde lejos; Se advierte en su mirada Un constante recelo, Y una impasible languidez que tiene Algo de triste, mucho de siniestro. Son esbeltas sus formas, Duros sus movimientos; La tez cobriza, el pómulo saliente, Negros los ojos, como el odio negros. Sobre los fuertes hombros Se derrama el cabello En crenchas lacias. rígidas y obscuras, Que enlutan más aquel huraño aspecto. Pupila prolongada Que prolongó el acecho: Dilatada nariz y estrecha frente A que se ajusta enhiesto. Un erizado matorral de plumas De colores diversos Que parecen brotar de la cabeza Como brotan de un tronco los renuevos. Jamás mira de frente, Jamás alza la voz: muere en silencio, Jamás un signo de dolor se posa Entre sus labios pálidos y gruesos. No borra ni el suplicio Su ademán de desprecio Sólo el combate en su fragor arranca Estridente alarido de su pecho. Entonces, semejantes A los colmillos del jaguar sediento, Brillan entre los labios del salvaje Los dientes blancos con horrible gesto. Son el hombre-charrúa La sangre del desierto, La desgraciada estirpe que agoniza Sin hogar en la tierra ni en el cielo. V El grupo de Indios, como viva masa De apeñuscados cuerpos, Adelanta, rodeado de arcabuces, Entre las casas del pajizo pueblo. Salen de sus viviendas las mujeres Y los hombres a verlos; Ni una impresión se nota en sus semblantes, Todos caminan impasibles, fieros. Ah!... todos no: miradlo. ¿Quién es ese Que se detiene trémulo? ¿No es su pupila azul? Azul, no hay duda. ¿Que hay en ella? ¿Terror? ¿Asombro? ¿Miedo? ¡Extraño ser! ¿Qué raza da sus líneas A ese organismo esbelto? Hay en su cráneo hogar para la idea, Hay en su frente espacio para el genio. Esa línea es charrúa; esa otra. .. humana. Ese mirar es tierno. .. ¿No hay en el fondo de esos ojos claros Un ser oculto con los ojos negros? La blanda piel de un tigre Ha ceñido su cuerpo; No se ha pintado el rostro, ni su labio Ha atravesado el signo del guerrero. Es pálido, muy triste; en su semblante Y en su azorado aspecto, Hay algo misterioso Que inspira amor, o desazón, o duelo. ¿Por qué se ha desprendido de su grupo? ¿Se ha apoderado un vértigo De ese salvaje enfermo que venía Entre los otros indios prisionero? La onda de un suspiro Se ha notado quizá sobre su pecho, Y se hubiera creído al observarlo, Que ha roto entre los dientes un lamento No es ira, no es encono; ¿qué es entonces Ese temblor extraño de sus miembros? ¡Así sacude su prisión el alma Cuando estallan en ella los recuerdos! VI Es que Blanca, al pasar lo está mirando Con inocente empeño, Y él clava en ella los azules ojos Cual poseído de un pavor intenso. La mira absorto, fijo, con el labio Inmóvil y entreabierto: Parece interrogar alzo invisible, A al mismo, a su sombra, a su recuerdo. Diríase que alumbra sus pupilas El cercano reflejo De algo como una aparición radiosa Sensible sólo para el indio enfermo. Y por la lumbre intensa de una idea Que viene desde adentro; Que arde en el alma y llega hasta los ojos Y con la otra visión se funde en ellos. Esperando a Gonzalo estaba Blanca En el umbral de su morada: al verlo Corrió hacia él, y distinguió al salvaje Que allí venía entre los otros presos. Ved como tiembla el indio De ojos extraños de color de cielo. Blanca esa noche se encontró llorando Al acordarse del salvaje enfermo, VII Cavó una flor al río. Los temblorosos círculos concéntricos Balancearon los verdes camalotes Y entre los brazos del juncal murieron. Las grietas del sepulcro Han engendrado un lirio amarillento. Guarda el perfume de la flor caída, La flor no existe: ha muerto. Así el himno cantaban Los desmayados ecos: Así lloraba el urutí en 1as ceibas. Y se quejaba en el sauzal el viento, VIII ¿Quién es ese charrúa que suspira? ¿Quién es el prisionero Que es capaz de alumbrar con luz del alma Esos sus ojos de color de cielo? Tabaré lo apellidan los charrúas, O el hijo de los ceibos. . . ¡Hijo de mi dolor! una española Le decía llorando ha mucho tiempo. ... .... .... .... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .. Las grietas del sepulcro Han engendrado un lirio amarillento; Tiene el hábito de la muerte, Su extrema palidez y su misterio. IX El pánico del indio indescriptible Duró sólo un momento; Marchando confundido entre los otros Se aleja Tabaré; pero a lo lejos Entre el grupo cobrizo se destacan Las líneas de su cuerpo De una amarilla palidez. La niña Lo sigue con los ojos largo tiempo, ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... X -¿Quién es Gonzalo, ese Indio que trajiste, El de la frente Pálida. Qué me miró de un modo tan extraño Cuándo venía entre tus hombres de armas? ¿Está enfermo? Qué tiene? Me despierta Una profunda lástima. ¿Qué tiene en esos ojos? ¿Lo recuerdas? ¿Qué harás con él? ¿Quién es? ¿Cómo se llama? -¿Lo sé yo acaso? Ese hombre es un misterio, Es un misterio, Blanca. Al cruzar aquel bosque lo encontramos En actitud de duelo o de plegaria. Y es el mismo, lo es, estoy seguro, Que he visto en las batallas Reír con el peligro y con la muerte, Bravo como el aliento de su raza. ¡Y qué! ¿Tiene algún crimen? ¿No lucha por su hogar y por su patria? ¿No defiende la, tierra en que ha nacido, La libertad que el español le arranca? Cuando a él nos llegamos, No sintió nuestros pasos a su espalda, Ni demostró sorpresa, al verse solo, Rodeado de arcabuces y de adargas. Por cárcel este pueblo s¿ le ha dado. El ha de respetarla. Yo probaré en ese hombre si se encuentra Capaz de redención su heroica raza. ¡Qué! ¿,Sólo duelo y muerte Ha de obtener América de España? ¡La sangre de esos hijos del desierto Más que el orín deslustra nuestras armas! Gonzalo. no te olvides De la española sangre derramada, Le dijo Doña Luz-, esos salvajes Hombres no son; la redención cristiana No alcanza a redimirlos, Pues para ellos no fue: no tienen alma; No son hijos de Adán no son, Gonzalo; Esa estirpe feroz no es raza humana. XI Duermen los indios prisioneros, duermen Tendidos en el suelo, como masa De bronce que se mueve y que palpita Con aliento vital en las entrañas. Sobre aquellas cabezas que, en los brazos Y, entre cabellos rígidos descansan, No se siente pasar un solo ensueño; Nada invisible por los aires anda. Pero entre el grupo de dormidos cuerpos, Despierta una figura se destaca; Inmóvil, con los ojos encendidos, Clavada en el vacío la mirada. Las horas, una a una, la encontraron, Como una sombra vana; La vio la noche, la abrazó el Insomnio, Y así la halló la claridad del alba. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Anveri comienzo con una breve descripción de lo que es Facundo, tal vez has leído la frase "Quiroga va en la carreta y muere", frase muy popular en mi país... El FACUNDO fue escrito por Domingo Faustino Sarmiento mientras se encontraba exiliado en Chile en 1845 debido a la tiranía del gobernador Juan Manuel de Rosas. Apareció en un folletín y luego se imprimió en forma de libro con el título de “Civilización y Barbarie” editada por la imprenta del Progreso. Trata la vida del caudillo Juan Facundo Quiroga, es una rica lectura costumbrista que trata los hábitos de la sociedad Argentina. Su finalidad política es atacar a Juan Manuel de Rosas a través del personaje de Quiroga (“el tigre de los llanos”) En su introducción invoca a la sombra terrible de Facundo para que explicar la historia del país, así transcurre el relato mostrando la geografía del país, narra y describe la llanura pampeana. Describe a lo que para “él” eran sus males. Sus críticas hacia de Juan Manuel de Rosas y los caudillos, símbolos del atraso. En un país desequilibrado y teniendo al gaucho como un ser semisocializado, para Sarmiento la “civilización”: era Europa, (-excepto España muy mal vista por él, sinónimo de atraso) la ciudad, hombre de la ciudad, extranjeros, ejércitos bien organizados, campos cultivados, desiertos poblados… Por “barbarie” entiende: la llanura despoblada, la tradición española, los gauchos, las montoneras, los caudillos, los federales. El personaje que simboliza la barbarie es Facundo a quien odia y admira a la vez, a través de él, habla del gaucho, del caudillo de la Argentina y de todos los elementos que representan el atraso y con los que hay que terminar por las buenas o las malas.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas mai^a Quiroga va en la carreta y muere ¿Qué significa? La vida en América tiene tanta contradicción. Somos eurocentristas, aunque tengamos mucho de indígenas. Lo único que me acuerdo de lo que escribió Sarmiento son esas palabras de admiración al trabajo cotidiano de los extranjeros en la tierra argentina. He aprendido mucho de ustedes.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Tabaré CANTO TERCERO Libro II I Ahí va... callado, cual lo miran siempre Discurrir por el pueblo: Extraño, taciturno. El indio loco Los soldados le llaman; pero, al verlo Pasar entre ellos pálido, absorbido, Lo miran en silencio, Lo siguen con los ojos y, mostrándose Al salvaje entre sí, dicen: ¿Qué es esto? -¿Qué dices tú? -Que es loco rematado A estar a lo que veo. -Rematado, bien dicho; ved sus ojos; Ese indio tiene barajado el seso. -Moscardón que no gruñe se me antoja En sus mudos paseos. -¡Y Parece que sufre! -¡Ca! Esa gente No es capaz de dolor... ¡Muere en silencio¡ Ved qué pálido está, que desmayado. Sus pasos son inciertos: Parece que su cuello no pudiera De la cabeza soportar el peso. -Es que algo habrá perdido, y anda siempre Buscándolo en el suelo. -¡Y también en el aire! -¡Cierto! El loco Suele buscar en él pájaros negros. -¿Y si os dijera que ese insano duerme Con los ojos abiertos? -Oiga! -Como os lo digo. Lo he observado Más de una noche, Y me asustó su aspecto. Si parece un cadáver que nos mira! -¿,Tendrá el diablo en el cuerpo? -Todo es posible. Si en las altas horas Vais a observar los indios allá dentro, Entre el grupo cobrizo allí entregado A su profundo sueño. Siempre tropezará vuestra mirada Con los ojos diabólicos despiertos. Son los de ese indio: no se cierran nunca; Sentado. inmóvil, yerto. Lo veréis siempre, hasta en la medianoche, Tal cual lo estamos ahora mismo viendo. -Loco, no hay más O poseído acaso. -Qué dices? ¿Le hablaremos? -Háblale tú Que entiendes de latines A ver si te contesta. -No lo creo. Un mes hace que vive entre nosotros Ni su voz conocemos. -¿No será mudo? -No; con el anciano Ha hablado alguna vez, según entiendo. -Vedlo, allá va; cuando en aquella loma Aparezca el lucero, Frente a nosotros pasará de vuelta; Puedes salirle entonces al encuentro. -Pero háblale con tino, con mesura: Cuida de no ofenderlo; Sabes que el capitán tiene ordenado Que al Señor Don Charrúa no irritemos. -¿No es aquélla la hermosa Doña Blanca? -La misma. El prisionero Va a pasar a su lado. -¡Ved qué hermosa, Qué hermosa está con esos ojos negros! II Tabaré sigue; se detiene a veces Cuál si escuchara atento Y se hunde su mirada en los espacios, O vaga en torno suyo con recelo. Inclina nuevamente la cabeza, Y sigue a paso incierto, Como el que va temiendo a cada instante Ser sorprendido por oculto riesgo. Blanca lo observa; sigue de¡ charrúa Los tristes movimientos; Espera la ocasión de ver sus ojos, Pues sabe que algo ha de encontrar en ellos. Pero es en vano; el prisionero pasa Sin mirarla jamás, nublando el ceño, Y, al cruzar frente a ella, se apresura Y se aleja temblando, casi huyendo. Es que cierra los ojos, y no obstante, Ve la imagen de Blanca entre los velos De una aurora confusa, imperceptible, Que ilumina el nacer de sus recuerdos. ¿Es ella la que flota en su pasado? ¿Es la blanca visión de sus ensueños? A una mujer tan blanca corro aquélla Oyó cantar los cánticos maternos. El indio siente, confusión ignota; Vacila, tiene miedo, Busca a la niña, y huye al encontrarla Huye de la ilusión y del misterio. III Así pasaba Tabaré aquel día Frente a la virgen que, con dulce acento, ¡Vaya el indio con Dios! ¿Por qué así corre? Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo? El se detuvo sin alzar la frente, Cual llamado a lo lejos; Cual si la voz tardara largo espacio En ir desde el oído al pensamiento. Y allí fijo quedé, como tocado Por un conjuro; trémulo Como el corcel que en su carrera escucha El bramido del tigre, en el desierto. Así como una piedra Al fondo del abismo descendiendo Despierta temerosas resonancias, Voces lejanas, quejas y lamentos, La voz de la española Descendió al alma del salvaje enfermo, Y en ese abismo despertó la vicia, La queja, el grito del dolor y el tiempo. El indio alzó la frente: miró a Blanca De un modo fijo, iluminado, intenso. Había en su actitud indescifrable Terror, adoración, reproche, ruego. IV “-Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las lunas Tienes la claridad! Por que lo hieres con tu voz tranquila, Tranquila como el canto del sabía? Si tienes en los ojos, de las lunas La transparente luz ¿Por qué tu alma para el indio es negra, Negra como las plumas del urú? ¿Por qué lo hieres en el alma obscura? ¡Deja al indio morir! ¡Tú tienes odio negro para el indio, Para el triste cacique guaraní". Blanca sintió una lágrima en los ojos Y una amargura insólita en el pecho: -Yo no tengo odio para ti, charrúa; Dijo el cacique con acento ingenuo. Las pupilas azules del salvaje Brillaban asombradas; en sus nervios Vibraba el alma. Tabaré sentía El abismo sonar en su cerebro. Habla por vez primera a la española: Sus palabras, sin orden ni concierto, Brotan de entre sus labios como informe Tropel de sombras, luces y reflejos. “-¡Oh, sí! Yo sé que acechas Mis horas de dolor: Sé que, remedas alas de jilgueros Donde yo estoy. Yo sé que tú el secreto Conoces de mi ser, Y sé que tú te escondes en las nieblas... Todo lo sé! Que gimes en el viento, Que nadas en la luz, Que ríes en la risa de las aguas Del Iguazú; Que miras en las altas Hogueras del Tupá. Y en lunas del fuego fugitivas Que brillan al pasar. Tú como el algarrobo, Sueño das a beber; Y das la sombra hermosa que envenena Como él ahué. Yo, temiendo tu sombra, Tiemblo y huyo de ti, Y tú en el despertar de mis memorias, Vas tras de mí. Mis nervios que eran fuertes, Fuertes cual ñandubay, Blandos como el retoño más temprano Del ombú están... No ha pasado una luna Después que yo te vi; Mira cómo está enfermo el indio bravo Sólo por ti!” La súplica, el reproche, La imprecación, el ruego, Se sucedían en la voz del indio Y en su ademán nervioso y altanero; El, que se había alejado Con la frente inclinada sobre el pecho, Como impulsado por interna fuerza, Hacia la niña se volvió de nuevo; La miró un breve espacio Y señaló su rostro con el dedo, Cual sí del fondo obscuro de su alma Envuelto en luz brotara un pensamiento. “-Era así como tú... blanca y hermosa; Era así.. . corno tú. Miraba con tus ojos, y en tu vida Puso su luz; Yo la vi sobre el cerro de las sombras Pálida y sin color; El indio niño no besó a su madre... ¡No la lloró! Les avisnas de fuego de las nubes, Ellas brillaron más; Pero el hogar del indio se apagaba, Su dulce hogar. Han pasado mas fríos que dos vmw Mis manos y mis pies... Solo en las horas lentas yo la veo Como cuerpo que fue. Hoy vive en tu mirada transparente Y en el espacio azul. .. Era así como tú la madre mía, Blanca y hermosa... ¡Pero no eres tú! Por ocultar el llanto Que, sin mojar sus párpados, acerbo Como lluvia de hiel, se derramaba, Y empapaba del indio los recuerdos, El infeliz charrúa, En convulso y mortal desasosiego, Se alejaba sombrío, y se volvía A la española en ademán violento: -Así como tu mano, Blanca como la flor del guayacán Es la que he visto en la batalla siempre Mi sudorosa frente refrescar. La misma mano blanca De mí desnudo pecho separó El rayo que arrojaban tus hermanos, Más rápido que el vuelo del halcón; La he visto entre sus dedos Romper la flecha que a esconder llegó En mis venas el sueño de las sombras, Ese pálido sueño del dolor... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pero... ¡no era la tuya! Era otra aquella mano, ¿no es verdad? ¡Dile al charrúa que esos ojos tuyos No son los que en sus sueños ve flotar! Dile que no es tu raza La que vierte esa tenue claridad Que en el alma del indio reproduce Aquella luz de su extinguido hogar; Aquella luz que el astro de los muertos Nunca sabrá copiar, Más pura que el reír de las mañanas, Y el llorar de las tardes, ¡mucho más! Oh! no: tú eres la sombra, Tú no vives la vida como yo; ¿Por qué has de arrebatarme mis recuerdos Y vestirte ante mí de su dolor? ¡Déjame! ¡'No me sigas! ¿No sientes? ¿No lo ves? ¡El corazón del indio está muy negro! ¡Triste como la sombra del ahué! V Con movimiento brusco Se ha separado de la niña el indio, Volviendo la cabeza, cual si huyera Temiendo la agresión de un enemigo. Un eco amargo y triste Quedó de Blanca en el absorto oído. Tabaré atravesó entre los soldados Ninguno lo detuvo en su camino. Blanca siguió con pena Con los ojos al indio fugitivo. Aquel extraño ser en sí tenía La atracción de lo obscuro del abismo. VI En ese estado en que, movida el alma Por fuerza superior, en lo infinito Medita, sin consciencia de sus actos, Como otro yo, de nuestro ser distinto; Y conoce los seres del ambiente En que vaga desnuda dé sentidos, Sin traernos, de vuelta de su viaje, Nada que de otros mundos nos da indicios; Y al despertar la sensación de nuevo, Rompe de un sueño el transparente hilo; Quedó la niña, hasta que oyó a su espalda Que alguien decía: -¿Qué te hablaba el indio? -¿El indio? ... Nada. ¿En qué estaba pensando? ¡Ah! Luz, no te había visto ¿Qué me dijiste? ... Ahora lo recuerdo: Nada, nada me dijo. Y agregó Doña Luz: -¡Pero aquí, hablando Lo hemos visto contigo! Y Blanca: -¿Sabes, Luz, que ese salvaje Amó a su madre? El mismo me lo ha dicho. -¿Y no le temes, Blanca? -¡Temerlo! Puede ser. Lo que al oírlo Mi espíritu sintió, fue un algo raro, Muy semejante al miedo de los niños ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Con terror, la mirada Clavó en su hermana Doña Luz. -¿Qué ha visto O creído advertir en sus pupilas?... Le aconsejó que huyese de aquel indio. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas ay!!Tabare,Clau!!gracias,cuantos recuerdos...como lo recitaba en la escuela.... y es un nombre tipico en mi pais...hasta el presidente se llama asi!!!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Como todo tiene su costal lindo bueno ... su costal feo malo! Anveri yo te citaré algunas párrafos de cartas de la época de Sarmiento al Gral Mitre por ejemplo!... Es parte de la historia de una generación, de una época que por cierto es muy rica y depende los autores como se la mire! Es realmente atrapante hoy en día, leer por ejemplo acá las misvas enviadas por los personajes de la época. Te dejan pensando realmente como se vivia en ese momento! "Se nos habla de gauchos... La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos". Carta de Sarmiento a Mitre del 20/09/1861
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas "Tengo odio a la barbarie popular... La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad?. El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas". Carta de Sarmiento a Mitre del 24/09/1861. ...bueno con esto alcanza para saber como pensaba con respecto al gaucho!! ... En ese momento José Hérnandez, otro político destacado de la época hacía una defensa aserrima del gaucho! Sarmiento desde su diario "El Nacional", exponía sus ideas y José Hernández desde su diario "El Río de la Plata" contraatacaba las ideas de Sarmiento!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Facundo Quiroga fue un caudillo apodado el tigre de los llanos Apoyó la corta y turbulenta gestión de Dorrego, quien fue fusilado y eso volvió a encender la chispa de la guerra civil en en país una época muy dura donde se enfrentaban Unitarios y Federales. Y bueno va en una carreta y es emboscado y fusilado! en todo libro y el Facundo presisamente se cita "Facundo va en la carreta y muere" acá un fasímil de la publicación oficial
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Juan Facundo Quiroga nació en 1778, en San Antonio, departamento de Los Llanos, en la provincia de La Rioja y fue asesinado el 16 de febrero de 1835 en Barranca Yaco, *La Barranca de Yaco o Barranca Yaco era un accidente geográfico en el antiguo camino real del Virreinato del Río de la Plata,
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas No empecé todavía a lerlo .. pero ahí en un pasaje muy rápido ya me gusta!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Benjamín Vicuña Mackenna, Intendente de Santiago, en el siglo XIX, escribía a: El camino de cintura establecerá alrededor de los centros poblados una especie de cordón sanitario por medio de plantaciones, contra las influencias pestilenciales de los arrabales…esta ciudad completamente bárbara, injertada en la culta capital de Chile… El mestizaje ES una realidad y pese a los juicios tan excluyentes de Vicuña Mackenna, hizo una gran labor urbana. Son hijos de su siglo. Amo el alma indígena pero también me gratifico por lo dejado por los extraños. Contradicción, sé que es contradicción.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas TABARE LIBRO SEGUNDO CANTO TERCERO I Ahí va... callado, cual lo miran siempre Discurrir por el pueblo: Extraño, taciturno. El indio loco Los soldados le llaman; pero, al verlo Pasar entre ellos pálido, absorbido, Lo miran en silencio, Lo siguen con los ojos y, mostrándose Al salvaje entre sí, dicen: ¿Qué es esto? -¿Qué dices tú? -Que es loco rematado A estar a lo que veo. -Rematado, bien dicho; ved sus ojos; Ese indio tiene barajado el seso. -Moscardón que no gruñe se me antoja En sus mudos paseos. -¡Y Parece que sufre! -¡Ca! Esa gente No es capaz de dolor... ¡Muere en silencio¡ Ved qué pálido está, que desmayado. Sus pasos son inciertos: Parece que su cuello no pudiera De la cabeza soportar el peso. -Es que algo habrá perdido, y anda siempre Buscándolo en el suelo. -¡Y también en el aire! -¡Cierto! El loco Suele buscar en él pájaros negros. -¿Y si os dijera que ese insano duerme Con los ojos abiertos? -Oiga! -Como os lo digo. Lo he observado Más de una noche, Y me asustó su aspecto. Si parece un cadáver que nos mira! -¿,Tendrá el diablo en el cuerpo? -Todo es posible. Si en las altas horas Vais a observar los indios allá dentro, Entre el grupo cobrizo allí entregado A su profundo sueño. Siempre tropezará vuestra mirada Con los ojos diabólicos despiertos. Son los de ese indio: no se cierran nunca; Sentado. inmóvil, yerto. Lo veréis siempre, hasta en la medianoche, Tal cual lo estamos ahora mismo viendo. -Loco, no hay más O poseído acaso. -Qué dices? ¿Le hablaremos? -Háblale tú Que entiendes de latines A ver si te contesta. -No lo creo. Un mes hace que vive entre nosotros Ni su voz conocemos. -¿No será mudo? -No; con el anciano Ha hablado alguna vez, según entiendo. -Vedlo, allá va; cuando en aquella loma Aparezca el lucero, Frente a nosotros pasará de vuelta; Puedes salirle entonces al encuentro. -Pero háblale con tino, con mesura: Cuida de no ofenderlo; Sabes que el capitán tiene ordenado Que al Señor Don Charrúa no irritemos. -¿No es aquélla la hermosa Doña Blanca? -La misma. El prisionero Va a pasar a su lado. -¡Ved qué hermosa, Qué hermosa está con esos ojos negros! II Tabaré sigue; se detiene a veces Cuál si escuchara atento Y se hunde su mirada en los espacios, O vaga en torno suyo con recelo. Inclina nuevamente la cabeza, Y sigue a paso incierto, Como el que va temiendo a cada instante Ser sorprendido por oculto riesgo. Blanca lo observa; sigue de¡ charrúa Los tristes movimientos; Espera la ocasión de ver sus ojos, Pues sabe que algo ha de encontrar en ellos. Pero es en vano; el prisionero pasa Sin mirarla jamás, nublando el ceño, Y, al cruzar frente a ella, se apresura Y se aleja temblando, casi huyendo. Es que cierra los ojos, y no obstante, Ve la imagen de Blanca entre los velos De una aurora confusa, imperceptible, Que ilumina el nacer de sus recuerdos. ¿Es ella la que flota en su pasado? ¿Es la blanca visión de sus ensueños? A una mujer tan blanca corro aquélla Oyó cantar los cánticos maternos. El indio siente, confusión ignota; Vacila, tiene miedo, Busca a la niña, y huye al encontrarla Huye de la ilusión y del misterio. III Así pasaba Tabaré aquel día Frente a la virgen que, con dulce acento, ¡Vaya el indio con Dios! ¿Por qué así corre? Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo? El se detuvo sin alzar la frente, Cual llamado a lo lejos; Cual si la voz tardara largo espacio En ir desde el oído al pensamiento. Y allí fijo quedé, como tocado Por un conjuro; trémulo Como el corcel que en su carrera escucha El bramido del tigre, en el desierto. Así como una piedra Al fondo del abismo descendiendo Despierta temerosas resonancias, Voces lejanas, quejas y lamentos, La voz de la española Descendió al alma del salvaje enfermo, Y en ese abismo despertó la vicia, La queja, el grito del dolor y el tiempo. El indio alzó la frente: miró a Blanca De un modo fijo, iluminado, intenso. Había en su actitud indescifrable Terror, adoración, reproche, ruego. IV “-Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las lunas Tienes la claridad! Por que lo hieres con tu voz tranquila, Tranquila como el canto del sabía? Si tienes en los ojos, de las lunas La transparente luz ¿Por qué tu alma para el indio es negra, Negra como las plumas del urú? ¿Por qué lo hieres en el alma obscura? ¡Deja al indio morir! ¡Tú tienes odio negro para el indio, Para el triste cacique guaraní". Blanca sintió una lágrima en los ojos Y una amargura insólita en el pecho: -Yo no tengo odio para ti, charrúa; Dijo el cacique con acento ingenuo. Las pupilas azules del salvaje Brillaban asombradas; en sus nervios Vibraba el alma. Tabaré sentía El abismo sonar en su cerebro. Habla por vez primera a la española: Sus palabras, sin orden ni concierto, Brotan de entre sus labios como informe Tropel de sombras, luces y reflejos. “-¡Oh, sí! Yo sé que acechas Mis horas de dolor: Sé que, remedas alas de jilgueros Donde yo estoy. Yo sé que tú el secreto Conoces de mi ser, Y sé que tú te escondes en las nieblas... Todo lo sé! Que gimes en el viento, Que nadas en la luz, Que ríes en la risa de las aguas Del Iguazú; Que miras en las altas Hogueras del Tupá. Y en lunas del fuego fugitivas Que brillan al pasar. Tú como el algarrobo, Sueño das a beber; Y das la sombra hermosa que envenena Como él ahué. Yo, temiendo tu sombra, Tiemblo y huyo de ti, Y tú en el despertar de mis memorias, Vas tras de mí. Mis nervios que eran fuertes, Fuertes cual ñandubay, Blandos como el retoño más temprano Del ombú están... No ha pasado una luna Después que yo te vi; Mira cómo está enfermo el indio bravo Sólo por ti!” La súplica, el reproche, La imprecación, el ruego, Se sucedían en la voz del indio Y en su ademán nervioso y altanero; El, que se había alejado Con la frente inclinada sobre el pecho, Como impulsado por interna fuerza, Hacia la niña se volvió de nuevo; La miró un breve espacio Y señaló su rostro con el dedo, Cual sí del fondo obscuro de su alma Envuelto en luz brotara un pensamiento. “-Era así como tú... blanca y hermosa; Era así.. . corno tú. Miraba con tus ojos, y en tu vida Puso su luz; Yo la vi sobre el cerro de las sombras Pálida y sin color; El indio niño no besó a su madre... ¡No la lloró! Les avisnas de fuego de las nubes, Ellas brillaron más; Pero el hogar del indio se apagaba, Su dulce hogar. Han pasado mas fríos que dos vmw Mis manos y mis pies... Solo en las horas lentas yo la veo Como cuerpo que fue. Hoy vive en tu mirada transparente Y en el espacio azul. .. Era así como tú la madre mía, Blanca y hermosa... ¡Pero no eres tú! Por ocultar el llanto Que, sin mojar sus párpados, acerbo Como lluvia de hiel, se derramaba, Y empapaba del indio los recuerdos, El infeliz charrúa, En convulso y mortal desasosiego, Se alejaba sombrío, y se volvía A la española en ademán violento: -Así como tu mano, Blanca como la flor del guayacán Es la que he visto en la batalla siempre Mi sudorosa frente refrescar. La misma mano blanca De mí desnudo pecho separó El rayo que arrojaban tus hermanos, Más rápido que el vuelo del halcón; La he visto entre sus dedos Romper la flecha que a esconder llegó En mis venas el sueño de las sombras, Ese pálido sueño del dolor... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pero... ¡no era la tuya! Era otra aquella mano, ¿no es verdad? ¡Dile al charrúa que esos ojos tuyos No son los que en sus sueños ve flotar! Dile que no es tu raza La que vierte esa tenue claridad Que en el alma del indio reproduce Aquella luz de su extinguido hogar; Aquella luz que el astro de los muertos Nunca sabrá copiar, Más pura que el reír de las mañanas, Y el llorar de las tardes, ¡mucho más! Oh! no: tú eres la sombra, Tú no vives la vida como yo; ¿Por qué has de arrebatarme mis recuerdos Y vestirte ante mí de su dolor? ¡Déjame! ¡'No me sigas! ¿No sientes? ¿No lo ves? ¡El corazón del indio está muy negro! ¡Triste como la sombra del ahué! V Con movimiento brusco Se ha separado de la niña el indio, Volviendo la cabeza, cual si huyera Temiendo la agresión de un enemigo. Un eco amargo y triste Quedó de Blanca en el absorto oído. Tabaré atravesó entre los soldados Ninguno lo detuvo en su camino. Blanca siguió con pena Con los ojos al indio fugitivo. Aquel extraño ser en sí tenía La atracción de lo obscuro del abismo. VI En ese estado en que, movida el alma Por fuerza superior, en lo infinito Medita, sin consciencia de sus actos, Como otro yo, de nuestro ser distinto; Y conoce los seres del ambiente En que vaga desnuda dé sentidos, Sin traernos, de vuelta de su viaje, Nada que de otros mundos nos da indicios; Y al despertar la sensación de nuevo, Rompe de un sueño el transparente hilo; Quedó la niña, hasta que oyó a su espalda Que alguien decía: -¿Qué te hablaba el indio? -¿El indio? ... Nada. ¿En qué estaba pensando? ¡Ah! Luz, no te había visto ¿Qué me dijiste? ... Ahora lo recuerdo: Nada, nada me dijo. Y agregó Doña Luz: -¡Pero aquí, hablando Lo hemos visto contigo! Y Blanca: -¿Sabes, Luz, que ese salvaje Amó a su madre? El mismo me lo ha dicho. -¿Y no le temes, Blanca? -¡Temerlo! Puede ser. Lo que al oírlo Mi espíritu sintió, fue un algo raro, Muy semejante al miedo de los niños ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Con terror, la mirada Clavó en su hermana Doña Luz. -¿Qué ha visto O creído advertir en sus pupilas?... Le aconsejó que huyese de aquel indio. CONTINUA
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Tabare es un nombre indigena..de origen tupi guarani..significa Hombre de aldea.. Su autor..JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN (1855 - 1931) Juan Zorrilla de San Martín asistió a varios colegios jesuíticos en Hispanoamérica (Santiago, Santa Fe y Montevideo). En su primer libro de poesías, "Notas de un himno" (1876), se deja notar claramente la influencia del poeta posromántico español Gustavo Adolfo Bécquer. Este libro, típico de su tiempo, refleja la tristeza y el patriotismo que imbuían al poeta, y le sirve para establecer el tono que va a tomar toda su obra posterior. Durante su vida ocupó varios cargos diplomáticos, incluyendo el de ministro de asuntos exteriores en Francia, Portugal, España y el Vaticano. En 1878 publica, en el periódico católico El bien, su famosa "La leyenda patria" que le acarreará una indudable fama que le seguiría y culminaría hasta llegar a Tabaré (1886), su obra cumbre. Juan Zorrilla de San Martín fue conocido principalmente, como se ha dicho, por su largo poema épico, Tabaré. El poema consta de seis Cantos y describe los trágicos amores entre una joven española y un joven mestizo charrúa.